La “Argelia francesa” en el
cine
En una entrega anterior nos
referíamos a la historia de la célebre película de Gillo Pontecorvo, La
batalla de Árgel, en este ofrecemos información sobre las
aproximaciones a la revolución desde el primer cine argelino, así como sobre las
efectuadas desde el colonialismo francés y desde Hollywood.
1. La revolución argelina
Como ha ocurrido tantas
otras veces, el pueblo argelino no llegó a tener una voz propia hasta que
gracias al entusiasmo de los primeros años de la revolución se desarrolló una
cine argelino, pro lo general totalmente desconocido entre nosotros. Es un cine
que había nacido ya en el "maquis" durante la larga guerra de
independencia que tiene obviamente en esta su principal referente temático. Su
principal representante es Mohamed Lakhdar-Hamána que en su día fue reclutado
forzosamente por el ejército francés al poco de haber iniciado estudios de
Agricultura y Derecho en distintas universidades francesas (1958). A los dos
meses deserta y huye a Túnez donde trabaja en la realización de noticiarios y
cortometrajes militantes al año siguiente tiene la oportunidad de ir a Praga
para estudiar cine. Su primer largometraje, El viento de los Aurés (1968) que
"puede considerarse sin exageración el hito fundacional del cine argelino
(...) tanto por su repercusión en el contexto nacional como por su hondura
poética y la intensidad dramática de sus imágenes".
La más famosa fue Crónica de los años de la brasa (Waqai
sanauat al-yamr), de Lakhadr-Haména, que consiguió la Palma de Oro en el Festival
de Cannes de 1975. Se trata de una ambiciosa epopeya que transcurre en la
región de M'Zab en vísperas de la independencia. Deudora de la tradición del
cine soviético de Dovjenko, es considerada como la obra máxima del cine
argelino hasta el presente.
La temática nacionalista se encuentra presente también en otra obra del mismo año, Diciembre (Disambar) cuya temática se puede decir que es contrapuesta a la un films militarista y patriótico francés de Pierre Schlendorffler ya que en ‚ésta se narra la crisis de conciencia de un militar francés que practicó la tortura durante la guerra...
Otro cineasta formado en el "maquis" es Ahmed Rachedi, responsable de algunas obras de montaje como El alba de los condenados (Fayar al-muazibin, 1967) y "La guerre de Algerie" (1993). Rachedi debutó en el cine de ficción con una ambiciosa coproducción protagonizada por Jean-Louis Trintignant, que trata de un soldado francés que se pasó al FLN, y que constituyó un rotundo fracaso por su simplismo.
Una escritora y cineasta argelina, Assia Djebbar se ha aproximado al papel jugado por las mujeres en la lucha independentista en La nuba de las mujeres del monte Chenoua (1980). También es conocido su montaje Zarda o los cantos del olvido que se apoya en los numerosos documentales rodados por los franceses en el norte de Africa para ofrecer una lectura anticolonialista.
La temática nacionalista se encuentra presente también en otra obra del mismo año, Diciembre (Disambar) cuya temática se puede decir que es contrapuesta a la un films militarista y patriótico francés de Pierre Schlendorffler ya que en ‚ésta se narra la crisis de conciencia de un militar francés que practicó la tortura durante la guerra...
Otro cineasta formado en el "maquis" es Ahmed Rachedi, responsable de algunas obras de montaje como El alba de los condenados (Fayar al-muazibin, 1967) y "La guerre de Algerie" (1993). Rachedi debutó en el cine de ficción con una ambiciosa coproducción protagonizada por Jean-Louis Trintignant, que trata de un soldado francés que se pasó al FLN, y que constituyó un rotundo fracaso por su simplismo.
Una escritora y cineasta argelina, Assia Djebbar se ha aproximado al papel jugado por las mujeres en la lucha independentista en La nuba de las mujeres del monte Chenoua (1980). También es conocido su montaje Zarda o los cantos del olvido que se apoya en los numerosos documentales rodados por los franceses en el norte de Africa para ofrecer una lectura anticolonialista.
En resumen, escasamente
visitada por el cine comercial, Argelia se convirtió en un tema espinoso y
controvertido con su guerra de liberación. No obstante, a pesar de la parquedad
de títulos y de que los producidos por los cineastas argelinos no nos han
llegado, se puede resaltar la existencia de una filmografía que nos ayuda a
situarnos en las "entretelas" de un drama que marcó el fin del
colonialismo clásico francés, el punto más alto de la revolución anticolonial
en el continente africano y en los países árabes, y que, con la perspectiva que
ofrece el tiempo, resulta inestimable para todas las personas interesadas por
una revolución nacional, democrática y social que empezó que conoció unos años
e lucha de resistencia, y luego otros de inquietud con Ben Bella, para luego
entrar en la más dolorosa descomposición, y desembocar en una de las guerras
civiles más retorcidas, prolongadas y trágicas de la historia moderna.
