jueves, 21 de abril de 2016

Revolución



Jack London
Revolución *

El presente basta a las almas vulgares.
A esos que jamás miran más allá.
Que son simple arcilla, en la que las huellas
de los siglos están para siempre petrificadas.

El otro día, recibí una carta. La enviaba un hombre de Arizona. Comenzaba diciendo: “Querido camarada”, y concluía con un “Contigo por la revolución”. Existen en los Estados Unidos cerca de un millón de hombres y mujeres, que comienzan y terminan de esta manera sus cartas. En Alemania son tres millones. En Francia, un millón. En Austria, 800.000. En Bélgica, 300.000. En Italia, 250.000. En Inglaterra, 100.000. En Suiza, 100.000. En Dinamarca, 55.000. En Suecia, 50.000. En Holanda, 40.000. En España, 300.000. Y todos son camaradas y revolucionarios.
Son tan numerosos que, por contraste, harían parecer pequeños los ejércitos de Napoleón y de Jerjes. Sin embarga no se trata de hombres ganados para el orden establecido sino conquistados para la revolución. Forman, en caso de movilización, un ejército de siete millones de hombres que, Conforme a las condiciones que reinan actualmente, combaten con todas sus fuerzas para conquistar la riqueza del mundo y para destruir completamente la sociedad tal como existe.
No ha habido nunca en la historia del mundo nada parecido a esta revolución. No presenta ninguna analogía con la revolución americana o francesa. Es única, colosal. Comparadas a ella, las otras revoluciones son como asteroides al lado del Sol. Es única en su especie, es la primera revolución mundial en una historia del mundo en la que abundan las revoluciones. Y no solamente eso, es el primer movimiento de masas organizado que se ha convertido en un movimiento a escala del mundo, que no conoce otros límites que no sean los del planeta.
Esta revolución difiere de las otras en bastantes puntos de vista. No es .esporádica. No es una llamarada de indignación popular, tomando nacimiento un día y apagándose al siguiente. Se remonta más alto que la generación actual. Tiene una historia y una tradición, una lista de mártires que no es superada en importancia por la de los mártires del cristianismo. Tiene igualmente una literatura mil veces más importante, científica y sabia que no importa qué otra revolución anterior.
Al llamarse “camaradas”, esos hombres, son capaces de la revolución socialista, y esta palabra no está vacía, ni está exenta de significación, hechas para ser pronunciadas al
borde de los labios. Liga al conjunto de estos hombres como hermanos que es como deben ser los hombres que se mantienen codo  con codo bajo la bandera roja de la revuelta. A propósito, esta bandera roja simboliza la fraternidad entre los hombres, y no la destrucción por el fuego
a que la asocia en su espíritu el burgués aterrorizado. La camaradería de los revolucionarios es viva y calurosa. Atraviesa los límites geográficos, pasa por encima de los precie de raza y se ha revelado más potente que el Cuatro de Julio, el águila de las águilas desplegadas que simboliza el americanismo de nuestros ancestros. Los trabajadores socialistas franceses y alemanes olvidan la Alsacia-Lorena y, cuando la guerra amenaza, publican resoluciones en las que se tratan como trabajadores y camaradas, que no tienen entre sí ninguna diferencia. Hace unos días precisamente, cuando el Japón y Rusia se han saltado mutuamente a la garganta, los revolucionarios del Japón han dirigido el siguiente mensaje a los de Rusia: “Queridos camaradas, vuestro gobierno y el nuestro acaban de lanzarse a la guerra para satisfacer sus tendencias imperialistas, pero, para nosotros socialistas, no existen fronteras, de razas, de países ni de nacionalidades. Nosotros somos camaradas, hermanos y hermanas, y no encontramos ninguna razón para combatirnos. Vuestros enemigos no son los hombres del pueblo japonés, sino nuestro militarismo y nuestro pretendido patriotismo. Patriotismo y militarismo son nuestros enemigos comunes”.
En enero de 1905, de un extrema al otro de los Estados Unidos, los socialistas han desarrollado mítines de masas para expresar sus simpatías de cara a sus camaradas en lucha, los revolucionarios de Rusia y, más precisamente, para facilitarles el nervio de la guerra recolectando un dinero que se entregó rápidamente a sus líderes.
El solo hecho de que haya habido esta demanda de fondos, la respuesta favorable que ha recibido, hasta la manera como el llamamiento ha sido efectuado constituye una demostración palpitante y práctica de la solidaridad internacional en esta revolución mundial: “Cualquiera que puedan ser los resultados de la actual revuelta en Rusia, la propaganda en ese país ha recibido un impulso que no tiene parangón en la historia de la guerra de clases moderna. La batalla heroica por la libertad es llevada casi exclusivamente por la clase obrera rusa, lo que demuestra una vez  el hecho de que los trabajadores conscientes se han convertido en la vanguardia de todos los movimientos de liberación de los tiempos modernos”.
He aquí 7 millones de camaradas en un movimiento revolucionario, organizado internacional, mundial. Esta es una fuerza humana terrible. Hay que contar con ella. En ellos se encuentra la potencia. Y aquí se encuentra lo novelesco, algo colosal que parece sobrepasar la comprensión del sentido común de los mortales. Estos revolucionarios están movilizados por una gran pasión. Tienen un sentido agudo de los derechos individuales mucho respeto por la humanidad, pero poco de sumisión, apenas unas trazas, por las leyes promulgadas por los muertos. Se niegan a ser dirigidos por ellos. Su escepticismo de cara a los convencionalismos dominantes del orden establecido resulta sorprendente para los espíritus burgueses. Se ríen con desprecio de los ideales que tienen el favor de la sociedad burguesa y de los principios morales que le son queridos. Tienen intención de destruirlos, así como la mayor parte de sus discretos ideales y de sus amados principios morales y muy particularmente los que se agrupan detrás de sus banderas: propiedad privada del capital, supervivencia del más apto, patriotismo. Si, incluso el patriotismo.
