Pepe Gutiérrez-Álvarez es autor de numerosos artículos y
ensayos – Memorias de un bolchevique andaluz, Retratos poumistas , entre otros-
y usual colaborador de revistas como El Viejo Topo y páginas electrónicas como
Kaos en la red, sinpermiso, Espacio Alternativo o Rebelion. Alma, cuerpo y
espíritu de la
Fundació Andreu Nin, Pepe Gutiérrez está preparando
actualmente el volumen El fantasma de
Trotsky. España, 1916-1940 (editorial Renacimiento).
Sin ningún género de duda, él es una
de las personas más documentadas en nuestro país para hablar sobre Trostky y el
trotskismo, o mejor, como él mismo señala en la conversación, sobre
trotskismos. Y, acaso por encima de todo, Pepe Gutiérrez es un maduro,
intachable e incansable revolucionario, maestro de varias generaciones de
militantes y activistas comunistas (la persona que le ha
entrevistado incluida).(**)
entrevistado incluida).(**)
Empecemos por lo más básico, si te parece. ¿Qué el trotskismo?
En principio, el trotskismo es una
corriente comunista opuesta al estalinismo. Fundada por León Trotsky, líder de la Oposición de Izquierdas
en la URSS, y
más tarde de una corriente internacional enfrentada a la política del “tercer
periodo”, o sea el que corresponde básicamente a la primera mitad de los años
treinta que se distingue básicamente por la colectivización forzosa en la URSS y por un izquierdismo
burocrático que en España recibe la República al grito de “¡Abajo la República burguesa,
vivan los soviets!”. Stalin dictamina que no hay diferencia entre el fascismo y
la socialdemocracia porque son “hermanos gemelos”. La consecuencia más conocida
de esta línea política fue la tragedia del proletariado alemán en 1933-34,
después de la cual Trotsky opta por constituir una nueva internacional. De
todas maneras, el concepto resulta discutible, primero porque fue acuñado por
sus adversarios para oponerlo al “verdadero leninismo” que una vez muerto Lenin
se forja como una “doctrina” y unos “principios”; segundo, porque personifica
un ideario que se remite al marxismo revolucionario en su conjunto.
Actualmente, se hace necesario pluralizar ya que como tal se expresan
corrientes y tradiciones diversas.
Personalmente, a mí me gusta aquello
de Eric Fried: soy marxista de la tendencia je
ne suis pas marxiste. El mismo estudio de la biografía de Trotsky nos
muestra un personaje en movimiento, alguien que hace hipótesis, que rectifica
constantemente.
Un personaje en movimiento que hace hipótesis y rectifica constantemente. ¿No idealizas, no estás construyendo un personaje imposible?
La biografía de Trotsky le sitúa en
la izquierda socialdemócrata desde 1903, en una línea no muy lejana a la que
encarnó Rosa Luxemburgo, desde su liderazgo del soviet de Petrogrado en 1905
esboza las líneas generales de la teoría de la revolución permanente. Hay un
Trotsky que se unifica con el bolchevismo, que atraviesa todas las experiencias
de la época y que emerge junto con Lenin como el teórico de la línea de frente
único que rectifica el primer y segundo congreso de la Internacional, los
congresos de las 21 condiciones y la “línea de ofensiva”. Otro Trotsky que,
desde 1923, desarrolla los planteamiento avanzados por Lenin de que la URSS es un “estado obrero
burocráticamente deformado”, de un Estado que llaman “nuestro” pero “que no es
profundamente extraño y que representa una mezcla de vestigios burgueses y
zaristas” (Lenin), con la crítica a la burocracia, al “socialismo en un solo
país” y que desarrolla los primeros elementos de una crítica sistemática a la
burocracia.
En el tercer exilio, Trotsky
desarrolla un análisis pormenorizado del ascenso nazi, también de lo que luego
se llamará el “fenómeno estaliniano”. Trata de responder a las exigencias de
una nueva crisis revolucionaria en Francia y en España, con mayor acierto y
conocimiento en el primer caso, ensayando diversas propuestas tácticas.
Rectifica los criterios sobre el Estado de la revolución en el “Manifiesto por
un arte revolucionario e independiente”, admitiendo como saludable la crítica y
la pluralidad socialista. La condena interrumpida del estalinismo siempre ha
estado matizada por la teoría del “doble carácter”. Después de una época
“resistencialista” en los sesenta tiene lugar una nueva fase de iniciativa
teórica que liga la tradición con la nueva izquierda, lo mismo que ahora le
vincula con los nuevos movimientos. La imagen cerrada corresponde a ciertas
fases, pero especialmente a las minorías que tienden hacia el esencialismo.
¿Crees que el trotskismo tiene vigencia? ¿Se puede ser trotskista actualmente?
Recuerdo que Enric Tello nos
señalaba el absurdo de seguir llamándose así una vez el estalinismo se había
descompuesto. Pero desde siempre me ha gustado la respuesta que recuerdo haber
leído de muy joven en un número de Acción Comunista. Sí trotskista significa
defender el legado de Trotsky y de la corriente política que irrumpió como
indispensable, la respuesta es sí. Pero si significa defender el legado (o el
“programa”) por encima el tiempo y del espacio, le regalo el epíteto a los que
lo quieran conservar. Mi idea es que los clásicos son tal porque muestran una
enorme capacidad para dar respuestas a las exigencias de un momento histórico
dado. Pero desde luego no son los clásicos los que determinan o prefiguran el
orden de las cosas. Valen en la medida en que ayudan a situarte ante el
presente. Me parece aberrante la presunción de un “programa” que ya tiene la
respuesta a tal o cual cuestión a pesar de todos los cataclismos. Esa
presunción de “autenticidad” me parece una de las patologías de los grupos
situados contra toda realidad o, mejor dicho, con una realidad exclusiva. Hay
una trampa en dicha presunción: no hablan de lo que hacen sino aseguran ante
todo que lo hacen en nombre del clásico al que parecen querer guardar en un
congelador.
Así, dices, los clásicos valen en la
medida en que ayudan a situarse ante el presente. ¿En qué ayuda el pensamiento
de Trotsky en esa tarea?
Daniel Bensaïd habla del “passeur” (el enlace que ayuda a pasar de una frontera a otra), también podríamos decir el puente. Hay un “cierto trotskismo” que ha defendido un legado contra la distorsión burocrática y la banalización socialdemócrata, al tiempo que ha tratado de asimilar las más diversas contribuciones, incluyendo por supuesto las surgidas inicialmente dentro del movimiento comunista oficial y que han acabado rompiendo con dicho movimiento. No tiene una finalidad propia, sino que trata de servir a un proyecto alternativo a la altura de las circunstancias, advirtiendo contra los errores que por una vía u otra llevaron al socialismo al actual “impasse”. Su memoria es la de la revolución del siglo XX, y aporta toda una reflexión crítica sobre toda esta historia, comprendida la propia. Entre otras cosas subraya que el socialismo del siglo XXI será revolucionario y democrático o no será, advierte contra la burocracia y el caudillismo, etc.
