El hilo rojo
de Jack London
La vida y la obra de Jack London son
dos aspectos estrechamente interrelacionados. Su obra es antes que nada un
testimonio de su propia existencia, y en hasta en las novelas más imaginativas
se puede encontrar la huella de su propia pisada. La suya es una vida corta (40
años), pero vivida con una enorme intensidad. El secreto de esta intensidad
radica especialmente en un tormentoso afán de liberación personal y social en
la que por más que se puedan subrayar aspectos muy contradictorios y oscuros,
el más penoso de todo sería quizás su racismo, su adopción de los criterios de
Kipling sobre la supremacía del hombre blanco (1), hay un hilo rojo que emerge
cuando se convierte en un muchacho socialista de la bahía de Oakland, y
concluye con su muerte, con un testamento en el que deja patenta su decepción
ante el curso “socialdemócrata” del partido socialista que había ayudado a
crear en los tiempos de Eugene V. Debs, su mayor ídolo político (2).
Esta intensidad existencial se desprende fácilmente de los siguientes
datos: en los últimos 16 años de su vida fue el autor de 19 novelas, 18
colecciones de cuentos y artículos (157 en total), 3 dramas y 8 libros
autobiográficos y de sociología. Casi un siglo después de su prematura muerte, London
es un clásico de la literatura norteamericana, un escritor emblemático del
historial del movimiento obrero y socialista, sus obras siguen todavía vivas en
las librerías, dan lugar a nuevas y
diversas adaptaciones cinematográficas, y el personaje sigue atrayendo a
biógrafos y ensayistas (3).
Aunque no han faltado
críticos que consideran su obra como irregular, desmañada, y lo han tachado de
novelista de escasos vuelos, no es menos cierto que existen muchos más que
afirman todo lo contrario, aunque es evidente que a nadie le es indiferente, y
tampoco nadie asume su legado en toda su integridad, resulta pues obligatorio
matizar o separar. Admirado a lo largo de los tiempos por gente tan diversa
como Anatole France, Lenin, John Steinbeck, Trotsky. Hemingway, Orwell o, Jack
Kerouac, etc; London inspiró al "Che" Guevara el que el héroe
guerrillero creyó que sería su último pensamiento: "La única visión que
recuerdo", escribirá hablando de un momento en el que estando herida es
cercado por las tropas de Batista Y busca la mejor manera de morir, y se le
presenta la imagen de un personaje de London acosado por la agonía, se sostiene
sobre un árbol y "se dispone a terminar su vida con dignidad".
Pensamos que no es abusivo pensar que al propio London le habría fascinado
también un personaje como el "Che", con el que compartió la
admiración de la juventud norteamericana de los años sesenta, justamente la
década en que su “obra social” fue reedescubierta.
Así pues, London fue para varias generaciones
de inconformistas, alguien reconocido por su dimensión radical y socialista,
del novelista que respondía a todas las cartas en las que siempre se despedía
diciendo: “Con Usted por la
Revolución”.
La mayor compilación de las cartas de Jack London —más de mil
quinientas— complementan tres volúmenes en los que se reúnen escritos desde la
juventud hasta la víspera de su fallecimiento.
De todas ellas se desprende tanto su gusto por el debate y la
controversia –le encantaba “asustar” a los burgueses- como una imperiosa
necesidad de comunicación. Era ya el escritor mejor pagada de los estados
finidos cuando escribe a una trabajador: “Querido camarada: No puedo leer tu
carta. He malgastado veinte minutos, me he gastado la vista y he perdido la
paciencia sin lograr entender qué has escrito. Inténtalo de nuevo y procura
hacer una letra más legible. Sinceramente tuyo, Jack London. P. D. Ni siquiera
puedo descifrar tu nombre”.
London creció
en Oakland, y sus alrededores. Su madre fue Flora Wellman, una mujercita ajena y extraña, consagrada al
espiritualismo y fue cuidado por una “mammy” de color. Su padre oficial, John
London, fue un trabajador de origen checoslovaco (el escritor comunista Arthur
London era pariente cercano suyo) muy
noblote que trabajó hasta el fin de sus días como sereno en los muelles de
Oakland. El “tabú” familiar residía en el hecho de que el que el verdadero
padre de Jack era según todos los indicios William Chaney, un astrólogo
itinerante, estafador y charlatán que vivió en concubinato con Flora Wellman hasta
que la abandonó cuando esta quedó
embarazada. Cuando su hijo se enteró de ello y le escribió, pero Chaney lo negó
todo, pero no era nada de fiar. Estos orígenes “bastardos” de London permanecieron dormidos para resurgir en una
adolescencia especialmente furiosa contra el orden establecido comenzando por
los grandes tiburones que estaban imponiéndose en la “lucha por la vida”. Son tiempos
no tan diferentes como nos quieren hacer creer a los de aquel London
considerado como "muy peligroso" por las autoridades de su país y
escribió numerosos libros "subversivos", en particular una obra que
figura por derecho propio entre las clásicas de la literatura revolucionaria; Gente
del abismo, que fue editada en la colección de clásicos con un prólogo del
autor de estas líneas.
