sábado, 7 de mayo de 2016

El hilo rojo de Jack London




  El hilo rojo de Jack London

La vida y la obra de Jack London son dos aspectos estrechamente interrelacionados. Su obra es antes que nada un testimonio de su propia existencia, y en hasta en las novelas más imaginativas se puede encontrar la huella de su propia pisada. La suya es una vida corta (40 años), pero vivida con una enorme intensidad. El secreto de esta intensidad radica especialmente en un tormentoso afán de liberación personal y social en la que por más que se puedan subrayar aspectos muy contradictorios y oscuros, el más penoso de todo sería quizás su racismo, su adopción de los criterios de Kipling sobre la supremacía del hombre blanco (1), hay un hilo rojo que emerge cuando se convierte en un muchacho socialista de la bahía de Oakland, y concluye con su muerte, con un testamento en el que deja patenta su decepción ante el curso “socialdemócrata” del partido socialista que había ayudado a crear en los tiempos de Eugene V. Debs, su mayor ídolo político (2).
   Esta intensidad existencial se desprende fácilmente de los siguientes datos: en los últimos 16 años de su vida fue el autor de 19 novelas, 18 colecciones de cuentos y artículos (157 en total), 3 dramas y 8 libros autobiográficos y de sociología. Casi un siglo después de su prematura muerte, London es un clásico de la literatura norteamericana, un escritor emblemático del historial del movimiento obrero y socialista, sus obras siguen todavía vivas en las librerías,  dan lugar a nuevas y diversas adaptaciones cinematográficas, y el personaje sigue atrayendo a biógrafos y ensayistas (3).
   Aunque no han faltado críticos que consideran su obra como irregular, desmañada, y lo han tachado de novelista de escasos vuelos, no es menos cierto que existen muchos más que afirman todo lo contrario, aunque es evidente que a nadie le es indiferente, y tampoco nadie asume su legado en toda su integridad, resulta pues obligatorio matizar o separar. Admirado a lo largo de los tiempos por gente tan diversa como Anatole France, Lenin, John Steinbeck, Trotsky. Hemingway, Orwell o, Jack Kerouac, etc; London inspiró al "Che" Guevara el que el héroe guerrillero creyó que sería su último pensamiento: "La única visión que recuerdo", escribirá hablando de un momento en el que estando herida es cercado por las tropas de Batista Y busca la mejor manera de morir, y se le presenta la imagen de un personaje de London acosado por la agonía, se sostiene sobre un árbol y "se dispone a terminar su vida con dignidad". Pensamos que no es abusivo pensar que al propio London le habría fascinado también un personaje como el "Che", con el que compartió la admiración de la juventud norteamericana de los años sesenta, justamente la década en que su “obra social” fue reedescubierta.
   Así pues, London fue para varias generaciones de inconformistas, alguien reconocido por su dimensión radical y socialista, del novelista que respondía a todas las cartas en las que siempre se despedía diciendo: “Con Usted por la Revolución”.  La mayor compilación de las cartas de Jack London —más de mil quinientas— complementan tres volúmenes en los que se reúnen escritos desde la juventud hasta la víspera de su fallecimiento.   De todas ellas se desprende tanto su gusto por el debate y la controversia –le encantaba “asustar” a los burgueses- como una imperiosa necesidad de comunicación. Era ya el escritor mejor pagada de los estados finidos cuando escribe a una trabajador: “Querido camarada: No puedo leer tu carta. He malgastado veinte minutos, me he gastado la vista y he perdido la paciencia sin lograr entender qué has escrito. Inténtalo de nuevo y procura hacer una letra más legible. Sinceramente tuyo, Jack London. P. D. Ni siquiera puedo descifrar tu nombre”.