Un ejército de la revolución semejante, con la fortaleza de 7 millones de hombres, debe de detener a los dirigentes de las clases y hacerles reflexionar. El grito de guerra de este ejército es: “No hay cuartel. Queremos todo lo que poseéis. Nada menos que todo lo que poseéis, sino no quedaremos satisfechos. Queremos en nuestras manos todos los remos del poder y del destino de la humanidad. He aquí nuestras manos. Son manos vigorosas. Os vamos a quitar vuestros gobiernos, vuestros palacios y vuestro dorado confort, y entonces deberéis de trabajar para ganar vuestro pan como los campesinos en el campo o como los empleados raquíticos y hambrientos en vuestras metrópolis. Estas son nuestras manos. Son manos vigorosas”.
Los dirigentes y las clases dirigentes pueden con razón detenerse para reflexionar. Se trata de una revolución. Y claro está, esos 7 millones de hombres no representan  un ejército sobre el papel. Su potencial de combate sobre el campo de batalla representa bien 7 millones de hombres. Hoy en día representan 7 mill de votos en lo países civilizados del mundo.  Ayer no eran fuertes. Mañana lo serán todavía más. Aunque son combatientes y adoran la paz, no tienen miedo a la guerra. Como intención sólo pretenden destruir la sociedad capitalista existente y tomar posesión del mundo entero. Si la ley del país lo permite, combatirán pacíficamente para obtener ese resultado en las urnas. Si las lees del país no lo permite, y si se  opone la fuerza, ellos recurrirán también a la fuerza. Responderán a la violencia con la violencia. Sus manos son vigorosas y no tienen miedo En Rusia, por ejemplo, no se vota, El gobierno ejecuta a los revolucionan. Los revolucionarios responden con el asesinato del verdugo legal.
Ahora se presenta un aspecto particularmente significativo sobre el que los dirigentes harían bien en inclinarse. Permitidme que sea concreto. Yo soy u revolucionario. Sin embargo soy sano de espíritu y normal. Hablo de los asesinos de Rusia como de “mis camaradas” y pienso en ellos en esos términos. Es lo mismo para todos los camaradas de América y para los 7 millones de camaradas repartidos por todo el mundo. ¿Qué valor tendría un movimiento revolucionario organizado internacional si nuestros camaradas no se encontraran sostenidos en el mundo entero? Este valor está demostrado por el hecho de que nosotros hemos defendido realmente el principio, de los asesinatos cometidos en Rusia por nuestros camaradas. Estos no son discípulos de Tolstói. Como tampoco, lo somos nosotros. Nosotros somas revolucionarios.
En Rusia, nuestros camaradas han constituido lo que llaman “la organiza de combate” Esta organización ha acusada; juzgado, reconocido como culpable y condenado a muerte a un tal Stolypin Ministro del Interior. El 2 de abril era asesinado de un disparo en el Palacio Maryinsky. Dos años más tarde, la organización, de combate condenaba a muerte y ejecutaba a otro, ministro del lnterior Von Plehve. A continuación, publica un documento fechado de 20 de julio 1094 en el que expone los detalles de la acusación a Von Plehve y reivindica la responsabilidad de su asesinato.  En el presente este documento ha sido enviado a los socialistas del mundo entero que lo han publicado en revistas y diarios. Se trata de algo que los socialistas del mundo entero no hubieran tenido miedo en realizar, que hubieran osado en buscar, y lo han publicado como sí se tratara de una cosa completamente corriente, como la publicación de un documento oficial del  movimiento revolucionario internacional, por decirlo de una manera ejemplificadora.
Estas son las luces que iluminan la revolución, claro está,  pero son también lo hechos. Están orientados hacia los dirigentes y a las clases dominantes no para darles miedo sino para obligarles a examinar más o fondo el espíritu y la naturaleza de esta revolución mundial. El tiempo par tomar en consideración esta revolución ya ha llegado. Se encuentra injertada en todos
los países civilizados. Desde que un país se convierte en civilizado, la revolución se instala en él. El socialismo entró en el Japón con la introducción de la maquinaria. He penetrado en las Filipinas codo con codo con los soldados americanos. Los ecos de los últimos disparos de cañón estaban  toda vía en el aire cuando se construyeron secciones socialistas en Cuba  y Puerto Rico. Mucho más significativo es el hecho de que de todos los países en los cuales la revolución se ha instalado, no hay nin uno solo que se haya separado.  Por el contrario, el abrazo de la revolución es cada más sólido. Como movimiento activo debutó hace apenas una generación. En 1867 representaba en el mundo, 300.000 votos. Hacia 1871, sus efectivos habían ascendido a  100.000, y en 1884 sobrepasaban el medio millón. En 1889 superaba el millón. Fue entonces cuando su aliento se acentuó. En  1892 los votos socialistas en el mundo alcanzaban 1.798.391; en  1893, 2.585.89; en 1985, 3.033.718; 1898, 4.515. 591; en 1902, 5.253.054; en 1903, 6.285.374, y en el año de gracia de 1905, la cifra de millones ha sido superada.
