sábado, 2 de julio de 2016

Un combate por la vejez obrera


Un combate por la vejez obrera
Durante este mismo enero de 1981 acabé de redactar un librito puesto al servicio del movimiento, en particular de la vocalía de Pubilla Casas, y que estaba dedicado a algunos de los citados, "gente tan noble como los sueños que
sostienen su lucha cotidiana".
Era mi segunda tentativa de escribidor, y después de dar muchas vueltas, tuve enormes dificultades para encontrar un editor comprensivo, hasta que lo encontré gracias a la recomendación que me brindó Eduardo Pons Prades que había editado allí una recopilación de narraciones sobre la resistencia antinazi en Francia, una llamada por teléfono que me llevó hasta el almacén-despacho del barrio de Gracia de la editorial Hacer que gerentaba el inclasificable Pep Ricou, un "antiguo" de Acción Comunista, ahora empeñado en mantener una colección resistente de libros radicales y utópicos en ediciones muy modestas,  pero en la que rescataron numerosos títulos importantes de William Morris, Robert Owen, Julio Verne, Emile Armand, entre otros autores, pero no por ello menos ruinosas, y que en aquel momento era coeditor de la edición en castellano de la célebre Revista Mensual/Monthly Review. Para facilitar su difusión conseguí la complicidad del maestro Francisco Candel, que por entonces ejercía de concejal de cultura por el PSUC en L´Hospitalet, y que en unas extensas páginas (que añado como anexo) demostró que se había leído el texto y además, le había interesado.
Curiosamente, tiempo después el prólogo apareció con algunas rectificaciones, reproducido por una revista que era una cutre versión hispana del Play Boy, y cuyo título Mastías, no tardé mucho en descifrar viendo unas ilustraciones con las trataban de competir en plan barato…Este nuevo libro se trataba de un texto pésimamente editado con el cual trataba de llenar un hueco en una cuestión sobre la cual abundaban títulos de ensayo e investigación, pero que, como tal movimiento no contaba con los propios para la agitación y la propaganda, algo propio de todo movimiento en alza, pero que en este apenas si hubo tiempo para llegar a emplear semejantes armas, ya que la política institucional no tardó en absorber cualquier autonomía, y los más combativos acabaron marginados o integrados, como el propio Francecs Pedra, quien no obstante nunca olvidó la dignidad de su biografía. Por su parte, Pedro se apartó amargado ante algo que no acababa de entender, .justamente en un tiempo en el que sus problemas médicos comenzaron a agravarse.
Pretendía ser una aportación asequible que pudiera leer, por ejemplo el veterano malagueño Pedro Rodríguez, compañero de Cipriano Mera en la guerra, que lo hizo y todo un personaje, un carácter. Pedro luego se acercó a la Liga más que nunca, pero por esta época empezó a perder vista, y su entusiasmo se encontró con unas dificultades inesperadas.
Un texto que buscaba la polémica, con un enfoque propio de una opción marxista que intentaba ser al mismo tiempo flexible y "dura", y que abundaban la citas y las referencias de lecturas de todo tipo, pero que ante todo era deudor de dos grandes aportaciones de la izquierda, de una de las obras magnas de Simone de Beauvoir, La Vejez, y la magnífica aproximación amble en la forma pero radical en el fondo del médico libertario británico Alex Comfort,  La tercera edad. Una buena edad,  dos obras que recomiendo encarecidamente como verdaderos clásicos sobre una cuestión vital.
Por su lenguaje y estructura, “el Comfort” se convirtió en un instrumento muy asequible, tanto era así que me convertí en un activo divulgador de su edición, hasta llegué a un acuerdo con la editorial aprovechando una amistad en su interior. Aquellas lecturas fueron mucho más que unas fuentes, pasaron a ser referentes de primer orden para una concepción vitalista y creativa de una vida que se tenía que vivir cuidada e intensamente porque se envejecía igual que se vivía. Por otro lado, eran libros sagrados que confirmaban la pertinencia del esquema marxista, que insistían en el enfoque de la lucha de clases al tiempo que abordaban una sabiduría sobre la que desde los griegos y los romanos, y no digamos en la Ilustración, existía una abundante conciencia de que los prejuicios escondían la exigencia de mantener los privilegios, una causa que los políticos modernos habían aprendido a disfrazar con grandes palabras.
