Los últimos estalinistas
Esta visto que los
artículos sobre lo que algunos han llamado “el fenómeno estaliniano”, provocan
un más que evidente malestar entre los creyentes de las bondades y aciertos del
“camarada Stalin”, y de ello hay buena prueba en las páginas fue en las páginas
de KAOS allá por el cambio de siglo, cuando pareció darse un cierto repunte
estaliniano entre sectores de la juventud. Por entonces, esta página
alternativa se había convertido en una plataforma pluralista de izquierdas por
excelencia, o sea, opuesta al sueño del monolitismo binario que divide el mundo
entre los “auténticos comunistas” de un lado, y los revisionistas y
“reformistas” y trotkistas infiltrados, de otro.
“reformistas” y trotkistas infiltrados, de otro.
Normalmente, dichos
creyentes manifiestan su malestar mediante una sucesión de comentarios propios
de taberna, que antes que otras cosas, muestran la indigencia cultural y
política de sus responsables. Pero, en ausencia de respuestas argumentadas y
documentadas, han recurrido a un par de tratados que parecen extraídos de los
tiempos de la “caza de brujas” trotskistas y demás, en un “totum revolutum” en
el que:
a) Caracterizan a la
URSS de los tiempos de Stalin (y por extensión a todos los
países “marxistas-leninistas”) como “verdaderamente socialistas”;
b) Atribuyen a la burguesía y al imperialismo (o sea a los “ateos”
sean de derechas o de izquierdas) todas las argumentaciones críticas contra
esto;
c) Consideran que su evolución y desnaturalización es debido
especialmente al “revisionismo”, una enfermedad disolvente iniciada en el
cerebro de Tito y Jruschev, y culminada por Gorbatchev;
d) Dictaminan que el “trotskismo” es un movimiento anticomunista
al servicio del enemigo contra el cual no solamente justifican la represión y
tentativa de exterminio de los años treinta y cuarenta...
Que nadie se piense que
se trata de trabajos que responden a tal libro o a tal cuestión. O de alguna
elaboración realizada por algún destacado dirigente del partido como en los
viejos tiempos, cuando la apología de Stalin y de la URSS formaba parte del
imaginario proletario. Se trata de un tratado puro de “doctrina” en la que se
retoman los argumentos de aquellos tiempos en los que tal apología parecía
“razonable” por las siguientes razones:
a) el “sistema” andaba
muy desprestigiado con sus crisis (1929), sus connivencias con los fascismos, y
su actitud socialmente atrasada,
b) seguía viva la misma
generación que se había forjado en la defensa de la revolución de Octubre,
c) la derecha y sus
medios atribuían desde 1917 toda clase de desmanes a los bolcheviques;
d) la desinformación era
generalizada, y e) la URSS
y el partido comunista nacional representaban un “baluarte” más allá de las
derrotas...Desde entonces, ha llovido mucho, y las perspectiva es muy diferente
a aquella en la que los trabajadores rechazaban las voces críticas. Ha cambiado
tanto que en dezmado y dividido, el estalinismo hispano no tiene ni tan
siquiera quien le escriba.
De ahí que su recurso
más al alcance resulte ser un acta de acusaciones contra el trotskismo elaborado
por uno de los escasos “teóricos” vigentes, concretamente las elaboradas por el
actual secretario general del Partido del Trabajo Belga, Ludo Martens, al que
habría que añadirle otra producida por el comunista de las tierras vascas, el
inenarrable José Enrique Egido (autor de una “Historia del trotskismo” que
merecería figurar en la historia de la infamia sino fuese tan simple ), ambos textos por lo demás
ampliamente reproducidas en varias páginas electrónicas de grupos y partidos
afines para los que, en esta cuestión, cualquier tiempo pasado fue mejor, y
añoran los buenos tiempos en los que este tipo de documentos influyeron en el
curso de los acontecimientos, como aquel tristemente célebre panfleto titulado Espionaje en España, firmado
por un tal Max Rieger, y prologado por José Bergamín, que cometió el mayor
pecado de su vida de cristiano que creyó en Stalin. Por cierto, un documento
que está a punto de editar Renacimiento con un prólogo de Pelai Pagès.
Se podría resumir el contenido de ambos textos en cuatro
afirmaciones que establecen una estricta continuidad con las desarrolladas
desde los tiempos en que la fracción liderada por Stalin se estableció como la
“verdadera heredera” de Lenin, y la guardiana del “auténtico marxismo
leninismo”...Combina los sucesivos anatemas clásicos de los tiempos de Stalin
de enemigos del pueblo, y de la categoría de “hitlerotrotskistas” con dos
aportaciones finales, la que vincula al POUM con las actividades de la CIA en los años
cincuenta-sesenta, y la que establece que presuntas relaciones del trotskismo
con el alud de “contrarrevoluciones burguesas” en la URSS y en los países del
Este, principalmente en Polonia, donde habrían actuado como acompañantes de
“Solidarnosk”, y por lo mismo, del Wotyla y Reagan...