Ahora la historia vuelva a la portada de los diarios, pero algo ha cambiado. Fuera de la ley es una película francesa dirigida por un argelino instalado en otra Francia, una Francia multicolor tal como se puede ver en la misma selección nacional de fútbol…finalmente, volveremos a hablar de Cache, de Michael Hanecke, una película imprescindible sobre el “olvido” y la “memoria”.
Ahora la historia vuelva a la portada de los diarios, pero algo ha cambiado. Fuera de la ley es una película francesa dirigida por un argelino instalado en otra Francia, una Francia multicolor tal como se puede ver en la misma selección nacional de fútbol…finalmente, volveremos a hablar de Cache, de Michael Hanecke, una película imprescindible sobre el “olvido” y la “memoria”.
2. El exostismo de la Casbah
No deja de ser sintomático
que haya tenido que ser el cine el que rememore “la guerra sin nombre”, lo sea
la guerra de Argel, y ahí está el “escándalo” provocado en el reciente Festival
de Cannes por la película de Rachid Bouchared, Fuera de la ley…Ahí está “La
guerre sense nom”, de Bertrand Tavernier, que causó una considerable
perturbación en su momento y que sigue inédita por estos pagos…Y ahí está
Cache, la penetrante aproximación de Michael Hanecke, no tanto a la guerra sino
al “olvido” de las responsabilidades personales por parte de un personaje sumamente
representativo de la vida cultural gala encarnado por el estupendo Daniel
Auteil…
Habría que recordar que
Argelia fue apenas poco más que un espacio exótico que el cine empleaba sin el
menor rigor como escenario de “fantasías orientales” con la bellísima María
Montez, como simple “western” revestido con el traje de intrépido legionarios,
o de oscuros “noir”…
Desde este punto de vista,
los aficionados más veteranos quizás recuerden anodina Argelia (Fort Algiers,
1952), que el prolífico Lesley Selander dirigió a la mayor gloria de la belleza
"mora" de Ivonne de Carlo.
El título más
representativo de este cine inequívocamente colonialista sería sin duda Pepe le
Moko (Francia, 1937), cuyo éxito puede considerarse como uno de los más claros
antecedentes de la extraña moda norteamericana de efectuar "remakes"
de títulos franceses. Escrita y dirigida por el interesante Julien Duvivier,
basada en una novela firmada por un apócrifo Detective Ashelb, se trata de un
singular "thriller" que convirtió en mítico el barrio árabe Casbah
(Alcazaba), un equivalente de nuestro "barrio chino" con dos
peculiaridades: su construcción está cubierta de toda clase de recovecos, y se
erige en oposición a la ciudad abierta ocupada por los franceses. Es un
"territorio comanche" por el que deambula Pepe Le Moko (Jean Gabin en
su mejor momento), un gángster que adora su lejano París, y cuya seguridad
acechada por el avieso inspector Slimane (Lucas Gridou), depende de las calles
y de la solidaridad de la
Casbah. Después de burlar una y otra vez a la policía
colonial, Pepe se deja llevar por un romanticismo en el que la "femme
fatale" (Mireille Balin) es también el barco que le llevaría a Marsella y
a los bajos fondos de París, su verdadero mundo, y muere trágicamente.
Un año más tarde, Hollywood produjo su “remake”, Alger (Algiers, 1938), que incluso aprovecha una parte importante del material, incluida la música de Vicent Scotto y Mohamed Uguerbuchen) de la versión de Duvivier. Como es propio, esta producción resulta actualmente mucho más asequible que el original. Fue producida por el independiente Walter Wanger con diálogos adicionales de James M. Cain, y se encuentra entre los trabajos m s reputados del aplicado (e izquierdista, tuvo problemas durante la “caza de brujas”) John Cromwell que cuida en detalle la oscura fascinación del escenario ayudado por la fotografía. Cuenta también con un cuadro de actores muy en su papel, comenzando por un escasamente convincente por su blandura Charles Boyer, una bellísima Hedy Lamar (en su estreno en Hollywood) que atrae al Pepe m s famoso de su época, a la trampa, la arabizada Sigrid Gürie. Anotemos también un notable Joseph Calleia como Slimane, el policía que urde la trampa como un enrevesado psicólogo que sabe que la atracción de una parisina viene a ser más eficaz que cien redadas en el laberinto de la Casbah. La parte más indiscutible de esta versión es la excepcional fotografía "noir" de Jules Kruger y Marc Fossard.
