viernes, 27 de mayo de 2016

Los últimos estalinistas



Los últimos estalinistas
Resultado de imagen de La vida de BrianEsta visto que los artículos sobre lo que algunos han llamado “el fenómeno estaliniano”, provocan un más que evidente malestar entre los creyentes de las bondades y aciertos del “camarada Stalin”, y de ello hay buena prueba en las páginas fue en las páginas de KAOS allá por el cambio de siglo, cuando pareció darse un cierto repunte estaliniano entre sectores de la juventud. Por entonces, esta página alternativa se había convertido en una plataforma pluralista de izquierdas por excelencia, o sea, opuesta al sueño del monolitismo binario que divide el mundo entre los “auténticos comunistas” de un lado, y los revisionistas y
“reformistas” y trotkistas infiltrados,  de otro.
Resultado de imagen de trotskyNormalmente, dichos creyentes manifiestan su malestar mediante una sucesión de comentarios propios de taberna, que antes que otras cosas, muestran la indigencia cultural y política de sus responsables. Pero, en ausencia de respuestas argumentadas y documentadas, han recurrido a un par de tratados que parecen extraídos de los tiempos de la “caza de brujas” trotskistas y demás, en un “totum revolutum” en el que:
a) Caracterizan a la URSS de los tiempos de Stalin (y por extensión a todos los países “marxistas-leninistas”) como “verdaderamente socialistas”;
b) Atribuyen a la burguesía y al imperialismo (o sea a los “ateos” sean de derechas o de izquierdas) todas las argumentaciones críticas contra esto;
c) Consideran que su evolución y desnaturalización es debido especialmente al “revisionismo”, una enfermedad disolvente iniciada en el cerebro de Tito y Jruschev, y culminada por Gorbatchev;
d) Dictaminan que el “trotskismo” es un movimiento anticomunista al servicio del enemigo contra el cual no solamente justifican la represión y tentativa de exterminio de los años treinta y cuarenta...
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Que nadie se piense que se trata de trabajos que responden a tal libro o a tal cuestión. O de alguna elaboración realizada por algún destacado dirigente del partido como en los viejos tiempos, cuando la apología de Stalin y de la URSS formaba parte del imaginario proletario. Se trata de un tratado puro de “doctrina” en la que se retoman los argumentos de aquellos tiempos en los que tal apología parecía “razonable” por las siguientes razones:
a) el “sistema” andaba muy desprestigiado con sus crisis (1929), sus connivencias con los fascismos, y su actitud socialmente atrasada,
b) seguía viva la misma generación que se había forjado en la defensa de la revolución de Octubre,
c) la derecha y sus medios atribuían desde 1917 toda clase de desmanes a los bolcheviques;
d) la desinformación era generalizada, y e) la URSS y el partido comunista nacional representaban un “baluarte” más allá de las derrotas...Desde entonces, ha llovido mucho, y las perspectiva es muy diferente a aquella en la que los trabajadores rechazaban las voces críticas. Ha cambiado tanto que en dezmado y dividido, el estalinismo hispano no tiene ni tan siquiera quien le escriba.
De ahí que su recurso más al alcance resulte ser un acta de acusaciones contra el trotskismo elaborado por uno de los escasos “teóricos” vigentes, concretamente las elaboradas por el actual secretario general del Partido del Trabajo Belga, Ludo Martens, al que habría que añadirle otra producida por el comunista de las tierras vascas, el inenarrable José Enrique Egido (autor de una “Historia del trotskismo” que merecería figurar en la historia de la infamia sino fuese tan simple ), ambos textos por lo demás ampliamente reproducidas en varias páginas electrónicas de grupos y partidos afines para los que, en esta cuestión, cualquier tiempo pasado fue mejor, y añoran los buenos tiempos en los que este tipo de documentos influyeron en el curso de los acontecimientos, como aquel tristemente célebre panfleto titulado Espionaje en España, firmado por un tal Max Rieger, y prologado por José Bergamín, que cometió el mayor pecado de su vida de cristiano que creyó en Stalin. Por cierto, un documento que está a punto de editar Renacimiento con un prólogo de Pelai Pagès.
Se podría resumir el contenido de ambos textos en cuatro afirmaciones que establecen una estricta continuidad con las desarrolladas desde los tiempos en que la fracción liderada por Stalin se estableció como la “verdadera heredera” de Lenin, y la guardiana del “auténtico marxismo leninismo”...Combina los sucesivos anatemas clásicos de los tiempos de Stalin de enemigos del pueblo, y de la categoría de “hitlerotrotskistas” con dos aportaciones finales, la que vincula al POUM con las actividades de la CIA en los años cincuenta-sesenta, y la que establece que presuntas relaciones del trotskismo con el alud de “contrarrevoluciones burguesas” en la URSS y en los países del Este, principalmente en Polonia, donde habrían actuado como acompañantes de “Solidarnosk”, y por lo mismo, del Wotyla y Reagan...