Afortunadamente estas llamadas al odio visceral carecen ya del
poder ejecutor de antaño. No obstante, su lectura no puede dejarnos
indiferentes. Suponen el empleo de métodos de liquidación moral y física de los
adversarios que históricamente, solamente encontramos reproducidas con idéntica
vehemencia en el fascismo, y si alguien tiene alguna duda, que se ponga en la
piel de los acusados, de aquellos a los que el antiguo menchevique Vichinsky,
juez en los “procesos de Moscú”, trataba de “perros rabiosos”. Martens no pierde
el tiempo en debatir tal o cual presunto error o errores. Simplemente (y muy
“originalmente” además) acusa de Mandel (al que no dejaban de entrar en países
como los Estados Unidos, Francia o Alemania) de agente de la CIA, cuando no de contribuir
–siguiendo el método del “culto a la personalidad” aunque sea de manera
invertida-a la descomposición de aquel “socialismo realmente existente”, caído
por una oscura conjura revisionista-trotskista. La cosa es de chiste si no
fuese porque hay cabezas cuadradas que se lo creen.
Habría que añadir que, a diferencia de los “buenos tiempos”,
algunos de los criterios que Martens atribuye actualmente como una exclusiva
del “trotskismo”, resultan ser –matices aparte- patrimonio general de las
izquierdas, incluyendo la práctica totalidad de los partidos comunistas. Todos
apoyaron los procesos democráticos en los países del “socialismo realmente
existente”, eso por más que hubieran optado por otra alternativa a la que
finalmente se impuso, ante todo –esto hay que repetirlo todas las veces que
hagan falta, por el total descrédito del sistema, y también porque los
estalinistas de antaño ya se habían situado en las nuevas estructuras de poder.
En su mayoría tienen claro lo que dijo en su momento Fausto Bertinotti: que
comunismo y estalinismo son incompatibles. De hecho, ya era utilizada como un
insulto entre los propios comunistas de ambas fracciones del PSUC al principio
de los años ochenta.
Los últimos estalinistas. La historia del comunismo de los tiempos de
Stalin, nada tiene que ver con la “historia sagrada” que sirve de
fundamentación al discurso de Martens.
En los años sesenta,
todo el entramado comunista oficial había empezado a cambiar. De ahí que, por
citar un ejemplo, cuando el que escribe se lamentaba de las burocratadas
padecidas puntualmente en sus actividades en Comisiones Obreras, los veteranos
del POUM podían comentar con cierta ironía que lo que yo contaba eran cosas de
criaturas comparadas con las que ellos habían padecido, cuando en las
trincheras tenían que guarecerse de los disparos que le venían –obviamente-
desde delante, y también de los que le podían venir por detrás. Por entonces,
el linchamiento moral del POUM había llegado a contaminar a sectores del PSOE,
y era tan intensa que en el batallón que mandaba como capitana la judía
argentina Mika Etchébèhere, ésta no podía ostentar su filiación porque los
mismos soldados que estaban dispuestos a enfrentarse con la muerte detrás de
ella, preferían no escuchar nada de lo que no podían entender.
Con todo, todavía el
cisma chino-soviético (otro jalón en la descomposición del “monolito”), produjo
un considerable rearme de la mítica estaliniana entre los grupos aparecidos a
la izquierda del los partidos revisionistas. Aunque los maoístas de por aquí
nunca llegaron a conocer el soñado “monolitismo” ya que pronto se
diversificaron en numerosas variantes, por lo general coincidían en la defensa
integral del “faro del socialismo” que representaban la China de Mao, y en menor
grado, la Albania
de Enver Hoxa, y por la misma vía, anteponían a la URSS revisionista la leyenda
dorada del estalinismo. Como se trataba de una época de mucho debate político,
y estos grupos tenían, además de la fuerza que les confería las relaciones con
China (punto en el que se daba una jerarquía, los que tenían un trato a favor
por su mayor veterana como los que tenían la etiqueta de “partidos
marxistas-leninistas”, trataban de sacar sus frutos, por ejemplo, eran los que
Radio Tirana en castellano destacaba como “dirigentes de las grandes luchas que
pregonaban, por cierto, con un grado de exageración tan descabellado que hasta
los propios maoístas no se privaban de hacer sus bromas), tenían una cierta
implantación, se dio un cierto esfuerzo teórico por vestir esta leyenda con un
mayor aparato crítico, y ponerla más en consonancia con las maravillas del
pensamiento de Mao Tse Tung, cuyos atributos eran incluso medicinales, buena
nueva que llegó a predicar en la misma Universidad de Barcelona, por ejemplo un
“PNN” de Ciencias llamado Joan Senent-Josa).
