Un combate
por la vejez obrera
Durante este mismo enero de 1981 acabé de redactar un
librito puesto al servicio del movimiento, en particular de la vocalía de
Pubilla Casas, y que estaba dedicado a algunos de los citados, "gente tan
noble como los sueños que
sostienen su lucha cotidiana".
sostienen su lucha cotidiana".
Era mi segunda tentativa de escribidor, y después de dar
muchas vueltas, tuve enormes dificultades para encontrar un editor comprensivo,
hasta que lo encontré gracias a la recomendación que me brindó Eduardo Pons
Prades que había editado allí una recopilación de narraciones sobre la
resistencia antinazi en Francia, una llamada por teléfono que me llevó hasta el
almacén-despacho del barrio de Gracia de la editorial Hacer que gerentaba el
inclasificable Pep Ricou, un "antiguo" de Acción Comunista, ahora
empeñado en mantener una colección resistente de libros radicales y utópicos en
ediciones muy modestas, pero en la que
rescataron numerosos títulos importantes de William Morris, Robert Owen, Julio
Verne, Emile Armand, entre otros autores, pero no por ello menos ruinosas, y
que en aquel momento era coeditor de la edición en castellano de la célebre Revista Mensual/Monthly Review. Para
facilitar su difusión conseguí la complicidad del maestro Francisco Candel, que
por entonces ejercía de concejal de cultura por el PSUC en L´Hospitalet, y que
en unas extensas páginas (que añado como anexo) demostró que se había leído el
texto y además, le había interesado.
Curiosamente, tiempo después el prólogo apareció con
algunas rectificaciones, reproducido por una revista que era una cutre versión
hispana del Play Boy, y cuyo título Mastías, no tardé mucho en descifrar
viendo unas ilustraciones con las trataban de competir en plan barato…Este
nuevo libro se trataba de un texto pésimamente editado con el cual trataba de
llenar un hueco en una cuestión sobre la cual abundaban títulos de ensayo e investigación,
pero que, como tal movimiento no contaba con los propios para la agitación y la
propaganda, algo propio de todo movimiento en alza, pero que en este apenas si
hubo tiempo para llegar a emplear semejantes armas, ya que la política
institucional no tardó en absorber cualquier autonomía, y los más combativos
acabaron marginados o integrados, como el propio Francecs Pedra, quien no
obstante nunca olvidó la dignidad de su biografía. Por su parte, Pedro se
apartó amargado ante algo que no acababa de entender, .justamente en un tiempo
en el que sus problemas médicos comenzaron a agravarse.
Pretendía ser una aportación asequible que pudiera leer,
por ejemplo el veterano malagueño Pedro Rodríguez, compañero de Cipriano Mera
en la guerra, que lo hizo y todo un personaje, un carácter. Pedro luego se
acercó a la Liga
más que nunca, pero por esta época empezó a perder vista, y su entusiasmo se
encontró con unas dificultades inesperadas.
Un texto que buscaba la polémica, con un enfoque propio
de una opción marxista que intentaba ser al mismo tiempo flexible y
"dura", y que abundaban la citas y las referencias de lecturas de
todo tipo, pero que ante todo era deudor de dos grandes aportaciones de la
izquierda, de una de las obras magnas de Simone de Beauvoir, La Vejez, y la magnífica aproximación amble en
la forma pero radical en el fondo del médico libertario británico Alex
Comfort, La tercera edad. Una buena edad, dos obras que recomiendo encarecidamente como
verdaderos clásicos sobre una cuestión vital.
Por su lenguaje y estructura, “el Comfort” se convirtió
en un instrumento muy asequible, tanto era así que me convertí en un activo
divulgador de su edición, hasta llegué a un acuerdo con la editorial
aprovechando una amistad en su interior. Aquellas lecturas fueron mucho más que
unas fuentes, pasaron a ser referentes de primer orden para una concepción
vitalista y creativa de una vida que se tenía que vivir cuidada e intensamente
porque se envejecía igual que se vivía. Por otro lado, eran libros sagrados que
confirmaban la pertinencia del esquema marxista, que insistían en el enfoque de
la lucha de clases al tiempo que abordaban una sabiduría sobre la que desde los
griegos y los romanos, y no digamos en la Ilustración, existía una
abundante conciencia de que los prejuicios escondían la exigencia de mantener
los privilegios, una causa que los políticos modernos habían aprendido a
disfrazar con grandes palabras.