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Afortunadamente estas llamadas al odio visceral carecen ya del poder ejecutor de antaño. No obstante, su lectura no puede dejarnos indiferentes. Suponen el empleo de métodos de liquidación moral y física de los adversarios que históricamente, solamente encontramos reproducidas con idéntica vehemencia en el fascismo, y si alguien tiene alguna duda, que se ponga en la piel de los acusados, de aquellos a los que el antiguo menchevique Vichinsky, juez en los “procesos de Moscú”, trataba de “perros rabiosos”. Martens no pierde el tiempo en debatir tal o cual presunto error o errores. Simplemente (y muy “originalmente” además) acusa de Mandel (al que no dejaban de entrar en países como los Estados Unidos, Francia o Alemania) de agente de la CIA, cuando no de contribuir –siguiendo el método del “culto a la personalidad” aunque sea de manera invertida-a la descomposición de aquel “socialismo realmente existente”, caído por una oscura conjura revisionista-trotskista. La cosa es de chiste si no fuese porque hay cabezas cuadradas que se lo creen.
Habría que añadir que, a diferencia de los “buenos tiempos”, algunos de los criterios que Martens atribuye actualmente como una exclusiva del “trotskismo”, resultan ser –matices aparte- patrimonio general de las izquierdas, incluyendo la práctica totalidad de los partidos comunistas. Todos apoyaron los procesos democráticos en los países del “socialismo realmente existente”, eso por más que hubieran optado por otra alternativa a la que finalmente se impuso, ante todo –esto hay que repetirlo todas las veces que hagan falta, por el total descrédito del sistema, y también porque los estalinistas de antaño ya se habían situado en las nuevas estructuras de poder. En su mayoría tienen claro lo que dijo en su momento Fausto Bertinotti: que comunismo y estalinismo son incompatibles. De hecho, ya era utilizada como un insulto entre los propios comunistas de ambas fracciones del PSUC al principio de los años ochenta.

Los últimos estalinistas. La historia del comunismo de los tiempos de Stalin, nada tiene que ver con la “historia sagrada” que sirve de fundamentación al discurso de Martens.
En los años sesenta, todo el entramado comunista oficial había empezado a cambiar. De ahí que, por citar un ejemplo, cuando el que escribe se lamentaba de las burocratadas padecidas puntualmente en sus actividades en Comisiones Obreras, los veteranos del POUM podían comentar con cierta ironía que lo que yo contaba eran cosas de criaturas comparadas con las que ellos habían padecido, cuando en las trincheras tenían que guarecerse de los disparos que le venían –obviamente- desde delante, y también de los que le podían venir por detrás. Por entonces, el linchamiento moral del POUM había llegado a contaminar a sectores del PSOE, y era tan intensa que en el batallón que mandaba como capitana la judía argentina Mika Etchébèhere, ésta no podía ostentar su filiación porque los mismos soldados que estaban dispuestos a enfrentarse con la muerte detrás de ella, preferían no escuchar nada de lo que no podían entender.
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Con todo, todavía el cisma chino-soviético (otro jalón en la descomposición del “monolito”), produjo un considerable rearme de la mítica estaliniana entre los grupos aparecidos a la izquierda del los partidos revisionistas. Aunque los maoístas de por aquí nunca llegaron a conocer el soñado “monolitismo” ya que pronto se diversificaron en numerosas variantes, por lo general coincidían en la defensa integral del “faro del socialismo” que representaban la China de Mao, y en menor grado, la Albania de Enver Hoxa, y por la misma vía, anteponían a la URSS revisionista la leyenda dorada del estalinismo. Como se trataba de una época de mucho debate político, y estos grupos tenían, además de la fuerza que les confería las relaciones con China (punto en el que se daba una jerarquía, los que tenían un trato a favor por su mayor veterana como los que tenían la etiqueta de “partidos marxistas-leninistas”, trataban de sacar sus frutos, por ejemplo, eran los que Radio Tirana en castellano destacaba como “dirigentes de las grandes luchas que pregonaban, por cierto, con un grado de exageración tan descabellado que hasta los propios maoístas no se privaban de hacer sus bromas), tenían una cierta implantación, se dio un cierto esfuerzo teórico por vestir esta leyenda con un mayor aparato crítico, y ponerla más en consonancia con las maravillas del pensamiento de Mao Tse Tung, cuyos atributos eran incluso medicinales, buena nueva que llegó a predicar en la misma Universidad de Barcelona, por ejemplo un “PNN” de Ciencias llamado Joan Senent-Josa).