De hecho, no fue tan
diferente lo que trató de llevar a cabo muy particularmente, Charles
Bettelheim, profesor de la escuela de Altos Estudios, un antiguo “trotsko”
convertido al “marxismo-leninismo” en la época en la que escribió un soberbio
estudio titulado La
economía alemana bajo el nazismo, y que en los años sesenta tomó
parte en los debates sobre la construcción del socialismo en Cuba junto con el
“Che”, Ernest Mandel y otros. Durante varios años, Bettelheim estuvo cincelando
una obra con pretensiones abiertamente “superadoras”, para la cual recreó toda
una serie de conceptos que le permitían abordar el entramado económico de la URSS de Stalin pasando
literalmente de puntillas sobre la historia social y política. Se llamó La lucha de clases en la URSS (Siglo
XXI, Madrid, 1976), de la cual solamente apareció el primer volumen. Su tesis
central era la del incremento de la lucha de clases en la medida en que se
avanzaba hacia el socialismo, un hilo muy querido por el “camarada” Ludo
Martens. El problema radicaba –entre otras cosas- en que se distinguía por
“socialismo”, punto sobre el que el cual Martens. Podría decir que el
socialismo es lo que es, o sea lo que él dice (o Stalin, Lenin no, Lenin
hablaba de un “estado obrero burocráticamente deformado” ya en los comienzo).
Otro genio, Bettino Craxi dijo que el socialismo era...pues lo que hacían los
socialistas.
Lamentablemente, no pasó
mucho tiempo sin que el insigne intelectual francés se desalentara con la caída
y desprestigio de la llamada “banda de los cuatros”, después de lo cual tirara
por la borda el esfuerzo de no menos de una década para encontrar la cuadratura
del círculo. Entonces, Bettelheim publicó un alegato cuyo título habla por sí
mismo: El estalinismo, la ideología del capitalismo de Estado en la URSS (editado por El Viejo Topo, nº 30-31).
Mucho más efímero fue el
fulgor de un esfuerzo por parte de la antigua y olvidada ORT (Organización
Revolucionaria de los Trabajadores, proveniente del catolicismo progresista)
contrarrestar la denuncia de un horror en loor a las glorias de la China “marxista-leninista”
en la que veían la encarnación del cielo sobre la tierra. Lo hizo con un número
especial de la revista El
Cárabo (Nº 11-12,
Madrid, 1976), cuyo director era por cierto Joaquín Estefanía Moreira (luego un
jerifalte de El País), y su titulo era: Tiempo
de Stalin. Con todo, la tesis central de los trabajos sintetizada en
un cita de Kostas Mavrakis, introducía ya una tentativa de distanciamiento de
Stalin: “Si los comunistas chinos han manifestado una cierta reserva en su
crítica pública a Stalin y la han formulado normalmente de manera elíptica, es
porque debían tener en cuenta la situación de conjunto. Según su criterio, ésta
exigía que se unieran a los files incondicionales aStalin para combatir
prioritariamente a los que atacaban al marxismo-leninismo a través del
compañero de armas y sucesor de Lenin. Esta táctica quizá pudo ser necesaria en
un cierto momento en determinados países, pero resulta nefasta hoy por hoy en
Europa. Aquí la lucha contra los seudo-marxistas de cualquier pelaje no puede
ser eficaz si no se va al final de la crítica a Stalin”.
No sé que le hubiera
sucedido a Mavrakis en los “buenos tiempos”, pero el caso es que desapareció
como la gran mayoría de los partidos de origen maoísta, aunque algunos
sobrevivieron, e incluso se unificaron con grupos trotskistas en países como
Alemania, Italia o Portugal, claro que ya habían ajustado sus cuentas con Mao y
Stalin.
Se trataba pues de una
crítica “interna”, desde los propios criterios del partido chino, al menos tal
como los interpretaba Mao quien había efectuado un encendido elogio a la Historia del
Partido Comunista (bolchevique) de la
URSS, de la que se editó un compendio
redactado por una comisión del CC del PCUS de la URSSS aprobado en 1938 por
el CC.Emiliano Escobar, editorial ligada a la maoísta ORT, editó en 1976 la
edición en castellano de Ediciones en Lengua Extranjera de Moscú en 1939.Hasta
llegar hasta aquí, la escuela de falsificación histórica estalinista ya había
efectuado diversas rectificaciones, cambiado infinidad de fotos, y prohibido
cantidad de libros, “papeles” como decía despectivamente Stalin, y entre ellos
se incluían buena parte de los escritos de última hora de Lenin, así como todos
aquellos en los que se refería a Trotsky en forma elogiosa.
