Sidney Pollack por citar
un ejemplo
No hay duda de que el
Hollywood ha estado siempre a la izquierda de su país, y que algunos de sus
exponentes “liberales” han hecho películas inconformistas e incluso de lectura
rupturista. Uno de ellos, muy irregular por cierto, fue Sidney Pollack (South
Bend, Indiana 1934-2008), un autor muy irregular pero del que conviene destacar
al menos media docena de títulos muy valiosos, más alguna que otra
interpretación como la que ofrece en Maridos y mujeres, a las órdenes del Woody
Allen más ácido.
Guionista, director, actor al principio y al final de su carrera, Pollack está considerado como uno de los últimos representantes del cine “liberal” (palabra que en los Estados Unidos es casi como decir “rojo” aquí). Entre las palabras que más se han utilizado en sus necrológicas está la de “cineasta comprometido”, parte de la llamada “generación de la TV”, donde consiguió un considerable prestigio dirigiendo series y programas dramáticos. También se ha dicho justamente que tras su desaparición, y las de Martín Ritt y Robert Altman, deja un gran vacío.
Es evidente que en el
cine cada mirada es una mirada, y no parece que se haya retenido su primera
película, La vida vale más (The
Slender Tread, 1965), pero yo la recuerdo con mucho interés, en parte por las
notables interpretaciones de Sidney Portier en su apogeo de negro más que
bueno, y de Anne Bancroft, más Edward Assner, que tenía la factura de un buen
telefilme de aquellos de “basado en una historia verdadera”, y lo cierto es que
es tan verdadera que el que escribe ha tenido más de una ocasión de acordarse
de aquella película perdida de la que nadie ha vuelto a hablar. Tan olvidada
que muchos cronistas han pasado a “su primera película importante”, Propiedad condenada (The Property Is Condemned,1966), en
la que adaptó un guión de Coppola basado en un TennesseWilliams social,
seguramente mucho más agresivo que esta película recordada por ser uno de los
primeros papeles de protagonista de Robert Redford (con el que formó un compenetrado
equipo). Éste interpretaba a un "un desertor de la Historia", según el
director, un sicario encargado por una compañía de ferrocarriles de expulsar a
unos obreros en plena época de la
Depresión, pero que acababa enredado en una historia de amor
con una pletórica Nathalie Wood. Luego trabajará con Burt Lancaster en dos
títulos menores pero en nada despreciables, Camino
de la venganza (The Scalphunter, 1968), un “wertern” árido, y La fortaleza
(Castle Keep, 1969), con una confusa y poco atrayente trama bélica…
Luego llegaron algunos
de sus mejores trabajos, comenzando por la dura adaptación de la novela de
Horace McCoy, Danzad,
danzad, malditos (They Shoot Horses don´t
They?, 1969), estimada como una obra mayor y que ofrece una descripción de la
explotación humana situada en plena depresión y que narra como una serie de
perdedores bailan hasta llegar al desfallecimiento. Un verdadero clásico que
fue calurosamente acogido por la crítica y apreciado por el gran público, con
grandes interpretaciones de Jane Fonda en su fase más activista, Michael
Sarrazin, Susana York y el veterano, Gig Young, muy asociado con las comedietas
con Dorys Day. No menos valorada sería Las
aventuras de Jeremiah Johnson (Jeremiah Johnson, 1972),
un “western” enloquecido que narra la historia de un solitario (Robert Redford)
que decide vivir lejos de la civilización, y que compone una familia con una
india. Significó también el regreso de un ya anciano Will Geer, el “sheriff” de
Las uvas de la ira, que fue incluido
en todas las “listas negras”…
No aprecio por igual Tal como éramos (The
Way Wa Were, 1973), que se convirtió en una “cult movie” para algunas
amistades, con una bellísima banda musical, y con la mejor interpretación de
Barbra Streisand. Aunque cuenta una historia militante situada en la época de
la “caza de brujas”, y ofrece una mirada muy benigna de una militante comunista
judía que al final de la película no ha renunciado a sus ideales, a mí
entender, resulta demasiado “retro” y sobre todo, demasiado blanda, enfatizando
mucho más el “love story” que las razones de fondo…Con todo, cabe considerar
que Pollack llegó más lejos de lo que lo que estaba permitido, y de ahí que él
mismo declarara al respecto de esta famosa película: "Muchos
norteamericanos sólo la entendieron como una historia de amor, ignoraban
incluso quién había sido McCarthy (…) mientras que en Europa se entendió como
la crónica política que en realidad era". A su parecer, "los
productores de Hollywood necesitan que las películas sean aceptadas por públicos
diversos y que por lo tanto hay que realizarlas para gustos muy distintos,
ocultando incluso las intenciones".
En 1975 realizó una de
sus mejores películas, Yakuza (The
Yakuza), un “thriller” de corte clásico de tratamiento sobrio e intimista,
perfectamente situado en el cruce de culturas entre los Estados Unidos y el
Japón, fue escrito entre Robert Towne y Paul Schrader (recuerda a algunas de
sus películas), con un Robert Mitchum incomparable. Los hay que lo tienen por
una obra maestra. No tan buena pero es mucho más comprometida: Los tres días del cóndor (Three Days of the Condor). De nuevo
con Robert Redford, que evocaba de las angustias de un colaborador de la CIA que destapa informes
reveladores de actuaciones oscuras de la agencia al tiempo que ve cómo son asesinados
algunos de sus amigos, tiene la virtud de resultar una de las denuncia más
vehementes que se hayan hecho desde los propios Estados Unidos(no sé si desde
fuera se podría hacer igual), que contó con el beneplácito del público más
radicalizado en una época en la que la Trilateral estaba propiciando una cadena de golpe
militares de inspiración fascista en América Latina.
Vista actualmente, todo
índica que en su momento quisimos ver más cosas de las que realmente se
decían...Pollack sepodría haber ahorrado el ridículo Un instante, una vida
(1977). En el caso de El jinete eléctrico
(The Eletric Horseman, 1979), merecería una buena revisión. A mi parecer se
trata de un neoweterns en línea de Hombres solitarios, de Nicholas Ray o Junior
Booner, de Sam Peckinpah, pero en su momento no convenció, y en ello ayudó el
papel sobreactuado de Jane Fonda…
Mucho más valorada (por
la crítica, no por el público) es Ausencia
de malicia (Absense of
Malice, 1981), una buena historia basada en la novela del periodista Kurt
Luedtke, ganador del premio Pulitzer, y que supone una carga en profundidad
sobre los excesos de la prensa, y que está realizada con sensibilidad y
convicción. Cuenta como un mafioso Paul Newman se enfrentaba a una periodista
manipuladora que pretende sacarle verdades publicando mentiras. Pollack
establecía un paralelismo entre ambos negocios que no era halagüeño para
ninguno de los dos.
Pollack dio un salto a
la comedia con la satírica Tootsie (1982),
en la que un actor profesional (Dustin Hoffman) se ve obligado a actuar como
travestido parodia las series de televisión y acaba luchando por los derechos
de las mujeres. Yo creo que no ha resistido la prueba del tiempo.
Le seguiría su mayor
éxito comercial, Memorias
de África (1985)
-premiada con el Oscar al mejor director, interpretada por una diva llamada
Meryl Streep, y por un sólido Robert Redford. Con la ayuda de Karen Blixen
(Isak Dinesen, una gran novelista de inclinaciones políticas aberrantes) y de
una música pegadiza, Pollack convenció hasta a la gente no convencida. El éxito
no se repitió con otro Robert Redford, Habana (1990), de fuertes convicciones
políticas, pero con una trama enrevesada que se pierde en un metraje excesivo.
Lástima porque Pollack fue de los famosos norteamericanos que apoyaron siempre
la revolución cubana, y desafiaron el cerco, visitando la isla en numerosas
ocasiones.
Como bastante
irregulares podrían caracterizarse títulos como La
tapadera (1993), en la que el ambicioso abogado interpretado
por Tom Cruise descubre maneras irregulares en la empresa neoliberal para la
que trabaja por lo que se ve envuelto en situaciones peligrosas, o como La intérprete (2005), una trama de secretos
oficiales que apunta hacia la corrupción de algunos viejos líderes africanistas
del cariz de Robert Mugabe, pero que al final de cuentas, más que el “mensaje”,
se trata de un vehículo para Nicole Kidman y Sean Penn. Totalmente olvidables
serían Caprichos del destino (2006),
tan mala como tantas otras protagonizadas por Harrison Ford, o su inútil “remake”
de Sabrina, que por lo
demás era el peor Billy Wilder Se colocó por última vez que ante la cámara para
realizar el documental Sketches sobre
Frank Gehry (2006), donde realizaba una larga entrevista a su amigo, el
famoso arquitecto. Como actor, regresó de la mano de su amigo Woody Allen (Maridos y mujeres), trabajó con el último Stanley Kubrick (Eyes
wide shut). Su último papel dramático fue en Michael
Clayton(Tony Gilroy), que también produjo siguiendo su estela de
“radical” “liberal” 8rojo según la
traducción conservadora yanqui) adepto a
la tradición de un cine cívico e inconformista que llegaba a todas las
pantallas y luego a la mayoría de hogares. Un cine que no se puede olvidar a
las buenas y parte del cual habrá que recuperar desde el lugar de encuentro del
cine futuro: en las filmotecas de pueblo o barrio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario