El cine negro, una asignatura cultural importante
argumento prefiera elementos de pesadilla y alucinación, en lugar de
El origen
de este género se deriva del primitivo cine policial 1/, se considera que la primera muestra la realizó Josef von
Sternberg, que en Underworld (La ley del hampa, 1927) incursionó en el
mundo de los pistoleros y supo crear una atmósfera turbia, adecuada. En ese
momento social, los pistoleros eran una realidad diaria, como un resultado de
la prohibición alcohólica, de la destilación clandestina, del contrabando,
“sicarios” al servicio de quien los podía pagar, sobre todo patronos contra los
sindicalistas. En 1930, cuando el cine sonoro
se hizo irreversible, el policíaco adquirió un repentino apogeo, un
tiempo enmarcado en el “crack de 1929”. El sonido obligaba en esa primera etapa
a adoptar un estilo realista, en el que encajó perfectamente un cuadro
contemporáneo de clubs nocturnos, cantantes ocasionales, negocios turbios,
atentados callejearos, tableteos de ametralladoras, expresiones dialectales
para el diálogo, gritos lejanos, insultos entre rivales, una tensión que
resulta próxima a muchos espectadores.
En 1933,
Roosevelt comenzó su (residencia; en 1934 el Código de Producción de la
industria empezó a preocuparse por los ambiguos retratos del Bien y del Mal
ante un público que había comenzado a tener sus dudas sobre el sistema de la
propiedad primero que las personas. El resultado de un cine policial marcado
por la sociología, que podía entrar a discutir los defectos de la justicia, en
obras que incidía en lo mismo que las de Le Roy y Hawks, Sólo vivimos una vez (You
Only Live Once, Fritz Lang, 1937). Otras que subrayaban la influencia de
los suburbios en la formación de delincuentes, no era otra la lección de
Callejón sin salida (Dead End, William Wyler 1937 o la
muy inferior y edificante Ángeles
con caras sucias (Angels with Dirty Faces, Michael
Curtiz, 1938) o temas tan arriesgados como la prostitución y el
proxenetismo La mujer marcada (Marked Woman, Lloyd
Bacon, 1937), temáticas y tratamiento que ponían muy nerviosas a las autoridades
más hipócritas o sea, a las que tenían la tijera por el mango.
Existieron
motivos históricos para que el género comenzara su apogeo en ese momento y lo
mantuviera durante la década 1930-40: primer, Hollywood necesitaba producir películas de
puro entretenimiento, como agregado al cine bélico que también comenzaba
entonces a abundar; segundo, en ese entretenimiento tenían poca cabida las
comedias frívolas, que durante la década anterior habían sido un género
favorito, pero que no condecían con la seriedad de los años de guerra;
Las
consecuencias del antisemitismo nazis así como la amenaza de guerra habían
llevado hasta Hollywood a varios realizadores, escritores y fotógrafos europeos
que podían mostrar afinidad con un cine de cámara, escaso de personajes,
vigoroso en su explotación de escenografías y recursos visuales; fueron los
casos de Fritz Lang (Furia), Billy
Wilder (Perdición), Aifred Hitchock (Extraños en un tren). Roben Siodmak (Forajidos), Otto Preminger (Laura), etc. Por otro lado, la novela
policial americana había evolucionado a su vez hasta una mayor fama para
Dashiell Hammett. Raymond Chandler, William Irish, W.R. Burnett, Horace McCoy y
otros escritores. Esto sin olvidar que la fotografía en blanco y negro se había
perfeccionado en un grado notable, con emulsiones químicas más sensibles, una creciente
movilidad de cámara, un rendimiento expresivo para escenas de penumbra, de
sombra o de neblina.
Cronológicamente,
el primer gran título fue Stranger on the Third Floor (1940), una
intriga de muy cuidada elaboración, en la que Peter Lorre llegaba a repetir su
personaje de El vampiro negro. Pero en la mayor parte del género lo
frecuente fue un detective rudo y lacónico: primero el Sam Spade que creó
Dashiell Hammett y después el Philip Marlowe que había escrito Raymond
Chandler. A su alrededor, los temas revelaban un mundo sórdido de ambiciones,
venganzas, crímenes y chantaje.
A esos
factores cabe agregar el interés por la psicopatología criminal, el
descubrimiento de curiosas perversiones, no sólo en pistoleros y villanos sino
aún en aparentes héroes. Eso no era una novedad para quien hubiera leído a Dostoievsky
o conociera el abecé de las teorías de Freud.
Pero
seguramente el aspecto más llamativo para el público fue el ascenso de algunas estrellas de primer plano (Paul Muni, Cary
Grant, Barbara Stanwyck, Edward G. Robinson, Burt Lancaster, Joseph Cotten)
pudieran interpretar a personajes de instintos villanos, a menudo explicados
como derivaciones subterráneas de viejos traumas infantiles. En 1941, en El
ciudadano Kane, Welles había
examinado desde perspectivas contrastadas el carácter de un magnate
periodístico. Después se supo que ese debut de Orson Welles había separado dos
épocas del cine. Entre otras cosas, durante 1930-40 había sido más fácil
separar a los héroes de los villanos.
Raymond
Chandler escribió en su Correspondencia (mayo 1946) lo había escrito así: "Bogart... por cierto que
es muy superior a todos los otros hombres duros del cine. Como decimos aquí,
Bogart sabe ser duro sin una pistola. Además tiene aquel sentido del humor que
contiene un sutil matiz de desprecio. Alan Ladd es duro, amargo, quizás
simpático, pero a fin de cuentas, es la idea de un chico que se quiere hacer el
duro. Bogart es el artículo genuino. Como Edward G. Robinson: todo lo que le
hace falta para dominar una escena, es estar allí..." Humphrey Bogart fue
el emblema más visible del cine negro americano, y lo sigue siendo aún, porque
su leyenda persistió después de su muerte en 1957, generando libros y
reiteradas exhibiciones de sus películas. Junto a otros actores que han hecho de villanos o de detectives, Bogart
aparece inevitablemente citado en todo artículo periodístico que trate lo que
los franceses han llamado "le film noir", aunque en verdad fueran
algunos escritores y directores (Chandler, Dashiell Hammett, William Irish,
W.R. Burnett, James M. Caín, Alfred Hitchcock, Fritz Lang, John Huston, Howard
Hawks, entre otros) quienes pueden ser caracterizados, con más rigor, como los
creadores del género. La guerra terminó en 1945, pero el género policial se
había impuesto y eso determinó su continuidad.
No es la
sustancia sino la habilidad de su manejo lo que dictamina el interés en el
mejor cine del género. Se puede ver cinco veces El halcón maltes, con la
intriga ya conocida, y se volverá a advertir que no sólo hay una lógica interna
en las duplicidades y recíprocas trampas de sus personajes, sino que todo el
relato cinematográfico está centrado en lo que sabe o cree saber su
protagonista (Bogart), dando al relato una lograda unidad de enfoque.
En otros
casos, la habilidad consiste en crear un ambiente opresivo en títulos injustamente
considerados como menores, tales como ¿Quién mató a Vicky?, en La
dama desconocida, en La mujer pantera, en La escalera de caracol)
o en acumular datos ambiguos sobre la verdadera intención de un personaje
(Cary Grant en Sospecha, Joseph Cotten en La sombra de una duda). Cuando
se examinan esos y otros ejemplos, se advierte la diferencia básica entre los
modelos de la novela policial y los del cine policial. En la novela suele
celebrarse la pureza de las deducciones lógicas a pesar de los datos equívocos,
y eso ha sido tan cierto en Edgar Alian Poe como en Conan Doyle, Agatha
Christie. S.S. Van Diñe o Elíery Queen. En el cine, que es una expresión visual
y dramática, ha importado más lo que entra por los ojos que la simpleza
esencial de lo que se narra. En el género del "film noir" se ha
destacado así una cantidad de fotógrafos (Franz Planer, Elwood Bredell, Arthur
Edeson, Tony Gaudio, entre ellos) como parte mayor de la realización.
Debe recordarse,
sin embargo, que entre novela y cine ha existido una influencia recíproca. Al
cine no le alcanza tener directores, fotógrafos e intérpretes: necesita una
estructura para sus intrigas, una elocuencia para sus diálogos, y eso supone la
contratación de escritores aptos. La contribución de los guionistas suele ser
desestimada por los públicos, lo que en parte se debe a que su tarea es casi
invisible, pero el aficionado al género debe saber que W.R. Burnett, Horace
McCoy, Raymond Chandler, James M. Cain, Jonathan Latimer y muchos otros han
desarrollado en Hollywood una prolífica carrera como adaptadores de obras
ajenas, sin perjuicio de haber cedido las propias. A la inversa, debe
recordarse que muchos novelistas modernos se caracterizan por lo que pudo ser
denominado un "estilo cinematográfico": la arquitectura de su obra en
términos de acción, la constancia precisa de datos visuales, la concisión de
los diálogos.
