martes, 10 de mayo de 2016

Iñaki Rodriguez, el corredor de fondo que no pudo llegar al final





Entre los numerosos camaradas “also starring” del activismo de los setenta, creo que uno de los más emblemáticos fue “Iñaki”, alias de Víctor Rodríguez González (Salamanca, 1951-L´Hospitalet, ), que permaneció estrechamente vinculado a la Asociación de Vecinos de Pubilla Casas desde mitad de los años setenta hasta el final. Seguramente porque, entre todos, fue el que mantuvo una trayectoria más intensa y prolongada. De hecho, fue uno de los pocos que trataron de mantener la entidad cuando la gran mayoría siguió otros derroteros y la política –institucional por supuesto-  lo anulaba casi todo.
Iñaki fue, en el sentido más pleno de la palabra, un militante obrero “clásico”, de los que dejan huella aunque no queden sobre el papel. Había empezado a trabajar siendo un muchacho, y no mucho después ya estaba inmerso en las luchas de Comisiones Obreras de Salamanca, y luego militando en el PC (i), la escisión del “Provincial” del PSUC de 1967 que había comenzado con planteamientos más bien castrista, aunque su preocupación no era tanto teórica como organizativa-pragmática. Las actividades partidarias le llevaron a Euskadi donde adquirió un nombre de guerra que le venía como un guante, ya que le quedó una impronta euskalduna bastante fuerte, txapela incluida. Huyendo de la policía  cogió el camino de Alemania para trabajar en lo que se presentara, así pudo hacer su “mili” sin estar fichado, un pequeño detalle que te podía amargar la vida durante un año largo.
En 1974,  “Iñaki” se trasladó a Barcelona, mejor dicho a L´Hospitalet, al barrio de Pubilla Casas, en cuya combativa asociación comenzó a ser conocido, siempre junto con su paisano y camarada Manolo Pulido, con el que militó junto tanto en el maoísmo como en el trotskismo y con el que convivió  en un piso del barrio de La Florida durante bastante tiempo. Los dos eran militantes como “los de antes”, disciplinados y muy responsables, por lo que su encaje con el grupo de jóvenes trotskos de Pûbilla fue bastante problemático. Víctor y Manolo pensaban que la “alegría” y la irresponsabilidad de los jóvenes era inaceptable. No pasó mucho tiempo para ambos  acabaran encuadrados en una célula obrera y no se sentían responsabilizado ante lo que hacíamos en el barrio, aunque siempre estaban de nuestra parte.
Según contaban ellos mismos amén de algunos testigos, la relación entre ellos dos tampoco era fácil, de alguna manera ofrecían una variación del contraste que daban Walter Matthau y Jack Lemmon, en La extraña pareja (The Odd Couple, USA, 1968). Manolo era responsable en la vida diaria hasta el extremismo (al menos para otro varón), consideraba reaccionario no madrugar y todo estaba trazado, Víctor era, pues como la mayoría de solteros, según manolo, “un tráala”.  El primero comía muy poco,  consideraba que levantarse más tarde de las cinco de la mañana era inmoral, Víctor se comía las piedras y se levantaba cuando le el cuerpo se lo pedía. Un domingo, después de una reunión, hicieron una paella enorme en mi piso a la quedaron invitados varios “tovarich” más, a cual más pantagruélicos. Al ver el resultado, Romi y yo pensamos que nos quedaría paella para un mes, pero en realidad, esta no sobrevivió al mediodía. Luego, aunque era riguroso invierno, tuvimos que tener las ventanas abiertas por el fuerte olor que desprendía lo que todos consideraban un manjar, pero que para nosotros era, pues una paella más. Esto de las “comilonas” era una costumbre proletaria eran muy propias de Víctor quien, al final, solía recitar algún poema de cosecha propia sin suscitar el reconocimiento que creía merecer.
En aquel  mismo que se instaló en el barrio, Víctor empezó a trabajar en Llobet, empresa del ramo del metal ubicada en el Polígono de la Zona Franca de la Ciudad Condal. Este mismo año fue detenido, y cuando empezaron a torturarlo en una de las siniestras dependencias de la BPS en Vía Layetana, Víctor recurrió a la singular trata de provocarse vómitos de sangre, lo que en las circunstancias de cambio acelerados que se veían venir desde las calles, permitió que sus torturadores se lo pensaran dos veces, hasta es posible que imaginaran una enfermedad contagiosa, y  Víctor no tardó mucho en salir para seguir haciendo lo mismo. 

