¿Qué era, qué no era la URSS?
Al entrar en este club
del debate sobre qué era qué no era la URSS, uno optaba por el laberinto del que trataba
de salir a base de muchas lecturas, sobre todo las dedicadas a la casi
extraordinaria trilogía de Deutscher, que he poseído en diversos momentos,
incluyendo una edición francesa, siempre cargadas de subrayados y notas. Lo
mejor de Deutscher es su elegancia literaria más la combinación de academicismo
con una voluntad de explicación. Una explicación que a veces puede resultar
poco profunda y errónea en tal o cual detalle, pero que sitúa al personaje en
sus diversos tiempos. Media una gran diferencia entre los primeros ensayos como
los reunidos con el título La revolución desfigurada, que
los que desarrollará en los años treinta, sobre todo a partir de 1933, cuando
lo que algunos han llamado “fenómeno estaliniano” adquiere unos contornos mucho
más consolidados y precisos.
La razón fundamental
radica en un acontecimiento cuya importancia en el siglo XX es solamente
inferior a la revolución de Octubre, de la que resulta su más completa
negación. Una tragedia inconmensurable que provocó una importante pero
insuficiente reacción crítica en su momento; también un trauma al que todavía
da un tanto pavor acercarse, y sobre el que conviene recordar que no fue en
absoluto inevitable, aunque hay autores de simpatías estalinianas como Ferrán
Gallego (en su libro sobre mayo del 37 venía a decir que Stalin se equivocó en
los medios pero no en los fines), que “se lo salta”. Efectivamente, el
papel central jugado por la sección alemana que apenas una década atrás
habían creado Rosa Luxemburgo y Kart Liebknecht, llevó a Trotsky a replantearse
el esquema de rectificación por el que había apostado hasta el último momento-.
El desastre se llevaba también por delante cualquier consideración de “reforma”
del propio PCUS que había convertido el KOMINTERN en un complemento de la
política exterior nacional rusa. La historia había dado un giro radical, y la
consecuencia fue trabajar para crear una nueva Internacional con la finalidad
de entrada, de evitar mayores desastres. Reanteponer la revolución a una
guerra que acabaría haciendo buena todas las anteriores.
En este trayecto los
problemas de la naturaleza del estalinismo adquirieron una importancia
decisiva. Después de un periodo más bien errático en la segunda mitad de los
años veinte, la facción liderada por Stalin había acabado con cualquier
oposición interna y pasaba a constituirse como un grupo exclusivo y excluyente.
Su caracterización pasaba pues a ser la piedra angular de toda línea política
en un momento singular, el mismo en que la crisis del capitalismo se acentuaba
con el crack bursátil
de 1929, y también con el auge del nazi-fascismo ante el que el imperialismo
liberal optaba por la línea de apaciguamiento. Paradójicamente, este curso
hacía que sectores muy amplios de las izquierdas, sobre todo de la intelligentzia, orientaran su mirada
hacia la URSS
sin distinguir apenas entre el tiempo de la revolución y el tiempo de la
burocratización.
En este trágico desenfoque
se vio igualmente envuelta una generación militante que se había conformado en
la defensa de la URSS
contra la agresión imperialista, una falta de perspectiva que se reforzaba con
nuevas derrotas como las del Frente Popular francés, o la de la República española. En
semejante contexto, no le fue difícil al estalinismo equiparar toda oposición
crítica con la traición, una dinámica fatal que acabará atrapando a la misma
gente que fue entrando en conflicto en un momento u otro, como sucedió en el
propio PCE: Joan Comorera, José del Barrio, Jesús Hernández, Enrique Castro
Delgado, Valentín González “El Campesino”, Llibert Estartús, Fernando Claudín,
por no hablar de los más recientes. El actual mandarinato cultural está plagado
de antiguos estalinistas y/o maoístas: Moa, Elorza, Pradera, Cullá,
etcétera, etcétera.
Afortunadamente,
tampoco son pocos los que han ajustado sus propias cuentas, y han recompuesto
su ideal comunista bajo signos más libertarios.
Curiosamente, el
ensayo crucial que marca la madurez del análisis trotskiano sobre la URSS de Stalin fue escrito
coincidiendo con los pocos meses de la toma del poder de Hitler, un momento
sobre el cual había escrito vehementes y penetrantes advertencias: Se trata de
La naturaleza de clase del Estado soviético (1933), en el que
desarrollaba cuatro tesis fundamentales que serían la base de su posición
sobre la cuestión. De entrada distinguía entre el papel del estalinismo en el
interior y en el exterior, en el poder o en la resistencia. En la URSS la burocracia tenía una
actitud contradictoria. Al mismo tiempo que tenía que defenderse
simultáneamente de la clase obrera soviética, a la que había sustituido (en el
vacío creado por las devastadoras consecuencias de la guerra civil), y la que
había acabado usurpando el poder, también tenía que hacerlo contra la burguesía
mundial cuya finalidad confesa era acabar de una vez por todas con las
conquistas del Octubre rojo, y restablecer el sistema capitalista. Si no
lo había hecho era porque temía las consecuencias, y si Hitler se hubiera
limitado a buscar su “espacio vital” hacia Rusia, le habrían apoyado;
recordemos que los Estados Unidos no intervinieron en la guerra hasta el final
de la batalla de Stalingrado. Desde este punto de vista, según Trotsky, la burocracia
continuaba actuando como una fuerza que llamaba 'centrista".
