Enero
de 1981 comenzó, como tantos otros años, con el final de unas pequeñas
vacaciones que me compensaron del mal trago de unas fiestas como las navideñas,
en la que los locutores de todo tipo hacían de prescripción familiar y en la
que las alegrías resultaban poco menos que obligatorias, pero que para mi fuero interno no era más que
un trago que, oscuramente, me hacía revivir algunos de los muchos traumas
latentes fraguado claramente en aquella infancia, cuando en estos días era más
patente que nunca que no teníamos nada, apenas un mal juguete amén de una
lúgubre tristeza ambiental. Aunque al principio me
olvidaba, las fiestas seguían ahí, en las preguntas de rigor, en las llamadas de teléfono, situadas en un rincón, siempre dispuestas a reaparecer poniéndome en el compromiso de mentir diciendo que si, que si, que tengo otro compromiso. Esto era lo habitual ante, ahora se trataba de una situación compartida lo que amortiguó considerablemente las tentaciones depresivas del lobo solitario si bien no las suspendió del todo. En aquel entonces, este trauma todavía no se había convertido en una "papeleta" más bien extraña para Maribel, otra más de las derivada de la parte oscura del carácter, un contratiempo ya que para ella, estar de fiesta y participar donde la hubiera, no era ningún problema, antes al contrario, era una necesidad vital, algo así como un derecho propio ganado a sus propios momentos de desolación.
En
los últimos tiempos, mis problemas de ubicación no eran pocos. Habían cambiado
muchas cosas tanto en lo personal como en la general, por lo tanto, aunque el
curso de la cronología parecía no haber significado ninguna modificación vital
especial, lo cierto es que este 1981 marcó un momento de inflexión en mi
relación con la gente, pero sobre todo como agente subversivo ya que, los grandes cambios, por más que
todavía persistían los que se mantenían en el optimismo, en mi caso percibía
claramente que el curso histórico inmediato, era inequívocamente de reflujo
social, y no precisamente coyuntural. Aparte de los condicionantes de la vida
en pareja, ocurrió también que el carácter "impaciente" del activismo
estaba dejando paso a otro más sosegado, más supeditado al largo plazo.
Hubo
un tiempo de transición, una voluntad de seguir actuando como "participante",
pero las consecuencias ya no eran las mismas, por no decir que en muchos casos
eran frustrantes. Por ejemplo, ejercí como "representante" de la Liga en diversas mesas, como
en aquella ocasión que me enviaron a una convocatoria en apoyo al sindicato
polaco "Solidarnoks". Nuestra opción estaba orientaba primordialmente
contra la burocracia, y apostábamos por reforzar el ala izquierda del
movimiento, y sabíamos que la internacional estaba desarrollando una gran
actividad. En la reunión me encontré con
gente diversa, socialistas, la UGT, USO, más alguna entidad
cristiana que se había distinguido contra el franquismo.
Para
situarme más claramente en mi lugar abogué enérgicamente por denunciar la
hipocresía de nuestra derecha, de esos diarios que nunca habían apoyado una
huelga y que ahora las apoyaban en Polonia, o de aquellos diputados del partido
de Fraga, tal como la señora del excomunista y luego furibundo anti, Augusto
Assia (Ernesto Fernández Armesto). La dama se había colocado en su solapa una
consigna a favor del sindicato, pero el de USO trató de cambiar de tercio,
remarcando que los comunistas habían sido convocados, y no estaban allí. Yo
insistía, de acuerdo, habrá que explicárselo y criticarlos, pero no solo por
eso, también por otras cosas que ninguno de los presentes podría aceptar. Pero
como no era cuestión, seguí arremetiendo. La derecha carecía de legitimidad, y
había que decirlo. Estaba todavía en forma y, claro, la reunión se prolongó. Al
final se me dio a entender que mi presencia al fin y al cabo no era importante,
y me fui sin firmar la hoja y sin atender que tipo de convocatoria se iba a
hacer. Aquella misma noche escribí una carta a los diarios explicitando mi
indignación contra la derechona que ahora se vestía de
"sindicalista", pero aunque realicé varias copias, no me consta que
apareciera en ninguno de ellos.
