martes, 24 de mayo de 2016

Huellas trotskianas en el Séptimo Arte



Huellas trotskianas en el Séptimo Arte

0. Introducción. León Daudevich Bronstein, más conocido como León Trotsky (Yanovka, Ucrania, 1877 - Coyoacán, México, 1940), fue uno de los mayores revolucionarios marxistas del “Novecento”, siglo al que recibió con 23 años gritando: “Tú, tú solamente eres el presente”.  Sus datos biográficos ha dado lugar a obras tan notables como la trilogía que le dedicó Isaac Deutcher, así como a una vasta e inacaba bibliografía, buena parte de la cual ha sido vertida al castellano (1). Su influencia teórica y cultural  se hizo notar en la primera mitad de los años treinta, gracias a las traducciones de Andreu Nin, Julián Gorkin, entre otros; el término “trotskista”
fue aplicado de manera parcialmente injusta al POUM. En los años sesenta-setenta su bibliografía se hace casi avasalladora, en tanto que su influencia se centra en la LCR y en otros grupos “trotskistas” menores. Después de un prolongado paréntesis ha vuelto a ser editado, pero la fiebre “trotskiana” se ha hecho más restringida, aunque sigue funcionando como  una “escuela” con una influencia más difusa. Sus adversarios estalinianos han quedado reducidos a una franja decadente, en tanto que muchos de sus aportes se han establecido como parte común del legado de la izquierda, especialmente en lo referente a la crítica de la burocracia y del estalinismo.
En vida, Trotsky apenas sí tuvo una relación con el cine, sí bien algunos de sus pronunciamientos han dado lugar a polémica, como la planteada  por el historiador y cinéfilo Marc Ferro en su trabajo en  su artículo,  URSS: el  cineasta en el castillo emplea varias suyas de 1923 en la que se lee: "El hecho de  que hasta ahora no hayamos  intervenido en el   cine demuestra lo despistados e incultos que hemos sido, por no decir completamente estúpidos. El cine es un instrumento que se  impone  por sí mismo,  es el mejor   instrumento de propaganda"….Sigue más adelante con otra no menos significativa: "El cine debe  servir  de  contrapeso  a los   atractivos del alcohol y la  religión  (...)  la sala  de cine de reemplazar a la  taberna y la  iglesia,  ser un  refuerzo para la   educación de las masas". 
Al parecer de Ferro, Trotsky sigue viendo el cine como sus homólogos europeos, como una "máquina".  Y comenta malévolamente: "La reacción combinada de  Zhdanov-Stalin  se  ha presentado como  antitrotskista porque  Trotsky  tenia veleidades  vanguardistas  en  literatura  y arte,    pero  no  es  más que un  error de  apreciación  motivado  por la   costumbre de dejar que sean los políticos quienes interpreten los   fenómenos históricos" (2).  O sea que,  a fin   de cuentas,  Zhdanov-Stalin no hicieron más que llevar  las ideas de Trotsky (Lenin  y   Lunacharski),  hasta   sus   últimas   consecuencias, convirtiendo el cine soviético en un mero "instrumento"   en manos del Estado.   Esta fácil tentación por la simetría entre los contrarios,  Ferro olvida a mi juicio varios factores muy importantes que matizan y contradicen la generalización del apasionante historiador francés.
En ningún momento Trotsky trató de "sentar cátedra" sobre el tema ni nada parecido, que no le  dedicó  al  cine  ningún  tiempo ni  reflexión  especial,  entre  otras cosas  porque  cuando  el cine  soviético  empezó  a  despegar, él ya  tenia  un  pie  en  el exilio. Tampoco dedicó su tiempo para asistir al cine salvo muy ocasionalmente, por ejemplo, Jacqueline Lamba, la compañera de Breton que acompañó a éste en su viaje a México, comenta un ejemplo, y como Trotsky salió de la sala imitando como una criatura a un vaquero.   Una excepción fue seguramente  las veladas  organizadas por el actor judío de procedencia rumana Edward G.  Robinson, una circunstancia  singularmente propicia, recuerdo de los mejores días en Coyoacán (3).
Las citas  empleadas por Ferro forman  parte,  justamente,  de  su obra  Notas de la vida cotidiana, cuyo contenido apuntan en una dirección opuesta  al de Stalin en una tramo histórico que fue objeto de un estudio famoso de Moshe Lewin, El último combate de Lenin (4).  En sus Notas, Trotsky  analiza  con  tristeza  y  pesimismo  el  enorme  atraso  cultural de una clase obrera que en aquel entonces se encontraba tremendamente desvertebrada, y en la que se podía percibir los signos del atraso a pesar de los avances sociales e ideológicos. En su concepción, el cine, como el arte y la literatura, podía rendir un servicio inapreciable. Por otro lado, esta convicción “instrumental” tan circunstancial, no estaba -no lo estuvo-,  reñida con el entusiasmo en la creatividad artística, antes el contrario, quiere hacerla extensible a las masas.
La concepción de Trotsky no era una visión cerrada, sino que se vincula a la creencia “transitoria” de que la opción de extinción del papel del Estado obrero  estaba ligada a una revolución “cultural”. Desde este punto de vista,  sus notas no son muy  distintas de las  escritas por el  último Lenin, aunque también es cierto que tanto uno como el otro tendieron a subrayar el papel del "Estado obrero" como el medio por excelencia para sacar la revolución de los terribles peligros que la amenazaban.   Sus ideas culturales de 1923 corresponden al   ala más abierta y avanzada del bolchevismo,  y tiene su correlato en  la  revolución cultural  de  la década cuyo carácter "libertario" todavía asombra, aunque se desarrolla con un proceso de burocratización que acabará haciéndolo imposible.
Después de escribir La revolución traicionada, la evolución de Trotsky sobre este punto quedó claramente expresada en su  encuentro con Bretón, y fue el propio Trotsky  el  que,  frente  al  líder  surrealista,  impuso el   criterio  que la  libertad  en  el  arte se justificaba  incluso…contra la revolución proletaria.  Donde Ferro quiere ver una “veleidad”,  se descubre una concepción opuesta del mundo y de la cultura al que se está imponiendo desde la contrarrevolución burocrática.