London creció en Oakland, y sus alrededores. Su madre fue Flora Wellman,  una mujercita ajena y extraña, consagrada al espiritualismo y fue cuidado por una “mammy” de color. Su padre oficial, John London, fue un trabajador de origen checoslovaco (el escritor comunista Arthur London era pariente cercano suyo)  muy noblote que trabajó hasta el fin de sus días como sereno en los muelles de Oakland. El “tabú” familiar residía en el hecho de que el que el verdadero padre de Jack era según todos los indicios William Chaney, un astrólogo itinerante, estafador y charlatán que vivió en concubinato con Flora Wellman hasta que la abandonó  cuando esta quedó embarazada. Cuando su hijo se enteró de ello y le escribió, pero Chaney lo negó todo, pero no era nada de fiar. Estos orígenes “bastardos” de London  permanecieron dormidos para resurgir en una adolescencia especialmente furiosa contra el orden establecido comenzando por los grandes tiburones que estaban imponiéndose en la “lucha por la vida”. Son tiempos no tan diferentes como nos quieren hacer creer a los de aquel London considerado como "muy peligroso" por las autoridades de su país y escribió numerosos libros "subversivos", en particular una obra que figura por derecho propio entre las clásicas de la literatura revolucionaria; Gente del abismo, que fue editada en la colección de clásicos con un prólogo del autor de estas líneas.
En sus constantes peroratas como agitador y propagan dista del socialismo, London fue consecuente con una idea que aprendió en el Manifiesto Comunista, y según la cual los socialistas deben de hablar sin ocultar sus objetivos y sus puntos de vistas. Llevó adelante esta premisa a las calles de las grandes urbes norteamericanas y a los salones donde los grandes burgueses le invitaron en honor a su prestigio como literato. Así, en 1905, y delante del "tout" San Francisco, London proclamó cosas como las siguientes: "¡Nada de una parte!. Necesitamos todo lo que poséis. No nos conformaremos con menos. Queremos llevar las riendas del poder y el destino de género humano. ¡Mirad nuestras manos!. Os quitaremos vuestro gobierno, vuestros palacios y toda vuestra dorada riqueza, y llegará el día en que tendréis que trabajar con vuestras propias manos para ganaros el pan como hace el campesino en; el campo o el botones consumido en vuestra metrópolis. Mirad nuestras manos, miradlas bien: ¡Son manos fuertes!".
Estas palabras tienen plena vigencia hoy en día, reflejan de alguna manera el sentimiento y el sueño de millones de seres por que desaparezca de una vez el sistema capitalista, basado desde su origen en la injusta explotación del trabajo humano, el ansia de lucro ilimitado y el expolio destructor de los bienes de la Tierra. Sí esto ha podido ser ocultado por ocultado en fases integradoras como la última –integración acentuada por la descomposición del sistema burocrático en el Este, y por la involución de las viejas izquierdas con las que London se mostrará despiadado en el talón de hierro-, ahora resulta patente el mal social y ecológico que ha causado. London representó con potencia una de las alternativas históricas que propugnaban la llamada a la “revolución social”, la socialista del “sueño” de eugene V. Debs, y que, después de toda clase de vicisitudes, acabaría formando parte de la misma enfermedad.  Arruinada por el señuelo del consumismo –en realidad de las conquistas parciales del movimiento obrero y popular- tras siglos de miseria y, del sometimiento a los “principios” de la “libre empresa” y de una competitividad salvaje que con su egoísmo propietario ha llegado a asimilar a una izquierda “realmente existente” encerrada en el juego de la gestión leal.   