Mucho más trivial resulta todavía Casbah (1948) que combina el "thriller" con el musical con una banda compuesta por Harold Arlen y Leo Robin. La dirigió con cierto brío el inquieto (y conocido "black liste") John Berry, y lo hizo como profesional a la mayor gloria del envidiado Señor Charisse: un engolado e inexpresivo Tony Martin como Pepe Le Moko, obligado además a cantar. El insulso Tony estuvo bien acompañado por Ivonne de Carlo en papel de la celosa amante mora, mientras que a la malograda Marta Toren le correspondió interpretar a la parisina fatal que arrastra al gángster nostálgico hacia la perdición. Ofrecida recientemente por TVE, se descubre como un producto digno, de buen ritmo y con una buena ambientación, pero muy lejos de sus precedentes.
Un año más tarde, Hollywood produjo su “remake”, Alger (Algiers, 1938), que incluso aprovecha una parte importante del material, incluida la música de Vicent Scotto y Mohamed Uguerbuchen) de la versión de Duvivier. Como es propio, esta producción resulta actualmente mucho más asequible que el original. Fue producida por el independiente Walter Wanger con diálogos adicionales de James M. Cain, y se encuentra entre los trabajos m s reputados del aplicado (e izquierdista, tuvo problemas durante la “caza de brujas”) John Cromwell que cuida en detalle la oscura fascinación del escenario ayudado por la fotografía. Cuenta también con un cuadro de actores muy en su papel, comenzando por un escasamente convincente por su blandura Charles Boyer, una bellísima Hedy Lamar (en su estreno en Hollywood) que atrae al Pepe m s famoso de su época, a la trampa, la arabizada Sigrid Gürie. Anotemos también un notable Joseph Calleia como Slimane, el policía que urde la trampa como un enrevesado psicólogo que sabe que la atracción de una parisina viene a ser más eficaz que cien redadas en el laberinto de la Casbah. La parte más indiscutible de esta versión es la excepcional fotografía "noir" de Jules Kruger y Marc Fossard.
Mucho más trivial resulta todavía Casbah (1948) que combina el "thriller" con el musical con una banda compuesta por Harold Arlen y Leo Robin. La dirigió con cierto brío el inquieto (y conocido "black liste") John Berry, y lo hizo como profesional a la mayor gloria del envidiado Señor Charisse: un engolado e inexpresivo Tony Martin como Pepe Le Moko, obligado además a cantar. El insulso Tony estuvo bien acompañado por Ivonne de Carlo en papel de la celosa amante mora, mientras que a la malograda Marta Toren le correspondió interpretar a la parisina fatal que arrastra al gángster nostálgico hacia la perdición. Ofrecida recientemente por TVE, se descubre como un producto digno, de buen ritmo y con una buena ambientación, pero muy lejos de sus precedentes.
Cuando la resistencia a la ocupación
se hizo actualidad diaria, y el tema llamaba la atención de la gente, el cine
comercial buscó su espacio con algunos títulos circunstancialistas, empezando
por una olvidada y (entonces) típica coproducción europea, realizada a mayor
gloria del colonialismo en la que los "paracas" resultan
sospechosamente "traicionados por los políticos". Se trata de Marcha
o muere (1962) firmada por un técnico alemán responsable de varios dudosos
éxitos en películas de "hazañas bélicas" ("Stalingrado",
1959), Frank Wysbar, un reciclado del nazi. Rodada en una Andalucía “mora” de
pueblos blancos con chumberas y con algunas "pintadas" contra la
ocupación francesa, cuenta la pueril trama de un comando de "paras"
rudos, pero simpáticos (además españoles como Leon Anchóriz y Enrique Ávila,
con otros europeos como Fausto Tozzi y el torvo Peter Carsten), encabezados por
un decadente Stewart Granger, menos convincente que nunca como un
"duro" e indisciplinado comandante, pero que a la hora de la verdad
es el “único” capaz de realizar la misión que le ordena un alto mando (Alfredo
Mayo): raptar a uno de los perversos líderes de los perversos insurrectos (un
despistado Carlos Casaravilla) con la intención de doblegar sus huestes. El
pretexto sirve para que el comando despliegue toda su violencia, que algunos de
los más valientes mueran heroicamente al final, con la misión cumplida, el
comandante, debidamente desengañado de la "politiquería" de sus
superiores, acaba adoptando a un niño argelino, cuyos padres, claro está, han
sido víctima de la guerrilla.