A lo largo de múltiples conversaciones, mis amistades
destacaron el hecho de que abordara un tema tan poco conocido por la izquierda
militante, y que, además, lo hiciera sin la menor concesión a una infecta
sentimentalidad. En Nuestro viejos. Problemas y alternativas denunciaba el
sistema no en nombre de la caridad sino de la justicia, y advertía ya contra
las crecientes tentativas del "Estado barato" que acabaría amenazando
seriamente las conquistas que habían caracterizado el llamado "Estado del
Bienestar".
Igualmente arremetía contra la cada vez más presente
ideología neoliberal que trataba de llevar la situación de los mayores (o de
los minusválidos) hacia la exclusiva responsabilidad de las familias, como sí
todas las familias fuesen como, por citar una que hablaba mucha de las
"responsabilidades" familiares en estos casos, la de Pujol-Ferrusola.
Al tiempo, la obra divulgaba una concepción filosófica ampliamente argumentada
con razones argüidas por mis autores preferidos, y según la cual la vejez podía
ser una buena edad a condición de no vivir a la manera de un cohete, quemando
la juventud sin pensar en un mañana que, al decir del abuelo Trotsky, la vejez
era, paradójicamente, lo más inatendido que te ocurría en la vida. Pasaba la
vida, y llegabas a la vejez, pero como cualquier otra edad, e insistía con
persistencia, esta podía ser en lo posible, dichosa y creativa. Los ejemplos
abundaban, hasta podías aspirar a una buena muerte, sólo se requería tener una
pasión creativa, algo que te mantuviera vivo en el sentido más pleno de la
palabra.
Argumentaba en este sentido presentando el libro en un
programa de radio con Luís de Olmo, cuando un avieso Luís Fariñas me preguntó
sí en la URSS
los viejos estaban mejor que en Occidente. Le respondí que de vivir en la URSS habría tratado de
escribir un libro análogo, con idéntico sentido reivindicativo, y sí algún
burócrata infame me hubiese preguntado lo mismo, le habría respondido que en
Occidente lo habría escrito por un igual.
Al salir, el tipo me extendió la mano pero yo me hice el despistado.
Errores (múltiples) y limitaciones (a tope) aparte,
quizás el principal problema del libro radicaba en el hecho de que el
movimiento ya había iniciado su curva de decadencia y de rápida integración en
las políticas institucionales, y que por lo tanto, se convirtió en una
expresión excesivamente crítica y punzante en un tiempo en el que, hasta el
propio Pedra, tuvo que olvidarse de los sueños de construir un amplio
movimiento social como los que funcionaban en Francia o Italia, y limitarse con
la mayor honradez posible, a negociar con los políticos que, a su vez,
tratarían de utilizarlo como bandera.
Sin embargo, más allá de los avatares editoriales, tanto
la experiencia como todas aquellas lecturas de base me sirvieron para
consolidar una idea militante de la vida, una concepción de la existencia desde
una perspectiva de a largo plazo y en la que la suma de los años no tenían
porque ser un problema irresoluble, ya que, como afirmaba Picasso en una de las
innumerables citas evocadas a lo largo del texto, "se necesitaba mucho
tiempo para aprender a ser joven", desarrollando un equilibrio en el que
la serenidad que daban los años no impedía la persistencia de los impulsos
juveniles. Ese y o no otro, era el secreto. El problema era contar con la suma
de circunstancias favorables, y de la
capacidad y de la conciencia para aplicarlo, pero a mí entonces todo esto me
parecía obvio, y no veía ninguna nube que temer en un horizonte en una plena y
bergsoniana militancia de la vida...
