viernes, 29 de julio de 2016

La revolución y el síndrome Cohn Bendit,



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Enero de 1981 comenzó, como tantos otros años, con el final de unas pequeñas vacaciones que me compensaron del mal trago de unas fiestas como las navideñas, en la que los locutores de todo tipo hacían de prescripción familiar y en la que las alegrías resultaban poco menos que obligatorias,  pero que para mi fuero interno no era más que un trago que, oscuramente, me hacía revivir algunos de los muchos traumas latentes fraguado claramente en aquella infancia, cuando en estos días era más patente que nunca que no teníamos nada, apenas un mal juguete amén de una lúgubre tristeza ambiental. Aunque al principio me

olvidaba, las fiestas seguían ahí, en las preguntas de rigor, en las llamadas de teléfono, situadas en un rincón, siempre dispuestas a reaparecer poniéndome en el compromiso de mentir diciendo que si, que si, que tengo otro compromiso. Esto era lo habitual ante, ahora se trataba de una situación compartida lo que amortiguó considerablemente  las tentaciones depresivas del lobo solitario si bien no las suspendió del todo. En aquel entonces, este trauma todavía no se había convertido en una "papeleta"  más bien extraña para Maribel, otra más de las derivada de la parte oscura del carácter, un contratiempo ya que para ella, estar de fiesta y participar donde la hubiera, no era ningún problema, antes al contrario, era una necesidad vital, algo así como un derecho propio ganado a sus propios momentos de desolación.
En los últimos tiempos, mis problemas de ubicación no eran pocos. Habían cambiado muchas cosas tanto en lo personal como en la general, por lo tanto, aunque el curso de la cronología parecía no haber significado ninguna modificación vital especial, lo cierto es que este 1981 marcó un momento de inflexión en mi relación con la gente, pero sobre todo como agente subversivo  ya que, los grandes cambios, por más que todavía persistían los que se mantenían en el optimismo, en mi caso percibía claramente que el curso histórico inmediato, era inequívocamente de reflujo social, y no precisamente coyuntural. Aparte de los condicionantes de la vida en pareja, ocurrió también que el carácter "impaciente" del activismo estaba dejando paso a otro más sosegado, más supeditado al largo plazo.
Resultado de imagen de Cohn Bendit,Antes, las exigencias cotidianas, la sentimental incluida,  pasaban a un segundo plano,  pero el contexto que la animaba se había ido aplacando por la propia fuerza de las cosas. Antes tomar parte en una "reunión" o asamblea era algo que se sabía más o menos cuando comenzaba, pero no tanto cuando terminaba. Ahora no era ya extraña justificar que te ibas porque hacías tarde o porque tenías tal cosa en casa, por ejemplo una cena.
Hubo un tiempo de transición, una voluntad de seguir actuando como "participante", pero las consecuencias ya no eran las mismas, por no decir que en muchos casos eran frustrantes. Por ejemplo, ejercí como "representante" de la Liga en diversas mesas, como en aquella ocasión que me enviaron a una convocatoria en apoyo al sindicato polaco "Solidarnoks". Nuestra opción estaba orientaba primordialmente contra la burocracia, y apostábamos por reforzar el ala izquierda del movimiento, y sabíamos que la internacional estaba desarrollando una gran actividad.  En la reunión me encontré con gente diversa,  socialistas, la UGT, USO, más alguna entidad cristiana que se había distinguido contra el franquismo.
Para situarme más claramente en mi lugar abogué enérgicamente por denunciar la hipocresía de nuestra derecha, de esos diarios que nunca habían apoyado una huelga y que ahora las apoyaban en Polonia, o de aquellos diputados del partido de Fraga, tal como la señora del excomunista y luego furibundo anti, Augusto Assia (Ernesto Fernández Armesto). La dama se había colocado en su solapa una consigna a favor del sindicato, pero el de USO trató de cambiar de tercio, remarcando que los comunistas habían sido convocados, y no estaban allí. Yo insistía, de acuerdo, habrá que explicárselo y criticarlos, pero no solo por eso, también por otras cosas que ninguno de los presentes podría aceptar. Pero como no era cuestión, seguí arremetiendo. La derecha carecía de legitimidad, y había que decirlo. Estaba todavía en forma y, claro, la reunión se prolongó. Al final se me dio a entender que mi presencia al fin y al cabo no era importante, y me fui sin firmar la hoja y sin atender que tipo de convocatoria se iba a hacer. Aquella misma noche escribí una carta a los diarios explicitando mi indignación contra la derechona que ahora se vestía de "sindicalista", pero aunque realicé varias copias, no me consta que apareciera en ninguno de ellos.   