Otro título hispano del
mismo año que hace referencia al conflicto fue Pacto de silencio (1963), autoremake de otra tentativa homónima de
vocación “internacional” por parte de Antonio Román (recordado por Los últimos
de Filipinas, en la que los nativos, son rebeldes porque son paganos). El
personaje que en el original era un británico antinazi (lo cual no era poco en la España de entonces), en
esta se trata de un oficial francés que se finge muerto después de un atentado
de la OAS, y
únicamente un agente argelino del FLN no se traga el anzuelo. Todo es tan banal
que los datos históricos no tienen más interés que el de su presunta
oportunidad, pero a pesar del oportunismo, ninguno de los dos títulos fue más
allá de complementar algún programa doble de la época.
Hollywood también produjo su propia aportación, aunque con el mismo entusiasmo que estaba mostrando por la guerra del Vietnam, o sea casi ninguno. Se trata de Mando perdido (The lost command, 1965), es una blanda adaptación del entonces "best-seller", Los centuriones del hoy totalmente olvidado Jean Lartegüy, un novelista de fama efímera que trataba de ofrecer una visión sobre los procesos de descolonización africano. Se puede decir el enfoque de Lartegüy trata de asimilar realidades y problemas para situarlo a la altura de lectores instalados, y ofrece una visión distorsionada de una guerra que discurrió inicialmente por unos cauces muy semejantes a los de cualquier otra guerra revolucionaria. La guerrilla se mostraba inaccesible a unas fuerzas del orden que se obstinaban en aplicar unas tácticas de policía en lo que era una verdadera guerra irregular, algo que queda explicado aunque no sus motivaciones de fondo. Empero, pronto las autoridades galas comprendieron la gravedad del problema al que se enfrentaban, y tomaron la decisión de emplear a sus mejores tropas, paracaidistas y legionarios, casi todos veteranos de indochina como los de la película, que provocaron un vuelco en la situación militar, acosando sin cesar a las bandas rebeldes y empujándolas hacia las zonas más inhóspitas de la geografía argelina.
Rodada también en el sur de España con actores españoles como sórdidos argelinos --Barta Barry, Aldo Sambrell-, fue dirigida por un cineasta como Mark Robson, ya jubilado de las inquietudes "liberales" de su primera época (El ídolo de barro); de hecho, sus créditos se reducen enteramente a su primera época. La trama es larga y prolija, y establece una conexión inicial entre Dien-Bien-Phu con la guerra de Argelia, con un prologo en el que se trata bobamente de ridiculizar a los vietnamitas para esconder lo que había sido una clamorosa derrota. Después de la rendición, un grupo de "paracas" animados por otro informal y duro comandante (Anthony Quinn) con problemas con el Alto Mando (Jean Servais), regresa a su lugar de origen agrario en Marsella, donde es calurosamente recibido por su familia tradicionalista y es bendecido por el sacerdote (George Rigaud). Su reposo se lo facilita nada menos que una condesa (Michele Morgan), viuda de un ilustre militar, sin embargo, el comandante se siente llamado por el deber y marcha a Argelia, donde un argelino que había estado a sus órdenes (George Segal), lidera con mano de hierro (asesina a sangre fría a uno de sus hombres poco serio). Se evoca una guerrilla que trae en jaque a unas autoridades corruptas, liderada por un alcalde venal (Jacques Marin). Los "paracas" intervienen con dureza, pero mientras que unos torturan y matan (Maurice Ronet), otro (Alain Delon), un teniente que ya había mostrado su admiración por los vietnamitas, discrepa aunque, a pesar de sus escrúpulos sigue “lealmente” las ordenes. Sus vacilaciones dan hasta para enamorarse de la "mora" Aissa (Claudia Cardinale). Aissa representa el punto de vista de los insurrectos, y justifica incluso la acción terrorista.
Hollywood también produjo su propia aportación, aunque con el mismo entusiasmo que estaba mostrando por la guerra del Vietnam, o sea casi ninguno. Se trata de Mando perdido (The lost command, 1965), es una blanda adaptación del entonces "best-seller", Los centuriones del hoy totalmente olvidado Jean Lartegüy, un novelista de fama efímera que trataba de ofrecer una visión sobre los procesos de descolonización africano. Se puede decir el enfoque de Lartegüy trata de asimilar realidades y problemas para situarlo a la altura de lectores instalados, y ofrece una visión distorsionada de una guerra que discurrió inicialmente por unos cauces muy semejantes a los de cualquier otra guerra revolucionaria. La guerrilla se mostraba inaccesible a unas fuerzas del orden que se obstinaban en aplicar unas tácticas de policía en lo que era una verdadera guerra irregular, algo que queda explicado aunque no sus motivaciones de fondo. Empero, pronto las autoridades galas comprendieron la gravedad del problema al que se enfrentaban, y tomaron la decisión de emplear a sus mejores tropas, paracaidistas y legionarios, casi todos veteranos de indochina como los de la película, que provocaron un vuelco en la situación militar, acosando sin cesar a las bandas rebeldes y empujándolas hacia las zonas más inhóspitas de la geografía argelina.