En sus constantes peroratas como
agitador y propagan dista del socialismo, London fue consecuente con una idea
que aprendió en el Manifiesto Comunista,
y según la cual los socialistas deben de hablar sin ocultar sus objetivos y sus
puntos de vistas. Llevó adelante esta premisa a las calles de las grandes urbes
norteamericanas y a los salones donde los grandes burgueses le invitaron en
honor a su prestigio como literato. Así, en 1905, y delante del
"tout" San Francisco, London proclamó cosas como las siguientes:
"¡Nada de una parte!. Necesitamos todo lo que poséis. No nos conformaremos
con menos. Queremos llevar las riendas del poder y el destino de género humano.
¡Mirad nuestras manos!. Os quitaremos vuestro gobierno, vuestros palacios y
toda vuestra dorada riqueza, y llegará el día en que tendréis que trabajar con
vuestras propias manos para ganaros el pan como hace el campesino en; el campo
o el botones consumido en vuestra metrópolis. Mirad nuestras manos, miradlas
bien: ¡Son manos fuertes!".
Estas palabras tienen plena vigencia hoy en día, reflejan de
alguna manera el sentimiento y el sueño de millones de seres por que
desaparezca de una vez el sistema capitalista, basado desde su origen en la
injusta explotación del trabajo humano, el ansia de lucro ilimitado y el
expolio destructor de los bienes de la Tierra. Sí esto ha podido ser ocultado por
ocultado en fases integradoras como la última –integración acentuada por la
descomposición del sistema burocrático en el Este, y por la involución de las
viejas izquierdas con las que London se mostrará despiadado en el talón de
hierro-, ahora resulta patente el mal social y ecológico que ha causado. London
representó con potencia una de las alternativas históricas que propugnaban la
llamada a la “revolución social”, la socialista del “sueño” de eugene V. Debs,
y que, después de toda clase de vicisitudes, acabaría formando parte de la
misma enfermedad. Arruinada por el
señuelo del consumismo –en realidad de las conquistas parciales del movimiento
obrero y popular- tras siglos de miseria y, del sometimiento a los “principios”
de la “libre empresa” y de una competitividad salvaje que con su egoísmo
propietario ha llegado a asimilar a una izquierda “realmente existente”
encerrada en el juego de la gestión leal.
En estos últimos tiempos, el triunfal.-capitalismo retomó
algunos de sus viejos trajes como el del darwinismo social en consonancia con
la el conservadurismo religioso y nacionalista, ese maridaje que del
liberalismo neocon al que se
adaptaría el neofranqusmo sin la menor dificultad, y desde el cual se auguraba
nada menos que el fin de la
Historia. La economía capitalista respondería a la
“naturaleza de las cosas”, y l lógica de la cima y el abismo social a los que
se solía referir London, se habrían impuesto como algo natural. Como parte de
esa lógica mediática en la que los grandes beneficios resultan inocentes de las
miserias extremas, lo mismo que los grandes negocios se entienden como éxito
social en tanto que las movilizaciones de los de abajo suelen ser tratada como
sucesos, como actitudes irresponsables que atentan contra el orden cuando no
contra la democracia…
Hay un London que habló de todo
esto, un militante que sentía que la revolución "aquí y ahora" y que
se despedía en sus cartas con las siguientes palabras: “Con Usted por la Revolución” (3). Se dice que London se contradijo
desde el momento en que dejó de ser un paria, un vagabundo y un proletario,
para ser un intelectual. No creo que se pueda llamar a eso deserción, aunque el
mismo lo apunta en una de sus narraciones, concretamente en El renegado. El London escritor se forjó
en el London proletario. Fue trabajando
en condiciones de semiesclavitud como se forjó leyendo y reescribiendo la obra
de los maestros, así lo cuenta en Martin
Eden, cuyo nombre es paradigma del proletario que accede a las Letras, un
lugar muy estrecho en el que caben muy pocos ejemplares: Máximo Gorki, Panait
Istrati, Miguel Hernández…Nadie habría seguido haciendo trabajos embrutecedores
sí tenía la oportunidad de una realización personal, la del escritor. Pero al
mismo tiempo London continuó con su militancia socialista en la tendencia de
Eugene V. Debs, siguió con sus discursos airados, y lo que es más importante,
con sus aportaciones subversivas.
