Entrevista
sobre Manuel Sacristán
Salvador
López Arnal (Octubre- Noviembre 2006)
Pepe Gutiérrez-Álvarez fue militante
de la Liga Comunista
Revolucionaria y ha publicado numerosos libros y artículos sobre la historia
del movimiento obrero y sobre crítica de cine en revistas como Viento Sur o
L’Avenç. Entre sus últimas publicaciones destacan: Memorias de un
bolchevique andaluz (El Viejo Topo, Barcelona, 2005) y Elogio de la
militancia. La historia de Joan Rodríguez, comunista del PSUC (El Viejo
Topo, Barcelona, 2004). Actualmente es uno de los principales animadores de la Fundación Andreu
Nin, y colabora en la edición electrónica de sinpermiso y en la revista El
Viejo Topo.
Indirectamente, desde que “me metí”
en política. Los amigos del “partido” que me querían afiliar lo utilizaban como
alguien con el que podía aprender mucho. También a través de lecturas de
trabajos suyos, como los aparecidos en Ciencia Nueva o el prólogo a los
escritos de Marx y Engels sobre la revolución española que apareció en Ariel,
lecturas con dificultades obvias para mí. Recuerdo que entre la gente de Acción
Comunista de Paris causó mucha sensación una revista llamada “Argumentos”, una
publicación de oposición interna en el PCE que por eso editó sus declaraciones
a favor de la democracia y el pluralismo en el partido. Se decía que detrás de
todo eso estaba Manuel Sacristán. Era alguien con mucho prestigio.
Recuerdo que en una de las jornadas
de la escuela de Verano de “Rosa Sensat” que se hacían en la Autónoma, allá por la
mitad de los setenta, los de la Liga Comunista se empeñaron que yo asistiera al cursillo que daba
Manolo para “rebatirle”. Estuve en su clase en la que se ofrecía un panorama
sobre la actualidad del marxismo. Cuando llegó el turno de las preguntas
levanté la mano para introducir “la cuestión Trotsky”. Manolo sonrió, y cuando
llegó el momento efectuó una tranquila disertación en la que dijo que Trotsky
había sido el revolucionario más calumniado desde los tiempos de Catilina
(luego leí una frase similar en su prólogo al libro de A. G. Löwy sobre Bujarin
publicado por Grijalbo en 1972), y nos ofreció una disertación sobre el
significado del Programa de Transición, concretamente sobre el apartado de las
reivindicaciones transitorias. Evidentemente, no seguí.
Mis camaradas estaban exultantes.
Nos creíamos que lo mejor del PSUC coincidía con nosotros. Lo cierto es que,
años más tarde, la LCR
colaboró en Materiales con artículos y traducciones. Tendría que
consultar la colección de Combate, pero recuerdo que en la LCR había una línea de
recomendación para leerla.
¿Y cuanto le trataste más directamente?
Directamente no llegué a tratarlo
hasta la creación de mientras tanto. Si no me equivoco, en la misma
presentación de la revista que se hizo en una librería. Debió ser a finales de
1979. Estábamos Ignasi Riera por Taula de Canvi y yo por Imprecor.
Ignasi preguntó por su conexión con la cultura y la lengua alemanas. Yo incidí,
en cambio, en su crítica al eurocomunismo, y también en el hecho de que su
ruptura con el PSUC se había hecho sin ruido ni furia.
Recuerdo que en esa reunión él mismo
comentó que no estaba de acuerdo con la escenificación que las disidencias
comunistas solían hacer de sus rupturas porque, en general, significaba
aprovecharse del eco mediático que tenían. En mente tenía el “ruido” que habían
causado en el PCE algunos “renovadores” de aquellos años, y el recuerdo la
crisis Claudín-Semprún, sobre la que todavía ambos seguían daban vueltas. No se
trataba de armar mucho ruido para que los medios hostiles sacaran sus
titulares, sino de llevar un debate que fuera lo más provechoso posible. Cuando
lo saludé tuve la sensación de que ya me conocía.
Y luego, más tarde, estuvo lo del
Brusi.
Efectivamente, luego, durante la
experiencia “autogestionaria” del “Brusi” en 1981, mantuvimos varias reuniones.
Manolo se mostró muy interesado. Recuerdo una ocasión en la que después de leer
mi crónica me preguntó si no había manera de evitar tantas erratas. Aquel, es
cierto, era un problema muy grave, pero la verdad es que no sabíamos qué hacer.