Rodada también en el sur de España con actores españoles como sórdidos argelinos --Barta Barry, Aldo Sambrell-, fue dirigida por un cineasta como Mark Robson, ya jubilado de las inquietudes "liberales" de su primera época (El ídolo de barro); de hecho, sus créditos se reducen enteramente a su primera época. La trama es larga y prolija, y establece una conexión inicial entre Dien-Bien-Phu con la guerra de Argelia, con un prologo en el que se trata bobamente de ridiculizar a los vietnamitas para esconder lo que había sido una clamorosa derrota. Después de la rendición, un grupo de "paracas" animados por otro informal y duro comandante (Anthony Quinn) con problemas con el Alto Mando (Jean Servais), regresa a su lugar de origen agrario en Marsella, donde es calurosamente recibido por su familia tradicionalista y es bendecido por el sacerdote (George Rigaud). Su reposo se lo facilita nada menos que una condesa (Michele Morgan), viuda de un ilustre militar, sin embargo, el comandante se siente llamado por el deber y marcha a Argelia, donde un argelino que había estado a sus órdenes (George Segal), lidera con mano de hierro (asesina a sangre fría a uno de sus hombres poco serio). Se evoca una guerrilla que trae en jaque a unas autoridades corruptas, liderada por un alcalde venal (Jacques Marin). Los "paracas" intervienen con dureza, pero mientras que unos torturan y matan (Maurice Ronet), otro (Alain Delon), un teniente que ya había mostrado su admiración por los vietnamitas, discrepa aunque, a pesar de sus escrúpulos sigue “lealmente” las ordenes. Sus vacilaciones dan hasta para enamorarse de la "mora" Aissa (Claudia Cardinale). Aissa representa el punto de vista de los insurrectos, y justifica incluso la acción terrorista.
No duda en utilizar a su
amante como tapadera para efectuar uno de sus atentados, dejando en un café una
falsa caja de cerillas que explosionara poco después. Al final, la guerrilla es
aniquilada, el comandante recibe sus medallas, y el teniente
"liberal" (Delon) abandona el ejército, y cuando abandona el cuartel
contempla como en uno de sus muros un árabe vigilado por soldados borra una
pintada independentista, pero al volver la primera esquina se encuentra que
otro están justamente pintando lo mismo; no en vano, en la fecha de la
producción los argelinos ya habían ganado la guerra. A pesar de sus toques
"liberales", la película deja bien claro que los buenos son los
"paracas" y que los argelinos destrozan vidas inocentes con sus
actividades, si acaso se cuestionan los excesos en la represión, aunque en
realidad nada importa demasiado. No manifiesta ninguna voluntad de hacer buen
cine ni de retratar un trozo de historia. Todo resulta pues, perfectamente
funcional, y los actores se limitan a hacer su "número" sin el menor
interés, lo que acaba contagiando al público que no llenó las salas
precisamente, pero que se estrenó en Francia en unas fechas en que Senderos de gloria de Kubrick seguía
estrictamente prohibida, a pesar de estar situada en la guerra de 1914-1918.
Mayor éxito conoció Chacal (The day of the Jackal",
1973), otro producto de Hollywood que aborda tangencialmente la guerra de
Argelia, en concreto desde el capitulo de las actividades terroristas de los
militares golpistas de la OAS
que trataron por todos los medios de eliminar a Charles De Gaulle empleando a
tal efecto, un peligroso y escurridizo asesino a sueldo magníficamente
interpretado por Edward Fox. Estaba basada en el best-sellers de Frederick Forsyth,
y fue dirigida fría y minuciosamente por Fred Zinnemann. Sin ser nada del otro
jueves, ha ganado consideración últimamente gracias al deleznable
"remake" del mismo titulo “dirigido” por Michael-Caton Jones como un
mercenario al servicio del cine más violento y fascistoíde del Hollywood
actual, y con dos actores como Bruce Willis y Richard Gere, capaces de arruinar
cualquier película. En este caso, la trama argelina resulta desplazada por otra
mucho más alambicada en la que el IRA y ETA entre otros, se dan la pistola o la
bomba.
Obviamente, la historia
continuó, aunque desde prismas más distanciados.
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