Hace
ya bastante años, llamó a mi teléfono un estudiante de periodismo cuyo nombre
no registré. Me preguntaba por mi experiencia en la etapa autogestionaria de El Diario de Barcelona, el periódico más
antiguo del Estado. Le contesté que no era la persona más adecuada. Servidor,
al fin y al cabo, únicamente conoció un breve período y me brindé a darle las
señas de Juan Manuel Blanco o Mariano Delás, protagonistas en todo un largo
proceso de decadencia. Pero el estudiante me contó que estaba más interesado en
el perfil político de la publicación que en su historia última. Quería
información sobre
porqué durante la crisis del PSUC tomamos partido por los prosoviéticos, un detalle que me hizo levantarme para protestar tajantemente: «¡Te equivocas de medio a medio!, si era yo el que escribía la mayoría de Devantals —editoriales—. ¡Te habrán de dicho que soy trotskista!, ¿o no?». El estudiante no aceptó mi invitación a tomar un café y me pidió, por favor, que le respondiera a algunas preguntas, que tenía a punto una grabadora.
porqué durante la crisis del PSUC tomamos partido por los prosoviéticos, un detalle que me hizo levantarme para protestar tajantemente: «¡Te equivocas de medio a medio!, si era yo el que escribía la mayoría de Devantals —editoriales—. ¡Te habrán de dicho que soy trotskista!, ¿o no?». El estudiante no aceptó mi invitación a tomar un café y me pidió, por favor, que le respondiera a algunas preguntas, que tenía a punto una grabadora.
A mí no
se me podía preguntar con ánimos de escuchar. No ofrecí, pues, resistencia, y
me dispuse a explicarle la historia comenzando desde el principio. Me hubiera
gustado ser como Ernest Mandel, que militaba local, nacional e
internacionalmente, al tiempo que publicaba artículos, libros y documentos
internos que servidor padecía serias dificultades de tiempo para asimilar. A
mí, cada trabajo me costaba muchas fatiguitas y nunca estaba seguro de los
resultados. Compaginar al tiempo escritura y militancia me creaba una crisis de
identidad. El Diario de Barcelona
apareció como una oportunidad de combinar ambas cosas. Además, después de
tantas derrotas —especialmente en el terreno de los medios de comunicación— me
pareció primordial empeñarse en una resistencia numantina frente a la izquierda
resignada, que proclamaba que ya no había nada que hacer. En este sentido,
Mariano Delás, que con Gerard Romy —también involucrado en el Brusi— era uno de los animadores de Leviatán —nuestra Joie de Lire barcelonesa— citaba con rabia unas palabras textuales
de Huertas Claverías.
Antes,
le había dedicado un buen tiempo al proyecto de la revista Marxa, un nombre tomado del mítico diario uruguayo que dirigió
Aníbal Quijano. Bajo los auspicios entusiastas de Ferrer —Lluis Zayas—,
reunimos a un buen número de periodistas e intelectuales con la intención de
crear algo especial. Una revista de periodismo analítico centrado en la vivisección de cómo se cocinaba la información al servicio de
los intereses creados. El proyecto se dilató al no encontrar un caballo blanco
financiero. Y también, porque el grueso del grupo se incorporó a la primera
fase autogestionaria; la mejor. Luego, los problemas con el sector
corporativista —ubicado en los talleres y orientado al sálvese quien pueda, y,
si es necesario, por encima de quien fuera— les llevó a dimitir en peso. En mi
opinión, tenían toda la razón. Sin embargo, a pesar de que la nueva redacción
adolecía de una notable falta de profesionalidad —muchos nunca habían puesto
los pies en una de ellas— y de que la tirantez con los talleres se mostró el
pan nuestro cada día, nos embarcamos en una batalla con varios frentes, el de
ofrecer una prensa de izquierda lo más seria y avanzada que la situación
permitía, y el de resistir ante los corporativistas.
Los
corpos estaban también en la
redacción, sobre todo en deportes. En su despacho, el objetivo era el beneficio
—el quedar bien— y su talante quedó demostrado en la ocasión en que se nos
presentó un arquitecto —que yo conocía como un antiguo militante del PTE y que
me parecía alguien muy honesto— que nos traía un estudio minucioso sobre la política
urbanística del señor Núñez y sus chaflanes que nadie le había querido
publicar. Durante los días que hicimos algunas verificaciones, los de deportes
se enteraron, y no hizo falta que el Barça o el señor Núñez dijeran nada. El
trabajo no apareció y, además, nos trataron de irresponsables para arriba. Teníamos
otros más de la misma ralea, pero a mí me llamaba la atención el ya veterano
crítico de cine Ruiz de Villalobos, que recordaba de mis primeros pinitos
cineclubistas, y que, ahora, apenas sí aparecía por la redacción. Villalobos no
escribía ni una sola crítica desfavorable; clamé a los dioses el día que me
encontré una que justificaba la última película de Rafael Gil, adaptando a
Vizcaíno Casas, salvada en su opinión,
por la profesionalidad del director y por el buen hacer de los actores.
Otros ni si quiera tenían su historia o su dominio sobre algún tema, y estaban
allí como podían haber estado en cualquier otro lugar que le pagaran un sueldo.
En
cuanto a nuestro equipo, coexistía, junto a un grupo de estudiantes más bien
ajenos a la participación política
y más bien planos en cuanto a las
inquietudes, gente muy diversa. Teníamos varios ejemplos de procedencia ácrata,
como Juan Manuel Blanco —que pertenecía al partido pestañista, o sea, a una
socialdemocracia de izquierdas libertarias—, Eduardo Pons Prades —que trataba
de recuperar la «memoria popular» y cuyo hermoso idealismo no le impidió
cabrearse ante mis críticas al gobierno de Negrín, ni quedarse cuando toda la
izquierda abandonó—.
Estaba también María
Ángeles Arregui, que había participado en Ozono
con artículos firmados por Mujeres libres.
Asimismo, existía un ala con un marcado sentimiento nacionalista que comenzó a
publicar páginas en lengua catalana y cuyo representante más señalado fue
Carles Benitez, que se convirtió luego en uno de los líderes de Terra Lliure
más buscados por la policía en medio de la cual recuerdo haber mantenido con él
una apasionante conversación en un rincón del metro Urgell. Curiosamente, no
recuerdo haber tenido la menor discusión con él en la redacción cuando servidor
escribía editoriales bramando contra ETA, acusándola de invertir brutalmente
las premisas que decía defender...Y estábamos, naturalmente, los trotskos, con Mariano y Gerard como
antecesores, y con un equipo que se repartía el trabajo. Mientras los
sindicalistas como Carlos Montes y Andrea componían, en interminables reuniones
nocturnas, las sinuosas líneas tácticas que luego nos tocaba al tranquilo y
cultivado Héctor Anabitarte y a mí representar, como parte de un comité de
redacción de compromiso, lo que significaba tener que bailar entre dos
opciones, la oficial y la radical. La tensión era tal que un viejo luchador
como Héctor se cansó. Le sustituyó María Ángeles, que tenía la virtud de volver
locos a los más babosos con sus escotes y con su sonrisa traviesa.
Durante
este tiempo, el Brusi trató de
representar un tipo de periodismo que no respetaba la voz de su amo. Esto se
hacía patente en su acogida a todas las disidencias, publicando una página
feminista, otra nacionalista radical, una sección de economía que informaba a
los trabajadores y daba su apoyo entusiasta a las huelgas, con Temas que, por ejemplo, ponía de vuelta
y media a las monarquías con ocasión de la boda de Carlos y Diana, o arremetía
contra el Vaticano, lo cual no pasó desapercibido a Jordi Pujol, que declaró off the record que el Brusi era «déu ni do». A veces, nos llegaban
colaboradores tradicionales que, seguramente por despiste —nos llegaban cartas
de suscriptores que nos hacían reír hasta la extenuación, porque no entendían
nada—, y si el asunto era polémico, podían encontrarse con un vapuleo al día
siguiente. Así ocurrió con el buen hombre que homenajeó a mi odiado José María
Pemán restringiendo su estampa a la última época y contra el que escribí una
diatriba inmisiricorde recordando todo su historial. Se fraguaron pinitos de
periodismo de investigación y aumentamos considerablemente la tirada informando
sobre el asalto del Banco Central, haciendo las preguntas que nadie se quería
hacer y sacando las opiniones de la calle. También se trabajó en dirección a un
periodismo de investigación y se contó con una amplia nómina de firmas
disidentes que, en mi caso, eran buscadas en el área de Mientras tanto.