Resultado de imagen de estalinismoDe hecho, no fue tan diferente lo que trató de llevar a cabo muy particularmente, Charles Bettelheim, profesor de la escuela de Altos Estudios, un antiguo “trotsko” convertido al “marxismo-leninismo” en la época en la que escribió un soberbio estudio titulado La economía alemana bajo el nazismo, y que en los años sesenta tomó parte en los debates sobre la construcción del socialismo en Cuba junto con el “Che”, Ernest Mandel y otros. Durante varios años, Bettelheim estuvo cincelando una obra con pretensiones abiertamente “superadoras”, para la cual recreó toda una serie de conceptos que le permitían abordar el entramado económico de la URSS de Stalin pasando literalmente de puntillas sobre la historia social y política. Se llamó La lucha de clases en la URSS (Siglo XXI, Madrid, 1976), de la cual solamente apareció el primer volumen. Su tesis central era la del incremento de la lucha de clases en la medida en que se avanzaba hacia el socialismo, un hilo muy querido por el “camarada” Ludo Martens. El problema radicaba –entre otras cosas- en que se distinguía por “socialismo”, punto sobre el que el cual Martens. Podría decir que el socialismo es lo que es, o sea lo que él dice (o Stalin, Lenin no, Lenin hablaba de un “estado obrero burocráticamente deformado” ya en los comienzo). Otro genio, Bettino Craxi dijo que el socialismo era...pues lo que hacían los socialistas.
Lamentablemente, no pasó mucho tiempo sin que el insigne intelectual francés se desalentara con la caída y desprestigio de la llamada “banda de los cuatros”, después de lo cual tirara por la borda el esfuerzo de no menos de una década para encontrar la cuadratura del círculo. Entonces, Bettelheim publicó un alegato cuyo título habla por sí mismo: El estalinismo, la ideología del capitalismo de Estado en la URSS (editado por El Viejo Topo, nº 30-31).
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Mucho más efímero fue el fulgor de un esfuerzo por parte de la antigua y olvidada ORT (Organización Revolucionaria de los Trabajadores, proveniente del catolicismo progresista) contrarrestar la denuncia de un horror en loor a las glorias de la China “marxista-leninista” en la que veían la encarnación del cielo sobre la tierra. Lo hizo con un número especial de la revista El Cárabo (Nº 11-12, Madrid, 1976), cuyo director era por cierto Joaquín Estefanía Moreira (luego un jerifalte de El País), y su titulo era: Tiempo de Stalin. Con todo, la tesis central de los trabajos sintetizada en un cita de Kostas Mavrakis, introducía ya una tentativa de distanciamiento de Stalin: “Si los comunistas chinos han manifestado una cierta reserva en su crítica pública a Stalin y la han formulado normalmente de manera elíptica, es porque debían tener en cuenta la situación de conjunto. Según su criterio, ésta exigía que se unieran a los files incondicionales aStalin para combatir prioritariamente a los que atacaban al marxismo-leninismo a través del compañero de armas y sucesor de Lenin. Esta táctica quizá pudo ser necesaria en un cierto momento en determinados países, pero resulta nefasta hoy por hoy en Europa. Aquí la lucha contra los seudo-marxistas de cualquier pelaje no puede ser eficaz si no se va al final de la crítica a Stalin”.
No sé que le hubiera sucedido a Mavrakis en los “buenos tiempos”, pero el caso es que desapareció como la gran mayoría de los partidos de origen maoísta, aunque algunos sobrevivieron, e incluso se unificaron con grupos trotskistas en países como Alemania, Italia o Portugal, claro que ya habían ajustado sus cuentas con Mao y Stalin.
Se trataba pues de una crítica “interna”, desde los propios criterios del partido chino, al menos tal como los interpretaba Mao quien había efectuado un encendido elogio a la Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS, de la que se editó un compendio redactado por una comisión del CC del PCUS de la URSSS aprobado en 1938 por el CC.Emiliano Escobar, editorial ligada a la maoísta ORT, editó en 1976 la edición en castellano de Ediciones en Lengua Extranjera de Moscú en 1939.Hasta llegar hasta aquí, la escuela de falsificación histórica estalinista ya había efectuado diversas rectificaciones, cambiado infinidad de fotos, y prohibido cantidad de libros, “papeles” como decía despectivamente Stalin, y entre ellos se incluían buena parte de los escritos de última hora de Lenin, así como todos aquellos en los que se refería a Trotsky en forma elogiosa.
