Después de
La batalla de Árgel
Durante los años
sesenta-setenta, la izquierda comunista italiana mostró un notable interés en
la lucha anticolonialista, mostrando una conciencia que se manifestó de
diversas maneras, entre ellas en el cine a través de películas tan emblemáticas
como La batalla de Árgel. Ya antes de
realizar La batalla  de  Argel, 
Franco  Solinas  y  Guillo Pontocorvo habían trabajado en Para,
un proyecto que trataba de un soldado francés en  Argelia que 
deserta,  pero  fue  abortado  cuando el productor
Franco  Cristaldi se  encontró  con la  negativa de sus
socios norteamericanos.
Otro cineasta muy ligado
como Solinas y Pontocorvo  al Partido Comunista Italiano, Valentino
Orsini, mostró igualmente interés por el tercermundismo. Orsini había
codirigido con los Taviani  Hay
que quemar a un hombre (Un
uomo da brusciare, 1963) y Il fuorilegge (1963)  y ya  en
solitario  un poema a  la Resistencia, Corbari (1970; conoció una difusión en
video)  con Giuliano  Gemma,  Tina  Aumont, Frank
Wolf  y  Spiro  Focas, y encontró su ocasión militante 
adaptando un  guión  propio  evidentemente inspirado  por
la  lectura de  Frantz Fanon y en la admiración por Patrice Lumumba
que es citado copiosamente con el pretexto del rodaje de un documental sobre su
vida y su muerte,  Los
malditos de la tierra 
(I dannati della  terra,  1967) que fue interpretada por Frank 
Wolf,  Marilú Tollo,  y  que  trata  de 
reflejar  la mala conciencia de  un realizador italiano  que debe 
concluir el film de un  africano  amigo suyo, y que se mete de pleno
en un proyecto de contra-información sobre la revolución africana. 
Curiosamente, la película fue pasada por la sesión matinal de TV2, donde tuve
oportunidad de verla y grabarla
Sin embargo, 
exceptuando el  apasionante documental de Pier Paolo  Pasolini,  Orestiada africana 
(1969)  que  rodó como un diario propio mientras buscaba
localizaciones  para su adaptación de su proyecto sobre Medea con María Callas,  el 
resto de  las  tentativas  «africanistas»  de la izquierda
italiana resultan  francamente descolocada, o sea con mucho mejores
intenciones que resultados. Claro que por la misma época aquí se hacían “cosas”
como Cristo negro, con
René Muñoz, actor “descubierto” en Fray
Escoba, por no hablar de la inenarrable Encrucijada para una monja, donde la hermana Rossana Schiaffino es
violada por los insurrectos congoleños, los mismos -supongo- que habían
asimilado una frase muy propia entre la gente del congo: “Es más malo que un
cura”.   
Este es el caso del
(Seduto alla sua destra, 1968; igualmente estrenada en formato vídeo), que el
gran Valerio Zurlini lejos del ambiente en el que  consiguió obras
maestras  como  Crónica 
familiar  (1962).  Esta fábula radical sobre el Tercer
Mundo fue planteada inicialmente como un episodio más de la obra 
colectiva Amore  e rabia  (1969), que reunía al Godard en  pleno
furor maoísta,  Bertolucci, Bellochio...Escrita por él  mismo y 
Franco  Brusati,  producida  por  Carlo Lizzani, cuenta con
el protagonismo del fordiano Woody Strode  y de Franco  Citti, y el
resultado es una especie de «spagetti western» que cambia  México por
África  y en  el  que los  personajes  tratan  de
representar categorías  políticas reaccionarias o emancipadoras 
en  medio de una notable confusión en la que predominan unos estereotipos
que parecen extraídos del eurowestern. Ni que decir se trata de una suerte de
parábola sobre un Jesús negro, con un fuerte denuncia del colonialismo. Lástima
porque todo quedo como forzado e impostado.   
Otro pretexto
anticolonialista lo brindó Arthur Rimbaub en Una
temporada en el infierno (1971)...