Como parte de esa militancia en la
que persistió hasta las vísperas de su muerte, justo después de una renuncia en
la que London a pesar de sus contradicciones, ajustó sus cuentas con una
socialdemocracia que no lo estaba dejando de ser, se insertan obras como las ya
mencionadas, como estos escritos que el
lector tiene en sus manos, y también una auténtica pesadilla que tituló El talón de hierro (4), sobre la que hemos anexado unas consideraciones de Trotsky
escritas décadas más tarde, y que revelan todo lo que London tuvo de
visionario…
Decíamos que London era tanto su
obra como su vida. Una vida vivida bajo el signo de lo “novelesco", de la
aventura. London, por el contrario, apenas sí escribió nada que no hubiera,
vivido directamente o muy de cerca, y su fantasía es una prolongación de una
realidad inmediata o estrechamente: relacionada con el mundo en que le tocado
vivir. En su devenir de aventurero encontramos grandes capítulos que pueden ser
catalogados como "inolvidables" por sus lectores cuando fue el
"Príncipe" de los ladrones de bancos de ostras, cuando viajó al
Klondike en busca de oro y encontró el primer filón de su inspiración, cuando
recorrió Estados Unidos, y Canadá como un vagabundo, etc. Más allá de la
literatura y del socialismo, hay en London un concepto existencial muy singular
y que le hace ser en buena medida lo que fue. Se trata del concepto de que la
vida tiene que ser vivida intensamente y que hay que despreciarlas
adversidades. Su secreto es la pasión y la energía acumuladas en un cuerpo
rebosante de vitalidad creadora. Pasión energía que empleará constantemente
contra la adversidad desde su más pronta infancia en la que se inicia en la
lucha por salir de la fosa social. Lo consiguió duramente, y a pesar de haberse
convertido en uno de los escritores más aclamados y mejor pagados, su vida
siguió siendo un desafío.
Un desafío que se trasluce en estos escritos reunidos en esta antología
socialista, a la que se le ha añadido El
amor a la vida, una de sus narraciones más representativas y sobre la cual
Nadie Krupskaya contó en sus memorias que entusiasmó a un Lenin moribundo que pidió otra, pero la elección no sería muy
afortunada porque cuando comenzó a escucharla hizo un gesto con la mano para
que dejaran la lectura. Se trata de una serie de textos muy importantes en su biografía,
y en los que London da cumplida cuenta de su origen social, de su opción
política, y de cuales fueron sus argumentos marxistas. Junto con los
periodísticos hemos añadido dos narraciones –La fuerza de los fuertes y El
sueño de Debs- en los que el
“mensaje” toma la forma de una ficción. El conjunto se cierra con una
aproximación a la filmografía de Jack London, una curiosidad que, entre otras
cosas, revela como london ha sido asimilado, pero que también deja constancia
de magníficas adaptaciones que merecen ser conocidas y disfrutadas por los
lectores y lectoras de London que siguen renovándose, y a los que al igual que
a él, les ha tocado vivir unos tiempos de ira.
Las
depresiones económicas de la época condicionaron los años de adolescencia del
autor. Trabajaba largas jornadas en una fábrica de conserva y en una hilandería
de yute. Pendenciero y con prisa por madurar, adoptó la viril costumbre de
beber en los
bares de los muelles de Oakland. Se convirtió en un experto navegante en embarcaciones de poco calado, y a bordo de un pequeño esquife
solía saquear los bancos ostras de South Bay. A los 17 años se embarcó como
recio marinero en una goleta rumbo a Japón, las islas Bokin y el mar de
Bering. A su regreso, estuvo traspalando carbón durante 10 horas diarias para la
compañía Electric Railway que unía Oakland, San Leandro y Hayward. Luego volvió a vagabundear. uniéndose en esta ocasión al contingente occidental del Coxey’s Army, una marcha de desempleos sobre Washington, que abandonó al llegar
a Missouri para continuar solo hasta Buffalo, donde lo arrestaron por vagancia y cumplió una sentencia de 30 días de cárcel, que se seguramente incluyó violación sexual a manos de os presos.
