Ryszard Kapuscinski,
periodista, comunista
Ryszard Kapuscinski es
justamente considerado como el mejor reportero de su tiempo, y autor de una
obra en la que la historia y el periodismo se confunden.
Ciudadano de Varsovia,
su biografía está estrechamente ligada a esta ciudad. Así lo explica él mismo:
"Nací en una parte de Polonia que ahora forma parte de Bielorrusia,
muy al este de Varsovia… Era la zona más pobre de Polonia y posiblemente de
Europa. De hecho, sigue siendo muy pobre. Una tierra desgraciada, de pocos
recursos y de una gran escasez. Cuando empecé a viajar por nuestro planeta como
corresponsal extranjero, encontré un lazo emocional con las situaciones de
pobreza en los llamados países del Tercer Mundo. Era como regresar a mi niñez.
De ahí nace mi interés por estos países. Por eso me interesan los temas que tocan
la pobreza, que es lo que produce: conflictos, guerras, odios… (…)
"Cuando llegué a
Varsovia tenía doce años. Vi la guerra como población en tránsito. Mi familia
huyó de las desgracias del frente y pasé los años de los conflictos en
distintas partes de Polonia, siempre como refugiado. Varsovia ha sido a lo
largo de la historia una ciudad muy valiente y rebelde y ha sido castigada en
consecuencia. Destruida muchas veces, siempre renace de sus cenizas. Su
historia es un péndulo de destrucción y reconstrucción. La Segunda Guerra
Mundial fue un desastre total para esta ciudad. No fue sólo la destrucción de
sus edificios, monumentos y patrimonio artístico, sino la destrucción de todos
o casi todos sus habitantes. La población actual de Varsovia está compuesta por
la gente que vino de fuera a poblarla, tras la guerra, porque su población
histórica fue aniquilada. Todos somos, pues, nuevos ciudadanos".
A pesar de todas las
dificultades, Ryszard Kapuscinski estudió Historia del Arte en la Universidad de
Varsovia, pero la vida lo llevó hacia el territorio del periodismo, sobre todo
por sus ansias por "cruzar las fronteras" y conocer aquello que había
al otro lado, en el ancho mundo. Este oficio le permitió colaborar en
periódicos de gran tirada…Entre otras cosas fue profesor en varias
universidades y Maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada
y dirigida por García Márquez y en donde enseñó los principios básicos del
periodismo, que después conformaron la base de su libro "Los cinco
sentidos del periodista".
Sus trabajos son
precisas y honestas reflexiones de sus andanzas como reportero cubriendo
conflicto que, por supuesto, nunca faltaron. Sus reflexiones sobre todo aquello
que está viviendo, surgen también sus bien cimentados ensayos. Por ejemplo, en
"El imperio" describe el derrumbamiento de la Unión Soviética;
"Ébano" está compuesto por estupendos reportajes sobre África,
considerado este libro como uno de sus mejores trabajos. En "La guerra del
fútbol" narra los conflictos entre Honduras y El Salvador, cuyo supuesto
detonante se dio a causa de ese deporte, o "El mundo de hoy", sobre
los pavorosos acontecimientos sucedidos recientemente, tales como el 11- S, el
11- M… además de una especie de biografía en la que engloba lo mucho que ha
vivido, y sus reflexiones en donde trata de comprender este mundo que tiene por
delante. En "Un día más con vida" investiga sobre la descolonización
portuguesa de Angola en 1975 y sus consecuencias y en "Los cínicos no
sirven para este oficio" recoge una serie de entrevistas y conversaciones
moderadas por María Nadotti…
Responsable de una obra
amplia y conocida, de títulos que los lectores pueden encontrar sin
dificultades en librerías o bibliotecas públicas,
Kapuscinski, quien murió
en enero de 2007 a los 74 años de edad, ha sido objeto de una biografía, Kapuscinski
non-fiction, de Artur Domoslawski, fue objeto de una petición legal
de la viuda del afamado periodista, Alicja Kapuscinski, quien trató sin éxito
de impedir judicialmente la publicación del libro, al asegurar que daña la
memoria y reputación del autor de Ébano. Este libro, que entre nosotros fue
publicado por Galaxia Gutemberg, una editorial que ha cultivado el discurso
anticomunista culto de la mano de “especialistas” como Antonio Muñoz Molina,
revela las relaciones que el célebre periodista tuvo con las autoridades
“comunistas” polacas, así como su afiliación al partido comunista oficialista
que se había refundado en el curso de la II Guerra Mundial después de que Stalin mandara a
exterminar a los cuadros del partido en el exilio, acusados de filiación
“luxemburguista”, una historia sobre la que Isaac Deutscher escribió un
vibrante testimonio, La tragedia
del Partido Comunista polaco, que
se puede encontrar en Internet.