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Esta historia se convertía en la “definitiva” y sustituía la realizada a finales de los años veinte por Emilian Yaroslavskj, caído “cayó en desgracia” en 1932 (no tardó en “desaparecer”). En el prólogo escrito por un tal José Hidalgo se lee: “Los comunistas al hacer un balance global de la obra de Stalin han colocado en un lugar secundario sus errores frente a sus méritos (...) los revisionistas han hecho de su crítica a Stalin un medio para acercarse ideológica y políticamente a la burguesía y un pretexto para abandonar la dictadura del proletariado y para hacer una interpretación antimarxista del leninismo”. La “revisión” jruscheviana se atuvo en lo fundamental a la “historia sagrada” de 1938-1939, aunque se reformó algunas partes secundarias para mantener lo fundamental. El encargo cayó esta vez sobre Boris Pomariov quien redacto una nueva Historia del Partido Comunista de la Unión Soviética (Progreso (Moscú, 1960), y en la que –fundamentalmente-el papel de Stalin era ocupado ahora por un “Comité Central Leninista”, un ente que siempre estaba en lo cierto, que acompañaba a Lenin sin apenas fisuras, pero cuyas actas de 1917 seguían sin ser publicadas.
El nuevo patrón sirvió como guía para las nuevas historias de los partidos comunistas, entre ellos el Partido Comunista de España, pero, finalmente, abrió una brecha por la que los partidos más avanzados como el italiano, introdujeron nuevas rectificaciones. Una anécdota: los líderes de Bandera Roja (Jordi Borja, Solé Tura, Santi Vilanova, y otros), decidieron en un Comité Central que había que escribir una historia “auténtica” del PCE en defensa de la época de Stalin, y se la encargaron a un historiador y militante llamado Joan Estruch quien empezó a estudiar, y acabó escribiendo una de las mejores historias del PCE en dos partes (la primera en El Viejo Topo, la segunda en Siglo XXI), solo que la investigación le llevó a decir justo lo contrario de lo provisto. Claro que cuando lo publicó dicho “banderas rojas” ya eran “bandera blanca”.
Resultado de imagen de trotskyEn los años setenta llegaría el “eurocomunismo”, lo que en el terreno del análisis histórico significa un cambio muy significativo. Se puede decir que se pasa desde la historia sagrada dictada por Stalin, a los trabajos de historiadores de la categoría de Christopher Hill, Eric J. Hobsbawn, Giuliano Procacci, Ernesto Raggioneri, Giuseppe Boffa, Jean Ellenstein, etc, hasta la franca ruptura que representó en su momento, por ejemplo Fernando Claudín que en su importante obra, La crisis del movimiento comunista internacional, un volumen en clave marxista revolucionaria que con unas bases documentales abrumadoras, destroza concienzudamente toda y cada una de las leyendas estalinianas. El “euromunismo” comenzó a tirar por la borda el pasado estaliniano, pero para evolucionar hacia la socialdemocracia, adelantándose a lo que más tarde acabarían haciendo la mayoría de partidos comunistas. Partidos que en los “buenos tiempos” se limitaban a andar con dos pies, con uno eran partidos reformistas y buenos gestores municipales, y con el otro hablaban del socialismo en la URSS. Una vez cayó un pie, quedó libre el otro, aunque no sin poderosas contradiciones.
Al final de esta época, las últimas manifestaciones de “continuidad” con la historia oficial se limitará a la últimas ediciones de tratados contra el trotskismo publicados en las ediciones en Lengua Extranjera (¡que Egido cita como fuentes a pesar de estar contaminadas por el “revisionismo”¡, claro que esto es siempre mejor que citar a fulanito de tal), y pro supuesto, a los grupos continuistas, cada vez más aislados, que siguen la línea estaliniana más o menos ampliada por el maoísmo. En éste tramo se sitúa la “summa” antitrotskista de Ludo Martens, el último “cerebre” estalinista que traducen y al que se remiten devotamente los nostálgicos de los “buenos tiempos”. Se trata de un texto -uno de los pocos traducidos- escrito en 1992, de un autor que trata de marcar unalínea “marxista-leninista” como si no hubiese pasado nada. Cuando ya hace décadas que no se encuentra nada similar en librerías. Librerías, eso sí, repletas detoda clase de estudios sobre Stalin y el estalinismo. Estudios que –básicamente- podemos dividir en dos sectores, una derecha que ofrece una enmienda a la totalidad cuando no trata de homologar estalinismo con nazismo, y una izquierda que intenta objetivar la cuestión y distinguir entre el agua sucia y el niño. En esta área el lector encontrará un trabajo d Ernest Mandel recientemente editado sobre la revolución de Octubre en el que debate con todas las escuelas conservadoras en la que defiende la legitimidad de la revolución abordando sin miedo todas las fuentes. En este terreno se sitúa uno de los capítulos del libro de Mandel publicado por Libros de la Catara/Viento Sur....
