John Dos Passos y el “caso Robles” en la guerra de España
Gracias a su radical desprestigio,
el estalinismo se ha convertido en un comodín para la derecha intelectual, y la
guerra española no fue una excepción. El actual desafío radica en diferenciar el
niño del agua sucia, en asumir hechos como el del asesinato de José Robles
perpetrado por los sicarios de Stalin amparados en la soledad de la República.
Recordemos que la década de los treinta comienza
con la crisis bursátil de 1929 que provoca dos cosas, muchos parados, y una
poderosa ola de desprestigio del sistema capitalista, una realidad sobre la que
se pueden encontrar vivos testimonios hasta en el cine de Hollywood. A este
tremendo evento que empobreció a millones de personas, sobre todos a los trabajadores,
habría que añadirle la reacción fascista con su foco en Alemania, así la
cobardía y complicidad mostrada por liberales y socialdemócratas ante la
prepotencia hitleriana en Europa y de Mussolini en Etiopía, pero sobre todo por
la política mal llamada de no-intervención cuya traducción veraz era que las
democracias (Reino Unido, la
Francia del Frente Popular y los EEUU del “New Deal”),
dejaron las manos libres para que los fascistas inclinaran la balanza de la
guerra española a favor de la barbarie franquista.
Fue en esta coyuntura histórica en la que se inscribe una
radicalización en el movimiento obrero (expresada por la emergencia de una
izquierda socialista próxima al “trotskismo”), y por la toma de conciencia de
muchos intelectuales hasta entonces liberales o de izquierda no opracticante,
especialmente de los más jóvenes y militantes no se limitaron a tener su
"hora lírica" y vinieron a combatir con las armas en la mano. Fueron
numerosos los que lucharon en las Brigadas Internacionales, Orwell en las
milicias del POUM, Pablo de la
Torriente en el batallón del Campesino, Malraux organizó la Escuadrilla España,
la filósofa marxista Simone Weil en la columna de Durruti, y la lista se
multiplica con nombres que han permanecido en el olvido como por ejemplo Mary
Low o Camillo Berneri. Muchos murieron en los campos de batalla (Zalka,
Donnelly, Cornford, Caudwell, Fox y Torriente), o bien fueron heridos de
gravedad (Regler, Orwell). Los hubieron que llegaron como periodistas, aunque
tomaron partido militante por la
República, como Hemingway -el más popular de todos, no hay
más que ver su repercusión cinematográfica- John Dos Passos, Saint-Exupéry o el
agente del KOMINTERN, Arthur Koestler, que fue encarcelado tres meses en
Sevilla y sólo salvó la vida gracias a una campaña internacional, y que por
aquella época escribió su célebre Espartaco. En otro artículo aparecido en Kaos
me he referido al Congreso de Escritores Antifascistas de Valencia en 1937,
coordinado por Alberti y Bergamín.
Aquel fue un momento excepcional en la historia
de la cultura. Más de cien intelectuales como Malraux, Pablo Neruda, Anna
Seghers, Spender, Neruda, Octavio Paz, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier o
César Vallejo tomaron parte en aquel gran cónclave antifascista. El número de
adhesiones nos obliga a dar un repaso sobre la flor y nata de la literatura y
la cultura mundial. Republicanos (y socialistas, que eso ya venía por añadido,
y que conviene precisar en estos días) fueron Tagore, Faulkner, Upton Sinclair,
Thomas y Heinrich Mann, Steinbeck, Virginia Woolf, Brecht, Aragon, Éluard o
Mauriac, etcétera, etcétera. Por el contrario, el número de franquistas se
pueden contar con los dedos de la mano, y buena parte de ellos luego fueron
colaboracionistas con la ocupación nazi. En Hollywood por ejemplo, la única
estrella que dijo algo en ese sentido fue John Wayne, pero con la boca pequeña.
John Ford ayudó a la
Republica con dinero.
