Operación Nikolai o el caso Andreu Nin
Uno de los problemas de nuestro
tiempo es que pasan demasiadas historias, que los hechos se suceden sin
posibilidad de una asimilación y que por lo mismo, aportaciones históricas y
políticas que son claves para entender la historia, se suelen olvidar con rapidez.
Este es el caso por citar un ejemplo, de Operación
Nikolai (TV3, 1992), el documental de investigación de Mª Dolors Genovés y
Llibert Ferri con ocasión de un cine-forum previsto con el Espacio Alternativo
en Burgos (que sigue pendiente). He aprovechado este repaso para añadir algunas
anotaciones más propias de un cine-forum, sin duda porque estoy convencido que
puede interesar para su utilización en cualquier entidad con medios adecuados.
Lo primero que llamó mi atención es la afirmación al inicio de Pelai Pagés
según la cual se podía considerar que el asesinato de Nin fue algo así como el
acto final de la revolución española. Creo que de una manera completa y
sencilla es la tesis concluyente de uno de los mejores libros que abordan dicha
revolución, y concretamente desde el estudio de la lucha social en la vida
cotidiana barcelonesa. Me estoy refiriendo a La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto, 1898-1937, de
Chris Ealham (Alianza Ensayo, Madrid, 2005, tr. de Beatriz Ansón Balmaceda).
Aunque se trata de un documental de una hora de duración, que abarca
sucintamente tanto la vida como la muerte de Andreu Nin, creo que los datos
suministrados sitúan tanto la personalidad política de Nin como el significado
de su muerte en unos términos muy ajustados. Nin dejó su profesión para
convertirse en un “profesional” de la revolución ya como cenetista de primera
línea, actuando por lo tanto en representación de una tradición revolucionaria
con historia propia, no en vano uno de sus proyectos inconclusos fue escribir
una biografía de Salvador Seguí, el “Noi de Sucre”, al que citaba
constantemente.
Como “profesional” ejerció de
militante del PCUS, y entre otras cosas, concejal del soviet de Moscú, y uno de
los “cerebros” de la
Internacional, sobre todo del sector sindicalista; se habla
de su papel en el viaje de Maciá a Moscú, y Pelai nos informa de su visión
sobre las libertades nacionales plasmada sobre todo en su libro Els movimiments d´emancipació nacional,
en trance de reedición por la editorial Base de Barcelona ...Ésta es su obra
teórica más importante junto Las
dictadures des nostres temps, que mostraba su conocimiento de primea mano
del fenómeno fascista italiano, no en vano era amigo y camarada de tres de sus
principales analistas: Antonio Gramsci, Angelo Tasca e Ignazio Silone. Se
trataba de una réplica a un libro de Francecs Cambó en el que éste preludiaba
el apoyo al Alzamiento y al régimen de Franco, lo que no ha sido obstáculo para
que convergentes y socialistas le hayan dedicado un sórdido monumento en el
inicio de la antigua Vía Layetana como expresión del homenaje socioconvergente
al principal representante del Vichy catalán. Se asume acertadamente la más
bien patética descripción que sobre su triste figura realizó Josep Pla (en contraste
con la alegría y jovialidad que Nin muestra en los documentos de los primeros
tiempos, los de Maciá), y se explica en el contexto del ascenso del Termidor
estaliniano. Su actuación durante los años treinta se explican en relación a la
revolución que asciende, y su papel de objetivo de Stalin, por lo que
significaba dicha revolución.
Un esquema que contradice la tesis
subyacente que sobre el Nin digamos republicano escribió en los años setenta
Francecs Bonamusa, y más en línea del enfoque biográfico que le dio Pelai
Pagés, que no en vano interviene como la autoridad digamos “académica” sobre
Nin, sobre el que escribió una biografía que sigue siendo la más elaborada
hasta el momento. Nin no era un mero “trotsko” caldeado por las lecturas y
marginal, y como apuntan sus biografías más autorizadas la lógica de Stalin era
fría y “objetiva”. “Solo” mandaba liquidar “trotskistas” cuando le interesaba;
sabía por experiencia aquello de que la “chispa puede incendiar la llanura”. Se
hace especial atención a la labor traductora de Nin, al parecer del poeta Pere
Ginferrer el mejor que existía de lengua rusa en catalán, y se podría añadir
que en castellano (entonces dichas traducciones se hacían normalmente desde la
versión francesa), y se citan todos los autores (Pilniak, Chejov, Tolstoy, Dostoyevski,
Trotsky, Lenin...).