Daniel Bensaïd habla del “passeur” (el enlace que ayuda a pasar de una frontera a otra), también podríamos decir el puente. Hay un “cierto trotskismo” que ha defendido un legado contra la distorsión burocrática y la banalización socialdemócrata, al tiempo que ha tratado de asimilar las más diversas contribuciones, incluyendo por supuesto las surgidas inicialmente dentro del movimiento comunista oficial y que han acabado rompiendo con dicho movimiento. No tiene una finalidad propia, sino que trata de servir a un proyecto alternativo a la altura de las circunstancias, advirtiendo contra los errores que por una vía u otra llevaron al socialismo al actual “impasse”. Su memoria es la de la revolución del siglo XX, y aporta toda una reflexión crítica sobre toda esta historia, comprendida la propia. Entre otras cosas subraya que el socialismo del siglo XXI será revolucionario y democrático o no será, advierte contra la burocracia y el caudillismo, etc.
¿Por qué han existido tantas y tantas tendencias políticas que se han reconocido en el legado de Trotsky?
Tiene una explicación histórica.
Durante varias décadas la corriente tuvo que luchar contra condiciones
históricas totalmente adversas, y hasta mediado los años sesenta fueron
tratados poco menos que como apestados. Todavía algunos comunistas, todavía
apegados a las tradiciones estalinianas, hablan de los “trotskistas” como quien
dice “ya se sabe” y subrayan el apartado de la división que ahora ya tienen en
casa.
El proyecto del último Trotsky fue
crear una internacional capaz de dar la vuelta al curso de los acontecimientos,
de anteponer la revolución socialista a una dinámica suicida que llevaba a la
barbarie, o sea a la II
Guerra Mundial. En función de ese proyecto él mismo se
enfrentó contra sus propios partidarios y amigos que entendían que el curso de
la historia no se podía forzar, que no se podía crear una nueva internacional y
enfrentarse con todos. También lo hizo con los que llevaban su propuesta hasta
el extremo de romper con el criterio de defender la URSS en todo lo que esta
significa de oposición al capitalismo. La “hipótesis Zimmervald” -una minoría
reconstruye la internacional y lidera una revolución que cambia el curso
histórico-no se confirmó. Por el contrario, la IV Internacional
a duras penas pudo reconstruirse tras la guerra. Cuando lo hizo a finales de
los cuarenta fue todavía más cuesta arriba. Esto provocó básicamente dos
tendencias opuestas en su seno.
Una que llevaba a la revisión del
legado bien por la derecha -hacia la socialdemocracia de izquierdas- bien hacia
el izquierdismo -“Socialismo o barbarie” sería el más característico-, buscando
nuevas alternativas. Conviene recordar que, desgraciadamente, desde los años
treinta se han visto pasar por delante numerosas alternativas “superadoras” que
conocieron éxitos más o menos efímeros, pero de las que raramente quedan
vestigios.
¿Y la otra tendencia?
La otra tendencia venía ser de signo
opuesto. Se reafirmaba como defensora a ultranza de dicho legado, el “Programa
de Transición” leído en clave de “principios”, de tal manera que rechazaba toda
tentativa de puesta al día, con todos los riesgos obvios en grupos muy
reducidos formados primordialmente por intelectuales. A esto hay que añadirle
las tentaciones caudillistas, la del “gran jefe” que quiere emular a Trotsky
liderando una fracción, a veces la fracción de una fracción. La idea de crear
una nueva fracción “auténtica” que –esta vez sí- acabaría cumpliendo con la
misión encomendada de formar la dirección revolucionaria, se personificó en una
serie de líderes fuertes completamente convencidos de su verdad: G. Munis,
Pierre Lambert, J. Posadas, Nahuel Moreno, con todos sus matices y diferencias,
con todo lo que haya de rescatable en cada caso. Estas tendencias centrífugas
que dedican la mayor parte de su esfuerzo a la lucha contra el “revisionismo”,
se alimentan de la escasa implantación, de la debilidad de una actividad
política con la cabeza caliente y los pies fríos, lo cual no excluye que se
puedan ofrecer positivas aportaciones especialmente en el terreno de la
historia, y sobre todo, ejemplos de militancia. Tres personalidades del
trotskismo internacional como Pierre Broué, Ken Loach y Vanesa Redgrave,
pasaron por grupos que fueron bastante sectarios. Todavía quedan poderosas
secuelas de estas tentativas, baste anotar que en Argentina el número de siglas
sobrepasa la treintena. Aquí ya no se puede hablar del viento de la historia o
de la represión, sino también de patologías propias. Todo esto comenzó a
cambiar con el congreso de reunificación de la IV Internacional,
con la emergencia de la “nueva izquierda”, y se acaba imponiendo lo Daniel
Bensaïd llama “un cierto trotskismo”.
El asunto es arduo y complejo y
remito al libro de Bensaïd Trotskismos (Barcelona, El Viejo Topo, 2007), con
trabajos añadidos de Miguel Romero y de mi mismo.
Hablas del “Programa de Transición”. ¿Qué anuncia, qué defiende este programa?
El “Programa de Transición”, escrito
en 1938, señala la articulación del programa mínimo -reformas, mejoras
parciales- con el programa máximo -la conquista del poder-, con un programa
intermedio en el que se avanzan propuestas de avance hacia un doble poder,
conquistas que no pueden ser integradas. Se trata de un texto vibrante en el
que se resumen los criterios generales que Trotsky considera fundamentales para
el momento, o sea, en unos momentos en el que la proximidad de la II Guerra Mundial
demuestra que el capitalismo había llegado a un callejón sin salida, negando
sus propios avances económicos y las conquistas democráticas. En esta
situación, las condiciones para la revolución socialista más que maduras están
ya putrefactas. Sin embargo, tales análisis están animados por un optimismo
revolucionario que la guerra mundial se encargará de desmentir. La victoria de
los aliados no pasa por ninguna crisis revolucionaria, ni tan siquiera por un
desbordamiento por la izquierda como conoció la socialdemocracia después de la
“Gran Guerra”. La concepción de Trotsky de que, en última estancia, todo
dependía de la vanguardia revolucionaria supone al menos dos contradicciones.