Sin embargo, todas estas adhesiones a la
democracia y al socialismo, y por extensión a la URSS y al "comunismo",
comenzaron a cambiar ya con los procesos de Moscú, ya presentes en el congreso
de Valencia a través de la protesta no consentida de los surrealistas y de
André Gide, se ampliaría con el pacto nazi-soviético, y después de un
paréntesis durante la fase en que los Aliados lucharon codo con codo contra el
eje, todo comenzó a distanciarse de nuevo con las sucesivas crisis del
estalinismo: cisma yugoslavo, Informe Jruschev en el XX congreso del PCUS,
represión de la revolución húngara, caída de Jruschev, cisma chino-soviético,
etcétera. Será desde esta nueva perspectivas que episodios que en su tiempo
casi habían pasado desapercibidos, sería nuevamente analizados e investigado, y
entre todos hay algunos que afectan a la República, unos grandes como el asesinato de
Andreu Nin, otros menos relevantes como el de José Robles.
Después del considerable y merecido éxito
editorial de la obra de Ignacio Martínez de Pisón, Enterrar los muertos, que
evoca la relación entre John Dos Passos y su amigo y traductor al castellano
José Robles, hará sin duda que muchos lectores se vuelvan a interesar sobre
John Dos Passos (Chicago, 1896-Spence´s Point, Westmoreland, 1970) que tuvo en
España su segundo país. La obra investiga todos los hilos abiertos por un
asesinato político por sicarios de Stalin, un crimen que dejará de ser una
tragedia individual para llegar a ser una auténtica pesadilla con la represión
del POUM. Las peripecias de Dos Passos por esclarecer la muerte de su amigo
marcaran un antes y un después tanto en las convicciones personales como en sus
concepciones literarias de "Dos", del que se ha dicho que, sin
recibir un solo rasguño, fue la mayor víctima literaria de la guerra española.
Sin duda uno de los detalles por el que más se
conoce a John Dos Passos es la ascendencia portuguesa ligada a su hermoso
apellido que se atribuye a su padre del que se decía portugués, aunque en
realidad los emigrantes fueron sus abuelos. Hijo ilegitimo, niño solitario y
débil que más tarde llegaría confesar que "jamás ha habido criatura más
dependiente del estímulo de la literatura para poder vivir". Educado en
Choate School y Harvard, se licenció en 1916. Dos Passos sintió muy
tempranamente la pesadilla del sistema social capitalista en los Estados
Unidos, una joven nación cada vez más dominada por los trust. Inconformista
precoz -como lo había sido su padre antes de ascender socialmente-; su
sensibilidad cultural, despertada por impresiones artísticas y por grandes
viajes con la familia, chocaba contra la voracidad de los señores de la
industria que domesticaban autoridades y centros de opinión. Ya durante sus
estudios en la universidad de Harvard (1912-1916), escribió en una revista lo
siguiente: "Millones de personas se hunden cada vez más bajo e incluso en
las mejores condiciones y con trabajos florecientes, porque están cogidas en el
engranaje de la industria mecanizada y, excepto los anémicos placeres de la
vida asfixiante de las grandes ciudades, no tienen ninguna posibilidad de dar
expresión a sus ideas ya sus pensamientos."
Desde muy joven, John se convierte en un viajero
al que José Robles describe así: "Desde entonces (su primer viaje a
España) no ha parado seis meses en el mismo sitio. Tan pronto está en México
como en Teherán o en Constantinopla. De cuando en cuando reaparece en Nueva
York, que puede llamarse, aunque algo impropiamente, su residencia fija.
Barzonea algún tiempo por Greenwich Village, y un día cualquiera, sin que nadie
se entere, toma de nuevo el portante" "Dos" se encontraba en
España estudiando arquitectura cuando los Estados Unidos entraron en la primera
Guerra mundial; ingresó en el cuerpo de ambulancias (como Hemingway, E. E.
