Emma Goldman sigue siendo noticia. Después de
la reedición de la biografía que le dedicó Peirats, de un documental, ahora nos
llega un estudio sobre su pasaje por nuestra guerra y revolución. Fue su último
combate,
Nacida en la localidad rusa de Kosovo en 1869
en una familia judía, Emma Goldman emigró a Estados Unidos cuando tenía veinte años, huyendo de un
entorno familiar autoritario y del agobio de la autarquía zarista. Su leyenda
sigue viva en la izquierda libertaria norteamericana, que le ha dedicado
ensayos, biografías, documentales, hasta un ballet. Su biógrafo hispano, José
Peirats dirá de ella: "Emma Goldman fue una fuerza de la naturaleza. La
rebeldía nació en ella manifestándose desde los primeros años de su
existencia"1.
Se hizo anarquista a la sombra de la
ejecución de los anarquistas
de Chicago de 1887, en un tiempo en el que el anarquismo estaba arraigando en el Nuevo Mundo. Desde
entonces, su trayectoria
militante conocerá una época de plenitud, hasta el punto
de convertirla en "la mujer más peligrosa del mundo", según
declaración de la mente policíaca que respiró cuando Emma se vio obligada a abandonar su país de adopción en un momento en el que la historia comienza un nuevo
ciclo histórico con la Primera Guerra
Mundial y la revolución rusa, y en el que
desaparecen los márgenes democráticos de antaño.
Desde luego, la suya fue lo que se dice una
vida plena: militante incansable de todas las causas obreras, feministas, democráticas de su época, amante de Johann Most, el mismísimo diablo para las autoridades2, Emma
siempre llevaba un libro en el bolso en previsión de una detención que podía
llegar en cualquier momento. Oradora
inflamable, el radio de sus afines resulta francamente apabullante; en cuanto
sus criterios, todavía siguen
fascinando a toda una corriente libertaria, si bien nos puedan parecer
muy discutibles, sobre todo en lo que se refiere
a su aplicación en situaciones muy alejadas de las Emma vivió en su época dorada..
Desarrolla sus actividades en foros de todo
tipo; en Hyde Park arrastra
muchedumbres. Durante una visita a Londres se entrevista con los líderes del
movimiento anarquista: Kropotkin,
Malatesta y Louise Michel. Toma parte en el congreso de Amsterdam de 1907, viaja a Viena y a París,
donde está a punto de
cenar con Oscar Wilde. De vuelta a Estados Unidos, dedica su mayor esfuerzo en lograr la libertad de
Alexander Berkman, su compañero -Sasha-
que continúa preso; trabaja como comadrona
en la línea de Margaret Sanger; inicia su labor de propaganda en torno a la revista Madre Tierra y
vive con Ed, su amante más conocido, del que acaba separándose tras una discusión sobre Nietzsche. Esta es la época en la que
Angiolillo mata al primer ministro
español -y verdugo de los trabajadores con
ocasión del montaje policial llamado "La Mano Negra"-, Antonio Cánovas, en el balneario de Santa Águeda.
Poco después, en 1901, Emma se ve
implicada en el asesinato del presidente
McKinsley, y cuando se le pregunta si está de acuerdo con el atentado, responde que no, pero que este es
una "bagatela" en comparación con los crímenes perpetrados por el Estado.
Entre continuos cambios de residencia, es detenida por su campaña contra el reclutamiento voluntario para la Primera Guerra
Mundial y permanece en prisión de 1918 a 1919, en el que regresa
a Rusia como parte del sector del anarquismo internacional
que aboga por la colaboración con los bolcheviques. Cuando, en las postrimerías de la guerra "civil" que
había dejado al país sumergido en el abismo, tienen lugar, entre otros muchos actos represivos, los acontecimientos de
Kronstadt de marzo de 1921, Emma y Alexander Berkman "ya no veían la gran
revolución sino las bajas miserias, un desencadenamiento inhumano de
autoridad, el fin de todas las esperanzas"3.
El nuevo exilio
de Emma Goldman estuvo lejos de ser
dorado. No pudo
volver a los Estados Unidos, y después de conocer un reconocimiento de Canadá, pudo instalarse en
Gran Bretaña gracias a los
esfuerzos de la izquierda laborista. En 1931 escribid su autobiografía Living my Life
(Vivir mi vida, de la
existe una versión castellana editada por la Fundación Anselmo Lorenzo) que será un
gran éxito editorial internacional. Es una época oscura: "Es extraño el efecto
que tiene el tiempo sobre
las carreras políticas. Hace apenas una generación, muchos conservadores norteamericanos creían que las opiniones de Emma Goldman barrerían con todo. Ahora lucha casi sola por una causa aparentemente perdida; la gran mayoría de los radicales contemporáneos están contra
ella..." escribe el director de
la revista Harper's Magazine, que
sigue publicando sus artículos.