La critica literaria Anna Muria no
solamente pondera con las palabras justas el perfil cultural de Nin, y también
añade el testimonio de una confesión privada de la célebre escritora Merce
Rodoreda (La plaça del Diamant, Mirall
trencat) le confesó que había mantenido un auténtico “flechazo” con Nin en
el primer año de la guerra civil o sea en medio de una actividad desenfrenada,
y que después se quedó “prendada” de aquel amor frustrado, incluso le habló de
una carta de Nin a ella que todavía no ha aparecido, y para Nin seguramente
Merce fue su Frida. Recuerdo que a Francecs de Cabo estas revelaciones le
sacaban de quicio, aseguraba fervorosamente que eran imposible que él no lo
supiera dado el grado de intimidad y proximidad que tanto él como Carlota
Durany mantenían con Nin.
Mucho más prudente, Pelai no la
descarta en absoluta, por otro lado, Merce era toda una señora en nada propensa
a la prensa “del corazón”, y por lo tanto se trata de una información digna de
toda confianza, aparte de eso, está claro que en estos aspectos los del POUM
eran tan discretos como todos los revolucionarios de su tiempo, no fue hasta
entrada la revolución que algunas de sus mujeres como Carlota Durany o Katia
Landau, empezaron a cuestionarse algunas cosas. De hecho, la anécdota revela
que la humanidad de la militancia poumista comprendía también los sesgos
machistas de la época, y la existencia de historias amorosas cruzadas sobre las
cuales es imposible entrar “objetivamente” a fondo aunque algo se apunta en la
declaración de la hija de su primer matrimonio, que declara que su padre fue
muchas cosas menos padre, detalle por lo demás muy habitual entre los
revolucionarios que además cambiaban de escenario y relaciones y dejaban a las
madres el doble papel, los reproches de Dora recuerdan en parte los de Zina, la
hija de Trotsky, sobre la que, por cierto, existe una hermosa película ya
asequible (www.cinedeautor.org).
La recomposición que se hace del
montaje de mensajes que probaban que “N” o sea Nin conspiraba con Franco tiene
a mi parecer un singular paralelismo con el “complot” que se montó contra “D” o
sea Dreyfus, con la diferencia que en el caso de Nin, los verdugos y los linchadotes
se reclamaban de la misma causa que él, aunque ya la historia de las guerras
religiosas ofrecen abundantes paralelismos...
Su agonía y muerte recompuesta por
los investigadores como Antonov Ovseinko hijo, que explica el método de “la
cadena”, ampliamente aplicado por todas las escuelas de torturadores desde la GPU hasta la olvidada Escuela
de Panamá. Resulta curioso que Ramón Liarte atribuya a la CNT una visita de
“advertencia” a Nin que se mostró demasiado incauto; esto no casa demasiado con
su papel en la defenestración de Nin del gobierno de la Generalitat Hay
constancias de cartas de Víctor Serge en este sentido, y Mª Teresa García Banús
(Una vida bien vivida, en habla del escritor comunista disidente Louis Fischer.
También están los artículos de Trotsky que señalan con información de primera
mano como la lógica estalinista se estaba imponiendo en España, de hecho quizás
sea esta su aportación más lúcida. Víctor Alba declara que de esto, todos se
enteraron después, lo cual es cierto si se refiere al POUM, incluyendo Andreu
Nin que había conocido el primer estalinismo pero que no había tenido tiempo de
asimilar el que se había abierto con el asesinato de Kirov. Una curiosidad
fugaz: entre las imágenes del documental se ven banderas del POUM en el puerto
de Barcelona recibiendo el primer barco de ayuda soviética, esta vez autentica,
con alimentos.
De hecho el antiestalinismo fue ante
todo cosa de los trotskistas y de los bloquistas más ilustrados, y como es
sabido, también hubo una derecha poumista liderada por Luis Portela que abogaba
por no “provocar” a la URSS
ni al comunismo oficial. Queda para siempre probado que los agentes
estalinistas trataron de destruir a Nin para obligarle a una “confesión” del
tipo de las ceremonias en los “procesos de Moscú”, con el “ideal” de que
hubiera hecho una declaración pública como Zinoviev o Bujarin, aunque éste tuvo
tiempo para dejar escrito que dichas declaraciones eran equivalentes a la
proclamación de que la revolución de Octubre había sido obra del Zar, y de que
no lo consiguieron. En algo así, declaró Bujarin, no todo el mundo tenía el
temple de Trotsky que vio como desaparecían sus hijas, sus hijos, sus mejores
camaradas y amigos, y esperó la muerte, que le llegó por algunas manos que ya
estaban manchadas con la sangre de Nin.