Los mejores profesionales se habían marchado a otros diarios. Los que quedaban
en los talleres eran del “pelotón de los torpes”. En la misma redacción, la
mayoría éramos aprendices, empezando por los que escribíamos pero que no
habíamos trabajado nunca en un diario. Creo que en aquella ocasión le conté lo
que me acababa de pasar con un artículo sobre B. Traven, un verdadero enigma de
la historia de la literatura ya que no se sabía a ciencia cierta quien era. Me
había gastado un dineral comprando sus Obras para reproducir la foto suya que
se consideraba más probable y, al día siguiente, me encontré con que mi
artículo había sido ilustrado con una imagen de la película El tesoro de
Sierra Madre, basada en la novela más conocida del misterioso escritor.
Desde entonces, Manolo siempre se
mostró muy afectuoso, tanto en las asambleas de mientras tanto como en
ocasiones puntuales. Era evidente que seguía con atención la publicación de la LCR, Combate (le oí
hacer referencia a tal o cual número), y que tomaba nota de algunos artículos
ya que recuerdo comentarios suyos en los debates del CTD de Major de Gràcia, y
en algún encuentro ocasional, normalmente en manifestaciones.
Todo ello por supuesto son
impresiones mías, migajas de la memoria, también cosas que se comentaban entre
camaradas. En mis notas de aquella época no hay más precisiones.
¿Qué papel crees que jugó Sacristán
en el PSUC durante los años en que fue dirigente y miembro del comité ejecutivo
y del comité central?
El prestigio de Manolo como teórico
y militante era enorme. Recuerdo que su nombre era respetado hasta por los
críticos más exacerbados del PCE-PSUC, y la verdad es que la primera LCR, al
principio de los setenta, lo era furiosamente.
Creo que dicha relación de Sacristán
con la dirección del PSUC-PCE tenía al menos dos caras. Por un lado, pienso que
la dirección lo aceptaba mientras no representara un problema mayor, como podía
ser una tendencia organizada, algo que en la cultura comunista era extraño,
pero que es de lo más natural en la historia del movimiento obrero. Yo no
ingrese en el PSUC porque creía, por mis lecturas iniciales y mis primeras
letras anarquistas, que eso era un derecho elemental, y que lo de la
clandestinidad era una mera excusa ya que las tendencias habían existido entre
los bolcheviques en los años más oscuros del zarismo. Por otro lado, es
evidente que el PSUC de los años sesenta-setenta estaba lejos del que hizo la
guerra y la postguerra (una tradición que representaba en el Partido Josep
Serradell, y también muchos obreros que te mandaban afiliarte a la Guardia Civil cuando
te oían criticar al “Partido”), y que existía una corriente amplia que apostaba
por una renovación “a la italiana” o sea por la línea napolitana (banderas
blancas) o por la línea de Il Manifesto, que es la que, a nuestro entender,
representaba Manolo con todo su acervo propio, o sea, sin la menor tentación
“maoísta”. Estas cosas se decían entre nosotros, en conversaciones de comités,
en las “xarradetes” de la librería Leviatan.
Todo esto en una situación difícil,
de resistencia. Luego las cosas se precipitaron y fueron el aparato y la
derecha los que se impusieron, entre otras cosas porque la izquierda estaba
desmembrada entre diversos discursos. Cuando nos dimos cuentas de nuestros
errores más “revolucionaristas” (por ejemplo, la ilusión de que se podía crear
un partido fuerte siguiendo una línea adecuada antes de que los funcionaros
ocuparan sus despachos, idea que nos hizo muy intransigentes), cuando
comenzamos a darnos cuenta que habíamos perdido demasiado tiempo en guerras
internas, que no habíamos sabido trabajar por agrupar las corrientes más de
izquierdas, el tren ya había pasado.
Mi visión es obviamente externa. Lo
que he sabido después ha sido gracias al libro de Juan Ramón Capella y a los
diversos ensayos y artículos aparecidos sobre todo en el Topo.
¿Hablasteis alguna vez sobre su
marcha del partido? ¿Por qué crees que dimitió de la dirección ejecutiva?
Cuando comencé a tratar a Manolo él
ya estaba fuera del PSUC. Por aquel entonces mis enfoques eran bastante
primarios, en realidad yo no entendía que alguien como él estuviera en el PSUC,
aunque creo que compartía el mismo sentimiento de respeto por la base
militante.
