Jack London . Los vagabundos (*)
Francis
O’Neil, superintendente General de Policía de Chicago, hablando de los
vagabundos, dice: “A pesar de las ordenanzas policiales más rigurosas, una gran
ciudad siempre tendrá que albergar cierto número de vagabundos sin techo
durante el invierno”. “A pesar de”, observemos el giro; se trata de un
confesión de desamparo organizado enfrentado a una necesidad desorganizada.
Si
las ordenanzas municipales son rigurosas, y aún así fallan, entonces quiere
decir que los vagabundos deben tener razones aún más rigurosas para provocar
esto.
Siendo
así debe resultar interesante averiguar estas razones, tratar de descubrir por
qué los vagabundos sin nombre y sin hogar desprecian la mano tendida del
gobierno de nuestras grandes ciudades, por qué todo lo que es débil y sin valor
resulta más fuerte que todo lo que es fuerte y valioso.
O’NeiI
es un hombre de vasta experiencia en materia de vagabundos. Se puede decir que
es un especialista. Lo dice de sí mismo: “Como antiguo sargento y capitán de
policía de escritorio, yo he tenido ilimitadas oportunidades de estudiar y
analizar esta clase de población flotante, que busca la ciudad en invierno o se
desparrama por el campo en primavera”. Continúa más adelante: “Esta experiencia
reiteró la lección de que la
gran mayoría de estos vagabundos pertenece a una clase que ha elegido la vida errante para vivir sin trabajar”
Dice
luego: “Me he asombrado ante el número de los que tienen ocupaciones que los
obligan a padecer hambre un tercio del año, por lo menos. Y es entre los de
esta clase que se recluta la gran mayoría de los vagabundos. Recuerdo un
invierno cuando me pareció que gran
número de habitantes de Chicago pertenecía a este ejército de infelices. Estaba
en un puesto policial, no lejos de donde la cosecha de nieve estaba lista para los
recolectores. Una compañía publicó avisos pidiendo personal para recoge y la
misma noche que aparecieron aquellos en los diarios, nuestro puesto se llenó de
hombres sin hogar que pedían albergue para estar cerca de la tarea a la mañana
siguiente. Se entregó todo el espacio disponible a los huéspedes pero
continuaban llegando”
Y
agrega: “Debo confesar que el hombre que desea trabajar honestamente por casa y
comida es un raro espécimen en el inmenso ejército de harapientos y andrajosos
vagabundos que buscan el calor de la ciudad cuando cae la primera nevada”.
Tomando en cuenta la multitud de honestos trabajares que llenaban aquel puesto policial
del Sr. O’ Neil, resulta evidente que si es cierto que todos los vagabundos
estuvieran buscado un trabajo honesto en lugar de hacerlo sólo una pequeña
minoría, entonces los trabajadores honestos tendrían una tarea mucho más ardua
cuando buscaran un trabajo decente a cambio de comida y techo. Si les pidieran la
opinión a aquellos honestos
trabajadores del señor O’Neil, todos manifestarían su preferencia porque fueran
menos los trabajadores honestos
a la mañana siguiente, cuando pidieran trabajo al capataz.
Finalmente
el señor O’Neil dice: “El tratamiento humano y generoso que la ciudad ha
dispensado al ejército de infelices sin hogar, desgraciadamente ha sido víctima
de un inmenso fraude, y esta política bien intencionada de bondad ha transformado
a Chicago en la meca invernal de una vasta e indeseable población flotante”. Es
decir que, a causa de su bondad, Chicago tiene más de su justa cuota de vagabundo
debido a que fue humanitaria y genero sufrió un inmenso engaño. De ello debemos
deducir que no se debe ser humanitario
ni generoso con el
prójimo cuando se trata de vagabundos. El señor O’Neil tiene razón y estos
párrafos tratan de demostrar, entre otras cosas, que no se trata de un sofisma.
En
general podemos extraer las siguientes conclusiones de lo que afirma el señor
O’Neil: 1) El vagabundo es más
fuerte que la sociedad organiza y no puede ser reprimido; 2) El vagabundo es
“harapiento”, “andrajoso”, “sin techo”, “infeliz”; 3) Hay un “inmenso” número
de vagabundos”; 4) Unos pocos desean un trabajo honesto; 5) Estos deben buscarlo empeñosamente
para encontrarlo, y 6) El vagabundo es indeseable…
Para
finalizar, se debe agregar que el vagabundo sólo es indeseable personalmente; que es negativamente deseable; que
en la sociedad cumple una función negativa y que es un producto derivado de la
indigencia económica.
