Manos sobre la ciudad, una película para la PAH.
En un artículo reciente aparecido en Rebelión y en otras páginas
alternativas, me refería a Francesco Rosi que falleció recientemente. Aparte de
evocar en cuatro trazos su vida y su filmografía, me refería a la importancia
de su obra, a la necesidad de recuperar al menos sus títulos principales,
arrebatarlos al olvido y al agobiante hegemonismo de las distribuidoras made
in USA que dominan el mercado televisivo y del DVD. L
in USA que dominan el mercado televisivo y del DVD. L
Napolitano de nacimiento, hombre de izquierdas en el sentido más
integral del término, Rosi (1922-2015) se ha preocupado a lo largo de su obra
de los problemas del sur, en general, y de su Nápoles natal, en particular. Su
preocupación por registrar las conexión entre la Camorra y el mundo de los
negocios, tema que ya aparece en El desafío (La sfida, 1958), realizada
en coproducción con España aunque aquí pasó desapercibida; este hilo resulta
mucho más explicito en su obra más conocida, Salvatore Giuliano (1961), en la que analiza los problemas de Sicilia en
a través de las actividades del famoso bandido inmerso en las maniobras de la
postguerra entre la democracia cristiana y la política exterior norteamericana.
Ulteriormente investigó a fondo los problemas petrolíferos del sur en El
caso Mattei (II caso Mattei 1972), al igual que Lucky Luciano (1973),
vislumbra las conexiones con la Mafia norteamericana en su
biografía del famoso gángster. Regresará
para tratar el tema del sur de Italia en Excelentísimos cadáveres
(Cadaveri eccellenti, 1976), sobre la extraordinaria novela de Leonardo
Sciascia (el maestro de Manolo Vázquez Montalbán), aunque su mejor adaptación
literaria quizás Cristo se paró en Eboli (Cristo si é fermato a Eboli,
1979), un telefilme que resulta asequible en la Red y que está a la altura de la novela homónima
de Cario Levi.
Aunque no alcanza el prestigio de algunos grandes alegatos
antibelicistas, Rosi ofreció una lograda
denuncia con Hombres contra la guerra (Uomini centro, 1970), adaptación
de la famosa novela de Emilio Lussu, en la que aborda la participación italiana
en la Gran Guerra,
un hecho trascendental en el ascenso ulterior del fascismo; aunque la vi hace
mucho tiempo, pienso que Tres hermanos (Tre fratelli, 1981), versión
libre de la obra de Platanov, merecería una revisión. Rosi se acercó
ocasionalmente a la historia española con resultados desiguales, fueron más que notables en Siempre hay una
mujer (Cera una volta, 1967), muy menospreciada, igualmente llevó a cabo
una adaptación de la ópera de
Bizet Carmen (1983). Aunque fallida, El momento de la verdad (II momento
Della veritá, 1965), representa una aproximación a la dimensión social del
mundo del toreo y a la realidad de emigración andaluza en Barcelona, no en vano
parte de ella se rodó en el barrio de La Florida, de L´Hospitalet ofreciendo un cuadro muy
ajustado del mundo obrero de los años cincuenta-sesenta. Un fracaso total fue
su versión multinacional de Crónica de una muerte anunciada (Cronaca di
una morte annunciata 1987), sobre la novela homónima de Gabriel García Márquez.
La lista podía seguir pero hoy me gustaría recomendar una de sus
obras mayores, una de las mejores películas jamás realizadas sobre la
especulación urbanística, tema sobre el que el cine cuenta con una filmografía
más bien limitada (aunque con algunos clásicos hispanos como El pisito, de Ferreri; El inquilino, de Nieves Conde y la más
reciente, Cinco metros cuadrados, dirigida por Max Lemcke
en el 2011 y que merecía mejor
suerte). Se trata de Manos sobre la
ciudad (Le mani sulla città, Italia, 1963) que fue estrenada aquí con los
consabidos cortes y de la que existe una copia en DVD restaurada.