bares de los muelles de Oakland. Se convirtió en un experto navegante en embarcaciones de poco calado, y a bordo de un pequeño esquife
solía saquear los bancos ostras de South Bay. A los 17 años se embarcó como
recio marinero en una goleta rumbo a Japón, las islas Bokin y el mar de
Bering. A su regreso, estuvo traspalando carbón durante 10 horas diarias para la
compañía Electric Railway que unía Oakland, San Leandro y Hayward. Luego volvió a vagabundear. uniéndose en esta ocasión al contingente occidental del Coxey’s Army, una marcha de desempleos sobre Washington, que abandonó al llegar
a Missouri para continuar solo hasta Buffalo, donde lo arrestaron por vagancia y cumplió una sentencia de 30 días de cárcel, que se seguramente incluyó violación sexual a manos de os presos.
Al
regresar a su hogar, juró que saldría de la pobreza, de las labores serviles y
de la degradación social que él denominaba “el pozo social”. Desde su niñez había
sido un gran lector de ficción, filosofía, poesía, teoría política..., de todo,
en suma. Ahora veía en los libros el medio para alcanzar la liberación. Se afilió a una sociedad dedicada a los debates
e hizo amigos entre los socialistas calidad. Jack era un muchacho rubio, bien parecido
y fornido, con grandes ojos azules, recia mandíbula y gran energía espiritual,
que la gente encontraba carismática. Sus mejores amigos eran los hermanos Ted y
Mabel Applegarth cuya instrucción, modales y vestimenta podían considerarse
ligeramente superiores a los suyos. De ellos ser más cortés y delicado, y
comenzó a cortejar a Mabel.
El joven
se convirtió en un popular orador del Partido Obrero Socialista. Tras leer a
Marx había llegado a la conclusión de que los males que aquejaban a las clases
más bajas podían ser eliminados a menos que se produjese, como mínimo, una revolución en el sistema económico norteamericano. [...].Pero en realidad no era un chico precoz; a sus veinte años había vivido lo suficiente como para tener experiencia (y, con ella, la confianza en sí mismo) de un hombre que le doblara la edad. Finalmente, fue el ritmo acelerado lo que constituyó el genio de su vida, y su tormento.
Hay algo más: era de acción rápida y saltó sobre la historia de su tiempo como un hombre sobre el lomo de un caballo. Al llegar a San Francisco la fiebre del oro, él la contrajo, y socialista o no, se unió a la carrera precipitada hacia el Klondike, para hacer fortuna.
más bajas podían ser eliminados a menos que se produjese, como mínimo, una revolución en el sistema económico norteamericano. [...].Pero en realidad no era un chico precoz; a sus veinte años había vivido lo suficiente como para tener experiencia (y, con ella, la confianza en sí mismo) de un hombre que le doblara la edad. Finalmente, fue el ritmo acelerado lo que constituyó el genio de su vida, y su tormento.
Hay algo más: era de acción rápida y saltó sobre la historia de su tiempo como un hombre sobre el lomo de un caballo. Al llegar a San Francisco la fiebre del oro, él la contrajo, y socialista o no, se unió a la carrera precipitada hacia el Klondike, para hacer fortuna.
Fue
víctima del escorbuto, y en vez de separar el oro en la gamella, estuvo
reponiéndose en los bares de Dawson, mientras escuchaba los relatos de los
veteranos en esas lides. Allí, en medio de las penalidades y el frío más
riguroso, tenía lugar la fabulosa aventura vital que se adaptaba a sus teorías.
En la primavera del año siguiente, parcialmente curado del escorbuto y.
totalmente de la fiebre del oro, descendió por el Yukon en una balsa y regresó
en buque de vapor a San Francisco, con cuatro dólares y medio en polvo de oro,
como premio a sus esfuerzos.
