martes, 24 de mayo de 2016

Después de La batalla de Árgel Anticolonialismo en el cine italiano de los sesenta-setenta




Después de La batalla de Árgel
Anticolonialismo en el cine italiano de los sesenta-setenta

Durante los años sesenta-setenta, la izquierda comunista italiana mostró un notable interés en la lucha anticolonialista, mostrando una conciencia que se manifestó de diversas maneras, entre ellas en el cine a través de películas tan emblemáticas como La batalla de Árgel. Ya antes de realizar La batalla  de  Argel
Franco  Solinas  y  Guillo Pontocorvo habían trabajado en Para, un proyecto que trataba de un soldado francés en  Argelia que  deserta,  pero  fue  abortado  cuando el productor Franco  Cristaldi se  encontró  con la  negativa de sus socios norteamericanos.
Otro cineasta muy ligado como Solinas y Pontocorvo  al Partido Comunista Italiano, Valentino Orsini, mostró igualmente interés por el tercermundismo. Orsini había codirigido con los Taviani  Hay que quemar a un hombre (Un uomo da brusciare, 1963) y Il fuorilegge (1963)  y ya  en solitario  un poema a  la Resistencia, Corbari (1970; conoció una difusión en video)  con Giuliano  Gemma,  Tina  Aumont, Frank Wolf  y  Spiro  Focas, y encontró su ocasión militante  adaptando un  guión  propio  evidentemente inspirado  por la  lectura de  Frantz Fanon y en la admiración por Patrice Lumumba que es citado copiosamente con el pretexto del rodaje de un documental sobre su vida y su muerte Los malditos de la tierra  (I dannati della  terra,  1967) que fue interpretada por Frank  Wolf,  Marilú Tollo,  y  que  trata  de  reflejar  la mala conciencia de  un realizador italiano  que debe  concluir el film de un  africano  amigo suyo, y que se mete de pleno en un proyecto de contra-información sobre la revolución africana.  Curiosamente, la película fue pasada por la sesión matinal de TV2, donde tuve oportunidad de verla y grabarla
Sin embargo,  exceptuando el  apasionante documental de Pier Paolo  Pasolini,  Orestiada africana  (1969)  que  rodó como un diario propio mientras buscaba localizaciones  para su adaptación de su proyecto sobre Medea con María Callas,  el  resto de  las  tentativas  «africanistas»  de la izquierda italiana resultan  francamente descolocada, o sea con mucho mejores intenciones que resultados. Claro que por la misma época aquí se hacían “cosas” como Cristo negro, con René Muñoz, actor “descubierto” en Fray Escoba, por no hablar de la inenarrable Encrucijada para una monja, donde la hermana Rossana Schiaffino es violada por los insurrectos congoleños, los mismos -supongo- que habían asimilado una frase muy propia entre la gente del congo: “Es más malo que un cura”.   
Resultado de imagen de Pier Paolo  Pasolini,
Este es el caso del (Seduto alla sua destra, 1968; igualmente estrenada en formato vídeo), que el gran Valerio Zurlini lejos del ambiente en el que  consiguió obras maestras  como  Crónica  familiar  (1962).  Esta fábula radical sobre el Tercer Mundo fue planteada inicialmente como un episodio más de la obra  colectiva Amore  e rabia  (1969), que reunía al Godard en  pleno furor maoísta,  Bertolucci, Bellochio...Escrita por él  mismo y  Franco  Brusati,  producida  por  Carlo Lizzani, cuenta con el protagonismo del fordiano Woody Strode  y de Franco  Citti, y el resultado es una especie de «spagetti western» que cambia  México por África  y en  el  que los  personajes  tratan  de representar categorías  políticas reaccionarias o emancipadoras  en  medio de una notable confusión en la que predominan unos estereotipos que parecen extraídos del eurowestern. Ni que decir se trata de una suerte de parábola sobre un Jesús negro, con un fuerte denuncia del colonialismo. Lástima porque todo quedo como forzado e impostado.   