Manos… está considerada como su película más comprometida, un
alegato que daba de lleno en varios escándalos de corrupción en Italia, algo que
aquí evitaba el régimen franquista aunque ejemplos como los relacionados con
Gil y Gil trascendieron, sí bien el personaje –un corrupto profesional- todavía
tuvo una prolongada vida política y empresarial con las libertades. En aquel
tiempo, por más que la corrupta DC de
Andreotti trataba que “los trapos sucios se lavaran en casa” o sea sin
proyección pública, la izquierda había conquistado grandes espacios de libertad, de manera, que
esta película que parece producida para un cine-forum del PAH, ganó el León de
Oro de la Mostra
de Venecia. La película obtiene una considerable resonancia, motivó numerosos
debates políticos y se paseó por todas partes, sin duda ayudado por la
presencia del actor norteamericano Rod Steiger, muy identificado con los roles de
gangster a través de algunos de los mejores títulos del cine negro norteamericano
como La ley del silencio o Más dura será
la caída. Le acompaña uno de los grandes actores italianos, Salvo Randone,
habitual en las películas de Zurlini.
Francesco Rosi lleva su
cámara con la curiosidad del mejor
periodismo que en los EEUU llamaban “desentierramierda”. La trama se inicia con
una demostración sobre el terreno de Edoardo Nottola (Rod Steiger) de cómo se
convierten unos campos agrícolas de poco valor en unas parcelas inmobiliarias
muy caras, sólo es necesario que el ayuntamiento lleve hasta ellos el
alcantarillado, el agua, la luz y el gas. Así, sin ningún tipo de preámbulos,
desde el primer plano de la primera escena, se interna en los hechos. En la siguiente
el alcalde expone ante las autoridades del municipio y la prensa los nuevos proyectos
urbanísticos para la ciudad, su ciudad.
Responde a unos planes que pasan por el
crecimiento de las viviendas en dirección a unos terrenos comprados por los
especuladores, o sea por una sociedad donde los principales accionistas son el
promotor Edoardo Nottola y el propio alcalde.
Este simbólico y duro primer bloque se remata con la ceremonia de
la colocación de la primera piedra del nuevo barrio. Tras los títulos de crédito,
Las manos sobre la ciudad comienza a desarrollar su didáctica historia a
partir del hundimiento de una casa junto a otra que están demoliendo para hacer
nuevas construcciones en la vía San Andrea de Nápoles, una escena rodada
con rara perfección, que parece un documental, pero está reconstruida con
habilidad y sabiduría. Más tarde, en el curso de una reunión del pleno del
ayuntamiento, la izquierda acusa al alcalde democristiano de permitir la
especulación privada y revela que es el máximo accionista de la sociedad
especuladora. Al final se aprueba la creación de una comisión de investigación
de los hechos, dado que ha habido una tragedia que había dejado varios heridos
graves durante el hundimiento, y sobre todo porque están cerca las elecciones para
el gobierno municipal hasta entonces atado en corto por lo especuladores.
Con la tragedia que sufren las pobres familias trabajadoras, se
han paralizado las demoliciones, lo que significa una pérdida de dinero para la
empresa y que Edoardo Nottola se ponga nervioso por sus beneficios. No le
cuesta mucho trabajo convencer al alcalde y los demás miembros municipales de
su partido para que den una orden de ruina y desalojo de las casas colindantes
de la vía San Andrea para poder seguir los trabajos todavía con mayores
comodidades. Con todo, persiste el clima
de malestar por el suceso tanto entre los familiares de las víctimas como
entre los vecinos. En una escena muy
lograda el ejército tiene que intervenir en el desalojo de los edificios porque
sus habitantes se niegan a abandonarlos. Edoardo Nottola trata de convencer al militante
comunista que integra la comisión de investigación municipal de que es mucho
mejor tirar los viejos edificios y construir otros nuevos. A algunos miembros del partido democristiano, sobre
todo al médico que dirige el hospital, les parece mal compartir con Nottola la
lista de candidatos en las próximas elecciones, quieren mantener las formas. Se
celebran las elecciones municipales, lo que da pie a otra serie de buenas
escenas con un logrado tono documental, y vuelve a ganar la democracia
cristiana con el apoyo de un grupo independiente de izquierdas. Las manos
sobre la dudad finaliza con la inauguración de unas nuevas obras en la
ciudad ante la presencia de las mismas autoridades municipales y la bendición
del obispo, otra conexión básico en un mundo en el que los negocios mueven los
hilos de las instituciones.
En la escena final, la película se cierra con las siguientes
palabras: “Los personajes y hechos narrados son imaginarios, sin embargo es
auténtica la realidad social y ambiental que los produce.”. De hecho, aquí
fueron los reyes durante la llamada “burbuja inmobiliaria”, tanto fue así que
no permitieron que nadie los criticara desde los medios o los parlamentos,
entre otras cosas porque, como diría uno de ellos con ocasión de unas
palabritas un poco ásperas de un diputado de IU, ellos tenían a los políticos
cogidos por las pelotas.
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