Algunas notas incompletas sobre Trotsky visto
desde el cine
En otros trabajos nos hemos referidos al lugar
de Trotsky en el debate sobre el papel del cine en la URSS en 1923, así como a
algunos episodios de su biografía sobre los que existe una proyección
cinematográfica. Llama la atención que estos episodios sean dos, que en el
primero, el que trata de la revolución de Octubre, el punto determinante sea el
escamoteo de su presencia, reducida al mínimo por motivos complementarios (por
imperativo de Stalin en 1927 y por censura en el caso de Reds…El segundo trata de su asesinato. Luego hay cosas aquí y allá.
No tengo constancia de que exista ningún trabajo
desde este punto de vista, que de hacerse escrupulosamente tendrá que ser con
más medios, con más de un autor ya que estamos hablando de referencias más bien
episódicas, de un personaje sobre el que cabían pocas bromas como queda claro
en la famosa novela de Milan Kundera, sobre la que volveremos.
Haciendo un somero repaso sobre el apartado más
tangencial sobre algunas de las más singulares conexiones de Trotsky con el
cine, podemos comenzar por referirnos, a modo de anécdota, a la
existencia de una lejana noticia de prensa. En concreto, servidor recuerda una plana del diario
barcelonés La Vanguardia, allá por la mitad de los años sesenta.
Lo único cierto es que en su momento el propio Trotsky se creyó
obligado a hacer desmentido, nunca trabajó en Hollywood ni en sus
alrededor, lo cual no excluye claro está, que lo hiciera alguien muy parecido,
esta semejanza hizo que muchos diarios atestiguaran su presencia en tal o cual
país allá por los años treinta. Como ilustración se ofrecía
un fotograma en el un ignoto actor
"podía ser" el famoso revolucionario, un
detalle que simplemente podía sustentarse en la mera coincidencia de una
semejanza física, pero para la que no existió ocasión ya que en su breve pasaje
por los Estados Unidos. Previamente, Trotsky había sido expulsado por la
policía francesa en la frontera española, inicio de una breve experiencia sobre
la que escribió un pequeño opúsculo, Mis
peripecias en España.
Cortado el camino francés en su tentativa de
volver a Rusia, Trotsky tuvo que coger un barco hacia los Estados Unidos. En
este barco coincidió con, Arthur Cravan, uno de los “padres” del surrealismo,
personaje que ha servido como base para un documental, Cravan versus Cravan (Isaki Lacuesta, España, 2002).
Sin embargo, su pasaje por los Estados unidos no
pasó desapercibida para el cine como lo
demuestra su singular presencia en una escena clave de un lejano
"thriller" con fondo edulcorado e edificante del que apenas si se
salva el buen hacer de los actores. Se trata de Manhattan melodrama
(USA, 1934), dirigido sin demasiada convicción por W.S. Van Dyke, y que
aquí se emitió por TV con el título de El
enemigo publico numero 1. La trama enfrenta a dos grandes
amigos, uno (Clark Gable) que escoge convertirse en gángster, el
otro (Willian Powell), en abogado al favor de la ley. El factor que
provoca que el personaje representado por Gable opte por el mal camino viene
determinado por un incidente en su niñez, en una especie de prólogo en
que el papel es interpretado por un todavía bisoño Mickey Rooney. La tragedia
tiene lugar en un parque público de Manhattan, a continuación de un tumulto
ocasionado por un mitin cuyo orador se dice que es Trotsky, un nombre que es
maldecido por el muchacho que se queda huérfano. De esta manera queda
clara que la responsabilidad de dicha orfandad recae sobre Trotsky,
fabricante de huérfanos, y desde luego, no sobre la policía de la que se podía
suponer autora directa del infortunado disparo. Todo un dardo que por más que
carezca de la menor verosimilitud no por ello dejaría de ofrecer a parte del
público una connotación fatídica sobre el personaje.