Sin embargo, su espíritu no decae,
"estoy ahora más decidida que
nunca a hacer que mi vida termine
tal como comenzó, en la lucha".
En aquel entonces había escrito, en
una carta dirigida a Berkman, que no era partidaria de que los anarquistas españoles participaran en
las elecciones y rechazaba de plano toda idea de trabajar en común con los comunistas. Pero el 28 de junio de 1936 Berkman se suicidó. Unas semanas más
tarde, le llega a Emma la noticia
de la guerra y la revolución española. Ella cree que de haber sucedido antes, Berkman se habría
reanimado. Su idea es coger el
tren hacia Barcelona, pero las autoridades
británicas le pusieron toda clase de obstáculos. Aún y así, aunque no pudo instalarse en España como
era su deseo, logró arreglar las
cosas para poder efectuar tres largas visitas.
|
En las colectivizaciones de Aragón
Como cualquier ácrata abierta al mundo, Emma
estaba al tanto de la crisis
social española y del papel sobresaliente que jugaba la
CNT, la perla de la corona del anarquista internacional, la última oportunidad para hacer la
revolución que soñaba. De ahí la inmensa alegría que le produjo la nota del
anarquista germano Agustín
Souchy, secretario de la Comisión Anarcosindicalista. Profundamente emocionada, Emma le comunicó a su
sobrina que la carta "contenía una invitación para que fuera a Barcelona. Créeme, mi corazón dio
un salto y el terrible peso
que me oprimía desde la muerte de Sasha desapareció como por arte de magia". Emma llegó a
Barcelona en septiembre de
1936, donde era un mito, y fue recibida con fervor por CNT y FAI, muy especialmente por las compañeras
que acababan de crear "Mujeres Libres". Diez mil militantes
asistieron a un gran
acto, en el que Emma les dijo que eran un "maravilloso ejemplo para el
resto del mundo". Nunca hasta ahora se había encontrado en una ciudad donde dominaban los
anarquistas y existían
perspectivas enormemente gratas: "He venido hacia vosotros como hacia mi propia familia
-declaro-, pues vuestro ideal
ha sido el mío durante
cuarenta y cinco años, y seguirá
siéndolo mientras tenga aliento".
En medio de aquella situación efervescente,
Emma se olvidó de sus dudas y reparos doctrinales, y se dispuso a servir a la causa. Des- ; de la
CNT querían que se encargara del servicio de prensa y propaganda afín en el Reino Unido. A pesar de los problemas del idioma (Emma sabía obviamente inglés y ruso, así como algo de francés, pero también tenía idea de otros idiomas, y no hubo muchos problemas),
los líderes Genetistas trataron
de convencerla, de hacerle
ver los graves problemas que tenían delante para que ella pudiera comprender lo que estaban haciendo.
Incluso la ayudaron a
llegar al frente aragonés a fin de que comprobara personalmente si, tal como le habían dicho, se
habían "militarizado"
las milicias anarquistas. En su edad augusta, Emma se encontró en un lugar de
las trincheras donde sonaban las balas fascistas, y pudo conversar con Buenaventura
Durruti, así como con
"obreros simples y candidos que habían acudido en masa al frente para jugarse el todo por el
todo en aras de la libertad
de España". Regresó del campo de batalla más tranquilizada. No había visto la disciplina de cuartel
que temía. Le quedó una
cierta idea de una lucha llevada a cabo por trabajadores idealistas, de gente como la que describió
George Orwell en su Homenaje
a Cataluña. No obstante, lamentó que aquella revolución, lo mismo que todas en los tiempos
modernos, tuviera que gestarse en una guerra despiadada, aunque le resultó grata la idea de que los anarquistas
tuvieran la fama de ser
los mejores en el campo de batalla. Como en otras tantas ocasiones, la concepción binaria pesó sobre
ella4.
Bajo sus cuatro reglas primordiales sobre la
situación española, Emma
pensaba que la cuestión fundamental de la revolución española radicaba en la
destrucción de un sistema agrario feudal, y visitó cuantas colectividades agrícolas pudo. La impresionó especialmente la situación de Albate de
Cinca, una aldea
colectivizada de la provincia de Huesca. La vasta extensión de tierra que antaño perteneció a un solo
hombre, siempre ausente,
había sido repartida entre los cinco mil residentes del lugar, recibiendo cada
familia una parte proporcional a la cantidad de personas que la integraban.