En estos últimos tiempos, el triunfal.-capitalismo retomó algunos de sus viejos trajes como el del darwinismo social en consonancia con la el conservadurismo religioso y nacionalista, ese maridaje que del liberalismo neocon al que se adaptaría el neofranqusmo sin la menor dificultad, y desde el cual se auguraba nada menos que el fin de la Historia. La economía capitalista respondería a la “naturaleza de las cosas”, y l lógica de la cima y el abismo social a los que se solía referir London, se habrían impuesto como algo natural. Como parte de esa lógica mediática en la que los grandes beneficios resultan inocentes de las miserias extremas, lo mismo que los grandes negocios se entienden como éxito social en tanto que las movilizaciones de los de abajo suelen ser tratada como sucesos, como actitudes irresponsables que atentan contra el orden cuando no contra la democracia…
Hay un London que habló de todo esto, un militante que sentía que la revolución "aquí y ahora" y que se despedía en sus cartas con las siguientes palabras: “Con Usted por la Revolución” (3). Se dice que London se contradijo desde el momento en que dejó de ser un paria, un vagabundo y un proletario, para ser un intelectual. No creo que se pueda llamar a eso deserción, aunque el mismo lo apunta en una de sus narraciones, concretamente en El renegado. El London escritor se forjó en el London  proletario. Fue trabajando en condiciones de semiesclavitud como se forjó leyendo y reescribiendo la obra de los maestros, así lo cuenta en Martin Eden, cuyo nombre es paradigma del proletario que accede a las Letras, un lugar muy estrecho en el que caben muy pocos ejemplares: Máximo Gorki, Panait Istrati, Miguel Hernández…Nadie habría seguido haciendo trabajos embrutecedores sí tenía la oportunidad de una realización personal, la del escritor. Pero al mismo tiempo London continuó con su militancia socialista en la tendencia de Eugene V. Debs, siguió con sus discursos airados, y lo que es más importante, con sus aportaciones subversivas.  
Como parte de esa militancia en la que persistió hasta las vísperas de su muerte, justo después de una renuncia en la que London a pesar de sus contradicciones, ajustó sus cuentas con una socialdemocracia que no lo estaba dejando de ser, se insertan obras como las ya mencionadas, como  estos escritos que el lector tiene en sus manos, y también una auténtica pesadilla que tituló El talón de hierro (4), sobre la que hemos anexado unas consideraciones de Trotsky escritas décadas más tarde, y que revelan todo lo que London tuvo de visionario…
Decíamos que London era tanto su obra como su vida. Una vida vivida bajo el signo de lo “novelesco", de la aventura. London, por el contrario, apenas sí escribió nada que no hubiera, vivido directamente o muy de cerca, y su fantasía es una prolongación de una realidad inmediata o estrechamente: relacionada con el mundo en que le tocado vivir. En su devenir de aventurero encontramos grandes capítulos que pueden ser catalogados como "inolvidables" por sus lectores cuando fue el "Príncipe" de los ladrones de bancos de ostras, cuando viajó al Klondike en busca de oro y encontró el primer filón de su inspiración, cuando recorrió Estados Unidos, y Canadá como un vagabundo, etc.  Más allá de la literatura y del socialismo, hay en London un concepto existencial muy singular y que le hace ser en buena medida lo que fue. Se trata del concepto de que la vida tiene que ser vivida intensamente y que hay que despreciarlas adversidades. Su secreto es la pasión y la energía acumuladas en un cuerpo rebosante de vitalidad creadora. Pasión energía que empleará constantemente contra la adversidad desde su más pronta infancia en la que se inicia en la lucha por salir de la fosa social. Lo consiguió duramente, y a pesar de haberse convertido en uno de los escritores más aclamados y mejor pagados, su vida siguió siendo un desafío.
    Un desafío que se trasluce en estos escritos reunidos en esta antología socialista, a la que se le ha añadido El amor a la vida, una de sus narraciones más representativas y sobre la cual Nadie Krupskaya contó en sus memorias que entusiasmó a un Lenin moribundo  que pidió otra, pero la elección no sería muy afortunada porque cuando comenzó a escucharla hizo un gesto con la mano para que dejaran la lectura. Se trata de una serie de textos muy importantes en su biografía, y en los que London da cumplida cuenta de su origen social, de su opción política, y de cuales fueron sus argumentos marxistas. Junto con los periodísticos hemos añadido dos narraciones –La fuerza de los fuertes y El sueño de Debs-  en los que el “mensaje” toma la forma de una ficción. El conjunto se cierra con una aproximación a la filmografía de Jack London, una curiosidad que, entre otras cosas, revela como london ha sido asimilado, pero que también deja constancia de magníficas adaptaciones que merecen ser conocidas y disfrutadas por los lectores y lectoras de London que siguen renovándose, y a los que al igual que a él, les ha tocado vivir unos tiempos de ira. 