Cummings y otros jóvenes idealistas norteamericanos). Su desprecio a las
maquinarias gobernante que lanzaba millones de hombres a matarse entre sí,
resulta patente en sus libros de guerra con los que dio expresión novelística a
su desilusionada experiencia y sus dramáticas consecuencias sociales en One
Man's lnitiation 1917 (1920) y Tres soldados (1921), que ofrecen testimonios de
la llamada "generación perdida" que rechaza los valores dominantes,
en particular el militarismo y el expansionismo. En la inmediata posguerra,
perteneció en París al círculo que agrupaba, en torno de Gertrude Stein, a
pintores como Picasso y Matisse (conviene recordar por aquella época también
Dos Passos pintaba), así como con otros escritores americanos como Hemingway
(Adiós a las armas), Sherwood Anderson, Ford Madox Ford (El buen soldado) y Ezra Pound.
"Dos" (que es como lo llamaba Robles)
buscaba en un equilibrio interior, pero no lo conseguía. Por eso cabe
preguntarse: ¿Qué eran sus viajes sin pausa sino una expresión de los
"tiempos anémicos"? ¿Podía ejercer su profesión sin máquina de
escribir, telégrafo, teléfono, rotativas y un público masivo que lo leyera?. El
caso era que necesitaba viajar, conocer, y sobre todo escribir. Trabajó durante
los años siguientes como periodista y corresponsal; en 1922 publicó un volumen
de poemas, A Pushcart al the Curbs, su novela siguiente, Streetss of Night (1923),
comenzada cuando era estudiante, empieza a explorar, aún torpemente, el páramo
de las vidas ciudadanas de América, tema capital de su obra madura, que
escribirá al regresó a Nueva York, Manhattan Transfer (1925), el primer
experimento de una "novela colectivista"... Su intensa obra prosigue
con la impresionante trilogía USA con los tomos El paralelo 42 (1930), 1919
(1932), y El gran dinero (1936), un conjunto que e la evolución filosófica,
política y literaria de Dos Passos. En la trilogía, él deja que las historias
de las vidas de una serie de americanos medios a los que describe con
simplicidad, sobriamente y sin comentarios, vayan fluyendo unas junto a otras,
sin argumento novelesco, sin nudo entre las historias, que se rozan y se cortan
tan pasajera y casual mente como en la vida ordinaria. De una manera
cinematográfica, de composición grandiosa y de gran fuerza expresiva, surge un
panorama de la vida americana y un testimonio auténtico de un nuevo mundo, de
su política, de su economía y de su cultura, de sus muchos vicios y de sus
raras virtudes, un cuadro de la crisis ante el tempestuoso horizonte de la
revolución.
Estas primeras novelas de Dos Passos se pueden
insertar en un contexto (la llamada "Década Roja") antecesor de otras
que como Las uvas de la ira, de John Steinbeck, marcaron el punto culminante de
la radicalización del mejor liberalismo norteamericano. Aunque después de las
elecciones presidenciales de 1932, Franklin D. Roosevelt entró en la Casa Blanca con un
equipo de jóvenes economistas progresivos que llevaron a cabo algunas de las
transformaciones económicas preconizadas por la socialdemocracia y por otros
muchos escritores reformadores que se mantuvieron a la izquierda del New Deal,
esta izquierda que estaba por igual atraída por la revolución rusa como en
contra de los fascismos, tendrá su gran batalla política con la guerra civil
española, a favor de la
República, a la que el gobierno de Rooselvelt, se niega en
los hechos a apoyar (en los "hechos" los trust apoyaran a Franco).
Conviene llamar la atención sobre su obra mayor,
Manhattan Transfer, que supone, al mismo tiempo que una aportación estética,
una dimensión ideológica. Se trata de un auténtico hito que sobresale por el
numeroso elenco de personajes, figuras imaginarias, y auténticos individuos
históricos, va formando un cuadro complejo de la sociedad que revela las metas
y capacidades de unos Estados Unidos ulteriores a la "Gran Guerra",
con su adoración por los falsos Dioses de los negocios y sus abismales injusticias
políticas y sociales (sintetizadas en el asesinato legal de Sacco y Vanzetti,
motivo por el que Dos Passos fue detenido en el curso de una manifestación de
protesta) como centro del desencanto. En cuanto a la trilogía USA es una
antiepopeya en cuanto celebra el disestablihment
de un orden, pero es tan "polifónica" como una epopeya renacentista
por su compleja estructura de narración imaginaria en la que se combinan las
biografías de figuras socioculturales representativas, como Edison, Ford,
Veblen Frank Lloyd Wright, Valentino y William Randolph Hearts, con la poesía
en prosa de las secciones impresionistas de "Camera Eyce", los
montajes periodísticos de las secciones de "noticiarios", todo en un
cóctel en el que se vislumbra un claro enfoque marxista. Dos Passos se impuso
el arduo empeño de documentar la historia del dominio sobre la colectividad en la América cambiante tomando
como referencia a James Joyce, que había hecho en su Ulises de Dublín una
ciudad-personaje, al Alfred Döblin de Berlín Alexanderplatz y el Andrei Biely
de Petersburgo, obra por cierto traducida al castellano por Andreu Nin.
Es una literatura vanguardista y al mismo tiempo
popular que asume como novedad radical el "collage" adoptado de la
pintura y los procedimientos narrativos del cinc: las estampas cortas, los
insertos informativos o publicitarios, la sensorialidad plástica de las
imágenes, los relatos paralelos pero simultáneos a diferentes niveles...
En
realidad el autor se recluye en el "Ojo de la Cámara ", el único
emplazamiento desde el cual es capaz de captar las pulsiones de la verdad
histórica y transmitirlas, y el único asimismo virtual mente dotado para
expresar la intensidad emocional que destila el relato. George Lukács lo llamó
"realismo crítico", y para Lionel Trilling significó la apuesta
renovadora más ambiciosa de la épica totalizadora de este siglo. Creo que, en
efecto, lo fue. Pero Dos Passos no tuvo debidamente en cuenta el enorme valor
documental de su obra, muy por encima de los artículos, los cuales cernían
sobre ella la amenaza de cierta superficialidad. Y así ha ocurrido que al paso
de los años los efectos individuales se han ido desdibujando absorbidos por la
uniformismo de la masa, sin rostro ni sentimientos, cuya crónica es la
verdadera razón de ser del ciclo novelístico. Sartre dijo de él: "El mundo
de Dos Passos es imposible -como el de Faulkner, el de Kafka y el de Stendhal-
porque es contradictorio. Pero por eso es bello: la belleza es una
contradicción velada. Considero a Dos Passos como cl escritor mas grande de
nuestro tiempo".
En 1926 Dos Passos entró en la redacción de la
dominante revista comunista New Masses, que, junto al club de John Reed era
punto de cristalización de los intelectuales de izquierda. Dos Passos intervino
apasionadamente en el caso Saco y Vanzetti, en un tiempo en el que escribió una
novela-boceto John Reed 1919.
Entre sus líneas se puede leer: "Reed era
un hombre, amaba a los hombres, amaba a las mujeres, comía a gusto y escribía a
gusto y amaba las noches neblinosas y bebía a gusto y amaba las noches
neblinosas y nadaba a gusto y jugaba a gusto al fútbol y amaba los versos
rimados y gritaba a gusto !hurra! y aguantaba a gusto discursos solemnes y
fundaba a gusto clubes y amaba la voz de Copey cuando ella leía: El hombre que
quería ser rey pero aquí apuntaba algo más que la asamblea poética de Oxford;
Lincoln Steffens hablaba sobre el estado de los camaradas y la revolución, con
una voz que es tan blanda como la voz de Copey, Diógenes Steffens, Marx es su
linterna, atraviesa occidente y busca un hombre bueno, Sócrates Steffens
pregunta incesante mente ¿por qué no la revolución? John Reed quería vivir en
un tonel y escribir versos, pero conocía incesantemente a vagabundos,
trabajadores, mocetones vigorosos que le gustaban, que no tenían suerte, no
tenían trabajo, ¿por qué no la revolución?"
Y prosigue "Donde había huelga,
sublevación, pogromos antisemitas, guerra, allá estaba el reportero Reed,
escribiendo brillantes descripciones -"el mejor escritor americano de su
época", dice Dos Passos, y tomaba partido por los afligidos y los
cansados; por las cuadrillas rebeldes en las cuevas del Colorado y por los
huelguistas en las fábricas de seda de Paterson, por los campesinos sin tierra,
de Méjico, por los judíos en los ghettos de la Europa oriental, por los
soldados de ambos bandos de la Primera Guerra Mundial.¿Lucharía usted en la
guerra actual bajo la bandera americana? -le preguntó el fiscal ante el que
tuvo que comparecer acusado de llevar a cabo una agitación pacifista. Reed
contestó categóricamente "No", y dio una descripción tan elocuente de
la crueldad de los campos de batalla, que el jurado lo absolvió".
En este tiempo firmó innumerables manifiestos
comunistas, aunque sin llegar a ser realmente miembro del partido, de hecho, al
igual que Orwell, al inicio de la guerra española se le puede considerar como
un "simpatizante", aunque con ciertas reticencias dado sus problemas
por la tentativa hegemonista del PC USA en el curso de las movilizaciones por
lo de Sacco Vanzetti, por las renuencias que le provoca su viaje a la URSS (aunque su testimonio
carece de cualquier dimensión disidente, habló de esta visita sin entusiasmo
pero con mucho respeto.), y por las influencias de amistades críticas con el
partido oficial.
Dos Passos comenzó a ser conocido entre los
lectores al inicio de la
II República gracias sobre todo a la traducción que José
Robles (traductor igualmente de otra emblemática obra de crítica social,
Babitt, de Sinclair Lewis, por cierto muy apreciada por Trotsky) realizó de
Manhattan Transfer para la emblemática editorial madrileña Cenit, que también
editó Rocinante sigue el camino, obra de viaje recuperada recientemente por
Alfaguara no es otra que la efectuada por la editorial Cenit en 1930, una
versión de la que fue autora Márgara Villegas, para más señas mujer de José
Robles Pazos. Recordemos que en Cenit tuvo mucho que ver Juan Andrade, y en
menor grado Andreu Nin y Julián Gorkin. Sobre esta visión de España ofrecida
por Dos Passos apareció en 1980 un documentado y riguroso volumen de la
profesora Catalina Montes, La visión de España de John Dos Passos (Ed. Almar,
Salamanca, 1980), y que explica que España significó para "Dos" otra
forma de vida más humana frente a la competitiva sociedad norteamericana
dominada por los trust, contra los que desarrolló un discurso antagónico en su
fase de novelista innovador.
En Rocinante... el autor de Manhattan Transfer
registra la visión de un país de virtudes antiguas como la hospitalidad o el
apego a la tierra y las tradiciones, una España de hombres pobres que sin
embargo prolongaban sus horas de alegría hasta la madrugada: el triunfo de la
vida y del ser humano en un mundo de mugre y harapos. Se trata también de un
testimonio de sus sentimientos hacia las formas de vida precapitalista, de su
admiración por la sociabilidad popular, por una humanidad que el capitalismo
acabará destruyendo. Su fascinación no era muy diferente a la que también
sintieron otros "españoles" norteamericanos como Ernest Hemingway y
Orson Welles.
En su obra, Héctor Baggio, John Dos Passos:
Rocinante pierde el camino (Altalema, Madrid, 1978) ofrece algo así como un
"borrador" del libro de Martínez de Pisón, así como cumplidas notas
cronológicas y bibliográficas así como una pequeña hemeroteca sobre cuando la
prensa oficialista reseñó en 1972 su muerte, y en la que se oculta su
compromiso republicano. No fue hasta la segunda mitad de los años setenta que
aparece una recopilación de sus escritos con el título de La guerra civil española (La Salamandra Ed.,
tr. Irene Geiss, Buenos Aires, 1976), al final del cual ofrece datos sobre su
entrevista con Andreu Nin, y una entrevista para el diario de la CNT, la Solidaridad Obrera,
y cuando le preguntan sobre los anarcosindicalistas españoles, declara: No
estoy bastante capacitado para opinar sobre este asunto. Sin embargo, como
americano que soy, y con ideas libertarias, creo que un movimiento de libertad
individual tiene grandes posibilidades. (...) Un trust ruso quizás sea menos
demócrata que un trust norteamericano (...) La verdadera democracia de los
Estados Unidos se parece al ideal anarcosindicalista en muchos casos" (p.