Aquellas tierras habían permanecido abandonadas durante años, pero ahora, aunque los trabajadores no
contaban con maquinaria moderna, estaban logrando magníficos resultados de una experiencia cuya
descripción parece extraída de la célebre película
de King Vidor, El pan nuestro
de cada día5. Estaban
muy orgullosos de la
trilladora que habían adquirido, así como de su capacidad para cultivar la tierra sin necesidad de tener encima el control de los
antiguos dueños, o de cualquier representante del Estado. Emma no dejó de observar: "Los camaradas de Cinca
consideraban su deber
demostrar la calidad superior del trabajo en común". Su entusiasmo fue todavía mayor al comprobar que no existía nada semejante a la cheka ni indicio alguno de maquinaria estatal. Obviamente, no se percató de que se estaba dando una suerte de "cohabitación"; el Estado no intervino
hasta que pudo hacerlo.
En cuanto a las colectivizaciones de las fábricas, Emma entendía que no había podido seguir un proceso equivalente por el hecho de que la iniciativa obrera estaba siendo obstruida por la oposición del gobierno central, que
se había trasladado de Madrid a Valencia. Por otro lado, la huida de muchos
técnicos y administradores, la
creciente dificultad para obtener
materias primas del exterior y la pérdida de los principales mercados
nacionales y extranjeros, pesaba lo suyo.
Aún y así, en sus anotaciones se
manifestó "asombrada ante la capacidad de aquellos trabajadores a los que se suponía carente de la preparación necesaria". A sus ojos, el Sindicato del
Metal de la CNT constituía un notable
ejemplo. En sólo dos días había
convertido una fábrica de automóviles
en otra de armamento "y cuando
llegué, en septiembre de 1936, ya trabajaban en tres turnos y producían
las únicas armas que durante aquel período
crítico pudieron obtener los leales". Estas y otras anotaciones optimistas son las propias de una
primera visita en la que muestra muy prudente
ante cualquier reprobación en base a los principios libertarios que había
soñado.
Semejante percepción la llevó al
convencimiento de que los anarquistas
en España evitarían el modelo autoritario de los bolcheviques, y que la libertad estaría por encima
de cualquier otro
criterio. Después de sus visitas a los establecimientos colectivizados, llegó a proclamar con ocasión
de una nutrida asamblea de
la juventud de la FAI:
"Vuestra revolución destruirá por siempre jamás (la idea) de que anarquismo significa caos". Esto no quiere decir que no
entendiera que el proceso revolucionario
estaría erizado de dificultades, no olvidaba que "debía hacer frente a un ataque armado".
Ella nunca tuvo las dudas
que albergaron otros anarquistas, y asumía la necesidad de la violencia, por lo que subrayó: "He
sostenido y sigo sosteniendo
que la defensa armada es la única respuesta al ataque fascista y contrarrevolucionario". Por lo
tanto, se negó a condenar
excesos como podían ser la destrucción de las iglesias y su conversión en almacenes. Después de todo, se
pregunta: ¿quién se
atrevería a criticar a un pueblo que, pese a la situación difícil en frentes como los de Madrid y
Zaragoza, enviaba mil delegados
a Barcelona para tratar sobre la enseñanza moderna y los peligros de la centralización? En el
tramo final de este primer
viaje, todavía tuvo ocasión
de conocer de cerca un experimento pedagógico libertario en los Pirineos, sobre el que escribió: "Debo confesar que, prácticamente, tuvieron que subirme por la montaña hasta una altura de cuatro mil pies sobre el nivel del mar. Y si pude llegar fue únicamente gracias a que de un lado me ayudaba el profesor Mawa y del otro,
los hijos del camarada Puig
Elias. Delante nuestro iba
cantando alegremente un grupo
de niños. Nos seguía otro, dirigido
por un camarógrafo. Reconozco que fue una hazaña dificilísima, pero no me la habría perdido por nada del mundo. En la cima de la montaña encontramos una blanca
casita de campesinos y un
pedazo de tierra. Fuimos saludados por un gran banderín donde se leía en grandes letras el nombre
de la colonia: Mon Nou (Mundo
Nuevo). Su credo era: 'Los niños son el mundo nuevo'. Y todos los soñadores son niños;
aquéllos a quienes impulsa la
bondad y la belleza..."