Pero todo esto es territorio “tabú” para los creyentes.
Con las citas se pueden convertir las piedras en pan. El trabajo de Martens parte de una serie de supuestos quea su parecer no necesitan mayor demostración que la se puedan desprender de su articulación en las citas.
Pero Martens y los devotos que comparten su fe en el “marxismo leninismo según Stalin o Mao”, huyen del estudio como de la peste, les basta con atribuir a la burguesía y al imperialismo y a los trotskistas lo que les contradice, y santas pascuas (¡anda que Marx y Lenin hubieran pensado lo mismo¡). Les basta sencillamente con una cita de José Stalin, y con una afirmación, y mejor si la pueden relacionar con otra de Lenin, además si es posible con la algún historiador burgués asimilable a su discurso, pero sin entrar más allá de una cita o dos que les vienen al dedo. Egido necesita todavía menos, cita a fulano de tal que dijo con el mismo rigor que si yo citara a mi cuñado. En esto pues, no han cambiado. Lo que si ha cambiado ha sido la realidad histórica: ya no queda nada de lo que les sostenía. China o Vietnam están por otra cosa, en tanto que –a pesar de lo que digan los anticomunistas-Cuba y Venezuela son otra cosa.
El lector que antes de entrar en el templo se haya paseado por unas lecturas mínimas, no ya de Mandel sino de un autor como E.H.  Carr, en concreto del soberbio breviario, La revolución rusa. De Lenin a Stalin, 1917-1929 (Alianza, Madrid, 1979), notaran la diferencia entre la simplicidad doctrinaria y la investigación más rigorosa. Donde Carr habla de una historia general, se detiene en la “Gran Guerra”, la crisis de la vieja sociedad rusa, las características de ésta, el carácter dual, contradictorio de la revolución de Octubre, su significación internacional, y un largo etcétera imprescindible para situarte ante todo lo que vino después, Mortens habla de “dictadura del proletariado” sin detenerse en el menor detalle que pueda refrendar tamaña descripción.
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Donde Carr y otros se detienen sobre las consecuencias de una guerra civil que situó la sociedad rusa al borde del abismo, que diezmó a la clase obrera, que distorsionó la alianza obrero-campesina...O sea recrea el escenario que puedan hacer compresible las dudas y oscilaciones de los bolcheviques, la evolución de estos en el poder. Avanza cautelosamente en el significado de las corrientes políticas y de las personalidades, verificando cada dato, situándolo en un contexto más general, tomando referencias de otras revoluciones, en especial de la francesa, todo un panorama, rehuyendo las interpretaciones simplistas y precipitadas...Por el contrario, Mortens construye una suerte de obra de teatro en la que se nos dice que el avance en la construcción del socialismo comporta una agudización de la lucha de clases, y reparte sin necesitar ni tan siquiera una nota de asterisco quienes eran los buenos (Stalin) y quienes los malos (los antiguos bolcheviques).
En dicha obra cada personaje esta en su sitio, y el que mandó y ganó tuvo toda la razón, tanto es así que no ni tan siquiera se muestra la menor consideración por sus víctimas. Se habla de pasada de los conflictos en base a esta lógica de las citas, pasando por alto cualquier detalle que pueda perturbar la verdad consagrada. Una de estas verdades es la que establece que hubo un “leninismo” y un “trotskismo”, al tiempo que se sitúa a Lenin como si fuese el Dios del Sinaí, con la particularidad de un culto que no impide su reducción a la medida estaliniana, y tal como hemos señalado, a la distorsión y ocultación de sus textos. Uno de sus discípulos, Beria Egido comienza su “vade retro” proclamado que Trotsky siempre se opuso a Lenin. En otro lugar, otro discípulo, es asturiano Faustino Zapico Argüelles, insiste en que éste sería el mayor pecado del “trotskismo”, al que, empero reconoce una actitud combativa, ¡cuidado¡.
No hay ningún problema en discrepar con Lenin, solo faltaba. Rosa Luxemburgo lo hizo más que Trotsky, a veces con razón, a veces sin ella. En realidad defendiendo un enfoque diferenciado, y no pasa nada, Rosa Luxemburgo es lo que es, aunque para Stalin era una “trotskista”, de ahí que mandara exterminar a los comunistas polacos, sospechosos de contaminación. Claro que no hay peor ciego que el no quiere ver, y los estalinistas hablan de los “presuntos” crimines de Stalin. Esta visto que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para fastidiarles. Incluso se atreven a decir que no está claro quien mató a Trotsky, y Egido cita a un señor francés con lo que se evita leer cualquier estudio que vete a saber, igual lleva el virus encima.
