Leopold Trepper y la Orquesta Roja,
La vida y
“milagros” de Lejb Domb, mas conocido por su "nombre de batalla",
Leopold Trepper, es ciertamente, legendaria. Como tal, ha dado
lugar a dos libros extraordinario, el primero fue su propia autobiografía, El gran juego (Ariel, Barcelona, tr. Juan de
Benavent, IBSN: 84.344.4230 2; 512, pgs), el otro sería el de Gilles Perrault,
La orquesta roja, que fue editado por Laia, Barcelona, 1974 con traducción y
prólogo de Javier Alfaya, 582 pgs), que es el que tengo en la mano, si bien
existe otra edición más reciente (Txalaparta, Tafalla, 2001).
En el de Gilles
Perrault (Laia), se informa en la portada: Las actividades de la red de
espionaje soviética. La
Orquesta Roja, costaron a la Alemania nazi –según el
testimonio del jefe del Bauer, almirante Canaris- la viad de 200.000
soldados…”
Esta es solo una
nota mas del “curriculum” de Trepper, un hombre discreto que murió como había
vivido, luchando por el ideal socialista. Nacido en 1904 en una familia
judía de Novy Tard, pueblo de la región de Galitzia, antes polaca y ahora
mayoritariamente soviética, se adhirió, aún adolescente, al movimiento de las
juventudes sionistas Hachomer Hatzair, y con tan sólo veinte años emigró a
Palestina, entonces bajo el mandato británico, donde contribuyó a fundar el grupo
comunista Unidad que
preconizaba la unidad de, acción de judíos y árabes "principio básico de
la paz en Oriente Próximo", según sus propias palabras.
Expulsado por los
británicos de Palestina en 1929, pasa tres años en Francia, donde milita en un
grupo de comunistas extranjeros, antes de viajar a Moscú bajo el pretexto de
estudiar en una universidad especializada, pero, en realidad, para
entrevistarse con el jefe de los servicios de información del ejército
soviético.
En los años que
preceden a la segunda mundial, funda en Bruselas la temible Orquesta
Roja, cuyos
músicos enviarán a Moscú, a partir de la entrada en guerra de la Unión Soviética en
1941, más de 2.000 despachos de gran importancia redactados por
"290 agentes que no eran espías profesionales, sino furibundos antinazis
de diversas nacionalidades".
Fue de esta red
de donde partió la formación exacta que anunciaba a José Stalin la fecha
exacta de la entrada en guerra de Alemania contra la URSS: en la madrugada del
domingo 22 de junio. Pero Stalin no lo creyó. Pero los hechos tienen la cabeza
dura: el 2 de Junio de 1941, los nazis invaden las repúblicas occidentales de la URSS… todo parece en orden
para el alto mando de la
Wehrmacht. Sin embargo, en los cuarteles de la Abwehr (inteligencia militar
alemana) tienen razones para estar preocupados: el tranquilo éter se ve
repentinamente ocupado por decenas de emisoras, radiando desde todas las
ciudades de los países ocupados y desde el interior del Reich. Se trata de la OS1 (Organización Especial nº1,
servicios de inteligencia exterior de la URSS), también conocida como Orquesta Roja.
En 1945, al final
de la segunda guerra mundial, es repatriado, como todos los demás espías
soviéticos que trabajaron en Europa occidental, y recibido en Moscú con todos
los honores por importantes personalidades que, nada más felicitarle, le envían
a la cárcel de Lubianka y a otros lugares de detención, donde permanecerá diez
años hasta ser declarado inocente y puesto en libertad. Trepper volvió entonces
a su país de origen, Polonia, en cuya capital residirá veinte años y asumirá la
presidencia de la
Asociación Cultural Judía. Pero en octubre de 1973, cuando
las autoridades polacas le retiran su pasaporte, amenaza con suicidarse si no
es autorizado a abandonar el país, lo que conseguirá tres años después, en
1976.
Con todos
aquellos que le abordaban en la calle, Trepper se creía en el deber de hablar
de política para advertirles que "la tercera guerra mundial ha empezado
ya". El intrépido espía soviético no opinaba, según su viuda, "nada
positivo" de la actual política del Kremlin, y "se había solidarizado
con el movimiento progresista en Polonia, por lo que la reciente toma del poder
por el Ejército le decepcionó". A Leopold Trepper le hubiese gustado
escribir un último libro, Mi testamento político, pero la enfermedad que contrajo en las
celdas estalinistas le impidió realizar su deseo. Un repaso de su obra, La Orquesta Roja
nos lleva en primera persona a la historia de esta red de espionaje, liderada
por Leopold Trepper, y su lucha contra la Gestapo y la Abwehr, una organización de cientos de agentes
infiltrados hasta los más altos escalafones del Reich, responsable de miles de
informes, desde los números de bajas nazis hasta los datos de la producción
militar, claves para la victoria del Ejercito Rojo. El relato está lleno de
alegrías pero también de traiciones, pasando por las extrañas relaciones que se
establecen entre sus protagonistas y los sabuesos que los persiguen. Una
lectura más que recomendable para descubrir uno de los episodios menos
conocidos de la Segunda
Guerra Mundial.