82). En Rocinante...ya se había referido a la "esencia" de lo
Español, escribiendo. "España es la patria clásica del anarquista".
Obviamente, este primer "Dos" fue un
defensor tan entusiasta de la causa republicana como lo era su amigo y
traductor José Robles. No dudó ni un momento en ponerse al servicio del
escenarista holandés Joris Ivens, y fue "Dos" el que empujó a
Hemingway para producir juntos un film prorrepublicano: The Spanish Earth,
destinado a recabar la máxima ayuda de la izquierda norteamericana en una época
en la que, según Orson Welles, toda la cultura norteamericana era de
izquierdas. Lo de "Dos" fue consecuencia natural de un largo trayecto
de compromiso político en el que la defensa de la República era una
consecuencia natural.
Apenas puso los pies en España, "Dos"
se precipitó a saludar a su amigo Robles, y pleno de estupor, no tardó en saber
que éste, según todos los indicios, había sido ejecutado por los agentes rusos
situados en el "entorno" del general Vladimir Gorev, con el que
Robles trabajaba como intérprete y responsable junto con Miaja de la dirección
de la defensa de Madrid (y como la mayoría de los responsables soviéticos en la
guerra, ejecutado por los sicarios de Stalin al regresar a la URSS). Aquel "pequeño
incidente" en un contexto tan extremo como una guerra contra el
militar-fascismo que fusilaba a la gente del pueblo en plan industrial,
apareció como una perturbación fuera de lugar. Pero "Dos" consiguió
la implicación de la John
Hopkins, y obligó a las autoridades a darle una respuesta.
Esta fue la siguiente, "Había sido un error", pero ni tan siquiera le
podían clorar en qué había consistido, como y cuando se había perpetrado su muerte.
Según nos ha contado Wilebaldo Solano, el POUM, a sugerencia de Jordi Arquer,
trató de crear una "comisión de investigación", pero los
acontecimientos no dieron margen, entre otras cosas porque el "caso
Robles" fue algo así como un prólogo del "caso Nin" y de la
campaña contra el POUM.
A esta historia habría que añadirle otras: los
escandalosos "procesos de Moscú", el pacto germano-soviético, la
invasión de Finlandia por tropas soviéticas...La crisis de Dos Passos va
paralela a la de otros radicales, en concreto a los que se congregan en la
revista Partisan Review, amigos del POUM, miembros del Trotsky Defense
Committee, que comenzarán en esta coyuntura una evolución cada vez más hacia la
derecha. Su trayectoria no muy diferente a la del prominente filósofo John
Dewey, y es la misma que afectara a escritores e intelectuales que más
seriamente se habían comprometido: Upton Sinclair, Max Eastman, James Burham,
Lionel Trilling, Daniel Bell, John Steinbeck, etc. Una larga lista de
"desencantados" que operó en el sentido del mito del "hijo
pródigo", en el caso de Dos Passos se trata de una realidad concreta, el
padre que había sido compañero de aventuras radicales con Mark Twain y otros,
acabó abominando el sufragio femenino y clamando contra la reclamación de las
ocho horas. El hijo abandona el internacionalismo por el nacionalismo, no se
reconoce con la clase trabajadora "domesticada" por el New Deal para
reconciliarse con los trust, y en
literatura abandona lo experimental para entrar de lleno en el clasicismo. Todo
lo que escribirá después de España suena a arrepentimiento.
Un testimonio de esta regresión lo podemos
encontrar en el último tomo de la trilogía USA, aparecido en 1936, El gran
dinero, en la que no es difícil encontrar una nota pesimista. Con la trilogía
Spotswood compuesta por La aventura de un joven (1939), Número uno (1943) y La
alta meta (1949), escribió Dos Passos en cierto modo una obra política opuesta
a trilogía USA. Describe la evolución de Glenn Spotswood, que se ocupa de
organización sindical porque se da cuenta de la hipocresía la deshonestidad de
las clases dirigentes norteamericanas, pero viendo cómo se mata a unos
inocentes en aras de una causa abstracta instrumentalizada por los fariseos del
Partido Comunista, Glenn se desilusiona poco a poco, pero se presenta de todos
modos como voluntario en las brigadas internacionales en un último esfuerzo
desesperado en lo que mira de contribuir al advenimiento de una sociedad mejor.