Mi relación con esta base en
L´Hospitalet creo que es bastante representativa. Por un lado había mucha
bronca porque a mí me iba el papel de “provocateur” ilustrado, pero por otra
había una cierta familiaridad ya que no entendían que un chico como yo
estuviera en contra del Partido por algo tan descabellado como era para ellos
el trotskismo. En mis (pocas pero fructíferas) conversaciones con Manolo,
siempre percibí dicho respeto, una clara voluntad por la formación y la actitud
de los trabajadores. Y presentía que él apreciaba mi rango de autodidacta.
En una asamblea de mientras tanto
en Mayor de Gràcia, hubo un debate sobre la crisis del PSUC, y recuerdo con yo
intervine con una filipina contra los “aparatos” que atenazaban la voluntad de
los trabajadores y algo así, y Manolo, con su sabida capacidad didáctica, intervino
para, a partir del trigo de lo que yo había dicho, encontrar la paja y enfocar
la cuestión como algo bastante más complejo. En estas cosas era además muy
ponderado, y cuando en alguna ocasión yo daba rienda suelta a una actitud
airada, me venía a decir que sí -y añadía algún ejemplo más, por ejemplo, las
ridículas contradicciones del “Guti” con el President Tarradellas-, pero
también había un “Sí, pero también has de tener en cuenta que...”
En uno de mis artículos sobre Manolo
cito el caso de Salvador Puig Antich. Es seguro que se trata de un dato tomado
en alguna conversación posterior, de principios de los ochenta. Recuerdo haber
escuchado el relato francamente airado de Manolo sobre la pasividad ante la
amenaza de muerte de Puig Antich, como también recuerdo un tono idéntico al
referirse a la manifestación pasiva que siguió a la matanza de Atocha. Eran
detalles muy importantes porque, obviamente, me sentía reflejado y refrendado
con una suma de precisiones y argumentaciones muchísimo más elaboradas que las
que tenía en mi mano.
Me consta que son relatos que no
pude haber registrado en su momento, en 1974. Primero, porque no había ninguna
relación y, en segundo lugar, porque para nosotros en aquella época el PSUC
representaba una posición bastante uniforme, y nuestra actuación pasaba por
asistir a las estancias más unitarias para clamar y denunciar, lo que, según he
podido comprobar después, causaba una fuerte conmoción entre los presentes. No
fue hasta mucho más tarde que aprendí que en el PSUC existían sensibilidades
muy diferentes, y que habían cuadros y militantes de bases tan indignados como
nosotros. Supongo que la famosa manifestación que tuvo lugar ya fue expresión
de esa indignación, y recuerdo haber reconocido en ella a muchos militantes jóvenes
del PSUC.
¿Y qué destacarías de los artículos
y presentaciones de Sacristán?
Ante todo su extraordinaria
capacidad de hablar de las cosas más complicadas de la manera más amena y
didáctica. Releyendo las notas de aquella conferencia sobre Lukács en Leviatán,
en abril de 1985, me sorprende que el texto, recientemente publicado, me
parezca harto complejo cuando mi recuerdo sobre la charla fue justamente el
contrario, y eso que en estas cosas yo estaba en las puertas, o sea,
aprendiendo el ABC, y mis compañeros seguramente un paso más atrás, ya que
ellos me consideraban “un enterado”.
Creo que Manolo era como una raya en
agua, alguien con un nivel absolutamente excepcional en un país llano en el que
cualquier montículo semeja una gran montaña. Estaba, por lo tanto, en un
estadio demasiado elevado en relación a un nivel medio bastante
subdesarrollado. El grado de formación de los “cuadros” era francamente
rudimentario, los divulgadores capacitados eran muy pocos. La gente compraba
muchos libros, en cualquier biblioteca militante te encontrabas un poco de
todo, sin embargo, las lecturas eran otra cosa. Podían tener cinco libros de
Wilhem Reich, pero en las conversaciones demostraba que apenas si habían leído
las tapas. A mí cualquier conferencia, artículo o presentación de Manolo me
producía desde la cercanía -era un señor que estaba aquí al lado, que había
vivido experiencias más o menos paralelas-, una sensación de luminosidad y, al
mismo, tiempo me abrumaba.
Recuerdo que una tarde,
improvisamente, puse la radio y escuché una entrevista que le hacían. Manolo
disertaba como el hombre nuevo tenía que ser también ecologista y feminista, y
me dije: ¡claro!, y las razones eran tan minuciosas y detalladas que lo primero
que me dije fue: “Dios mío, ¡cuánto me queda por aprender¡”.
