jueves, 19 de mayo de 2016

Operación Nikolai o el caso Andreu Nin



Operación Nikolai o el caso Andreu Nin

Uno de los problemas de nuestro tiempo es que pasan demasiadas historias, que los hechos se suceden sin posibilidad de una asimilación y que por lo mismo, aportaciones históricas y políticas que son claves para entender la historia, se suelen olvidar con rapidez. Este es el caso por citar un ejemplo, de Operación Nikolai (TV3, 1992), el documental de investigación de Mª Dolors Genovés y Llibert Ferri con ocasión de un cine-forum previsto con el Espacio Alternativo en Burgos (que sigue pendiente). He aprovechado este repaso para añadir algunas anotaciones más propias de un cine-forum, sin duda porque estoy convencido que puede interesar para su utilización en cualquier entidad con medios adecuados. Lo primero que llamó mi atención es la afirmación al inicio de Pelai Pagés según la cual se podía considerar que el asesinato de Nin fue algo así como el acto final de la revolución española. Creo que de una manera completa y sencilla es la tesis concluyente de uno de los mejores libros que abordan dicha revolución, y concretamente desde el estudio de la lucha social en la vida cotidiana barcelonesa. Me estoy refiriendo a La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto, 1898-1937, de Chris Ealham (Alianza Ensayo, Madrid, 2005, tr. de Beatriz Ansón Balmaceda). Aunque se trata de un documental de una hora de duración, que abarca sucintamente tanto la vida como la muerte de Andreu Nin, creo que los datos suministrados sitúan tanto la personalidad política de Nin como el significado de su muerte en unos términos muy ajustados. Nin dejó su profesión para convertirse en un “profesional” de la revolución ya como cenetista de primera línea, actuando por lo tanto en representación de una tradición revolucionaria con historia propia, no en vano uno de sus proyectos inconclusos fue escribir una biografía de Salvador Seguí, el “Noi de Sucre”, al que citaba constantemente.
Como “profesional” ejerció de militante del PCUS, y entre otras cosas, concejal del soviet de Moscú, y uno de los “cerebros” de la Internacional, sobre todo del sector sindicalista; se habla de su papel en el viaje de Maciá a Moscú, y Pelai nos informa de su visión sobre las libertades nacionales plasmada sobre todo en su libro Els movimiments d´emancipació nacional, en trance de reedición por la editorial Base de Barcelona ...Ésta es su obra teórica más importante junto Las dictadures des nostres temps, que mostraba su conocimiento de primea mano del fenómeno fascista italiano, no en vano era amigo y camarada de tres de sus principales analistas: Antonio Gramsci, Angelo Tasca e Ignazio Silone. Se trataba de una réplica a un libro de Francecs Cambó en el que éste preludiaba el apoyo al Alzamiento y al régimen de Franco, lo que no ha sido obstáculo para que convergentes y socialistas le hayan dedicado un sórdido monumento en el inicio de la antigua Vía Layetana como expresión del homenaje socioconvergente al principal representante del Vichy catalán. Se asume acertadamente la más bien patética descripción que sobre su triste figura realizó Josep Pla (en contraste con la alegría y jovialidad que Nin muestra en los documentos de los primeros tiempos, los de Maciá), y se explica en el contexto del ascenso del Termidor estaliniano. Su actuación durante los años treinta se explican en relación a la revolución que asciende, y su papel de objetivo de Stalin, por lo que significaba dicha revolución.
Un esquema que contradice la tesis subyacente que sobre el Nin digamos republicano escribió en los años setenta Francecs Bonamusa, y más en línea del enfoque biográfico que le dio Pelai Pagés, que no en vano interviene como la autoridad digamos “académica” sobre Nin, sobre el que escribió una biografía que sigue siendo la más elaborada hasta el momento. Nin no era un mero “trotsko” caldeado por las lecturas y marginal, y como apuntan sus biografías más autorizadas la lógica de Stalin era fría y “objetiva”. “Solo” mandaba liquidar “trotskistas” cuando le interesaba; sabía por experiencia aquello de que la “chispa puede incendiar la llanura”. Se hace especial atención a la labor traductora de Nin, al parecer del poeta Pere Ginferrer el mejor que existía de lengua rusa en catalán, y se podría añadir que en castellano (entonces dichas traducciones se hacían normalmente desde la versión francesa), y se citan todos los autores (Pilniak, Chejov, Tolstoy, Dostoyevski, Trotsky, Lenin...).