(archivo.po.org.ar/edm/edm29/testimon.htm).
Es evidente que sin
dicha afiliación, Kapuscinski, jamás habría podido viajar libremente
(“trabajaba en la agencia oficial polaca, que era el único lugar donde podía”),
y no había por lo tanto haber ejercido su oficio, algo que por lo demás –desdichadamente-
de lo más común. Y con ese pasaporte oficial “pago mis libros y los hago
fuertes. Y con lo que puedo llegar a ser fuerte. Hace años, cuando en la
agencia polaca me decían que estaba dando una visión incorrecta de la realidad,
lo único que me servía era decirles: yo he estado allí y vosotros no”.
Así por ejemplo, Antonio
Muñoz Molina -que contará en la historia de la literatura mucho menos que el
autor de Ébano-, no podría escribir en sentido adverso a lo que escribe –o sea
en contra del Gran dinero y a favor de sus víctimas- en Galaxia Gutemberg ni en
las páginas de El País. Sobre Kapuscinski nunca se podrá decir lo que sí se
puede decir sobre Vargas Llosa, el polaco nunca contribuyó a embellecer los
numerosos “Auchswitz” causados por los Estados Unidos en Centroamérica o en
Irak…Por lo tanto, se trata de una filiación tan discutible como cualquier
otra, una opción que, se justificaba por la situación concreta, y que, sobre
todo, no significó una influencia negativa en sus escritos. Escritos que, como
es propio de cualquier periodista incluyendo a los más famosos, podrán ser
cuestionados en tal o cual aspecto, pero lo que nadie se ha atrevido a discutir
hasta ahora es su categoría lograda en años de trabajos extraordinarias, y
escrito desde la distancia de las grandes agencias multinacionales que
dictaminan quien sirve y quien no le sirve.
Él tenía unos criterios
éticos de periodista con conciencia: “La tarea del intelectual está clara: más
que nunca debe trabajar para describir estas situaciones, críticamente, y para
tratar de que la pobreza no siga enfrentada a su peor consecuencia: la ausencia
absoluta de salidas, la sumisión a la cuna y al destino”. O sea, que rechazaba
toda esa barahúnda de intelectuales legitimadores del “No hay alternativa”.
El caso es que
Kapuscinski dijo antes de fallecer algunas cosas que tienen su interés
político, y un buen ejemplo puede ser su opinión sobre “el movimiento mundial
de 1968 (que) fue importantísimo”, y ante las dudas sobre sus resultados,
responde: “Aunque no hubiera dejado nada, aquella voluntad de los jóvenes de
cambiar algo en el mundo, en sentido real, fue un hecho. ¡Un hecho
indiscutible! Quizá las cosas no cambiaron. Pero nunca jamás se ha repetido
eso. Una fe tan masiva es un hecho histórico. Porque, normalmente, las gentes
duermen. Entonces despertaron. Y algo más: nunca, nunca jamás el establishment se había sentido tan inseguro y tan
amenazado. Los poderosos no comprendían lo que estaba sucediendo. Hoy vuelven a
estar seguros. Usted va a preguntarme también por 1989...”
A su parecer “1989 tiene
mucha menor importancia, como movimiento, que 1968. En 1989 se derribó un
edificio que estaba ya vacío. Se murió un moribundo. Un país como Ucrania, de
más de cincuenta millones de habitantes, pudo alcanzar la independencia sin un
solo tiro. ¿Qué quiere decir eso? Que 1989 fue sólo un pequeño golpecito final
en un movimiento que había empezado mucho antes y donde, por cierto, también
tuvieron gran influencia los acontecimientos de 1968.”