Esta llama revolucionaria no ha dejado de lado a los Estados Unidos. En 1888, no había más que 2.068 votos socialistas. En 1902 el número era 127.713. Y en 1904, se registraban 435.040 votos socialistas. ¿Qué es lo que ha alimentado esta llama? Ha sido la dureza de los tiempos. Los cuatro primeros años del siglo XX han sido considera—, dos como prósperos y sin embargo, en el curso de ese lapsus de tiempo, 300.000 hombres han venido a engrosar los rangos de los revolucionarios, lanzando un desafío en la cara de los burgueses y se han albergado bajo la bandera roja color sangre. En el Estado del autor, en California, un hombre sobre doce es un revolucionario devoto e inscrito.
Una cosa debe de ser claramente entendida. No se trata de un levantamiento espontáneo y vago de una gran masa bajo la amenaza de los golpes. Por el contrario, la propaganda es intelectual; el movimiento está fundado sobre la necesidad económica y se encuentra en el sentido de la evolución social, mientras que las gentes más desgraciadas no se han levantado todavía. El revolucionario no es un esclavo hambriento que se encuentra en el atolladero, en el fondo más profundo del pozo, sitio que es, en su conjunto, un trabajador valiente, bien nutrido, que ve el desorden que le esperan a él y a sus hijos, y que retrocede ante el horror del descenso. Los hombres muy desgraciados se encuentran demasiado abandonados para no abandonarse a sí mismos. Pero ahora vienen en su ayuda y se aproxima el día en el que vendrán a engrandecer las filas de los revolucionarios.
Hay otra cosa que debe de ser claramente comprendida. Aunque los hombres de las clases medias y las profesiones liberales estén interesados en el movimiento, se trata sobre todo de la revuelta de la clase obrera. Es así en el mundo entero. Los trabajadores del mundo entero, en tanto que clase combaten a los capitalistas del mundo entero en tanto que clase. La gran clase pretendidamente media no es que una anomalía en las luchas sociales. Se trata de una a clase a punto de desaparecer (bastante astutos los estadistas sostendrán lo contrario) y su misión histórica de tapón entre las clases capitalista y obrera apenas si llega a estar cubierta. Le quedan muy pocas cosas que hacer aparte de gemir cayendo en olvido, como ya ha comenzado a hacer con acentos populares y democráticos. Jeffersonianos. La lucha continúa. La revolución ya está aquí, en el presente y son los trabajadores del mundo entero los que se rebelan.
La cuestión que se plantea es, naturalmente ésta: ¿por qué es así? No es suficiente un capricho del destino para desencadenar una revolución mundial El capricho no lleva la unanimidad. Debe de haber una causa más profunda para hacer pensar la misma cosa a 7 millones de hombres para llevarles a rechazar toda fidelidad a los dioses de la burguesía y perder la fe en una cosa tan bella como el patriotismo. Existen numerosas acusaciones de cargo desarrolla das por los revolucionarios contra la clase capitalista. Pero en la hora actual hay una que necesita ser articulada, y a la que el capital nunca ha respondido y no podrá responder.
La clase capitalista ha organizado la sociedad y fue un fracaso. No solamente ha fracasado sino que además lo ha hecho de una forma deplorable innoble, horrible La clase capitalista tuvo una ocasión como ninguna clase dirigente lo tuvo en otro momento de la historia mundial. Se liberó de las reglas de la vieja aristocracia y fundó la sociedad moderna Se hizo la dueña de la materia, organiza el maquinismo, lo incorpora a la vida y hace posible una era maravillosa. Para el género humano, en el que nadie se lamentaría de tener qué comer, o todo niño tendría la posibilidad de elevarse intelectualmente. La materia era domesticada y la maquinaria seria puesta al servicio de la vida organizada todo eso parecía posible. Aquí se encontraba, gracias a Dios, y la burguesía ha fracasado y rapaz. Parloteaba a propósito de los principios morales, no se frota los ojos una sola vez, no cede ni un palmo en su rapacidad, y se hunde en un fracaso tan sensacional como lo había sido la ocasión perdida.
Pero todo eso representa para el espíritu burgués tantas telas de araña. Es tan ciego como en el pasado, no ve nada, no entiende nada. Quizá sea el momento en que la acusación necesita ser formada más precisamente, en términos mordientes y sin equívocos. Antes que nada, consideremos el caso de los hombres de las cavernas. Se trataba de un ser muy simple. Su cabeza estaba inclinada hacia atrás como la de un orangután, y no era mucho más inteligente. Vivía en un entorno hostil y se encontraba a merced de toda suene de tuertas salvajes. No era capaz de inventar ni de hacer artificios. Su eficacia natural para procurarse el alimento era, digamos, 1. Ni siquiera labraba la tierra. Con su eficacia natural de 1, combatía a sus enemigos carnívoros y aseguraba la vida y el techo. Llegó a hacer todo eso, sino no se hubiera multiplicado, no se habría extendido por la superficie de la tierra y no habría dado nacimiento a sucesivas generaciones, hasta llegar a usted y a mí.
El hombre de las cavernas con su eficacia natural de 1, tenía la mayor parte del tiempo ocupado en la comida, y ningún hombre de la caverna tenía durante ese tiempo hambre. También conocía una vida sana, en pleno aire, marchaba, reposaba encontraba mucho tiempo para hacer trabajar su imaginación e inventar dioses. Eso quiere decir que no necesitaba trabajar durante todo el tiempo en el que se encontraba en pie para buscar la comida. El niño del hombre de las cavernas (y esto vale para todos los niños de los pueblos salvajes) tema una infancia, y eso quiere decir una infancia feliz en juegos y de desarrollo.