La primera es que la vanguardia no se desarrolla al margen de unas condiciones
históricas rotundamente adversas. La segunda es que carga sobre las espaldas de
los que luchan por ella una responsabilidad totalmente desmesurada, y que en
tantos casos animaría a una fracción a considerar que si no se avanza es porque
no se pone en marcha un programa realmente correcto. El paso siguiente es creer
que con ese programa se avanzaría. Sin embargo, ninguna fracción que haya
apostado por dicha “línea correcta” ha podido superar las dificultades
objetivas, y a la postre, lo que ha contribuido ha sido a “amargar” la historia
de la corriente.
¿En qué ha variado el trotskismo en estos últimos cincuenta años?
Yo creo que a partir de los sesenta
se da un transcrecimiento desde el resistencialismo (una fase en la que la
defensa del legado se efectúa integralmente, con miedo a cuestionarse los
momentos más controvertido de la biografía de Trotsky como la represión de
Kronstadt) hacia una apuesta por un trabajo abierto hacia el sindicalismo de
izquierdas y hacia las “nuevas vanguardias” juveniles, cuya expresión más
conocida será la JCR
antes y durante el mayo del 68, y luego con la emergencia de las Ligas, entre
ellas, la LCR
[Liga Comunista Revolucionaria] española.
En esta apuesta se da también un
esfuerzo muy considerable por abordar desde la tradición marxista los nuevos
fenómenos que siguen a la II
Guerra Mundial, en especial el neocapitalismo, la expansión
de los regímenes burocráticos y el desarrollo de un amplio movimiento
revolucionario “tercermundista” que sobrepasa el cuadro de los partidos obreros
tradicionales. Se puede hablar de un “aggiornamiento” liderado por un amplio
colectivo en el que sobresale la figura de Ernest Mandel cuya obra militante y
teórica, en mi opinión, carece de parangón en el marxismo de las últimas
décadas. Ignorar las aportaciones de Mandel en el terreno del análisis
económico marxista es incapacitarse para comprender una tercera revolución
industrial, la del capitalismo tardío.
Desde la perspectiva actual podemos
decir que este “cierto trotskismo” que algunos han llamado “pablista”, por
Michael Pablo, y que adolece de cierto optimismo revolucionario.
Por lo demás, esto es algo
perfectamente tradicional entre los revolucionarios. Dicho optimismo les llevó
a cometer determinados “pecados” que dieron lugar a grandes debates sobre los
cuales se pueden encontrar algunas pistas en libros de historia recientes, en
memorias como las de Alain Krivine, Livio Maitan, Daniel Bensaïd o Tariq Ali,
la única editada en castellano: Años de luchas en la calle. Pero, por más que
se pueden criticar severamente tales o cuales errores de apreciación, hay que
hacerlo sin olvidar que fueron apuestas llenas de voluntad revolucionaria que
fueron abiertamente criticadas y que estaban hecha desde compromisos muy serios
con las luchas en curso, lo que no siempre se puede decir de algunos de esos
críticos que nunca se equivocan, entre otras cosas porque no arriesgan nada.
Hablabas de la obra de Mandel. Recomienda algo de ella que te parezca esencial para un lector joven.
La obra de Mandel es la propia de
alguien con una cultura enciclopédica que además era un militante de cuerpo
entero, así como un líder sin pretensiones. En su obra existen apartados muy
diferentes, pero sin duda la más importante, en la que es reconocido por gente
de escuelas muy diversas, es en el apartado del análisis económico del
neocapitalismo, especialmente con títulos como el Tratado de economía marxista
y El capitalismo tardío. Afortunadamente, aunque estas obras están
descatalogadas y fueron editadas por ERA de México, el lector interesado podrá
encontrar en la Red
una buena información, numerosos estudios sobre su vida y obra, incluyendo unos
documentales que editó Revolta Global.
¿Existe actualmente alguna internacional trotskista? ¿Cuáles son sus actividades?
Han existido y existen diversas
internacionales de origen trotskista. De hecho, lo primero que trata de hacer
cualquier fracción es crear sus secciones, en muchos casos encerradas con un
solo juguete: su verdad establecida en un círculo cerrado desde el cual se
establecían las críticas y veredictos, y en muchos casos se apoyaban
confrontaciones que dieron lugar a una crisis sin solución de secciones que en
un momento histórico dado tuvieron una gran importancia. Pienso ahora en los
bolivianos o en los norteamericanos.
La Internacional mayoritaria desde siempre es la que
se ha identificado con el Secretariado Unificado que agrupaba a “mandelistas” y
norteamericanos, y que llegó a tener una presencia muy significativa entre los
“izquierdismos” de los años sesenta-setenta. Esta IV Internacional no se
considera como una finalidad en sí misma. No apuesta por un proyecto de
creación de partidos leninistas-trotskistas “auténticos”, o sea, aquellos que
siguen apegados a la fórmula tradicional según su propia comprensión como
corriente, por ejemplo, en el caso de “Lutte Ouvriere” enfatizando sobre todo
el trabajo obrero y los esquemas trotskistas tal como fueron concebidos en los
años treinta. Lo mismo se podría decir de otros grupos que ponen el acento en
la tradición y no en la adecuación a las exigencias de un momento histórico tan
excepcional como el actual, de desplome de la vieja izquierda y del movimiento
obrero tradicional.
Esta pequeña internacional se
considera ni más ni menos que un pilar más de cara a una futura internacional
capaz de dar respuesta a la
Internacional del Capital, la más poderosa con mucho de todas
las internacionales existentes. Expresión de este internacionalismo son la LCR francesa, Sinistra Crítica
en Italia, el sector cuartista del Bloque de Izquierdas portugués, la mayoría
de Solidarités en Suiza, etc, y en ella se reconoce el Espacio Alternativo y
los grupos afines en el Estado Español. Entre sus actividades centrales ha
estado la creación, apoyo e impulso de los diversos Foros Sociales, y el
trabajo actual de coordinación por promover una izquierda anticapitalista con
arraigo de masas, y en oposición abierta a toda gestión neoliberal, cuya punta
de lanza es la LCR
francesa animada por una nueva promoción de cuadros entre los que destaca por
su naturalidad e inteligencia Alain Besancenot.
¿Qué autores trotskista actuales crees que tienen más interés? Ampliando un poco más: ¿qué autores de la tradición marxista-comunista tienen para ti mayor vigencia?
Aquí quizás convendría tener en
cuenta de que la creatividad tiene sus paradojas. Más de una vez se ha dado un
pensamiento fuerte que no ha contado con una inserción social en consonancia.