Completamente
convencido de que, a pesar de los pesares, se tenía que convertir en un escritor
profesional como los que tanto admiraba, Jack escrutaba los relatos que le
gustaban, y quitándole horas al sueño mientras desarrollaba faenas laborales
especialmente duras, se dedicaba a copiarlos a mano para aprender cómo estaban
estructurados, y luego, con estos ejemplos en mente, escribía sus propias narraciones
a su manera; nadie le pudo acusar nunca de plagiar a sus maestros. Enviaba por
correo tanto material a las revistas que tuvo que ordenar un sistema de
control con tal de seguirles el rastro. Cierto,
las devoluciones eran continúas, pero al cabo de un año logró vender al Atlantic
Monbly un cuento cuya acción transcurría en la región septentrional, y de
esta manera comenzó su carrera. En 1890 publicó su primera antología de relatos
cortos, The Son of the Wolf y,
fiel a la rauda metamorfosis en la que
la que estaba empeñado, al cabo de sólo cuatro años pasaba a ser el escritor
más famoso del joven país. También pasó a ser el escritor mejor pagado, pero,
para sorpresa de la gente instalada,
nada de eso rebajó su ideario socialista.
Donde otros
se habrían sentido hijos de la fortuna y habrían tratado de apartarse de su
origen social, London no mostró en su
densa correspondencia el menor estupor
ni tampoco especial acrecimiento por la fama y los beneficios de estas, por el contrario, se sentía que era algo que
le correspondía por su talento y esfuerzo. No le habían dado nada que no
hubiese ganado con su propio esfuerzo. Se adaptó a la nueva situación con toda
naturalidad. Algo tendría que ver aquí las lecturas de Nietzsche, y su
convicción de que la voluntad era la mayor de las virtudes, la que hacía
funcionar todas las otras. Estaba
convencido de que su vida era como una prueba manifiesta de que era portador de una voluntad enorme,
una voluntad a la que no era en absoluto ajena la indignación social y la
utopía. No era otra cosa lo que siempre aconseja cuando con una paciencia –muy
poco común-, recomendaba a todos los que le pedían consejo lo mismo: trabajar,
trabajar, trabajar…
Las
opiniones inflexibles de Jack London sobre la lucha de clases se extendían a
las relaciones ente los sexos. Como buen materia lista no creía en los idilios
amorosos. Poco antes la cumbre de su carrera como escritor, abandonó a la dulce
y (según pensaba ahora) superficial Mabel Applegarth, y perdió cabeza por una
mujer inteligente y progresista llamada Anna Strunsky, miembro de un grupo de
bohemios, artistas, escritores e intelectuales del área de la bahía de San
Francisco conocido como The Crows. Sin embargo, se casó con una burguesa a
quien no amaba, Bessie Mae Maddern, porque consideró que serían unos buenos
padres biológicos, y que ella le proporcionaría el hogar y la estabilidad que
necesitaba para protegerse de la voracidad de sus apetitos y la impetuosidad de
su temperamento.
Era
inevitable, pues, que siguiera con sus amoríos. En 1903, siendo ya padre de dos
niñas biológicamente fidedignas, Joan y Becky, Jack se enamoró de Charmian
Kittredge, editora y amante de la vida al aire libre También ella era miembro
de The Crowd, si bien destacaba menos que Anna Strunsky y el mismo Jack. Bess
Madernjpc1ía evitar sentirse celosa por el tiempo que su esposo pasaba lejos
del hogar mientras ella se dedicaba fielmente al cuidado y crianza de sus hijas
En 1905,
el divorcio del famoso escritor de una esposa con la que tenía dos hijas
pequeñas y su posterior casamiento con una mujer, Charmian, de ideas avanzadas,
que montaba a caballo a horcajadas y se mantenía a sí misma trabajando en una
oficina, ocupó los titulares de todos los periódicos e hizo sacudir la cabeza a
los editorialistas. Sin embargo, el matrimonio de Jack con Charmian London
duraría hasta la muerte d aquél, 11 años más tarde, y el nivel de intensidad emocional
que lo caracterizó indicaba que era una verdadera pareja. [...]
Charmian
London hizo frente a todos los desafíos que su matrimonio que Jack London le
planteaba. El creía las pruebas físicas; y su esposa solía calzar los guantes
de boxeo y combatir con él. Charmian fue su redactora y mecanógrafa,
responsable de la tromba diaria de palabras que nacía e su plumi1uyeno la
correspondencia. Cuando se produjo el terremoto de San Francisco, ella acompañó
a su esposo desde Oakland ante el deseo de éste de recorrer las calles y
observar los edificios derruidos
y en llamas. Mediante su casamiento, Jack racionalizó de alguna manera su idea de
llevar una vida de cruzado del socialismo hasta el punto de necesitar hacer un viaje en barco alrededor del mundo, como Joshua Slocum. Charmian partió con él a través del Pacifico en un queche funesto y mal construido, que él mismo había proyectado, el Snark, y demostró ser una intrépida navegante cuya capacidad física y mental para resistir los embates del océano era suprior a la de su esposo.
y en llamas. Mediante su casamiento, Jack racionalizó de alguna manera su idea de
llevar una vida de cruzado del socialismo hasta el punto de necesitar hacer un viaje en barco alrededor del mundo, como Joshua Slocum. Charmian partió con él a través del Pacifico en un queche funesto y mal construido, que él mismo había proyectado, el Snark, y demostró ser una intrépida navegante cuya capacidad física y mental para resistir los embates del océano era suprior a la de su esposo.