Sin
embargo, el producto estaba muy lejos de resultar satisfactorio. A la falta de
medios había que añadir la torpeza y la desidia de los talleres, más el
cansancio de los que no creían en el proyecto y el de los que trabajábamos
desde por la mañana —a mí se debe el genial gazapo en el titular del primer
aniversario de la muerte de Sartre que se publicó como el «primer centenario»,
un lapsus freudiano y una ironía que me causó desesperación— y el de los que no
ganaban para tantas reuniones. Sentado sobre la mesita del teléfono, me di
cuenta que ya había pasado mucho tiempo en que sólo hablaba yo e inquirí a mi
interlocutor sin rostro en qué se basaba para hablar de prosovietismo.
No
tenía una respuesta clara, aunque el hecho de que Germán le hubiera facilitado
mi teléfono era una buena pista. Germán me reconocía que le importaba un rábano
que 1917 hubiera sido otra cosa de lo que se decía. Lo importante era que ahora
tocaba denigrarla —una lección que se podía aplicar al muy ilustre Ludolfo Paramio
que, en 1981, traducía la síntesis de E. H. Carr, La revolución rusa. De Lenin a Stalin, 1917-1921, para Alianza, que
sería también la última y más madurada defensa crítica de Octubre, y que ya
estaba preparando su volta face de
consejero de El Príncipe—. Le detallé
datos sobre los abundantes artículos de fondo que, como era de rigor,
criticaban a la burocracia y al estalinismo, que en los Delantales defendíamos a Solidarnosk
y que durante la crisis del PSUC, si bien era cierto que la principal artillería
fue dirigida contra el eurocomunismo, y que esto nos valió un enfrentamiento
con un periodista del PSUC llamado Antoni Batista —que, para colmo, tomó
partido por los reaccionarios de los talleres—, también lo era que en nuestros
trabajos se criticaba duramente el bloquismo, que hablamos de Comorera y de
otros affaires, etcétera. Pero el
futuro periodista no respondió y la conversación concluyó un poco bruscamente.
A mí me hubiera gustado decirle cuatro cosas a la cara.
Nunca
supe más de la tesis hasta que un día, tratando la historia, un viejo amigo me
contó que había leído un trabajo sobre los últimos tiempos del Brusi en el que se afirmaba que había
mantenido una línea editorial prosoviética durante el cisma del PSUC. La verdad
es que, después de ver tantos milagros, aquello hasta me pareció pintoresco.
Al volver de las vacaciones, me encontré que
la situación de El Diario de Barcelona
estaba más tensa que nunca, entre las anotaciones hay una que dice
"Confundo los días, no tengo ni tiempo ni espacio para escribir una línea
aquí", con otras notas del tipo "más reuniones", "dinámica
imparable de reuniones", "presento la dimisión", "giros
inesperados", "actitudes desesperadas", "el núcleo LCR se divide, y cuesta recomponerlo",
"no entiendo que pretende Dolors Palau", etc, amén de registros de artículos diversos, uno sobre la
cuestión judía, otro sobre la disidencia en la URSS, un "dossier" sobre las aventuras
en Alaska de Jack London…En el cortejo de la Liga durante la "Diada" aparece la
camarada Bernardette Devlin que había sufrido un atentado muy grave a principio
de año. Allí estaba al lado, entre otros y otras en una foto, de Joan Font y de
Pau Pons, que con su voz de barítono clamaba sobre los pactos secretos con los
golpistas, todos detrás de una enorme "senyera", aquella emblemática,
calurosa, airada y pacifica líder del
movimiento por los Derechos Civiles en Irlanda, que ahora era de la
internacional. Venía a hacer su aporte al "fet nacional catalá",
sobre el que pendían ahora leyes alimentadas por el "tejerazo". Al
final del mes, me visitó en casa Higini Clotas para pedirme que firme una
reedición de mi biografía de Trotsky en una nueva colección en Barcanova, pero
en la que entraran únicamente las
biografías "culturales". Adquiero varios lotes de libros de la
mexicana Editorial ERA en la
Feria del Libro de Ocasión…Aquel mismo día pasó por la parada
de "ofertas" de libros de El Corte Inglés, y me encuentro con la
parte más apreciada de su fondo (Isaac Deutscher, C. Wrigth Mills, Georg Haupt, etc) a precios
irrisorios, sin embargo, estas "gangas" me produjeron un sentimiento
depresivo, ya que no dudaba que estos fondos seguían siendo necesarios en
nuestro tiempo.
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