Yo mismo, en algún momento traté de
jugar ese papel de divulgador intermedio. Por ejemplo, dediqué dos páginas
enteras de Diario de Barcelona para ilustrar mi lectura del prólogo de
Manolo a las memorias del apache Gerónimo, añadiendo algunas notas cinéfilas
que según mi recuerdo fueron de su agrado. Pienso además que la línea del Brusi
sobre la crisis del PSUC de finales de los setenta –línea de la cual yo era el
artífice, el autor de la mayor parte de artículos y de los “delantales”-, era
bastante coincidente con la de mientras tanto, entre otras cosas porque
ésta era mi principal alimento (Por cierto, años más tarde, me llamó el autor
de una tesina sobre el Brusi de la época y se empeñó en que la línea del diario
era “prosoviética” y, a pesar de todas mis aclaraciones del marcado
antiestalinismo del diario, el hombre la presentó ateniéndose al “cliché”,
según pude ver por una copia).
¿Qué importancia tuvo su giro hacia
los movimientos sociales a finales de los setenta para la izquierda marxista
catalana y española?
Mientras que la mayoría seguíamos
creyendo poco más o menos en más de lo mismo, a veces con un optimismo iluso,
Manolo ya tenia muy claro lo que se avecinaba. Aquella época fue el comienzo
del fin del sindicalismo combativo de Comisiones, del activismo vecinal, del
movimiento universitario que había iniciado ya en los años cincuenta una nueva
fase del antifranquismo, fue el fin “del Partido”, la guerra de desgaste
interno del PSUC, la
“debâcle” de los
maoísmos que habían sido la mayor izquierda radical de la década, y el lento
declive de lo que quedó con el trasfondo de los desastres provocados por los
crímenes de ETA. Era el fin de una época del movimiento obrero tradicional, y
apenas si balbuceábamos el inicio de otra... Lo peor estaba por llegar pero
pocos los sabían, y creo que Manolo tenía bastante claro el momento por hechos
como el que las únicas ofensivas obreras que se daban en Europa en aquellos
momentos fuesen las encuadradas por Solidarnosk en Polonia.
Actualmente no creo que nadie
mínimamente lúcido no haya integrado la necesaria pluralidad de los
movimientos, reconocimiento que comienza por un cuestionamiento de la
“estrechez” del movimiento obrero clásico, de un “clasicismo” que ignoraba
continentes como el de la emancipación femenina.
También aprecio muy seriamente sus
reflexiones sobre la violencia revolucionaria que tradicionalmente se ha
percibido exclusivamente desde su legitimidad como autodefensa.
Creo que sus trabajos de entonces
siguen siendo perfectamente válidos ya que sus propósitos están por cumplir por
la deriva de la izquierda en los años siguientes, deriva de la que solo muy
parcialmente comenzamos a reponernos. Hemos dejado de correr y, por lo tanto,
las tareas están pendientes. Creo que, con todas las matizaciones que se
quieran, la contradicción capital-trabajo sigue siendo la central, y que el
movimiento obrero ha de recuperar la iniciativa, pero para hacerlo tendrá que
nacer otro movimiento obrero, profundamente ecologista, feminista, no-violento.
Gregorio Morán ironiza en su obra
sobre el PCE sobre las reflexiones de Manolo sobre Gandhi. Yo por el contrario
creo que reflexionar sobre Gandhi –lo que no significa asumirlo sin más- les
habría ido de maravillas a los palestinos o a los iraquíes, y no digamos a los
nacionalistas irlandeses o vascos.
Manolo es nuestro mejor clásico, el
clásico más actual, el que mejor conecta el marxismo tradicional con lo que
serán los grandes temas del siglo XXI.
¿Recuerdas cuál era su opinión del
trotskismo? ¿Hablasteis alguna vez de la muerte, del asesinato de Nin?
Hay algo quizás previo y era que
desde otras lecturas, Manolo era un antiestalinista radical. No sé cuantas
veces lo hemos citado en aquello de que “el eurocomunismo era la degeneración
de la degeneración estaliniana”.
Aparte de la anécdota de “Rosa
Sensat”, recuerdo otra ocasión (acaso durante aquella charla sobre Lukács en
Leviatán), en la que declaró que él, junto con Manuel Blanco Aguinaga, ya
habían utilizado Literatura y revolución en un cursillo de formación del
PCE en los años sesenta (quizás fuese en 1970 ya que la primera edición, la que
realizó Ruedo Ibérico, data de 1969). Yo recordé que en Italia esta edición
había sido hecha por una editorial afín al PCI cuando todavía estaba vivo Togliatti.