La critica literaria Anna Muria no solamente pondera con las palabras justas el perfil cultural de Nin, y también añade el testimonio de una confesión privada de la célebre escritora Merce Rodoreda (La plaça del Diamant, Mirall trencat) le confesó que había mantenido un auténtico “flechazo” con Nin en el primer año de la guerra civil o sea en medio de una actividad desenfrenada, y que después se quedó “prendada” de aquel amor frustrado, incluso le habló de una carta de Nin a ella que todavía no ha aparecido, y para Nin seguramente Merce fue su Frida. Recuerdo que a Francecs de Cabo estas revelaciones le sacaban de quicio, aseguraba fervorosamente que eran imposible que él no lo supiera dado el grado de intimidad y proximidad que tanto él como Carlota Durany mantenían con Nin.
Mucho más prudente, Pelai no la descarta en absoluta, por otro lado, Merce era toda una señora en nada propensa a la prensa “del corazón”, y por lo tanto se trata de una información digna de toda confianza, aparte de eso, está claro que en estos aspectos los del POUM eran tan discretos como todos los revolucionarios de su tiempo, no fue hasta entrada la revolución que algunas de sus mujeres como Carlota Durany o Katia Landau, empezaron a cuestionarse algunas cosas. De hecho, la anécdota revela que la humanidad de la militancia poumista comprendía también los sesgos machistas de la época, y la existencia de historias amorosas cruzadas sobre las cuales es imposible entrar “objetivamente” a fondo aunque algo se apunta en la declaración de la hija de su primer matrimonio, que declara que su padre fue muchas cosas menos padre, detalle por lo demás muy habitual entre los revolucionarios que además cambiaban de escenario y relaciones y dejaban a las madres el doble papel, los reproches de Dora recuerdan en parte los de Zina, la hija de Trotsky, sobre la que, por cierto, existe una hermosa película ya asequible (www.cinedeautor.org).
La recomposición que se hace del montaje de mensajes que probaban que “N” o sea Nin conspiraba con Franco tiene a mi parecer un singular paralelismo con el “complot” que se montó contra “D” o sea Dreyfus, con la diferencia que en el caso de Nin, los verdugos y los linchadotes se reclamaban de la misma causa que él, aunque ya la historia de las guerras religiosas ofrecen abundantes paralelismos...
Su agonía y muerte recompuesta por los investigadores como Antonov Ovseinko hijo, que explica el método de “la cadena”, ampliamente aplicado por todas las escuelas de torturadores desde la GPU hasta la olvidada Escuela de Panamá. Resulta curioso que Ramón Liarte atribuya a la CNT una visita de “advertencia” a Nin que se mostró demasiado incauto; esto no casa demasiado con su papel en la defenestración de Nin del gobierno de la Generalitat Hay constancias de cartas de Víctor Serge en este sentido, y Mª Teresa García Banús (Una vida bien vivida, en habla del escritor comunista disidente Louis Fischer. También están los artículos de Trotsky que señalan con información de primera mano como la lógica estalinista se estaba imponiendo en España, de hecho quizás sea esta su aportación más lúcida. Víctor Alba declara que de esto, todos se enteraron después, lo cual es cierto si se refiere al POUM, incluyendo Andreu Nin que había conocido el primer estalinismo pero que no había tenido tiempo de asimilar el que se había abierto con el asesinato de Kirov. Una curiosidad fugaz: entre las imágenes del documental se ven banderas del POUM en el puerto de Barcelona recibiendo el primer barco de ayuda soviética, esta vez autentica, con alimentos.
De hecho el antiestalinismo fue ante todo cosa de los trotskistas y de los bloquistas más ilustrados, y como es sabido, también hubo una derecha poumista liderada por Luis Portela que abogaba por no “provocar” a la URSS ni al comunismo oficial. Queda para siempre probado que los agentes estalinistas trataron de destruir a Nin para obligarle a una “confesión” del tipo de las ceremonias en los “procesos de Moscú”, con el “ideal” de que hubiera hecho una declaración pública como Zinoviev o Bujarin, aunque éste tuvo tiempo para dejar escrito que dichas declaraciones eran equivalentes a la proclamación de que la revolución de Octubre había sido obra del Zar, y de que no lo consiguieron. En algo así, declaró Bujarin, no todo el mundo tenía el temple de Trotsky que vio como desaparecían sus hijas, sus hijos, sus mejores camaradas y amigos, y esperó la muerte, que le llegó por algunas manos que ya estaban manchadas con la sangre de Nin.