Entonces las masas jugaron un papel subalterno porque “Las élites habían
abandonado el barco mucho antes. Tenían información y sabían que aquello no
podía durar. Por eso trataron de reciclarse como propietarios, que, por cierto,
es lo que son ahora. Se decía que el cambio no iba a ser posible porque el
formidable poder del comunismo aplastaría la respuesta... Y nadie levantó un
dedo para defender al sistema cuando llegó la hora.”
El autor de Imperio no tenía dudas sobre quien fue
responsable de la “caída del comunismo”: “La burocracia. El sistema cayó por la
burocracia. Pero el problema es que la Unión Soviética
mató también al socialismo y a la izquierda”. Parece obvio que Kapuscinski se
refiere a la “mayoría de la gente, especialmente si son jóvenes”, de su país y
de los demás países del llamado “socialismo real”. Pero añadió: “… hay otros
que se preguntan dónde fue a parar su trabajo y su honradez. Hace algún tiempo
me internaron en un hospital de aquí, de Varsovia. Había más gente en la sala.
Un día se entabló una discusión, ya típica, sobre la herencia del comunismo.
Entre jóvenes y viejos. Los viejos se preguntaban, casi con lágrimas, cómo
podía decirse que no quedó nada cuando ellos pusieron lo mejor de sí mismos,
convencidos de que construían otro mundo. Los datos y todo eso indican que no
quedó nada; pero hay esta perspectiva psicológica de las gentes que complica
mucho los análisis: porque si no quedó nada del comunismo, no quedó nada de sus
vidas: esto es lo que están diciendo. Por otro lado, el comunismo no provocó el
atraso en el desarrollo de las naciones del Este. Nuestros países están
atrasados desde el siglo XVII, cuando quedaron al margen de la Europa de los
descubrimientos y se convirtieron en graneros. Estábamos condenados al
subdesarrollo: no sólo por nuestras propias incapacidades, sino por el lugar
donde nos había colocado la historia”.
Su pesimismo sobre lo
que quedó, es obvio: ”¿Cómo se organizan las sociedades hoy? Eso es lo que hay
que preguntarse. Aún hay algunas estructuras partidistas, pero ya no son decisivas.
Vivimos en un mundo de paulatino debilitamiento de todas las estructuras
tradicionales. Incluso el Estado. El Estado está en crisis. Han desaparecido
estados en Europa, en África. Las regiones parecen más fuertes. Los Estados
existen en sentido internacional, pero no interno. ¿Y los sindicatos? ¿Qué me
dice de los inexistentes y vacíos sindicatos?” En cuanto a los medios, su
criterio está claro: “¡Los medios! Los medios han difundido la consigna: la
lucha no da resultados. Los pobres mueren sin ni siquiera saber lo que es la
lucha. Desde niños ya aprenden a adaptarse: es el único medio para sobrevivir.
Se trata de una victoria de los medios. Y del postmodernismo político. La gente
siempre se organizaba, en sus luchas, alrededor de los centros, alrededor de
las jerarquías: como no existen centros y no existen jerarquías, la única
solución es ir cada uno por su cuenta y organizar en solitario la propia vida,
la propia estrategia de supervivencia”.
Tampoco ve alternativas, en su opinión: “La
pobreza ya no genera revoluciones, sino acomodamientos. La adaptación es la
única respuesta del pobre. El dinamismo se da en las emigraciones: pero sólo
una minoría sigue ese camino”, una visión desoladora que se corresponde
bastante a los años noventa del siglo pasado, antes del inicio del
altermundialismo, y mucho antes de que se iniciara un nuevo ciclo de
respuestas, justamente en el que ahora estamos inmersos. Ahora ya no existe la
burocracia como referencia, lo que existe es la idea clara de que hay que
buscar alternativas muy diferentes. Alternativas en las que la libertad, la
igualdad y la fraternidad vayan justas y no separadas.
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