sábado, 7 de mayo de 2016

Kronstadt, lecturas desde España



Kronstadt, lecturas desde España

En aquellos días que conmovieron el mundo, Trotsky fue reconocido por algunos como el líder bolchevique más próximo a los anarquistas, un movimiento que en Rusia era relativamente importante pero muy estaban muy fragmentados. Marc Ferro los sitúa en la misma estela que los bolcheviques. También estaban por romper con el gobierno provisional, y en general, se sentían cómodos en los turbulentos soviets.
Esta afinidad tenía un antes (la relación con los sindicalistas franceses descrita en el primer capítulo), y un después, ya que Trotsky siguió manteniendo una estrecha vinculación con los comunistas de procedencia sindicalista y libertaria como Monatte, Rosmer, y Víctor Serge, que fue la principal conexión en Moscú para Andrés Nin y Joaquín Maurín. Monatte fue el contacto escogido por Ángel Pestaña de camino hacia la Rusia soviética.  En Moscú, Pestaña fue atendido especialmente por Serge, al que ya conocía de Barcelona, y su llegado coincide con un momento de euforia que lleva al prudente Lenin a apoyar una incursión contra los “blancos” en Polonia que pronto se revelerá desastrosa. Discute durante horas con Lenin y Trotsky, y descubre España les era casi completamente desconocida. Parece que no se le ocurre pensar que es lo mismo que le sucede al él con Rusia con la salvedad de que mientras ellos poseían una potente formación teórica, el propio Pestaña apenas si había esbozado una reflexión sobre la propia situación española. De ahí que su mejor libro sean sus memorias, en tanto que los que escribió sobre Rusia fueron los más conocidos.
Su objetivo era dar a conocer a la joven revolución el apoyo de la CNT a la revolución, su solidaridad contra la intervención imperialista, al tiempo que, en el caso de su relación con la Internacional Sindical Roja que se erigía como alternativa a la Internacional  reformista de Ámsterdam, se reserva su derecho a mantener sus propios principios y finalidades. De entrada, Pestaña no acepta que una revolución pueda ser “la obra de un partido. Un partido no hace una revolución, un partido no va más allá de organizar un golpe de Estado, y un golpe de estado no es una revolución”. Igualmente muestra su repulsa a los procedimientos de discusión que, desde su punto de vista, estaban hechos para asegurar la hegemonía bolchevique. En estos debates, Trotsky –escribe- era como una tormenta…
En su réplica, Nin se muestra lapidario, declarando que lo de Pestaña fueron “Setenta días perdidos”. Para Nin, las palabras de Pestaña  “lo que yo pienso” sobre Rusia, era una paradoja ya que no le reconocía esa facultad. El caso es que, como la mayor parte de testimonios anarquistas sobre aquellos tiempos, Pestaña presta mayor atención al modelo ideal libertario que cualquier vestigio de realidad. El lector no encontrará en su informe la menor atención a la postguerra. Sus análisis económicos muestran lo distante que se haya de los problemas, describe el pueblo ruso como apático, lento e indolente, y muy dado al misticismo, trazos sumarios como los que le llevan a describir a Lenin como perteneciente a la “raza mongola” y de “temperamento eslavo”, y ni tan siquiera se planea que a alguien como él no se le puede conocer en base a una entrevista. Considera a los líderes bolcheviques por su procedencia “pequeño burguesa”, en tanto que Lenin y Trotsky valoraron muy altamente su rasgos de abnegado militante obrero, y apreciaron la capacidad de lucha de la CNT, aunque, claro está, creyeron que se trataba simplemente que cambiaran su camisa para convertirse en base del partido comunista de España, sin imaginar lo lejos que el líder anarcosindicalista se encontraba de tal proyecto, aunque años más tarde alumbró el Partido Sindicalista. 