1. Octubre como prólogo. Esto es al margen del valor  que se le quieran dar  a la "costumbre de dejar que sean los  políticos los que interpreten los fenómenos históricos", ya que, al igual que en cualquier otro oficio, incluyendo por supuesto el de los historiadores, todo depende de quien se esté hablando, en el caso de las opiniones vertidas por Trotsky cabría decir que carecen de pretensión y que para comprenderlas, cabría situarlas en su contexto, y con relación a su actuación como un político, en absoluto convencional y en absoluto banal, y con relación a una aplicación de un actuación política en el cine que incluso en su desarrollo oficial de la URSS requiere la distinción de partes netamente diferenciadas en el mismo curso de la imposición totalitaria: no hay color entre el ambiente creativo y  abierto que se respira en los años veinte, con el que vendrá después. Esto es perceptible claramente en la propia obra de Serguei M. Eisenstein, quien por cierto, hizo notar sus simpatías con Trotsky en el curso d su estadía en México invitado por Upton Sinclair. Si no se establece esta importante diferencia se puede amalgamar fases casi opuestas en la historia del cine soviético.
Tampoco deja de resultar singular que la película más importante que trata de Trotsky, se refiera sobre todo a su ausencia en la trama. Estamos hablando, claro está, de Octubre (1927),  de Serguei M. Eisenstein, una de las  obras de encargo que el Estado soviético se planteó producir para  conmemorar el décimo aniversario de la revolución, y que cautivó la imaginación inconformista de toda una época. Dicha película, discutible por muchos conceptos, pero sin duda  la  más importante  y también la  mejor de  todas cuantas  se han  realizado sobre la revolución de 1917,  tiene la triple virtud de:
--1) abordar un hecho histórico confiriéndole un carácter mítico que sedujo a varias generaciones (muy significativas en este sentido son las notas del diario de André Gide, evocando una visión que influyó notablemente en su evolución hacia el  ideal comunista);
--2) ser en  sí  misma  un hecho  histórico que trasciende su carácter fílmico,  y
--3) ser un reflejo histórico de un momento muy preciso: el ascenso en solitario de Stalin como líder providencial, incuestionable.

Desde este prisma, es importante observar que el  testimonio abierto y antidogmático de John Reed es el escogido para representar el  acto fundacional  del  Estado  soviético.  Hasta  entonces  no  se  había efectuado   ninguna   rectificación  de  su  famoso  libro  Diez días que conmovieron el mundo, que no por casualidad fue rigurosamente prohibido bajo Stalin, y permitido desde Jruschev con unas anotaciones que casi desmentían la verdad del texto.  A la hora de elaborar el guión, como  en el  rodaje,  nadie  se  cuestiona  el  papel  protagonista del acontecimiento por parte de  Trotsky,  y la  relevancia  de otros  personajes como Grigory Zinóviev o Antonov-Ovseenko,  quien será finalmente  el único de los artífices de que --con la excepción de Sverdlov, fallecido en 1922--, permanecen por unos momentos en el montaje final,  en  tanto que Trotsky  queda reducido a un gesto negativo,  se opone al planteamiento de  Lenin   en  el  punto de  la  insurrección  aunque automáticamente vota a  favor.
Tampoco se le ocurrió entonces a nadie incluir a Stalin  entre los  protagonistas, no constaba salvo en un par de alusiones, como su nombramiento en tanto que Comisario de las Nacionalidades. Ulteriormente, ya no habrá ninguna otra película soviética –y por supuesto, pintura  o libro de  historia-- sobre   los acontecimientos, que no lo coloquen a Stalin al lado de Lenin, o por encima de éste.  
Mientras que se está  haciendo la película,  Trotsky, que había  desistido en  utilizar el Ejército  que  había creado  a su favor, ya había sido condenado (1924) por "desviación pequeño burguesa",  amén de destituido de sus cargos militares (1925).  El 27  de diciembre  de 1927,  Trotsky  será  expulsado del partido,  luego desterrado a   Alma-Ata,  hasta  el  destierro  final  (1929).  Cuando  se  estaba  celebrando el  desfile  oficial  del  aniversario,  Trotsky  y la  oposición  de  izquierdas  son  fervorosamente  aplaudidos desde el público próximo al “podium” de Stalin. Según el codirector de la película,  Grigory A. Aleksandrov, fue el propio Stalin en persona el que visitó los laboratorios para indicar los  cortes relacionados con Trotsky,  y uno que mostraba a Lenin bajo "enfoque insatisfactorio". Al final, de propio 49.000 metros de cinta se  utilizaron  solamente 2.800.  Esta  reducción provocó  un radical   desequilibrio en  el  montaje que,  además,  tuvo que hacerse con  toda premura.
En  un artículo  sobre la cuestión, Angel Fernández Santos, se interroga sobre la cuestión en los términos siguientes; "…Adonde están los restos,  si  es que  no han sido quemados,  de la hora larga que Stalin  mandó amputar  de  Octubre,   dejando  a  la  genial   película  completamente  desmedulada y coja".  Y a continuación,  sintetiza así su versión   de lo que algunos considera el  mayor ejemplo de  censura (aunque peor hubiera  sido sí  Viridiana llega  a  desaparecer como pretendió Franco):  
"Cuando en 1925-1926  Einsenstein rodó Octubre todavía León Trotsky era  universalmente indiscutido como supremo  estratega y  conductor de la Revolución de Octubre de 1917 en San Petersburgo,   pero año y medio después,  cuando  iba a estrenarse  la película, Stalin  ya  había decidido  borrarle  del mapa de la  historia de   Rusia y ordenó arrancar de las bobinas, que abarcaban más de tres  horas de  metraje,  cualquier huella de Trotsky.  Más de una hora  de  genio  cinematográfico  se  hizo  así  humo,  invisible humo.  Quedaron  únicamente  a  salvo  dos  pequeñas  hilachas,  que  se   filtraron entre las prisas de la burocracia soviética por acabar  con  aquella vulneración de  la verdad artística e  histórica: se les escapó la inconfundible presencia de aquel hombre  de gafitas estilo "quevedo"  que hay junto a Lenin en la  escena del retorno  de éste de Finlandia hacerse cargo del mando de  la sublevación de Petrogrado;  y se le coló también el instante, casi visto y no   visto,  en que,  entre un abrir y cerrar de  puertas,  se ve a un   hombre joven de pelo negro encrespado,  inclinado sobre una mesa, firmar y firmar  frenéticamente  orden tras orden  en un despacho del instituto Smolny, cuartel general del líder del Octubre real,  arrancado por Stalin del Octubre cinematográfico" (5)

Todavía al principio de los años ochenta, un proyecto como Reds, obra de un cineasta, Warren Beatty, que en algún momento no ha dudado en efectuar alguna exaltación del personaje, resulta claramente prudente en este punto (6). Tampoco cabía esperar ninguna tentativa en los países capitalistas, exceptuando algún convencional serial televisivo como La caída de las águilas, y similares, en los que el gran problema de la revolución pasó por el trágico destino de los Romanov. Es revelador que en uno de los pocos países donde la obra de Trotsky se ha podido editar –esto puede parecer un pequeño detalle, pero no lo es tanto cuando su nombre figura en todas las listas “malditas” proclamadas después de cualquier golpe militar-, como es el caso de Gran Bretaña, la censura del Canal BBC prohibió a Loach la inclusión de una mera referencia a su nombre.