De hecho, yo veía las lecciones primordiales de libro
ilustrada en aquellos ancianos que seguían creyendo en sus ideas, y que
contaban su mejor medicina en sus ilusiones por cambiar las cosas, en sus ganas
de vivir, en su cólera generosa que hablaba Dickens. El movimiento se calmó después de
conseguir una ristra impresionante de
mejoras comenzando por la democratización de los pocos “casals” que
existían...Recuerdo un ejemplo que puede ilustrar el calor humano y la
capacidad que llegó a tener el movimiento en esta fase incipiente. Un día, Mercé Rodaura, nuestra monja seglar,
cansada de llamar a las puertas que conocía, nos trajo a la Asociación de Vecinos
del barrio a una pareja de ancianos que parecían criaturas por su inocencia. Con
la pensión que tenía él (ella no cobraba, y eso era lo normal por entonces), no
podrían pagar la subida del alquiler que le habían hecho. Ni corta ni perezosa la Junta decidió visitar al
alcalde interino, el Sr. Perelló, el último de L´Hospitalet antes de las
elecciones. Tendríamos que haber ido dos o tres, pero nos presentamos no menos
de quince. El ambiente era tal que no hubo problema para que el Ayuntamiento
aceptara un acuerdo según el cual asumía el pago del alquiler de los abuelos,
no recuerdo sí parcialmente o en su totalidad.
Quizás sea por la satisfacción que me quedó, que me
parece que se hizo cago en su totalidad y hasta la muerte. Algo que hoy en día puede parecer un sueño…
Anexo:
Francisco Candel PREPÁRATE, QUE VIENE LA VEJEZ
Sí, la vejez llega,
inexorable, a no ser que desaparezcas traumáticamente o engullido por el desenlace mortal de una enfermedad. A la vejez se la teme
como a la muerte.
Por expresiones normales y corrientes de tu prójimo, ves que se teme más a la vejez que a esta muerte.
Siempre se afirma no tener miedo a morir, pero sí tenerlo al dolor, a la
enfermedad, a la ''vejez''. Vejez es sinónimo de dolor
enfermedad, y no debiera ser así. Vejez es
sinónimo de miseria, pobreza y desvalidez,
y no debiera ser así. No estamos preparados
para la vejez. Nadie cree que la vejez sea una etapa normal y comente en la vida del hombre como lo es la niñez, la adolescencia, la juventud
y la madurez. Si estas frases pueden
ser etapas plenas ' —en
todas ellas hay también el desequilibrio y los gajes del oficio de vivir— la
vejez tiene motivos sobrados para serlo más. El conocimiento sereno de la vida
puede ayudar en ello. Pero estoy divagando demasiado y en un prólogo no se
puede divagar. Quería decir, con esta
entradilla, que durante las etapas anteriores
a la vejez se rechaza esta faceta en los términos como de algo que no va contigo, sino que es cosa de otros.
Parece como que la vejez no llegará para ti. Y llegará. Que lo digan, sino, los
viejos que ahora lean esto, si lo leen. Prepárate,
que viene la vejez.
Igualmente es cierto que lo contradictorio, lo que choca, lo que se da de bofetadas entre sí, es que
tú puedes estar preparado para la
vejez —hay argumentos suficientes para conseguirlo, en el libro se
encontrarán
muchos de ellos—; preparado para considerar la vejez como
un capítulo más que leer en esta novela que es la
vida, un capítulo tan interesante y tan vitalista como los anteriores, cortando el
rollo fatalista
que cuelgan todos a ese momento de la edad del hombre, catalogándolo como etapa final,
como de que después de ella viene inexorablemente la muerte, puesto que no se
muere de viejo, sino por equivocación, por este trauma accidental o esa enfermedad que pudo segar tu
niñez, juventud o madurez, impidiéndote llegar a viejo, son los mismos enemigos que interrumpen
siempre tu vejez, no dejándote morir de viejo, sino de incidente patológico. La Celestina, vieja vieja y vieja sabia entre las más, dice "¿qué joven me
asegura que no puede morir hoy y que viejo no puede vivir hasta mañana?". O
sea, aquellos que veníamos diciendo, ya que la divagación nos hizo
interrumpir la frase, tú puedes estar preparado para la vejez, pero la sociedad de el
entorno
que te conforma, no.