Una solidaridad cuesta arriba
Después de subir una montaña de idealismo
tuvo que bajar a la cima del
"mundo criminal", a una Gran Bretaña instalada en el cinismo en la que un
"honorable" gobierno conservador había logrado imponer a la Francia del Frente
Popular, a los Estados
Unidos del "New Deal", y a otros países como la Rusia estalinista, la política mal llamada de no
intervención. La misma que en
realidad significaba cuanto menos otorgarle una legitimidad equiparable al bando militar-fascista,
lo que permitía a Alemania e
Italia apoyar impunemente la contrarrevolución. Tardíamente, en octubre de
1936, la URSS
comenzó a intervenir no
oficialmente en favor de la
República, sin olvidarse ni por un momento de sus propios intereses
como potencia que trataba
de demostrar a Occidente que temía más a la revolución que nadie. Este apoyo se daba en una
coyuntura histórica en la
que el avance nazi-fascista y el desprestigio de la democracia liberal daban paso a un espejismo
mediante el cual todo lo que
venía de Moscú tenía que ser bueno.
No hay duda de que lo último que quería Stalin
era permitir que en
España avanzara una revolución de signo pluralista y libertario. Es por eso que bajo el manto de una
ayuda que aparecía como
providencial para el pueblo, movieron todas sus piezas para determinar en lo posible la política republicana. En este proyecto se implicó tanto el aparato policiaco-militar ruso como los cuadros más despóticos y siniestros del Komintern estalinizado (Geróe, Stepanov, Marty, Vidali, con Togliatti como el "ojo de Moscú"), sin olvidar al PCE y el PSUC, que se tuvieron que adaptar a un proyecto muy diferente al que habían dado apoyo hasta
entonces6. Dicho en pocas palabras: la revolución española no solamente se tuvo que enfrentar a la contrarrevolución, también,
bajo diferentes formas, tuvo
en contra a todas las grandes potencias.
Desde el punto de vista de
Emma, era de esperar que esta pudiera contar al menos con el apoyo de los sindicalistas y socialistas
del mundo que no estuviesen adscritos a la II o la III Internacional,
entonces en líneas coincidentes.
La apuesta que consideraba la revolución y la
guerra como inseparables se
daba desde la CNT-FAI,
desde el POUM, y también
desde la izquierda socialista, que fue perdiendo base social. La idea de que ganar la guerra
implicaba dejar de lado, o
para más tarde, la revolución, significaba robarle al pueblo el motivo que había motivado las jornadas de
julio del 36, sustraerle la liberación social que había guiado otras guerras
que triunfaron como
revoluciones. Pero lo cierto era que la izquierda con la que Emma Goldman seguía manteniendo sus conexiones, se mostraba desconcertada. Algunos
de sus mejores amigos, como
fue el caso del laborista de izquierda Harold Laski, se apuntaban al "realismo", veían
el Frente Popular como
la expresión de un frente unido que requería aplazar cualquier alternativa
revolucionaria. Algunos incluso llegaron a aceptar la idea estalinista según la
cual los revolucionarios "apuñalaban a la república por la espalda", y no fueron
pocos los que llegaron al
extremo de ligar la revolución con una oscura confabulación fascista. La consecuencia de esta política,
que encajaba perfectamente
con la política de "apaciguamiento" del fascismo, fue a ojos de Emma
el factor que causó la indiferencia del movimiento obrero europeo, y que solamente sectores más o menos significados se implicaran en pasivas campañas de solidaridad que no se oponían a las políticas de
sus respectivos gobiernos.
Nadie, por más proyección que tuviese, podría
haber logrado cambiar la dirección de la corriente
de opinión marcadamente adversa a los anarquistas españoles, claves ante el
espantajo conservador cómplice con el franquismo. No obstante, Emma hizo todo lo que estuvo a su alcance,
y creó una oficina de propaganda de la CNT-FAI, publicando en
inglés un boletín con la finalidad
de combatir la reacción. A tal efecto, inició una prolija campaña de cartas,
algunas de ellas escritas por su
propia mano, y las dirigió al Guardian de Manchester, al Daily Telegraph, al Evening Standard y a otros. Igualmente
publicó artículos en Spain and the World, periódico quincenal. Al mismo
tiempo se dedicó a organizar otras actividades como conciertos, muestras de arte catalán y
exhibiciones cinematográficas.