Charmian
perdió dos hijos al dar a luz, uno a causa de la negligencia del médico
partero, y escribió sobre esos infortunios con honestidad y conmovedora dignidad.
Era, de hecho, una escritora muy buena, y su Log of the Snark, así como The
Book of Jack London, una obra menor escrita al enviudar, puede leerse con interés aún hoy. Para él fue
una musa inspiradora que le sirvió como modelo de varios de sus personajes
femeninos, por ejemplo Paula, la heroína de su última novela Little Lady of the
Big House.
A pesar de
ello, empero, no fue un matrimonio de seres semejantes. En julio de 1903,
durante su primer período pasional, Jack escribió a Charmian una carta
peculiar. En ella le contaba un sueño recurrente en el cual vivía como un solo
ser con un “gran camarada”, sueño que, según creía, nunca se haría realidad.
“Era evidente que (...) jamás
podría tener la esperanza de encontrar esa camaradería, esa intimidad, esa
simpatía y comprensión mediante las cuales el hombre y yo podríamos fusionamos
y convertirnos en un solo ser para el amor y la vida. ¿De qué modo expresar lo
que quiero decir? Ese hombre tan semejante a mí, que nunca habría un
malentendido entre nosotros (...) Sería
delicado y tierno, valiente y osado, sensible de alma y de cuerpo como el que
más, aguerrido y despreocupado ante el dolor. ¿Te das cuenta, amor mío, del hombre
que trato de describir para tí? (...) ¿No
ves, querida mía, el hombre completo en todos sus aspectos que tengo en mente?”.
Jack la
llamaba “compañera”, y ella, a él, “compañero”, términos extrañamente
primitivos que denotan la forma en que comprendían la modernidad de su
relación. Pero ella encarnaba el ideal —en la medida en que una persona puede
llegar a satisfacer un sueño— que Jack, al parecer, se había formado del hombre
femenino en la estructura de su vida psíquica. Y era esa vida la que ambos
vivían en cuerpo y alma: su obra, sus ideas políticas, sus proyectos y sus
costumbres disolutas, que les llevaban a emprender sus aventuras y constituían
los temas fundamentales del pensamiento de su esposa.
La vida de
Charmian con Jack cubrió el período en que los sueños socialistas de éste se
transformaron en consolaciones idealismo tempestuoso. Fue Charmian quien más
sufrió el final farsesco de los grandiosos planes de Jack. Del mismo modo que
cuando él enfermó en Alaska de escorbuto se vio obligado a pasar un tiempo de
convalecencia, ahora tuvieron que vender el Snark, que era esencialmente
inservible, y embarcarse en un vapor para regresar al hogar con el fin de que
se recuperara de una u otra de sus afecciones cada vez más frecuentes: caries,
dolorosas hemorroides, de una fístula
intestinal, cólicos renales. Se dedicó a dirigir un rancho en el para lo cual
compró enormes extensiones de tierra, crió ganado de raza y reforestó con
vistas a la explotación maderera. Además, se gastó otra fortuna en erigir una
imponente casa solariega construida con piedra del lugar secoya, la Wolf House, que al cabo
de cinco años resultó misteriosamente destruida por el fuego cuando aún no
había sido terminada. La fase final más cruel fue el colapso de sus energías físicas.
Sujeto al ritmo ace1ado de su existencia, como todo cuanto lo rodeaba, al
acercarse a la cuarentena, su salud empeoró rápidamente. Poseía hábitos
alimentarios infames, pues era dado a comer patos crudos, por ejemplo, y era un
bebedor desmedido. Fumaba sin cesar y tomaba narcóticos sin prescripción
facultativa, pues por entonces no existían restricciones legales a su consumo,
para mitigar los terribles dolores intestinales y renales. Sufría de insomnio y
de edema, con lo cual su cuerpo se hinchaba, y la última fotografía que se
conserva de él le muestra con su sombrero a lo Baden-Powell y pantalones de
montar, mirando en dirección a la cámara con un aire de desamparo que recuerda
a una ridícula caricatura del apuesto y joven muchacho socialista, del amante y
del osado pendenciero de su capacidad para vivir realmente en el mundo, para
sacarle el jugo con retraimiento y a menudo mediante temerarios actos de valor,
lo que convirtió a Jack London en el primer héroe escritor de Estados Unidos.