La película comienza con una especie de prólogo en el que un sonriente rey
Menelik, acompañado por un canónigo católico como consejero, prepara y
protagoniza una batalla contra  otro bando, al frente del cual al parecer
hay un emir que quiere convertir al monarca al Islam. Se trata pues de una zona
militarmente agitada en la que aventurero traficante de armas puede hacer su
fortuna. Pero aquí este papel lo juega el más singular de todos ellos, el poeta
francés que dejó su testimonio en un libro célebre  y que es el que da
nombre a la película  Se trata de una «adaptación»  que pretende ser
fiel, pero que respira torpeza por todas partes. Sus  autor fue el 
escritor  poeta y cineastas  Nelo  Risi, y buena parte del
rodaje se llevó a cabo en Etiopia, lo que propició algunas escenas propias del
cine de “safaris” (un río infectado de cocodrilos y de hipopótamos), escenas de
cacería, intrigas palaciegas, tibios amoríos con una princesa nativa (Florinda
Bolkan), encuentros ilustradores con misioneros que le permiten discutir sobre
Dios y el ateísmo, con un explorador italiano también bastante risueño, un
trayecto con porteadores, y unas discusiones sobre el precio de los rifles,
etc.
Casi todo se habla en esta película  que
son como dos. Con una parte etiope con paisajes duros, casi hirientes, mientras
que la otra que transcurre paralela van punteando capítulos enteros de su vida
comenzando por el agobio familiar con una madre viuda y  una burguesa casi
militante que no para de lamentar porque su niño prodigio no opta por el éxito
social, un laureado Rimbaud que proclama sus nuevos principios.  Rimbaud
quiere vivir la experiencia de nuevas sensaciones, vivir y escribir lejos de la
norma declarar el Estado de bienestar permanente, prohibir lo prohibido, y
luchar por una nueva edad de oro en la que el oro no cuente. Se proclama su
izquierdismo cuando trata de enrolarse con entusiasmo a la Comuna de París, en vez de
lo cual resulta sodomizado -en una escena absolutamente ridícula- por unos
lujuriosos soldados, su encuentro con su “alter ego”, Paul Verlaine, el único
que reconoce su poesía, y  que está dispuesto a vivir contra las reglas.
Ambos se peleen -tontamente- con los representantes parnasianos, los amantes
del cultivo del “arte por el arte” que repelen su actitud provocativa, la vida
en común en fondas de mala muerte. Un material que no puede ser trasladado a la
pantalla convencionalmente, como si fueran suficiente dos buenos actores y un
recitado de tanto en tanto…Pero si la historia parísina puede ser cuanto menos
reconocida, la trayectoria etiope queda colgado por una suma de escenas que,
para como, ni tan siquiera consiguen una mínima coherencia, es como si fueran
fragmentos pegados unos con otros sin un enfoque narrativo…  Después de
obtener un considerable éxito internacional con Diario de una esquizofrénica (1966),  un lúcido retrato de un
caso clínico que convenció  por su capacidad de «penetrar»  donde el
cine raramente lo había hecho, su carrera conoció una regresión hacia el 
esteticismo. No hay nada que rescatar  de  sus siguientes 
películas.   
Esto es especialmente
evidente en esta ambiciosa evocación de la  biografía de  Rimbaud
(Terence Stamp), que toma como partida las andanzas  del poeta
francés  en Etiopía mientras  va  forzando  «flash
back»  con insertos escuetos biográficos que van jalonando la evolución
del poeta.  Se trata pues de algo así como dos películas paralelas que no
acaban de encontrarse. Cuando el espectador está pendiente de sus crisis
familiares con una madre burguesa en los que se hace constar sus sueños y
dificultades.,. El poeta soñador es un contrapunto al desesperado traficante de
armas que atraviesa mares y desiertos para llegar a la corte del rey Menelik
cuentan las relaciones  con su  madre reaccionaria y dominante, su
frustrada participación en la «Commune» de París en 1871  y su 
sodomización por  la soldadesca amén  de sus tirantes relaciones 
con la  elite  cultural  parisina,   en  especial sus peripecias con Paul
Verlaine (Jean Claude-Brialy)...