Contribuyó a crear la
Comisión de Ayuda a Mujeres y Niños Españoles Sin Hogar, de la cual fue "honorable secretaria", y contó con el concurso de diversas
personalidades reconocidas. Posteriormente,
consiguió convencer a Havelock Ellis, el
sexólogo y activista social, a la novelista Rebecca West, con los que había
sido cómplice en diversas campañas, al crítico de arte y ensayista libertario Herbert Read, a
Fenner Brockway y George Orwell, ambos
ligados Labour Independent Party y comprometidos
especialmente con el POUM, para que prestaran su prestigio para formar otra comisión, la Solidaridad Internacional
Antifascista, con la que trató de "revivir" a los ingleses que le parecían "muertos" de
conformismo.
Su entusiasmo no dio en absoluto los
resultados que anhelaba.
Ni que decir tiene que en estas campañas, Emma no se olvidaba de decir lo que pensaba, y el ambiente no
daba para más. Pero por
ella no quedó. En este tiempo, Emma ofreció numerosas conferencias a favor de la actuación
anarcosindicalista hispana.
Una de sus amigas de entonces, la novelista Ethel Manning, que le dedicó una de sus obras, Rosa
roja, la describe
en otra obra suya durante un acto de agitación. Distingue a la oradora como una "anciana baja,
regordeta, de mirada ceñuda,
cabellos grises y gruesos lentes", Emma entró en la repleta sala y se sentó "mirando ferozmente al público". Cuando se puso de pie para hablar, sus partidarios la
aplaudieron, los fascistas
dieron muestras de reprobación, mientras los estalinistas la silbaban y
cantaban La
Internacional. Se oyeron gritos que pedían la intervención de la policía. Pero Emma
anunció rugiendo que ya hacía cincuenta años que
enfrentaba tales tumultos, y que nadie
podía hacerla callar con sus chillidos. Les recordó a gritos que el pueblo
español estaba dando su sangre por
nuestra libertad. Al final del tumulto, los asistentes quedaron
"subyugados por el ataque, y cuando terminó, la aplaudieron con enorme entusiasmo".
El final de una revolución
En sus discursos británicos, Emma insistía en
que el objetivo era la
derrota de Franco así como la supervivencia de la revolución. Pero, para la dirección de la CNT-FAI, lo primero les
obligaba a participar en el gobierno del Frente Popular de Madrid. Después de tomar parte en el gobierno de la Generalitat catalana, en noviembre de 1936, el movimiento anarquista internacional asistió con estupor al nombramiento de cuatro ministros en un Estado que ya -decían- no era el de siempre. En opinión de Emma, peor aún era que aceptaran armas de la URSS, con todo lo que esto significaba. Aunque nunca había
aceptado plenamente la política seguida
por la CNT-FAI,
hasta entonces se las reservó internamente, como si creyese que no tenía derecho ni suficiente base para
hacerlo públicamente. Vino a decir
que esta revisión de los principios del anarquismo era inútil a la par
que peligrosa. Creía que "los comunistas eran
tan grandes enemigos de los anarquistas
como los fascistas y, en la primera
oportunidad, se volverían contra sus amigos para destruirlos". Urgió a los dirigentes
anarquistas a acelerar la revolución,
y a conservar las milicias populares, a recurrir a las huelgas y a otras medidas netamente
revolucionarias. Les advertía que si
aceptaban ser ministros, dejarían de ser hombres útiles; que la "militarización" se oponía totalmente al espíritu. Sus cartas hablan por sí mismas:
--(14
de noviembre de 1936) Las cosas no andan tan bien. Nuestra
gente se las ve en figurillas... A propósito de Rusia, querido, lamento
desilusionarte, Rusia nunca hace nada por generosidad.
--(5
de enero de 1937) El así llamado frente unido pende de
un hilo. Sólo conseguiríamos hacer las cosas más difíciles
para la CNT-FAI
si fuéramos a decir claramente lo que pensamos.
--(4
de mayo de 1937) Bueno, he ocupado mi lugar junto a
los camaradas españoles. No puedo aceptar todo lo que
hacen, pero su valor, su fortaleza y más aún, su apasionada
devoción a la revolución me han decidido a permanecer a su
lado hasta el triste final..."
Como es perceptible, esta última carta
coincide con el inicio de
los acontecimientos de mayo en las calles de Barcelona y de otras ciudades y pueblos de Cataluña. La
situación había cambiado
de signo, ahora la iniciativa correspondía a las autoridades republicanas dentro de las cuales el
comunismo oficial había ido
conquistando parcelas al tiempo que se extendían sus métodos. Algunos ministros anarquistas como
Federica Montseny y Juan
García Oliver se emplearon a fondo para hacer que los obreros abandonaran las barricadas sin
ninguna garantía. Lo que
siguió es conocido: las cárceles se vaciaron de fascistas para ser ocupadas por "trotskistas e
incontrolados". Pero
esto no fue obstáculo para que ella siguiera defendiendo públicamente a los dirigentes de la CNT-FAI, pidiendo solidaridad con la situación en que se encontraban.