Se pueden encontrar ecos de este supremo ejemplo de la escuela de falsificación estaliniana en una curiosa realización del interesante teórico y componente del “free cinema”,  Karel Reisz, Morgan, un caso clínico (Morgan a Suitable Case for treament, Gran Bretaña, 1966), una obra brillante escrita por David Marcer en la que Morgan (un brillante David Warner), interpreta el airado hijo de una obrera comunista casado con una bella inconformista (Vanessa Redgrave), y que se debate entre sus sueños revolucionarios representados por escenas épicas de Octubre, así como con dolorosas reflexiones sobre el errático destino de Trotsky (y de la mítica revolucionaria) aplastado por la burocracia hasta que, por la suma de crisis y contradicciones acaba internado en un psiquiátrico en cuyo jardines conforma una gigantesca imagen de la hoz y el martillo. Algunos de los temas presentes en esta olvidada película (que fue estrenada aquí, suponemos porque era susceptible de una interpretación reaccionaria: los sueños de la revolución llevan a la locura), las difíciles vivencias de  personajes outsiders, que viven en una delgada frontera entre los sueños emancipadores y los fracasos, reaparecen de nuevo en la siguiente película de Reisz, Isadora (USA-Gran Bretaña, 1966), una aproximación a la apasionante vida de Isadora Duncan (inolvidable Vanessa Redgrave), que vivió los primeros años de la revolución rusa en brazos del poeta campesino Serguei Esenin, y en la que se exalta el temperamento libre y el compromiso con un tiempo en el que las muchedumbres proletarias asistían extasiadas a grandiosos espectáculos de recitales poéticos…
En esta época no era tan extraño encontrar evocaciones entusiastas de la revolución de Octubre, de manera que incluso en un producto comercial tan convencional como El violinista en el tejado (Fiddler on the roof, USA, 1971), uno de los más exitosos musicales de la época, cuenta con un contenido sionista en el que al menos no hay duda de quienes son los malos (el zarismo organiza sus "pogromos" como quien cobra impuestos, y la revolución aparece como una liberación). Recordemos al caso que el origen judío de Trotsky fue uno de los elementos más recurrente en la propaganda  del ejército blanco.

 
2. La revolución permanente. Algunos de los aspectos claves que conforman la teoría de la revolución permanente como que las revoluciones no se pueden quedar a medio camino sopena de "cavar su propia fosa" (Saint Just), podrían entreverse subliminalmente trasladada al cuadro de la revolución mexicana. En especial quizás a ¡Viva Zapata!  (1952), una de las obras mayores de Elia Kazan, una obra en la que resulta visible la influencia del cine soviético  que tanto admirará desde su juventud, y en particular del ¡Viva México!, de Eisenstein, claramente homenajeado en el título. No hay nada en el filme que advierta una implicación derechista, la revolución muestra sus contradicciones pero aparece cargada de razones. Emiliano Zapata (Marlon Brando) puede comprobar los "peligros profesionales del poder", y lo que se denuncia son las tentaciones sectarias y burocráticas a las que se le contrapone la idea de que la revolución debe ir más allá, o en clave del esquema de la revolución permanente. No es difícil identificar al burócrata "profesional" llamado Fernando (Joseph Wiseman), como un estalinista, o como un adelantado a lo que luego harán los funcionarios del PRI, tal como cuenta un famoso “corrido” del padre revolucionario con hijo funcionario. Esta película, que goza además de magnificas interpretaciones de Marlon Brando, Anthony Quinn (Oscar al Mejor Actor Secundario) y Jean Peters, sigue resultando una película ideal para hablar de la “insurgencia” zapatista de ayer y de hoy.
Aunque muy inferior cinematográficamente, no resulta --políticamente hablando-- menos interesante otra producción del inconformista Franco Grimaldi protagonizada también por un antiguo radical como Marlon  Brando aunque en sus horas bajas, una condición que antepuso la United Astist para dar carta blanca a un rodaje difícil con escenarios en Colombia y Marruecos. Se trata de la coproducción franco-italiana  Queimada (1969), uno de los títulos más emblemáticos del “cine político” (o sea de izquierda radical) de los sesenta-setenta, y todavía es citada con admiración. Su título se explica porque la isla fue quemada durante las represalias a una rebelión de los esclavos, una atroz acción represiva que los guionistas --Franco Solinas y Giorgio Arlorio-- atribuían inicialmente al colonialismo español, pero que gracias a las imposiciones del franquismo --de la mano de Fraga Iribarne-- que amenazaba con boicotear la película, se trasladó a Portugal, una conexión bastante coherente con la persistencia del ultracolonialismo lusitano en África en la época previa a la "revolución de los claveles". Dirigida por el entonces inquieto militante del PCI, Gillo Pontecorvo, no alcanza ni de lejos la autenticidad y la fuerza de su obra maestra La batalla de Argel (1966). Ni siquiera Marlon Brando se muestra convincente; director y protagonista no se entendieron durante el rodaje.
La película explica --muy didácticamente, parece hecha para un "seminario" político-- una tesis sobre las maniobras por un cambio de manos en el poder entre un dominio militar preindustrial  por otro dominio económico plenamente capitalista. Estamos 1845, y el responsable de la maniobra es un aristócrata inglés Sir Willian Walker (Brando), posiblemente un antiguo radical, que desembarca en la isla con la finalidad de dar un apoyo a la revuelta encabezada por el mulato José Dolores (Evaristo Marqués) y reorientar la "revolución", de tal manera que esta acabe dependiendo de los intereses británicos. Cuando José Dolores se percata de que su lucha --muy singularizada, no hay rastros del aliento colectivo de su película anterior-- ha sido instrumentalizada, se levanta de nuevo contra los nuevos amos y paga con su vida su lucidez, una historia que podría haber sido extraída por ejemplo de la revolución antiesclavista de Haití, por cierto, apenas representada en la pantalla.
A su vez --como un consuelo-- el propio Walker se convierte en un elemento desechable, una vez cumplida su sórdida misión de utilizar la energía liberadora de los antiguos esclavos para que las empresas financieras de su país puedan hacer sus negocios sin competencia ni "regularizaciones" desde abajo. El problema básico de la película es que, si bien funciona como lección política --la revolución tiene que sobrepasar las etapas intermedias--, al revés de lo que ocurre en La batalla de Argel, aquí la ficción dramática permanece domeñada, y además carente de matices. Por otro lado, su estética resulta bastante próxima a la de los "spaghetti western"  más elaborados (a lo Sergio Leone), coincidencia que refuerza la pegadiza música del prolífico Ennio Morricone. 