Esta historia se
convertía en la “definitiva” y sustituía la realizada a finales de los años
veinte por Emilian Yaroslavskj, caído “cayó en desgracia” en 1932 (no tardó en
“desaparecer”). En el prólogo escrito por un tal José Hidalgo se lee: “Los
comunistas al hacer un balance global de la obra de Stalin han colocado en un
lugar secundario sus errores frente a sus méritos (...) los revisionistas han
hecho de su crítica a Stalin un medio para acercarse ideológica y políticamente
a la burguesía y un pretexto para abandonar la dictadura del proletariado y
para hacer una interpretación antimarxista del leninismo”. La “revisión”
jruscheviana se atuvo en lo fundamental a la “historia sagrada” de 1938-1939,
aunque se reformó algunas partes secundarias para mantener lo fundamental. El
encargo cayó esta vez sobre Boris Pomariov quien redacto una nueva Historia del Partido Comunista de la Unión Soviética
(Progreso (Moscú, 1960), y en la que –fundamentalmente-el papel de Stalin era
ocupado ahora por un “Comité Central Leninista”, un ente que siempre estaba en
lo cierto, que acompañaba a Lenin sin apenas fisuras, pero cuyas actas de 1917
seguían sin ser publicadas.
El nuevo patrón sirvió
como guía para las nuevas historias de los partidos comunistas, entre ellos el
Partido Comunista de España, pero, finalmente, abrió una brecha por la que los
partidos más avanzados como el italiano, introdujeron nuevas rectificaciones. Una
anécdota: los líderes de Bandera Roja (Jordi Borja, Solé Tura, Santi Vilanova,
y otros), decidieron en un Comité Central que había que escribir una historia
“auténtica” del PCE en defensa de la época de Stalin, y se la encargaron a un
historiador y militante llamado Joan Estruch quien empezó a estudiar, y acabó
escribiendo una de las mejores historias del PCE en dos partes (la primera en
El Viejo Topo, la segunda en Siglo XXI), solo que la investigación le llevó a
decir justo lo contrario de lo provisto. Claro que cuando lo publicó dicho
“banderas rojas” ya eran “bandera blanca”.
En los años setenta
llegaría el “eurocomunismo”, lo que en el terreno del análisis histórico
significa un cambio muy significativo. Se puede decir que se pasa desde la
historia sagrada dictada por Stalin, a los trabajos de historiadores de la
categoría de Christopher Hill, Eric J. Hobsbawn, Giuliano Procacci, Ernesto
Raggioneri, Giuseppe Boffa, Jean Ellenstein, etc, hasta la franca ruptura que
representó en su momento, por ejemplo Fernando Claudín que en su importante
obra, La crisis del movimiento comunista internacional, un volumen en clave
marxista revolucionaria que con unas bases documentales abrumadoras, destroza
concienzudamente toda y cada una de las leyendas estalinianas. El “euromunismo”
comenzó a tirar por la borda el pasado estaliniano, pero para evolucionar hacia
la socialdemocracia, adelantándose a lo que más tarde acabarían haciendo la
mayoría de partidos comunistas. Partidos que en los “buenos tiempos” se
limitaban a andar con dos pies, con uno eran partidos reformistas y buenos
gestores municipales, y con el otro hablaban del socialismo en la URSS. Una vez cayó un
pie, quedó libre el otro, aunque no sin poderosas contradiciones.
Al final de esta época,
las últimas manifestaciones de “continuidad” con la historia oficial se
limitará a la últimas ediciones de tratados contra el trotskismo publicados en
las ediciones en Lengua Extranjera (¡que Egido cita como fuentes a pesar de
estar contaminadas por el “revisionismo”¡, claro que esto es siempre mejor que
citar a fulanito de tal), y pro supuesto, a los grupos continuistas, cada vez
más aislados, que siguen la línea estaliniana más o menos ampliada por el
maoísmo. En éste tramo se sitúa la “summa” antitrotskista de Ludo Martens, el
último “cerebre” estalinista que traducen y al que se remiten devotamente los
nostálgicos de los “buenos tiempos”. Se trata de un texto -uno de los pocos
traducidos- escrito en 1992, de un autor que trata de marcar unalínea
“marxista-leninista” como si no hubiese pasado nada. Cuando ya hace décadas que
no se encuentra nada similar en librerías. Librerías, eso sí, repletas detoda
clase de estudios sobre Stalin y el estalinismo. Estudios que –básicamente-
podemos dividir en dos sectores, una derecha que ofrece una enmienda a la
totalidad cuando no trata de homologar estalinismo con nazismo, y una izquierda
que intenta objetivar la cuestión y distinguir entre el agua sucia y el niño. En
esta área el lector encontrará un trabajo d Ernest Mandel recientemente editado
sobre la revolución de Octubre en el que debate con todas las escuelas
conservadoras en la que defiende la legitimidad de la revolución abordando sin
miedo todas las fuentes. En este terreno se sitúa uno de los capítulos del
libro de Mandel publicado por Libros de la Catara/Viento Sur....
Pero todo esto es territorio
“tabú” para los creyentes.
Con las citas se pueden convertir las piedras en pan. El trabajo de Martens parte de una serie
de supuestos quea su parecer no necesitan mayor demostración que la se puedan
desprender de su articulación en las citas.
Pero Martens y los
devotos que comparten su fe en el “marxismo leninismo según Stalin o Mao”,
huyen del estudio como de la peste, les basta con atribuir a la burguesía y al
imperialismo y a los trotskistas lo que les contradice, y santas pascuas (¡anda
que Marx y Lenin hubieran pensado lo mismo¡). Les basta sencillamente con una
cita de José Stalin, y con una afirmación, y mejor si la pueden relacionar con
otra de Lenin, además si es posible con la algún historiador burgués asimilable
a su discurso, pero sin entrar más allá de una cita o dos que les vienen al
dedo. Egido necesita todavía menos, cita a fulano de tal que dijo con el mismo
rigor que si yo citara a mi cuñado. En esto pues, no han cambiado. Lo que si ha
cambiado ha sido la realidad histórica: ya no queda nada de lo que les
sostenía. China o Vietnam están por otra cosa, en tanto que –a pesar de lo que
digan los anticomunistas-Cuba y Venezuela son otra cosa.
El lector que antes de
entrar en el templo se haya paseado por unas lecturas mínimas, no ya de Mandel
sino de un autor como E.H. Carr, en
concreto del soberbio breviario, La
revolución rusa. De Lenin a Stalin, 1917-1929 (Alianza, Madrid, 1979), notaran la
diferencia entre la simplicidad doctrinaria y la investigación más rigorosa.
Donde Carr habla de una historia general, se detiene en la “Gran Guerra”, la
crisis de la vieja sociedad rusa, las características de ésta, el carácter
dual, contradictorio de la revolución de Octubre, su significación
internacional, y un largo etcétera imprescindible para situarte ante todo lo
que vino después, Mortens habla de “dictadura del proletariado” sin detenerse
en el menor detalle que pueda refrendar tamaña descripción.
Donde Carr y otros se
detienen sobre las consecuencias de una guerra civil que situó la sociedad rusa
al borde del abismo, que diezmó a la clase obrera, que distorsionó la alianza
obrero-campesina...O sea recrea el escenario que puedan hacer compresible las
dudas y oscilaciones de los bolcheviques, la evolución de estos en el poder.
Avanza cautelosamente en el significado de las corrientes políticas y de las
personalidades, verificando cada dato, situándolo en un contexto más general, tomando
referencias de otras revoluciones, en especial de la francesa, todo un
panorama, rehuyendo las interpretaciones simplistas y precipitadas...Por el
contrario, Mortens construye una suerte de obra de teatro en la que se nos dice
que el avance en la construcción del socialismo comporta una agudización de la
lucha de clases, y reparte sin necesitar ni tan siquiera una nota de asterisco
quienes eran los buenos (Stalin) y quienes los malos (los antiguos
bolcheviques).
En dicha obra cada
personaje esta en su sitio, y el que mandó y ganó tuvo toda la razón, tanto es
así que no ni tan siquiera se muestra la menor consideración por sus víctimas.
Se habla de pasada de los conflictos en base a esta lógica de las citas,
pasando por alto cualquier detalle que pueda perturbar la verdad consagrada. Una
de estas verdades es la que establece que hubo un “leninismo” y un
“trotskismo”, al tiempo que se sitúa a Lenin como si fuese el Dios del Sinaí,
con la particularidad de un culto que no impide su reducción a la medida
estaliniana, y tal como hemos señalado, a la distorsión y ocultación de sus
textos. Uno de sus discípulos, Beria Egido comienza su “vade retro” proclamado
que Trotsky siempre se opuso a Lenin. En otro lugar, otro discípulo, es
asturiano Faustino Zapico Argüelles, insiste en que éste sería el mayor pecado
del “trotskismo”, al que, empero reconoce una actitud combativa, ¡cuidado¡.