Gran Bretaña podía ser el mejor ejemplo, con toda la corriente de “cierto
trotskismo”, obviamente heterodoxo, alimentada por Isaac Deustcher y continuado
por una serie de autores de primera línea como Perry Anderson, Robin Blackburn,
el ya citado Tariq Ali. En tanto que en otros casos se ha podido dar una
sección fuerte que, empero, no ha tenido aportaciones teóricas individuales
reconocidas sino que más bien ha contado con aportaciones colectivas de un
cierto nivel, o de un nivel que cuesta más reconocer. En este segundo caso
podrían citarse los casos de España y Portugal, lo cual supongo que no es ajeno
el hecho de la ausencia o ruptura de las tradiciones propias.
Un ejemplo más equilibrado sería en
el caso francés donde aparte del trotskismo, digamos orgánico, también se han
dado numerosos autores en mayor o menor medida deudores del tronco de la Oposición rusa e
internacional. En Francia se cuenta con autores ya clásicos como Daniel Bensaïd
o Michael Lowy, y podríamos extendernos por un variado terreno que moviliza
autores, revistas, periódicos y editoriales de prestigio. En los
sesenta-setenta esto pasó en gran medida por un personaje como François
Maspero, y que aquí, en España, llegó a representar, aunque mucho más
modestamente, editoriales como Fontamara.
Este enorme potencial teórico que
llevaba a las otras corrientes a gastar cierta broma sobre lo “paliza” que
éramos, denota una pasión cultural enorme que, además, es la que ha permitido y
permite que un militante de la corriente goce de un nivel de formación con unas
exigencias que resultan extrañas en los grupos y partidos comunistas forjados
en la tradición estalinista con su entramado de “aparatchiks” y en los que el
congreso sustituye a la base, el CC al Congreso, el Buró Político al CC, y el
secretario general domina y dictamina por encima del BP. O sea, por esa lógica
sustituyente que Trotsky denunció en 1903, y que sería superada por la realidad
con la victoria de la escuela estaliniana tan bien representada en nuestra
historia por el PCE, así como por los diversos grupos maoístas en los que la
dirección lo era todo y la base nada.
Sin duda, este aspecto, otorgar una gran importancia a la formación desde abajo, es una de las mayores características de la corriente y una muestra de ello es la riqueza de revistas como Comunismo, el órgano de la Izquierda Comunista Española de Nin y Andrade que es un hito en la historia del marxismo hispano, con una poderosa influencia en la izquierda socialista y en toda América Latina.
Sin duda, este aspecto, otorgar una gran importancia a la formación desde abajo, es una de las mayores características de la corriente y una muestra de ello es la riqueza de revistas como Comunismo, el órgano de la Izquierda Comunista Española de Nin y Andrade que es un hito en la historia del marxismo hispano, con una poderosa influencia en la izquierda socialista y en toda América Latina.
¿Qué recomendarías especialmente, si tuvieras que elegir, de la obra de Trotsky?
Creo que la obra de Trotsky, como la
de todo gran clásico, es inabarcable. Con una vida no tendrías suficiente para
estudiarla, y eso es lo que ha hecho Pierre Broué. Así pues, más que tal o cual
obra, yo recomendaría una buena biografía. El Trotsky de Broué se está gestando
como proyecto, la trilogía de Deustcher es una obra maestra literariamente,
liberada del “complejo de Cordelia” que todavía pesa sobre Broué, pionero sin
duda y quizás, por lo mismo, con importantes deficiencias historiográfica.
Revolta tiene “colgado” en el apartado de formación de su Web, el denso y
magistral ensayo de Ernest Mandel, El pensamiento de Trotsky
¿Del propio Trotsky?
Si me pides títulos: Mi vida e
Historia de la revolución rusa fueron lecturas tan entusiastas como la lectura
de grandes obras de la narrativa popular. Otro punto de interés es combinar la
riqueza cultural con estilos literarios muy asequibles. Deustcher es para mí un
magnifico ejemplo de ello.
En tu opinión, ¿el POUM fue un partido trotskista? ¿Por qué?
Esta es una discusión enrarecida que
podía responder en términos muy parecidos al de una pregunta anterior. Si al
decir “trotskista” se quiere decir “de obediencia”, pues no, el POUM era un
partido revolucionario con diversas corrientes en la que los trotskistas
discrepantes con Trotsky tuvieron un peso importante. Pero si entendemos como
tal lo que entendía el estalinismo, entonces lo era. El POUM no solamente dio
la cara por Trotsky y por los bolchevique que estaban siendo masacrados en
Moscú, es que en su ideario también figuraban algunos criterios básicos
inherentes al trotskismo. Entre ellos, la idea de que la clase obrera tenía que
hacer la revolución democrática de paso que comenzaba la socialista; denunciaba
el curso burocrático de la URSS
contar el cual apostaba por la “democracia obrera”.
En mi opinión, hay algunos capítulos
de la biografía de Trotsky que han ser duramente criticadas: uno es el que
sigue al final de la guerra civil rusa, otro es el que lleva a dictaminar una
línea política en lugares como España sobre los cuales carecía de conocimientos
básicos. Trotsky nunca se enteró de la evolución hacia posiciones comunistas de
izquierdas de Maurín desde 1933, ni supo del papel del BOC [Bloc Obrrer i
Camperol] en el impulso de la
Alianza Obrera, ni tuvo conocimiento veraz de lo que 1934
significó en el curso de la crisis social española. Sobre esta cuestión me he
extendido en mi libro Retratos poumistas, y será motivo de otro próximo
titulado El fantasma de Trotsky. España, 1916-1940 previsto para la colección
“España en armas” de la misma editorial Renacimiento que editó los Retratos.
Haznos un apretado resumen de El fantasma…
Se trata de un ensayo en el que
trato de situar la presencia del trotskismo en la historia social española, y
en el que trato de establecer hasta que punto Trotsky realizó aportaciones de
valor, pero también hasta que punto se equivocó anteponiendo “la vista de
pájaro” al análisis concreto de los hechos concretos.
¿Qué opinión te merecen la obra de Nin y Maurín? ¿Crees que son los dos grandes teóricos del marxismo español y catalán?
