Entre los numerosos
camaradas “also starring” del activismo de los setenta, creo que uno de los más
emblemáticos fue “Iñaki”, alias de Víctor Rodríguez González (Salamanca, 1951-L´Hospitalet,
), que permaneció estrechamente vinculado a la Asociación de Vecinos
de Pubilla Casas desde mitad de los años setenta hasta el final. Seguramente
porque, entre todos, fue el que mantuvo una trayectoria más intensa y
prolongada. De hecho, fue uno de los pocos que trataron de mantener la entidad
cuando la gran mayoría siguió otros derroteros y la política –institucional por
supuesto- lo anulaba casi todo.
Iñaki fue, en el
sentido más pleno de la palabra, un militante obrero “clásico”, de los que
dejan huella aunque no queden sobre el papel. Había empezado a trabajar siendo
un muchacho, y no mucho después ya estaba inmerso en las luchas de Comisiones
Obreras de Salamanca, y luego militando en el PC (i), la escisión del
“Provincial” del PSUC de 1967 que había comenzado con planteamientos más bien
castrista, aunque su preocupación no era tanto teórica como
organizativa-pragmática. Las actividades partidarias le llevaron a Euskadi
donde adquirió un nombre de guerra que le venía como un guante, ya que le quedó
una impronta euskalduna bastante fuerte, txapela
incluida. Huyendo de la policía cogió el
camino de Alemania para trabajar en lo que se presentara, así pudo hacer su
“mili” sin estar fichado, un pequeño detalle que te podía amargar la vida
durante un año largo.
En 1974, “Iñaki” se trasladó a Barcelona, mejor dicho
a L´Hospitalet, al barrio de Pubilla Casas, en cuya combativa asociación
comenzó a ser conocido, siempre junto con su paisano y camarada Manolo Pulido,
con el que militó junto tanto en el maoísmo como en el trotskismo y con el que
convivió en un piso del barrio de La Florida durante bastante
tiempo. Los dos eran militantes como “los de antes”, disciplinados y muy
responsables, por lo que su encaje con el grupo de jóvenes trotskos de Pûbilla
fue bastante problemático. Víctor y Manolo pensaban que la “alegría” y la
irresponsabilidad de los jóvenes era inaceptable. No pasó mucho tiempo para
ambos acabaran encuadrados en una célula
obrera y no se sentían responsabilizado ante lo que hacíamos en el barrio,
aunque siempre estaban de nuestra parte.
Según contaban ellos
mismos amén de algunos testigos, la relación entre ellos dos tampoco era fácil,
de alguna manera ofrecían una variación del contraste que daban Walter Matthau
y Jack Lemmon, en La extraña pareja (The Odd Couple, USA, 1968). Manolo era
responsable en la vida diaria hasta el extremismo (al menos para otro varón),
consideraba reaccionario no madrugar y todo estaba trazado, Víctor era, pues
como la mayoría de solteros, según manolo, “un tráala”. El primero comía muy poco, consideraba que levantarse más tarde de las
cinco de la mañana era inmoral, Víctor se comía las piedras y se levantaba
cuando le el cuerpo se lo pedía. Un domingo, después de una reunión, hicieron
una paella enorme en mi piso a la quedaron invitados varios “tovarich” más, a
cual más pantagruélicos. Al ver el resultado, Romi y yo pensamos que nos
quedaría paella para un mes, pero en realidad, esta no sobrevivió al mediodía.
Luego, aunque era riguroso invierno, tuvimos que tener las ventanas abiertas
por el fuerte olor que desprendía lo que todos consideraban un manjar, pero que
para nosotros era, pues una paella más. Esto de las “comilonas” era una
costumbre proletaria eran muy propias de Víctor quien, al final, solía recitar algún
poema de cosecha propia sin suscitar el reconocimiento que creía merecer.
En aquel mismo que se instaló en el barrio, Víctor
empezó a trabajar en Llobet, empresa del ramo del metal ubicada en el Polígono
de la Zona Franca
de la Ciudad Condal.
Este mismo año fue detenido, y cuando empezaron a torturarlo en una de las
siniestras dependencias de la BPS
en Vía Layetana, Víctor recurrió a la singular trata de provocarse vómitos de
sangre, lo que en las circunstancias de cambio acelerados que se veían venir
desde las calles, permitió que sus torturadores se lo pensaran dos veces, hasta
es posible que imaginaran una enfermedad contagiosa, y Víctor no tardó mucho en salir para seguir
haciendo lo mismo.