El cine italiano sin
embargo, no  se ha acercado demasiado  a su aventura colonial libía y
abisina desde el interior (o  sea por su  repercusión en la vida
cotidiana en la Italia
de Mussolini como es  el caso    de la magnífica Anni Ruggenti  (Luigi
Zampa,  1961), con un impagable Nino Manfredi,  o sea muy
tangencialmente. Respecto a la colonización italiana de  Libia lo
más  importante que ha producido  el cine es  la    ambiciosa 
coproducción  anglo-libia,    El 
león  del desierto (The
Lion of the desert, 1980), obra del cineasta libio Moustapha Akkad que ya se
había dado a conocer con otra superproducción  de las mismas
características,  Mahoma,
el mensajero    de    Dios   
(Mohamma,    messenger    of    God,   
Gran Bretaña-Kuwait,  1978).    El guión de esta gesta
nacionalista fue escrito  por el historiador  británico Hal Craig con
un rigor histórico  que fue reconocido por la crítica  Italiana. La
película tuvo una amplia difusión.    La fotografía fue de Jack
Hidyard y la música de Maurice  Jarre. 
La trama se sitúa en el
año 1929,  cuando Benito  Mussolini (Rog Steiger  que ya había
interpretado en  1974    el  personaje  con 
el  mismo  énfasis en la lamentable 
Mussolini: ultimo acto, de
Carlos Lizzani), ya consolidado como dictador, y que  se  plantea
ampliar su  «espacio  vital»  siguiendo la lógica fascista
presuntamente inspirada en la expansión imperial  romana, como si se
tratara de una continuidad histórica y de una realidad asimilable.  El
territorio  más asequible que tiene  es el Norte  de 
África,  Libia,  y nombra al ambicioso general Rodolfo Graziani
(Oliver Reed)  sexto gobernador en Libia. Su idea es que Graziani aplaste
la  rebelión  que un maestro  de escuela llamado Omar Mukhtar
(un sereno Anthony Quinn, ya habituado a sus papeles de árabe)  que
se  ha  convertido  en el líder de  la resistencia nacional
con pocas armas que  su  astucia.  Graziani  traslada al
territorio  un  impresionante  despliegue  de 
tanques, vehículos blindados y aeroplanos, y los lanza contra los beduinos,
tratando al mismo tiempo  de  quebrar el  sentimiento de 
resistencia. Los guerrilleros    sufren  numerosas   
bajas,    pero  consiguen  hacer retroceder a los italianos
gracias a  su astucia, el conocimiento del  terreno,  y el 
entusiasmo del pueblo.  Sin embargo, Mukhtar acaba siendo capturado y
juzgado por un tribunal militar,  que lo sentencia a ser ahorcado
públicamente.  No obstante, la ocupación italiana ya  estaba 
sentenciada.  Pero  a pesar  de  su relativo éxito, 
  su  curioso  director  no  pudo 
proseguir    su  carrera internacional.
A pesar del prestigio de
sus protagonistas    (Nicolás Cage y Giancarlo Giannini) 
nunca  se    estrenó entre nosotros Tempo de uccidere 
(1989),  una incursión de Giuliano Montaldo (autor de la efectiva Saco y Vanzetti), 
una  historia contextualizada en la  ocupación  fascista 
de  Etiopía  que  cuenta        el 
caso de violación de una nativa por parte de las tropas italianas, y los
problemas de conciencia del soldado responsable que emprende una investigación
sobre los hechos lo que le permite conocer mejor la realidad del país sometido
y la naturaleza del ejército del que forma parte. Se trata de una película muy
cuidada, que trata con mucha veracidad el contexto, y la descripción de las
tropas, sin embargo, todo resulta extraño y desengelado.
Este cuadro está
compuesto con un ramillete de películas que, aunque fuese por vídeo por la
televisión, pudieron ser vista para dejar constancia de un momento de la
conciencia humanista y política de un grupo de cineastas que trataron de seguir
el camino abierto por La
batalla de Argel, una
película que tienen que ver hasta los expertos en genocidios de la Casa Blanca. Pero el
cine italiano se ha ido haciendo cada vez más lejano, apenas si se estrena
alguna que otra película de tanto,, mientras que los grandes exponentes del
gran cine italiano de antaño está teniendo una difusión muy parcial  en
DVD, bastante limitada a los grandes autores, y sin llegar a los exponentes más
“artesanales”, de manera que, por citar un ejemplo, que yo sepa, solamente se
han difundido un par de películas con Anna Magnani, que tiene muchas y buenas
con cineastas como Zampa, Camerini, Castellani, Soldati, etcétera. 
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