Las depresiones económicas de la época condicionaron los años de adolescencia del autor. Trabajaba largas jornadas en una fábrica de conserva y en una hilandería de yute. Pendenciero y con prisa por madurar, adoptó la viril costumbre de beber en los
bares de los muelles de Oakland. Se convirtió en un experto navegante en embarcaciones de poco calado, y a bordo de un pequeño esquife
solía saquear los bancos ostras de South Bay. A los 17 años se embarcó como
recio marinero en una goleta rumbo a Japón, las islas Bokin y el mar de
Bering. A su regreso, estuvo traspalando carbón durante 10 horas diarias para la
compañía Electric Railway que unía Oakland, San Leandro y Hayward. Luego  volvió a vagabundear. uniéndose en esta ocasión al contingente occidental del Coxey’s Army, una marcha de desempleos sobre Washington, que abandonó al llegar
a Missouri para continuar solo hasta Buffalo, donde lo arrestaron por vagancia y  cumplió una sentencia de 30 días de cárcel, que se seguramente incluyó violación sexual a manos de os presos.
Al regresar a su hogar, juró que saldría de la pobreza, de las labores serviles y de la  degradación social que él denominaba “el pozo social”. Desde su niñez había sido un gran lector de ficción, filosofía, poesía, teoría política..., de todo, en suma. Ahora veía en los libros el medio para alcanzar la liberación. Se  afilió a una sociedad dedicada a los debates e hizo amigos entre los socialistas calidad. Jack era un muchacho rubio, bien parecido y fornido, con grandes ojos azules, recia mandíbula y gran energía espiritual, que la gente encontraba carismática. Sus mejores amigos eran los hermanos Ted y Mabel Applegarth cuya instrucción, modales y vestimenta podían considerarse ligeramente superiores a los suyos. De ellos ser más cortés y delicado, y comenzó a cortejar a Mabel.
El joven se convirtió en un popular orador del Partido Obrero Socialista. Tras leer a Marx había llegado a la conclusión de que los males que aquejaban a las clases
más bajas podían ser eliminados a menos que se produjese, como mínimo, una revolución en el sistema económico norteamericano. [...].Pero en realidad no era un chico precoz; a sus veinte años había vivido lo suficiente como para tener experiencia (y, con ella, la confianza en sí mismo) de un hombre que le doblara la edad. Finalmente, fue el ritmo acelerado lo que constituyó el genio de su vida, y su tormento.
Hay algo más: era de acción rápida y saltó sobre la historia de su tiempo como un hombre sobre el lomo de un caballo. Al llegar a San Francisco la fiebre del oro, él la contrajo, y socialista o no, se unió a la carrera precipitada hacia el Klondike, para hacer fortuna.
Fue víctima del escorbuto, y en vez de separar el oro en la gamella, estuvo reponiéndose en los bares de Dawson, mientras escuchaba los relatos de los veteranos en esas lides. Allí, en medio de las penalidades y el frío más riguroso, tenía lugar la fabulosa aventura vital que se adaptaba a sus teorías. En la primavera del año siguiente, parcialmente curado del escorbuto y. totalmente de la fiebre del oro, descendió por el Yukon en una balsa y regresó en buque de vapor a San Francisco, con cuatro dólares y medio en polvo de oro, como premio a sus esfuerzos.