Será injustamente acusado de ser un simpatizante trotskista y puesto en
prisión, hasta que efectúa una misión suicida para el partido que lo ha
traicionado. Antes de morir, redacta su testamento en la pared de la celda:
"Yo, Glenn Spots\vood, sano de espíritu, pero preso del cuerpo, lego a los
trabajadores del mundo entero mi esperanza de un mundo mejor". Pero cuando
percibe el significado de que ha vivido, lo borra. No hay pues duda, el
beneficio es mejor que unas falsas ideologías representadas en su dimensión más
siniestra, y en consecuencia abandona la esperanza, una opción que por lo demás
tendrá sus recompensas, el sistema ya sabe agradecer e integrar a sus herejes.
En 1945, "Dos" visitó las ciudades
destruidas de Austria y Alemania y sacó la impresión de que América había
perdido la guerra en un doble aspecto: por la entrega del este de Europa a los
soviéticos y por las represalias económicas contra los pueblos derrotados. De
vuelta a casa, reaccionó contra la política social del New Deal. En esta época
escribió "El socialismo no es ninguna respuesta a la supergrande
concentración de fuerzas que es la maldición del capitalismo. Hay que encontrar
algo mejor", y encontró su vía en una aproximación al ala conservadora de
los republicanos ("la fuerza ilimitada de la capa dominante de la Unión Soviética
obliga a reconsiderar si la motivación de los beneficios es en realidad tan
mala como se ha representado siempre"), momento en el que archiva
completamente cualquier ilusión en un orden social colectivo que de primacía a
las personas sobre los beneficios.
Visto desde esta perspectiva, la razón inicial
de Dos Passos se extravía frente a la de Hemingway, y sobre todo frente a la
del hijo de la víctima, que seguirá luchando por su idea de la República sin abandonar
el Partido Comunista, como explica muy bien Ignacio Martínez de Pisón.
Está claro que en el "caso Robles",
"Dos" tenía razón primordial frente a Hemingway, ya que su amigo no
era "solo un hombre", era un hombre, además un republicano, un
voluntario que podía haber seguido la guerra desde el otro lado del Atlántico,
un representante de la "República de los Libros", todo un símbolo. Si
se podía asesinar impunemente a Robles, y condenarlo a continuación por su
condición de "sospechoso" ("Le habrán matado por algo"), se
estaba poniendo en juego la naturaleza moral de la causa republicana. Su
"caso" dejaba de ser el de "un hombre solo" para
convertirse en el oscuro y trágico síntoma de la infección estaliniana, un mal
sobre lo que muy poca gente tenía una conciencia clara, entre otras cosas
porque, básicamente, era la misma gente que hasta entonces había defendido la
revolución de Octubre, así no es casualidad que el propio Robles caracterice a
Dos Passos de "simpatizante del bolchevismo" en su prólogo de
Manhattan Transfer.
Algo distinto es que esta razón permita desmerecer
el modelo Hemingway frente al modelo Dos Passos. Éste tuvo razón en este punto,
pero también es cierto que no hizo lo mismo que Francisco Robles Villegas
"Coco"; "Dos" dejó de ser un "participante" para
ser un "espectador", mientras que Hemingway siguió combatiendo. Hubo
una coherencia en Hemingway que Dos Passos perdió en el momento en que comenzó
a cambiar de barricada. En su caída confundió la parte oscura (el estalinismo)
con toda la causa socialista, y a partir de aquí terminó otorgando "carta
blanca" a su clase dominante, incluso durante la guerra del Vietnam, un
"pecado venial" en relación estalinismo para los legitimadores del
sistema, pero cuya escalada de barbarie deja en pañales la perfidia del Zar
Rojo. Por su parte, Hemingway mostró más tarde su aversión al estalinismo, y
mantuvo dentro de su propia lógica una cierta coherencia, por ejemplo apoyando
la revolución contra Batista y la mafia, y creándole problemas a su gobierno.