Es
muy fácil demostrar que hay más hombres que tareas por realizar. Por ejemplo,
¿qué sucedería mañana si a 100.000 vagabundos los asaltara el deseo de
trabajar? Es una pregunta
justa. “Ve a trabajar” se predica al desocupado cada día de su vida. El juez en el tribunal, el
peatón en la calle, el ama de casa en la puerta de la cocina, todos unidos aconsejándoles
que vayan a trabajar. Entonces, ¿qué sucedería mañana sí 100.000 vagabundos
actuaran según este consejo y enérgica e indomablemente buscaran trabajo? Bueno,
al finalizar la semana, cien mil trabajado res recibirían su preaviso y
estarían nuevamente golpeando puertas por un empleo, estando ocupados sus puestos por los vagabundos.
Ella
Wheeler Wilcox demostró inconciente pero penosamente la desigualdad existente
entre el número de hombres y de empleos. En una columna del diario que dirige
se refirió en forma casual a la dificultad que tuvieron dos hombre de negocios
para encontrar buenos empleados La primera mañana el cartero le trajo 75 solicitudes
para el puesto y cuando se cumplían dos semanas habían contestado más de 200
personas.
Todavía
más llamativa fue la misma tesis demostrada recientemente en San Francisco.
Toda una Federación de Sindicatos llamó a una huelga solidaria. Miles de
hombres de varios Sindicatos abandonaron sus tareas: carreteros conductores de
areneros, cargadores y embaladores, trabajadores de los muelles, estibadores,
almacenadores de maquinas de estación, marineros foguistas, camareros, cocineros,
etcétera. Una lista interminable. Fue una huelga de grandes proporciones. Todas
las ciudades de la costa del Pacífico fueron afectadas, y se impidió
virtualmente el servicio de cabotaje entero de San Diego a Puget Sound. La
época era considerada auspiciadora. Las Filipinas y Alaska habían drenado a la Costa del Pacífico la mano
de obra excedente. Era verano, cuando la demanda de trabajadores agrícolas está
en su cima y cuando las ciudades, aparecen vacías de poblaciones flotantes Y
aún así quedaba un resto de mano
de obra excedente para ocupar los puestos de los huelguistas. No importaba la
ocupación cocinero o ingeniero estacional, areneros o almacenadores en cada
caso había un obrero ocioso listo
para hacer el trabajo, y no solamente listo sino ansioso de hacerlo. Muchos
hombres murieron, se quebraron cientos de cabezas, los hospitales se llenaron
de personas heridas y se cometieron miles de asaltos. Y todavía más mano de
obra excedente, más esquiroles llegaron para reemplazar a los huelguistas.
Surge
una pregunta ¿de dónde vino ese segundo ejército de obreros para reemplazar al
primero? Algo es seguro: los sindicatos no se rompen huelgas unos a otros. Otra
cosa es segura: ninguna industria de la vertiente del Pacífico fue perjudicada
en el menor grado porque sus obreros hayan sido arrastrados para ocupar los
puestos de los huelguistas. Una tercera cosa es segura: los trabajadores
agrícolas no se congregaron en las ciudades para reemplazar a los huelguistas
Al respecto, es importante señalar que los trabajadores agrícolas clamaron al cielo
cuando alguno de los huelguistas fue al campo a competir con ellos por empleos
no cualificados. Así que no hay explicación de este segundo ejército de
trabajadores. Estuvo, simplemente. Hubo siempre
un ejército excedente de trabajadores en el año de Dios de 1901, un año considerado
muy próspero en los anales de los Estados Unidos (1).
Una
vez establecida la existencia de ese ejército de reserva de trabajadores, queda
por averiguar la necesidad económica del mismo. La necesidad más obvia y simple
es la que surge de la fluctuación de la producción sí cuando hay producción
disminuye todos los hombres tienen empleo, se deduce necesariamente que cuando
la producción aumente no habrá hombres para hacer un trabajo mayor. Esto
parecerá casi infantil y, si no es infantil, por lo menos resulta fácilmente
remediable.
En
el momento de reflujo, que se trabaja menos tiempo y en el otro período que se
trabajen horas extras. La principal objeción a esto e que no se hace y ahora
estamos considerando lo que es y no lo que podría o debería ser.
Además
hay grandes demandas irregulares periódicas de mano de obra que deben ser satisfechas.
En primer término están la construcción de grandes edificios y las obras de
ingeniería pública. Cuando se debe excavar un canal o tender una vía férrea,
tarea que requiere miles de obreros, sería perjudicial arrancarlos a éstos de
las industrias estables. Y sea que haya que excavar un canal o en un sótano,
sea que se necesite cinco mil hombres o cinco, está bien que se lo tome del
ejército de reserva de trabajadores de una sociedad con la organización actual.