Pocos fueron los aguantaron semejantes torturas, y mucha menos son capaces de mantener su independencia cuando lo que está en juego es la vida de tus seres más queridos. Stalin dejó en pañales a Al Capone en estos métodos. Se sabe que muchos de los viejos bolcheviques que se “pasaron” a sus filas (Radeck, Preobrazhenski, Rakovsky, Smilga, etcétera), sufrieron una cosa u otra o ambas a la vez. Deutscher confirmó con su propio testimonio que éste y o otro, fue el caso de Antonov Ovseinko, sobre el que el documental data su papel protagonista en la toma del Palacio de Invierno, su militancia trotskista, el control que sobre él ejercía Stalin, como simula desconocer a Nin cuando éste lo traduce en su toma de posesión, y añade unas declaraciones de simpatías por los anarquistas (¿no era ésta también una manera de apoyar al POUM?), y registra su juicio y muerte “en un solo día”. Su hijo –un historiador ligado al movimiento “Memorial” desde sus inicios, y muy amigo de Pierre Broué-, abunda en el documental en sus simpatías por Nin y el POUM. Ovseinko también se mostró favorable a apostar por conceder una amplia autonomía Marruecos cuando éste tema le fue planteado por la CNT y el POUM a Largo Caballero, mientras que tanto el PCE como el embajador ruso en Madrid Rosenberg, se mostraron en contra. Lo último que querían era molestar a Francia y Gran Bretaña.
Insistamos. Queda rotunda constancia pues que Nin no se rindió, y está claro que no fue por problemas “profesionales” de sus raptores. La única explicación que se ocurre aparte de su propia integridad –de la que no carecían los viejos bolcheviques tratados como “perros rabiosos” por el viejo menchevique Vichisnky-, que estaba animada por su la convicción firme en los ideales que remarca con insistencia en sus notas, así como en la existencia de un partido y de una comunidad revolucionaria por la que se mostró dispuesto a superar todas las pruebas, todas las iniquidades. Wilebaldo lo explica diciendo emotivamente que “Nin murió por todos nosotros”, o sea por el honor del POUM y de los que ya habían hecho la revolución antes de que nadie se planteara que era antes, la revolución o la guerra.
Si se hubiera tratado de un mero debate, la moviola de la historia se habría tenido que rebobinar a las jornadas de julio, cuando hasta los comunistas también querían hacer una revolución. Encuentro curiosa la segunda intervención de Gabriel Jackson (que por cierto ofrece prismas que no aparecían en su emblemática obra La República española y la guerra civil (1965) que fue ampliamente difundida en los años sesenta-setenta por el área del PCE-PSUC), que después de ligar la ilusión provocada por la revolución rusa con la inexistencia en aquellos años de servicios sociales hoy básicos (Ealham explica muy bien como para los obreros anarquistas el Estado era la policía, la guardia civil y el ejército, y nada más), sobre todo la Seguridad Social, para concluir que ésta si existía en Alemania desde Bismark. Pues bien, en ningún otro lugar de Europa se dio un partido comunista tan fuerte, ni se dieron tantas tentativas revolucionarias (1919,1921, 1923). Por otro lado, se olvida mencionar la existencia de la Primera Guerra Mundial, y la crisis de legitimidad que causó en el sistema, sobre todo en sus “eslabones más débiles, y más afectados. Por otro lado, el documental explica el fascismo como la derecha que se insurrecciona contra la amenaza de la revolución, y el Alzamiento como la vía escogida por las clases dominantes: los conspiradores solo tuvieron que ofrecerse como los mejore candidatos para un golpe de Estado preventivo, consejo literariamente expresado por un best-seller de la época, Técnica del golpe de Estado, de Curzio Malaparte, cuya descripción de la insurrección de Octubre por parte de Trotsky erizó la espina dorsal de la derecha europea (hay una carta de José Antonio de finales de 1934 en la que el “Fundador” le pide que se ponga al frente que se está preparando, y como argumento dice que Trotsky había estado detrás de lo de Asturias). Jackson trata de explicar la “buena fe” de muchos comunistas que creyeron en Stalin, y exculpa a Negrín or carecer de margen de maniobra.
