Errol Flynn, el pirata y calavera que apoyó la
revolución cubana.
Acabo de
disfrutar como un criatura tras visionar por el you tube, el documental Errol Flynn, el diablo de Tasmania (The
fast&furious life of Errol Flynn, Australia, 2007), escrito y dirigido
por Simon Nasht y narrado por Christopher Lee que trabajó con él y que evoca su
intensa vida así como algunas de las películas que le dieron fama. Su historia
es la de un tipo que durante varias décadas vivió a tope, pero que al final,
murió arruinado y en los brazos de su novia de la
adolescencia.
Su vitalidad y sus ganas de vivir experiencias recuerda
a la que Isaki Lacuesta describe en Ava Gardner en La noche que no acaba (España, 2012), otro documental apasionante
que dimensionan a gente que –estos sí- vivieron muy por encima de sus
posibilidades y probaron todas las frutas prohibidas. Era gente llena de vida que cuando le
brindaron la oportunidad, ambos llenaron de fulgor la pantalla.
Errol era hijo de un adinerado biólogo, Errol Leslie
Thompson Flynn (Tasmania, Australia, 1909-Vancouver, Canadá, 1959) un tipo que se
distinguió a lo largo de su vida por su falta de disciplina y templaza. Es lo
que explica su expulsión de todos los colegios tanto en su país como en
Inglaterra, que acabara dejando su confortable hogar burgués para llevar una
vida aventurera en la que subsistió haciendo toda clase de trabajos, incluyendo
el de capador de reses así como de fregaplatos en un hotel. Su carisma llamó la
atención de un productor australiano que le enroló en una película desconocida
en la que encarnó al capitán Christian.
Esta modesta versión australiana de El
motín de la Bounty
(In the Wa- -ke ofthe
Bounty, 1933)
pasó desapercibida, sin embargo no para lo fue un cazata-lentos de la Warner reparó en su porte atlético y sus atractivos físicos para ofrecerle una
prueba en Hollywood. Después de un par
de películas de serie B —en la primera de
las cuales hacía de muerto- en 1934 le ofrecieron sustituir a Robert Donat en El capitán
Blood (1935), que le lanzó como el heredero natural del gran Douglas Fairbanks, ocupando el cetro del cine
de aventuras durante más de una década. La película se convirtió en el mayor
clásico del cine sobre la piratería, seguramente la más “libertaria” de todas
ellas por lo que dejó tras de sí un mito insuperable hasta el momento. Tras el
exitazo de El capitán Blood —pasó de cobrar 500 dólares por semana a 7.000-, la Warner le repartió protagonistas de todos los géneros, de westerns a comedias. No tardaron en darse cuenta de que Flynn brillaba en la aventura romántica.
Volvieron a emparejarle con Olivia de Havilland en La carga de la Brigada Ligera (1936), de nuevo a las órdenes de Michael Curtiz un cineasta que había tomado parte en la
revolución húngara de 1918, pero que en el exilio lo mismo oficiaba una
película de derechas que una de izquierdas. Con todo, esta “carga de la Brigada Ligera”, entusiasmó a la platea y consagró la pareja. Décadas más tarde, la
historia fue revisitada por Tony Richarson a la sazón militante trotskista en La
última carga (The
charge of the Light Brigada, RU,
1968). A pesar de resultar
netamente superior en cuanto a la veracidad histórica y de su carga
anticolonialista, los aficionados, incluyendo los anticolonialistas, siguieron
prefriendo la de Errol Flynn-Michael Curtiz.
Por cierto, David Niven, que ya era un reputado
secundario, registró en desafortunado inglés del director magyar titulando unas
primeras memorias, Traigan los caballos vacíos. Durante una temporada, Niven compartió piso con Flynn y éste, que era
bisexual, se le insinuó sexualmente: “Me
agarró por donde un hombre no espera”. Niven le rechazó y Errol
protestó preguntándole: “En Hollywood,
todos se acuestan con todos, ¿qué te hace a ti diferente?”
Flynn siguió trabajando con Curtiz a pesar de que
chocaban continuamente, lo hizo en 12 de sus
mejores films. Otro gran éxito para el trío fue
Robín de los bosques (1938), un canto a los bandidos generosos, a la lucha colectiva contra la
tiranía aunque finalmente se puede ver como una
defensa del “rey bueno” (Ricardo)
contra el “rey malo” (Juan sin Tierra). En 1939, le dirigió en un notable
retablo histórico The Prívate Uves of Elizabeth and Essex, quizá su
mejor interpretación dramática, revelando una insólita química con Bette Davis,
y en un western de los grandes, Dodge, ciudad
sin ley. El equipo regresó
a la alta piratería (sin Olivia sustituida por una alicaída Brenda Marshall) en
The Seo Hawk (1940) que puede leerse en clave antifascista (el jefe
del fascio sería Felipe II), luego Errol y Olivia trabajaron en una versión muy
poco histórica (el general Custer se
sacrifica) a las órdenes de Raoul Walsh en Murieron con las botas puestas (1941).