Es la reserva de energía social y esa es una de las razones de su existencia.
Las
cosechas ocupan el segundo lugar en las demandas periódicas. Gigantescas mareas
de trabajadores barren Estados Unidos de costa a costa. Lo que unos pocos
siembran y cuidan, madura súbitamente y debe ser recogido por muchos. Y es
inevitable que éstos formen poblaciones flotantes. En la última primavera
debieron recoge el grano, acopiar los cereales en verano, cosechan el lúpulo,
barrer la nieve en el invierno. En California, un hombre puede recoger el grano
en Siskiyou, duraznos en Santa Clara, uvas en San Joaquín y naranjas en Los Ángeles,
saltando de un empleo a otro a medida que transcurren las estaciones y viajando
miles de kilómetros cuando terminan. En el invierno falta trabajo y estas
poblaciones flotantes e arremolinan en las ciudades, donde llevan una
existencia precaria y son un tormento para los oficiales de policía, hasta que
vuelven los días cálidos y el trabajo. Si éste fuera constante y los sueldos
buenos para todos, ¿quién recogería la cosecha?
Pero
la última y más significativa necesidad de la existencia del ejército de
reserva de trabajadores todavía no ha sido expuesta. Esa mano de obra excedente
actúa como un freno para todos los que ya están empleados. Es el látigo por
medio del cual los patrones retienen a los trabajadores en sus puestos, o los
hacen volver a ellos cuando se han rebelado. Es el aguijón que fuerza a los
obreros a aceptar los compulsivos convenios
libres contra los que se rebelan continuamente. Existe sólo una razón en
el mundo para que fracase una huelga, y es que siempre hay más obreros para
ocupar los puestos de los huelguistas.
La
fuerza actual del sindicalismo, mientras lo demás se mantenga igual, es
proporcional a la capacidad de sus miembros, en otras palabras, es proporcional
a la presión que efectúa sobre el ejército
excedente de trabajadores. Sí mil excavadores hacen huelga, es fácil
reemplazarlos, Ya que tienen poca o ninguna organización. Pero es más difícil
reemplazar a mil maquinistas calificados y, en consecuencia su gremio es más
fuerte. Los excavadores están a merced del ejército excedente del trabajo, los
maquinistas sólo parcialmente, Para ser invencible el sindicato debe ser un monopolio. Debe controlar a cada uno de los obreros en su oficio y debe regular
a los aprendices Para que la provisión de obreros calificados se mantenga
constante; este es el sueño del trust
del trabajo de los líderes sindicales.
Una
vez, en Inglaterra después de la gran Plaga (de la patata), se descubrió que
había más trabajo que hombres para hacerlo. En lugar de que los obreros
compitieran por el favor de los patrones, éstos competían por los favores de
los obreros. Los salarios se elevaron más y más y continuaron aumentando hasta
que los obreros pidieron toda la ganancia producida por su trabajo. Como se
sabe, cuando el trabajador recibe todo el valor del producto el capital muere, Y así aquellos capitalistas en
embrión de los días posteriores a la
Plaga se encontraron amenazados por esas adversas condiciones.
Para salvarse establecieron un salario máximo, impidieron a los trabajadores
trasladarse de un lugar a otro, aplastaron las organizaciones incipientes, no
toleraron a los holgazanes y castigaron a los que desobedecían a las más terribles
penalidades de de esto, todo siguió como antes.
La
razón de lo anterior es, por demostrar la necesidad del ejército de reserva de
trabajadores. Sin él la sociedad capitalista de hoy carecería de poder. Los
trabajadores se organizarían como nunca y se agremiarían hasta el último de
ellos. Pedirían todas las ganancias producidas por su trabajo y la sociedad
capitalista se derrumbaría No podría salvarse a sí misma como lo hizo la sociedad
capitalista posterior a la
Plaga. Pasó el momento en que un puñado de patrones podía
llevar a legión de obreros a sus tareas por medio de encarcelamientos y
bárbaros castigos. Sin un
ejército de reserva de trabajadores los tribunales, la policía y el ejército
resultan impotentes En estos casos la función de todos ellos es la de preservar
el orden y ubicar en los puestos de los huelguistas a los trabajadores desocupados.
Si no hubiera trabajadores desocupados para emplear, no tendrían función que
cumplir, ya que el desorden surge solamente en el proceso de ubicación cuando
el ejército de huelguistas y el de los desocupados se enfrentan entre sí. Es
decir que quien mantiene la integridad de la sociedad industrial actual con más
fuerza que los tribunales, la policía y las fuerzas armadas es el ejército de
reserva de trabajadores.