Y tú puedes pensar que la vejez para tino
es problema, pero la sociedad, del modo que está montada, dice que sí, y es
entonces cuando te traspasa a ti la angustia de esa vejez que tú soportas pero
que la sociedad no quiere soportar. Y veamos si nos explicamos.
El libro que a continuación leeréis es un
libro sobre viejos escrito por un joven. Esto, en sí, ya es una primera sorpresa,
pero una sorpresa agradable. Este hombre joven se llama Gutiérrez Álvarez. Yo
no sé mucho más de él, excepto lo que se adivina en el libro: sus ansias de
justicia reivindicativa en torno a esta clase social que son los viejos, que ha
tomado partido por ellos y que lucha codo a codo a su lado en sus causas
perdidas. !Chapeau¡. Porque la verdad sea dicha, no es está la
actitud de los jóvenes mía de las demás personas, sino todo lo contrario. Al
viejo, todo lo más, se le tolera, pero se le da más de banda y no se le hace
caso cuando intenta expresarse; siempre se cree que ya no
toca cuando expone sus puntos de vista sobre lo que sea. De ese modo, el viejo,
que por años lo más que acumulado es sabiduría y experiencia, se encuentra
con que eso, ¡o que mejor y mayormente puede ofrecer, estas otras personas, jóvenes y no jóvenes,
se lo desprecian. A cualquier otro individuo, cuando expone sus puntos de vista, si estos no
satisfacen nadie le hace callar por razones de su edad. De un joven,
cuando sus argumentos no convencen, lo más que se le dice es que ya
cambiara, y nadie le insulta diciéndole ¡joven!, porque hemos estipulado que eso
no es un insulto. De un viejo no se dice que se equivoca, sino que chochea,
y se le grita ¡viejo!, y
eso de "viejo" es un insulto porque también
lo hemos estipulado así. Se ha subjetivizado tanto en contra de ese concepto de viejo, se cree que es tan afrentoso el serlo y llamártelo que
nuestra sociedad bienpensante, esa
que por su estructuración le niega al anciano un puesto digno dentro de sus
esquemas, le ha cambiado el epíteto soltándole el eufemismo de lo de la "tercera edad". No se es viejo, se está en la tercera edad. Y todos tan
contentos, ellos y los viejos. A nuestra sociedad opulenta para los opulentos le ha faltado picardía para
sacarse de la manga otro cuento
semántico, el de la "cuarta edad'' que podría empezar a los 90 años.
Habríamos vencido a la vejez, pero
la seguirán esquilmando.
Gutiérrez
Álvarez ha seleccionado trozos literarios en torno a la vejez
escritos por diversos autores salpicando el libro con tales fragmentos. A mí
me ha concedido el honor de traer a colación un trozo de mi novela Donde la ciudad cambia de nombre, aquel en que se
cuenta la tragedia del tío Serrallo, un hombre que teniendo
siete hijos murió en un cano mirando las estrellas una noche de lluvia en que
no
las había porque lo llevaban de una casa a otra todos los hermanos ya que
ninguno lo quería ahora que estaba enfermo. La tragedia del tío Serrallo es
asazmente archirrepetida, con esos grados de intensidad o con otros, no
solamente entre las clases obreras y pobres, sino en todas, el dinero que
admite más tolerancia también lleva a veces a más incomprensión. Se
produce en todos los estamentos con sus variantes acomodaticias a todo lo largo
de la historia. Sí el tío Serrallo muere infraabandonado por esa equivocación de
garantía de los padres que son los hijos en el año 1956, a la vuelta de nuestra
esquina histórica, en las mismas similares condiciones, éste al borde de la
locura, muere el Rey Lear shakesperíano abandonado por sus hijas en el año
1605, fecha que nos queda ya muy lejana en la noche de los tiempos. Y esto es
sólo por citar dos ejemplos. Es cierto que antaño, y en las sociedades
patriarcales, el anciano gozaba de respeto y potestad y valía la pena llegar a esa etapa
de la vida donde a veces conseguías la realización y prestigio que nunca habías
alcanzado, pero también es cierto que en sociedades parecidas, el mismo
anciano, al llegar su decadencia, se autoinmola e elimina como
para dejar de ser un estorbo. Pero es que hoy, con la reducción de la familia por vía del
urbanismo a una célula de padres e hijos pequeños y parad de
contar, el viejo es un estorbo continuo, un taburete cojo y anticuado con el que tropiezas por
toda la casa de reducidas dimensiones, sin saber cómo deshacerte de él,
pues si lo tiras, qué dirán. Cuántas veces se desea la muerte del viejo para que su
habitación la pueda ocupar uno de los hijos, ya que al ser estos hijos chicos
y chica, durmiendo ambos en el mismo cuarto, resulta que se están haciendo
mayores y qué pasará. Siempre andamos evitando inmoralidades a base de
cometer otras inmoralidades.