¿Y en el presente, cuál es la suerte del hombre moderno? Consideremos los Estados Unidos, el país más próspero y el más luminoso del mundo. Existen en los Estados Unidos diez millones de seres que viven en la pobreza. Hay que entender por esto las condiciones de vida tales que, en razón de la falta de alimentos y de vivienda conveniente, la media simple de rendimiento del trabajo no se puede conseguir. En los Estados Unidos hay diez millones de personas que no tienen, para comer. En los Estados Unidos, en razón del hecho de que no hay suficiente para comer, hay diez millones de seres que no pueden mantener sus fuerzas a un nivel normal. Esto significa que esos diez millones de personas agonizan, mueren lentamente, cuerpo y alma, porque no tienen suficiente para comer. Sobre toda la extensión de este próspero país, iluminado, hay hombres, mujeres y niños que viven miserablemente. En todas las grandes ciudades, donde se han instalado en los ghettos más sórdidos, por centenares de miles y por millones, su miseria comienza a envilecerlos como si fueran bestias. Ningún hombre de las cavernas llegó a conocer el hambre de una manera tan crónica como ellos, nunca llegó a dormir en condiciones tan lamentables, nunca llegó a corromperse como ellos en la podredumbre y la enfermedad, jamás llegó a trabajar tan duramente y durante un número tan grande de horas.
En Chicago había una mujer que trabajaba sesenta horas por semana. Trabajaba en la confección. Cosía botones en los vestidos. Entre los trabajadores de la confección de Chicago, el salario medio de las costureras es de 90 céntimos, pero ellas trabajan de un extremo al otro del año. El salario semanal medio de las pantaloneras es de 1,31 dólares y el número medio de semanas de trabajo es 27,85. La ganancia media anual de las costureras alcanza los 47 dólares; la de las pantaloneras, a 37 dólares. De semejantes salarios surgen beneficios privados de infancia, las condiciones de vida vecinas a las de los animales, el hambre por todo el mundo.
A diferencia de los hombres de las cavernas, el hombre moderno no puede procurarse el alimento y un abrigo en la medida en que se ponga a trabajar con este fin. El hombre moderno debe antes que nada encontrar un trabajo y esto no es tan fácil. Entonces la miseria toma una forma aguda. Los diarios hablan diariamente de esta miseria. Citemos algunos ejemplos, escogidos entre innumerables casos.
Una mujer, Mary Mead, que habita en Nueva York. Tiene tres niños: Mary, de un año, Johanna, de dos y Alice de cuatro. Su marido no pudo en absoluto encontrar un trabajo. Se morían de hambre Fueron expulsados de su alojamiento del 160 de Steuben Street, Mary entonces estranguló el bebé, Mary, de un año. Estranguló a Alice, de cuatro años y no pudo con Johanna, de dos, y después tomó ella misma el veneno. El padre declaró a la policía: “Un estado constante de angustia provocó que mi mujer se volviera loca. Vivíamos en el 160 de Steuben Street no hace todavía una semana, pero fuimos expulsados. Yo no pude encontrar trabajo. No pude ganar siquiera para alimentarnos. Los niños se encontraban enfermos y se ‘debilitaban. Mi mujer lloraba sin parar”.
 “Los servicios de la Asistencia se encuentran completamente sumergidos por decenas de miles de demandas de parados que son incapaces de hacer frente a su situación”.
 (New York Commercial, 11 de enero de 1903).
El hombre moderno no puede encontrar trabajo para poder solamente comer. En un diario apareció el siguiente anuncio:
 “Hombre joven, buena instrucción, incapaz de encontrar trabajo, cedería a cualquier médico o bacteriólogo, para fines experimentales todos los derechos sobre su cuerpo. Puede,) dirigirse indicando precios, al apartado postal 3466, Examiner, Frank A. Mallin visitó el miércoles por la tarde la Comisaría Central, y pidió ser detenido por vagabundo. Ha declarado que buscaba trabajo desde hacía tiempo sin resultados y estaba convencido de ser un vagabundo. En todo caso, tenía tanta hambre que hubo que darle de comer. El juez Graham lo ha condenado a noventa días de prisión”.
 (San Francisco Examiner).

En una habitación de Soto House, 32, 4. ª calle, San Francisco, han encontrado el cuerpo de W. G. Robbins Había abierto el grifo del gas. Se ha encontrado igualmente su agenda, de la que se han podido extraer los siguientes pasajes:
 “3 de marzo. No hay ninguna posibilidad de encontrar nada por aquí. ¿Qué hacer?
7 de marzo. Todavía no he encontrado nada. 8 de marzo. Me nutro de buñuelos medianos que me cuestan cinco céntimos cada día. 9 de marzo. Mi Última pieza de veinticinco céntimos se va Para pagar el alojamiento.  10 de marzo Que Dios me ayude. No me quedan más que cinco céntimos. ¿Qué puedo hacer? ¿Robar mendigar o morir? Nunca he robado mendigo o pasado hambre en cincuenta años de existencia pero ahora me encuentro en el límite...la muerte me parece el único refugio. 11 de marzo Estoy enfermo toda la jornada, ardiendo de fiebre desde el mediodía. No he comido nada hoy o después de ayer tarde. Mi cabeza, mi cabeza. Adiós a todos. »
¿Cuál es la suerte del niño del hombre moderno en ese país, el más próspero de todos? En la ciudad de Nueva York, 50.000 niños van a la escuela cada mañana teniendo hambre. Un despacho de prensa enviado el 12 de enero desde esta misma ciudad, concerniente a un caso dado a conocer por el doctor A. E. Daniel, de la Enfermería de Nueva York para mujeres y niños. Se trata de un bebé de 18 meses que ganaba 50 céntimos por semana trabajando en un taller donde los obreros son explotados.