Completamente convencido de que, a pesar de los pesares, se tenía que convertir en un escritor profesional como los que tanto admiraba, Jack escrutaba los relatos que le gustaban, y quitándole horas al sueño mientras desarrollaba faenas laborales especialmente duras, se dedicaba a copiarlos a mano para aprender cómo estaban estructurados, y luego, con estos ejemplos en mente, escribía sus propias narraciones a su manera; nadie le pudo acusar nunca de plagiar a sus maestros. Enviaba por correo tanto material a las revistas que tuvo que ordenar un sistema de control  con tal de seguirles el rastro. Cierto, las devoluciones eran continúas, pero al cabo de un año logró vender al Atlantic Monbly un cuento cuya acción transcurría en la región septentrional, y de esta manera comenzó su carrera. En 1890 publicó su primera antología de relatos cortos, The Son of the Wolf  y, fiel a  la rauda metamorfosis en la que la que estaba empeñado, al cabo de sólo cuatro años pasaba a ser el escritor más famoso del joven país. También pasó a ser el escritor mejor pagado, pero, para sorpresa de la gente instalada,  nada de eso rebajó su ideario socialista.
Donde otros se habrían sentido hijos de la fortuna y habrían tratado de apartarse de su origen social,  London no mostró en su densa correspondencia el menor  estupor ni tampoco especial acrecimiento por la fama y los beneficios de estas,  por el contrario, se sentía que era algo que le correspondía por su talento y esfuerzo. No le habían dado nada que no hubiese ganado con su propio esfuerzo.  Se adaptó a la nueva situación con toda naturalidad. Algo tendría que ver aquí las lecturas de Nietzsche, y su convicción de que la voluntad era la mayor de las virtudes, la que hacía funcionar todas las otras.  Estaba convencido de que su vida era como una prueba manifiesta  de que era portador de una voluntad enorme, una voluntad a la que no era en absoluto ajena la indignación social y la utopía. No era otra cosa lo que siempre aconseja cuando con una paciencia –muy poco común-, recomendaba a todos los que le pedían consejo lo mismo: trabajar, trabajar, trabajar…

Las opiniones inflexibles de Jack London sobre la lucha de clases se extendían a las relaciones ente los sexos. Como buen materia lista no creía en los idilios amorosos. Poco antes la cumbre de su carrera como escritor, abandonó a la dulce y (según pensaba ahora) superficial Mabel Applegarth, y perdió cabeza por una mujer inteligente y progresista llamada Anna Strunsky, miembro de un grupo de bohemios, artistas, escritores e intelectuales del área de la bahía de San Francisco conocido como The Crows. Sin embargo, se casó con una burguesa a quien no amaba, Bessie Mae Maddern, porque consideró que serían unos buenos padres biológicos, y que ella le proporcionaría el hogar y la estabilidad que necesitaba para protegerse de la voracidad de sus apetitos y la impetuosidad de su temperamento.  
Era inevitable, pues, que siguiera con sus amoríos. En 1903, siendo ya padre de dos niñas biológicamente fidedignas, Joan y Becky, Jack se enamoró de Charmian Kittredge, editora y amante de la vida al aire libre También ella era miembro de The Crowd, si bien destacaba menos que Anna Strunsky y el mismo Jack. Bess Madernjpc1ía evitar sentirse celosa por el tiempo que su esposo pasaba lejos del hogar mientras ella se dedicaba fielmente al cuidado y crianza de sus hijas
En 1905, el divorcio del famoso escritor de una esposa con la que tenía dos hijas pequeñas y su posterior casamiento con una mujer, Charmian, de ideas avanzadas, que montaba a caballo a horcajadas y se mantenía a sí misma trabajando en una oficina, ocupó los titulares de todos los periódicos e hizo sacudir la cabeza a los editorialistas. Sin embargo, el matrimonio de Jack con Charmian London duraría hasta la muerte d aquél, 11 años más tarde, y el nivel de intensidad emocional que lo caracterizó indicaba que era una verdadera pareja. [...]
Charmian London hizo frente a todos los desafíos que su matrimonio que Jack London le planteaba. El creía las pruebas físicas; y su esposa solía calzar los guantes de boxeo y combatir con él. Charmian fue su redactora y mecanógrafa, responsable de la tromba diaria de palabras que nacía e su plumi1uyeno la correspondencia. Cuando se produjo el terremoto de San Francisco, ella acompañó a su esposo desde Oakland ante el deseo de éste de recorrer las calles y observar los edificios derruidos
y en llamas. Mediante su casamiento, Jack racionalizó de alguna manera su idea de
llevar una vida de cruzado del socialismo hasta el punto de necesitar hacer un viaje en barco alrededor del mundo, como Joshua Slocum.    Charmian partió con él a través del Pacifico en un queche funesto y mal construido, que él mismo había proyectado, el Snark, y demostró ser una intrépida navegante cuya capacidad física y mental para resistir los embates del océano era suprior a la de su esposo.