No hay ningún problema
en discrepar con Lenin, solo faltaba. Rosa Luxemburgo lo hizo más que Trotsky,
a veces con razón, a veces sin ella. En realidad defendiendo un enfoque
diferenciado, y no pasa nada, Rosa Luxemburgo es lo que es, aunque para Stalin
era una “trotskista”, de ahí que mandara exterminar a los comunistas polacos,
sospechosos de contaminación. Claro que no hay peor ciego que el no quiere ver,
y los estalinistas hablan de los “presuntos” crimines de Stalin. Esta visto que
todo el mundo se ha puesto de acuerdo para fastidiarles. Incluso se atreven a
decir que no está claro quien mató a Trotsky, y Egido cita a un señor francés
con lo que se evita leer cualquier estudio que vete a saber, igual lleva el
virus encima.
Para justificar cosas así,
y otras peores, únicamente se necesita una fe ciega y un método escolástico de
argumentación. Martens no se interroga sobre la verdad, la tiene; como
cualquier fundamentalista religioso le basta con utilizarlas citas de Stalin
como si se tratase de una revelación. Con estas citas puede crear igualmente a
uno o varios diablos. Más allá (historia, economía, sociedad, investigación,
ética, etc), se encuentra el mal. El mal, o sea lo que pueda cuestionar sus
creencias.
Hay algo en todo de una
elementalidad que asusta. Resulta que Martens y CIA, están citando a un señor
que llegó a tener en su mano el Estado “soviético”, que acabó con toda la vieja
guardia bolchevique a la que Martens acusa sin pestañear de portar el virus que
habría restaurado en capitalismo en la
URSS (algo sobre lo que Bujarin comentó que era más disparatado
que atribuir a Nicolás II la revolución de Octubre), el “padrecito de los
pueblos” que mantuvo el socialismo carcelario sobre una pasividad social
inaudita, y que pudo decir que aplastaría a Tito con su dedo meñique. Del “jefe
victorioso” que tuvo detrás a millones de trabajadores que creyeron, etc. Y lo
están haciendo contra dos militantes, uno exiliado en un planeta sin visado,
sin más armas que su pluma, y otro que después de hbaer actuado tantas décadas
como “agente de la CIA”
fallece con cuatro perras, sin más riqueza que su obra y su ejemplo. Esto ya,
por sí mismo, merece un análisis.
Lo primero que se
deduce de tamaña paradoja es que en el dilema Stalin-Trotsky sucedió algo muy
parecido a lo ha ocurrido con la
República y el franquismo, que éste ganó militarmente pero
perdió la batalla cultural. Esto resulta bastante patente leyendo a Mandel y
leyendo a Martens. Otra cosa es que todavía haya gente que necesite crer que
todas las grandes conquistas de la época estaliniana hayan sido hurtadas por
una conjuración...Otra cosa muy distinta es que había que defender a la URSS frente al capitalismo, o
que lo que haya venido a continuación sea mucho peor para la mayoría del
pueblo. Pero no es eso lo que quieren discutir los creyentes.
De ahí que, el lector
que conozca, o que quiera conocer las posiciones de Trotsky o Ernest Mandel
sobre la “cuestión de la URSS”,
lo último que tiene que hacer es tomar en serio la grosera maniobra intelectual
de Martens-Egido.
El que quiera saber de
la escuela llamada “trotskista” (en realidad del comunista antiestalinista) se
encontrará con una impresionante bibliografía en movimiento, o sea con
aportaciones y rectificaciones, con toda clase de controversias que, al margen
del alcance de sus aciertos o errores, significan un esfuerzo titánico por
“comprender” más allá de las implicaciones personales (el trotskismo defendió la URSS y al movimiento
comunista al margen de sus propias tragedias). Abarca todas y cada una de las
cuestiones del fenómeno: historia, demografía, economía, teoría, personas,
grupos, literatura, etc. Se trata de un legado desarrollado a través de toda
una tradición cultural, en la que podemos distinguir nombres muy diversos,
entre otros y por citar dos ejemplos, Isaac Deutscher o Perry Anderson, ambos
autores de una enorme reputación intelectual, traducido a multitud de idiomas,
considerados como hitos, gente comprometida, por ejemplo Isaac Deutscher tomó
parte del Tribunal Russell, y sus escritos sobre la cuestión judía ha alumbrado
a Tarik Ali al abordar la cuestión islámica, digo esto porque con sus aciertos
y errores es una escuela que se le puede encontrar en cualquier debate teórico.
Su peso en la cultura de las izquierdas heterodoxas inspiró a numerosos
artistas y escritores como André Breton, Andre Gide, George Orwell, Ignacio
Silone, Peter Weiss, y un largo etcétera.