A pesar de todas las reticencias, de lo que no hay duda de que película entusiasmó en su día a la juventud radicalizada que encontró en ella referencias muy claras a la historia inmediata, y que la utilizó frecuentemente en las actividades de cine-forum para debatir sobre las revoluciones tercermundistas… 

3. Contrarrevolución en la revolución. No hay constancia de que el cine soviético tratara de los “procesos de Moscú” ni de las acusaciones vertidas contra la oposición en general y contra Trotsky y el trotskismo en particular. Curiosamente,  sí existe una producción inserta en el apartado del "prosovietismo" circunstancial que atravesó Hollywoo al comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Se trata de Mission to Moscow  (1943) que Michael Curtiz dirigió a continuación de la mítica Casablanca. La película demuestra por sí hacía falta que Curtiz era capaz de hacer digerible cualquier embolado, incluyendo este auténtico encargo gubernamental que sí bien no pasará precisamente a la historia del cine por sus cualidades fílmicas, sí  lo ha hecho por su curiosidad temática, y por el "ojo" que luego le echaron los inquisidores del Comité de Actividades Antinorteamericanas.  Basada en las “memorias” del  embajador Joseph  Davies (Walter  Huston), escogido por el gobierno de Franklin D. Rooselvelt para que, después de visitar Alemania y comprobar “in situ” el ascenso del nazismo y la vorágine armamentista de Hitler, establecer un puente diplomático con la URSS.
En su viaje, el muy conservador Davies y su familia harán excelentes migas con los altos funcionarios soviéticos, su señora podrá estar a la moda en Moscú, y él mismo hará de testigo de la “ambición” de Bujarin (descrito como un “malo” capaz de cualquier cosa), y Rádeck. Davies avaló la  “bondad” de los llamados "procesos de  Moscú" contra los restos de la vieja guardia bolchevique, como también justificó el pacto nazi-soviético como la única salida que los aliados habían dejado a Stalin. Tanto Bujarín como Trotsky son presentados como culpables de conspirar con el soporte del nazismo y del Japón. Vichinsky (Victor Francen, un actor de talante austero y respetable arquetipo de héroe civil en tantas ocasiones), es presentado como un fiscal riguroso, mientras que la imagen de  Stalin hubiera satisfecho a cualquiera de sus cantores. Resulta patente que para el diplomático, tanto el hecho de que Rooselvelt contara con él, como las virtudes de una alianza con la URSS –en un momento en que los nazis comenzaban a replegarse-, eran razones más que suficientes para entrar en un juego exaltador, que Curtiz se encarga en glorificar en sus escenas finales como la promesa de un mundo de paz y concordia.
Años más tarde, durante la época de la “caza de brujas”, este título le comportó problemas a Curtiz y a Walter Huston, quienes, como el señor embajador, seguramente estaban convencido de servir una “buena causa” ya que entonces ser antifascista en Norteamérica, significado por lo menos saber diferenciar entre nazismo y comunismo, algo muy simple que actualmente la nueva derecha trata de equiparar (cuando no se muestra más benévola con el primero). Desde otro punto de vista, el del forum, la película  permite vislumbrar como le funciona  la “conciencia” a cualquier liberal, cómo sabe diferenciar optar a favor de un poder corrupto siempre que este le libre de una revolución que en esta época ya hacía mucho tiempo que había muerto. Como morirían los bolcheviques que todavía no habían renunciado aunque fuera parcialmente a sus ideales. Como nota de curiosidad cinéfila reseñemos la presencia de Donald Siegel en el montaje, del estupendo escritor Erskine Cadwell en el guión, sin olvidar la presencia de una  joven Eleonor Parker como la hija “pija” del embajador, preocupada por la moda rusa, así como la fugaz aparición de Cydd Charisse como una bailarina del Bolshoi.
Un caso diferente es el de  la  versión en dibujos animados de Rebelión  en  la  granja (Animal  Farm,  Gran Bretaña,  1955), adaptación de  la  inmortal  obra de George  Orwell,  efectuada por John  Halas y Joey  Batchelor, dos especialistas británicos muy prestigiosos que consiguieron aquí una verdadera obra maestra en el género. Esta película está teóricamente orientada al público infantil, pero la pueden degustar igualmente hasta los ancianos con más de ochenta años. Escrita al acabar la Segunda Guerra Mundial, a Orwell le costó mucho encontrar una plataforma que no fuese en una testimonial editorial militante o sea  “trotskista”, que las hubo. La razón no era, al menos no solamente, el prestigio que el PC estalinista mantenía entonces entre los laboristas, tampoco los conservadores se mostraron reacios: no querían tener problemas con sus aliados en el momento de su edición, luego cambiaron totalmente de opinión. Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros, dijo Grocuho.
La trama es conocida, los animales (los trabajadores) están sobreexplotados. Cobran conciencia de su fuerza cuando un anciano cerdo en su agonía, les da a conocer su propio Manifiesto comunista contra la explotación de los amos (un detalle que entre los comentaristas convencionales desaparece en aras de los cerdos burócratas. La revolución triunfa con los cerdos como lideres, una metáfora que obliga a Orwell a establecer una burocracia “en el huevo”, algo que no tuvo nada que ver con la realidad, esto significa da más importancia a una “ideología” que a una suma dantesca de acontecimientos. Durante una temporada la granja funciona bajo los principios de la libertad y la igualdad, nadie es más que nadie, o sea todos los animales son iguales. Pero entre los cerdos está el ambicioso Napoleón, que secretamente adiestra a una camada de perros, con los cuales se adueña de la granja, e expulsa al líder de la revolución, o sea Stalin desplaza a Trotsky, y crea una nueva granja en la que todos los animales son iguales, aunque (como en todas partes) algunos son más iguales que otros. Cuando Napoleón está negociando con los granjeros (los burgueses, la derecha), un nuevo compromiso, demostrando que burgueses y cerdos son iguales, la película ofrece una interpretación “trotskista” al pesimismo de Orwell,  y los animales, justamente indignados con unos y otros, efectúan una nueva revolución.
Aunque le versión en dibujos animados es relativamente asequible –Antena 3 la emite periódicamente--, conviene tener en cuenta que existe una nueva adaptación con una analogía más literal: Rebelión en la granja (John Stepehenson, Gran Bretaña, 2000). El granjero (Peter Postlethwaite), y los humanos están representados como tales, mientras que los animales son tratados a la manera de Babe, el cerdito valiente, que, al igual que otras fábulas sobre las sociedades animales como Antz, Hormigaz o Chicken Run,  recuerda en no poca medida la metáfora de Orwell, aunque con la descomposición del "comunismo" y la desestructuración del movimiento obrero tradicional, el mordiente político y liberador de estas alegorías han quedado prácticamente difuminado    Empero, esta última  es también una versión bastante estimable, y mucho más asequible para emplear para cualquier debate siempre que vaya acompañado de la lectura de la fábula, y sí es posible de los textos de Orwell complementarios.