Sin la menor duda. Cierto es que,
como diría Marx, en una país llano cualquier montículo puede parecer una
montaña, y que Nin y Maurín fueron dos grandes revolucionarios que tuvieron que
componer una tradición que no existía. No olvidemos que, como señaló muy
acertadamente Perry Anderson, la principal característica de nuestro movimiento
obrero fue la falta de correspondencia entre, por un lado, una base social
compuesta por una militancia autodidacta, voluntariosa y enérgica, y una
penuria de pensamiento teórico por otro. En algunos casos, esa dicotomía
resulta francamente trágica como en el caso del anarcosindicalismo que apenas
si se planteó antes del 36 si el fascismo era algo diferente a otras formas de
dominación burguesa. La tradición previa al POUM apenas si nos da para los
casos de Jaime Vera y García Quejido. Nin y Maurín se formaron en el ámbito de
la línea general de política de frente único que representaron el tercer y el
cuarto congreso de la Internacional Comunista, y en el rico universo
que acompaña el nacimiento de ésta. Eran muy jóvenes a principios de los años
veinte, y tuvieron que improvisar a contracorriente del curso burocrático que
tan bien ejemplifican el trío Bullejos-Trilla-Adame en el PCE. Se puede decir
que su obra empieza a madurar desde 1933, sobre todo con la experiencia de la Alianza Obrera, de
la que fueron los principales teóricos, sobre todo Maurín que además era un
gran organizador.
En un principio, la Fundació Andreu
Nin (FAN) tendría que haber sido de Nin-Maurín, pero pesaron viejas querellas,
y apenas si empezábamos a superar la que ambos tuvieron con Trotsky. Con todo, la FAN está realizando, en lo
fundamental, una labor de recuperación que se amplia a todo el campo
poumista-trotskista, al tiempo que trata de asumir el pluralismo socialista más
abierto. Presidida por el veterano Wilebaldo Solano, la FAN agrupa a militancias
diversas identificada en lo fundamental con el legado del POUM, tiene una
página Web en castellano, y ahora otra más en catalán (www.labatalla.info), auspicia ediciones de
todo tipo, entre ellas el Comunistas contra Stalin, de Pierre Broué, organiza
todo tipo de presentaciones de libros, seminarios, debates, trata de agrupar a
estudiosos y voluntarios de todas partes del Estado, colabora con entidades
similares del estado o del extranjero, etcétera.
¿Por qué los grupos trotskistas suelen ser tan críticos, hasta la extenuación y acaso el aburrimiento y la ceguera, con los partidos comunistas, digamos, ortodoxos?
Creo que algo tiene que ver con el
proyecto de “solución final” que Stalin de aplicar contra el “trotskismo”, el
que llevó a cabo en la URSS,
y que trató de extender fuera de la
URSS en España, y en otros lugares. Todavía en los años
sesenta quedan comunistas oficiales que se plantean acabar con el
“hitlerotrotskismo” o la “quinta columna” por métodos expeditivos, y de ello
hay constancia en el Partido Comunista Italiano de la época de Togliatti -Livio
Maitán me explicó una vez como Togliatti le contó que unos camaradas se habían
brindado para matarlo- y según he podido saber por un antiguo militante que
creo de confianza, y que cuenta que fue testigo, también en el PSUC, donde
todavía a principios de los años setenta se planeó la cuestión. Gregorio López
Raimundo respondió severamente que eso ya no tocaba.
Pero las cosas han cambiado y mucho.
Aunque todo comienza a cambiar desde
entonces, todavía quedan reflejos muy fuertes. Valga como ejemplo la apología
que Higini Polo realiza del gobierno de Negrín y del PCE-PSUC en uno de los
últimos números de El Viejo Topo, sin dedicar al caso de Nin y del POUM ni una
mera nota a pie de página. Es el caso de diversos historiadores como Antonio
Elorza, Ángel Viñas o Ferran Gallego, como sí se hubiera tratado de un
incidente sin importancia o de una importancia exagerada. Sin estar de acuerdo,
encuentro muy distinta la actitud de alguien como Gabriel Jackson que, al
tiempo que denuncia sin ambages la represión antipoumista, entiende desde su
punto de vista que Negrín no tuvo más remedio que convenir la ingerencia de la
policía estalinista.
Por otro lado, tal como hemos explicado diversos trabajos, el estalinismo tenía un doble carácter, mantuvo y expansionó la URSS que, con todo, era un baluarte contar el imperialismo, pero también era, al mismo tiempo, un cómplice con el imperialismo desde el momento que antepone sus propios intereses a cualquier opción revolucionaria. China y Yugoslavia tuvieron que hacer sus revolucione en contra del parecer de Stalin, y es que, paradójicamente, la URSS del “socialismo en un sólo país” fue, en los hechos el “socialismo en ningún otro país”. Todo esto está argumentando ampliamente no solamente por el trotskismo sino también por otras disidencias y corrientes, con las que no compartimos el anticomunismo. A pesar de todo esto, la IV Internacional se ha mantenido en la línea de defensa de la URSS y del frente único, lo que provocó no pocos debates y no pocas rupturas.
Por otro lado, tal como hemos explicado diversos trabajos, el estalinismo tenía un doble carácter, mantuvo y expansionó la URSS que, con todo, era un baluarte contar el imperialismo, pero también era, al mismo tiempo, un cómplice con el imperialismo desde el momento que antepone sus propios intereses a cualquier opción revolucionaria. China y Yugoslavia tuvieron que hacer sus revolucione en contra del parecer de Stalin, y es que, paradójicamente, la URSS del “socialismo en un sólo país” fue, en los hechos el “socialismo en ningún otro país”. Todo esto está argumentando ampliamente no solamente por el trotskismo sino también por otras disidencias y corrientes, con las que no compartimos el anticomunismo. A pesar de todo esto, la IV Internacional se ha mantenido en la línea de defensa de la URSS y del frente único, lo que provocó no pocos debates y no pocas rupturas.
Hasta ahora, se entendía que
cualquier recomposición de los movimientos, pasaba por los partidos comunistas.
En los últimos años, después de la descomposición generalizada que han sufrido
no ya estos partidos sino también variantes de izquierdas como la de Bertinotti
en Italia, se nos plantea una situación nueva. Más precaria obviamente, pero
también más esperanzadora para superar deformaciones burocráticas como las que
han convertido a Comisiones Obreras en algo muy diferente a lo que fue contra
el franquismo, un fenómeno que por vía de “promoción” sindical ha acabado
“colocando” a buena parte de la militancia obrera comunista, lo mismo que por
la vía de los ayuntamientos harían otros cuadros. No olvidaré nunca que una de
las reivindicaciones planteadas por Santiago Carrillo a principio de los
ochenta fue que mucha gente que había luchado se había quedado fuera del
pesebre.
¿Ha habido alguna revolución hasta la fecha en la que alguna organización trotskista haya jugado algún papel destacado, determinante?