A lo largo de múltiples conversaciones, mis amistades destacaron el hecho de que abordara un tema tan poco conocido por la izquierda militante, y que, además, lo hiciera sin la menor concesión a una infecta sentimentalidad. En Nuestro viejos. Problemas y alternativas denunciaba el sistema no en nombre de la caridad sino de la justicia, y advertía ya contra las crecientes tentativas del "Estado barato" que acabaría amenazando seriamente las conquistas que habían caracterizado el llamado "Estado del Bienestar".
Igualmente arremetía contra la cada vez más presente ideología neoliberal que trataba de llevar la situación de los mayores (o de los minusválidos) hacia la exclusiva responsabilidad de las familias, como sí todas las familias fuesen como, por citar una que hablaba mucha de las "responsabilidades" familiares en estos casos, la de Pujol-Ferrusola. Al tiempo, la obra divulgaba una concepción filosófica ampliamente argumentada con razones argüidas por mis autores preferidos, y según la cual la vejez podía ser una buena edad a condición de no vivir a la manera de un cohete, quemando la juventud sin pensar en un mañana que, al decir del abuelo Trotsky, la vejez era, paradójicamente, lo más inatendido que te ocurría en la vida. Pasaba la vida, y llegabas a la vejez, pero como cualquier otra edad, e insistía con persistencia, esta podía ser en lo posible, dichosa y creativa. Los ejemplos abundaban, hasta podías aspirar a una buena muerte, sólo se requería tener una pasión creativa, algo que te mantuviera vivo en el sentido más pleno de la palabra.
Argumentaba en este sentido presentando el libro en un programa de radio con Luís de Olmo, cuando un avieso Luís Fariñas me preguntó sí en la URSS los viejos estaban mejor que en Occidente. Le respondí que de vivir en la URSS habría tratado de escribir un libro análogo, con idéntico sentido reivindicativo, y sí algún burócrata infame me hubiese preguntado lo mismo, le habría respondido que en Occidente lo habría escrito por un igual.  Al salir, el tipo me extendió la mano pero yo me hice el despistado.
Errores (múltiples) y limitaciones (a tope) aparte, quizás el principal problema del libro radicaba en el hecho de que el movimiento ya había iniciado su curva de decadencia y de rápida integración en las políticas institucionales, y que por lo tanto, se convirtió en una expresión excesivamente crítica y punzante en un tiempo en el que, hasta el propio Pedra, tuvo que olvidarse de los sueños de construir un amplio movimiento social como los que funcionaban en Francia o Italia, y limitarse con la mayor honradez posible, a negociar con los políticos que, a su vez, tratarían de utilizarlo como bandera.
Sin embargo, más allá de los avatares editoriales, tanto la experiencia como todas aquellas lecturas de base me sirvieron para consolidar una idea militante de la vida, una concepción de la existencia desde una perspectiva de a largo plazo y en la que la suma de los años no tenían porque ser un problema irresoluble, ya que, como afirmaba Picasso en una de las innumerables citas evocadas a lo largo del texto, "se necesitaba mucho tiempo para aprender a ser joven", desarrollando un equilibrio en el que la serenidad que daban los años no impedía la persistencia de los impulsos juveniles. Ese y o no otro, era el secreto. El problema era contar con la suma de circunstancias favorables,  y de la capacidad y de la conciencia para aplicarlo, pero a mí entonces todo esto me parecía obvio, y no veía ninguna nube que temer en un horizonte en una plena y bergsoniana militancia de la vida...