Sin embargo,
¿qué es ser viejo?, ¿qué es la vejez?. Ser viejo es tener
cantidad de años. La vejez es haber entrado en la senectud. La senectud es la
última etapa de la vida que empieza a los 60 años. Eso dicen los diccionarios.
Como se ve, los haremos de la edad siempre son inciertos. Lina persona, una
cosa, una planta pueden tener muchos años, ser viejas por eso, pero por nada más.
Ahora, lo otro, lo senil, lo cascado, acontece en cualquier momento. Existe
la senilidad precoz. La guapa Rita Hayworth, a sus 62 años, edad en la que
muchas mujeres aún dan guerra en el sentido amplio de la palabra, ha salido en
los periódicos y otros medios de difusión, esta vez no por guapa, sino por
padecer demencia presenil.
Si los diccionarios dicen que la senectud o
vejez empieza a los 60
años, la Historia
explica que el promedio
de vida en la Edad
de Piedra era de 15 años y el
de la Época Romana de 30. ¿Cuándo se empezaba a ser viejo entonces? ¿No había vejez? Hipócrates,
el Padre de la Medicina, situaba la
vejez en los 56 años. Ya
hemos oído hablar a los diccionarios, a la Historia y a la Medicina
patriarcal; oigamos a los novelistas, gente que dice las grandes verdades como si fueran mentiras. Honorato de Balzac tiene una
novela que comienza
diciendo: érase un viejo de 50 años. Thomas Mann siempre describe al protagonista de Muerte en Venecia como el viejo profesor de 40 años. ¡Caray!, diría mucha gente de esa edad
y bastante más avanzada;
lo dirían ciertos "play boys" de pelo blanco y las señoras maduras decoradoras de ''gigolos''.
Por eso vemos que el concepto de la vejez es relativo. Pero viene la ley y ésta es más
inexorable que los
diccionarios. La historia, los novelistas y la medicina. Y la ley dice que la vejez empieza a
los 65 años, la edad en
que se te jubila. Y aquí radica el busilis del asunto, la madre del cordero, el aquí te quería ver, escopeta, que decía no sé quién.
La jubilación, que es una
conquista social de las reivindicaciones obreras, se ha convertido, por mor de esa clase capitalista que no te la hubiera concedido
nunca, pero que se ha
visto obligada a reconocerla, en una especie de calvario por la escatimación,
malversación y
transformación a que la han sometido. En esta sociedad capitalista de la
oferta y la demanda sólo interesa
el materíal humano en la medida de lo que rinde. Lo leeréis a lo largo de las páginas que
vienen.
En un mundo en mutación en que las
máquinas tienen una
carrera muy corta, los hombres no deben servir demasiado: todo lo que excede de 55 años debe ser arrumbado, dijo el doctor Leach,
antropólogo de Cambridge.
Parece que lo dijo irónicamente. Se te jubila por obligación, no por devoción, y se te recompensa con escasa devoción esta obligación.
Ya habéis visto los números que se han
barajado en esta escala o abaco de medidas para la vejez, de años señalando la vejez: 60, 62, 15, 30, 56, 50, 40, 65, 55...