Mucho menos conocida pero también mucho mejor, fue el siguiente encuentro de
Errol con Walsh: Gentleman Jim (1942), una encantadora y vitalista
descripción del legendario boxeador James
J. Corbett y familia, un papel en principio reservado James Cagney, pero que no se le echó en falta.
Tanto Cagney como Flynn destacaron en el apoyo
mayoritario de hollywood a la
República española. Cuando llegó la guerra mundial, una combinación de problemas
cardíacos y tuberculosis le apartó del
servicio activo, aunque. Ello no le impidió actuar para las tropas de ultramar, colaborar en documentales y protagonizar films de propaganda. El más destacado: Objetivo Birrnania (1945), de Raoul Walsh.
Por entonces, catapultado a la una fama sin
precedentes y cobrando sumas astronómicas, Flynn —apodado El Barón por las numerosas comadres de Hollywood— se entregó a una
carrera de placeres que cimentaron su leyenda de personaje fuera de toda
medida. Sus borracheras fueron
legendarias, así como su adicción a la coca, desafiando en ello a productores y
autoridades y viviendo experiencias
alucinantes con personajes no menos desmedidos como Diego Rivera; participar en
las más diversas camorras; salir de pesca al más alto nivel con otros
personajes como su amigo Ernest Hemingway…Aún y así, siguió haciendo cine,
actuando cada vez con mayor profesionalidad. En 1942, en la cima de su popularidad,
llegó su tercer proceso por violación. Fue
absuelto sin cargos, pero si los dos anteriores
no habían trascendido, el tercero saltó a las
portadas de la prensa sensacionalista y dañó gravemente su prestigio, él siempre negó estos hechos sí bien
no parece cuando se emborrachaba, fuese consciente de lo que hacía.
En la década de los 50, su decadencia era ya más que
evidente y pocas películas le devolvieron
el favor del público: se parodió a sí mismo en
la divertida El burlador de Castilla (1948), y volvió a
dar muestras de fiereza en Kim de la India (1950), aventura
colonial basada en el clásico de Kipling. Acosado por e! fisco y cada vez más deteriorado por sus excesos, sus últimos años se movieron entre la precariedad económica y roles cada vez más patéticos, predominando los personajes de alcohólico, en dos prestaciones memorables, en la colorista adaptación de Fiesta de Hemingway, The Sun Also Ríses
(1957), y en Los raíces ' del cielo (1958), un desigual pero apasionante
alegato animalista de John Huston donde encarna de alguna manera a su viejo
colega, el no menos beodo John Barrymore, quizás el único actor capaz de
batirle a la hora de las cóctel y al que volvería a encarnar. en la oscura y olvidada Too
Much, Too Soon (1958), un papel hecho a su medida en el emerge un nuevo Flynn, maduro y melancólico, en la línea del Gable de Vidas rebeldes.
Resulta sorprendente que, a pesar, de todas sus
calaveradas, Flynn llegara a trabajar en 67 películas durante su medio siglo correrías en las camas, en los bares o en alta mar,
eso amén de escribir un par de libros, de escribir los guiones de La taberna
de Nueva Orleans (1951). También produjo una tercera: Helio God (i
951).
Su personalidad era cuanto menos, contradictoria. Su
colega de juergas, Stewart Granger, le
describió como un niño que a veces se complacía en la maldad pero al que era imposible castigar, por su encanto y
su falta de malicia. Con su ironía
característica, David Niven escribió en sus memorias: Podías confiar a ciegas en Errol: sabías que siempre iba a
traicionarte. Algunas de sus parejas como
Ann Sheridan o Olivia de Havilland, hablaron de un Errol
Flynn magnético, apasionado y salvaje, pero con un lado oscuro, profundamente
atormentado e impenetrable.
Dedicó un tiempo a presentar su
propio espacio televisivo, Errol Flynn Theater (1957)
y se retiró luego a Jamaica. Viajando incesantemente en su yate
Zoco, escribió a ratos su autobiografía, titulada MyWicked Wicked Ways, que
en su versión castellana es conocida como Las aventuras de un vividor (Ed.
T&B, Barcelona, 2009) y cuya primera edición apareció después de su muerte,
acaecida en Vancouver (Canadá) cuando tenía
50 años. Su última película, Cuban Rebel Gris (1959),
fue un fiasco doloroso y duro de ver: en ella se interpelaba a sí mismo, autoerigido en héroe hemingwayano, ayudando a Fidel
Castro a derrocar a Batista. Se
trataba de una apología de la revolución cubana, tratando a Fidel Castro como
un émulo de Robin Hood cuando el departamento de Estado iniciaba impecable
cerco y sus primeras tentativas de acabar con una revolución inesperada en sus
propias narices. Se rodó en Cuba
durante la revolución, y en ella un avejentadísimo Flynn aparece junto a su última compañera, Beverly
Aadland, de 16 años. Se
casó tres veces: con Lili Damita en
1935, con Nora Eddington en 1943, y con Patrice Wymore en 1950, pero tuvo
incontables aventuras amorosas. Con la primera tuvo un hijo, Sean Flynn, quien
después de trabajar en Italia en películas como El hijo del capitán Blood, marchó al Vietnam como fotógrafo de
prensa y desapareció en medio de una guerra de aniquilación como jamás
conociera otro pueblo.
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