Su pasaje desde el
maoísmo al trotskismo tuvo diversos componentes. De entrada, la propia
situación de crisis interna de la
Asociación, después de permanecer silencioso durante un
tiempo disgustado por la actuación de los suyos que trataban de echar a la
inquieta minoría trotsko-anarquista, Víctor cambió de bando en protesta por los
métodos de base estaliniana, un tema sobre el que sabía bastante más de lo que
imaginábamos.
Por esta época, el
colectivo nuestro realizó una pequeña edición de un texto de Isaac Deutscher, El maoísmo y la revolución china, que Víctor
leyó, debatió y dijo las suyas con notas y subrayados, como era propio en los
“intelectuales”, algo que no dejaba de ser en su modestia. Esta no era una
asignatura fácil, muchos trabajadores que se habían aproximado a nuestras
posiciones, se sentían apabullados cuando le pasábamos una de las obras de
Ernest Mandel editadas en Fontamara como “material de divulgación”. Lo suyo no
era la teoría, al menos no más allá que en su aplicación más esquemática y que
según como, costaba mucho hincarle el diente al pesar del esfuerzo didáctico
del legendario revolucionario belga. Luego tenía problemas para ordenar sus
intervenciones, era de los que le costaba mucho acabar y, a veces, había que
estar a quite para evitar que lo prolijo acabara creando reacciones contrarias.
En el tiempo que
sigue a la muerte del dictador, la Asociación de Pubilla se había masificado, sobre
todo al socaire de la lucha por los terrenos de la Bobila, una zona en la que
en los años veinte y treinta había sido el lugar de trabajo del mítico José
Peirats y en la que, según nos contaba Pedra, se refugiaban muchos compañeros
perseguidos. Habían pasado los tiempos más arduos, y ahora, ya las asambleas se
hacían cada vez más multitudinarias. Llegaron por aquel tiempo al calor radical
del lugar una hornada de compañeros del grupo "consejista" llamado
Liberación, ligado a la editorial ZYX, y
la correlación de fuerzas derecha-izquierda se hizo con las nuevas
incorporaciones, muy inestable.
En un ambiente
abierto y asambleario, la mayoría del PSUC (vieja guardia honesta pero muy
sectaria, más algún cuadro “bandera blanca”), con el apoyo del todavía PCE (i)
a punto de convertirse en PTE, se planteó desplazar a la agitada minoría
trotsko-anarquista con una campaña de rancio carácter estaliniano. Considerando
que un sector de la Junta
provenía del catolicismo, empezaron a acusarnos a los primeros de connivencia
con ETA (por aquel entonces ETA VI se acababa de unificar con la LCR), y a los segundos, de
montar orgías y cosas por el estilo. Al final, después de varias agitadas
asambleas, la situación quedó justamente al revés de lo que planeaban.
La minoría se
convirtió en una amplia mayoría con el insólito y entusiasta apoyo de unos
católicos francamente heterodoxos. Buena parte de ellos marcharon a la Nicaragua sandinista,
otro como Rafael, quizás el más entrañable, ligó su destino a la Central Obrera de
Bolivia. Esto sin olvidar a una asistenta social y monja seglar, Merced
Ridaura, todo un ejemplo de modestia y de entrega mucho más auténticas que la
mayoría de gente radical que pululaba por aquel lugar. Sin enterarnos de
verdaderas tragedias humanas que transcurrían ante nuestras narices. Algunas
eran difícilmente evitables, como era el caso de la incipiente introducción de
la droga que no mucho después haría estragos, pero otros sí lo fueron. Como fue
el caso de una pareja de ancianos a los que un banco quería desahuciar, y la
movida fue tal que obligamos al gobierno municipal a hacerse cargo de la deuda
y de garantizar a los pobres viejos la vivienda.
En aquellos años, la Asociación de Vecinos
de Pubilla Casas comenzó a desarrollar un activismo extraordinario. Toda clase
de luchas era bienvenida; se podía montar un “sarao” por una tentativa de
embargo… Entre las comisiones más activas estaba la de los parados en la que
sobresalían Francesc Pedra a sus años, el “Rubio” de la Hispano Olivetti,
y por allí andaba Víctor, se le pudo ver en algunas refriegas con la policía
por las calles. Era ya lo que se dice un cuadro obrero, militaba en la Liga en
el barrio con la “panda” de jóvenes, pero también en el ramo del Metal. Era uno
de los fijos, de los se sabía que estaba allí, alguien que actuaba y hablaba a
su manera, simple, directa, emotiva, en todas aquellas asambleas que llenaban
hasta la bandera la sala de actos del sindicato vertical del régimen, de la
CNS ya en descomposición.
Víctor era un “also
starring”, parte básica de la vanguardia revolucionaria que llegó a arrebatar
la mayoría asamblearia al sector reformista del PSUC. Como gusta de contar al
sindicalista de SEAT Antonio Gil, los que han conocido esta clase obrera en
pie, consciente de su capacidad transformadora, potenciada por un una fracción
que sabía expresar en palabras y en puntos programáticos sus exigencias más
sentidas, difícilmente la podrán olvidar. Una fracción pequeña pero con unos
grandes recursos, y con un activo y silencioso apoyo, como la que encabezaron
por entonces José Borrás y Juan Montraveta, ambos de la LC. Aquella fase la
efervescencia proletaria adquirió unos tonos tan masivos, tan contundentes y
exaltados, que, a algunos de los testigos que éramos también lectores de
Trotsky y de John Reed, nos evocaban (más bien ingenuamente) las célebres
asambleas del soviet que precedieron el Octubre de 1917.
Seguramente la imagen
que más me ha quedado de él sea aquella que contemplé en el curso de una de las
grandes manifestaciones convocadas por la Assemblea de Catalunya por la libertad, la
amnistía y el “Estatut” de Autonomía, y en las que hubo cargas y carreras por
los alrededores del Passeig de Sant Joan. Nos encontramos en cierta dispersión.
Por una de las calles aparecieron una docena de jóvenes del PORE con una
bandera republicana, gesto que llamó la atención de algunos del servicio de
orden que había organizado el PSUC, y comenzaron, primero con buenas palabras y
después un poco a las bravas, a tratar de que los muchachos se guardaran la
bandera tricolor. Víctor que estaba al lado, cogió una valla de unas obras que
a, mi parecer, debía de tener el suficiente peso para al menos dos personas y
bregadas, y con todo su genio se aproximó al revuelo gritando “libertad, no más
represión, viva la República”,
todo con tal vehemencia que los servicios de orden optaron por abandonar el
lugar.
Juan Montero, que fue
su camarada más íntimo por entonces, lo rememora en aquella época en la que: Ante la enorme politización de sectores
amplios de trabajadores y ante el inicio de la negociación del Convenio del
Metal de Barcelona, los locales del Vertical se hacían pequeños, por lo cual en
plena Semana Santa de 1976 se hizo una Asamblea en las instalaciones adyacentes
al campo de fútbol del Sant Andréu, donde en la tarde del Sábado Santo se
concentraron mas de 2.000 trabajadores en asamblea para debatir como luchar por
el Convenio de Metal, por la Amnistía Laboral y por el conjunto de las
libertades democráticas. Y como no podía ser de otra manera, Víctor estaba
presente en esta Asamblea apoyando las propuestas de José Borras y Joan
Montraveta (…) Como anécdota, recuerdo que antes de iniciar la Asamblea se formo un
primer rifirrafe por ver qué se hacia con el megáfono entre Borras y Juan
Domingo Linde militante destacado del PCE (I) y despedido de Motor Ibérica
igual que lo era también Joan Montraveta, quien más tarde será periodista.
Si no me equivoco,
Víctor dejó la LC para entrar en la LCR de la mano de José Borrás, y su
“tendencia obrera”. En su última fase en la LC, Víctor, aunque no lo tenía para nada claro,
asumió disciplinadamente la decisión de militar en UGT y empezó su lucha por
defender las posiciones clasistas y la democracia obrera dentro de UGT, lo que
le llevó a un fuerte enfrentamiento con una burocracia dispuesta a que las
luchas obreras no estropearan sus privilegios de intermediarios. Su postura
intransigente contra los Pactos de la Moncloa terminó con su expulsión de UGT, e
incluso con amenazas físicas de algunos corruptos a finales de 1977.