Perro para el lector de su correspondencia resulta aún más evidente que fue un
auténtico hijo de California. Es virtualmente posible trazar un perfil de su
espíritu: a los diecisiete años, se embarca hacia Japón y el mar de Bering.
A los
veintiuno, parte rumbo a los campos auríferos de Alaska. A los ventiocho, cubre
como corresponsal la guerra ruso-japonesa en Corea para la cadena de periódicos
de Hearts. A los treinta y dos, zarpa con Charmian hacia Tahití y las islas
Marquesas, donde seguirá la ruta de Melville hasta el valle del Type. Vivió
durante largos períodos en Hawai, donde hizo amistad con los terratenientes
blancos de Honolulu y los leprosos de Molokai. Los excéntricos escritores de la
generación siguiente a la suya, entre ellos Hemingway y Fitzgerald, se
trasladarían a Europa -a Francia, a España-, pues les desesperaba el
provincianismo norteamericano, pero Jack fue en verdad un provinciano,
perteneciente a la orgullosa estirpe californiana que sabe encontrar su propia
senda hacia la afectación; él vivió sus últimos diez años dedicado a su Beauty
Ranch, en el valle de Sonoma, y desde la bahía de San Francisco hasta el Yukon
y las playas de la Polinesia,
o el Valle de la Luna,
el mundo que hizo suyo fue el que sacudían los terremotos de la cuenca del Pacífico.
Sin duda,
sus viajes y su ferviente fe en la vida basada en el esfuerzo físico
difícilmente habrían dejado de influir a Hemingway, cuya inflexible devoción
las presas varoniles era aún más autoconsciente y, de hecho, una degradación de
la idea en sí, al fijarse, como finalmente hizo, en los deportes y las pruebas
rituales de su virilidad antes que en la abierta confrontación con la
naturaleza: en la nieve, el acarreo; en alta mar, la navegación a vela; en las
islas Solomon, una estancia con los cazadores de cabezas.
La otra ática laboral de la vida de London era la del trabajador independiente. Estaba obligado a escribir para pagar las cuentas, y nunca destruía un buen relato si sabía que podría venderlo. Dondequiera que se encontraba, y por muy atribulado que estuviese, escribía sus mil palabras diarias. Sus cartas, aun en los años en que obtuvo las mayores ganancias, están repletas de baladronadas, juramentos, promesas y porfías dirigidos a editores y cineastas de quienes requería dinero. Cuanto más ganaba, más seguro era que se embarcase en empresas dejarían sin un centavo; primero el Snark, luego el rancho, en el que trabajarían hasta 50 peones, la monumental Wolf House, monumental Wolf House, donde nunca llegó a vivir, y así sucesivamente. Fundó la Jack London Grape Juice Company y perdió hasta la camisa.
La otra ática laboral de la vida de London era la del trabajador independiente. Estaba obligado a escribir para pagar las cuentas, y nunca destruía un buen relato si sabía que podría venderlo. Dondequiera que se encontraba, y por muy atribulado que estuviese, escribía sus mil palabras diarias. Sus cartas, aun en los años en que obtuvo las mayores ganancias, están repletas de baladronadas, juramentos, promesas y porfías dirigidos a editores y cineastas de quienes requería dinero. Cuanto más ganaba, más seguro era que se embarcase en empresas dejarían sin un centavo; primero el Snark, luego el rancho, en el que trabajarían hasta 50 peones, la monumental Wolf House, monumental Wolf House, donde nunca llegó a vivir, y así sucesivamente. Fundó la Jack London Grape Juice Company y perdió hasta la camisa.
Al igual
que Mark Twain, financió al inventor de una linotipia que nunca funcionó. Y
como Chejov, cargó con una gran familia: su madre, el hijo adoptivo de ésta, su
primera esposa abandonada, Bess Maddern, y sus dos hijas, su segunda esposa,
Charmian, y varios parientes y amigos, camaradas socialistas y otros parásitos a quienes puso en plantil1o
que regularmente se sentaban a su mesa. En este aspecto, así como por su
afición a la bebida, debió de ser un modelo para Scott Fitzgerald, quien llevó
a la perfección más exquisita el sacrificio del talento del escritor en obras
de un estilo de vida expansivo.