Otro aporte en un sentido más o menos complementario lo conforma las adaptaciones  de 1984, la controvertida obra sobre la que existe una adaptación fílmica (de Michael Anderson en 1955), tan mala –y tan vulgarmente anticomunista- al parecer que ni tan siquiera llegó a estrenarse; hay pues que hablar de otra más reciente y mucho más lograda  (Michael Radford, Gran Bretaña, 1984), e interpretada por actores tan conocidos como John Hurt (Wiston Smith), Linda Hamilton (Julia), y Richard Burton (O´Brien), en su último papel. En esta obra --la más leída del siglo XX según las encuestas--, el Gran Hermano se identificaba con Stalin, mientras que, Emmanuel Goldstein, Éste era el “supertraidor” que se le oponía y cuya pista obvia nos lleva  tenía los rasgos inequívocos de Trotsky. Orwell ofrece una visión del “totalitarismo” en la que no es difícil encontrar los ecos de la impresión que los “procesos de Moscú” con sus secuelas de torturas (la menor de las cuales no fue tomar como rehén la familia del disidente que, como Antonov Ovseenko, se vio obligado a ejercer a su vez de “inquisidor”, tarea que el artífice de la toma del Palacio de Invierno ejerció como cónsul en Barcelona en 1937), y de delaciones, están presentes en está reconstrucción naturalista de las obsesiones de Orwell que obtuvo una cierta resonancia en su momento (1984), en plena descomposición final de la burocracia estalinista, aunque no obtuvo el beneplácito de la crítica, decepcionada por la dirección rutinaria de Radford…(7) . 
El hilo de Orwell nos lleva a Ken Loach y más concretamente, a Tierra y Libertad, (Land and Freedom, 1995) un “homenaje a Cataluña” (y al Aragón colectivista y libertario), que al margen de sus valores cinematográficos, adquirió el carácter de un verdadero fenómeno social por la polvareda que levantó en su día.  En este punto  también cabría recordar el reportaje de los periodistas Dolors Genovés y Llibert Ferri producido en 1992 por TV3 sobre el asesinato de Andreu Nin, Operación Nikolai y que amplia los datos conocidos con las aportaciones facilitadas por los archivos del KGB, De alguna manera, este documental se puede considerar como complementario a la película de Loach, y  ofrece el testimonio de la existencia de otro comunismo que fue la principal víctima del horror burocrático.
En el caso de Ken Loach, el “trotskismo” resulta igualmente perceptible en algunas producciones televisivas como Days of Hope (1975), una muy valorada aproximación a la huelga general británica de 1926:  un capítulo histórico clave en la situación internacional y en la configuración de la clase obrera británica. Cabría hablar de otros títulos que nunca lograron estrenarse (ni siquiera por el formato vídeo donde se encuentran todas desde el éxito de Agenda oculta, que explica como el thatcherismo tuvo componentes de golpe de Estado). Entre todos el cine de Loach, la que más profundiza en los esquemas “trotskianos” es Fatherland (“Singing the blues in red”,  1986), que aborda la cuestión de la revolución en los países del Este  en clave de "tercera vía": ni capitalismo ni burocracia. Lamentablemente, no ha sido estrenada aquí.

5. El exilio y la muerte. Entre los diversos apuntes sobre el exilio de Trotsky (que fue motivo de una famosa obra de teatro de Peter Weiss, el celebrado autor de Marat-Sade que por entonces había evolucionado hacia el trotskismo) una de las apariciones más significativas es la que se ofrece en la trama de Stavisky  (Francia, 1974), obra del reputado Alain Resnais. La escena en la que se visualiza la visita de André Malrau a Trotsky, fue muy discutida por su dificultad de integración en la trama. Existía un nexo real, un inspector Gagneux (Gardet en la película) que intervino en ambos caso, aunque su sentido sea el de "contrapunto", Trotsky representa otra opción --la revolucionaria--, y lo hace con una coherencia y una fuerza moral que no puede tener el PC francés estalinizado. Los tonos de la evocación también son diferentes, y la entrada del visitante en la casa rememora la descripción hecha en un memorable artículo de André Malraux que narra su visita a Trotsky por estas fechas. Stavisky es una de las películas más comerciales y asequibles de Alain Resnais,  responsable de títulos tan importantes como Hiroshima mon amour  y La guerre est finie, no en vano cuenta con el protagonismo de una de las estrellas más taquilleras del cine francés: Jean Paul Belmondo. Este detalle resultar claramente deudor a las inquietudes en aquel momento de su guionista, el escritor hispanofrancés Jorge Semprún, uno de los guionistas más activos del “cine político”.
Dicho paréntesis fue considerado por cierta crítica como un aparte en la trama, ya que no tiene ninguna relación directa con el caso Stavisky que conmocionó Francia y contribuyó al desprestigio de la derecha y a las movilizaciones que condujeron a la victoria electoral del Frente Popular. No obstante,  al margen de la discusión sobre su oportunidad en el desarrollo de la película, lo que estaba claro es que lo que pretendió Semprún fue establecer un como un aparte alternativo y cargado de simbolismo en una trama de descomposición del orden social vigente. Cabría anotar que según cuenta en su libro La segunda muerte de Ramón Mercader (Planeta, 1975), Semprún estuvo tentado en escribir un guión sobre Trotsky, pero no encontró un enfoque adecuado. Creía que no era sencillo trasladar a la pantalla el magnetismo del personaje, una observación perfectamente pertinente considerando la mediocridad de sus apariciones, y esto a pesar de haber sido encarnado por actores de la talla de Richard Burton o Geoffrey Rush (8).
Considerada como "la mayor sorpresa del Festival y tal vez el único film que perdure en el recuerdo como pleno de hallazgos e interés" por la revista Dirigido, ,Zina (1985) fue la segunda película de Ken McMullen que antes fue pintor, un dato importante para comprender el filme que aborda la historia. El argumento trata de Zinaïda Bronstein Volkow (interpretada magistralmente por Dominiziana Giordano…Zina fue la primera hija de su primer matrimonio y madre de Esteban Wolkow, el nieto de Trotsky que vivió en directo el atentado del muralista y estalinista fervoroso David Alfaro Siqueiros y que siguió viviendo en México; el resto de su familia estaba “desaparecida” o en campos de concentración.  A Zina se le permitió trasladarse a Berlín para seguir un tratamiento psiquiátrico por una temporada, un tiempo en el que volvió a mantener una relación escrita con su padre --admirado, lejano y ausente--.al tiempo que fue una angustiada y perspicaz testigo del ascenso del nazismo, y sufría en primer grado la aniquilación de sus seres más queridos con la instauración del "Gran Terror". La suma de  todo estos factores la llevaron al  suicidio,  dejando escrita una extensa correspondencia que serviría de base para el guión.