De hecho, yo veía las lecciones primordiales de libro ilustrada en aquellos ancianos que seguían creyendo en sus ideas, y que contaban su mejor medicina en sus ilusiones por cambiar las cosas, en sus ganas de vivir, en su cólera generosa que hablaba Dickens.  El movimiento se calmó después de conseguir  una ristra impresionante de mejoras comenzando por la democratización de los pocos “casals” que existían...Recuerdo un ejemplo que puede ilustrar el calor humano y la capacidad que llegó a tener el movimiento en esta fase incipiente.  Un día, Mercé Rodaura, nuestra monja seglar, cansada de llamar a las puertas que conocía, nos trajo a la Asociación de Vecinos del barrio a una pareja de ancianos que parecían criaturas por su inocencia. Con la pensión que tenía él (ella no cobraba, y eso era lo normal por entonces), no podrían pagar la subida del alquiler que le habían hecho. Ni corta ni perezosa la Junta decidió visitar al alcalde interino, el Sr. Perelló, el último de L´Hospitalet antes de las elecciones. Tendríamos que haber ido dos o tres, pero nos presentamos no menos de quince. El ambiente era tal que no hubo problema para que el Ayuntamiento aceptara un acuerdo según el cual asumía el pago del alquiler de los abuelos, no recuerdo sí parcialmente o en su totalidad.
Quizás sea por la satisfacción que me quedó, que me parece que se hizo cago en su totalidad y hasta la muerte.  Algo que hoy en día puede parecer un sueño…
  
    
Anexo:
Francisco Candel PREPÁRATE, QUE VIENE LA VEJEZ

Sí, la vejez llega, inexorable, a no ser que desapa­rezcas traumáticamente o engullido por el desenlace mortal de una enfermedad. A la vejez se la teme co­mo a la muerte. Por expresiones normales y corrien­tes de tu prójimo, ves que se teme más a la vejez que a esta muerte. Siempre se afirma no tener miedo a morir, pero sí tenerlo al dolor, a la enfermedad, a la ''vejez''. Vejez es sinónimo de dolor enfermedad, y no debiera ser así. Vejez es sinónimo de miseria, po­breza y desvalidez, y no debiera ser así. No estamos preparados para la vejez. Nadie cree que la vejez sea una etapa normal y comente en la vida del hombre como lo es la niñez, la adolescencia, la juventud y la madurez. Si estas frases pueden ser etapas plenas ' en todas ellas hay también el desequilibrio y los gajes del oficio de vivirla vejez tiene motivos so­brados para serlo más. El conocimiento sereno de la vida puede ayudar en ello. Pero estoy divagando de­masiado y en un prólogo no se puede divagar. Que­ría decir, con esta entradilla, que durante las etapas anteriores a la vejez se rechaza esta faceta en los tér­minos como de algo que no va contigo, sino que es cosa de otros. Parece como que la vejez no llegará para ti. Y llegará. Que lo digan, sino, los viejos que ahora lean esto, si lo leen. Prepárate, que viene la vejez.
Resultado de imagen de Francisco CandelIgualmente es cierto que lo contradictorio, lo que choca, lo que se da de bofetadas entre sí, es que tú puedes estar preparado para la vejez hay argu­mentos suficientes para conseguirlo, en el libro se encontrarán muchos de ellos—; preparado para con­siderar la vejez como un capítulo más que leer  en esta novela que es la vida, un capítulo tan interesante y tan vitalista como los anteriores, cortando el rollo fatalista que cuelgan todos a ese momento de la edad del hombre, catalogándolo como etapa final, como de que después de ella viene inexorablemente la muerte, puesto que no se muere de viejo, sino por equivocación, por este trauma accidental o esa enfer­medad que pudo segar tu niñez, juventud o madu­rez, impidiéndote llegar a viejo, son los mismos ene­migos que interrumpen siempre tu vejez, no deján­dote morir de viejo, sino de incidente patológico. La Celestina, vieja vieja y vieja sabia entre las más, dice "¿qué joven me asegura que no puede morir hoy y que viejo no puede vivir hasta mañana?". O sea, aquellos que veníamos diciendo, ya que la divaga­ción nos hizo interrumpir la frase, tú puedes estar preparado para la vejez, pero la sociedad de el entor­no que te conforma, no.