¿Cuál es la verdadera edad de la vejez? No la hay. Jubilarse no es envejecer; jubilarse es retirarte de tu puesto en la sociedad del trabajo. Es más:
jubilarte es retirarte tu entidad,
aquello que te ha acompañado como
una calidad de tu ser junto a la identificación de tu nombre. Durante
tiempo has sido bombero, camarero,
delineante, empleado de esto y de ¡o
otro, agente, mecánico, lo que sea!. Eras tú, tu nombre y esa profesión. En algunos casos era una profesión u oficio que para uno lo era todo. Y de
pronto, zas, ya no lo eres, ya no
eres eso que has sido durante la
mayor parte de tu vida. Este es el trauma más conmocionante. Perder de súbito aquellas señas de identidad
que te acompañaron siempre por doquier para
convertirte en un guiñapo arrumbado. Y
esto se produce por una ley,
una ley que marca que a los tantos
años ya eres viejo, lo quieras o no lo quieras, te sientas o no te sientas.
Es curioso, pero a las pocas páginas de
este libro, su autor, J.
Gutiérrez Álvarez, ya nos advierte que "jubilar es desechar una cosa por inútil",
pero lo más curioso es que
la definición no es de él, sino del simple
y práctico diccionario. He consultado el diccionario y sí. Aparte de
que jubilar es declararte exento de prestar servicio por razón de edad o imposibilidad
física, también es eso otro, eso parece que más: desechar una cosa por
inútil. Y así es. El sistema capitalista exprime al hombre durante los mejores años de su vida
y le jubila cuando ya no sirve o no sirve según sus cálculos materialistas.
Nada de darte otro
trabajo de acuerdo con tus posibilidades, que posibilidades
siempre hay, sino que te coloca fuera de
circulación. Para mucha gente esto es el gran trauma de su vida. Ya no
sirves, y como no sirves se te paga una
limosna. Los pensionistas son una carga para el Estado. Y sin embargo, la
tercera edad ha producido más de lo que recibe. De ahí, de este arrinconamiento laboral y social, que miremos la
vejez como una enfermedad extraña e irreversible. Envejecen más aprisa las clases trabajadoras que las
burguesas.
Mientras la burguesa vieja se acicala y
cuida su línea y sus arrugas y consigue seguir siendo piropeada, uno se harta de
arreglar papeles, o de encarrillar y orientar para que arreglen su triste situación de abandono de la sociedad, a ''abuelas'' con menos edad que esas ''señoritas'' que les revisan tales
papeles o tienen un puesto en los
patronatos de las entidades
benéficas o caritativas.
Sólo hay un modo de prepararse para la
vejez, y de no ser viejo
aunque lo seas, parece que dice alguien a
lo largo del libro. Resumiendo su disquisición, este modo de prepararse es
vivir apasionadamente. Hoy hay unos
movimientos semejantes a los juveniles, a los de los obreros, a los de los
parados, a los de los militantes de
partidos, a los de los grupos que reclaman un puesto en la tierra, a los
movimientos políticos; son los
movimientos que forman y están formando
todo tipo de jubilados, quienes reclaman
unas pensiones más dignas y un trato
de igualdad con el resto de la población, y más cosas, todas dentro de unas mejoras razonables y no miserables. Es
paradójico el que sea un movimiento
novísimo siendo de viejos, pero es así. Militar en ellos yo creo que será encontrar, al menos, un modo apasionante de vivir la vejez y un retorno a las ilusiones que
siempre da la lucha y la esperanza. La mayor parte de este libro instruye
sobre eso.
A mí,
ahora, sólo me resta decir que el libro me ha interesado sobre
manera y que he aprendido muchas cosas de él, entre otras a no hacerme jamás
viejo ahora que voy camino de ello. De un autor que el autor no cita el nombre, me apropio de la
mejor definición que he oído. Es viejo aquel
que tiene 15 años más que yo. ¿Os
imagináis? Para mí, ahora son viejas
las personas que tienen 70 años. Cuando yo tenga 70, lo serán las de 85. Cuando tenga 85, las de 100. Cuando tenga cien... Porque la muerte vendrá cuando tenga que venir, como en todas las edades, pero no por acumular unos años, pues siempre habrá otros que los tendrán en más cantidad que tú...
Francisco CANDEL Barcelona, 18 de junio de 1981
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