El trotskismo se considera parte
central de la revolución rusa, la corriente que más ha luchado por su defensa,
por su estudio, y por su extensión. También tomó parte en numerosos procesos
revolucionarios, y podemos presumir que los errores nunca nos cambiaron de la
barricada en la que estaban los trabajadores, fuese en mayo del 37 en
Barcelona, fuese en Praga en agosto del 68 que fue invadida según Breznev para
acabar con una “infiltración trotskista” que apenas sí contaba con una célula,
y que sí había tenido una importancia lo había sido a través del surrealismo
antes que del “socialismo real”. Claro que para Breznev, “trotskismo” podía ser
todo planteamiento democrático del comunismo.
Continúa, hablábamos del papel del trotskismo.
Más que determinante, tuvo un papel
importante en la resistencia griega, en la revolución boliviana de 1952-1953, y
por supuesto, en el mayo del 68 donde la
JCR fue el grupo quizás más minoritario (no eran más de 300),
y de todos, son los trotskistas que todavía siguen levantando la bandera,
aunque se trate de una bandera dividida. En otros casos, se han tratado de
grupos que han advertido de lo que venía, como en Chile en 1973, donde existía
un grupo que tenía cierto peso en la izquierda socialista o con la Liga Socialista
Revolucionaria en la Portugal
de la “revolución de los claveles” y en la que el propio Mandel fue recibido
por algunos mandos militares que creían que había que hacer una revolución
social. Sin embargo, en ninguno de esos existía una capacidad real de incidir
en el curso de los acontecimientos.
Tampoco la hubo en España más allá de incidir en sectores más o menos amplios de la juventud y del movimiento obrero.
Tampoco la hubo en España más allá de incidir en sectores más o menos amplios de la juventud y del movimiento obrero.
El trotskismo ha acusado al estalinismo, entre otras cosas, de fuerte autoritarismo. Pero, ¿no fue acaso Trotsky un conductor de hierro del Ejército Rojo?
Se trata de planetas muy diferentes.
En la guerra civil rusa se trataba de ellos o nosotros, y a Trotsky no le
tembló el pulso en momentos especialmente cruentos. Por ejemplo, fusilando
rehenes para evitar deserciones. Pero cuando dicha necesidad no se planea, su
actuación es otra, y según cuenta Broué, por más que se ha buscado en los archivos,
no se ha encontrado el menor vestigio de que Trotsky se saliera de estas
reglas. Antes al contrario. Eso no tiene nada que ver con el exterminio
sistemático por medios policíacos de toda disidencia, exterminio que venía
precedido por una campaña sistemática de linchamiento moral según la cual
Trotsky cenaba todo los días con Hitler y Nin lo hacía con Franco. Yo no
llamaría eso “autoritarismo” sino exterminismo. Por otro lado, Trotsky y con él
Rakovski, Serge, etc, nunca olvidaron de situar dicho exterminismo en su
contexto. La revolución rusa se agotó en la guerra civil, sobrevivió al borde
del abismo. En ese abismo tuvo lugar una reacción en la que el Estado se
convirtió en el único órgano realmente vivo. Stalin expresó mejor que nadie ese
proceso, y lo revistió de una legitimidad bolchevique escolástica de la cual
pasó a ser el único intérprete autorizado.
Visto en perspectiva, se debería
decir que si el trotskismo pecó de algo es que a veces se quedó corto en sus
denuncias. Cuando Nin regresó de la
URSS, y dio sus primeras charlas en los Ateneos de Barcelona,
Madrid y Gijón, el consejo de sus propios camaradas fue que moderara sus
críticas. Igual le sucedió a Víctor Serge cinco años después. Todavía en los
setenta la crítica al curso estalinista era visto por muchos como una manera de
dar munición al enemigo. Creo que la mayor munición se la daba los atropellos
burocráticos que acabaran cercenando la base social de estos regímenes, caídos
sin la menor oposición social digna de mención.
Conceptos clásicos de la tradición como revolución permanente, gobierno obrero, revolución mundial o afines, ¿siguen teniendo vigencia política en tu opinión?
En la actual coyuntura histórica de
desplome de la vieja izquierda (comunismo oficial, socialdemocracia, tercermundismo,
etc), e inmersos todavía en las consecuencias de la mayor victoria reaccionaria
que recuerdan los siglos, estos conceptos parecen en desuso. Uno de los
aspectos más ostensibles de la victoria reaccionaria que se reedita en
tradiciones conservadoras y religiosas de siempre, es que ha conseguido que el
lenguaje habitual de la izquierda militante parezca arcaico, anacrónico. Sin
embargo, estamos asistiendo a una recuperación de ese lenguaje, de la misma
expresión “lucha de clases” que ha seguido. ¡Y tanto que ha seguido! La única
diferencia es que se ha llevado desde arriba contra los de abajo. Pero ese
ciclo ya ha iniciado su fase de descrédito y también está dando lugar a las
primeras recomposiciones. Habrá que renovar el léxico, pero lo cierto es que
estamos viviendo un tempo histórico en el que el reformismo ha desaparecido, se
ha quedado sin margen, y por lo tanto, todo reformista consecuente tendrá que
ser al mismo tiempo un revolucionario. A mí me gusta mucho aquella anécdota del
comienzo de la revolución cubana según la cual Fidel preguntó al pueblo si
quería el socialismo y éste respondió que no. Pero luego les preguntó, pero
queréis la reforma agraria, la municipalización, etc, etc, y entonces todos,
unánimemente, dijeron sí, sí.
Creo que esas palabras siguen
teniendo sentido, pero a mi me parece más inteligente buscar otras que digan
igualmente lo que realmente queremos. Aquí está casi todo por hacer, pero
pienso que es muy importante recuperar la capacidad de ofrecer consignas que
tengan la virtud de ser asequibles al pueblo, y que sinteticen claramente las
contradicciones del sistema. Por ejemplo, esa de la Liga francesa que dice
“nuestras vidas son más importantes que vuestros beneficios”.
¿Qué está vivo y que está muerto, en tu opinión, del legado de Trotsky y del trotskismo?
Trotsky y el trotskismo no se
entienden sino como parte de un legado muy amplio en el que yo no excluiría
ninguna sensibilidad, siempre que resultara coherente con los fines
emancipadores. El trotskismo nunca estuvo solo, ni tan siquiera en los años de
mayor incomprensión, contaron con otros socialistas o con expresiones
artísticas como el surrealismo. Siempre tuve claro que prefería la convergencia
con gente abierta y luchadora de otras escuelas que “trotskistas” imbuidos en
la “verdad absoluta” de su fracción. El trotskismo representa una parte
incuestionable de la conciencia crítica del siglo XX, la que más radicalmente
se opuso al estalinismo y al reformismo. Está vivo todo el legado crítico,
abierto, estará muerto todo lo que se ha mostrado como la parte oscura de ese
legado, en particular cierto sectarismo.