En los Estados Unidos, nada más que en las fábricas del textil, 80.000 niños penan para ganarse la vida. En el Sur, trabajan durante doce horas de un tirón. No ven nunca el día. Los que toman parte del equipo de noche duermen en las horas en las que el sol reparte la vida y el calor sobre el mundo, en tanto que los del equipo de día se encuentran delante de sus máquinas antes del alba y retornan a sus tugurios miserables, calificados de “casas”, después de la caída del día. Muchos de ellos no reciben más de diez céntimos por día. Hay niños pequeños que trabajan por cinco céntimos y siete céntimos por día. Los del equipo nocturno resultan a menudo levantados por la proyección de agua fría sobre el rostro. Existen niños de seis años que tienen ya en su activo once meses de trabajo en el equipo de noche. Cuando caen enfermos y son incapaces de levantarse para asistir al trabajo, hay hombres que son empleados para ir a caballo casa por casa para engatusarlos y los maltratan hasta que se levantan y marchan hacia el trabajo. El diez por ciento de entre ellos contraen la tuberculosis. Todos se encuentran arruinados de espíritu y de cuerpo. Son esmirriados, deformes, embrutecidos Elbert Hubbard dice, hablando de los niños que trabajan en las hilanderías de algodón del sur:
 “Me proponía levantar a uno de los pequeños trabajadores para asegurarme de su peso. De un solo golpe, un tembloroso espanto recorrió sus treinta y cinco libras de piel y de huesos se precipitó hacia adelante debatiéndose para anudar un hilo roto. Llamo su atención rozándolo, y ofreciéndole unas pequeñas piezas de dinero. Levanta hacia mí, sin decirme nada una mirada que podría haber pertenecido a un hombre de sesenta años, tan arrugado, enflaquecido, tanto que provocaba dolor. No tendió la mano para coger la moneda, porque no sabía de lo que se trataba. En esta hilandería hay muchachos como éste por docenas. Un médico que me acompaña me dice que estarán posiblemente todos muertos dentro de dos años y que su plaza será ocupada por otros, y que existen todavía bastante cantidad. La neumonía se lleva a la mayor parte. Su organismo se encuentra predispuesto a contraer la enfermedad, y cuando ésta llega, no reacciona, no opone ninguna resistencia. La medicina no tiene nada que hacer. La naturaleza es vencida, agonizante, desesperada: el niño cae en el estupor y muere.”
Esta es la suerte del hombre y del niño moderno en los Estados Unidos, el país más próspero .y el más iluminado sobre la tierra. Hay que recordar que no se trata más que de ejemplos, pero que pueden ser multiplicados por decenas de miles. Hay que recordar igualmente que lo que es verdad en los Estados Unidos lo es también para el resto del mundo civilizado, Una miseria de este estilo no. existía para el hombre de las cavernas. Entonces ¿qué ha pasado? ¿Es que el entorno hostil del hombre de las cavernas se ha convertido todavía más hostil para sus descendientes?, ¿es que la eficacia natural de 1 del hombre de las cavernas para procurarse los alimentos y el techo ha bajado en el caso del hombre moderno hasta 1/2 o un 1/4?
 Todo lo contrario, el entorno hostil al hombre de las cavernas ha sido destruido. Para el hombre moderno ya no existe. Todos los enemigos carnívoros, que amenazaban cotidianamente en un mundo más joven, han sido muertos. Un gran número de bestias de presa se han extinguido. Cierto es que todavía, en algunas de las partes más recónditas del mundo: permanecen algunos enemigos feroces del hombre, pero están muy lejos de representar una amenaza para el género humano. El hombre moderno, Cuando quiere recrearse y cambiar de aires, se va a cazar a las partes recónditas del mundo. En sus momentos de ociosidad, se lamenta con pesar sobre la rarefacción de la “gran caza mayor” que, como él sabe, está llamada a desaparecer en un porvenir bastante próximo.
Y después de la época del hombre de las cavernas la eficacia del hombre en la búsqueda de la alimentación y de un techo no ha disminuido. Se encuentra multiplicada por mil. Después de la época del hombre de las cavernas la materia ha sido domesticada. Sus secretos han sido descubiertos. Sus leyes formuladas Maravillosos dispositivos, maravillosas invenciones han sido realizadas tendentes todas a aumentar formidablemente la eficacia natural del hombre de 1 en todos sus esfuerzos para procurarse los alimentos, asegurar un techo, todo gracias a la agricultura a la explotación minera, la fabricación industrial, el transporte, la comunicación...
Desde el hombre de las cavernas hasta los trabajadores, los aumentos en la eficacia para conseguir el aumento de los medios de alimentación y de un abrigo, han sido considerables. En nuestros días, gracias al maquinismo el rendimiento del obrero manual desde hace tres generación ha sido multiplicado bastantes veces. Anteriormente se necesitaban 200 horas de trabajo humano para cargar 100 toneladas de mineral sobre un vagón de ferrocarril Hoy en día, gracias a las máquinas, son suficientes dos horas de trabajo humano para hacer lo mismo. Este cuadro que sigue es debido al Buró del Trabajo de los Estados Unidos. Remarca el aumento relativamente reciente en el rendimiento de la búsqueda de alimento y de un abrigo para el hombre…
Según la misma fuente, en las mejores condiciones de organización agrícola, el trabajo puede producir 20 medidas de trigo candeal por 66 céntimos, o 1 medida por 3 1/3 céntimos. Esto fue obtenido en una granja próspera de 10.000 acres en California y era el precio medio de la producción total de esta explotación Mr. Carroll D. Wrigth declara que hoy en día 4.500.000 hombres, ayudados con máquin5 son capaces de conseguir una producción que hubiera necesitado del esfuerzo de cuarenta millones de hombres trabajando a mano. El profesor Herzogh, de Austria, ha dicho que son las máquinas actuales, cinco millones de hombres, empleados en un trabajo socialmente útil, serían capaces de abastecer a una población de veinte millones de personas en todo lo necesario y facilitarles los pequeños lujos embellecedores de la vida trabajando una hora y media por día.