Su pasaje desde el maoísmo al trotskismo tuvo diversos componentes. De entrada, la propia situación de crisis interna de la Asociación, después de permanecer silencioso durante un tiempo disgustado por la actuación de los suyos que trataban de echar a la inquieta minoría trotsko-anarquista, Víctor cambió de bando en protesta por los métodos de base estaliniana, un tema sobre el que sabía bastante más de lo que imaginábamos.
Por esta época, el colectivo nuestro realizó una pequeña edición de un texto de Isaac Deutscher, El maoísmo y la revolución china, que Víctor leyó, debatió y dijo las suyas con notas y subrayados, como era propio en los “intelectuales”, algo que no dejaba de ser en su modestia. Esta no era una asignatura fácil, muchos trabajadores que se habían aproximado a nuestras posiciones, se sentían apabullados cuando le pasábamos una de las obras de Ernest Mandel editadas en Fontamara como “material de divulgación”. Lo suyo no era la teoría, al menos no más allá que en su aplicación más esquemática y que según como, costaba mucho hincarle el diente al pesar del esfuerzo didáctico del legendario revolucionario belga. Luego tenía problemas para ordenar sus intervenciones, era de los que le costaba mucho acabar y, a veces, había que estar a quite para evitar que lo prolijo acabara creando reacciones contrarias.
En el tiempo que sigue a la muerte del dictador, la Asociación de Pubilla se había masificado, sobre todo al socaire de la lucha por los terrenos de la Bobila, una zona en la que en los años veinte y treinta había sido el lugar de trabajo del mítico José Peirats y en la que, según nos contaba Pedra, se refugiaban muchos compañeros perseguidos. Habían pasado los tiempos más arduos, y ahora, ya las asambleas se hacían cada vez más multitudinarias. Llegaron por aquel tiempo al calor radical del lugar una hornada de compañeros del grupo "consejista" llamado Liberación,  ligado a la editorial ZYX, y la correlación de fuerzas derecha-izquierda se hizo con las nuevas incorporaciones,  muy inestable.
En un ambiente abierto y asambleario, la mayoría del PSUC (vieja guardia honesta pero muy sectaria, más algún cuadro “bandera blanca”), con el apoyo del todavía PCE (i) a punto de convertirse en PTE, se planteó desplazar a la agitada minoría trotsko-anarquista con una campaña de rancio carácter estaliniano. Considerando que un sector de la Junta provenía del catolicismo, empezaron a acusarnos a los primeros de connivencia con ETA (por aquel entonces ETA VI se acababa de unificar con la LCR), y a los segundos, de montar orgías y cosas por el estilo. Al final, después de varias agitadas asambleas, la situación quedó justamente al revés de lo que planeaban. 
La izquierda rupturista quedó en mayoría con el apoyo de los “católicos”, que no eran muchos pero sí muy notables, comenzando por el presidente y siguiendo por la asistenta social, personal honesto donde los haya. También estaban algunos de los componentes de “la casa de los curas” situada en la principal plaza del barrio y en la que las reuniones se sucedían. Con el tiempo, las relaciones se hicieron especialmente amistosas, quizás porque quitando a uno de ellos, Domingo alias “Mingo”, que era del PSUC, todos se situaban en un área paralela a la nuestra. Con el tiempo descubrí un “milagro”, resultaba que, al ser clérigos en ruptura abierta con la Iglesia constantiniana, eran a la postre, muchísimo más abierto que la mayoría del personal que creía que había descubierto el libro sagrado en el marxismo o en el anarquismo en sus diversas variantes. A esta actitud abierta, le acompañaba un acentuado sentido del humor de forma que muchas regiones acababan con ataques de risa, a veces ayudados por revistas como Hermano Lobo, de la que éramos “forofos”. En una ocasión, mi parte detectivesca me llevó a una de las muchas habitaciones

La minoría se convirtió en una amplia mayoría con el insólito y entusiasta apoyo de unos católicos francamente heterodoxos. Buena parte de ellos marcharon a la Nicaragua sandinista, otro como Rafael, quizás el más entrañable, ligó su destino a la Central Obrera de Bolivia. Esto sin olvidar a una asistenta social y monja seglar, Merced Ridaura, todo un ejemplo de modestia y de entrega mucho más auténticas que la mayoría de gente radical que pululaba por aquel lugar. Sin enterarnos de verdaderas tragedias humanas que transcurrían ante nuestras narices. Algunas eran difícilmente evitables, como era el caso de la incipiente introducción de la droga que no mucho después haría estragos, pero otros sí lo fueron. Como fue el caso de una pareja de ancianos a los que un banco quería desahuciar, y la movida fue tal que obligamos al gobierno municipal a hacerse cargo de la deuda y de garantizar a los pobres viejos la vivienda. 