Su contribución es inexcusable para
hacernos un mapa de la revolución del siglo XX, y en ese mapa quedan muchas
cosas por discutir algunas de las cuales fueron enjuiciadas por el propio
Trotsky como cierto veneno muy bolchevique, producto en parte de los “malos
rollos” del exilio. Toda esa historia entre Lenin y Trotsky en el exilio, tan
propia de la época, y con la que según se diría de Lenin, trataban de dibujar
un elefante para demostrar que te has equivocado en tal o cual cuestión. Hay
que romper con esa tradición de la malevolencia a la hora de dirimir las
divergencias políticas. Tenemos que aprender a subrayar lo que nos une contra
el sistema y tratar amigablemente lo que nos puede separar. Asumir que la
pluralidad es parte de la vida, y aceptarla como algo positivo y no como una
“desviación”.
Estamos, pues, decías, en circunstancias muy distintas.
Tenemos que partir de unas
circunstancias muy distintas y en el balance de todo el historial
revolucionario nos encontramos con un guerracivilismo en el interior del
movimiento obrero desde los tiempos de la AIT, especialmente trágico en el caso español,
una guerra que el estalinismo exacerbó pero no fue el único, ni mucho menos.
Sería muy prolijo explicar aquí lo que yo creo válido todavía: el estudio constante para unir ciencia y movimiento, el desprecio por la burocracia y los despachos, la capacidad de debatir y de aprender de los adversarios, la democracia de base, la conciencia que ser revolucionario significa ser feminista, ecologista, etc, etc.
Sería muy prolijo explicar aquí lo que yo creo válido todavía: el estudio constante para unir ciencia y movimiento, el desprecio por la burocracia y los despachos, la capacidad de debatir y de aprender de los adversarios, la democracia de base, la conciencia que ser revolucionario significa ser feminista, ecologista, etc, etc.
¿No está el trotskismo demasiado centrado en su lucha contra el
estalinismo? Se podría argüir: de
acuerdo, tenéis razón., pero es historia, lo que señaláis es historia. Hoy, en
general, nadie se identifica con el estalinismo, que fue -como decía un clásico
nuestro que por cierto fue amigo tuyo y que te apreciaba y admiraba mucho- una
dictadura no del proletariado sino contra el proletariado.
Los trotskistas fueron los comunistas
que lucharon contra el estalinismo. En ese combate, defendieron una historia,
pero sobre todo desarrollaron propuestas nuevas en parte siguiendo una
tradición, pero en parte también rectificándola. El estalinismo no es solo
historia, aunque tiene una presencia ya testimonial en Occidente, sigue pesando
también como tradición. No han faltado autores, Daniel Bensaïd, por ejemplo,
que han caracterizado como “estalinistas” algunas corrientes provenientes del
trotskismo, y algo de ello hay en las lideradas por Pierre Lambert y Nahuel
Moreno. No solamente fue una dictadura contra el proletariado al tiempo que era
también algo opuesto al imperialismo. También acuñó toda una serie de normas y
hábitos que siguen pesando.
En todo caso, estaría de acuerdo en considerar
que lo que más importa ahora es abrir nuevas vías y no tanto recordar el
pasado.
¿Puedes darme un concepto razonable de comunismo que sea hoy vindicable?
El comunismo no es más que expresión
de una finalidad y de una opción radical. Actualmente, lo más importante es
colocar los escalones organizativos a todos los niveles, a partir de los cuales
se pueda hacer oposición de verdad, y retomar la iniciativa en la lucha de
clases. Todo lo que ayude a ello lo podemos llamar comunismo si creemos que este
representa una tradición que, con todos los peros que se quiera, representó el
mayor desafío que los amos del mundo hayan conocido en toda su historia.
En mi opinión, los criterios
marxistas sobre la meta final eran hipótesis, pero fueron avanzadas con mucha
preocupación y con la advertencia que no había que prejuzgar algo que tiene que
realizarse libremente. Creo que se trata de defender una sociedad lo más justa
posible que se realiza lo más abierta y creativamente posible según sus propias
exigencias…
Por lo demás, ¿no crees que la, digamos, cara negra de la tradición comunista dificulta hasta lo imposible la vindicación de la finalidad a la que referías?
Creo firmemente que no se puede
hablar de comunismo con la cabeza alta sin ajustar las cuentas con todos los
horrores cometidos en su nombre en la
Rusia de Stalin, en la Hungría de Rakosi y Geröe, en la China del último Mao, etc.
Todo esto pesa, porque fueron horrores, y naturalmente, porque la derecha los
utiliza. Saben cuáles son los puntos flacos del enemigo, y como cuenta Vicenç
Navarro, no se puede hablar con la derecha de la guerra española sin que saquen
inmediatamente a colación el estalinismo.
Con todo, me remito al debate que en
su momento llevó la LCR
francesa. Como se ha comprobado, las siglas altisonantes no tienen por qué
resultar un obstáculo, siempre que se actúe con alteza de miras. Se trata de
aclarar en todo momento que en nombre del comunismo se perpetraron muchos
crímenes, al igual que en nombre de Cristo, de la libertad o de la democracia,
una cuestión que se suele olvidar.
De todas maneras, creo que en la historia que nos precede existió un cierto culto a las “esencias”, a las proclamaciones, cuando lo importante será siempre lo que se hace.
De todas maneras, creo que en la historia que nos precede existió un cierto culto a las “esencias”, a las proclamaciones, cuando lo importante será siempre lo que se hace.
¿Qué opinión te merecen los actuales cambios en Cuba?
No estoy muy al tanto de la
situación cubana, aunque está claro que Cuba sigue ahí, un cuarto de siglo
después del inicio de la descomposición del “socialismo real”; que, además, ha
llegado Venezuela, y que, por lo tanto, hay que superar el complejo de muralla
cerrada tan del gusto de los funcionarios y apostar por el mayor grado de
libertades posible para el pueblo.
¿China es una sociedad de la que podamos contemplar algo sin ira?
Pues todo lo que sea la memoria de
la revolución, y de las conquistas que comportó. Creo que la evolución de
China, como la de otros países del antiguo “mundo socialista”, responde a unas
expectativas que corresponde a los espejismos del “no hay alternativas” al Dios
Mercado. Ese ciclo ya está –repito- en abierta crisis. En China también.
La esperanza de la revolución mundial, ¿reside en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia?