Para discernir lo que
plantea Martens no hay más que atenerse a sus métodos de análisis. Método que
se puede deducir sin mayor esfuerzo de algunas líneas. Como en las que dice:
“En 1934 Stalin demostró que la corriente del grupo oportunista
Zinoviev-Kamenev, llevaría necesariamente al restablecimiento del capitalismo
en la Unión
Soviética. La historia demostró que las críticas de Stalin a
Trotski, al grupo Zinoviev-Kamenev y posteriormente a los seguidores de
Bukarin, fueron de mucho acierto. El rechazo de esas proposiciones, en el curso
de los años veinte y treinta, permitio mantener la dictadura del proletariado y
construir el poder político y militar necesario para defender al socialismo de
la agresión fascista. Muchas ideas de Trotski, Zinoviev y Bukarin fueron
retomadas medio siglo después por los revisionistas Kruchov y Brezhnev; y solo
dos años después de la rehabilitación oficial de estas ideas oportunistas por
Gorbachov, el restablecimiento del capitalismo era un hecho real”.
Dicen que Stalin
“demostró”, ¿a quién?...No hay dicusión. Es como decir Dios creó el mundo en
siete días..., aunque tampoco porque esta es una poética que corresponde a un
tiempo. Resulta que toda la historia del socialismo, de Marx, Lenin, etcétera,
es la historia de un continúo debate, de hipótesis, rectificaciones, etc.
Stalin no necesitaba debatir, su método era acabar con la polémica matando a
los discrepantes. “Demostró” que los que no estaban de acuerdo con él
–“compañeros de armas” de Lenin desde 1903 y en primera línea siempre-, eran
portadores de algo (no sabemos qué) “llevaría necesariamente al
restablecimiento del capitalismo”. O sea que después de Octubre, de la guerra
civil, del “heredero” de Lenin, el intérprete de la fórmula “omnipotente”
(Dolores ibárruri) del “marxismo-leninismo”, resultaba que dos viejos
bolcheviques cuyos partidarios permanecían en la Siberia, eran capaces de
“restablecer” el capitalismo. No solamente ellos sino también los de Bujarin
que también andaban perdidos en los campos de concentración, ¡caray, eso es
poder¡.
Fue el “rechazo” de los
que discrepaban con Stalin lo que permitió “mantener la dictadura del proletariado”,
pues vaya, y ¿dónde estaba la dictadura del proletariado? (¿y el campesinado?,
¿qué pasa con el campesinado que era la mayoría de la población?, ¿es que no
pintaba nada?). Todo estaba aparentemente “como un solo hombre” detrás del
“camarada Stalin”. Sus propuestas, y cambios de propuestas eran aplaudidas por
doquier, votadas al cien por cien en los comités, y exaltadas por los partidos
comunistas del mundo. En esa dictadura no cabía la menor discrepancia. Un
verdadero monolito. Sin embargo, fue gracias al esfuerzo del “camarada Stalin”
–cuya modestia era de todos conocida- que dicha dictadura en la que no existía
la menor presencia autónoma de la clase obrera.
Lo único que hubo en
toda esta historia fue patética tentativa de “golpe de Estado” cuyo rechazo
permitió hablar de “revolución” a los periodistas sin el menor sentido de la
medida. Si hubo algo fue en sentido opuesto. La gente se movió si, pero contra
un sistema que la mayoría no se veía con ánimo de defender, en parte claro está
porque no imaginaba que en pleno apogeo de la restauración conservadora no les
iba a llegar una democracia como la sueca sino algo que se parecería más al
Tercer Mundo...Se pasó –como diría muy agudamente el cineasta Milos Forman- del
zoo a la selva. Pero Martens lo reduce todo a una teoría conspirativa, ¡Dios
mio, qué lejos quedan ya las tentativas de revolución metodológica auspiciadas
por Louis Althusser o Bettelheim¡.
Para no ser demasiado
pesado sigo con unas líneas más abajo donde Martens atribuye en ¡1943¡, a Trotski
el siguiente argumento: "Sólo verdaderos tontos son capaces de creer que
proposiciones capitalistas, tales como la propiedad privada de los medios de
producción, o de la tierra, puedan restablecerse de una manera pacífica en la Unión Soviética, y
que desemboquen en un régimen democrático-burgués. De hecho el capitalismo sólo
puede restablecerse en Rusia a través de un violento golpe de Estado
contrarrevolucionario, que exigiría diez veces más de víctimas que la Revolución de Octubre y
la guerra civil.". Y Mortens precisa “Diez veces más, eso quiere decir que
el restablecimiento del capitalismo en Rusia significaría un número de víctimas
oscilando entre los 50 y 90 millones...” Conviene ajustar que se trata de una
cita correspondiente al debate con la minoría del SWP, que en absoluto forma
puede considerarse como parte importante de sus escritos sobre la URSS. Para eso hay que
remitirse a La revolución traicionada, un verdadero “tour de force” en el que
si se puede encontrar un razonamiento de fondo, imposible de apreciar por una
cita de la que se puede desprender que Trotsky sobreestimaba las dificultades
de una restauración burguesa...