Sin embargo, aunque los informes de Pestaña contribuyeron a el distanciamiento de la CNT del entusiasmo inicial, lo que realmente motivó la ruptura radical con la Rusia soviética, y por lo mismo con la Internacional Comunista, fueron las noticias sobre el destino de Macknó en Ucrania, pero sobre todo la represión bolchevique de la insurrección de Kronstadt en marzo de 1921, episodio sobre el que - en síntesis- el anarquismo ofrece el siguiente dictamen: "Durante tres semanas la democracia obrera y el poder de los soviets se hace realidad en Kronstadt. Pero Kronstadt está aislado del resto de Rusia y no llega a conectar con los obreros del país. Así se impone la mentira del Estado comunista que trata a los insurrectos de Kronstadt de contrarrevolucionarios. Los insurrectos resistirán a las mentiras y las armas del gobierno bolchevique, hasta que el ejército rojo, a las órdenes de Trotsky, los masacrará".
Hemos escogido esta exposición por cuanto resumen bastante verazmente  lo que se escribió (y se escribe) desde el punto de vista anarquista sobre la cuestión.
Un punto de vista que mantendrá una intensa resonancia tuvo en la CNT desde principios de los años veinte, y que sucintamente viene
a afirmar: a) Kronstadt es “la primera denuncia de la gran mentira bolchevique”;
b) a la vez que (es)  la demostración de que una organización social a través de los soviets es posible";
c) “Kronstadt -como la macknovichitna- fue la expresión de la voluntad insurreccional de obreros y campesinos que han aprendido que "la existencia del Estado y la existencia de la esclavitud" son inseparables;
d) “los insurrectos eran los marineros de Kronstadt, tenían un ideario anarquista, y por lo tanto nada que ver con los contrarrevolucionarios;
e) corresponde a Trotsky, como jefe del Ejército Rojo, la principal responsabilidad en la represión de la revuelta. Desde entonces, decir Trotsky ha sido decir Kronstadt, y por lo mismo, una lectura que convierte a éste en un mero antecesor…de Stalin, ambos representativos del mismo pecado original: las normas centralistas” .
Sin embargo, la lectura atenta de una obra sobre Kronstadt, como la de Paul  Avrich, que aunque está escrita desde una simpatía reconocida por el anarquismo, no concuerda con este esquema convertido en un auténtico canon sobre el que no parece haber posibilidad de discusión. A lo largo de sus investigaciones,  Avrich tiene buen cuidado en no situar el hecho como concluyente.
Su visión del anarquismo ruso no es tan idealista como el que luego mostrará la escuela. Esta ha desarrollado unas estampas rusas  tan idealizadas que ni tan siquiera llega a distinguir entre el Kropotkin de antes de la “Gran Guerra”  y el que opta por los Aliados, más o menos lo que sucedió con el “padre” del marxismo ruso, George Plejanov. La historia de la corriente no es un largo río encauzado por el idealismo  anarquismo ruso, sino una realidad compleja y cubierta de agudas contradicciones, en primer lugar porque nunca queda clara la distinción con los socialistas revolucionarios o eseristas. En segundo lugar, porque la brutal represión zarista obliga a extremar las normas clandestinas, y por lo tanto no permite la libre discusión. Se da un fuerte conflicto entre los sectores más sindicalistas y los más espontaneístas, también con los más proclives a la actividad armada y/o terrorista. La consecuencia general es que cuando llegan las libertades en febrero de 1917, el estado organizativo resulta muy atrasado en relación mencheviques y bolcheviques con los que, por lo general, coinciden en sus propuestas en los soviets como remarcado con especial interés Marc Ferro. .       
La fructífera relación de los “buenos tiempos”, o sea hasta Brest-Litovsk o incluso hasta principios de la guerra civil, se rompió, aunque también se rompió entre los propios bolcheviques, de ahí que en algunos trabajos algunas corrientes internas del bolchevismo  hayan sido catalogadas como anarquistas o anarcosindicalistas, consideración que, por citar un ejemplo, tuvieron que escuchar muchas veces los miembros de la Oposición Obrera, grupo liderado por la famosa Alejandra Kollontaï, y por el menos famoso, pero muchísimo más consecuente,  A.G. Chliapnikov (1984-1943), representante bolchevique en Petrogrado en 1917, y una de las figuras más poderosas de la revolución rusa.
No obstante, a la hora de verdad, en marzo de 1921, sus componentes ocuparon sus puestos entre las fuerzas que querían ocupar la fortaleza en medio de una batalla a vida o muerte. En un artículo escrito poco antes de morir, Víctor Serge acusó a los bolcheviques de no haber sabido negociar, pero el propio Avrich reconoce que la inmediatez del deshilo habría hecho la fortaleza inexpugnable en un tiempo muy delicado. O sea en un tiempo en el que la guerra civil ya ha terminado,  pero en el que la coalición blanca está probando nuevas tácticas aprovechando el creciente malestar campesino y de los obreros. Su consigna es “vivan los soviets sin bolcheviques”.  Otra cuestión que está por considerar seriamente es el de la propia lógica del aparato represivo creado durante la guerra, una lógica que desborda a los propios bolcheviques que todavía no son conscientes de lo que se está incuban bajo el amparo del “Estado obrero”.
Si nos atenemos a las lecturas que tradicionalmente se ofrece en la prensa de afiliación anarquista, los juicios que se ofrecen sobre ella inciden muy en primer plano en el “pecado original” del centralismo marxista y/o leninista como desencadenante de un proceso represivo que se inicia ante todo con los anarquistas, para seguir luego su curso en coherencia. Todo lo demás, la suma de “circunstancias”, las ya heredadas del atraso secular, de una guerra mundial que será especialmente terrible en las tropas rusas (de hecho, este fue el factor más influyente para desencadenar el proceso revolucionario), pero sobre todo una guerra civil que deja al país al borde del abismo, apenas si merece consideración. La guerra había destruido la vanguardia obrera, incluyendo por supuesto a la de filiación anarquista que estuvo en primera línea. Así pues, de los militantes de Kronstadt de 1917 no quedaba casi nadie en 1921, incluso su líder más reconocido, Yarchuck, permanecía encarcelado, y por lo tanto, lejos de los acontecimientos.
De hecho ninguna corriente política podía decir que los representara. Los mencheviques eran importantes en las fábricas de Petrogrado, los socialistas revolucionarios de izquierda tenían una presencia, el propio Petritchenko podía ser calificado como tal, algo nada extraño ya que, como demuestra el propio Paul Avrich en su otro libro, el anarquismo y el populismo tuvieron una historia muy paralela en Rusia. No era cierto que los insurrectos tuvieran que ver con los "blancos", pero sí lo es que éstos "resucitaron" con las expectativas de que se abriera un frente contra los bolcheviques con el deshielo, e hicieron propia la consigna "soviets sin bolcheviques".
Es cierto que las huelgas estaban al orden del día, lo mismo que las revueltas agrarias (sobre todo una vez se derrotó a los "blancos"), pero fueron revueltas contra el llamado "comunismo de guerra", y de hecho, tal como diría Lenin, Kronstadt fue como "un relámpago en la noche", iluminó el malestar generalizado de la base social de la revolución, de manera que su consecuencia básica fue la instauración de la Nueva Política Económica (NEP), que abrió un período "liberal" en la revolución hasta finales de los años veinte, cuando Stalin impuso las colectivizaciones forzosas.
No es cierto que los bolcheviques trataran a los insurrectos de "contrarrevolucionarios", a la manera estaliniana para entendernos. Su punto de vista está contenido en dos matizados trabajos de Eugene Preobrazhenski y Nikolai Bujarin que insisten en planear un debate entre escuelas, y dan lugar a textos en los que prima las propuestas de debate sobre la mera denigración. El mismo Avrich reconoce que si los bolcheviques cedían, la fortaleza  podría convertirse en el principio de un nuevo conflicto, y sí bien los insurrectos eran "camaradas", su "tercera revolución" apuntaba hacia una reanudación de la guerra civil. Por otro lado, Avrich no se hace cábalas sobre sí era posible una experiencia anarquista, y las experiencias --como la española-- que hemos conocido ulteriormente se sitúan en un paréntesis. O sea en medio de un proceso revolucionario inconcluso en el que desde el poder de

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