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Para justificar cosas así, y otras peores, únicamente se necesita una fe ciega y un método escolástico de argumentación. Martens no se interroga sobre la verdad, la tiene; como cualquier fundamentalista religioso le basta con utilizarlas citas de Stalin como si se tratase de una revelación. Con estas citas puede crear igualmente a uno o varios diablos. Más allá (historia, economía, sociedad, investigación, ética, etc), se encuentra el mal. El mal, o sea lo que pueda cuestionar sus creencias.
Hay algo en todo de una elementalidad que asusta. Resulta que Martens y CIA, están citando a un señor que llegó a tener en su mano el Estado “soviético”, que acabó con toda la vieja guardia bolchevique a la que Martens acusa sin pestañear de portar el virus que habría restaurado en capitalismo en la URSS (algo sobre lo que Bujarin comentó que era más disparatado que atribuir a Nicolás II la revolución de Octubre), el “padrecito de los pueblos” que mantuvo el socialismo carcelario sobre una pasividad social inaudita, y que pudo decir que aplastaría a Tito con su dedo meñique. Del “jefe victorioso” que tuvo detrás a millones de trabajadores que creyeron, etc. Y lo están haciendo contra dos militantes, uno exiliado en un planeta sin visado, sin más armas que su pluma, y otro que después de hbaer actuado tantas décadas como “agente de la CIA” fallece con cuatro perras, sin más riqueza que su obra y su ejemplo. Esto ya, por sí mismo, merece un análisis.
 Lo primero que se deduce de tamaña paradoja es que en el dilema Stalin-Trotsky sucedió algo muy parecido a lo ha ocurrido con la República y el franquismo, que éste ganó militarmente pero perdió la batalla cultural. Esto resulta bastante patente leyendo a Mandel y leyendo a Martens. Otra cosa es que todavía haya gente que necesite crer que todas las grandes conquistas de la época estaliniana hayan sido hurtadas por una conjuración...Otra cosa muy distinta es que había que defender a la URSS frente al capitalismo, o que lo que haya venido a continuación sea mucho peor para la mayoría del pueblo. Pero no es eso lo que quieren discutir los creyentes.
De ahí que, el lector que conozca, o que quiera conocer las posiciones de Trotsky o Ernest Mandel sobre la “cuestión de la URSS”, lo último que tiene que hacer es tomar en serio la grosera maniobra intelectual de Martens-Egido.
El que quiera saber de la escuela llamada “trotskista” (en realidad del comunista antiestalinista) se encontrará con una impresionante bibliografía en movimiento, o sea con aportaciones y rectificaciones, con toda clase de controversias que, al margen del alcance de sus aciertos o errores, significan un esfuerzo titánico por “comprender” más allá de las implicaciones personales (el trotskismo defendió la URSS y al movimiento comunista al margen de sus propias tragedias). Abarca todas y cada una de las cuestiones del fenómeno: historia, demografía, economía, teoría, personas, grupos, literatura, etc. Se trata de un legado desarrollado a través de toda una tradición cultural, en la que podemos distinguir nombres muy diversos, entre otros y por citar dos ejemplos, Isaac Deutscher o Perry Anderson, ambos autores de una enorme reputación intelectual, traducido a multitud de idiomas, considerados como hitos, gente comprometida, por ejemplo Isaac Deutscher tomó parte del Tribunal Russell, y sus escritos sobre la cuestión judía ha alumbrado a Tarik Ali al abordar la cuestión islámica, digo esto porque con sus aciertos y errores es una escuela que se le puede encontrar en cualquier debate teórico. Su peso en la cultura de las izquierdas heterodoxas inspiró a numerosos artistas y escritores como André Breton, Andre Gide, George Orwell, Ignacio Silone, Peter Weiss, y un largo etcétera.
Resultado de imagen de estalinismoPara discernir lo que plantea Martens no hay más que atenerse a sus métodos de análisis. Método que se puede deducir sin mayor esfuerzo de algunas líneas. Como en las que dice: “En 1934 Stalin demostró que la corriente del grupo oportunista Zinoviev-Kamenev, llevaría necesariamente al restablecimiento del capitalismo en la Unión Soviética. La historia demostró que las críticas de Stalin a Trotski, al grupo Zinoviev-Kamenev y posteriormente a los seguidores de Bukarin, fueron de mucho acierto. El rechazo de esas proposiciones, en el curso de los años veinte y treinta, permitio mantener la dictadura del proletariado y construir el poder político y militar necesario para defender al socialismo de la agresión fascista. Muchas ideas de Trotski, Zinoviev y Bukarin fueron retomadas medio siglo después por los revisionistas Kruchov y Brezhnev; y solo dos años después de la rehabilitación oficial de estas ideas oportunistas por Gorbachov, el restablecimiento del capitalismo era un hecho real”.