Resultado de imagen de Cohn Bendit,Finalmente, las reuniones se fueron espaciando, y esto se notó claramente en los hábitos. "Mi casa" ya no era aquel lugar de paso o de mero descanso. Se convirtió en un espacio propio en el que predominaban dos nuevas tareas,  al menos tan importantes como las de tal o cual causa. Una era, ni que decir tiene, la intensa relación con Maribel, la otra era la propia de la función de escribir, un sueño personal aunque fuese meramente en las tareas propias de un divulgador,  de alguien que trabajaba con los materiales de las grandes aportaciones teóricas o históricas, para recrearlas en uno intenso despliegue divulgativo que se traslucía en toda clase de artículos. Este trabajo "de chinos" encontró su cauce más favorable en las colaboraciones en revistas de todo tipo, para plasmarse de una manera desbordante en el trabajo como periodista amateur en El Diario de Barcelona, con el que había empezado a ejercer de colaborador desde el año anterior.
Cada vez estaba más claro que, al menos en mis circunstancias, ya no se trataba tanto de "galvanizar" los movimientos en los tomaba parte, entre otras cosas porque estos se habían descompuesto con una rapidez vertiginosa. La palabra que sustituyó a la más cruda de "derrota" fue "desencanto" tomada de la famosa (y terrible) película de Chavarri sobre los Paneros, y que no me parecía adecuada. Insistía en que algunos y algunas no habíamos conocido  ningún "encanto" sino más bien una conciencia de lo que era posible y  necesario para tratar de cambiar las cosas o al menos algunas cosas. Pero, lo cierto es que empezó a llover copiosamente sobre nuestros ánimos, por lo que, al menos en mi caso,  la actividad de escribiente, aparte de ser una manifestación de una pasión largamente fraguada,  apareció como una variante  atractiva de la militancia. Un terreno propio en el que podía hacer las cosas por el gusto de hacerlas, que ocupaba y alumbraba hasta los tiempos muertos, aquellos en los que disfrutaba repasando u ordenando libros y materiales cada vez más ingentes,  viendo como crecían las estanterías hasta comerse parte de la vivienda. Se trataba, al menos así podía teorizar ante quien quisiera oírme, de una aportación muy específica que resultaba también muy agradecida para un sector de lectores que de alguna manera esperaban y agradecían aquellos artículos-puente en los que se le ofrecía de manera didáctica y concentrada informaciones  de la gran historia del socialismo y de las múltiples disidencias, y que reconstruía gracias al acopio de toda clase de libros, revistas o recortes de prensa.
Seguramente estas aportaciones adquirieron un mayor relieve en un tiempo en el que buena parte de los intelectuales que se habían destacado en esta zona, por ejemplo a través de los catálogos de editoriales como ZYX o Zero tan habituales en el barrio, habían entrado en un proceso de reconversión que fue acelerada por la muerte súbita de los antaño poderosos grupos maoístas así como la crisis crónica del PCE que no acababa de encontrar su lugar, y que en el caso concreto de la LCR, se tradujo por un reguero de deserciones en el que fueron legión los escasamente conocidos, pero que se tradujo también por el goteo de una serie de nombres, que encontraron que sus antiguos compromisos eran un rémora para ascender, para "salir en la foto" según la muy estaliniana expresión de Alfonso Guerra,  o creyeron que tenían que estar por donde ahora se escalaba y no como los "puros", en las trastiendas de las quimeras que, al decir de  Cohn Bendit, habían amado tanto.
