viernes, 29 de julio de 2016

La batalla del "Brusi"


  
Resultado de imagen de diario de barcelona 1981Hace ya bastante años, llamó a mi teléfono un estudiante de periodismo cuyo nombre no registré. Me preguntaba por mi experiencia en la etapa autogestionaria de El Diario de Barcelona, el periódico más antiguo del Estado. Le contesté que no era la persona más adecuada. Servidor, al fin y al cabo, únicamente conoció un breve período y me brindé a darle las señas de Juan Manuel Blanco o Mariano Delás, protagonistas en todo un largo proceso de decadencia. Pero el estudiante me contó que estaba más interesado en el perfil político de la publicación que en su historia última. Quería información sobre
porqué durante la crisis del PSUC tomamos partido por los prosoviéticos, un detalle que me hizo levantarme para protestar tajantemente: «¡Te equivocas de medio a medio!, si era yo el que escribía la mayoría de Devantals —editoriales—. ¡Te habrán de dicho que soy trotskista!, ¿o no?». El estudiante no aceptó mi invitación a tomar un café y me pidió, por favor, que le respondiera a algunas preguntas, que tenía a punto una grabadora.
  A mí no se me podía preguntar con ánimos de escuchar. No ofrecí, pues, resistencia, y me dispuse a explicarle la historia comenzando desde el principio. Me hubiera gustado ser como Ernest Mandel, que militaba local, nacional e internacionalmente, al tiempo que publicaba artículos, libros y documentos internos que servidor padecía serias dificultades de tiempo para asimilar. A mí, cada trabajo me costaba muchas fatiguitas y nunca estaba seguro de los resultados. Compaginar al tiempo escritura y militancia me creaba una crisis de identidad. El Diario de Barcelona apareció como una oportunidad de combinar ambas cosas. Además, después de tantas derrotas —especialmente en el terreno de los medios de comunicación— me pareció primordial empeñarse en una resistencia numantina frente a la izquierda resignada, que proclamaba que ya no había nada que hacer. En este sentido, Mariano Delás, que con Gerard Romy —también involucrado en el Brusi— era uno de los animadores de Leviatán —nuestra Joie de Lire barcelonesa— citaba con rabia unas palabras textuales de Huertas Claverías.
Antes, le había dedicado un buen tiempo al proyecto de la revista Marxa, un nombre tomado del mítico diario uruguayo que dirigió Aníbal Quijano. Bajo los auspicios entusiastas de Ferrer —Lluis Zayas—, reunimos a un buen número de periodistas e intelectuales con la intención de crear algo especial. Una revista de periodismo analítico centrado en la vivisección de cómo se cocinaba la información al servicio de los intereses creados. El proyecto se dilató al no encontrar un caballo blanco financiero. Y también, porque el grueso del grupo se incorporó a la primera fase autogestionaria; la mejor. Luego, los problemas con el sector corporativista —ubicado en los talleres y orientado al sálvese quien pueda, y, si es necesario, por encima de quien fuera— les llevó a dimitir en peso. En mi opinión, tenían toda la razón. Sin embargo, a pesar de que la nueva redacción adolecía de una notable falta de profesionalidad —muchos nunca habían puesto los pies en una de ellas— y de que la tirantez con los talleres se mostró el pan nuestro cada día, nos embarcamos en una batalla con varios frentes, el de ofrecer una prensa de izquierda lo más seria y avanzada que la situación permitía, y el de resistir ante los corporativistas.
Resultado de imagen de diario de barcelona 1981Los corpos estaban también en la redacción, sobre todo en deportes. En su despacho, el objetivo era el beneficio —el quedar bien— y su talante quedó demostrado en la ocasión en que se nos presentó un arquitecto —que yo conocía como un antiguo militante del PTE y que me parecía alguien muy honesto— que nos traía un estudio minucioso sobre la política urbanística del señor Núñez y sus chaflanes que nadie le había querido publicar. Durante los días que hicimos algunas verificaciones, los de deportes se enteraron, y no hizo falta que el Barça o el señor Núñez dijeran nada. El trabajo no apareció y, además, nos trataron de irresponsables para arriba. Teníamos otros más de la misma ralea, pero a mí me llamaba la atención el ya veterano crítico de cine Ruiz de Villalobos, que recordaba de mis primeros pinitos cineclubistas, y que, ahora, apenas sí aparecía por la redacción. Villalobos no escribía ni una sola crítica desfavorable; clamé a los dioses el día que me encontré una que justificaba la última película de Rafael Gil, adaptando a Vizcaíno Casas, salvada en su opinión,  por la profesionalidad del director y por el buen hacer de los actores. Otros ni si quiera tenían su historia o su dominio sobre algún tema, y estaban allí como podían haber estado en cualquier otro lugar que le pagaran un sueldo.