En el número de Fotogramas que informaba sobre el Festival, se puede leer el siguiente comentario: Ken McMullen ha estructurado este hermoso filme en tres niveles de lenguaje que se interrelacionan y complementan; el visual, el musical y el narrativo. La combinación de fotografía en blanco y negro y color --el operador es Bryan Loftus, responsable de En compañía de lobos--  utilizada arbitrariamente no siempre en función del presente o pasado, de realidad o invención, da pie a una composición musical escrita expresamente siguiendo los ritmos de las imágenes, alternando con el texto del psicoanálisis de la hija de Trotsky, extraídos de las cartas a su padre. Todo junto provoca un resultado que desemboca en un romanticismo insospechado a partir de los temas que se barajan: la política internacional, el marxismo y el psicoanálisis”.
Por su lado, Esteve Riambau en Dirigido  escribe que "Zina no nos habla sólo del problema de una hija de personaje más que famoso, mítico, de la hija propiamente "de la revolución", sino que a través de esa componente subjetiva no deja de reflexionar sobre su mundo contemporáneo, sobre las contradicciones de la profesión de revolucionario, algo más que teórico, sobre el desarraigo del exilio permanente, sobre la ausencia de un padre que sin embargo siempre ha estado presente gracias a su importancia objetiva, a su condición de protagonista de la historia. Por eso, cuando Zina se suicida al no poder superar todas sus contradicciones, no será tanto una actitud individual como el símbolo de una Europa que, atenazada entre la revolución y el totalitarismo, se toma una de sus primeras víctimas en el camino hacia el desastre". A pesar del premio, Zina nunca llegó a ser estrenada entre nosotros, ni siquiera –que sepamos- conoció un mísero pase televisivo.
Casualmente, Frida. Naturaleza  viva  (México, 1985) fue premiada en el   Festival  de  San Sebastián  de  1985 junto con Zina. Fue dirigida por el inquieto  Paul Leduc, director de Reed. México insurgente, un curioso retrato experimental de las aventuras de John Reed con las tropas de Pancho Villa.  Concebida como un poliedro, Frida es un  apasionado retrato de la famosa pintora en el que Trotsky   (Max Keadrow)  aparece como un anciano sin ningún brillo especial que tiene que soportar los mal encarados comentarios de Diego Rivera (Juan José Gurrola, un actor  que  repetirá  el papel en La  reina de la noche,  de Arturo  Ripstein) que lo defiende frente  a Siqueiros.  Pero al mismo tiempo, Rivera trata a su huésped provocadoramente,  diciéndole que Octubre fue  una  mera  copia  de  la revolución   mexicana o que fue una lástima que no  se hubiera  ido con Stalin  de putas. Frida (una Ofelia Medina que parece un calco de Frida y que  efectúa una  magnifica  interpretación)  lo defiende cuando  Diego lo trata de "pendejo", un detalle más dentro de una relación enfocada desde su aspecto más  trivial (9)
Aunque bastante desenfocada en estos detalles, Frida es una película difícil pero rica en detalles, y un retrato personal bastante completo de esta artista excepcional sobre la que Hollywood ha producido una muy irregular aproximación. Se trata de una producción mucho más ambiciosa con un extenso reparto en el que Frida está encarnada por Salma Hayeck (que realiza un auténtico “tour de force”, no en vano el papel fue cortejado por diferentes “stars”). El “rol” de Trotsky, lo interpreta un actor de primera (Geoffrey Rush, que compuso un Sade inmejorable), carece de entidad y fuerza, habla pero no representa lo que fue, los autores no parecen haberse siquiera tomado mayor interés, en realidad se trata de subrayar que Frida también coqueteó con Trotsky y no lo que este significaba.
De ahí que no deje de ser sintomático que la  primera  y  única  película  en la que Trotsky represente el protagonista de la trama tenga como título El asesinato de Trotsky (Assassination of Trotsky, Gran Bretaña, Francia, Italia, 1972). Su evocación pareció posible en medio del auge del cine comprometido abierto por el mayo del 68, apareció esta prometedora producción que, sí bien contribuyó a popularizar la historia,  fue vista con indiferencia e incluso con hostilidad en el movimiento afín; algún critico estricto habló “literariamente”  de  un "segundo  asesinato".  Esto no impidió que en ciertas circunstancias, permitiera otras lecturas como la reseñada en la época en por el corresponsal del diario francés Le Monde en Bangkok, que contaba que los militares que la había permitido pensando que reforzaría la propaganda anticomunista, la retiraron del cartel cuando comenzó a percatarse de que su público estaba compuesto primordialmente por estudiantes…
La película estaba basada en un ambicioso guión del escritor británico  Nicholas Mosley, contó con un ambicioso diseño de  producción en el que destaca la fotografía de Pascuale de Santís. Su director fue Joseph Losey (que también colaboró en el guión),  un "black-liste" muy ligado al Brecht del exilio. Losey era uno de los pocos directores que declaraban abiertamente marxista, una óptica desde la que había realizado una serie de películas que  habían entusiasmado a  la izquierda critica como The  Servant o Accident. El enfoque de El asesinato... trata de establecer una relación dialéctica entre la víctima y el verdugo rehusando la lectura política. Está claro que a Losey no le interesaba mucho Trotsky, y de hecho rehúye los pormenores de la trama de fondo; la KGB no se explica, Stalin que firmó la ejecución no aparece.
De ahí que a pesar de  que en  el  momento en que  se  rueda la  película,  los  datos básicos están ya  más que contrastados,  la  historia resulta difuminada: Ramón Mercader desaparece en aras de Frank  Jacson, uno de sus alias en la época. También  desaparece  Siqueiros.  Silvia Argeloff no se prestó a dar su nombre (nunca más quiso volver a hablar del asunto como resulta patente en Asaltar los cielos), de manera que aquí pasa a llamarse Gital Samuels (una difusa Romy Schneider). El cerco infernal de la GPU no pasa de algunas  citas misteriosas. Parece como sí a  Losey le molestara profundizar y buscara la abstracción. Esto que podría haber sido una posibilidad tendría que haberse sustentado sobre la solidez de los personajes, pero éste no es el caso. Richard  Burton raramente estuvo peor.  Su Trotsky se  parece  más a la figura pomposa de un  museo de cera que el auténtico que fue capaz de seducir de suscitar el “complejo de Cordelia” en un personaje tan irreverente  y tan crítico como fue André Bretón.