Y tú puedes pensar que la vejez para tino es proble­ma, pero la sociedad, del modo que está montada, dice que sí, y es entonces cuando te traspasa a ti la angustia de esa vejez que tú soportas pero que la so­ciedad no quiere soportar. Y veamos si nos explica­mos.
El libro que a continuación leeréis es un libro so­bre viejos escrito por un joven. Esto, en sí, ya es una primera sorpresa, pero una sorpresa agradable. Este hombre joven se llama Gutiérrez Álvarez. Yo no sé mucho más de él, excepto lo que se adivina en el libro: sus ansias de justicia reivindicativa en torno a esta clase social que son los viejos, que ha tomado partido por ellos y que lucha codo a codo a su lado en sus causas perdidas. !Chapeau¡. Porque la verdad sea dicha, no es está la actitud de los jóvenes mía de las demás personas, sino todo lo contrario. Al viejo, todo lo más, se le tolera, pero se le da más de banda y no se le hace caso cuando intenta expresarse; siem­pre se cree que ya no toca cuando expone sus puntos de vista sobre lo que sea. De ese modo, el viejo, que por años lo más que acumulado es sabiduría y expe­riencia, se encuentra con que eso, ¡o que mejor y mayormente puede ofrecer, estas otras personas, jó­venes y no jóvenes, se lo desprecian. A cualquier otro individuo, cuando expone sus puntos de vista, si estos no satisfacen nadie le hace callar por razones de su edad. De un joven, cuando sus argumentos no convencen, lo más que se le dice es que ya cambiara, y nadie le insulta diciéndole ¡joven!, porque hemos estipulado que eso no es un insulto. De un viejo no se dice que se equivoca, sino que chochea, y se le gri­ta ¡viejo!, y eso de "viejo" es un insulto porque también lo hemos estipulado así. Se ha subjetivizado tanto en contra de ese concepto de viejo, se cree que es tan afrentoso el serlo y llamártelo que nuestra sociedad bienpensante, esa que por su estructura­ción le niega al anciano un puesto digno dentro de sus esquemas, le ha cambiado el epíteto soltándole el eufemismo de lo de la "tercera edad". No se es viejo, se está en la tercera edad. Y todos tan conten­tos, ellos y los viejos. A nuestra sociedad opulenta para los opulentos le ha faltado picardía para sacarse de la manga otro cuento semántico, el de la "cuarta edad'' que podría empezar a los 90 años. Habríamos vencido a la vejez, pero la seguirán esquilmando.
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Gutiérrez Álvarez ha seleccionado trozos literarios en torno a la vejez escritos por diversos autores salpi­cando el libro con tales fragmentos. A mí me ha concedido el honor de traer a colación un trozo de mi novela Donde la ciudad cambia de nombre, aquel en que se cuenta la tragedia del tío Serrallo, un hombre que teniendo siete hijos murió en un ca­no mirando las estrellas una noche de lluvia en que no las había porque lo llevaban de una casa a otra to­dos los hermanos ya que ninguno lo quería ahora que estaba enfermo. La tragedia del tío Serrallo es asazmente archirrepetida, con esos grados de inten­sidad o con otros, no solamente entre las clases obre­ras y pobres, sino en todas, el dinero que admite más tolerancia también lleva a veces a más incom­prensión. Se produce en todos los estamentos con sus variantes acomodaticias a todo lo largo de la his­toria. Sí el tío Serrallo muere infraabandonado por esa equivocación de garantía de los padres que son los hijos en el año 1956, a la vuelta de nuestra esqui­na histórica, en las mismas similares condiciones, és­te al borde de la locura, muere el Rey Lear shakesperíano abandonado por sus hijas en el año 1605, fe­cha que nos queda ya muy lejana en la noche de los tiempos. Y esto es sólo por citar dos ejemplos. Es cierto que antaño, y en las sociedades patriarcales, el anciano gozaba de respeto y potestad y valía la pena llegar a esa etapa de la vida donde a veces conseguías la realización y prestigio que nunca habías alcanza­do, pero también es cierto que en sociedades pareci­das, el mismo anciano, al llegar su decadencia, se autoinmola e elimina como para dejar de ser un es­torbo. Pero es que hoy, con la reducción de la fami­lia por vía del urbanismo a una célula de padres e hi­jos pequeños y parad de contar, el viejo es un estor­bo continuo, un taburete cojo y anticuado con el que tropiezas por toda la casa de reducidas dimen­siones, sin saber cómo deshacerte de él, pues si lo ti­ras, qué dirán. Cuántas veces se desea la muerte del viejo para que su habitación la pueda ocupar uno de los hijos, ya que al ser estos hijos chicos y chica, dur­miendo ambos en el mismo cuarto, resulta que se es­tán haciendo mayores y qué pasará. Siempre anda­mos evitando inmoralidades a base de cometer otras inmoralidades.