En cuanto a nuestro equipo, coexistía, junto a un grupo de estudiantes más bien ajenos a la  participación política y  más bien planos en cuanto a las inquietudes, gente muy diversa. Teníamos varios ejemplos de procedencia ácrata, como Juan Manuel Blanco —que pertenecía al partido pestañista, o sea, a una socialdemocracia de izquierdas libertarias—, Eduardo Pons Prades —que trataba de recuperar la «memoria popular» y cuyo hermoso idealismo no le impidió cabrearse ante mis críticas al gobierno de Negrín, ni quedarse cuando toda la izquierda abandonó—.
Resultado de imagen de diario de barcelona 1981   Estaba también María Ángeles Arregui, que había participado en Ozono con artículos firmados por Mujeres libres. Asimismo, existía un ala con un marcado sentimiento nacionalista que comenzó a publicar páginas en lengua catalana y cuyo representante más señalado fue Carles Benitez, que se convirtió luego en uno de los líderes de Terra Lliure más buscados por la policía en medio de la cual recuerdo haber mantenido con él una apasionante conversación en un rincón del metro Urgell. Curiosamente, no recuerdo haber tenido la menor discusión con él en la redacción cuando servidor escribía editoriales bramando contra ETA, acusándola de invertir brutalmente las premisas que decía defender...Y estábamos, naturalmente, los trotskos, con Mariano y Gerard como antecesores, y con un equipo que se repartía el trabajo. Mientras los sindicalistas como Carlos Montes y Andrea componían, en interminables reuniones nocturnas, las sinuosas líneas tácticas que luego nos tocaba al tranquilo y cultivado Héctor Anabitarte y a mí representar, como parte de un comité de redacción de compromiso, lo que significaba tener que bailar entre dos opciones, la oficial y la radical. La tensión era tal que un viejo luchador como Héctor se cansó. Le sustituyó María Ángeles, que tenía la virtud de volver locos a los más babosos con sus escotes y con su sonrisa traviesa.
Resultado de imagen de eduardo pons pradesDurante este tiempo, el Brusi trató de representar un tipo de periodismo que no respetaba la voz de su amo. Esto se hacía patente en su acogida a todas las disidencias, publicando una página feminista, otra nacionalista radical, una sección de economía que informaba a los trabajadores y daba su apoyo entusiasta a las huelgas, con Temas que, por ejemplo, ponía de vuelta y media a las monarquías con ocasión de la boda de Carlos y Diana, o arremetía contra el Vaticano, lo cual no pasó desapercibido a Jordi Pujol, que declaró off the record que el Brusi era «déu ni do». A veces, nos llegaban colaboradores tradicionales que, seguramente por despiste —nos llegaban cartas de suscriptores que nos hacían reír hasta la extenuación, porque no entendían nada—, y si el asunto era polémico, podían encontrarse con un vapuleo al día siguiente. Así ocurrió con el buen hombre que homenajeó a mi odiado José María Pemán restringiendo su estampa a la última época y contra el que escribí una diatriba inmisiricorde recordando todo su historial. Se fraguaron pinitos de periodismo de investigación y aumentamos considerablemente la tirada informando sobre el asalto del Banco Central, haciendo las preguntas que nadie se quería hacer y sacando las opiniones de la calle. También se trabajó en dirección a un periodismo de investigación y se contó con una amplia nómina de firmas disidentes que, en mi caso, eran buscadas en el área de Mientras tanto.