Otro pretexto anticolonialista lo brindó Arthur Rimbaub en Una temporada en el infierno (1971)... La película comienza con una especie de prólogo en el que un sonriente rey Menelik, acompañado por un canónigo católico como consejero, prepara y protagoniza una batalla contra  otro bando, al frente del cual al parecer hay un emir que quiere convertir al monarca al Islam. Se trata pues de una zona militarmente agitada en la que aventurero traficante de armas puede hacer su fortuna. Pero aquí este papel lo juega el más singular de todos ellos, el poeta francés que dejó su testimonio en un libro célebre  y que es el que da nombre a la película  Se trata de una «adaptación»  que pretende ser fiel, pero que respira torpeza por todas partes. Sus  autor fue el  escritor  poeta y cineastas  Nelo  Risi, y buena parte del rodaje se llevó a cabo en Etiopia, lo que propició algunas escenas propias del cine de “safaris” (un río infectado de cocodrilos y de hipopótamos), escenas de cacería, intrigas palaciegas, tibios amoríos con una princesa nativa (Florinda Bolkan), encuentros ilustradores con misioneros que le permiten discutir sobre Dios y el ateísmo, con un explorador italiano también bastante risueño, un trayecto con porteadores, y unas discusiones sobre el precio de los rifles, etc.
Casi todo se habla en esta película  que son como dos. Con una parte etiope con paisajes duros, casi hirientes, mientras que la otra que transcurre paralela van punteando capítulos enteros de su vida comenzando por el agobio familiar con una madre viuda y  una burguesa casi militante que no para de lamentar porque su niño prodigio no opta por el éxito social, un laureado Rimbaud que proclama sus nuevos principios.  Rimbaud quiere vivir la experiencia de nuevas sensaciones, vivir y escribir lejos de la norma declarar el Estado de bienestar permanente, prohibir lo prohibido, y luchar por una nueva edad de oro en la que el oro no cuente. Se proclama su izquierdismo cuando trata de enrolarse con entusiasmo a la Comuna de París, en vez de lo cual resulta sodomizado -en una escena absolutamente ridícula- por unos lujuriosos soldados, su encuentro con su “alter ego”, Paul Verlaine, el único que reconoce su poesía, y  que está dispuesto a vivir contra las reglas. Ambos se peleen -tontamente- con los representantes parnasianos, los amantes del cultivo del “arte por el arte” que repelen su actitud provocativa, la vida en común en fondas de mala muerte. Un material que no puede ser trasladado a la pantalla convencionalmente, como si fueran suficiente dos buenos actores y un recitado de tanto en tanto…Pero si la historia parísina puede ser cuanto menos reconocida, la trayectoria etiope queda colgado por una suma de escenas que, para como, ni tan siquiera consiguen una mínima coherencia, es como si fueran fragmentos pegados unos con otros sin un enfoque narrativo…  Después de obtener un considerable éxito internacional con Diario de una esquizofrénica (1966),  un lúcido retrato de un caso clínico que convenció  por su capacidad de «penetrar»  donde el cine raramente lo había hecho, su carrera conoció una regresión hacia el  esteticismo. No hay nada que rescatar  de  sus siguientes  películas.   
Esto es especialmente evidente en esta ambiciosa evocación de la  biografía de  Rimbaud (Terence Stamp), que toma como partida las andanzas  del poeta francés  en Etiopía mientras  va  forzando  «flash back»  con insertos escuetos biográficos que van jalonando la evolución del poeta.  Se trata pues de algo así como dos películas paralelas que no acaban de encontrarse. Cuando el espectador está pendiente de sus crisis familiares con una madre burguesa en los que se hace constar sus sueños y dificultades.,. El poeta soñador es un contrapunto al desesperado traficante de armas que atraviesa mares y desiertos para llegar a la corte del rey Menelik cuentan las relaciones  con su  madre reaccionaria y dominante, su frustrada participación en la «Commune» de París en 1871  y su  sodomización por  la soldadesca amén  de sus tirantes relaciones  con la  elite  cultural  parisina,   en  especial sus peripecias con Paul Verlaine (Jean Claude-Brialy)...