Se
ha demostrado que hay más trabajadores que trabajo y que el ejército de reserva
de los trabajadores es una necesidad económica Para demostrar que el vagabu0 es
un subproducto de esta necesidad económica, es necesario examinar la
composición de ese ejército ¿Quiénes lo forman? ¿Por qué están allí? ¿Qué hacen?
En
primer lugar, puesto que los obreros deben competir por un puesto,
inevitablemente se deduce que los aptos y eficientes son quienes lo consiguen.
El obrero calificado conserva su puesto en virtud de su capacidad y eficiencia.
Si él fuera menos diestro, o informal o vagabundo sería inevitablemente
reemplazado por un competidor mejor. Los empleos fijos y calificados ya no
están obstruidos por payasos e idiotas. Un hombre encuentra un puesto adecuado
a su habilidad y a las necesidades del sistema, y aquellos sin habilidad o
incapaces de satisfacer las necesidades del sistema, no tienen cabida. Así, el
pobre telegrafista puede transformarse en un excelente leñador. Pero si el
pobre telegrafista alimenta la ilusión de que es un buen telegrafista. Y al
mismo tiempo desdeña todo otro empleo, no tendrá ninguna o será tan pobre en
cualquier ocupación, que trabajará de vez en cuando en e lugar de trabajadores
mejores. Estará entre lo primeros despedidos en épocas desfavorables entre los
últimos empleados en las buenas, o yendo
al grano, será un miembro del ejército d reserva de trabajadores.
Así
se llega a la conclusión de que los menos capaces y eficientes, es decir los
incapaces e ineficientes, componen el ejército de reserva de trabajadores. Allí
se debe buscar a quienes ha intentado algo sin éxito, a quienes no puede
mantener sus empleos: el aprendiz de plomero que no llegó a ser jornalero y el
oficial plomero demasiado torpe para retener el puesto, los guardagujas que
arruinan trenes, los empleados que no pueden hacer un balance, los herreros que
estropean caballos, los abogados que no puede, pleitear, en pocas palabras, los
fracasados en cada uno de los oficios y profesiones y, en muchos casos, los
fracasados en muchos de ellos a la vez. El fracaso es una larga historia y en
su desventura, ellos llevan la marca de la desaprobación social. El trabajo común,
de cualquier tipo, don de o cuando lo consigan, es su destino. Pera estos
ineficientes por herencia no componen solo el ejército de reserva de trabajadores.
Están los capacitados pero inconstantes e informales; y los viejos, quienes
alguna vez fueron capaces pero que, al disminuir sus fuerzas, ya no lo son (2).
Y
hay también hombres excelentes, perfectamente capacitados y eficientes, pero
que se quedan sin empleo en las industrias decadentes o afectadas por algún
desastre. En relación con esto, no está fuera de lugar citar la desventura de
los obreros británicos del hierro, que están sufriendo a causa de las
incursiones norteamericanas. Y, por último, están los trabajadores sin
capacitación, los desbastadores de madera y los aguateros, los excavadores, los
hombres de pico y pala, los ayudantes, los estibadores, los peones. Si el
trabajo escasea en un litoral de 2.000 millas, o las cosechas son escasas en el
gran valle interior, miles de estos trabajadores permanecen ociosos o afligen
la vida de sus compañeros de tareas similares.
Una
continua filtración se opera en este mundo del trabajo y el material bueno es
extraído del ejército de reserva. Las huelgas y las crisis industriales agitan
a los trabajadores sacan a los buenos a la superficie y hunden a otros tan buenos
o peores. La esperanza del huelguista capacitado radica en que los esquiroles estén
menos capacitados o sean menos aptos para llegar a capacitarse; no obstante cada huelga certifica que en
las profundidades se esconde la eficiencia. Después de la huelga Pullman unos cuantos
miles de ferroviarios debieron humillarse al tener que buscar los empleos que
habían abandonado y que habían sido ocupados por hombres igual capaces.
Pero
aquí se debe considerar lo siguiente en el sistema actual, si el más débil y el
menos capacitado fueran tan fuertes y capacitados como los mejores y éstos, a su vez, fueran más fuertes y más
capaces se obtendría la misma situación Existiría el mismo ejército de ocupados
y el mismo ejército de desocupados. Todo es relativo. No hay un nivel absoluto
de eficiencia.
Ahora
le llega el turno al vagabundo. Y se pueden anticipar de inmediato todas las
conclusiones diciendo que es vagabundo porque alguien debe serlo. Si dejó la calle y se transformó en un obrero como muy
eficiente, algún obrero ordinariamente eficiente habrá ido a la calle.
Hay trabajadores de sobra por todos los rincones; Cuando cae la primera
nevada y los vagabundos van a las ciudades todo aparece atestado y hacen necesarias las rigurosas ordenanzas policiales.