A fines de 1937, Mariano Vázquez, el gitano que había
sido escogido como
secretario nacional de la CNT,
solicitó a Emma |que actuara
como delegada de la organización ante una reunión extraordinaria de la AIT, que se celebraba en
París. Entonces, Emma tuvo
que actuar como abogada de la organización. El debate se desarrolló entre aquellos que,
como el veterano Max
Nettlau, estimaban que ya se había criticado demasiado la actuación española, y otros que, como el
ruso exiliado Alexander
Shapiro, pensaban por el contrario que la CNT había cometido numerosos errores, y no entendían que Emma,
que había sido su portaestandarte, los justificara. Ella tuvo que hacer un
esfuerzo especial para no dar rienda suelta a sus dudas, y respondió: "Si no supiera que los
españoles tienen al gobierno
como recurso provisional que pueden arrojar por la borda cuando deseen, si no supiera que el mito
parlamentario jamás los ha engañado ni corrompido, tal vez me alarmaría más el futuro de la CNT-FAI. Pero con
Franco a las puertas de Madrid,
difícilmente podría vituperarlos por elegir el menor de los males, por preferir la participación en el
gobierno antes que la
dictadura, el peor de los males"7.
Emma fue una
inesperada cronista del proceso contra el POUM, del que dejó testimonio en uno de sus últimos
artículos, en el Vanguard
de Nueva York del 7 de febrero de 1939. Este trabajo contenía en parte su profunda aversión
al bolchevismo, que llevó a Emma -al contrario que Gamillo Berneri- a no
distinguir en el "comunismo" diferencias. De esta manera, en medio de los llamados "procesos de Moscú", no dudó en escribir un panfleto contra Trotsky que tenía un
título bastante explícito: Trotsky habla demasiado. Para ella, éste no
había hecho otra cosa que preparar el camino de Stalin y calificó -junto con la CNT- a los "procesos" como un mero ajuste
de cuentas entre "autoritarios". En algún momento de la guerra
española llegó a hablar de
"contrarrevolución marxista" para definir la política estalinista. Así fue hasta que la represión que se abatió sobre el POUM la llevó a tratar a
Andreu Nin y a sus compañeros de "verdaderos bolcheviques". En
el curso del proceso contra el POUM, el
letrado defensor, Vicente Rodríguez
Revilla, evocó su actitud diciendo: "Personalmente, quiero saludar
en nombre de todos los antifascistas a la veterana anarquista Emma Goldman, que puede decirse que ostentaba aquí la representación de enemigos del POUM, pero
amiga de la justicia y del derecho,
quería saber, ver y oír. Se ha sacrificado asistiendo a todos los
debates y para ella será mi gratitud eterna
y la de los procesados".
Dicha actitud
hizo que el órgano del PCF, L'Humanité, efectuara el siguiente comentario: "Emma Goldman,
la famosa anarquista internacional dio sus
impresiones sobre el proceso de los espías
del POUM que, según ella, había sido el más limpio de los que había asistido". En su artículo,
Emma responde: "¡Qué habré hecho
yo para merecer ser citada en un periódico comunista que no sabe
bastante de mi actuación en el movimiento
revolucionario para poder escribir mi nombre correctamente! Quiero, sin embargo, asegurar a los lectores de Vanguard y
a todos nuestros compañeros, que yo no me referí nunca a los procesados del POUM como espías. Lejos de considerarlos tales, estaba convencida de antemano, al volver a Barcelona y empezar el proceso, de que las acusaciones, preparadas por los sátrapas de Stalin
contra ellos, iban de par con las
usadas en Rusia por Stalin contra quienes deseaba ver eliminados. Si
alguna vez hubiese dudado de la inocencia de
los miembros del POUM acusados en este proceso, los hechos ocurridos ante el tribunal durante once días, los testigos de cargo (y los de descargo) me
hubieran convencido de
la falta completa de pruebas con que se encontró el fiscal. De hecho, yo no había presenciado nunca una
falsificación de los hechos tan
cruda y deliberada como la contenida en el sumario. El fiscal por todos los medios trató de
hacer que los acusados admitieran que habían
recibido dinero de Hitler y Mussolini para
extender la propaganda del POUM por España
y en el extranjero. Pero tal pretensión fracasó ruidosamente..."8
El final
Emma asistió
dividida al final de la revolución y de la guerra. De un lado mostró su comprensión por el dilema en el
cual se hallaban los anarquistas hispanos, pero en su fuero interno no
creía que las decisiones de éstos tuvieran justificativo. Es indudable que Emma se dejaba llevar por sus sentimientos cuando defendía públicamente la línea de conducta de los anarquistas
españoles. Como ella misma dijo en una de sus cartas, veía las contradicciones de sus amigos españoles "con los mismos ojos que una madre a su hijo condenado".