En aquellos años, la Asociación de Vecinos de Pubilla Casas comenzó a desarrollar un activismo extraordinario. Toda clase de luchas era bienvenida; se podía montar un “sarao” por una tentativa de embargo… Entre las comisiones más activas estaba la de los parados en la que sobresalían Francesc Pedra a sus años, el “Rubio” de la Hispano Olivetti, y por allí andaba Víctor, se le pudo ver en algunas refriegas con la policía por las calles. Era ya lo que se dice un cuadro obrero, militaba en la Liga en el barrio con la “panda” de jóvenes, pero también en el ramo del Metal. Era uno de los fijos, de los se sabía que estaba allí, alguien que actuaba y hablaba a su manera, simple, directa, emotiva, en todas aquellas asambleas que llenaban hasta la bandera la sala de actos del sindicato vertical del régimen,  de la CNS ya en descomposición. 

Víctor era un “also starring”, parte básica de la vanguardia revolucionaria que llegó a arrebatar la mayoría asamblearia al sector reformista del PSUC. Como gusta de contar al sindicalista de SEAT Antonio Gil, los que han conocido esta clase obrera en pie, consciente de su capacidad transformadora, potenciada por un una fracción que sabía expresar en palabras y en puntos programáticos sus exigencias más sentidas, difícilmente la podrán olvidar. Una fracción pequeña pero con unos grandes recursos, y con un activo y silencioso apoyo, como la que encabezaron por entonces José Borrás y Juan Montraveta, ambos de la LC. Aquella fase la efervescencia proletaria adquirió unos tonos tan masivos, tan contundentes y exaltados, que, a algunos de los testigos que éramos también lectores de Trotsky y de John Reed, nos evocaban (más bien ingenuamente) las célebres asambleas del soviet que precedieron el Octubre de 1917. 
Seguramente la imagen que más me ha quedado de él sea aquella que contemplé en el curso de una de las grandes manifestaciones convocadas por la Assemblea de Catalunya por la libertad, la amnistía y el “Estatut” de Autonomía, y en las que hubo cargas y carreras por los alrededores del Passeig de Sant Joan. Nos encontramos en cierta dispersión. Por una de las calles aparecieron una docena de jóvenes del PORE con una bandera republicana, gesto que llamó la atención de algunos del servicio de orden que había organizado el PSUC, y comenzaron, primero con buenas palabras y después un poco a las bravas, a tratar de que los muchachos se guardaran la bandera tricolor. Víctor que estaba al lado, cogió una valla de unas obras que a, mi parecer, debía de tener el suficiente peso para al menos dos personas y bregadas, y con todo su genio se aproximó al revuelo gritando “libertad, no más represión, viva la República”, todo con tal vehemencia que los servicios de orden optaron por abandonar el lugar. 
Juan Montero, que fue su camarada más íntimo por entonces, lo rememora en aquella época en la que: Ante la enorme politización de sectores amplios de trabajadores y ante el inicio de la negociación del Convenio del Metal de Barcelona, los locales del Vertical se hacían pequeños, por lo cual en plena Semana Santa de 1976 se hizo una Asamblea en las instalaciones adyacentes al campo de fútbol del Sant Andréu, donde en la tarde del Sábado Santo se concentraron mas de 2.000 trabajadores en asamblea para debatir como luchar por el Convenio de Metal, por la Amnistía Laboral y por el conjunto de las libertades democráticas. Y como no podía ser de otra manera, Víctor estaba presente en esta Asamblea apoyando las propuestas de José Borras y Joan Montraveta (…) Como anécdota, recuerdo que antes de iniciar la Asamblea se formo un primer rifirrafe por ver qué se hacia con el megáfono entre Borras y Juan Domingo Linde militante destacado del PCE (I) y despedido de Motor Ibérica igual que lo era también Joan Montraveta, quien más tarde será periodista.