Entre los nuestros fueron muchos y muchas que dieron el salto a algún cargo, o simplemente que se apartaron por motivos múltiples, algunos más o menos reconocidos como Luciano Rincón. Cuando este falleció años después, el renegado Jon Juaristi le dedicó una necrología en El País en la que su biografía "saltaba" las etapas, y pasaba del antifranquismo de los tiempos en que Luciano era una de las primeras espadas en Ruedo Ibérico a la oposición radical al nacionalismo vasco --por la vía del rechazo a ETA-- y desde la proximidad al área felipista contra la que había sido tan tajante antes,  dejando por lo tanto en medio un considerable "agujero", concretamente su período "trotskista", de crítico acerbo de los manejos de la "Transición", tema al que dedicó uno de sus últimos libros, cuyo mordaz título hasta yo he olvidado, una época en la que Luciano trabajó como colaborador asiduo de Combate o de El Viejo Topo con una mala uva crítica que en la hora de su muerte, ya estaba tan mal vista que no merecía ser recordada ni tan siquiera en el momento de su desaparición.
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Por aquel entonces, poco quedaba  ya del ciclo radical que había puesto al franquismo contra las cuerdas, y servidor era ya algo así como "un viejo rociero" más bien desubicado. Hacía tiempo que el activismo de "la Asociación", que entre mis amigos no era otra que la de Pubilla Casas, L´ Hospitalet, se encontraba embarrancada. Por otro lado, los engaños y desafueros de los Pactos de la Moncloa ya causaba damnificados por todas partes y en la última y desbordante huelga sanitaria, con la firma vertical y unilateral de "la Ejecutiva" de Comisiones a través  de un tal José Mª Fidalgo que, entre otras cosas,  sesgó la prometedora vida sindical de mi "movido" y asambleario ambulatorio, dejando la afiliación casi a bajo cero y una profundo mal gusto de boca porque !quedaban tantas cosas por hacer¡
Esto me estaba haciendo bajar progresivamente desde la turbulenta categoría de representante de la izquierda sindical que incordiaba en debates y congresos, a la más sosegada de un mero afiliado sin apenas base social. Si en algún momento, conectaba con dicha base en alguna que otra asamblea o conferencia,  la siguiente era mucho más restrictiva, y ya está. A veces me daba la sensación que el responsable de comisiones de sanidad, un funcionario eurocomunista, Jordi Guillo, parecía más preocupado por impedir los desbordamientos que por cualquier otra cosa. Cuando se explicaba teóricamente, decía que ahora se trataba de saber ser moderado, para ir acumulando fuerzas. Lástimas que las fuerzas se perdieron con tanta moderación, cuando  frustraron hasta las expectativas sociales más modestas.
El caso era que, de alguna manera, me había quedado casi como un pez fuera del agua, sin un apoyo social activo fuera del lugar de trabajo, y aún así, ya nada sería como antes, cuando a una injusticia flagrante se respondía con una ocupación del centro. Ya por entonces había empezado a sentir comentarios en los que ya me trataban de "institución", y en otros en los que se decía que me había quedado en la cuneta de la historia y cosas así, dato al que no era ajeno el hecho de que nuestra lista municipal de la coalición izquierdista que encabecé en 1979, se hubiera quedado a las puertas del pleno municipal por unos pocos centenares de votos. Un hecho en que servidor encontraba la demostración fehaciente de que en una urbe metropolitana, además tan voraz y difusa como L´ Hospitalet, espacio propio de las muchedumbres solitarias, la política indirecta  --de "marca registrada"-- neutralizaba cualquier presencia institucional radical, aunque fuese derivada de una acción de masas. Entonces, la gente todavía no había tiempo de apreciar que clase de izquierdas era la que aparecía en la TV. Después de permanecer durante años en el "tajo" de las movilizaciones del barrio, a la hora del voto, hasta en las calles más próximas y activas seguíamos siendo unos perfectos desconocidos. Tiempo después, el sector más radical que se abstuvo pudo lamentar su "estar más allá", creyendo que existía un dilema entre el Ayuntamiento y la asamblea popular.