El
vagabundo pertenece a una de estas dos clases: es un trabajador o un criminal frustrado.
Un criminal frustrado al ser investigado revela a un trabajador frustrado o a un
descendiente de trabajador frustrados;
por eso, en un análisis último el vagabundo es un trabajador frustrado. Como no
hay trabajo para todos, la frustración es inevitable para algunos. Ahora bien,
¿cómo opera este proceso de frustración?
Cuando
más bajo se halle el oficio en la escala industrial, más duras serán las condiciones
Cuanto más fino, delicado o especializado sea, más se elevará en la competencia.
Existirá menos opresión, menos
avaricia, menos ferocidad. Hay menos sopladores de botellas, en relación a las
necesidades de la industria del vidrio
que excavadores en relación a las necesidades correspondientes. Y no
solamente esto, sino que se requiere que precisamente un soplador de botellas
reemplace a otro en huelga, mientras que cualquier clase de huelguista o
desocupado puede ocupar el lugar de un excavador. Así los gremios especializados
son más independientes, tienen más individualidad y libertad. Pueden negociar
con los patrones, hacer reclamos y defenderse a sí mismos Los obreros no cualificados,
en cambio, no tienen voz en estos casos No es de su incumbencia el ajuste de
las condiciones de trabajo. Sólo les queda conformarse con el convenio libre. Pueden aceptar lo que les
ofrecen o dejarlo. Hay muchos más en sus condiciones. No cuentan. Son miembros
del ejército de reserva y deben estar contentos con un trabajo que les proporcione
el sustento
La
recompensa es asimismo proporcionada. El trabajador fuerte y capacitado en un
empleo calificado donde hay poca presión laboral, está bien recompensado. Es un
rey comparado con sus hermanos menos afortunados de las ocupaciones no
calificadas donde la presión laboral es grande. El trabajador mediocre no
solamente esta forzado a permanecer ocioso una gran parte de su tiempo sino
que, cuando halla empleo, es obligado a aceptar una parte del salario. Un dólar
al día alguna vez y otras nada, difícilmente podrá mantener a un hombre y a su
esposa y le permitirá enviar los chicos al colegio. Y no solamente lo oprimen
los patrones y su propia lucha por tener lucha por tener un bocado entre los
dientes, sino que se agrega a su angustia toda la mano de obra capacitada y
organizada. Los obreros agremiados no se comportan como esquiroles unos con otros,
pero durante las huelgas o cuando escasea el trabajo, se considera justo que
desciendan a ocupar los puestos de los obreros comunes. Así lo hacen y, de
hecho, un ambicioso y bien alimentador maquinista o bobinador temporalmente,
palearán el carbón mejor que un obrero mal alimentado y exánime.
Por
lo tanto no hay aliento para el incapaz, ineficiente y mediocre. Su misma
ineficiencia y mediocridad lo hace desvalido como ganado; a lo cual se agrega
su miseria. Y toda esta
tendencia es hacia abajo, hasta que en lo más profundo del pozo social, sólo
son bestias desgraciadas e inarticuladas que viven, se multiplican y mueren
como bestias. ¿Y cuál es el destino de esas criaturas que han nacido mediocres,
cuy herencia no es ni inteligencia ni fortaleza ni resistencia? Trabajan
arduamente en los suburbios en una atmósfera de desaliento y desesperación. No
hay fuerza en la debilidad ni aliento en el aire viciado, en la mala comida y
en la humedad densa. Se encuentran allí porque los hicieron de tal manera que
no están preparados para elevarse pero la corrupción y la obscenidad no fortalecen
el cuello ni el estómago crónicamente vacío endereza la espalda.
Para
el mediocre no hay esperanza. La mediocridad es un pecado. La pobreza es el
castigo por haber fracasado; la pobreza, de cuya espalda saltan el criminal y
el esquirol, ambos fracasados, ambos trabajadores desalentados. La pobreza es
el infierno donde la ignorancia se enseñorea y el Vicio corrompe y donde lo
físico, lo mental y lo moral de la naturaleza son abortados y rechazados.
Para
demostrar que no se incurre en una imprudencia al ensombrecer este cuadro,
deben considerarse las siguientes pruebas autorizadas: primero, el trabajo y
los sueldos de los mediocres e ineficientes, y segundo, el habitat.
El
New York Sun del 28 de
febrero de 1901 describe la inauguración de una fábrica de la ciudad de Nueva
York por la American
Tobacco Company. Debían fabricarse allí cigarros, compitiendo
con otras fábricas que rehusaron ser absorbidas por el trust. Éste publicó avisos solicitando obreras. La multitud de
hombres y muchachos que solicitó trabajo enfrente del edificio fue tan
extraordinaria que obligó a la policía a dispersarlos con sus bastones. El
sueldo de las obreras era de 2,50 dólares por semana, de lo cual 60 centavos
para el viaje (3).