Charmian perdió dos hijos al dar a luz, uno a causa de la negligencia del médico partero, y escribió sobre esos infortunios con honestidad y conmovedora dignidad. Era, de hecho, una escritora muy buena, y su Log of the Snark, así como The Book of Jack London, una obra menor escrita al enviudar,  puede leerse con interés aún hoy. Para él fue una musa inspiradora que le sirvió como modelo de varios de sus personajes femeninos, por ejemplo Paula, la heroína de su última novela Little Lady of the Big House.
A pesar de ello, empero, no fue un matrimonio de seres semejantes. En julio de 1903, durante su primer período pasional, Jack escribió a Charmian una carta peculiar. En ella le contaba un sueño recurrente en el cual vivía como un solo ser con un “gran camarada”, sueño que, según creía, nunca se haría realidad. “Era evidente que (...) jamás podría tener la esperanza de encontrar esa camaradería, esa intimidad, esa simpatía y comprensión mediante las cuales el hombre y yo podríamos fusionamos y convertirnos en un solo ser para el amor y la vida. ¿De qué modo expresar lo que quiero decir? Ese hombre tan semejante a mí, que nunca habría un malentendido entre nosotros (...) Sería delicado y tierno, valiente y osado, sensible de alma y de cuerpo como el que más, aguerrido y despreocupado ante el dolor. ¿Te das cuenta, amor mío, del hombre que trato de describir para tí? (...) ¿No ves, querida mía, el hombre completo en todos sus aspectos que tengo en mente?”.
Jack la llamaba “compañera”, y ella, a él, “compañero”, términos extrañamente primitivos que denotan la forma en que comprendían la modernidad de su relación. Pero ella encarnaba el ideal —en la medida en que una persona puede llegar a satisfacer un sueño— que Jack, al parecer, se había formado del hombre femenino en la estructura de su vida psíquica. Y era esa vida la que ambos vivían en cuerpo y alma: su obra, sus ideas políticas, sus proyectos y sus costumbres disolutas, que les llevaban a emprender sus aventuras y constituían los temas fundamentales del pensamiento de su esposa.
La vida de Charmian con Jack cubrió el período en que los sueños socialistas de éste se transformaron en consolaciones idealismo tempestuoso. Fue Charmian quien más sufrió el final farsesco de los grandiosos planes de Jack. Del mismo modo que cuando él enfermó en Alaska de escorbuto se vio obligado a pasar un tiempo de convalecencia, ahora tuvieron que vender el Snark, que era esencialmente inservible, y embarcarse en un vapor para regresar al hogar con el fin de que se recuperara de una u otra de sus afecciones cada vez más frecuentes: caries, dolorosas hemorroides,  de una fístula intestinal, cólicos renales. Se dedicó a dirigir un rancho en el para lo cual compró enormes extensiones de tierra, crió ganado de raza y reforestó con vistas a la explotación maderera. Además, se gastó otra fortuna en erigir una imponente casa solariega construida con piedra del lugar secoya, la Wolf House, que al cabo de cinco años resultó misteriosamente destruida por el fuego cuando aún no había sido terminada. La fase final más cruel fue el colapso de sus energías físicas. Sujeto al ritmo ace1ado de su existencia, como todo cuanto lo rodeaba, al acercarse a la cuarentena, su salud empeoró rápidamente. Poseía hábitos alimentarios infames, pues era dado a comer patos crudos, por ejemplo, y era un bebedor desmedido. Fumaba sin cesar y tomaba narcóticos sin prescripción facultativa, pues por entonces no existían restricciones legales a su consumo, para mitigar los terribles dolores intestinales y renales. Sufría de insomnio y de edema, con lo cual su cuerpo se hinchaba, y la última fotografía que se conserva de él le muestra con su sombrero a lo Baden-Powell y pantalones de montar, mirando en dirección a la cámara con un aire de desamparo que recuerda a una ridícula caricatura del apuesto y joven muchacho socialista, del amante y del osado pendenciero de su capacidad para vivir realmente en el mundo, para sacarle el jugo con retraimiento y a menudo mediante temerarios actos de valor, lo que convirtió a Jack London en el primer héroe escritor de Estados Unidos. Perro para el lector de su correspondencia resulta aún más evidente que fue un auténtico hijo de California. Es virtualmente posible trazar un perfil de su espíritu: a los diecisiete años, se embarca hacia Japón y el mar de Bering.