Recuerdo, además, que Manolo se
refería a los “camaradas” o “compañeros” trotskistas como gente afín, pero no,
en cambio, una discusión específica. En la LCR se decía que Manolo nos votaba, y lo cierto
era que en los ochenta se dieron unas relaciones muy amigables, de coincidencia
muy amplia, pero siempre con sus propios matices.
Él, a partir de un determinado
momento, funcionaba como un intelectual libre, y nosotros como un partido, con
una característica primordial que nos distinguían del MCE, del Movimiento
Comunista, y era el rechazo al planteamiento “hegemonista” en los movimientos.
En algún momento recuerdo alguna precisión de él sobre que éste era un tema
poco tratado; también recuerdo una discusión sobre Lenin en la que Manolo
reconocía que no había estudiado a éste en su tiempo de evolución más marcada,
la que se inaugura con la revolución de febrero y en la que tiene mucho que ver
los Cuadernos sobre Hegel.
Sí le escuché, en cambio,
comentarios muy firmes en torno a los análisis de Ernest Mandel en El
capitalismo tardío. Recuerdo un acto en Major de Gràcia en el que inició su
intervención diciendo algo así como que el análisis sobre la evolución
económica del capitalismo más correcto y desarrollado de la segunda mitad del
siglo XX era el de Mandel, citando concretamente esta obra (Sobre este asunto,
si no recuerdo mal, profundizó también Toni Doménech, que más tarde tuvo un
debate público con Ernest sobre el puedo decir que yo coincidía más con lo que
él defendía que con el optimismo incombustible de Ernest). Luego, en aquel
encuentro, se siguió hablando de cosas más prosaicas. No recuerdo ningún
comentario sobre el POUM o sobre Nin, sí de un cierto debate con expresiones
históricas “bujarinistas” con miembros del colectivo mientras tanto, específicamente
con Paco Fernández Buey y con Enric Tello, pero se trata de conversaciones
puntuales que supongo se intentaban evitar porque solían ser “un maledetto
imbroglio”.
No me cabe la menor duda de un
rechazo total del estalinismo y de sus críticas al comportamiento del PSUC
respecto al POUM y a Nin desde fechas muy tempranas (Manolo cita a Nin de
manera correcta pero muy circunspecta en su introducción a Revolución en
España), pero otra cosa es que hubiese un acuerdo sobre la guerra civil. Si
acaso lo que había era una valoración muy alta del nivel teórico de la revista Comunismo,
expresado por Paco en un trabajo; era algo plenamente aceptado.
No tengo la menor duda que el
influjo de Manolo fue muy importante para la gente de la LCR en reafirmar una concepción
“trotskista”, que los guardianes de la fe llamarían revisionista, en la
apertura hacia un marxismo muy abierto. Eso se expresaba, por ejemplo,
citándolo constantemente en artículos y debates internos.
Sacristán, Giulia Adinolfi y
compañeros suyos de mientras tanto apoyaron una candidatura de la izquierda
transformadora en las primeras elecciones legislativas catalanas. LCR, partido
en el que tú militabas, era uno de las organizaciones integrantes. ¿Tuvisteis
alguna reunión con él en estas circunstancias? ¿Por qué decidió apoyar una
candidatura que se sabía era muy minoritaria?
Si las hubo yo no asistí. Recuerdo
que el apoyo del grupo a la coalición “Unitat pel socialisme” fue un notición
en el medio. Se trataba de una coalición amplia, con la Liga más el PTE, MCE y OC-BR,
mientras que la ORT
quedó fuera. Todavía quedaban bases militantes activas, pero eran las
postrimerías. Como he dicho antes, el tren ya había pasado.
Luego vinieron los ochenta con la
colaboración y el buen rollo, un tiempo en el que, como ya he dicho antes, se
decía que Manolo nos votaba a pesar de que sabía “que nos iban a pasar por las
urnas”, según expresión castiza de José Borrás.
Ignoro cuál fue su posición en el
tema del apoyo a la candidatura de Txema Montero al Parlamento europeo, tema en
el que yo personalmente cooperé como militante pero que, en cambio, no voté. La LCR era minoritaria, como el
MCE, pero también es cierto que tenía una importante presencia en lo que se
movía. Por ejemplo activaba una Izquierda sindical que “molestaba” de verdad a
la burocracia sindical de CC.OO.