La
señorita Nellie Mason Auten, graduada en el Departamento de Sociología de la Universidad de
Chicago, hizo recientemente una profunda investigación sobre los gremios del
vestido en esa ciudad.
Sus
estadísticas fueron publicadas por el American Journal of Sociology y comentadas por el Litterary Digest. Encontró que había
mujeres que trabajaban diez horas por día, seis días por semana por cuarenta
centavos (un promedio de dos tercios de centavo por hora). Muchas ganaban menos
de un dólar a la semana y ninguna trabajaba todas las semanas…Walter A.
Wyckoff, que es una autoridad ex obreros, como Josiah Flynt lo es en esquiroles relata la siguiente experiencia en Chicago:
“Muchos de los hombres aparecían tan debilitados
por la miseria y fatiga del invierno que ya no estaban en condiciones de
realizar una labor colectiva. Algunos de los patrones que necesitaban más
obreros rechazaron a muchos por incapacidad física. No podré olvidar rápidamente
un caso. Se trata de lo que oí por casualidad una mañana temprano en la entrada
de una fábrica: una entrevista entre un postulante y el patrón. Yo tenía conocimiento
de que el primer era un ruso judío, que debía mantener a su vieja madre, a su
esposa y a dos niños pequeños. Había tenido empleos ocasionales a lo largo del
invierno en una fábrica de sweater
(4) solamente suficientes para mantenerlos vivos y, luego de las desventuras de
la estación fría, estaba
nuevamente en desesperados aprietos por falta de trabajo.”
“El
patrón no había consentido tomarlo para ningún puesto no especializado, cuando,
conmovido por el aspecto cadavérico del hombre, le dijo que se desnudara el
brazo. Subió entonces él la manga de su saco y la raída camisa de franela y
mostró un brazo desnudo, casi sin músculos, donde la piel azulosa y
transparente se extendía sobre los tendones y el contorno de los huesos. No hay
palabras para pintar cuán digno de conmiseración fue su esfuerzo para que sus
bíceps, que aparecían débiles con el movimiento ascendente, parecieran
robustos. Pero el patrón lo echó con un insulto y una risa desdeñosa. Y yo
observé a ese individuo mientras doblaba la esquina pensando en su familia
hambrienta con una desesperación en el corazón que solamente un mortal puede
sentir pero que no hay labios que puedan expresar.”
En
cuanto al habitat, Jacob Reis ha manifestado que en la ciudad de Nueva York, en
la manzana bordeada por las calles Stanton, Houston, Attorney y Ridge, y cuya
medida es de 200 por 300 m.,
viven hacinados 2244 seres humanos.
En
la manzana limitada por las calles 61 y 62 y las avenidas Amsterdam y West End,
hay más de 4.000 criaturas; un confortable pueblo de Nueva Inglaterra
amontonado en una sola manzana de la ciudad.
El
Reverendo Dr. Behrends hablando de la manzana limitada por las calles Canal,
Hester, Eldridge y Forsyth dice: “Se encontró a nueve personas en una
habitación de doce pies por ocho, y de cinco pies de alto; allí dormían y
preparaban su comida. En otra habitación, ubicada en un sótano oscuro, sin
tabiques ni divisiones había dos hombres con sus esposas y una niña de catorce
años, dos hombres solteros y un muchacho de diecisiete, dos mujeres y cuatro
niños de nueve, diez, once y quince años: catorce personas en total”.
Aquí
la humanidad se pudre. Sus víctimas, con humor negro, llaman a esto el inquilinato podrido, o como
dice un informe legislativo. “Aquí la infancia brota como un pimpollo, pero
muere antes del primer aniversario. Aquí la juventud se afea con enfermedades
repugnan y con las deformaciones engendra por la degeneración física”.
Aquí
están los hombres y las mujeres que son lo que son porque no nacieron mejor, o
porque desafortunadamente nacieron. Evaluados según las necesidades del
sistema, son débiles e inútiles. El hospital y la fosa común los esperan y no
ofrecen ningún aliento al trabajador mediocre que ha fracasado estando un poco
más arriba en la estructura social. A ese trabajador, consciente de que ha
fracasado, conciente de que no puede conseguir empleos mejores, se le abren
varios caminos. Puede por ejemplo, descender y ser una bestia en los abismos de
la sociedad. Pero, excepto que estuviera dotado de alguna aptitud, no lo
alentarán a trabajar. Pronto se agitará una rebelión en su sangre y tendrá que
elegir entre transformarse en un criminal o en un esquirol.