En estas condiciones, con la materia dominada, si el rendimiento de los hombres en la obtención de la alimentación y del alojamiento ha aumentado mil veces en relación al de los hombres de las cavernas, ¿cómo es que hoy, en los Estados Unidos existen 80.000 niños que ganan su pan trabajando en la industria textil? Si el niño del hombre de las cavernas no tenía necesidad de trabajar, ¿por qué entonces, hay actualmente en los Estados Unidos 1.752.187 niños que trabajan?
Esta es la más importante de las acusaciones. La clase capitalista ha administrado mal, y todavía hoy administra mal. En Nueva York, 50.000 niños se van a clase teniendo hambre y en la misma ciudad hay 1.320 millonarios. Sin embargo ésta no es la cuestión. Las masas no son desdichadas a causa de las riquezas que la clase capitalista guarda para ellas. Lejos de eso. La verdadera cuestión no es que las masas sean desgraciadas porque la riqueza de la clase capitalista les falte, sino porque lo que les falta es la riqueza que nunca ha sido creada. Y eso se debe a que la clase capitalista dirige, en su despilfarro, de una manera irracional. La clase capitalista ciega y rapaz, acaparando de una manera demente no solamente no ha sacado de su gestión el máximo sino que el resultado ha sido el peor que se podía obtener. Es una gestión prodigiosamente ruinosa. No se insistirá nunca demasiado sobre este punto.
Para retomar el hecho que el hombre moderno vive más miserablemente que el hombre de las cavernas, aunque el rendimiento del hombre moderno para la obtención de su alimentación y de su alojamiento sea mil veces superior, no puede haber otra explicación: la gestión es prodigiosamente ruinosa.
Con los recursos naturales del mundo, la maquinaria ya inventada, una organización racional de la producción y de la distribución y una supresión igualmente racional del despilfarro los trabajadores psíquicamente aptos no deberían de trabajar más de dos o tres horas por día para nutrir el mundo, vestir a todo el mundo, alojar a todo el mundo, instruir a todo el mundo y dar a todos una buena cantidad de pequeños lujos. No debería de haber más necesidades materiales no satisfechas y de miseria, ningún niño agotarse para ganarse la vida, no más hombres, mujeres y niños que vivan como bestias y que mueran como bestias. No solamente la materia, sino también la máquina deben de ser domesticada. En una época semejante lo estimulante sería más bello y más noble que en nuestra época, donde el único estimulo es el estómago. Ningún hombre, ninguna mujer, ningún niño será obligado a obrar porque tenga el estómago vacío. Al contrario serán animados a obrar como un niño para una composición ortográfica, como los muchachos cuando se les envía a jugar, como los sabios para formular una ley, como los inventores para aplicarla, como los artistas pintando sobre una tela o modelando arcilla, como los poetas y los hombres de Estado al servicio de la humanidad sea cantando o por habilidad política. El impulso espiritual, intelectual y artístico que resultaría de tal condición de la sociedad sería formidable. Toda la humanidad se levantaría por una potente ola.
Esta era la condición ofrecida a la clase capitalista con menos ceguera de su parte, con menos rapacidad, una gestión racional, eso era todo lo necesario. Una era magnífica parecía posible para el género humano. Pero la clase capitalista fracasa. Hace un desastre de civilización Y la clase capitalista no pude decir que no es culpable. Conocía la oportunidad. Los hombres inteligentes que existían en sus filas le habían hablado, lo mismo que sus sabios y sus científicos. Todo lo que dijeron se encuentra en los libros y resulta un terrible testimonio contra ellos. Pero ella no escucha nada. Es demasiado rapaz. Se ha dirigido (se dirige actualmente), sin vergüenza,  en nuestros recintos legislativos para declarar que no se puede sacar beneficio sin utilizar el trabajo de los muchachos y de los niños. Esto anestesia su conciencia que se adormece en su cháchara de ideales discretos y en sus caros principios morales, lo que permite que los sufrimientos y las miserias de la humanidad continúen agravándose. En una palabra, la clase capitalista ha fallado en su oportunidad. Pero la ocasión está siempre presente La clase capita lista ha jugado y ha fallado. Ahora es la clase obrera la que tiene que demostrar que es capaz de dar salida a esta situación “Pero la clase obrera es incapaz», dice la clase capitalista. “¿Qué saben ustedes?”, responde la clase obrera “El hecho de que ustedes hayan fracasado no quiere decir que a nosotros nos ocurra lo mismo. Es más, nosotros en todo caso, vamos a ensayar. Somos 7 millones para hablar. ¿Qué tienen ustedes que alegar?”.
¿Y qué puede decir la clase capitalista? Invocar la incapacidad de la clase obrera Pretender que las acusaciones desarrolladas por los revolucionarios es falsa, lo mismo que sus argumentos. Los 7 millones de revolucionarios están sin embargo aquí. Su existencia es un hecho. La confianza que tienen en su capacidad, en el valor de sus acusaciones y de sus argumentos es también un hecho. Su crecimiento igual mente. Su intención de destruir la sociedad actual lo es, Como lo son sus intenciones de tomar posesión del mundo, de sus riquezas de sus máquinas y de sus gobiernos Por otro lado, es un hecho que la clase obrera es mucho más numerosa que la clase capitalista.