Dos detalles…
1. Hay una película
sobre La orquesta roja que se puede bajar por la mula. Fue
dirigida con más voluntad que pericia por Jacques
Rouffio, e
interpretada con eficiencia por Barbara
De Rossi, Claude
Brasseur, Daniel Olbrychski, Dominique Labourier, Etienne
Chicot, Roger
Hanin El
guión fue escrito por Gilles
Perrault, y a lo largo de más de dos horas se
reconstruye con my pocos medios la historia de la organización de espionaje
soviética que tuvo en jaque a los nazis hasta el final de la Segunda Guerra
Mundial. Está planteada con voluntad eminentemente documental, en una operación
de distanciamiento que consigue unos resultados apreciables pero algo grises.
Inédito en nuestras pantallas, fue emitido por la TV2 a medianoche.
2. Trepper destino el
total de los beneficios logrados por sus memorias a financiar la conversión del
semanario “Rouge” de la LCR
francesa en cotidiano, formato en que se editó durante un cierto tiempo.
Siempre que tuvo ocasión declaró que los 2trotskistas” habían salvado el “honor
del comunismo”.
Y para animar a
su lectura, añadimos como anexo el capítulo 9 de El gran juego.
También quisiera consignar aquí mi testimonio acerca de la eliminación dle Tujachevski y sus camaradas. Fue el 11 de julio de 1937 cuando los periódicos moscovitas anunciaron el arresto del mariscal Tujachevski y de otros siete generales. A los jefes del ejército rojo, héroes de ia guerra civil y antiguos comunistas, se les acusaba de estar preparando a sabiendas la derrota militar de su país, allanando así el camino para el retorno del capitalismo a la Unión Soviética. Al día siguiente, el inundo entero se enteraba de que Tujachevski y los generales Yákir, Ubórcvich, Prilnákov, Eidemann, Feldniaiin, Kork y Putna habían sido condenados a muerte y ejecutados. Un noveno oficial superior, el general Gainárnik, jeJ de la división política del ejército, se había suicidado. El ejército rojo quedaba decapitado.
En realidad,
desde hacía varios años un profundo desacuerdo enfrentaba a Tujachevski y su
estado mayor, por un lado, y la dirección del partido, por el otro. Contra la
teoría oficial de Stalin, según la cual una nueva guerra, si llegaba a
estallar, no se libraría en el territorio de la Unión Soviética,
Tujachevski, que vigilaba con inquietud los preparativos militares del III
Reich, afirmaba que era inevitable un conflicto
mundial y que era preciso prepararse para el mismo. En 1936, durante una sesión
del Soviet Supremo, el mariscal había expuesto su convicción de que la nueva
guerra probablemente se dirimiría en el territorio de la URSS.
La historia se
encargará de demostrar que Tujachevski sólo anduvo equivocado en tener razón
demasiado pronto... Cuando fue acusado, ya todas las oposiciones habían
sido eliminadas y Stalin tenía el país entero bajo su puño de hierro. El
ejército Rojo constituía el último baluarte que se le resistía, el único que
rehuía su autoridad. Para la dirección estalinista, la liquidación de los altos
mandos del ejército se presentaba como un objetivo de urgente realización. Pero
como los generales en cuestión eran antiguos bolcheviques, que se habían
destacado durante la revolución de octubre, y como una acusación del tipo
‘‘trotskista’’ o ‘‘zinovievista’’ contra un Tujachevski no hubiera surtido el
menor efecto, era preciso actuar con extremado rigor y contundencia.
Stalin se sirvió de la complicidad de Hitler para doblegar al ejército del
pueblo ruso.
Fue Giering,
miembro de la Gestapo
y jefe del Sonderkomando que durante la segunda guerra mundial tuvo a su cargo
la lucha contra la
Orquesta Roja, quien me explicó en 1943 todos los detalles,
tanto del asunto Piatnitski como de la operación montada contra Tujachevski...