Más tarde, a inicios
de 1978, Víctor se afilió a CCOO formando parte de la candidatura al Comité de
Empresa de la Llobet,
que obtiene la totalidad de los puestos a cubrir. En mayo de 1978 es elegido
delegado por el Metal de CCOO para el I Congreso de la CONC. Víctor, fue uno
de los 55 militantes que formaron la delegación de la LCR a este Congreso junto a
unas decenas más de simpatizantes En el Congreso apoya la línea de oposición de
la Izquierda
Sindical a los Pactos de la Moncloa y a la política de
consenso con las fuerzas burguesas.
Víctor demostró en
los hechos que era un sindicalista puro y duro. Una tarea en la que fue
partícipe durante mucho años, primero como trabajador de la empresa Llobet,
luego como uno de esos militantes “todo terreno” de la LCR junto con esa promoción
obrera formada entre otros por José Borrás, Diosdado Toledano, Antonio Gil,
Juan Montero, Pedro Navarro, Roque Borrás, Juan Montraveta, y otros muchos como
Mario Salas, algunos de los cuales cambiarían de vida y a veces de barricada.
Víctor no cambió por más que acabó siendo un parado con enormes dificultades
para encontrar trabajo. Sobre este sector ya existen algunos testimonios como
el libro sobre Miniwatt, pero queda todavía mucho por escribir. Aunque solo sea
para rebatir a los que ven a la Liga como un colectivo de estudiantes y
“enterados”, o sea muy leídos.
Montero dice que a principios de 1976, en la 4ª planta de
edificio del Sindicato Vertical de Barcelona que pertenecía al Ramo del Metal,
y donde por las tardes semanalmente se realizaban asambleas amplias de los
sectores de la vanguardia revolucionaria que trabajaban en el ramo del Metal de
Barcelona. Se puede decir que estas asambleas eran la alternativa de la
izquierda revolucionaria al control que ejercía el PSUC en las UTTs del Vertical.
Víctor, como militante revolucionario, asistía a estas asambleas como
trabajador de la Llobet,
empresa vinculada al Convenio del ramo, pero que tenía un pacto de empresa). A
partir de estas asambleas se creó una plataforma para la negociación del Convenio
del Metal de Barcelona al margen de la estructuras de la CNS y la lucha por la Amnistía Laboral…A finales de abril se inicia la huelga del
pequeño Metal y la dirección de la lucha la lleva directamente la Asamblea de trabajadores
que se reúne diariamente en los locales del Cine Princesa de Barcelona que ante
la presencia de miles de trabajadores queda abarrotado y los trabajadores
tienen que ocupar la propia Vía Layetana. En la dirección de la lucha
sobresale, por encima de todos, José Borrás por su oratoria y capacidad de
fijar los objetivos con claridad. Víctor, participa en todo el proceso de
asambleas y tiene una presencia destacada en los piquetes para la extensión de
la lucha (...). Después de unas dos semanas de huelga, finaliza la lucha con las
conquistas más importantes de la historia del convenio del metal de Barcelona.
Conquistas que en los últimos 20 años han ido liquidando las burocracias
sindicales corruptas.
Paralelamente, tuvo
lugar la gran lucha de Motor Ibérica, que se inició por la amnistía laboral de
la propia empresa. Dicha huelga se prolongó hasta agosto de 1976. En todas las
acciones de solidaridad que convocaron con esta lucha, Víctor estaba presente.
Por este tiempo se había trasladado a vivir a un piso de Pueblo Seco, con Pepe Cobos
y Luís Suárez Varela, ambos militantes de la LC.
Johnny (Montero)
también recuerda que, a pesar de que Víctor no se había hecho nunca muchas
ilusiones por el juego electoral, el resultado de la elecciones municipales de
1979, donde la candidatura de la LCR en L´Hospitalet no pudo sacar ningún
concejal, le produjo una cierta frustración, entre cosas porque se había
vaciado durante toda la campaña electoral. Aquella candidatura había sido
encabezada por la LCR, pero contaba con el apoyo de BR, del PSAN y del BEAN, y
unía un programa de clase con una clara sensibilidad nacional. Previamente se
había tratado de unificar toda la izquierda radical, o sea con el PTE y con el
MCC, pero ambas formaciones cortaron toda posibilidad de discusión exigiendo de
entrada presidir la lista. La lista unitaria consiguió alrededor de 2.500
votos. De haber habido acuerdo habría sido posible contar al menos con unos
tres concejales...El caso fue que desde entonces la izquierda radical, que tan
potente había sido en el movimiento vecinal, no hizo más que declinar.