En el documental se ofrece una cronología del trotskismo de Nin, empieza con la Oposición de Izquierdas en el PCUS, se prolonga a través de la primera mitad de los años treinta, y se da por rota, primero cuando Nin, cansado de la “acritud” que empleaba Trotsky le ruega que de aquí en adelante deje de dirigirse a él y que lo haga directamente con la sección, todo esto dicho por Ignacio Iglesias que ha teorizado una suerte de ruptura total y concluyente pero ayuda a algo que resulta bastante inusual en la historiografía: separa el POUM de Trotsky y el trotskismo, son los estalinistas los que hablan de “trotskismo”. Pero hay detalles que sugieren que todo es un poco más complicado. En la portada de un diario en el que se anuncia una entrevista a Nin, se dice que es “La mano derecha de Trotsky”. No hay duda de que durante unos pocos años fue “el hombre de Trotsky en España”.
Entre las virtudes de Trotsky no se encontraba la serenidad y el trato respetuoso. Seguramente creía que describir un error como si fuera un elefante, ayudaba a que éste fuese mejor comprendido, un método que se atribuía a Lenin que, aunque lo empleaba, tuvo al mismo tiempo una relación fluida con los suyos, y aunque el exilio ruso no era tan crispado ni la situación tan abismal, no era tan diferente. Trotsky empleó un lenguaje hasta más duro con León Sedov, y lo tuvo que sentir en su momento. Creo que más que estas acritudes, o que los debates sobre si entrar o no en el PSOE (reflexión táctica sobre la que se suele pasar la página deprisa, y que en su momento era una opción que comprendía también al BOC, y que era cualquier cosa menos descabellada ), la cuestión que más contribuyó al distanciamiento con el “Viejo” es que éste estaba fuera del escenario incluso en lecturas en relación a lo que había sido la proeza de constituir la Alianza Obrera, y de las implicaciones de sus actos centrales –trágicamente aislados- en Asturias y Cataluña...La convergencia trotskistas-BOC se desarrolló por igual por “abajo” en el ¡UHP¡ que por “arriba” gracias al trabajo conjunto y la afinidad ideológica.
Entre el Maurín tildado de “bujarinista” que trata de mantener la equidistancia entre Stalin y Trotsky, y el que tantea reflexiones teóricas fácilmente criticables desde la alta cultura marxista, y el otro Maurín, el que hace las cuentas del fracaso de la coalición republicano-socialista, y del ascenso de Hitler-Dolfuss, media un salto estratégico y organizativo equiparable (o superior) al que llevó a cabo Lenin entre antes y después de febrero de 1917...Resulta curioso que sea alguien como Víctor Alba el que explique –improvisadamente- que la unificación se realizó en base a dos premisas teóricas, primero que la burguesía se había mostrado incapaz de llevar a cabo la revolución democrática, y que por lo tanto, ésta la haría el movimiento obrero en su lucha por el socialismo, segundo que la URSS había padecido una degeneración burocrática que desvirtuaba totalmente el legado de Octubre, y que era necesaria una nueva revolución que conciliara socialismo y libertad... Nadie explicó mejor estos supuestos que Trotsky en dos libros, La revolución permanente y La revolución traicionada que son paradigmas de la historia de la revolución en el siglo pasado.
El POUM era el “otro comunismo”, un partido forjado por la gran mayoría de los creadores del primer PCE que había hecho su experiencia en la CNT (Nin, Maurín, Bonet, David Rey, Adolfo Bueso), o en las juventudes socialistas (Andrade, Gorkin, Portela), tenía un relación creativa con anarcosindicalistas, socialistas de izquierdas e incluso nacionalistas, una programa por una revolución basada en la “democracia obrera” partiendo de la premisa que todas estás corrientes citadas estaban condenadas a entenderse, igualmente tenía una política internacionalista en oposición al Komintern al que habían criticado desde la segunda mitad de los años veinte, y lo defendía de una manera consecuente hasta el extremo de denunciar el carácter de la “ayuda soviética”. Si tenemos en cuenta que Togliatti creí ver indicios “trotskismo” hasta en el PSUC, presumiblemente en antiguos bloquistas” (como Llibert Estartús que fue eliminado en el exilio como “trotskista”), poco le tendrían que importar los desencuentros entre Trotsky y Nin que, como gustaba repetir a Andrade, no fueron mayores que envolvieron a los propios bolcheviques en vísperas de Octubre. Desencuentros pues, que podría haberse expresado por medio de un debate franco y constructivo, pero que no admitía términos como “traición” y otros por el estilo. Si esto fue amargo para los más próximos al “Viejo” (y que nunca olvidaron lo que aprendieron de él; en esto resultaba extrañamente coherente y vehemente Eugenio Fernández Granell que admiraba a Trotsky tanto como a Bretón), que no sería para los “bloquistas” que veían amenazadas sus vidas por “trotskistas”, y luego leyeron lo que Trotsky escribió sobre ellos. Este desencuentro planearía en los años sesenta-setenta en la recomposición del comunismo antiestalinista español de una manera desmesurada y distorsionante.