En 1936, Heydrich
jefe de los servicios alemanes de información, recibe en Berlín la visita de un
ex-oficial del ejército zarista, el general Skoblifl. Este general sin ejército
se consuela de su inactividad jugando a ser agente doble en gran escala:
durante muchos años ha trabajado para el servicio soviético de información en
los círculos de rusos blancos de París, aunque ha flirteado al mismo tiempo con
los servicios alemanes. En suma, se trata de un personaje perfectamente
equívoco. La noticia que comunica a Heydrich es de gran trascendencia: de
fuente muy segura sabe que el mariscal Tujachevski está tramando una
sublevación militar contra Stalin. Heydrich transmite la noticia al alto estado
mayor nazi, que al punto se interroga sobre la conducta que ha de observar.
Sólo caben dos opciones: o dejar que el jefe del Ejército Rojo siga con sus
preparativos o advertir a Stalin proporcionándole además las pruebas de la
conclusión del mariscal ruso con la Wehrniaclmt.
Los nazis se
deciden por esta segunda solución. Preparan un informe en el que, apoyándose en
pruebas truncadas, se revela que Tujachevski está organizando un golpe armado
con la colaboración de los jefes militares alemanes. Poner a punto estos
documentos reveladores no ha requerido siquiera tres días de trabajo. No es
difícil probar que Tujachevski ha mantenido contactos con el estado mayor de la Wehrmacht puesto que,
antes del acceso de los nazis al poder se celebraban unos encuentros regulares
entre ambos ejércitos y el gobierno soviético incluso había creado unas
escuelas militares para la formación de la oficialidad alemana. En cuanto el
círculo íntimo de Hitler ha reunido las “pruebas” es un juego de espía hacerlas
llegar a los dirigentes de la
URSS. Si hemos de dar crédito a las memorias de Schellenberg,
que a la sazón era jefe del contraespionaje alemán, la casa en la que se
hallaban los documentos fue incendiada y un agente checo, debidamente
advertido, recogió los papeles de entre las cenizas. Según otra versión, los
alemanes vendieron aquellos documentos a los rusos a través de los checos. La
diversidad de versiones no altera el hecho de que la operación contra Tujachevski y sus colaboradores se llevó a término, tanto por lo que respecta a Stalin como por
lo que se refiere a Hitler, en el cuadro de los objetivos de cada uno de ellos.
¡Qué más daba! A
finales de mayo de 1937, el informe Tujachevski se halla ya en el despacho de
Stalin. El bigotudo georgiano puede sentirse satisfecho: los alemanes han
respondido a su petición proporcionándole el material necesario para eliminar
al hombre a quien ha jurado destruir. En efecto, Skoblin —me limito a
transcribir fielmente el relato de Giering— no había visitado a Heydrich por su
propia iniciativa. Stalin y Hitler se habían repartido el trabajo: el primero
concibió la idea de la maquinación, pero la ejecución de tal idea corrió a
cargo del segundo. Stalin quería destruir la última fuerza organizada que se
oponía a su política y Hitler aprovechó aquella ocasión inesperada para
decapitar al ejército rojo. El asunto Piatnitski había hecho comprender al
führer que la depuración no quedaría circunscrita a algunos oficiales
superiores. Hitler estaba convencido (le que la oleada represiva sacudiría al
ejército rojo en su totalidad y que luego serían precisos varios años para
reconstruir los mandos desaparecidos. Así tendría las manos libres en el Este
mientras ganaba la guerra en el Oeste. Desde 1937, pues, se dibujaba ya el
acercamiento que más adelante confirmaría la firma del pacto germano-soviético.
En el mes de
agosto de 1937, dos meses después de la ejecución del mariscal Tujachevski
Stalin reunió en una conferencia a los dirigentes políticos del ejército rojo
para preparar la depuración de los “enemigos del pueblo” que pudieran existir
en los medios militares. Aquélla fue la señal para iniciar la matanza. El color
rojo del ejército se debió a la sangre de sus soldados: trece de los diecinueve
comandantes de cuerpo de ejército, ciento diez de los ciento treinta y cinco
comandantes de división y de brigada, la mitad de los comandantes de regimiento
y la mayor parte de los comisarios políticos fueron ejecutados. El Ejército
Rojo, así desangrado, quedó fuera de combate por algunos años.
Los alemanes
explotaron a fundo aquella situación ordenando a sus servicios de información
que hicieran llegar a Paris y a Londres unos informes alarmantes —lo eran
efectivamente— sobre el estado del ejército) rojo después de la depuración. No
creo desacertado pensar que, si los estados mayores francés e inglés no
manifestaron la menor prisa para concertar una alianza militar con la Unión Soviética,
esto se debió a que para ellos era evidente la debilidad del ejército rojo. Así
quedó expedita la vía para la firma del pacto entre Stalin y Hitler.
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