El Trotsky de Losey no es reconocible, ni tan siquiera alcanza la densidad dramática y la capacidad ofrecer un panorama viviente como hará por fechas muy próximas Peter Weiss en su Trotsky en el exilio. Es un anciano concentrado que cuida sus cactus y que dicta unos discursos que hasta al espectador más advertido le suenan a extraños. Por otro lado, Losey mira hacia otro lado con relación a los datos que conectan el asesinato con las maniobras criminales de Stalin, todavía parece postrado ante la idea de que esto podía contribuir a debilitar un régimen que, aunque imperfecto, todavía era la principal oposición a los poderosos del mundo. Por entonces estaba más que confirmada la autoría y los motivos de Ramón Mercader, Alain Delon (Jacson), pero Losey no da ni tan siquiera este paso. Quizás lo   único a destacar en este cuadro trivial izado y desenfocado la constituye el reparto que hace la magnífica veterana, Valentina Cortese, quizás porque ella aparece más ligada a la cotidianidad y vive atenta a los mínimos detalle mientras que los demás parece insertos en una trama policíaca que parece regir las conclusiones.
En 1990, TVE produjo un documental de una hora titulado Ramón Mercader: Crimen y castigo,  cuyo enfoque explicaron los autores como sigue: "Había que optar por una vía ante el cúmulo de material y decidimos optar por la vía de la decepción de este hombre (…) que refleja totalmente la historia, es lo más alejado y ajeno a un matón a sueldo; fue un hombre que jamás habló del tema, guardó silencio eternamente y, cuando estaba probada su identidad, nunca la aceptó".  En el mismo, la escritora Teresa Pámies, histórica militante del PSUC y muy autocrítica después, creyó ver en Mercader "cierta grandeza", ya que en definitiva se trata de la historia de un joven comunista, un idealista, que se ve atrapado en una trama que le supera, y en la que los responsables se garantizan su fidelidad con algún chantaje, que él mismo insinuó cuando lo atraparon.
Realizada un cuarto de siglo después del film de Losey,   Asaltar los cielos  (España,  1996), es como su reverso… Realizada por, Javier Rioyo y  José Luis López Linares, dos antiguos militantes de la LCR española profesionalmente reciclados con la "Transición", que con este trabajo contribuirían poderosamente a la reconsideración del documental como un género cinematográfico de primera, la película se paseó por festivales de todo el mundo animando los más enconados debates.  Aquí no existe ningún problema  en llegar hasta los últimos datos…(9)
Un perro llamado Dolor (España, 2001) resulta una experiencia insólita en el cine español. Fue dibujada y animada por el popular cantautor Luis Eduardo Aute. Contiene una enrevesada y controvertida visión del asesinato de un Trotsky dibujado con unos trazos muy próximos al de las caricaturas que subrayan su perfil judío.. Han sido más de 4.000 dibujos a lápiz tratados con la más innovadora tecnología digital para imagen en 2D y 3D. Se trata de siete historias alrededor de la relación entre el artista y su modelo, con un hilo conductor, el perro. El autor reinterpreta las relaciones de artistas como Picasso, Goya, Sorolla, Frida Kahlo-Diego Rivera, amén de Dalí con sus modelos y su entorno. Una reflexión sobre el arte, con humor y bastante sexo. Las canciones son del propio director, Silvio Rodríguez, Suso Sáiz y Moraíto Chico, y se puede considerar como un “plato fuerte” exclusivo para los amantes de los trabajos arriesgados y partidarios de la animación alejada de los esquemas Disney, y de cualquier otra escuela de dibujos animados.
Más conocido como cantautor, Aute dedicó cinco años de su vida a dibujar toda las “tiras”.  Según se cuenta, una galería de arte le pidió unos cuadros con referencia a Goya para una exposición colectiva que conmemorara el aniversario de su nacimiento y ya no pudo parar. El resultado: más de 4.000 dibujos a lápiz, digitalízados y animados por ordenador; siete historias de pintores y su relación con sus modelos; un perro como hilo conductor y un titulo enigmático: Nietzsche llamaba perros a sus dolores y la pintora mexicana Frida Kahlo, que pretendía que sus males fueran como perros, sumisos y obedientes, llamó al suyo, un xoloitzcuintle, Dolor. 
 (En los últimos años se han realizado nuevas aportaciones fílmicas sobre la temática, pero de momento no he encontrado mi tiempo para incorporarlas a este texto que apareció hace años en la Web de la Fundación Andreu Nin como Notas sobre Trotsky y el cine)

 
Notas 
 
1/ Para mayor información, ver mi trabajo Trotsky y los trotskismo, disponible en www.elsarbresdefahrenheit.net/.../obras/.
2/  Esta cita está extraída de  Notas de la   vida  cotidiana  (Icaria,  Barcelona,  1981), unas intensas   reflexiones sobre los primeros años de la  revolución.  Marc  Ferro las utiliza en  su trabajo "El  poder soviético y el  cine" (incluido en Historia contemporánea y cine, Ariel, Barcelona, 1995),
3/  Nombre artístico de Emanuel Goldenberg (Bucarest, 1893-Los Angeles, 1973),  fue casi un habitual en  la Casa  Azul de Diego   Rivera. Reconocido como uno de los mejores actores de la historia del cine, amén de uno los rostros más característico del “cine negro” (o sea del mejor y más comprometido de la “edad dorada” del Hollywood “rojo”) Entre otros ejemplos, Robinson fue el protagonista de la primera película antinazi norteamericana, Confessions of a nazi spy (Anatole Litvak, USA, 1939), y también de otra en que se advierte de la pervivencia del nazismo en la mayor cotidianidad, El extraño  (Orson Welles)… En los años treinta-cuarenta se destacó --como James Cagney y Bogart--- por sus ideas avanzadas. Luego, Robinson fue perseguido por el Comité de Actividades Antinortemericanas, salvándose por su “arrepentimiento”. No obstante, durante los años cincuenta se vio obligado a reducir su intervención en películas de serie B --excelentes muchas de ellas--, a pesar de su “arrepentimiento”. Un “volta face” escenificado bochornosamente mientras formaba parte del jurado del Festival de Cannes, desde el cual vetó ¡Bienvenido, Mr. Marshall! (Luis García Berlanga, 1952), por sus referencias “antinorteamericanas”. Con todo, cabe añadir que siguió siendo consecuente como profesional apostando a veces por producciones de calidad que no se habrían realizado sin su apoyo. Como profesional fue siempre de los mejores.