El documental también trata de explicar la diferencia existente entre los sórdidos sicarios de Stalin, y los comunistas que –como trata de explicar Jackson- lucharon creyendo que el estalinismo expresaba las exigencias auténticas de una revolución que veían más garantizada en la URSS que en el radicalismo anarquista-poumista. Entre los primeros, no todos fueron torvos funcionarios, algunos también tuvieron un prestigio político como Vittorio Vidali o André Marty, por no hablar de Palmiro Togliatti, todos ellos implicados hasta las cejas en una acción policial delirante En medio queda una franja de dirigentes cuya actuación no resulta fácil de explicar, por ejemplo los que como Rafael Vidiella (o Comorera), el antiguo socialista que sustituyó a Nin ya como representante del PSUC, y que según testimonia Solano se mostró “exquisito” en el momento de la despedida, y que tomó parte como todos en la campaña de linchamiento moral, cuando como conocían a Nin y a los líderes del POUM, “de toda la vida”. No resulta convincente el “despiste” del comunista gallego Ignacio Álvarez y choca la intervención de Gregorio López Raimundo cuando expresa que durante los acontecimientos de Mayo de 1937 la CNT-FAI fue “más culpable” que el POUM (“que se limito a secundar”), y “sin embargo...” Hay mucho estupor en estas palabras, como hay buena fe en las de la intrépida Neus Catalá que persiste en su confianza en creer “que la URSS sabía muy bien lo que hacía”.
En una de las guerras que emprendió la Santa Madre Iglesia contra uno de los movimientos heréticos-revolucionarios que sucedieron la crisis de la Reforma, contra los albigenses, anabaptistas o cátaros, poco importa, se cuenta que cuando sus leales advirtieron a un Gran Inquisidor que la represión también se estaba llevando a servidores del Papa, éste respondió algo así como: “No os preocupéis. Dios reconocerá a los suyos en el Cielo”. Es evidente que estas prácticas contribuyeron de manera crucial en la decadencia acelerada de la Iglesia que había dominado el mundo occidental, y ya nada fue igual. De hecho, tuvo que ampararse en un pacto con la burguesía ya de vuelta de la Ilustración. La principal víctima del cáncer estaliniano fue el ideario comunista, primero los que se le opusieron, pero luego los que creyeron en sus mistificaciones de buena fe, y lucharon
El final de Antonov fue el de la gran mayoría de “especialistas” soviéticos que hicieron su guerra de España, incluyendo talentos envenenados como el de Mijhail Koltsov, en el Este las “purgas” de los años cuarenta-cincuenta, los que estuvieron en España fueron especialmente afectados; en la revolución húngara de 1956, emergió de nuevo la imagen de Erno Geroe, alias Pedro, un “comunista torturador”, un sicario brutal odiado por su propio pueblo. En el otro lado se sitúa el caso de Arthur London, que en su célebre testimonio La confesión, comienza a poner en duda de que “todos los trotskistas” fueran de la “Quinta Columna”, percepción que rectificará más tarde, y que acabará siendo un poderoso sentimiento autocrítico en su compañera Lise London en sus memorias. Y es que al final de todo, hay que proclamar que esta fue una tragedia comunista en la que, triste e irónicamente, los sicarios como Geroe se confunden con los cínicos como Togliatti, y con los idealistas más torvos como André Marty, y también con militantes que reproducían los esquemas de la fe católica porque este era el medio en que se valió el estalinismo para llevarlos donde los quería llevar, a su instrumentalización. Y solamente con el tiempo, los mejores comprendieron que sí había una militancia comunista coherente, esa era la del POUM y la de los que denunciaban la revolución traicionada.


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