Si ha luchado duramente, no estará acostumbrado al engaño de la calle. Cuando estaba sin empleo pero todavía tenía ánimo, fue forzado a golpear puertas en las grandes ciudades, en su búsqueda de trabajo. Ha pasado hambre, ha visto el campo y su verdor, ha reído con alegría y, tendido de espaldas, ha escuchado a los pájaros cantando encima de él, sin ser turbado por las sirenas de las fábricas ni las órdenes ásperas de los patrones; y, lo que es más significativo que todo eso, ha vivido. Eso es lo importante. No ha llegado a morirse de hambre. No solamente se ha sentido despreocupado y feliz, ¡sino que ha vivido! Y con el saber que ha obtenido estando ocioso y, todavía vivo, ha logrado una nueva perspectiva de la vida; cuanto más experimenta la poco envidiable fortuna del trabajador pobre, más se apoderan de él los halagos de la calle. Y, finalmente, arroja su desafío a la sociedad impone un valiente boicot a cualquier trabajo y se une a los andarines del reino de los vagabundos, los gitanos de esta época.
Si ha luchado duramente, no estará acostumbrado al engaño de la calle. Cuando estaba sin empleo pero todavía tenía ánimo, fue forzado a golpear puertas en las grandes ciudades, en su búsqueda de trabajo. Ha pasado hambre, ha visto el campo y su verdor, ha reído con alegría y, tendido de espaldas, ha escuchado a los pájaros cantando encima de él, sin ser turbado por las sirenas de las fábricas ni las órdenes ásperas de los patrones; y, lo que es más significativo que todo eso, ha vivido. Eso es lo importante. No ha llegado a morirse de hambre. No solamente se ha sentido despreocupado y feliz, ¡sino que ha vivido! Y con el saber que ha obtenido estando ocioso y, todavía vivo, ha logrado una nueva perspectiva de la vida; cuanto más experimenta la poco envidiable fortuna del trabajador pobre, más se apoderan de él los halagos de la calle. Y, finalmente, arroja su desafío a la sociedad impone un valiente boicot a cualquier trabajo y se une a los andarines del reino de los vagabundos, los gitanos de esta época.
Pero
el vagabundo no proviene generalmente de los suburbios Su lugar de nacimiento
es más elevado y, a veces mucho más elevado. Siendo un fracasado confeso,
todavía rehúsa aceptar el castigo y se aparta del suburbio para vagabundear. El
ejemplar típico de los abismos de la sociedad tiene demasiado de bestia o
demasiado de esclavo según la ética de los burgueses y los leales de los
patrones-- como para manifestar este tono de rebelión. Pero ese abismo de la
sociedad, fuera de sus fracasos y vicios, genera criminales que prefieren ser
bestias de rapiña más que
bestias de trabajo. Y el criminal mediocre, el que es inepto e ineficiente, a
su turno, es desalentado por el brazo fuerte de la ley y termina en el reino de
los vagabundos.
Estos
hombres, el trabajador y el criminal desalentados, se retiran voluntariamente
de la lucha por obtener trabajo. La industria no los necesita. No hay fábricas
cerradas por falta de trabajadores ni vías férreas proyectadas y sin construir
por la necesidad de hombres que empuñen la pala. Las mujeres todavía se alegran
de ganar un dólar por semana, y los hombres y muchachos de gritar y luchar por
un puesto en las puertas de las fábricas. Nadie extraña a estos hombres
fracasados y, yéndose, han hecho todo más fácil para los que se quedan.
El
caso se puede sintetizar de esta manera: si hay más hombres que trabajo, surge
inevitable mente el ejército de reserva de trabajadores. Esto es una necesidad
económica; sin él, la sociedad actual se desmoronaría. En ese ejército se
amontonan los mediocres los ineficientes, los inepto y aquellos incapaces de
satisfacer las necesidades industriales del sistema La lucha por el trabajo
entre los miembros del ejército de reserva es sórdida, salvaje, y en los
abismos de la sociedad resulta viciosa Y bestial. Esta lucha tiende a
desalentar, y las víctimas de ese descorazona miento son los criminales y los
vagabundos. Estos no constituyen una necesidad económica como el ejército de
reserva, pero Son un producto derivado de una necesidad económica.
La
calle es una de las válvulas de seguridad por las que se arrojan los
desperdicios del organismo social. Y una vez arrojados conforman la función
negativa del vagabundo. La sociedad tal como se halla organizada actualmente
desperdicia mucho en vidas
humanas Este desperdicio debe ser
eliminado El cloroformo o la electrocución serían soluciones simples para este
problema; pero las normas éticas, aunque permiten el desperdicio humano, no permiten una eliminación humana de tal
desperdicio Esta paradoja demuestra que la ética teórica y las necesidades
industriales son irreconciliables.