Cada
vez estaba más claro que, al menos en mis circunstancias, ya no se trataba
tanto de "galvanizar" los movimientos en los tomaba parte, entre
otras cosas porque estos se habían descompuesto con una rapidez vertiginosa. La
palabra que sustituyó a la más cruda de "derrota" fue
"desencanto" tomada de la famosa (y terrible) película de Chavarri
sobre los Paneros, y que no me parecía adecuada. Insistía en que algunos y
algunas no habíamos conocido ningún
"encanto" sino más bien una conciencia de lo que era posible y necesario para tratar de cambiar las cosas o
al menos algunas cosas. Pero, lo cierto es que empezó a llover copiosamente
sobre nuestros ánimos, por lo que, al menos en mi caso, la actividad de escribiente, aparte de ser
una manifestación de una pasión largamente fraguada, apareció como una variante atractiva de la militancia. Un terreno propio
en el que podía hacer las cosas por el gusto de hacerlas, que ocupaba y
alumbraba hasta los tiempos muertos, aquellos en los que disfrutaba repasando u
ordenando libros y materiales cada vez más ingentes, viendo como crecían las estanterías hasta
comerse parte de la vivienda. Se trataba, al menos así podía teorizar ante
quien quisiera oírme, de una aportación muy específica que resultaba también
muy agradecida para un sector de lectores que de alguna manera esperaban y
agradecían aquellos artículos-puente en los que se le ofrecía de manera
didáctica y concentrada informaciones de
la gran historia del socialismo y de las múltiples disidencias, y que
reconstruía gracias al acopio de toda clase de libros, revistas o recortes de
prensa.
Seguramente
estas aportaciones adquirieron un mayor relieve en un tiempo en el que buena
parte de los intelectuales que se habían destacado en esta zona, por ejemplo a
través de los catálogos de editoriales como ZYX o Zero tan habituales en el
barrio, habían entrado en un proceso de reconversión que fue acelerada por la
muerte súbita de los antaño poderosos grupos maoístas así como la crisis
crónica del PCE que no acababa de encontrar su lugar, y que en el caso concreto
de la LCR, se
tradujo por un reguero de deserciones en el que fueron legión los escasamente
conocidos, pero que se tradujo también por el goteo de una serie de nombres,
que encontraron que sus antiguos compromisos eran un rémora para ascender, para
"salir en la foto" según la muy estaliniana expresión de Alfonso
Guerra, o creyeron que tenían que estar
por donde ahora se escalaba y no como los "puros", en las trastiendas
de las quimeras que, al decir de Cohn
Bendit, habían amado tanto.
Entre
los nuestros fueron muchos y muchas que dieron el salto a algún cargo, o
simplemente que se apartaron por motivos múltiples, algunos más o menos
reconocidos como Luciano Rincón. Cuando este falleció años después, el renegado
Jon Juaristi le dedicó una necrología en El
País en la que su biografía "saltaba" las etapas, y pasaba del
antifranquismo de los tiempos en que Luciano era una de las primeras espadas en
Ruedo Ibérico a la oposición radical
al nacionalismo vasco --por la vía del rechazo a ETA-- y desde la proximidad al
área felipista contra la que había sido tan tajante antes, dejando por lo tanto en medio un considerable
"agujero", concretamente su período "trotskista", de
crítico acerbo de los manejos de la "Transición", tema al que dedicó
uno de sus últimos libros, cuyo mordaz título hasta yo he olvidado, una época
en la que Luciano trabajó como colaborador asiduo de Combate o de El Viejo Topo
con una mala uva crítica que en la hora de su muerte, ya estaba tan mal vista
que no merecía ser recordada ni tan siquiera en el momento de su desaparición.
Por
aquel entonces, poco quedaba ya del
ciclo radical que había puesto al franquismo contra las cuerdas, y servidor era
ya algo así como "un viejo rociero" más bien desubicado. Hacía tiempo
que el activismo de "la
Asociación", que entre mis amigos no era otra que la de
Pubilla Casas, L´ Hospitalet, se encontraba embarrancada. Por otro lado, los
engaños y desafueros de los Pactos de la Moncloa ya causaba damnificados por todas partes
y en la última y desbordante huelga sanitaria, con la firma vertical y
unilateral de "la
Ejecutiva" de Comisiones a través de un tal José Mª Fidalgo que, entre otras
cosas, sesgó la prometedora vida
sindical de mi "movido" y asambleario ambulatorio, dejando la
afiliación casi a bajo cero y una profundo mal gusto de boca porque !quedaban
tantas cosas por hacer¡
Esto
me estaba haciendo bajar progresivamente desde la turbulenta categoría de
representante de la izquierda sindical que incordiaba en debates y congresos, a
la más sosegada de un mero afiliado sin apenas base social. Si en algún
momento, conectaba con dicha base en alguna que otra asamblea o
conferencia, la siguiente era mucho más
restrictiva, y ya está. A veces me daba la sensación que el responsable de
comisiones de sanidad, un funcionario eurocomunista, Jordi Guillo, parecía más
preocupado por impedir los desbordamientos que por cualquier otra cosa. Cuando
se explicaba teóricamente, decía que ahora se trataba de saber ser moderado,
para ir acumulando fuerzas. Lástimas que las fuerzas se perdieron con tanta
moderación, cuando frustraron hasta las
expectativas sociales más modestas.