A los veintiuno, parte rumbo a los campos auríferos de Alaska. A los ventiocho, cubre como corresponsal la guerra ruso-japonesa en Corea para la cadena de periódicos de Hearts. A los treinta y dos, zarpa con Charmian hacia Tahití y las islas Marquesas, donde seguirá la ruta de Melville hasta el valle del Type. Vivió durante largos períodos en Hawai, donde hizo amistad con los terratenientes blancos de Honolulu y los leprosos de Molokai. Los excéntricos escritores de la generación siguiente a la suya, entre ellos Hemingway y Fitzgerald, se trasladarían a Europa -a Francia, a España-, pues les desesperaba el provincianismo norteamericano, pero Jack fue en verdad un provinciano, perteneciente a la orgullosa estirpe californiana que sabe encontrar su propia senda hacia la afectación; él vivió sus últimos diez años dedicado a su Beauty Ranch, en el valle de Sonoma, y desde la bahía de San Francisco hasta el Yukon y las playas de la Polinesia, o el Valle de la Luna, el mundo que hizo suyo fue el que sacudían los terremotos de la  cuenca del Pacífico.
Sin duda, sus viajes y su ferviente fe en la vida basada en el esfuerzo físico difícilmente habrían dejado de influir a Hemingway, cuya inflexible devoción las presas varoniles era aún más autoconsciente y, de hecho, una degradación de la idea en sí, al fijarse, como finalmente hizo, en los deportes y las pruebas rituales de su virilidad antes que en la abierta confrontación con la naturaleza: en la nieve, el acarreo; en alta mar, la navegación a vela; en las islas Solomon, una estancia con los cazadores de cabezas.
La otra ática laboral de la vida de London era la del trabajador independiente. Estaba obligado a escribir para pagar las cuentas, y nunca destruía un buen relato si sabía que podría venderlo. Dondequiera que se encontraba, y por muy atribulado que estuviese, escribía sus mil palabras diarias. Sus cartas, aun en los años en que obtuvo las mayores ganancias, están repletas de baladronadas, juramentos, promesas y porfías dirigidos a editores y cineastas de quienes requería dinero. Cuanto más ganaba, más seguro era que se embarcase en empresas dejarían sin un centavo; primero el Snark, luego el rancho, en el que trabajarían hasta 50 peones, la monumental Wolf House, monumental Wolf House, donde nunca llegó a vivir, y así sucesivamente. Fundó la Jack London Grape Juice Company y perdió hasta la camisa.
Al igual que Mark Twain, financió al inventor de una linotipia que nunca funcionó. Y como Chejov, cargó con una gran familia: su madre, el hijo adoptivo de ésta, su primera esposa abandonada, Bess Maddern, y sus dos hijas, su segunda esposa, Charmian, y varios parientes y amigos, camaradas socialistas y  otros parásitos a quienes puso en plantil1o que regularmente se sentaban a su mesa. En este aspecto, así como por su afición a la bebida, debió de ser un modelo para Scott Fitzgerald, quien llevó a la perfección más exquisita el sacrificio del talento del escritor en obras de un estilo de vida expansivo.