Y
así el vagabundo se vuelve alguien que se elimina a sí mismo Y no solamente a
sí mismo. Desde el momento que es tan manifiestamente inepto, y como la bondad
es propensa a suscitar bondad, se hace necesario que su propia bondad termine con
su vida que desaparezca su linaje y desempeñe el papel de eunuco en la sociedad
del siglo XX después de Cristo. Y lo hace. No engendra. La esterilidad es su
signo como también es el de la
mujer de la calle. Ellos podrían haber formado pareja pero la sociedad ha
determinado otra cosa.
Y
aunque no es agradable que deban morir, así se ordena, como también se ordena
que no discutamos con ellos si nos molestan en nuestras carreteras y en los
umbrales de las cocinas con sus osamentas ambulantes. Nosotros no solamente
fomentamos sino que forzamos este tipo de eliminación. Por lo tanto seamos
alegres y honestos. Seamos todo lo exigente que queramos con las ordenanzas policiales
pero, por Dios, no les digamos que vayan a trabajar. No solamente es poco
bondadoso, sino que es falso e hipócrita. Sabemos que no hay trabajo para
ellos. Como la víctima
propiciatoria de nuestras culpas económicas e industriales, o de nuestro es que
de da, si se quiere, deberíamos darle crédito. Seamos justos. Ellos están
hechos así. La sociedad los hizo. No se hicieron a sí mismos.
1 Mr. Leiter, que posee una mina de carbón en Zeigler,
Illinois, en una entrevista Publicada por el Chicago el 6 de diciembre de 1904, dijo: “Cuando me dirijo al
mercado de mano de obra para adquirirla me propongo conservar tanta libertad
como la de cualquier comprador en otro tipo de mercado (...) No existe
dificultad alguna de obtener mano de obra, Pues el país está lleno de desocupados’
2. “Desalentados
y cansados de luchar vanamente contra un mundo poco benévolo, dos ancianos
fueron llevados ante el Juez Policial McFlugh esta tarde para tratar de hallar
alguna manera de mantenerlos, por lo menos hasta la primavera”.
“George Westlake fue el primero en ser
considerado por la corte. Tiene setenta y dos años. Se lo acusó de ebriedad y
fue sentenciado a una condena en la cárcel del condado pero es más que probable
que nunca haya estado bajo la influencia del alcohol en su vida. Fue un acto de
bondad de las autoridades, ya que en la cárcel se lo proveerá de un buen lugar
para dormir y de abundante comida”.
“Joe Coat, de sesenta y nueve años,
permanecerá noventa días en la cárcel del condado por una razón muy parecida a
la de Westlake. El manifiesta que, si se le da la oportunidad irá a un bosque y
cortará leña durante el invierno, pero las autoridades policiales consideraron
que no podría sobrevivir a esta tarea”. (Del
butte Miner, Montana, 7 de diciembre de 1904).
“«Acabo con mi vida porque he alcanzado un
límite e edad en que ya no hay lugar para mí en el mundo. Por favor notifiquen
a mí esposa a la calle 129 Oeste, ‘• 222 de Nueva York». Una vez recapituladas
las causas de su decisión en este mensaje final, James Hollaner, de cincuenta y
seis años, se disparó en la sien izquierda, en su habitación del hotel Stafford,
en el día de hoy” (New York Herald)
3. En el San Francisco Examiner del 16 de noviembre de 1904 hay un
informe acerca del uso de las mangueras de bomberos para dispersar trescientos
hombres que pedían trabajo en un barco sin carga en el puerto. Los hombres estaban tan ansiosos por
conseguir ese trabajo de dos o tres horas que provocaron un tumulto Y debieron
ser ahuyentados.
4 “No era extraño que en los
talleres los hombres se sentaran ante la máquina de coser de once a quince
horas corridas por día con el calor de julio, impulsándola con sus pies, siendo
forzados a veces a no interrumpir el trabajo para almorzar. El carácter
estacional del trabajo significaba una tarea desmoralizante, unos pocos meses en el año y una ociosidad no
menos desmoralizante en el tiempo restante. La tisis, la plaga de los
conventillos y especialmente de la industria del vestido. Se llevó a muchos de estos obreros; la
nutrición insuficiente y el agotamiento a muchos más.” (Del Mc Clure’s Magazine)
(*) “The Tramp”, traducción del texto de una
conferencia pronunciada en 1903 en San Francisco. Apareció en la revista
socialista “Wilshire´s” en marzo de 1904.
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