Dicen que Stalin “demostró”, ¿a quién?...No hay dicusión. Es como decir Dios creó el mundo en siete días..., aunque tampoco porque esta es una poética que corresponde a un tiempo. Resulta que toda la historia del socialismo, de Marx, Lenin, etcétera, es la historia de un continúo debate, de hipótesis, rectificaciones, etc. Stalin no necesitaba debatir, su método era acabar con la polémica matando a los discrepantes. “Demostró” que los que no estaban de acuerdo con él –“compañeros de armas” de Lenin desde 1903 y en primera línea siempre-, eran portadores de algo (no sabemos qué) “llevaría necesariamente al restablecimiento del capitalismo”. O sea que después de Octubre, de la guerra civil, del “heredero” de Lenin, el intérprete de la fórmula “omnipotente” (Dolores ibárruri) del “marxismo-leninismo”, resultaba que dos viejos bolcheviques cuyos partidarios permanecían en la Siberia, eran capaces de “restablecer” el capitalismo. No solamente ellos sino también los de Bujarin que también andaban perdidos en los campos de concentración, ¡caray, eso es poder¡.
Fue el “rechazo” de los que discrepaban con Stalin lo que permitió “mantener la dictadura del proletariado”, pues vaya, y ¿dónde estaba la dictadura del proletariado? (¿y el campesinado?, ¿qué pasa con el campesinado que era la mayoría de la población?, ¿es que no pintaba nada?). Todo estaba aparentemente “como un solo hombre” detrás del “camarada Stalin”. Sus propuestas, y cambios de propuestas eran aplaudidas por doquier, votadas al cien por cien en los comités, y exaltadas por los partidos comunistas del mundo. En esa dictadura no cabía la menor discrepancia. Un verdadero monolito. Sin embargo, fue gracias al esfuerzo del “camarada Stalin” –cuya modestia era de todos conocida- que dicha dictadura en la que no existía la menor presencia autónoma de la clase obrera.
Nunca en la historia hubo un hombre tan providencial porque nada más morirse sucedió que, con unas cuantas maniobras en los pasillos del Kremlin, llegó Jruschev y todo se fue a hacer puñetas. Maravilla de maravillas porque no consta ninguna resistencia, ni un mal plante, al menos uno como hicieron los funcionarios zaristas cuando los bolcheviques tomaron el Palacio de Invierno. Ahora resulta que todo el castillo teórico de Marx, todos los esfuerzos de los obreros y campesinos, todas aquellas luchas legendarias cantadas por John Reed (censurado), Isaak Babel (prohibido y asesinado), Alexander Block (suicidado), etc., se evaporó. Y todo simplemente porque Jruschev puso sus posaderas en el asiento de Stalin. Luego Gorbatchev con la ayuda de Mandel (la CIA no tuvo ni que pagarle), acabó con lo poco que quedaba. La verdad es que vista así la cosa, no sé si valía la pena tantos muertos yu tantos esfuerzos. Habrá que preguntarles a uno de esos muchachos que creen que Stalin subió a los cielos..
Lo único que hubo en toda esta historia fue patética tentativa de “golpe de Estado” cuyo rechazo permitió hablar de “revolución” a los periodistas sin el menor sentido de la medida. Si hubo algo fue en sentido opuesto. La gente se movió si, pero contra un sistema que la mayoría no se veía con ánimo de defender, en parte claro está porque no imaginaba que en pleno apogeo de la restauración conservadora no les iba a llegar una democracia como la sueca sino algo que se parecería más al Tercer Mundo...Se pasó –como diría muy agudamente el cineasta Milos Forman- del zoo a la selva. Pero Martens lo reduce todo a una teoría conspirativa, ¡Dios mio, qué lejos quedan ya las tentativas de revolución metodológica auspiciadas por Louis Althusser o Bettelheim¡.
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Para no ser demasiado pesado sigo con unas líneas más abajo donde Martens atribuye en ¡1943¡, a Trotski el siguiente argumento: "Sólo verdaderos tontos son capaces de creer que proposiciones capitalistas, tales como la propiedad privada de los medios de producción, o de la tierra, puedan restablecerse de una manera pacífica en la Unión Soviética, y que desemboquen en un régimen democrático-burgués. De hecho el capitalismo sólo puede restablecerse en Rusia a través de un violento golpe de Estado contrarrevolucionario, que exigiría diez veces más de víctimas que la Revolución de Octubre y la guerra civil.". Y Mortens precisa “Diez veces más, eso quiere decir que el restablecimiento del capitalismo en Rusia significaría un número de víctimas oscilando entre los 50 y 90 millones...” Conviene ajustar que se trata de una cita correspondiente al debate con la minoría del SWP, que en absoluto forma puede considerarse como parte importante de sus escritos sobre la URSS. Para eso hay que remitirse a La revolución traicionada, un verdadero “tour de force” en el que si se puede encontrar un razonamiento de fondo, imposible de apreciar por una cita de la que se puede desprender que Trotsky sobreestimaba las dificultades de una restauración burguesa...