El cine italiano sin embargo, no  se ha acercado demasiado  a su aventura colonial libía y abisina desde el interior (o  sea por su  repercusión en la vida cotidiana en la Italia de Mussolini como es  el caso    de la magnífica Anni Ruggenti  (Luigi Zampa,  1961), con un impagable Nino Manfredi,  o sea muy tangencialmente. Respecto a la colonización italiana de  Libia lo más  importante que ha producido  el cine es  la    ambiciosa  coproducción  anglo-libia,    El  león  del desierto (The Lion of the desert, 1980), obra del cineasta libio Moustapha Akkad que ya se había dado a conocer con otra superproducción  de las mismas características,  Mahoma, el mensajero    de    Dios    (Mohamma,    messenger    of    God,    Gran Bretaña-Kuwait,  1978).    El guión de esta gesta nacionalista fue escrito  por el historiador  británico Hal Craig con un rigor histórico  que fue reconocido por la crítica  Italiana. La película tuvo una amplia difusión.    La fotografía fue de Jack Hidyard y la música de Maurice  Jarre. 
La trama se sitúa en el año 1929,  cuando Benito  Mussolini (Rog Steiger  que ya había interpretado en  1974    el  personaje  con  el  mismo  énfasis en la lamentable  Mussolini: ultimo acto, de Carlos Lizzani), ya consolidado como dictador, y que  se  plantea ampliar su  «espacio  vital»  siguiendo la lógica fascista presuntamente inspirada en la expansión imperial  romana, como si se tratara de una continuidad histórica y de una realidad asimilable.  El territorio  más asequible que tiene  es el Norte  de  África,  Libia,  y nombra al ambicioso general Rodolfo Graziani (Oliver Reed)  sexto gobernador en Libia. Su idea es que Graziani aplaste la  rebelión  que un maestro  de escuela llamado Omar Mukhtar (un sereno Anthony Quinn, ya habituado a sus papeles de árabe)  que se  ha  convertido  en el líder de  la resistencia nacional con pocas armas que  su  astucia.  Graziani  traslada al territorio  un  impresionante  despliegue  de  tanques, vehículos blindados y aeroplanos, y los lanza contra los beduinos, tratando al mismo tiempo  de  quebrar el  sentimiento de  resistencia. Los guerrilleros    sufren  numerosas    bajas,    pero  consiguen  hacer retroceder a los italianos gracias a  su astucia, el conocimiento del  terreno,  y el  entusiasmo del pueblo.  Sin embargo, Mukhtar acaba siendo capturado y juzgado por un tribunal militar,  que lo sentencia a ser ahorcado públicamente.  No obstante, la ocupación italiana ya  estaba  sentenciada.  Pero  a pesar  de  su relativo éxito,    su  curioso  director  no  pudo  proseguir    su  carrera internacional.
A pesar del prestigio de sus protagonistas    (Nicolás Cage y Giancarlo Giannini)  nunca  se    estrenó entre nosotros Tempo de uccidere  (1989),  una incursión de Giuliano Montaldo (autor de la efectiva Saco y Vanzetti),  una  historia contextualizada en la  ocupación  fascista  de  Etiopía  que  cuenta        el  caso de violación de una nativa por parte de las tropas italianas, y los problemas de conciencia del soldado responsable que emprende una investigación sobre los hechos lo que le permite conocer mejor la realidad del país sometido y la naturaleza del ejército del que forma parte. Se trata de una película muy cuidada, que trata con mucha veracidad el contexto, y la descripción de las tropas, sin embargo, todo resulta extraño y desengelado.
Este cuadro está compuesto con un ramillete de películas que, aunque fuese por vídeo por la televisión, pudieron ser vista para dejar constancia de un momento de la conciencia humanista y política de un grupo de cineastas que trataron de seguir el camino abierto por La batalla de Argel, una película que tienen que ver hasta los expertos en genocidios de la Casa Blanca. Pero el cine italiano se ha ido haciendo cada vez más lejano, apenas si se estrena alguna que otra película de tanto,, mientras que los grandes exponentes del gran cine italiano de antaño está teniendo una difusión muy parcial  en DVD, bastante limitada a los grandes autores, y sin llegar a los exponentes más “artesanales”, de manera que, por citar un ejemplo, que yo sepa, solamente se han difundido un par de películas con Anna Magnani, que tiene muchas y buenas con cineastas como Zampa, Camerini, Castellani, Soldati, etcétera. 


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