Si no me equivoco, Víctor dejó la LC para entrar en la LCR de la mano de José Borrás, y su “tendencia obrera”. En su última fase en la LC, Víctor, aunque no lo tenía para nada claro, asumió disciplinadamente la decisión de militar en UGT y empezó su lucha por defender las posiciones clasistas y la democracia obrera dentro de UGT, lo que le llevó a un fuerte enfrentamiento con una burocracia dispuesta a que las luchas obreras no estropearan sus privilegios de intermediarios. Su postura intransigente contra los Pactos de la Moncloa terminó con su expulsión de UGT, e incluso con amenazas físicas de algunos corruptos a finales de 1977.
Más tarde, a inicios de 1978, Víctor se afilió a CCOO formando parte de la candidatura al Comité de Empresa de la Llobet, que obtiene la totalidad de los puestos a cubrir. En mayo de 1978 es elegido delegado por el Metal de CCOO para el I Congreso de la CONC. Víctor, fue uno de los 55 militantes que formaron la delegación de la LCR a este Congreso junto a unas decenas más de simpatizantes En el Congreso apoya la línea de oposición de la Izquierda Sindical a los Pactos de la Moncloa y a la política de consenso con las fuerzas burguesas. 
Víctor demostró en los hechos que era un sindicalista puro y duro. Una tarea en la que fue partícipe durante mucho años, primero como trabajador de la empresa Llobet, luego como uno de esos militantes “todo terreno” de la LCR junto con esa promoción obrera formada entre otros por José Borrás, Diosdado Toledano, Antonio Gil, Juan Montero, Pedro Navarro, Roque Borrás, Juan Montraveta, y otros muchos como Mario Salas, algunos de los cuales cambiarían de vida y a veces de barricada. Víctor no cambió por más que acabó siendo un parado con enormes dificultades para encontrar trabajo. Sobre este sector ya existen algunos testimonios como el libro sobre Miniwatt, pero queda todavía mucho por escribir. Aunque solo sea para rebatir a los que ven a la Liga como un colectivo de estudiantes y “enterados”, o sea muy leídos. 
Montero dice que a principios de 1976, en la 4ª planta de edificio del Sindicato Vertical de Barcelona que pertenecía al Ramo del Metal, y donde por las tardes semanalmente se realizaban asambleas amplias de los sectores de la vanguardia revolucionaria que trabajaban en el ramo del Metal de Barcelona. Se puede decir que estas asambleas eran la alternativa de la izquierda revolucionaria al control que ejercía el PSUC en las UTTs del Vertical. Víctor, como militante revolucionario, asistía a estas asambleas como trabajador de la Llobet, empresa vinculada al Convenio del ramo, pero que tenía un pacto de empresa). A partir de estas asambleas se creó una plataforma para la negociación del Convenio del Metal de Barcelona al margen de la estructuras de la CNS y la lucha por la Amnistía LaboralA finales de abril se inicia la huelga del pequeño Metal y la dirección de la lucha la lleva directamente la Asamblea de trabajadores que se reúne diariamente en los locales del Cine Princesa de Barcelona que ante la presencia de miles de trabajadores queda abarrotado y los trabajadores tienen que ocupar la propia Vía Layetana. En la dirección de la lucha sobresale, por encima de todos, José Borrás por su oratoria y capacidad de fijar los objetivos con claridad. Víctor, participa en todo el proceso de asambleas y tiene una presencia destacada en los piquetes para la extensión de la lucha (...). Después de unas dos semanas de huelga, finaliza la lucha con las conquistas más importantes de la historia del convenio del metal de Barcelona. Conquistas que en los últimos 20 años han ido liquidando las burocracias sindicales corruptas. 
Paralelamente, tuvo lugar la gran lucha de Motor Ibérica, que se inició por la amnistía laboral de la propia empresa. Dicha huelga se prolongó hasta agosto de 1976. En todas las acciones de solidaridad que convocaron con esta lucha, Víctor estaba presente. Por este tiempo se había trasladado a vivir a un piso de Pueblo Seco, con Pepe Cobos y Luís Suárez Varela, ambos militantes de la LC. 
Johnny (Montero) también recuerda que, a pesar de que Víctor no se había hecho nunca muchas ilusiones por el juego electoral, el resultado de la elecciones municipales de 1979, donde la candidatura de la LCR en L´Hospitalet no pudo sacar ningún concejal, le produjo una cierta frustración, entre cosas porque se había vaciado durante toda la campaña electoral. Aquella candidatura había sido encabezada por la LCR, pero contaba con el apoyo de BR, del PSAN y del BEAN, y unía un programa de clase con una clara sensibilidad nacional. Previamente se había tratado de unificar toda la izquierda radical, o sea con el PTE y con el MCC, pero ambas formaciones cortaron toda posibilidad de discusión exigiendo de entrada presidir la lista. La lista unitaria consiguió alrededor de 2.500 votos. De haber habido acuerdo habría sido posible contar al menos con unos tres concejales...El caso fue que desde entonces la izquierda radical, que tan potente había sido en el movimiento vecinal, no hizo más que declinar. 