Es posible, se trata de una cuestión de apreciación, de algo dicho en medio de una polémica, situado en un contexto determinado (los años treinta, iniciados como todo el mundo sabe por el “crack” bursátil de 1929, o sea en una fase de “impasse” económico. Si concebimos la invasión hitleriana como una tentativa restauradora, la cantidad de muertos en la resistencia se dispara. Evidentemente, el pronóstico no considera una situación como la que se daría medio siglo más tarde. Aquí entran Mandel y los trotskistas pero solamente par enseñar la patita que Martens quiere que enseñen, para actuar en la obra de teatro en la que el gran “marxista leninista” maneja los hilos a su antojo y otorga los papeles a su aire. Toma lo que le viene bien a él para ensartar más citas, citas que, al revés a las reservadas a Stalin, tienen un carácter de demostración negativa, y a tal efecto, oculta todo lo demás, por ejemplo los programas a favor de la democracia socialista, la defensa de la propiedad pública, etc. Tan negativa que parece que dichas citas tienen un carácter disolvente y que actuaron decisivamente en la vertiginosa descomposición de los regímenes del “socialismo real” (en los que al decir certero de Rudi Dutske existían muchas realidades pero ninguna de ella era el socialismo). Su conclusión implícita viene que en dicha descomposición los trotskistas han tenido toda la responsabilidad, y la herencia estalinista ninguna. Caray, ¿no será que fue Trotsky el que mató a Stalin como al parecer apunta un imaginativo novelista ruso actual?.
Con este juego de manos, Martens mata –no falta decirlo- dos pájaros con un solo tiro. Resulta que Stalin lo dejó todo atado y bien atado pero finalmente llegó una conspiración judeo-trotskista que mediante la perversa teoría de que la restauración del capitalismo era muy difícil sino imposible...Esta “trampa saducea” se manifestó mediante una poderosa artillería compuesta por un intelectual irresponsable y algunos centenares de adeptos que hicieron algo que también hizo toda la izquierda, apoyar los movimientos que como “Solidarnosk” luchaban contra la burocracia...
Recuerdo que por esta época conocí a un grupo de jóvenes comunistas que se acababan de separar del PSUC “eurocomunista”, y que estaban convencidos que detrás de “Solidarnosk” no podía estar la clase obrera. Creían que la clase obrera solamente podía ser comunista, y con tal ilusión marcharon en grupo a Polonia para darse una vuelta por los centros proletarios ante los que se identificaron con las insignias que les eran propias. Allí llegaron, preguntaron por los barrios obreros y por las fábricas, y se dispusieron a entablar relaciones, pero lo cierto es que los obreros lo tomaron por provocadores y los trataron a cajas destempladas.
Si existe una explicación de las “revoluciones de terciopelo” hay que encontrarla, a) en la extrema descomposición del régimen soviético; b) en la evolución hacia actitudes burguesas por parte de la “nomenklatura”, algo que Trotsky si había previsto; c) en la labor de una resistencia que en sus primeras fases seguía reclamándose del socialismo (“Solidarnosk” abogaba por el “socialismo autogestionario”); d) en el desplazamiento hacia la derecha de dicha resistencia, en primer lugar por la labor represiva llevada a cabo por la camarilla burocrática...; e) su coincidencia con una coyuntura internacional marcada por el desprestigio del “socialismo real” y por la consiguiente ofensiva neoconservadora, visible en datos como la evolución hacia la derecha por parte de la “intelligentzia” en todas partes. En Francia especialmente, pero también aquí. Lejos quedaban los tiempos en el PCE-PSUC contaba con la flor y nata de la cultura como “compañeros de ruta”...
Algunos amigos me han mostrado su escepticismo en que estos y otros razonamientos sirvan para sembrar la duda entre los creyentes que responden con citas de Stalin o llamándome de todo menos bonito, pero yo les recuerdo casos muy cercanos de amigos que no hace tanto permanecían instalado en cierta fe estaliniana, y todo lo que han cambiado. Claro que para encontrarse estalinistas de la madera de Martens y Egido hay que remontarse a estirpes más lejanas, a modelos como el de Ramón Mercader. Yo les haría ver Asaltar los cielos cien veces





1 comentario:

  1. Un cúmulo de opiniones, chismes, juicios, pero nada de análisis histórico, económico, siquiera militar. Un escrito carente de análisis científico, como todo escrito en defensa del trotzquismo.

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