Todavía más disparatada, aunque más benévola es
la ocurrencia del gran Ernest Lubitsch en Lo
que piensan las mujeres (That
Uncertain eeling). USA, 1941), una de las comedias menos
celebradas y desde luego a años luz de Ser
o no ser (To be or no to
be, USA, 1942), una de las mayores y más corrosivas sátiras que se ha hecho
contra el nazismo desde el cine. Lo
que piensan... fue una suerte de (auto) “remake” de Divorciémonos (Kiss me again, 1925). Su
trama, propia de un enredo de vodevil con sus clásicas escenas de puertas que
se cierran y se abren, resulta ser difusamente feminista y está sazonada con un
grupo de personajes más o menos extravagantes entre los que se cuenta Harry
Davenport, un secundario larguirucho que en este caso interpreta a un vago
nihilista cuya divisa provocadora -–y no se nos dice porqué- es
"!Viva Trotsky¡".
Mayor calado tiene la referencia explicitada en El grupo (The group) USA,
1966, irregular título del notable Sidney Lumet uno de los directores más
comprometidos con un cine de denuncias desde que realizó Doce hombres sin piedad. Aunque
sus mejores títulos apuntan contra la corrupción policial, cuenta también con
una obra, Daniel (USA, 1983), que aborda una de
las "páginas negras" de la historia política norteamericano: el caso
del matrimonio Rosenberg, asesinados por “espiar” a favor de la URSS. Volviendo a El grupo, digamos que se trata
de una --muy sintética-- adaptación de la extensa novela autobiográfica
de Mary Mac Carthy, novelista izquierdista norteamericana que en los años
treinta estuvo ligada a la célebre revista Partisan Review, afín al
SWP. Uno de los personajes secundarios de la trama resulta ser un
lúcido y bondadoso sastre judío que habla con entusiasmo de Trotsky, lo que no
supone más que un apunte de una referencia que naturalmente, queda muchísimo
más precisada en la obra original.
Algo no muy diferente ocurre en Enemigo, A Love story (Enemies, a love story, USA,
1989), adaptación de la novela del prestigioso Nobel hebreo Isaac B.
Singer que puede contarse entre lo mejor del muy irregular Paul Mazursky,
una melodramática historia de un polígamo cuya primera esposa (Anjelica Huston)
reaparece en la vida del protagonista (Ron Silver) en los Estados Unidos
reclamando sus derechos, a lo que éste le responde, "¿Pero, tú no eras antes
trotskista?", insinuando tanto una historia de luchas sociales en
Europa del Este como para puntualizar que con desde esta ideología no es propio
efectuar una reclamación de derechos conyugales. El concepto también
aparece en algunas de las películas de Woody Allen como en El dormilón.
Considerando las grandes dificultades de
distribución del cine latinoamericano por estos lares, resulta mucho más arduo
“catalogar” las películas que, de una manera u otra, hacen referencias a tal o
cual expresión del “trotskismo” en la pantalla, pero aunque sea muy someramente
cabría llamar la atención de algunos títulos como Memorias de la cárcel
(Memorias do cárcere, Brasil,
1984), una de las películas más reputadas de Nelson Pereira dos
Santos (Sao Paolo, 1928), responsable de algunos de los títulos más destacados
del cine brasileño, entre los que se cuenta esta adaptación de la novela
homónima de Graciliano Ramos que evoca, también en clave
autobiográfica, los años pasado en prisión por un inquieto intelectual
izquierdista bajo la dictadura de Getulio Vargas. Uno de los temas
que se debaten entre los barrotes oponen al “trotskismo” y al estalinismo, eco
evidente del existente dentro de la izquierda brasileña, algunos de cuyos
problemas básicos resultan analizados con detenimiento a lo largo de la
película.