La
situación de los escritores en Hollywood ha sido un largo capítulo de denuncias
más o menos encubiertas. La industria ha tenido sus razones para modificar toda
novela llevada al cine, desde los factores expresivos distintos que importan en
uno y otro caso (la dificultad de conseguir equivalentes a la prosa de Joyce,
de Proust o de Kafka, por ejemplo) hasta las presiones de la censura o las
necesidades de abreviar un largo texto original. Pero a menudo las
modificaciones han sido tan infundadas que sólo cabe condolerse por la suerte
de los escritores que se han acercado al cine. Es un milagro encontrar
declaraciones de James M. Cain en las que se muestra satisfecho por algunas
ideas y retoques introducidos a Double lndetinity (Perdición. 1944). Lo
normal es leer quejas: las de F. Scott Fitzgerald. las de Raymond Chandler, las
de muchos otros. En ese capítulo existió un episodio mayor, referido justamente
al "film noir". En 1951 Dashiell Hammett, el autor de El halcón
maltes, se negó a declarar los nombres de los contribuyentes financieros a
un congreso. Fue a la cárcel y quedó en la Lista Negra del
presunto comunismo en Hollywood. Su nombre no volvió a figurar en el cine
americano durante dos décadas y Hammett murió en 1961 como un proscripto de la
industria. Su rehabilitación le llegó sólo en 1977 como personaje de Julia, aunque en realidad su proyección había ido
creciendo. Hasta Win Wenders le dedicó un título Hammett (EUA, 1982) que por aquí se
llamó El hombre de Chinatown.
Se puede
decir que el “cine noir” es uno de los mejores barómetros sobre el grado de
inquietudes políticas y sociales en los EEUU. Cuando ha reinado películas inquietantes que ofrecen un reflejo de la lucha de clases,
de la corrupción de las clases altas, es que era la izquierda (Sidney Lumet y
Coppola son dos buenos exponentes) la
que mantenía la iniciativa, pero cuando el enfoque ha sido el de justicieros
que se enfrentaban contra la amenaza de un mal difuso (los policiacos con el
peor Clint Eastwood, Charles Bronson, el
peor Michael Douglas y similares), es que la inactiva estaba en manos de una
derecha que podía actuar impunemente como ultraderecha (republicana en los Estados Unidos)
Notas
1/ Los antecedentes se remontan a Louis Feuillade, el
creador francés de misterios y
aventuras, cuya filmografía supera los quinientos títulos e incluye las
seriales sobre Fantomas (1913), Les vampires (1915) y Judex (1916).
Detrás suyo es obligatorio el recuerdo de Fritz Lang, por su primer Dr.
Mabuse (1922), por su Testamento del Dr. Mabuse (1932) y por M o El
vampiro negro (1931), que es un modelo claro del "film noir".
Lateralmente, buena parte del cine mudo alemán aportó un estilo que después
tendría sus ecos en América, desde la psicología de sus personajes hasta la
elaborada elocuencia de sus escenarios y su fotografía. Entretanto, Hollywood
desestimó durante la época muda a casi todo cine policíaco, aunque no faltaron
excepciones.
2/ Una
idea del prestigio que llegó a alcanzar LeRoy en aquel tiempo, lo ofrece la
estupenda película de Sidney Pollack, Danzad, danzad, malditos (EUA,1969)
3/ Paralelamente
se hizo además otro cine policial más "limpio", fundamentado en
detectives que solucionaban complicadas intrigas, como fue ejemplificado por diversas
series sobre Charlie Chan, el japonés Mr. Moto o el americano Philo Vanee,
entre otros en las que no obstante, algunos se forjaron en el oficio. En 1940,
cuando Europa estaba en guerra, las dos líneas del cine policíaco se reunieron
en el "film noir" dando lugar a su tiempo más creativo, un tiempo que
coincide con el impulso de la mejor literatura “negra”. Un tiempo que se
beneficia de artistas y artesanos europeos –judíos sobre todo- que huían de la
peste parda como Buñuel y otros lo hacían de la peste azul.
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