Durante la segunda mitad de los años treinta. E.G.Robinson ayudó al SWP y visitó furtivamente a Trotsky (lo que no dejaba de ser un riesgo para su carrera, que se hubiera visto comprometida de haber trascendido públicamente, algo nada extraño dado el cerco existente sobre Trotsky). En sus visitas, el actor alegró y animó  algunas  sesiones  cinematográficas con todos los integrantes de la Casa Azul, y proyectó algunas películas suyas como El último gángster (Emil Ludwig, 1937), que explica el ascenso de un gángster (Robinson) enfrentado que pone en peligro la vida de un honesto trabajador (James Stewart). Este caso puede constar como un ejemplo de la atracción que ejercía Trotsky sobre muchos artistas e intelectuales, como un ejemplo palpable de la “inmensa levedad del ser” de los famosos de Hollywood.
4/   De la que existe una versión digital en la editorial Els Arbres de Fahrenheit.
5/ Estas líneas pertenecen al artículo "El cine invisible" (Cinemanía nº 34, octubre 1998). Su autor, Ángel Fernández Santos  publicó en  uno de  los primeros  números de  Ruedo Ibérico, un   memorable trabajo sobre las ideas de  Trotsky sobre el  arte y la cultura en la que se ofrecía información sobre la corriente largocaballerista durante la Segunda República… ángel se definió durante años como “un viejo trotskista”.
Por otro lado, resultan cuanto menos curiosos algunos comentarios políticos insertos  sobre  la  película  en  trabajos  de  especialistas,  como el de  Augusto  M.  Torres en Videoteca básica del cine  (Alianza Ed.,   Madrid,  1993),  que  compara el caso de la desaparición de Trotsky en el metraje con unas opiniones actuales "que conceden mayor importancia a Kerenski que a Lenin"  (p.  418), algo absolutamente descabellado incluso desde el punto de vista reaccionario que busca de enfocar Octubre como una obra escrita por Lenin (vean sino cualquier documental reciente). O el de José Mª Caparrós, que en 100 películas sobre  historia contemporánea  (Alianza Ed., Madrid, 1997),   hace sostener a Trotsky "que un régimen comunista en un solo país era una anomalía y que la    revolución  proletaria únicamente se  salvaría cuando el mundo entero  hubiera sido encaminado por esa  vía"  (p. 205), cuando sería mucho más preciso decir que la revolución rusa fue concebida  como un  "prologo"  a la extensión de la revolución al  menos en  algunos de los países industrializados. El lector interesado en mayores detalles sobre la película, los tendrá en el trabajo de  Esteve Riambau,  "Octubre,  un doble reflejo de  la  historia",  incluido en La  historia y el cine (Ed. Fontamara, 1983).
6/ A Beatty le pareció como suficiente "revolucionario" el propio hecho de poder llevar la vida de John Reed al terreno del "colosal", de manera que se preocupó más de enfocarlo de cara al gran público desde el ángulo de una historia de amor "más grande que la vida" en detrimento de sus contenidos y del rigor de una reconstrucción en la que la atmósfera de las masas en movimiento desaparece, lo mismo que lo hacen los protagonistas del libro de Reed. Aunque utilizó a Robert A Rosenstone, el principal biógrafo de Reed como asesor histórico, y que este se brindó para interpretar a Trotsky,  Beatty fue a lo suyo, se puede encontrar el informe ("Rojos como trabajo histórico") de Rosenstone en su obra, El pasado en imágenes (Ariel Historia, BARCELONA, 1997). Para mayores detalles consultar mi estudio sobre Reds incluido en la edición crítica de los escritos de Reed titulada Rojos y rojas (El Viejo Topo, Barcelona, 2003), en particular el apartado Reds. Puntos de mira.
7/ Me he ocupado con mayor amplitud de la relación de Orwell con detalles en La cuestión Orwell (Ed. Sepha, Málaga, 2008), concretamente en anexo Orwell y el cine.
Resultado de imagen de trotsky cinema8/ Dada la involución ulterior del autor de El último viaje, quizás valga la pena recordar que en su controvertida evocación de Mercader a lo Dr Jekyll y Mr. Hyde, Semprún hacía la siguiente evocación de la revolución de Octubre que nos puede ayudar a situarnos ante este acontecimiento que todavía conmueve en no poca medida el mundo:  “¡Que destino el de aquel pueblo!. En 1920, en el desorden y la esperanza y el hambre, bajo la consigna de revolución mundial, había desfilado por aquella misma Plaza Roja ante un grupo de hombres que llevaban indumentarias heterogéneas, de pie en la misma calle, o de pie en un camión a veces. Allí estaba Vladimir Illich Lenin, León Daudevich Bronstein Trotsky y Nicolai Bujarin, y Zinóviev, y Kaménev, y Piatakov, y los comandantes de la caballería roja, y los jefes de los guerrilleros, y los organizadores que separaban la sombra de la luz, de Arcanguelsk a Batum, desde el Extremo Oriente disputado a Kolchack, a los japoneses y a los intervencionistas, hasta la Ucrania arrancada a los guardias blancos. Tal vez también estaría allí Djugaschvili (nota=Stalin), un georgiano obstinado y oscuro, a quien la muchedumbre no reconocería, porque no era un hombre de aire libre, de asambleas abiertas y tumultuosas, sino los lugares cerrados de aparatos, de lámparas encendidas hasta muy avanzada la noche sobre circulares administrativas. ¿A quién se le hubiera ocurrido mirar a Djugaschvili en aquella época?. Pero no, eran los años en que todos los lenguajes estaban sometidos a la prueba de fuego de la realidad, en que Le Cobursier iba a construir la Casa de los sindicatos, en que se inventaban en  Moscú y en Petrogrado el arte abstracto, el surrealismo, el cine moderno, los carteles políticos, en que dentro del torbellino de aquella grande y hermosa locura rusa que transformaba el mundo,  se elaboraba la posible hegemonía de una vanguardia, no codificada por nauseabundos decretos emanados de las alturas, sino fundada en una coherencia real, aunque a veces vacilara entre las ideas y las palabras, los principios y la práctica. Rusia y el mundo, el arte y la política. ¿ Que podía representar Djugaschvili en esa tormenta, en esa invención perpetua y ese perpetuo replanteamiento de todo?. No, verdaderamente era una cagada de mosca en las páginas de la historia los raros hechos y actitudes de aquel Djugaschvili en esa breve época de arcos iris entre las dos inmensas bocas de sombra de la vida rusa… 
8/ Me he referido más ampliamente a este película en mi artículo Asaltar los cielos (o evitar el infierno), aparecido en Rebelión (31-03-2015).


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