Pienso que la muerte de Manolo (que
fue cercana a la de Mandel, Borras y otros) contribuyó al estado depresivo que
tanto influyó en la implosión final, ya a principios de los noventa. Yo al
menos lo viví así.
Tú le presentaste en una de sus
últimas conferencias, la que impartió sobre Lukács en abril de 1985 en la Librería Leviatan.
¿Qué recuerdas de aquella charla?.
Primero, su enorme predisposición
con sana alegría, que hay que valorar más ya que por entonces ya estaba con
todo el proceso de diálisis. Punto que nos explicó además con humor: “O sea que
si un día me da por no asistir al diálisis, no llego al día siguiente”. También
el tono amistoso mostrado en la preparación.
A su conferencia asistieron unas
cincuenta personas, entre ellas militantes jóvenes y obreros de la LCR. Su exposición duró
aproximadamente una hora que transcurrió en un silencio de recogimiento.
Evidentemente, lo que decía nos pareció abrumador. No se trataba solamente de
la evolución política de Lukács sino también de una reflexión sobre el mal
momento que nos tocaba vivir en tanto que marxistas. Nos contó como Grijalbo
había cortado el proyecto editorial sobre las OME en el que tanto había
trabajado, y como se había estrechado el margen de sus trabajos y traducciones.
Nos demostró que había un Lukács a rescatar de sus peores páginas estalinianas,
de las más lamentables, el Lukács de sus críticas a la Escuela de Frankfurt, de
sus aportaciones sobre la novela, temas que yo recordaba haber leído en algunos
de sus ensayos sobre literatura.
Para mí era una demostración que
cosas así se tenían y se podían hacer, cosas que nos habían faltado y que
significaban un paso enorme en relación a la mera lectura de los manuales, de
las cuatro cosas que se decían, incluso con una voluntad de formación como la
mostrada por la LCR
que en sus seminarios citaba 25 0 50 “títulos imprescindibles”, queriendo
subsanar voluntarístamente un atraso del que no toda la responsabilidad cabía
atribuirla a la dictadura franquista. Coincidíamos en el amargo sentimiento de
que en el PCE y en el PSUC no había existido una voluntad de formación más allá
de más primaria e instrumental.
Sin embargo, estas cosas ya no se
pudieron hacer muchas veces más. No solamente porque no había muchos como
Manolo, sino también porque todo se hizo más cuesta arriba. Poco tiempo después
cerraba la librería, y no pocos entre los que estuvieron presentes aquella
noche -lo digo porque sé de algunos conocidos- se “colocaron” en la fase
siguiente. También Imprecor, la organizadora, desapareció.
Con todo, el hecho de que ahora
estemos hablando de todas aquellas cosas demuestran que lo peor ya ha pasado.
¿Estuviste en alguna conferencia
más?
Asistí a alguna que otra, en Major
de Gràcia por supuesto, pero no sabría decirte de qué trataban específicamente.
Sí recuerdo la que hubo con ocasión del 23-F, en la que estaban Manolo, Paco y
Pep Subirós. Se me ocurrió hacer una intervención muy poco reflexionada,
menospreciando a los golpistas a los que describí con referencias a “Los
cuernos de don Friolera”, de Valle-Inclán, también cité que semanas antes de la
revolución de febrero, Lenin decía que no sabía si su generación iba a conocer
la revolución. Manolo comenzó citándome, diciendo que ojalá estas apreciaciones
fueran ciertas, pero los datos que él tenía eran, claro está, muchísimo más
apocalípticos y contó lo que se sabía de los movimientos que había habido en
Cataluña, y como la pasividad del pueblo no permitía hacerse muchas ilusiones
no ya con que la revolución sino con avances mucho más prosaicos.
Recuerdas el día del entierro de Sacristán…
Del entierro hablo en uno de los
artículos que escribí en aquellos años. No te exagero al decir que estaba profundamente
afectado. Aparte del afecto que le había tomado entendía el significado de
Sacristán, sabía que a partir de entonces tendríamos “menos luz”. Recuerdo que
fui a Guils en coche, con David Vila, un compañero de trabajo y estudiante de
Derecho que era del entorno de mientras tanto. Creo recordar que el
conductor se llamaba Salvador. Charlamos muchísimo y de todo en el trayecto,
sobre todo a la vuelta.
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