Pero,
cuando todo hubo terminado, Jack London dejó publicados cincuenta libros, entre
obras de ficción y de otros géneros, incluidos quinientos artículos o ensayos,
doscientos relatos y diecinueve novelas. Hasta la fecha, es el autor
norteamericano más leído en el mundo. Uno de sus primeros biógrafos, Andrew
Sinclair —que presenta de manera más convincente que Stasz la compleja y
atormentada vida interior de London, así como las abrumadoras consecuencias de
sus conflictos psíquicos no resueltos, por ejemplo entre su socialismo y su
racismo a favor de la supremacía blanca, o sus ideas igualitarias y el creerse
un superhombre nietzscheniano, o bien su devoción por la masculinidad y su feminismo—,
señala que fue el primer norteamericano
que escribió una novela del camino, el primero el primero en tratar el boxeo
como un tema serio en la literatura y el primero en utilizar la prensa para alcanzar
la celebridad mítica así como para vender sus libros. [..]
London
nunca fue un pensador original. Fue un voraz devorador del mundo, tanto física
como intelectualmente, la clase de escritor que se trasladaba a un lugar e
inscribía sus sueños en él; que descubría una idea, y hacía girar su
espíritu en torno a ella. Fue un laborioso genio-peón literario que supo
instintivamente que la
Literatura era una anfitriona generosa en cuya mesa siempre
había lugar para uno más. Jack London ya no ocupa un puesto de honor, mientras
que las voces más frescas y mundanas de la ironía modernista se hacen cargo de
la conversación.
Este Peter
Pan podía haber fallecido a los cuarenta años, de uremia, o de apoplejía, o de
una sobredosis accidental de ostras o de su calmante preferido, la heroína, o
quizá de una suma de todo ello. Incluso por agotamiento, por haber al limite
cada momento de su vida y haber presenciado la conclusión cruelmente grotesca
de muchos de sus sueños. Todas estas muertes eran posibles, pero London escogió
la única libertad para escenificar su muerte a la manera romántica al tiempo
que proclamaba su desprecio contra la guerra y contra el sociapatriotistmo que
había traicionado sus ideales de juventud. Con el tiempo se convirtió en uno de
los autores favoritos de los obreros conscientes, de hecho había sido uno de
ellos como lo fueron Gorki, Istrati. Miguel Hernández o nuestro Paco Candel,
cada cual en su momento y en su estilo.
Notas
---1) Aproximadamente en la época en que
el autor favorito del joven, Rudiard Kipling, publicaba El libro de la selva
en el que se cuenta la historiad de Mogwli, un niño criado por los lobos y
su adaptación al modo de vida honorablemente salvaje de la jungla. Durante toda
su vida, Jack London se simbolizó a sí mismo como una especie de huérfano
salvaje. Sus ideas podían mostrar ira, aflicción o mil cosas más, pero rara vez
la duda. En una carta escrita en 1899, explica
confidencialmente a su amigo Cloudsley Johns: “Está claro que la teutónica
es la raza dominante del mundo. Las razas negras, las razas mestizas (...) son de mala uva”. En otra cata
dirigida al mismo amigo, ofrece empero un enfoque diferente: “La característica
fundamental de toda la vida es la irritabilidad”.
---2) Barcelona, El Viejo Topo,
2001, incluye fotografías del propio London sobre los suburbios londinenses que describe
descarnadamente en una obra que influyó poderosamente para que Eric Blair, alias George Orwell,
viviera y escribiera Sin blanca en París
y Londres.
---3) Con
Usted por la Revolución
fue el título de una antología de escritos sociales que apareció en Ediciones
29, Barcelona, 1987, y a cargo del autor de estas líneas. Algunos de sus textos han sido retomados para
la presente edición.
--4)
De la que existe una edición reciente prologada por Howard Zinn en Akal,
Madrid, 2003. Entre las biografías publicadas cabe destacar la de Alex Kershaw,
Jack London. Un soñador americano
(Barcelona, la Liebre
de Marzo, 2000), y entre los ensayos, el de E. L. Doctoow, Poetas y presidentes (Barcelona, Munich Ed., 1997).
No hay comentarios:
Publicar un comentario