Víctor, era un
militante revolucionario sencillo y rotundo que no se andaba con rodeos a la
hora de escribir. Recuerdo que para el programa de las elecciones sindicales de
la Llobet en
1980, el espacio dedicado al mismo no ocupaba más de siete líneas de un folio.
Después de explicar brevemente las principales reivindicaciones, como el
aumento de salarios, la reducción de jornada, la lucha contra los ritmos de
trabajo etc., acababa con un rotundo "pero todo esto no será posible si no
acabamos con el capitalismo".
En el año 1980, los
trabajadores de la Llobet
llevaron a cabo una huelga durísima de más de 50 días luchando para mejorar el
pacto que tenían suplementario del convenio del Metal. Recuerdo que el
responsable de Acción Sindical de la Ejecutiva del Metal de Barcelona, en una
reunión de este órgano, hablando sobre la huelga de Llobet, exclamó: "Esto
es inaudito. Llevan más de 50 días de huelga y no han pedido ni la mediación a
la Inspección de Trabajo. ¡Esperan que la empresa se arrodille y admita todas
sus exigencias!"
La imagen militante
de Víctor figura en la portada de la primera (y pésima) edición de mi libro Nuestros viejos: problemas y alternativas
(Hacer, Barcelona, 1981). Recoge la imagen de una manifestación de los
jubilados y pensionistas entre los que trabajábamos junto con Francesc Pedra,
el Pedro, un anciano que era abuelo de una familia en la que todos los jóvenes
eran de la Liga,
y una monja seglar. La instantánea recoge el momento en el que Víctor ayuda a
un anciano, que apenas se sostiene, a seguir en la manifestación. Aquel anciano
era toda una leyenda. Estaba fatal pero no se perdía ninguna asamblea ni
manifestación, a veces con los camilleros de las ambulancias, o con los hijos,
a los que de alguna manera obligaba a participar. En mi memoria data como un
cenetista, pero la verdad es que era hombre de pocas palabras, y uno siempre
tenía mil cosas que hacer, y no me detuve a grabar unas entrevistas de alguien
que, de buen seguro, tenía muchas cosas que contar. Sí recuerdo que después de
algunas de mis peroratas, el hombre me cogía de la mano para mostrarme su
coincidencia con lo dicho que por entonces a muchos les sonaba a pólvora.
Víctor era de los que
abordaban las convocatorias de huelga general desde el punto de mira, de crear
el mayor número de piquetes posibles. Con su experiencia y su vehemencia, ya
estaba hecho a presidir en huelgas, algunas como la del pequeño Metal o en la
de Cardellach. Esta última estuvo repleta de audacias, en la que los
trabajadores ocuparon diversos edificios públicos, obligando a la prensa a
hablar de sus reivindicaciones cuando lo normal era el más absoluto silencio.
Era de los que, si llegabas tarde te decían sin tapujos, Y tú,
¿dónde leches te has metido? En esos
días Víctor, como tantos otros militantes obreros curtidos, se crecía. Aún en
los tiempos más regresivos, nunca dejó de hacer sus cosas, sus boletines, sus
arengas poéticas. Había aprendido a no hacerse demasiadas ilusiones, pero le
bastaba con que se moviera una brizna de hierba para hacerse notar. A veces, ni
eso. Pero allí estaba en las escasas asambleas sindicales, y cuando creían que
todo estaba dicho, Víctor levantaba la mano. Era cuando los burócratas de turno
mascullaban entre dientes…
Montero cuenta que en
agosto de 1983 se casó con Marutxa, y después de 6 años de vivir con él en su
casa, se marchó a Cornellá, a un piso que alquilaron, y allí, en 1985, nació su
hijo Dani.
A finales de 1983, la
Llobet decidió cerrar. Después de una lucha de resistencia de unos 9 meses en
julio de 1984, quedó despedida toda la plantilla. Esto le supuso a Víctor, un
enorme trauma al quedarse sin un trabajo. Entonces tuvo que rehacer su vida,
buscarse una nueva faena, para lo cual estuvo estudiando para asistente social.
Finalmente empezar a trabajar en la residencia de ancianos de Pubilla, creada
en no poca medida por algunas de las personas del barrio que habían destacado
en
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