creía que las decisiones de éstos tuvieran justificativo. Es indudable que Emma se dejaba llevar por sus sentimientos cuando defendía públicamente la línea de conducta de los anarquistas
españoles. Como ella misma dijo en una de sus cartas, veía las contradicciones de sus amigos españoles "con los mismos ojos que una madre a su hijo condenado".
A otro camarada le
declaró: "En estos
momentos corresponde tanto juzgar a nuestros compañeros como enjuiciar a un
hombre condenado a muerte.
Ahora debemos dejar a un lado todas las teorías y esforzarnos al máximo por ayudar a nuestros
compañeros". Pero en el fondo,
Emma siguió siendo esencialmente rebelde antes que revolucionaria.
En una carta dirigida a una novelista amiga, que
había puesto en duda el valor de las revoluciones cuando las mismas "ahogan el espíritu
creador", le replicó diciendo: "De
algo puedes estar segura: de que si la CNT-FAI llegara verdaderamente a vencer,
llegara realmente a convertirse en la única
fuerza económica y espiritual y, desde esta posición, tratara de
ejercer represión, yo sería la primera en cortar con ellos". En tal caso, se rebelaría contra la propia revolución, ya que si bien su espíritu maternal la inclinaba a
excusar a sus afines, semejante
magnanimidad la había hecho distanciarse
de su
habitual idealismo.
Luego, aunque hacía mucho que tenía el presentimiento que la derrota era inevitable, se sintió abrumada de dolor
cuando, finalmente, sus
compañeros españoles cayeron
vencidos y cerraron de la peor
de las maneras posibles medio siglo de vibrante historia. En un último gesto de apoyo, Emma fue a
Canadá a recoger dinero y
expresiones de simpatía para la causa española, ahora irremisiblemente perdida. El día 27 de junio
de 1939, cuando celebraba su septuagésimo aniversario, recibió en Toronto un mensaje que la conmovió profundamente. Desde el exilio, Mariano Vázquez la saludaba en nombre del
movimiento libertario
español. Su tributo, redactado en un tono algo ampuloso, concluía con estas palabras: "Usted es la
encarnación de la eterna llama del
ideal del cual su vida es ejemplo vivo. Los militantes
españoles la admiran y reverencian como todo anarquista debe admirar y valorar a los seres de gran corazón y perdurable humanidad para con todos los hombres...
La declaramos nuestra madre espiritual".
El evento pasó inadvertido para la mayoría en un mundo más criminal que nunca
inmerso como estaba en una
guerra mundial que convirtió en cosas de niños
la primera. Con todo, algunas de sus amistades consiguieron convencer a la administración Roosevelt para que su cuerpo fuese enterrado en el Cementerio Waldheim
de Chicago, al lado de los mártires
de Haymarket, que tanto habían
influido en las decisiones fundamentales de una larga vida militante que conoció en la guerra española su
último y más complejo combate.
Entre
las obras que tratan sobre la guerra española de Emma Goldman hay que citar la
edición de David Porter, Visión en llamas. Emma Goldman sobre la Revolución española (El
Viejo Topo, Barcelona, 2012); el penúltimo capítulo de su biografía Rebelde en el paraíso (Ed. Americalee, Buenos
Aires, 1960), de Richard Drinon; así como el conocido trabajo de José Peirats en
Ruedo Ibérico con el título de Emma Goldman, la desposada de la anarquía. La
acabó editando
Laia de Barcelona como Emma Goldman. Una anarquista en la tormenta del
siglo), y existe una edición reciente especialmente cuidada, Emma Goldman,
anarquista de dos mundos, la de La Linterna Sorda (Madrid, 2011) con prólogo
de Ignacio C.Soriano. Llama la atención el comentario de Enric Ucelay-Da Cal en la edición de las
memorias de Peirats, donde habla de la "insufrible luchadora", y le
atribuye "un desprecio absoluto por cualquier realidad política" (De
mi paso por la vida, Ed. Flor del
Viento, Barcelona, p, 81).