Pocos fueron los aguantaron
semejantes torturas, y mucha menos son capaces de mantener su independencia
cuando lo que está en juego es la vida de tus seres más queridos. Stalin dejó
en pañales a Al Capone en estos métodos. Se sabe que muchos de los viejos
bolcheviques que se “pasaron” a sus filas (Radeck, Preobrazhenski, Rakovsky,
Smilga, etcétera), sufrieron una cosa u otra o ambas a la vez. Deutscher
confirmó con su propio testimonio que éste y o otro, fue el caso de Antonov
Ovseinko, sobre el que el documental data su papel protagonista en la toma del
Palacio de Invierno, su militancia trotskista, el control que sobre él ejercía
Stalin, como simula desconocer a Nin cuando éste lo traduce en su toma de
posesión, y añade unas declaraciones de simpatías por los anarquistas (¿no era
ésta también una manera de apoyar al POUM?), y registra su juicio y muerte “en
un solo día”. Su hijo –un historiador ligado al movimiento “Memorial” desde sus
inicios, y muy amigo de Pierre Broué-, abunda en el documental en sus simpatías
por Nin y el POUM. Ovseinko también se mostró favorable a apostar por conceder
una amplia autonomía Marruecos cuando éste tema le fue planteado por la CNT y el POUM a Largo
Caballero, mientras que tanto el PCE como el embajador ruso en Madrid
Rosenberg, se mostraron en contra. Lo último que querían era molestar a Francia
y Gran Bretaña.
Insistamos. Queda rotunda constancia
pues que Nin no se rindió, y está claro que no fue por problemas
“profesionales” de sus raptores. La única explicación que se ocurre aparte de
su propia integridad –de la que no carecían los viejos bolcheviques tratados
como “perros rabiosos” por el viejo menchevique Vichisnky-, que estaba animada
por su la convicción firme en los ideales que remarca con insistencia en sus
notas, así como en la existencia de un partido y de una comunidad
revolucionaria por la que se mostró dispuesto a superar todas las pruebas,
todas las iniquidades. Wilebaldo lo explica diciendo emotivamente que “Nin
murió por todos nosotros”, o sea por el honor del POUM y de los que ya habían
hecho la revolución antes de que nadie se planteara que era antes, la
revolución o la guerra.
Si se hubiera tratado de un mero
debate, la moviola de la historia se habría tenido que rebobinar a las jornadas
de julio, cuando hasta los comunistas también querían hacer una revolución.
Encuentro curiosa la segunda intervención de Gabriel Jackson (que por cierto
ofrece prismas que no aparecían en su emblemática obra La
República española
y la guerra civil (1965) que fue ampliamente difundida en los años
sesenta-setenta por el área del PCE-PSUC), que después de ligar la ilusión
provocada por la revolución rusa con la inexistencia en aquellos años de
servicios sociales hoy básicos (Ealham explica muy bien como para los obreros
anarquistas el Estado era la policía, la guardia civil y el ejército, y nada
más), sobre todo la
Seguridad Social, para concluir que ésta si existía en
Alemania desde Bismark. Pues bien, en ningún otro lugar de Europa se dio un
partido comunista tan fuerte, ni se dieron tantas tentativas revolucionarias
(1919,1921, 1923). Por otro lado, se olvida mencionar la existencia de la Primera Guerra
Mundial, y la crisis de legitimidad que causó en el sistema, sobre todo en sus
“eslabones más débiles, y más afectados. Por otro lado, el documental explica
el fascismo como la derecha que se insurrecciona contra la amenaza de la
revolución, y el Alzamiento como la vía escogida por las clases dominantes: los
conspiradores solo tuvieron que ofrecerse como los mejore candidatos para un
golpe de Estado preventivo, consejo literariamente expresado por un best-seller
de la época, Técnica del golpe de Estado,
de Curzio Malaparte, cuya descripción de la insurrección de Octubre por parte
de Trotsky erizó la espina dorsal de la derecha europea (hay una carta de José
Antonio de finales de 1934 en la que el “Fundador” le pide que se ponga al
frente que se está preparando, y como argumento dice que Trotsky había estado
detrás de lo de Asturias). Jackson trata de explicar la “buena fe” de muchos
comunistas que creyeron en Stalin, y exculpa a Negrín or carecer de margen de
maniobra.