Víctor, era un militante revolucionario sencillo y rotundo que no se andaba con rodeos a la hora de escribir. Recuerdo que para el programa de las elecciones sindicales de la Llobet en 1980, el espacio dedicado al mismo no ocupaba más de siete líneas de un folio. Después de explicar brevemente las principales reivindicaciones, como el aumento de salarios, la reducción de jornada, la lucha contra los ritmos de trabajo etc., acababa con un rotundo "pero todo esto no será posible si no acabamos con el capitalismo". 
En el año 1980, los trabajadores de la Llobet llevaron a cabo una huelga durísima de más de 50 días luchando para mejorar el pacto que tenían suplementario del convenio del Metal. Recuerdo que el responsable de Acción Sindical de la Ejecutiva del Metal de Barcelona, en una reunión de este órgano, hablando sobre la huelga de Llobet, exclamó: "Esto es inaudito. Llevan más de 50 días de huelga y no han pedido ni la mediación a la Inspección de Trabajo. ¡Esperan que la empresa se arrodille y admita todas sus exigencias!" 

La imagen militante de Víctor figura en la portada de la primera (y pésima) edición de mi libro Nuestros viejos: problemas y alternativas (Hacer, Barcelona, 1981). Recoge la imagen de una manifestación de los jubilados y pensionistas entre los que trabajábamos junto con Francesc Pedra, el Pedro, un anciano que era abuelo de una familia en la que todos los jóvenes eran de la Liga, y una monja seglar. La instantánea recoge el momento en el que Víctor ayuda a un anciano, que apenas se sostiene, a seguir en la manifestación. Aquel anciano era toda una leyenda. Estaba fatal pero no se perdía ninguna asamblea ni manifestación, a veces con los camilleros de las ambulancias, o con los hijos, a los que de alguna manera obligaba a participar. En mi memoria data como un cenetista, pero la verdad es que era hombre de pocas palabras, y uno siempre tenía mil cosas que hacer, y no me detuve a grabar unas entrevistas de alguien que, de buen seguro, tenía muchas cosas que contar. Sí recuerdo que después de algunas de mis peroratas, el hombre me cogía de la mano para mostrarme su coincidencia con lo dicho que por entonces a muchos les sonaba a pólvora. 
Víctor era de los que abordaban las convocatorias de huelga general desde el punto de mira, de crear el mayor número de piquetes posibles. Con su experiencia y su vehemencia, ya estaba hecho a presidir en huelgas, algunas como la del pequeño Metal o en la de Cardellach. Esta última estuvo repleta de audacias, en la que los trabajadores ocuparon diversos edificios públicos, obligando a la prensa a hablar de sus reivindicaciones cuando lo normal era el más absoluto silencio. Era de los que, si llegabas tarde te decían sin tapujos,  Y tú, ¿dónde leches te has metido?  En esos días Víctor, como tantos otros militantes obreros curtidos, se crecía. Aún en los tiempos más regresivos, nunca dejó de hacer sus cosas, sus boletines, sus arengas poéticas. Había aprendido a no hacerse demasiadas ilusiones, pero le bastaba con que se moviera una brizna de hierba para hacerse notar. A veces, ni eso. Pero allí estaba en las escasas asambleas sindicales, y cuando creían que todo estaba dicho, Víctor levantaba la mano. Era cuando los burócratas de turno mascullaban entre dientes… 
Montero cuenta que en agosto de 1983 se casó con Marutxa, y después de 6 años de vivir con él en su casa, se marchó a Cornellá, a un piso que alquilaron, y allí, en 1985, nació su hijo Dani. 
A finales de 1983, la Llobet decidió cerrar. Después de una lucha de resistencia de unos 9 meses en julio de 1984, quedó despedida toda la plantilla. Esto le supuso a Víctor, un enorme trauma al quedarse sin un trabajo. Entonces tuvo que rehacer su vida, buscarse una nueva faena, para lo cual estuvo estudiando para asistente social. Finalmente empezar a trabajar en la residencia de ancianos de Pubilla, creada en no poca medida por algunas de las personas del barrio que habían destacado en

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