En gran medida sí porque, con todas
las limitaciones y contradicciones que se quieran, representan una primera
negación al prepotente axioma conservador de “No hay alternativas”. Demuestran
que las hay, y las habrá. Aunque como sucedió en el siglo XX, el papel de los
movimientos sociales en los países económicamente más avanzados, será crucial.
Creo que no hay que perder de vista lo que se está moviendo en los Estados
Unidos o en Francia. Después de haber vivido muy dolorosamente las dos últimas
décadas del siglo pasado, creo que existen motivos sobrados para crear que se
está restituyendo el principio esperanza.
Principio esperanza. Qué hermoso final. Pero déjame rematar con una cuestión biográfica y cuatro preguntas que, seguramente, me exigiría formular el lector atento. ¿Por qué te hiciste trotskista?
Me “convertí” partiendo de una
desconfianza hacia al URSS y el PCE inoculada por mi padre político anarquista,
pero también por cosas que me legaban desde la misma experiencia personal,
incluyendo el cine que fue mi verdadera escuela. Comencé a estudiar historia y
literatura siguiendo una cierta metodología que luego me sirvió a la hora de
estudiar el socialismo. Mi tutor me remarcaba que tratara de conocerlas todas,
y que cuando optara, lo hiciera “con pleno conocimiento de causa”. Ya tenía una
cierta predisposición libertaria cuando me invitaron a un seminario sobre
historia de las internacionales impartido por Alfons Barceló, entonces
militante de Acción Comunista. Como era mi costumbre, antes de cada clase, me
leía todo lo que me recomendaban y algo más. Al llegar a la Tercera internacional, que
se dio en dos partes, el tiempo de Lenin y el tiempo de Stalin, yo ya había
leído en catalán el Stalin, de Isaac Deustcher. Don Isaac me fascinó. Al final
acabé dando la última clase que trató de la IV Internacional.
Eso sucedió en 1966.
¿Sigues pensando que la actuación del PSUC en Mayo de 1937 fue una actuación contrarrevolucionaria y que la posición política del POUM era razonable y no una simple ensoñación, políticamente muy desinformada?
Estoy bastante de acuerdo con lo
escribe Irene Falcón cuando dice en sus memorias que después de los
“trotskistas”, la principales víctimas del estalinismo fueron los propios
comunistas, totalmente enajenados por la mitificación ideológica que les
inoculaba el estalinismo con su estructura tan arquetípica del partido, la
doctrina, la URSS
“que sabía muy bien lo que hacía”, según declara Neus Catalá en el documental
Operació Nikolai. Una de las cosas más terribles y paradójicas del estalinismo
es que arrastró a mucha gente que era revolucionaria de verdad, pero que
“creía” en la URSS.
Creo que nunca hubo un PSUC sino
varios, y que una parte se apuntó porque era el partido del orden republicano,
pero había otra parte que creía aquello de antes la guerra, luego la revolución
(etapismo que no era cierto según “dejó bien claro” José Díaz). Los hechos de
mayo partieron de la misma base proletaria que había hecho una revolución por
abajo en julio del 36 y el POUM apostó por ella porque era su propia base
social. Sin embargo, era consciente que se trataba de un epílogo y no de un
nuevo comienzo. Acertó cuando trato de llegar a un compromiso con garantías y
se equivocó cuando cedió ante la
CNT y dijo que había sido una victoria.
La segunda. ¿Qué piensas de la crisis de Izquierda Unida? ¿Hay que refundarla? ¿Qué papel debería desempeñar el trotskismo en ello?
Sobre esta cuestión ya existe una
definición negativa por el Espacio federal. Yo creo que esa fase ha acabado. Lo
que tenga que surgir será sobre nuevas bases. Las que yo considero básicas. La
primera no gestionar el neoliberalismo bajo ningún concepto. La segunda,
apostar por una reconstrucción de los movimientos sobre bases radicales.
Los “trotskistas” deberán apostar fuerte por una nueva vía, entendiendo que “lo correcto” no se da por las definiciones doctrinarias sino por la práctica y los hechos.
Los “trotskistas” deberán apostar fuerte por una nueva vía, entendiendo que “lo correcto” no se da por las definiciones doctrinarias sino por la práctica y los hechos.
La tercera. Tú mismo me refutas pero pregunto igualmente: ¿no es el trotskismo actualmente un asunto de intelectuales situados con escasísima influencia social obrera y popular?
Ahora lo es quizás menos que nunca.
En cuanto a la influencia, podemos hablar de Francia, Portugal o Suiza. Estamos
en puertas de tiempos nuevos en los que el pensamiento y la acción deben de ir
de la mano más que nunca ya que nos enfrentamos a una situación especialmente
ardua y difícil en la que no hay espacio para ningún reformismo…
Apelo, para finalizar, a tu documentada arista de crítico cinematográfico. ¿Te sigue interesando el cine de Ken Loach? ¿Se sigue manteniendo “Tierra y Libertad”?
Ken Loach es por excelencia el
“cineasta de la clase obrera” y el autor de la mayor contribución fílmica al
frente del rechazo del neoliberalismo. Sí bien cinematográficamente yo prefiero
con mucho a John Ford, y esta película que citas no es de las mejores de las
suyas, resulta un fenómeno extrafílmico que contribuyó de manera muy poderosa
en la creación de un movimiento de recuperación de la “memoria histórica”, en
especial de su corriente revolucionaria. Por lo tanto, sigue siendo una
película necesaria, y dado que puede ser olvidada por las generaciones más
recientes, la FAN
se ha empeñado en hacer lo posible porque siga siendo vista y estudiada.
(*) Entrevista a Pepe
Gutiérrez-Álvarez. Domingo 13 de julio de 2008, apareció primero en “Rebelión”
y más tarde difundida por diversas páginas alternativas. Fue una muestra de
amista de Salvador con el que he colaborado en no pocas empresas, por ejemplo
en “El Viejo Topo”. A pesar de matices y diferencias (el “hecho nacional”
catalán es uno), considero a Salvador una de las personas más íntegras,
entregada y preparada del panorama cultural de la izquierda militante.
(**) No comparto con Salvador el
ejercicio del elogio, y me siento extraño ante lo que suele dispensar. De no
ser porque no tengo la menor duda de su honestidad, la mía sería una reacción “mosqueada”.
En mi cultura, este ejercicio se suele hacer más bien tacañamente y en compañía
de algún toque de ironía. Así, yo podría decir cosas mayores sobre él, pero me
costaría mucho hacerlo más allá de una situación concreta: por ejemplo ante una
descalificación. Claro que de ser sincero, en el fondo a nadie le amargan estas
cosas. Sobre todo sí vienes de una rancia tradición acomplejada.
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