En el documental se ofrece una
cronología del trotskismo de Nin, empieza con la Oposición de Izquierdas
en el PCUS, se prolonga a través de la primera mitad de los años treinta, y se
da por rota, primero cuando Nin, cansado de la “acritud” que empleaba Trotsky
le ruega que de aquí en adelante deje de dirigirse a él y que lo haga
directamente con la sección, todo esto dicho por Ignacio Iglesias que ha
teorizado una suerte de ruptura total y concluyente pero ayuda a algo que
resulta bastante inusual en la historiografía: separa el POUM de Trotsky y el
trotskismo, son los estalinistas los que hablan de “trotskismo”. Pero hay
detalles que sugieren que todo es un poco más complicado. En la portada de un
diario en el que se anuncia una entrevista a Nin, se dice que es “La mano
derecha de Trotsky”. No hay duda de que durante unos pocos años fue “el hombre
de Trotsky en España”.
Entre las virtudes de Trotsky no se
encontraba la serenidad y el trato respetuoso. Seguramente creía que describir
un error como si fuera un elefante, ayudaba a que éste fuese mejor comprendido,
un método que se atribuía a Lenin que, aunque lo empleaba, tuvo al mismo tiempo
una relación fluida con los suyos, y aunque el exilio ruso no era tan crispado
ni la situación tan abismal, no era tan diferente. Trotsky empleó un lenguaje
hasta más duro con León Sedov, y lo tuvo que sentir en su momento. Creo que más
que estas acritudes, o que los debates sobre si entrar o no en el PSOE
(reflexión táctica sobre la que se suele pasar la página deprisa, y que en su
momento era una opción que comprendía también al BOC, y que era cualquier cosa
menos descabellada ), la cuestión que más contribuyó al distanciamiento con el
“Viejo” es que éste estaba fuera del escenario incluso en lecturas en relación
a lo que había sido la proeza de constituir la Alianza Obrera, y
de las implicaciones de sus actos centrales –trágicamente aislados- en Asturias
y Cataluña...La convergencia trotskistas-BOC se desarrolló por igual por
“abajo” en el ¡UHP¡ que por “arriba” gracias al trabajo conjunto y la afinidad
ideológica.
Entre el Maurín tildado de
“bujarinista” que trata de mantener la equidistancia entre Stalin y Trotsky, y
el que tantea reflexiones teóricas fácilmente criticables desde la alta cultura
marxista, y el otro Maurín, el que hace las cuentas del fracaso de la coalición
republicano-socialista, y del ascenso de Hitler-Dolfuss, media un salto
estratégico y organizativo equiparable (o superior) al que llevó a cabo Lenin
entre antes y después de febrero de 1917...Resulta curioso que sea alguien como
Víctor Alba el que explique –improvisadamente- que la unificación se realizó en
base a dos premisas teóricas, primero que la burguesía se había mostrado
incapaz de llevar a cabo la revolución democrática, y que por lo tanto, ésta la
haría el movimiento obrero en su lucha por el socialismo, segundo que la URSS había padecido una
degeneración burocrática que desvirtuaba totalmente el legado de Octubre, y que
era necesaria una nueva revolución que conciliara socialismo y libertad...
Nadie explicó mejor estos supuestos que Trotsky en dos libros, La revolución permanente y La revolución traicionada que son
paradigmas de la historia de la revolución en el siglo pasado.
El POUM era el “otro comunismo”, un
partido forjado por la gran mayoría de los creadores del primer PCE que había
hecho su experiencia en la CNT
(Nin, Maurín, Bonet, David Rey, Adolfo Bueso), o en las juventudes socialistas
(Andrade, Gorkin, Portela), tenía un relación creativa con anarcosindicalistas,
socialistas de izquierdas e incluso nacionalistas, una programa por una
revolución basada en la “democracia obrera” partiendo de la premisa que todas
estás corrientes citadas estaban condenadas a entenderse, igualmente tenía una
política internacionalista en oposición al Komintern al que habían criticado
desde la segunda mitad de los años veinte, y lo defendía de una manera
consecuente hasta el extremo de denunciar el carácter de la “ayuda soviética”.