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La verdad era que no me había recuperado de todo aquello, sin embargo, todavía me quedaba mucho para dejar aquel oficio que consistió en dar la cara en las cosas que la gran mayoría consideraba como causas ajenas o perdidas y que desde El País de finían como propias de los "últimos románticos", algo que desde luego no me parecía en absoluto insultante. Se puede decir que este se metamorfoseó, tratando de no apartarme de una amplia relación con el pueblo que se traslucía tanto por las relaciones familiares, con la gente llana en un trabajo que tenía esa virtud, sobre todo porque uno tenía una predisposición innata para hacer de asistente social. En este medio las grandes ideas eran más simplemente unos ideales concretos de justicia, una actitud que en no pocas ocasiones chocaba con un pueblo llano inmerso en su tradición de sometimiento, en su cotidianidad más rutinaria de fútbol y TV, en un evidente desinterés por todo lo que representase más problemas de los que ya la vida le ofrecía, que no eran pocos. Esta diferencia, tan simple, pero que era el escalón en el que sostenía todo el edificio de la izquierda,  la encarnaban perfectamente en mi entorno dos hermanas pertenecientes al ámbito más amistoso.
Mientras que una de ellas, permanecía en este "escalón" en el comité de empresa, y con ciertas ganas de estar al corriente de lo que pasaba en el mundo, por ejemplo en Nicaragua que mantenía su pulso con el gigante sin escrúpulos del Norte, sin dejar de ser una ama de casa y una señora como se esperaba, la otra sin embargo, picarona y redicha,  le sermoneaba constantemente con su mejor humor, repitiéndole que, ¿cómo era posible,  cuando ya la vida de por sí era sumamente complicada, que ella se la complicara más?. No ya con las lecturas sobre guerras y/o revoluciones con las que el que escribe trataba de "comerle el coco", sino sencillamente con tantas reuniones que seguían horas después de cuando los demás hacía rato que ya se habían marchado a casa, sin olvidar  las tensiones que comportaba dar la cara en los conflictos.
Resultado de imagen de Cohn Bendit,Estos conflictos, más que las grandes reivindicaciones, eran el pan nuestro de cada día, y en ellos, la hermana comprometida se situaba en primera fila cuando había un conflicto, que muchas veces era además, un disgusto de aquellos, en los que varios trabajadores y trabajadores se engrescaban entre sí por privilegios en su tarea. O por la competencia que se establecía cuando se trataba de facilitar suplencias para sus respectivos hijos e hijas, que ya no era tan fácil por más estudios que algunos tuvieran…Y es que, aunque por lo general, la plantilla estaba repleta de buena gente, también ocurría que en buena parte de sus componentes, sometidos a su yo más agobiante, priorizaban con furia lo mío. Esto, lo propio, seguía teniendo una atracción superior a lo que podía ser común, y situar en buen lugar a un hijo o una hija en una lista suponía unas tensiones invisibles que a veces se manifestaban de la manera más ridícula, con unos regalos que había que rechazar o que cuando se trataba de viandas, se reconvertían en parte de opíparos desayunos o meriendas colectivas, actividades que, junto con las grandes cenas, llegaron a ser tan "sindicales" como muchas otras. Por otro lado, actuar a gusto de todos era, sencillamente, imposible, y esto comportaba no pocas veces desidias y malestares, o más simplemente, perder las amistades. A veces tenía que tener, el sindicalista tenía, en el mejor sentido posible, algo de sacerdote, con su confesionario y sus misas,  saber perdonar agravios, pero también a veces degustar el sabor de la venganza calmada, como cuando tocaba abordar alguna bajeza o alguna insidia, una tensión que en una discusión personal carecía de salida pero que en una asamblea obligaba a la catarsis.
Contar con la hermana inquieta era básico para que en el centro las cosas de cada día fueran más justas, para que, por ejemplo, en un litigio entre un médico y un personal subalterno, se escuchara a ambas partes, y si la responsabilidad la tenía el más fuerte, responder colectivamente. Luego, en los temas más generales, hasta la hermana más inquieta  votaba a los que simplemente consideraba menos malo, y eso por mucho que yo le insistiera. Que por lo que era insistencia, puedo asegurar que eso nunca me faltaba.


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