En Europa la representación –y el conocimiento-
es mucho más amplia, y así de entrada podemos recordar que en una de las
constantes bromas de cariz surrealista que Buñuel inserta en El discreto encanto de la burguesía (Le charme discret de la bourgeoise,
Francia, 1972), aparecen unos “flics” leyendo el –entonces- diario de la LCR francesa, Rouge, lo cual se puede
interpretar del derecho o al revés. Por la misma época, el cine italiano
ofrece también algunas pinceladas, como la presente en Un ciudadano
fuera de toda sospecha (Indagine
su un cittadino al di sopra di ogni sospetto), un alegato contra la
impunidad de la policía italiana que fue distinguido con el Oscar a la Mejor Película de
Lengua en 1970, Elio Petri anota algún que otro “¡Viva Trotsky!” en los muros
pintados por las manifestaciones estudiantiles que el retorcido comisario
interpretado por Gian Mª Volonté se esfuerza por reprimir lo más duramente
posible. En clave jocosa también se emplea en Mimi
metalúrgico herido en su honor (Italia,
1972), exitosa película de Lina Westmüller en la que un pícaro proletario, Mimi
(Giancarlo Giannini), pone cara de asombro cuando su amiguita estudiante
(Mariangela Melato) la habla de “los trotskistas”, a los que define como la
izquierda de la izquierda, un lugar de difícil comprensión para Mimi que apenas
si acababa de enterar que existía la izquierda, un estupor por cierto muy
habitual en nuestros lares, sobre todo en provincias donde lo de ser “comunista”
ya aparecía como el colmo…
En Abril (Aprile, 1998), unos brillantes
“apuntes” sobre la vida italiana efectuado por el inquieto Nanni Moretti
después de Caro diario. En lo que puede considerarse como un indignado
alegato contra el “Olivo” contra la blandura de la izquierda transformada
(Moretti se muestra indignado porque D´ Alema no contesta a Berlusconi),
Moretti nos ofrece entre sus personajes más ricos y entrañables un
inolvidable pastelero “trotskista”, especialmente cascarrabias y
lúcido… La lista de referencias cuenta con otro caso bastante singular: podría
ampliarse con otras conexiones en general bastante periféricas,
como lo puede ser la inspiración que Trotsky (junto con el escritor
judío italiano Primo Levi), facilitó al director y actor Roberto
Benigni a la hora de idear el guión de La
vida es bella, Palma de Oro en el Festival de
Cannes de 1998, y que se refiere a una frase del "Testamento"
en la que Trotsky afirma que a pesar de todo “la vida es bella”, escrita
justamente cuando el cerco de Stalin, después de acabar con
sus hijos, familiares y amigos, se va cerniendo sobre él.
Naturalmente, la idea de adecuar este planteamiento de optimismo cuando el
abismo ya es una realidad al caso del “holocausto” resulta bastante controvertida.
En esto último, obviamente nada tiene que ver
Trotsky, aunque ya que estamos en ello no estaría de más recordar que la Cuarta Internacional
fue una de las escasas excepciones de denuncia y de actividad solidaria con los
hebreos perseguidos, no en vano tanto Trotsky como una parte importante
de la militancia cuartista era de origen judío. Tampoco tiene nada que ver
Trotsky con la campaña de la que se hizo eco la prensa internacional orquestada
por una Fundación anticomunista –-animada por Stephen Schwartz, un
trotskomunista “arrepentido”-- contra la candidatura al Oscar de película El cartero y Pablo Neruda (Michael Radford, Italia-Gran Bretaña,
1997), arguyendo que, entre otras acciones ensuciadas por el estalinismo,
Neruda firmó --lo cual es cierto-- un manifiesto por la libertad del
muralista David Alfaro Siqueiros, responsable directo del atentado contra
Trotsky que precedió la acción criminal de Ramón Mercader.
También se puede hablar de
connotaciones "trotskianas" en La
broma (Zert)
Checoslovaquia, 1968), una notable adaptación de la primera
novela de Milan Kundera efectuada por Jaron Jires, uno de los cineastas más
representativo del gran cine checoslovaco que precedió y acompañó la “primavera
de Praga”, en cuyo contexto fue posible esta película, muy habitual en las
actividades cineclubista en pasadas centurias, fuera de Checoslovaquia por
supuesto. Es considerada “como una obra madura, densa y corrosiva que
narra las peripecias de un joven comunista, expulsado y de la Universidad por una
pequeña falta…” (Diccionario del cine, Ed. Rialp, Madrid, 1991).
Esta pequeña falta no es otra que haber enviado a su novia
comunista una postal con un "¡Viva Trotsky!".
Un detalle nada banal considerando que en agosto de 1968, las tropas soviéticas
invadían Checoslovaquia, y ponía punto final a la última experiencia de
instaurar las libertades en el seno de una economía social planificada. Por
cierto, dicha invasión sería justificada por el siniestro Leonidas Breznev como
una medida preventiva contra una hipotética “conspiración trotskista".
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