El
caso era que, de alguna manera, me había quedado casi como un pez fuera del
agua, sin un apoyo social activo fuera del lugar de trabajo, y aún así, ya nada
sería como antes, cuando a una injusticia flagrante se respondía con una
ocupación del centro. Ya por entonces había empezado a sentir comentarios en
los que ya me trataban de "institución", y en otros en los que se
decía que me había quedado en la cuneta de la historia y cosas así, dato al que
no era ajeno el hecho de que nuestra lista municipal de la coalición
izquierdista que encabecé en 1979, se hubiera quedado a las puertas del pleno
municipal por unos pocos centenares de votos. Un hecho en que servidor
encontraba la demostración fehaciente de que en una urbe metropolitana, además
tan voraz y difusa como L´ Hospitalet, espacio propio de las muchedumbres
solitarias, la política indirecta --de
"marca registrada"-- neutralizaba cualquier presencia institucional
radical, aunque fuese derivada de una acción de masas. Entonces, la gente
todavía no había tiempo de apreciar que clase de izquierdas era la que aparecía
en la TV. Después
de permanecer durante años en el "tajo" de las movilizaciones del
barrio, a la hora del voto, hasta en las calles más próximas y activas seguíamos
siendo unos perfectos desconocidos. Tiempo después, el sector más radical que
se abstuvo pudo lamentar su "estar más allá", creyendo que existía un
dilema entre el Ayuntamiento y la asamblea popular.
La
verdad era que no me había recuperado de todo aquello, sin embargo, todavía me
quedaba mucho para dejar aquel oficio que consistió en dar la cara en las cosas
que la gran mayoría consideraba como causas ajenas o perdidas y que desde El País de finían como propias de los
"últimos románticos", algo que desde luego no me parecía en absoluto
insultante. Se puede decir que este se metamorfoseó, tratando de no apartarme
de una amplia relación con el pueblo que se traslucía tanto por las relaciones
familiares, con la gente llana en un trabajo que tenía esa virtud, sobre todo
porque uno tenía una predisposición innata para hacer de asistente social. En
este medio las grandes ideas eran más simplemente unos ideales concretos de
justicia, una actitud que en no pocas ocasiones chocaba con un pueblo llano
inmerso en su tradición de sometimiento, en su cotidianidad más rutinaria de
fútbol y TV, en un evidente desinterés por todo lo que representase más
problemas de los que ya la vida le ofrecía, que no eran pocos. Esta diferencia,
tan simple, pero que era el escalón en el que sostenía todo el edificio de la
izquierda, la encarnaban perfectamente
en mi entorno dos hermanas pertenecientes al ámbito más amistoso.
Mientras
que una de ellas, permanecía en este "escalón" en el comité de
empresa, y con ciertas ganas de estar al corriente de lo que pasaba en el
mundo, por ejemplo en Nicaragua que mantenía su pulso con el gigante sin
escrúpulos del Norte, sin dejar de ser una ama de casa y una señora como se
esperaba, la otra sin embargo, picarona y redicha, le sermoneaba constantemente con su mejor
humor, repitiéndole que, ¿cómo era posible,
cuando ya la vida de por sí era sumamente complicada, que ella se la
complicara más?. No ya con las lecturas sobre guerras y/o revoluciones con las
que el que escribe trataba de "comerle el coco", sino sencillamente
con tantas reuniones que seguían horas después de cuando los demás hacía rato
que ya se habían marchado a casa, sin olvidar
las tensiones que comportaba dar la cara en los conflictos.
Contar
con la hermana inquieta era básico para que en el centro las cosas de cada día
fueran más justas, para que, por ejemplo, en un litigio entre un médico y un
personal subalterno, se escuchara a ambas partes, y si la responsabilidad la
tenía el más fuerte, responder colectivamente. Luego, en los temas más
generales, hasta la hermana más inquieta
votaba a los que simplemente consideraba menos malo, y eso por mucho que
yo le insistiera. Que por lo que era insistencia, puedo asegurar que eso nunca
me faltaba.
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