Resultado de imagen de Francisco CandelSin embargo, ¿qué es ser viejo?, ¿qué es la vejez?. Ser viejo es tener cantidad de años. La vejez es haber entrado en la senectud. La senectud es la última eta­pa de la vida que empieza a los 60 años. Eso dicen los diccionarios. Como se ve, los haremos de la edad siempre son inciertos. Lina persona, una cosa, una planta pueden tener muchos años, ser viejas por eso, pero por nada más. Ahora, lo otro, lo senil, lo casca­do, acontece en cualquier momento. Existe la senili­dad precoz. La guapa Rita Hayworth, a sus 62 años, edad en la que muchas mujeres aún dan guerra en el sentido amplio de la palabra, ha salido en los perió­dicos y otros medios de difusión, esta vez no por guapa, sino por padecer demencia presenil.
Si los diccionarios dicen que la senectud o vejez empieza a los 60 años, la Historia explica que el pro­medio de vida en la Edad de Piedra era de 15 años y el de la Época Romana de 30. ¿Cuándo se empezaba a ser viejo entonces? ¿No había vejez? Hipócrates, el Padre de la Medicina, situaba la vejez en los 56 años. Ya hemos oído hablar a los diccionarios, a la Histo­ria y a la Medicina patriarcal; oigamos a los novelis­tas, gente que dice las grandes verdades como si fue­ran mentiras. Honorato de Balzac tiene una novela que comienza diciendo: érase un viejo de 50 años. Thomas Mann siempre describe al protagonista de Muerte en Venecia como el viejo profesor de 40 años. ¡Caray!, diría mucha gente de esa edad y bas­tante más avanzada; lo dirían ciertos "play boys" de pelo blanco y las señoras maduras decoradoras de ''gigolos''.  Por eso vemos que el concepto de la ve­jez es relativo. Pero viene la ley y ésta es más inexora­ble que los diccionarios. La historia, los novelistas y la medicina. Y la ley dice que la vejez empieza a los 65 años, la edad en que se te jubila. Y aquí radica el busilis del asunto, la madre del cordero, el aquí te quería ver, escopeta, que decía no sé quién. La jubi­lación, que es una conquista social de las reivindica­ciones obreras, se ha convertido, por mor de esa clase capitalista que no te la hubiera concedido nunca, pero que se ha visto obligada a reconocerla, en una especie de calvario por la escatimación, malversación y transformación a que la han sometido. En esta so­ciedad capitalista de la oferta y la demanda sólo in­teresa el materíal humano en la medida de lo que rinde. Lo leeréis a lo largo de las páginas que vienen.
En un mundo en mutación en que las máquinas tie­nen una carrera muy corta, los hombres no deben servir demasiado: todo lo que excede de 55 años de­be ser arrumbado, dijo el doctor Leach, antropólogo de Cambridge. Parece que lo dijo irónicamente. Se te jubila por obligación, no por devoción, y se te re­compensa con escasa devoción esta obligación.
Resultado de imagen de Francisco CandelYa habéis visto los números que se han barajado en esta escala o abaco de medidas para la vejez, de años señalando la vejez: 60, 62, 15, 30, 56, 50, 40, 65, 55... ¿Cuál es la verdadera edad de la vejez? No la hay. Jubilarse no es envejecer; jubilarse es retirarte de tu puesto en la sociedad del trabajo. Es más: jubi­larte es retirarte tu entidad, aquello que te ha acom­pañado como una calidad de tu ser junto a la identi­ficación de tu nombre.  Durante tiempo has sido bombero, camarero, delineante, empleado de esto y de ¡o otro, agente, mecánico, lo que sea!. Eras tú, tu nombre y esa profesión. En algunos casos era una profesión u oficio que para uno lo era todo.  Y de pronto, zas, ya no lo eres, ya no eres eso que has sido durante la mayor parte de tu vida. Este es el trauma más conmocionante. Perder de súbito aquellas señas de identidad que te acompañaron siempre por do­quier para convertirte en un guiñapo arrumbado. Y esto se produce por una ley, una ley que marca que a los tantos años ya eres viejo, lo quieras o no lo quie­ras, te sientas o no te sientas.
Es curioso, pero a las pocas páginas de este libro, su autor, J. Gutiérrez Álvarez, ya nos advierte que "jubilar es desechar una cosa por inútil", pero lo más curioso es que la definición no es de él, sino del simple y práctico diccionario. He consultado el dic­cionario y sí. Aparte de que jubilar es declararte exento de prestar servicio por razón de edad o impo­sibilidad física, también es eso otro, eso parece que más: desechar una cosa por inútil. Y así es. El siste­ma capitalista exprime al hombre durante los mejo­res años de su vida y le jubila cuando ya no sirve o no sirve según sus cálculos materialistas. Nada de darte otro trabajo de acuerdo con tus posibilidades, que posibilidades siempre hay, sino que te coloca fuera de circulación. Para mucha gente esto es el gran trauma de su vida. Ya no sirves, y como no sirves se te paga una limosna. Los pensionistas son una carga para el Estado. Y sin embargo, la tercera edad ha producido más de lo que recibe. De ahí, de este arrinconamiento laboral y social, que miremos la ve­jez como una enfermedad extraña e irreversible. En­vejecen más aprisa las clases trabajadoras que las burguesas.
Mientras la burguesa vieja se acicala y cuida su línea y sus arrugas y consigue seguir siendo piropeada, uno se harta de arreglar papeles, o de encarrillar y orientar para que arreglen su triste situación de abandono de la sociedad, a ''abuelas'' con menos edad que esas ''señoritas'' que les revisan tales pape­les o tienen un puesto en los patronatos de las enti­dades benéficas o caritativas.
Sólo hay un modo de prepararse para la vejez, y de no ser viejo aunque lo seas, parece que dice alguien a lo largo del libro. Resumiendo su disquisición, este modo de prepararse es vivir apasionadamente. Hoy hay unos movimientos semejantes a los juveniles, a los de los obreros, a los de los parados, a los de los militantes de partidos, a los de los grupos que recla­man un puesto en la tierra, a los movimientos políti­cos; son los movimientos que forman y están for­mando todo tipo de jubilados,  quienes reclaman unas pensiones más dignas y un trato de igualdad con el resto de la población, y más cosas, todas den­tro de unas mejoras razonables y no miserables. Es paradójico el que sea un movimiento novísimo sien­do de viejos, pero es así. Militar en ellos yo creo que será encontrar, al menos, un modo apasionante de vivir la vejez y un retorno a las ilusiones que siempre da la lucha y la esperanza. La mayor parte de este li­bro instruye sobre eso.
A mí, ahora, sólo me resta decir que el libro me ha interesado sobre manera y que he aprendido mu­chas cosas de él, entre otras a no hacerme jamás viejo ahora que voy camino de ello. De un autor que el autor no cita el nombre, me apropio de la mejor de­finición que he oído. Es viejo aquel que tiene 15 años más que yo. ¿Os imagináis? Para mí, ahora son viejas las personas que tienen 70 años. Cuando yo tenga 70, lo serán las de 85. Cuando tenga 85, las de 100. Cuando tenga cien... Porque la muerte vendrá cuando tenga que venir, como en todas las edades, pero no por acumular unos años, pues siempre ha­brá otros que los tendrán en más cantidad que tú...

Francisco CANDEL Barcelona, 18 de junio de 1981

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