Sin embargo, el producto estaba muy lejos de resultar satisfactorio. A la falta de medios había que añadir la torpeza y la desidia de los talleres, más el cansancio de los que no creían en el proyecto y el de los que trabajábamos desde por la mañana —a mí se debe el genial gazapo en el titular del primer aniversario de la muerte de Sartre que se publicó como el «primer centenario», un lapsus freudiano y una ironía que me causó desesperación— y el de los que no ganaban para tantas reuniones. Sentado sobre la mesita del teléfono, me di cuenta que ya había pasado mucho tiempo en que sólo hablaba yo e inquirí a mi interlocutor sin rostro en qué se basaba para hablar de prosovietismo.
No tenía una respuesta clara, aunque el hecho de que Germán le hubiera facilitado mi teléfono era una buena pista. Germán me reconocía que le importaba un rábano que 1917 hubiera sido otra cosa de lo que se decía. Lo importante era que ahora tocaba denigrarla —una lección que se podía aplicar al muy ilustre Ludolfo Paramio que, en 1981, traducía la síntesis de E. H. Carr, La revolución rusa. De Lenin a Stalin, 1917-1921, para Alianza, que sería también la última y más madurada defensa crítica de Octubre, y que ya estaba preparando su volta face de consejero de El Príncipe—. Le detallé datos sobre los abundantes artículos de fondo que, como era de rigor, criticaban a la burocracia y al estalinismo, que en los Delantales defendíamos a Solidarnosk y que durante la crisis del PSUC, si bien era cierto que la principal artillería fue dirigida contra el eurocomunismo, y que esto nos valió un enfrentamiento con un periodista del PSUC llamado Antoni Batista —que, para colmo, tomó partido por los reaccionarios de los talleres—, también lo era que en nuestros trabajos se criticaba duramente el bloquismo, que hablamos de Comorera y de otros affaires, etcétera. Pero el futuro periodista no respondió y la conversación concluyó un poco bruscamente. A mí me hubiera gustado decirle cuatro cosas a la cara.
Nunca supe más de la tesis hasta que un día, tratando la historia, un viejo amigo me contó que había leído un trabajo sobre los últimos tiempos del Brusi en el que se afirmaba que había mantenido una línea editorial prosoviética durante el cisma del PSUC. La verdad es que, después de ver tantos milagros, aquello hasta me pareció pintoresco.
Resultado de imagen de Bernadette Devlin 11 septiembre 1981   Al volver de las vacaciones, me encontré que la situación de El Diario de Barcelona estaba más tensa que nunca, entre las anotaciones hay una que dice "Confundo los días, no tengo ni tiempo ni espacio para escribir una línea aquí", con otras notas del tipo "más reuniones", "dinámica imparable de reuniones", "presento la dimisión", "giros inesperados", "actitudes desesperadas",  "el núcleo LCR se divide, y cuesta recomponerlo", "no entiendo que pretende Dolors Palau", etc, amén de  registros de artículos diversos, uno sobre la cuestión judía, otro sobre la disidencia en la URSS, un "dossier" sobre las aventuras en Alaska de Jack London…En el cortejo de la Liga durante la "Diada" aparece la camarada Bernardette Devlin que había sufrido un atentado muy grave a principio de año. Allí estaba al lado, entre otros y otras en una foto, de Joan Font y de Pau Pons, que con su voz de barítono clamaba sobre los pactos secretos con los golpistas, todos detrás de una enorme "senyera", aquella emblemática, calurosa, airada y pacifica  líder del movimiento por los Derechos Civiles en Irlanda, que ahora era de la internacional. Venía a hacer su aporte al "fet nacional catalá", sobre el que pendían ahora leyes alimentadas por el "tejerazo". Al final del mes, me visitó en casa Higini Clotas para pedirme que firme una reedición de mi biografía de Trotsky en una nueva colección en Barcanova, pero en la que entraran únicamente  las biografías "culturales". Adquiero varios lotes de libros de la mexicana Editorial ERA en la Feria del Libro de Ocasión…Aquel mismo día pasó por la parada de "ofertas" de libros de El Corte Inglés, y me encuentro con la parte más apreciada de su fondo (Isaac Deutscher, C. Wrigth  Mills, Georg Haupt, etc) a precios irrisorios, sin embargo, estas "gangas" me produjeron un sentimiento depresivo, ya que no dudaba que estos fondos seguían siendo necesarios en nuestro tiempo.


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