Un detalle: Dos Pasos se acabó reconciliando con su antiguo amigo después de
leer El viejo y el mar; él ya estaba acabado como le gritó en su día un airado
(y decepcionado) Jack Kerouac.
Martínez de Pisón dice que en su obra los hechos
se explican por sí mismo, lo cual a mi parecer no es cierto. Aparentemente se
limita a ir tirando de los hilos, y la verdad es que mantiene un pulso muy vivo
de tal manera que el libro se lee como una novela. Su investigación es
cuidadosa y ponderada, pero no por ello deja de ofrecer un punto de vista
aunque sea por omisión. Su punto de mira es la legalidad republicana, pero no
"entra" en el debate político que opone la derecha republicana contra
su izquierda revolucionaria, debate que no se puede llevar sin analizar que el
contragolpe vino desde abajo, exactamente donde el pueblo trabajador no confió
en las autoridades republicanas, donde los hizo (Oviedo, Zaragoza, etc), los
golpistas se impusieron. Tampoco liga el hecho de que, por paradójico que
parezca, la línea general de Stalin pasaba por la defensa de la
"democracia burguesa" (carta a Largo Caballero), y que por lo tanto,
la derecha republicana veía a Stalin con buenos ojos, como la vio la Norteamérica cuando
el enemigo principal eran los nazis. Al no entrar en este terreno, la actuación
represiva del estalinismo aparece como una mera prolongación del
totalitarismo...Nin por ejemplo aparece caracterizado a través de la pluma de
Josep Pla, y no como el representante de una revolución alternativa.
Aunque al seguir la pista de "Coco",
Martínez de Pisón no duda en reconocer que hubo muchos comunistas de buena fe
que creyeron en que Moscú representaba no sólo la línea más correcta son la
única posible, opera una extraña maniobra a otorgarle al historiador neoliberal
François Furet la definición del "comunismo". Así en la página 211,
cuando habla de la "conversión" de Juan Andrade, Julián Gorkin y
tantos otros, ofrece la siguiente cita: "Después del entusiasmo del
creyente viene, un buen día, la mirada crítica, y los mismos acontecimientos
que iluminaban una existencia han perdido lo que les daba su luz". Aparte
que había que ver lo del entusiasmo del creyente en su propio caso (Furet fue
un comunista estalinista, ahora es un neoliberal no menos iluminado), el caso
es que Gorkin, pero sobre todo Andrade, nunca dejaron de mantener una posición
crítica, su historial con el PCE y el Komintern está plegado de debates y
conflictos. En la página 214, al hablar del testimonio crítico de Panait
Istrati, cita nuevamente a Furet que lo define como un antídoto "contra
los relatos de viajes soviéticos con agua de rosa", definición que puede
servir para definir dichos viajes organizados en la época estaliniana,
escondiendo que los relatos de la época revolucionaria resultan duros y
veraces, ahí está por ejemplo el testimonio de Alfred Rosmer, Moscú en tiempos
de Lenin, y tantos otros, sin ir más lejos, los testimonio de Joaquín Maurín,
que no tienen un ápice de idealismo.
En unas declaraciones (al ABC cuya
"objetividad" al tratar la cuestión comunista nadie le puede negar),
Martínez de Pisón ofrece como conclusión que hay que ajustar las cuentas con el
comunismo como se ha hecho con el fascismo, y cuando dice comunismo dice
estalinismo, sin entrar en mayores matizaciones. A nadie se le ocurre medir el
cristianismo por la
Inquisición o Franco, pero se ve que con el
"comunismo" todo es diferente. Lo que no deja de ser una manera de
venir a decir que el viejo Dos Passos, el amigo de Barry Goldwater, tenía
razón. N realidad, John no pudo acabar peor de lo que acabó y a su lado, el
Hemingway que apoya la revolución cubana, aparece como un señor que murió tan
dignamente como había vivido.
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