La revolución es una revolución de la clase obrera. ¿Cómo la clase capitalista que es una minoría, podrá detener esta marea revolucionaria? ¿Qué tiene por ofrecer? ¿Qué es lo que ofrece? Asociaciones patronales, mandatos, procesos civiles para robar en las cajas de los sindicatos, protestas y asociaciones en favor de la libertad de emplear sin discriminación entre sindicatos y no-sindicatos, oposición violenta y desvergonzada contra la jornada de ocho horas, violentos esfuerzos por hacer fracasar las reformas de las leyes sobre el trabajo de los niños, implantación en todos los consejos municipales, fuertes organización en todas las legislaciones del Estado para la influencia y compra de los concursos, bayonetas, ametralladoras, porras para la policía, rompehuelgas profesionales detectives privados armados, éstos son los medios de defensa que la clase capitalista acumula delante de la ola ascendente de la revolución como si quisiera, créanme ¡hacerla retroceder!.
La clase capitalista es tan ciega actualmente delante de la amenaza de la revolución como ya lo estaba en el pasado delante de sus oportunidades de derecho divino. Es incapaz de ver la precariedad de su posición, de comprender la pujanza de la revolución y todo lo que ésta hace presagiar. Va tranquilamente por su camino, mascullando ideales idílicos y sus caros principios morales, mientras se precipua en la persecución sórdida de provechos materiales.
Ningún dirigente, ninguna clase dirigente ha querido ver, en el pasado, la revolución que debía de derrocarla y esto es hoy el caso de la clase capitalista. En lugar de buscar un compromiso, de intentar prolongar su existencia por la conciliación y por el alivio de algunos de sus procedimientos de presión sobre la clase obrera, se enfrenta contra ésta y le niega todo el derecho a la revolución. Cada huelga en estos últimos años, cada punción operada legalmente sobre 4 los sindicatos cada fábrica reservada a los sindicatos empleados, ha conducido a los miembros de la clase obrera a ser ganados por centenares y por miles, para el socialismo. Mostrad a un trabajador que su sindicato ha fracasado y se hará un revolucionario. Romped una huelga por un mandato para volver al trabajo o arruinad a un sindicato por un procedimiento judicial, y los trabajadores escucharán los cantos de sirena socialista y se encontrarán perdidos para siempre para los partidos de la política capitalista.
    El antagonismo no ha adormecido nunca la revolución y poco menos que esto es lo que ofrece la clase capitalista Cierto es que también ofrece algunas nociones antiguas que fueron muy eficaces en el pasado, pero que lo han dejado de ser. La libertad del 4 de julio expresada en los términos de la Declaración de independencia y empleada por los Enciclopedistas franceses apenas si viene a cuento en nuestros días. No tiene mucho sentido para un trabajador al que la policía acaba de romper la cabeza; como se arruina la tesorería de su sindicato por una decisión de un tribunal, o bien, perder su empleo a continuación de una invención para economizar mano de obra, Y la Constitución de los Estados Unidos no parece tan gloriosa y tan Constitucional para los trabajadores que han tenido la experiencia de un encarcelamiento o que han sido inconstitucionalmente deportados a Colorado. Y el resentimiento de esos trabajado res no se sentirá apaciguado al leer unos diarios que le explicarán que tanto una cosa como la otra son cosas particularmente justas, legales y constitucionales “¡Que se vayan al diablo con su Constitución!” dirá entonces y tendremos un revolucionario más, por las faltas de la clase capitalista.
En una palabra, la clase capitalista es tan ciega que no hace nada por prolongar su existencia, más bien hace todo lo Posible para acortarla la clase capitalista no propone nada que sea noble, limpio, viviente. Proponen el servilismo, el hacer prueba de altruismo, de sacrificio, la aceptación del martirio... las cosas que encienden la imagina del Pueblo infundiendo en su corazón un fervor que nace del impulso hacia lo que es bueno, y que es esencialmente religión por naturaleza.
Pero los revolucionarios soplan el calor y el frío, argumentan hechos y estadísticas, razones económicas y científicas. Si el trabajador es solamente un egoísta, los revolucionarios le demuestran matemáticamente, que su condición será mejorada por la revolución. Si el trabajador es de un género más elevado, si está maduro para impulsos que le orientan hacia el bien, si tiene un alma y está animado por un aliento espiritual, el revolucionario le ofrecerá lo que se dirige hacia el alma y el espíritu, las cosas terribles que no se pueden evaluar en dólares y en céntimos, y que no pueden ser escondidas por los dólares y los céntimos El revolucionario ataca todo lo que es malo e injusto y predica el rigor. Y, lo que es mucho más potente, entona el canto eterno de la libertad humana, un canto conocido en todos los países, cantado en todas las lenguas y en todas las épocas.
Existen unos pocos miembros de la clase capitalista que quieren marchar hacia la revolución En su mayor parte los burgueses suelen ser muy ignorantes, y son muchos los que tienen miedo. Esta es la historia eterna de una clase dominante que se encuentra en trance de desaparecer, es una historia muy conocida a lo largo de la historia del mundo. Hinchados de potencia y de posesiones, ebrios por los éxitos, endurecidos por la superabundancia y el abandono de la lucha, los capitalistas son como las abejas machos que se agarran alrededor de los paneles de miel cuando las obreras la sacan fuera para poner fin a su existencia de obreras.
El Presidente Rooselvelt ve vagamente la revolución, y como tiene miedo, retrocede para no verla. Como él mismo ha dicho:”Por encima de todo, debemos de acordarnos que una animosidad sea de la naturaleza que sea, en el mundo político, es todavía más peligroso, todavía más destructivo del bienestar nacional, que una animosidad de clase, de raza o de religión”.