Aunque reconoce que se trataba de una mujer "sin
duda audaz", no parece que estos sea suficiente para explicar el alcance de su prestigio e influencia. El
historiador norteamericano Howard
Zinn muestra otra percepción en Emma, obra teatral que fue editada por Hiru (2001), estrenada el 12
de marzo de 2009 en el Teatro
Arriaga de Bilbo.
Notas
1. Sobre Most, ver mi artículo Johann Mosty la violencia revolucionaría, aparecido en kaosenlared.net/noticia/johann-most-violencia-revolu-
cionaria
2. Victor Serge, Memoria de un
revolucionario (Ed. Veintisiete Letras, Madrid,
2011, p. 195) Una visión bastante ajustada sobre estos acontecimientos es la de
Paul Avrich, Kronstadt 1921 (Ed. Proyección,
Buenos Aires, s/f). Avrich indica que: a) los ocupantes de la fortaleza no eran anarquistas y querían
unos soviets sin bolcheviques,
justo lo que predicaba por otros motivos la reacción; b) que los blancos deseaban fervientemente su
victoria; c) que los bolcheviques no
tuvieron más remedio que intervenir. Me remito a los artículos sobre la cuestión aparecidos en Kaos. Las aportaciones
de Emma, Dos años en Rusia (Pequeña
Biblioteca, Mallorca, 1978), así
como la de Berkman, tuvieron una considerable influencia en el anarquismo internacional. El capítulo
ruso de Emma está tratado en la
película Reds, y estudiado en la antología de John Reed titulada Rojos y Rojas (El Viejo Topo,
Barcelona, 1999).
4. En su obra, Cine y anarquismo (Gedisa,
Barcelona, 2001), su autor, Richard Portón
se queja justamente del enfoque binario que se suele efectuar sobre el anarquismo,
lo que ilustra con abundantes
ejemplos. Pero no percibe cuando sucede lo contrario; así, ya en la primera página de este libro los actos y
palabras de Emma están por encima de
cualquier duda. Portón asegura que ella y Ferrer i Guardia "extendieron la indivisibilidad de
teoría y práctica a la política sexual, el arte de vanguardia y la
pedagogía radical; ámbitos que los ideólogos
marxistas más rígidos desecharon como mera frivolidad o como epifenómenos supresteructurales", lo cual es una manera de meter el marxismo en un mismo saco, algo
que se repite a lo largo de un libro en el que -no obstante- se reconoce la
vertiente libertaria de diversos cineastas marxistas como Godard, Loach, Petri y otros.
5. El pan nuestro de cada día (Our
Daily Bread, USA, 1934),
fue una de las
películas más "colectivista" del cine del "New Deal", expresión de la parte más libertaria
de su autor. Fue un auténtico hito en la memoria obrera de la España republicana, de ahí
que fuese recomendada con
entusiasmo desde la prensa de la
CNT
6. Desde que marchó de la URSS, el
"comunismo" aparece para Emma
Goldman como una perversión sobre la cual apenas si caben matices, entendiendo que lo que sucederá
desde los procesos de Moscú no es
más que una mera extensión de lo que ya sucedió en Kronstadt y Ucrania. Luego tuvo que defender al POUM y su honor, pero ignoraba los detalles del devenir
estalinista en Cataluña; por ejemplo,
que los grupos que habían compuesto el PSUC
habían formado parte de la
Alianza Obrera, y tomado parte en los hechos de octubre de
1934 que fueron desautorizados por la
CNT catalana dejando sola la "República
socialista asturiana".Sobre la complejidad de esta situación resulta de
interés, entre otras, obras
como la de Josep Puigsech i Farras, Entre Franco y Stalin (El Viejo Topo, Barcelona, 2011).
7. Esas matizaciones de Emma Goldman
resultan un reconocimiento
de las "circunstancias" que condicionaron la actuación de la CNT-FAI, que en ningún
momento aparece cuando se trata del proceso revolucionario ruso, algo por lo demás inherente a la escuela, incluyendo autores de la
talla de Noam Chomsky que habla de la "sociedad creada por Lenin y Trotsky, y moldeada después
por Stalin y sus sucesores", o sea que la historia soviética es producto
de una idea o mejor, de uno señores,
y todas las demás circunstancias desaparecen. La cita completa se puede encontrar en Carlos Taibo, Libertarios (Los
Libros del Lince, Barcelona, 2010, p. 71).
8. Sobre este aspecto también trata
uno de los capítulos de mi libro Un ramo de rosas rojas y una foto (Ed. Laertes, Barcelona, 2009).
(*)
Este texto apareció publicado en El Viejo Topo nº 293, junio 2012 pgs 63-70 con el título de Emma Goldman. El último combate.
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