Pero, cuando todo hubo terminado, Jack London dejó publicados cincuenta libros, entre obras de ficción y de otros géneros, incluidos quinientos artículos o ensayos, doscientos relatos y diecinueve novelas. Hasta la fecha, es el autor norteamericano más leído en el mundo. Uno de sus primeros biógrafos, Andrew Sinclair —que presenta de manera más convincente que Stasz la compleja y atormentada vida interior de London, así como las abrumadoras consecuencias de sus conflictos psíquicos no resueltos, por ejemplo entre su socialismo y su racismo a favor de la supremacía blanca, o sus ideas igualitarias y el creerse un superhombre nietzscheniano, o bien su devoción por la masculinidad y su feminismo—, señala que fue el primer  norteamericano que escribió una novela del camino, el primero el primero en tratar el boxeo como un tema serio en la literatura y el primero en utilizar la prensa para alcanzar la celebridad mítica así como para vender sus libros. [..]
London nunca fue un pensador original. Fue un voraz devorador del mundo, tanto física como intelectualmente, la clase de escritor que se trasladaba a un lugar e inscribía sus sueños en él; que descubría una idea, y hacía girar su espíritu en torno a ella. Fue un laborioso genio-peón literario que supo instintivamente que la Literatura era una anfitriona generosa en cuya mesa siempre había lugar para uno más. Jack London ya no ocupa un puesto de honor, mientras que las voces más frescas y mundanas de la ironía modernista se hacen cargo de la conversación.
Este Peter Pan podía haber fallecido a los cuarenta años, de uremia, o de apoplejía, o de una sobredosis accidental de ostras o de su calmante preferido, la heroína, o quizá de una suma de todo ello. Incluso por agotamiento, por haber al limite cada momento de su vida y haber presenciado la conclusión cruelmente grotesca de muchos de sus sueños. Todas estas muertes eran posibles, pero London escogió la única libertad para escenificar su muerte a la manera romántica al tiempo que proclamaba su desprecio contra la guerra y contra el sociapatriotistmo que había traicionado sus ideales de juventud. Con el tiempo se convirtió en uno de los autores favoritos de los obreros conscientes, de hecho había sido uno de ellos como lo fueron Gorki, Istrati. Miguel Hernández o nuestro Paco Candel, cada cual en su momento y en su estilo.



   Notas
---1) Aproximadamente en la época en que el autor favorito del joven, Rudiard Kipling, publicaba El libro de la selva en el que se cuenta la historiad de Mogwli, un niño criado por los lobos y su adaptación al modo de vida honorablemente salvaje de la jungla. Durante toda su vida, Jack London se simbolizó a sí mismo como una especie de huérfano salvaje. Sus ideas podían mostrar ira, aflicción o mil cosas más, pero rara vez la duda. En una carta escrita en 1899, explica  confidencialmente a su amigo Cloudsley Johns: “Está claro que la teutónica es la raza dominante del mundo. Las razas negras, las razas mestizas (...) son de mala uva”. En otra cata dirigida al mismo amigo, ofrece empero un enfoque diferente: “La característica fundamental de toda la vida es la irritabilidad”.
---2) Barcelona, El Viejo Topo, 2001, incluye fotografías del propio London sobre  los suburbios londinenses que describe descarnadamente en una obra que influyó poderosamente  para que Eric Blair, alias George Orwell, viviera y escribiera Sin blanca en París y Londres.
---3)  Con Usted por la Revolución fue el título de una antología de escritos sociales que apareció en Ediciones 29, Barcelona, 1987, y a cargo del autor de estas líneas.  Algunos de sus textos han sido retomados para la presente edición.
--4)  De la que existe una edición reciente prologada por Howard Zinn en Akal, Madrid, 2003. Entre las biografías publicadas cabe destacar la de Alex Kershaw, Jack London. Un soñador americano (Barcelona, la Liebre de Marzo, 2000), y entre los ensayos, el de E. L. Doctoow, Poetas y presidentes (Barcelona, Munich Ed., 1997).


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