La animosidad de clase en el mundo político, sostiene el presidente Rooselvelt, es peligrosa Pero la animosidad entre las clases en el mundo político es lo que predican los revolucionarios “Que la guerra de clases en el mundo industrial continúe, dicen, para que se extienda en el mundo político.” Como dice su jefe, Eugene V. Debs: “En lo que concierne a la lucha de clases no hay buenos capitalistas y malos trabajador Todo capitalista es vuestro enemigo y todo trabajador en vuestro amigo”.
Esta es una animosidad de clase en el mundo político que es buena porque es la revolución. En 1888 no había en los Estados Unidos más que 2.000 revolucionarios de este tipo. En 1900 habían ya 127.000 En 1904, son 435.000. La perversidad a la que hace alusión el presidente Rooselvelt en su definición se desarrolla evidentemente y se intensifica en los Estados Unidos. Estos son los hechos, ya que es la revolución la que se desarrolla y se intensifica
Helo aquí, podemos ver un miembro de la clase capitalista que se percata netamente de la revolución que lanza un grito de advertencia. Pero su clase no se pone en guardia. El presidente Eliot de Harvard ha lanzado un grito de ese género: “Estoy obligado a creer que existe actualmente un peligro de socialismo en América como no lo ha habido nunca, tan amenazante, ni de una forma tan peligrosa, porque ha sido tan inminente y tan bien organizado. El peligro reside en el hecho de que los socialistas están obteniendo el control de los sindicatos”. Y los patronos capitalistas, en lugar de tener en cuenta supuestas en guardia, perfeccionando su organización de rompehuelgas y preparándose más potentemente que nunca para un asalto general contra la conquista que los sindicatos tienen como más querida: su control sobre los empleos. En la medida en que este asalto llegará, la clase capitalista habrá abreviado mucho más su dominación. Esta es la vieja, la vieja historia, siempre la misma. Las abejas macho ebrias continúan exprimiendo glotonamente las celdillas de los panales de miel.
Uno de los espectáculos más divertidos que existen actualmente puede ser el de la actitud de la prensa americana de cara a la revolución. Es al mismo tiempo, un espectáculo patético. Obliga al observador a tomar conciencia de una neta disminución del amor propio de su especie. Los propósitos dogmáticos en la boca de un ignorante pueden hacer reír a los dioses, pero deberían de hacer llorar a los hombres. Y los redactores americanos (por regla general) resultan impresionantes en este sentido. Las viejas proposiciones “repartir”, son anunciadas grave y sagazmente, como cosas forjadas al rojo vivo y recién salidas de la inteligencia humana. Sus débiles fanfarronadas no dejan aparecer, de cara a la naturaleza de la revolución, más que una comprensión de escolar. Ellos mismos, parásitos de la clase capitalista, que hacen un servicio a esta clase modelando la Opinión pública, también se reúnen, ebrios, alrededor del panal de miel.
Naturalmente, ésta es la verdad para la mayoría de periodistas americanos. Decir que es verdad para todos sería infligir una blasfemia muy grave para la especie humana. Sería, igualmente, inexacto, ya que existen periodistas que ven las cosas claramente y que obedeciendo a consideraciones alimenticias tienen intelectualmente miedo a decir lo que piensan. En lo que concierne a la ciencia y a la sociología de la revolución, el redactor medio se encuentra aproximadamente con una generación en retraso. Es intelectualmente perezoso, no acepta más que los hechos cuando son admitidos por la mayoría, se enorgullece, de ser conservador. Es optimista por instinto, inclinado a creer que lo que debe de ser, es. El revolucionario ha abandonado esta posición desde hace tiempo, no cree que lo que debe ser, sea, sino que las cosas no son como deben de ser y que si pueden ser tales deben de ser.
De tiempo en tiempo, frotándose los ojos, un periodista llega a percatarse súbitamente de la revolución y se desencadena, en una ingenuidad charlatana, como, por ejemplo, el que escribió en el Chicago Chronicle las siguientes líneas:
 “Los socialistas americanos son revolucionarios. Ellos saben que son revolucionarios. Ya es hora que los demás se den cuenta.” Un descubrimiento fundido en blanco, como una nueva llama, y entonces se pone a gritar sobre los tejados que todos somos revolucionarios, y que nos detenga quién pueda.
Quizá no haya tiempo para tomar esta actitud. “La revolución, es una atrocidad. Señores, no habrá revolución.” No pierde la ocasión para adoptar esta actitud familiar: “El socialismo es una esclavitud. Señores, esto no ocurrirá jamás”. No se trata más que de cuestiones de dialéctica, de teorías, de sueños. Pero ésa no es la cuestión. La revolución es un hecho. Así lo es en el presente. Siete millones de revolucionarios, organizados, trabajando de noche y de día, predican la revolución, ese apasionado evangelio, la Fraternidad de los Hombres. No se trata solamente de una propaganda económica de sangre fría, sino que es por esencia una propaganda religiosa conteniendo en ella un fervor digno de Pablo y de Cristo. La clase capitalista está puesta en tela de juicio. Ha fracasado en su gestión, su control debe acabar. Siete millones de hombres pertenecientes a la clase obrera dicen que quieren arrastrar tras de ello al resto de su clase y asumir la gestión por su cuenta. La revolución está aquí, presente. Deténganla si pueden.


* «Revolution.» Texto aparecido en The Contemporany Review en enero de 1908. Se trata de de texto basado en el guión de las conferencias efectuadas por London entre 1905 y 1907 en diversos auditorios obreros y burgueses ilustrados, en especial en algunas Universidades. Fue también el guión para la primera reunión de masas de la Intercollegiate Socialist Society en la que London fue presidente. (N. del E.)

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