Es posible, se trata de
una cuestión de apreciación, de algo dicho en medio de una polémica, situado en
un contexto determinado (los años treinta, iniciados como todo el mundo sabe
por el “crack” bursátil de 1929, o sea en una fase de “impasse” económico. Si
concebimos la invasión hitleriana como una tentativa restauradora, la cantidad
de muertos en la resistencia se dispara. Evidentemente, el pronóstico no
considera una situación como la que se daría medio siglo más tarde. Aquí entran
Mandel y los trotskistas pero solamente par enseñar la patita que Martens
quiere que enseñen, para actuar en la obra de teatro en la que el gran
“marxista leninista” maneja los hilos a su antojo y otorga los papeles a su
aire. Toma lo que le viene bien a él para ensartar más citas, citas que, al
revés a las reservadas a Stalin, tienen un carácter de demostración negativa, y
a tal efecto, oculta todo lo demás, por ejemplo los programas a favor de la
democracia socialista, la defensa de la propiedad pública, etc. Tan negativa
que parece que dichas citas tienen un carácter disolvente y que actuaron
decisivamente en la vertiginosa descomposición de los regímenes del “socialismo
real” (en los que al decir certero de Rudi Dutske existían muchas realidades
pero ninguna de ella era el socialismo). Su conclusión implícita viene que en
dicha descomposición los trotskistas han tenido toda la responsabilidad, y la
herencia estalinista ninguna. Caray, ¿no será que fue Trotsky el que mató a
Stalin como al parecer apunta un imaginativo novelista ruso actual?.
Con este juego de manos,
Martens mata –no falta decirlo- dos pájaros con un solo tiro. Resulta que
Stalin lo dejó todo atado y bien atado pero finalmente llegó una conspiración
judeo-trotskista que mediante la perversa teoría de que la restauración del
capitalismo era muy difícil sino imposible...Esta “trampa saducea” se manifestó
mediante una poderosa artillería compuesta por un intelectual irresponsable y
algunos centenares de adeptos que hicieron algo que también hizo toda la
izquierda, apoyar los movimientos que como “Solidarnosk” luchaban contra la
burocracia...
Recuerdo que por esta
época conocí a un grupo de jóvenes comunistas que se acababan de separar del
PSUC “eurocomunista”, y que estaban convencidos que detrás de “Solidarnosk” no
podía estar la clase obrera. Creían que la clase obrera solamente podía ser
comunista, y con tal ilusión marcharon en grupo a Polonia para darse una vuelta
por los centros proletarios ante los que se identificaron con las insignias que
les eran propias. Allí llegaron, preguntaron por los barrios obreros y por las
fábricas, y se dispusieron a entablar relaciones, pero lo cierto es que los obreros
lo tomaron por provocadores y los trataron a cajas destempladas.
Si existe una explicación
de las “revoluciones de terciopelo” hay que encontrarla, a) en la extrema
descomposición del régimen soviético; b) en la evolución hacia actitudes
burguesas por parte de la “nomenklatura”, algo que Trotsky si había previsto;
c) en la labor de una resistencia que en sus primeras fases seguía reclamándose
del socialismo (“Solidarnosk” abogaba por el “socialismo autogestionario”); d)
en el desplazamiento hacia la derecha de dicha resistencia, en primer lugar por
la labor represiva llevada a cabo por la camarilla burocrática...; e) su
coincidencia con una coyuntura internacional marcada por el desprestigio del
“socialismo real” y por la consiguiente ofensiva neoconservadora, visible en
datos como la evolución hacia la derecha por parte de la “intelligentzia” en
todas partes. En Francia especialmente, pero también aquí. Lejos quedaban los
tiempos en el PCE-PSUC contaba con la flor y nata de la cultura como
“compañeros de ruta”...
Algunos amigos me han
mostrado su escepticismo en que estos y otros razonamientos sirvan para sembrar
la duda entre los creyentes que responden con citas de Stalin o llamándome de
todo menos bonito, pero yo les recuerdo casos muy cercanos de amigos que no
hace tanto permanecían instalado en cierta fe estaliniana, y todo lo que han
cambiado. Claro que para encontrarse estalinistas de la madera de Martens y
Egido hay que remontarse a estirpes más lejanas, a modelos como el de Ramón
Mercader. Yo les haría ver Asaltar los cielos cien veces
Un cúmulo de opiniones, chismes, juicios, pero nada de análisis histórico, económico, siquiera militar. Un escrito carente de análisis científico, como todo escrito en defensa del trotzquismo.
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