Si tenemos en cuenta que Togliatti creí ver indicios “trotskismo” hasta en el
PSUC, presumiblemente en antiguos bloquistas” (como Llibert Estartús que fue
eliminado en el exilio como “trotskista”), poco le tendrían que importar los
desencuentros entre Trotsky y Nin que, como gustaba repetir a Andrade, no
fueron mayores que envolvieron a los propios bolcheviques en vísperas de
Octubre. Desencuentros pues, que podría haberse expresado por medio de un
debate franco y constructivo, pero que no admitía términos como “traición” y
otros por el estilo. Si esto fue amargo para los más próximos al “Viejo” (y que
nunca olvidaron lo que aprendieron de él; en esto resultaba extrañamente
coherente y vehemente Eugenio Fernández Granell que admiraba a Trotsky tanto
como a Bretón), que no sería para los “bloquistas” que veían amenazadas sus
vidas por “trotskistas”, y luego leyeron lo que Trotsky escribió sobre ellos.
Este desencuentro planearía en los años sesenta-setenta en la recomposición del
comunismo antiestalinista español de una manera desmesurada y distorsionante.
El documental también trata de
explicar la diferencia existente entre los sórdidos sicarios de Stalin, y los
comunistas que –como trata de explicar Jackson- lucharon creyendo que el
estalinismo expresaba las exigencias auténticas de una revolución que veían más
garantizada en la URSS
que en el radicalismo anarquista-poumista. Entre los primeros, no todos fueron
torvos funcionarios, algunos también tuvieron un prestigio político como
Vittorio Vidali o André Marty, por no hablar de Palmiro Togliatti, todos ellos
implicados hasta las cejas en una acción policial delirante En medio queda una
franja de dirigentes cuya actuación no resulta fácil de explicar, por ejemplo
los que como Rafael Vidiella (o Comorera), el antiguo socialista que sustituyó
a Nin ya como representante del PSUC, y que según testimonia Solano se mostró
“exquisito” en el momento de la despedida, y que tomó parte como todos en la
campaña de linchamiento moral, cuando como conocían a Nin y a los líderes del
POUM, “de toda la vida”. No resulta convincente el “despiste” del comunista
gallego Ignacio Álvarez y choca la intervención de Gregorio López Raimundo
cuando expresa que durante los acontecimientos de Mayo de 1937 la CNT-FAI fue “más culpable”
que el POUM (“que se limito a secundar”), y “sin embargo...” Hay mucho estupor
en estas palabras, como hay buena fe en las de la intrépida Neus Catalá que
persiste en su confianza en creer “que la URSS sabía muy bien lo que hacía”.
En una de las guerras que emprendió la Santa Madre Iglesia
contra uno de los movimientos heréticos-revolucionarios que sucedieron la
crisis de la Reforma,
contra los albigenses, anabaptistas o cátaros, poco importa, se cuenta que cuando
sus leales advirtieron a un Gran Inquisidor que la represión también se estaba
llevando a servidores del Papa, éste respondió algo así como: “No os
preocupéis. Dios reconocerá a los suyos en el Cielo”. Es evidente que estas
prácticas contribuyeron de manera crucial en la decadencia acelerada de la Iglesia que había dominado
el mundo occidental, y ya nada fue igual. De hecho, tuvo que ampararse en un
pacto con la burguesía ya de vuelta de la Ilustración. La
principal víctima del cáncer estaliniano fue el ideario comunista, primero los
que se le opusieron, pero luego los que creyeron en sus mistificaciones de
buena fe, y lucharon
El final de Antonov fue el de la
gran mayoría de “especialistas” soviéticos que hicieron su guerra de España,
incluyendo talentos envenenados como el de Mijhail Koltsov, en el Este las
“purgas” de los años cuarenta-cincuenta, los que estuvieron en España fueron
especialmente afectados; en la revolución húngara de 1956, emergió de nuevo la
imagen de Erno Geroe, alias Pedro, un “comunista torturador”, un sicario brutal
odiado por su propio pueblo. En el otro lado se sitúa el caso de Arthur London,
que en su célebre testimonio La
confesión, comienza a poner en duda de que “todos los trotskistas” fueran
de la “Quinta Columna”, percepción que rectificará más tarde, y que acabará
siendo un poderoso sentimiento autocrítico en su compañera Lise London en sus
memorias. Y es que al final de todo, hay que proclamar que esta fue una
tragedia comunista en la que, triste e irónicamente, los sicarios como Geroe se
confunden con los cínicos como Togliatti, y con los idealistas más torvos como
André Marty, y también con militantes que reproducían los esquemas de la fe
católica porque este era el medio en que se valió el estalinismo para llevarlos
donde los quería llevar, a su instrumentalización. Y solamente con el tiempo,
los mejores comprendieron que sí había una militancia comunista coherente, esa
era la del POUM y la de los que denunciaban la revolución traicionada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario