lunes, 23 de mayo de 2016

André Breton y el surrealismo



André Breton y el surrealismo

Se puede empezar diciendo que el surrealismo es un movimiento artístico-cultural-político de una importancia central en el siglo XX, no inferior a la que pudo tener el romanticismo el siglo anterior…Seguir diciendo que su historia es inseparable de la biografía de André Breton, al que ciertos sectores tildan de “autoritario” por las crisis y expulsiones de un movimiento que carecía de cualquier poder que no fuera el de la palabra y el de sus obras. Breton no podía ni retirar el poste a los amigos con los que en un momento dado tuvo sus conflictos como pudo ser el caso de Artaud o de Aragón, por motivos diferentes por no decir opuestos.
Sigamos, la biografía de Breton está poderosamente imbricada a su toma de posición revolucionaria, algo que en las últimas décadas se trató de obviar. Guardo por algún rincón un amplio trabajo publicado en el suplemento cultural de El País de hará una década, y en el que se pasaba la esponja sobre sus compromisos de pensamiento fuerte, subversivos. El autor que ofrecía un “dossier” bastante extenso de las publicaciones de Breton en españa, no hacía ninguna mención la publicación en el Viejo Topo de un amplio dossier sobre el viaje de éste a México, y que lleva por título Manifiesto por un arte revolucionario e independiente. Eso sí, ironizaba sobre la relación del movimiento con Trotsky, y la “justificaba” pro la sempiterna vocación de los surrealistas de estar al lado de los perseguidos. Se lo comenté a Michael Löwy que ya estaba harto de estas mandangas, y me comentó: “lo raro es que haya hecho alguna mención”.
Breton fue, en palabras de Eugène Ionesco, “uno de los cuatro o cinco grandes reformadores del pensamiento moderno”; sus actos e ideas se convirtieron en el pulso del último gran movimiento artístico del siglo XX: el surrealismo cuyas secuelas ei influencias son enormes, baste anotar que por aquí, el surrealismo impregna toda la generación poética del 27. Esta claro pues la necesidad de un buen retrato, sobre todo porque el Sarane Alexandrian (Breton según Breton, Ed. Laia, Barcelona, 1973), ya que da lejos, y otros, como el de Volker Zotz (Somogy, París, 1990, prólogo de José Pierre), no se tradujo. Para llenar este vacío nos llega esta minuciosa biografía, Mark Polizzotti con la que el autor parece lograr romper el cristal que durante tanto tiempo fuera la vida íntima del llamado “papa negro” de los surrealistas.
Si Breton prefirió acentuar los episodios más dramáticos e inusuales de su vida, Polizzotti excava y presenta sus “momentos vacíos”, sus horas de depresión o debilidad, con el propósito de arrojar luz sobre un oscuro fragmento de la experiencia humana. Este libro concede un aire vivificante a la figura del revolucionario poeta francés, al tiempo que facilita una mejor comprensión de los acontecimientos que contribuyeron a moldear su vida y su pensamiento.
El trabajo de Polizzotti tiene toda la pinta de resultar una biografía canónica, muy al modo anglosajón. Aunque no resulte muy surrealista, esto no tiene porque resultar un desmerecimiento ya que existen biografías, académicamente muy notables,   aunque a veces pueden ser plomizas para el lector general. El trabajo de Polizzotti es prolijo y detallista, pero se lee con interés, quedando un importante aparato de notas en las páginas finales, sólo para los muy interesados.
Digamos un par de cosas sobre el personaje: André Breton nació en Tinchebray (un pueblo de Normandía) el 19 de febrero de 1896, hijo de padres bretones. Fue un hombre apasionado y enérgico -salvo en su decaído final- que soñó siempre con una poesía nueva, hirviente de palabras, que no tuviera que ver con “el mundo literario” sino con la vida misma vivida con verdad, libertad y pasión absolutas. Lo recalcó todavía en una entrevista de 1946: “transformar el mundo, cambiar la vida, remodelar el entendimiento humano de arriba abajo”, eso era lo que siempre había pretendido. Primero leyó a los simbolistas y se fascinó con Mallarmé, después siguió la tutela de Valéry, enseguida vio el hervor vanguardista de Apollinaire en los años de la I Guerra Mundial y tras el estreno de Las tetillas de Tiresias se fascinó (casi hasta el amor) por un personaje entre el dandismo y la subversión cuyas cartas editó tras su suicidio en 1919: Jacques Vaché, importantísimo en su vida, pese a las sospechas finales de homosexualidad que recayeron en él, lo que repugnó a Breton, que mantuvo siempre un extraño rechazo a “los invertidos”, más chocante en quien defendió tantas libertades ¿No se habría enamorado sin saber de Vaché?
Afín, luego superador (y adversario político)   de Tzara y del dadaísmo, Breton halla su puesto con sus iniciales “mosqueteros”, Aragon y Soupault, al inventar “la escritura automática”, no sin débitos para con Freud y Apollinaire, al publicar primero su libro segundoLos campos magnéticos en 1920 y después (en 1924) el Manifiesto del surrealismo. Definido por el propio Breton como “automatismo psíquico en estado puro”, el Surrealismo con todas sus crisis, heterodoxias y múltiples regaños entre sus integrantes ha sido una de las grandes revoluciones creativas, literaria y pictórica, del siglo XX. Breton es además, el autor de obras bellísimas (para muchos mejor en prosa que en verso, pensemos en Nadja (1928)

De vocación libertaria natural, Breton fue antes de la II Guerra Mundial un intransigente rebelde, que se las tuvo con Eluard, con Aragon, con Dalí o con Matta buscando una libertad pura que terminó poniéndole a mal tanto con los conservadores (a quienes detestaba) como con los comunistas estalinistas, a quienes denunció, siempre a favor de Trotsky. ¿Cuál era esa tercera vía que buscaba, y que no parece haberse hallado todavía?
Uno de sus antiguos colegas, el editor, historiador y memorialista, Maurice Nadeau, que escribió una Historia del surrealismo (editada por Ariel, Barcelona, 1970), el movimiento acabó como tal en 1939, cuando Breton se marcha a América, huyendo de la guerra. El final de Breton (regresado a Europa con su tercera mujer y su hija Aube en 1946) fue el de un hombre en declive. Un intransigente y autoritario genio del lenguaje a quien se le hacía más difícil crear porque le faltaban nuevas mujeres, pese a sus coqueteos con Joyce Mansour. Murió en 1966, dos años antes de las jornadas de mao que el mismísimo Pompidou llamó “la revancha de Breton”, y el biógrafo académico no se olvida, y presenta el mayo como un epitafio de Breton. Representó   todo un mundo de subversión y aventura, toda una época de desafíos al desorden establecido.
Esta minuciosa biografía de Polizzotti da todos los detalles conocidos, y añade muchos nuevos. Pero Breton no acaba en Breton, ni el surrealismo acaba en Francia. Traspasó las fronteras, y sobre su pasaje catalán nos habla Ferran Aïsa en Les Avantguardes.Surrealisme i revolució (1914-1939), en su libro editado en Base, y Ángel García Pintado ya nos ofreció un cuadro convulsivo sobre sus debates políticos en su obra El cadáver del padre, que editada a principios por los ochenta por Akal, está a punto de conocer una reedición revisada y ampliada en Libros de la Frontera

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