Sin embargo, en lo
referente a la política exterior de la
URSS, su papel era por el contrario, contrarrevolucionario.
La que había sido la “Internacional Comunista”, estaba sometida a los dictados
de la política exterior rusa, había dejado de jugar papel
revolucionario alguno. Esto que ya se había viso por primera vez en 1927 tanto
en el caso de la huelga general británica como en la crisis social china, se
acababa de mostrar de manera irrevocable su un momento tan crucial como el de la Alemania prehitleriana en
la que –conviene no olvidarlo-la contradicción fundamental del partido
comunista pasaba antes por la socialdemocracia que por el fascismo; una
política que se explica nacionalmente en el tiempo de “guerra contra los
kulacs”, y que fue aplicada invariablemente en todos los países, incluyendo por
supuesto España, donde el PCE hacia campaña por los “soviets” y hablaba de
socialfascismo, anarcofascismo, etc. Esa dualidad nacional-internacional es
patente cuando acusa al "aparato estalinista” de “despilfarrar
completamente su significación como una fuerza revolucionaria internacional y,
sin embargo, preservar parte de su significación progresiva como guardián de
las conquistas sociales de la revolución proletaria".
La teoría del
“socialismo en un solo país” había acabado traduciéndose por el “socialismo en
ningún otro país”. El grupo estalinista en el poder temía cualquier avatar
revolucionario, tanto por lo que podía perturbar su situación diplomática como
lo que pudiera significar de propuesta socialista democrática opuesta a la
“auténtica” que quería monopolizar. En aras de la supeditación de la política
comunista a sus propios intereses, el estalinismo había convertido al
KOMINTERN en una estructura afín, en la que lo que más importaba era el
sometimiento al “marxismo-leninismo” interpretado por Stalin, “el Lenin de
hoy”; el mismo cuyo poder llegó a ser tal que en 1949 se permitió amenazó en
hundir la revolución yugoeslava solamente con su dedo meñique. Tamaño
sometimiento quedaría manifiestamente en evidencia en 1933, cuando un desastre
del alcance de la derrota del mayor movimiento obrero del mundo capitalista
había sido destruido, y esto no provocó el menor debate, la más mínima discusión.
Lejos quedaban los tiempos en los que el propio partido comunista alemán cambió
hasta cinco veces de dirección en medio de controversias tácticas y
estratégicas de todo tipo.
En segundo lugar,
apreciaba que en el interior de la
URSS, el estalinismo representaba la dominación de un estrato
burocrático anómalo, surgido en el seno de la clase obrera en la que se había
instalado parasitariamente. Sin embargo, Trotsky negaba que se tratara de una
“nueva clase” social. Esta burocracia crecida sobre un vacío social casi
absoluto no ocupaba ningún papel estructural independiente en el proceso mismo
de producción...Eso sí, derivaba sus privilegios económicos de su confiscación
del poder político a los productores directos, en el marco de las relaciones de
la propiedad nacionalizada, y en un contexto histórico de “fortaleza asediada”.
En un tercero
establecía que el régimen (administración) que presidía seguía siendo –lo mismo
que un coche seguía siendo un coche después de un grave accidente-
tipológicamente un Estado obrero, al que añadía los conceptos ya avanzados por
Lenin de “burocráticamente deformado”. Este carácter se deducía de unas
relaciones determinadas de propiedad, que partían de la expropiación de los
expropiadores llevada a cabo en la revolución de 1917. La identidad y
legitimidad de la burocracia como "casta" política dependía de su
defensa del Estado surgido entonces.
Por este camino,
Trotsky rechazaba dos caracterizaciones alternativas del estalinismo que se
habían extendidas en el movimiento obrero en los años treinta, y que habían
sido avanzadas por los teóricos de la socialdemocracia rusa e
internacional durante la misma guerra civil rusa: Se trataba de las
definiciones que apuntaban hacia una forma de "capitalismo de Estado"
o los que lo hacían sugiriendo la existencia de un “colectivismo
burocrático". Para Trotsky, el reconocimiento de la existencia una
dictadura “totalitaria” del aparato policiaco y administrativo estalinista
sobre el proletariado ruso, no era empero incompatible con la preservación de
la naturaleza proletaria del Estado obrero. Al menos, no más de lo que las
dictaduras absolutistas sobre la nobleza lo habían sido con la preservación de
la naturaleza del Estado feudal. 0 que las dictaduras fascistas ejercidas sobre
la burguesía lo eran con la preservación de la naturaleza capitalista del
Estado. La URSS
era por lo tanto un Estado obrero degenerado con relación a un proyecto inicial
que, por sus propias circunstancias históricas, nunca llegó a existir en
un país atrasado, donde la revolución había sido posible como una ruptura del
eslabón más débil de la cadena imperialista. Rusia era pues un país en el que
la toma del poder había sido más asequible, pero en el que la construcción de
una forma inicial de socialismo sería mucho más inasequible.
Finalmente,
según el parecer de Trotsky, los marxistas debían adopta una postura doble
frente al Estado soviético. Era sin duda esa doble naturaleza la que nos
permitía desarrollar una defensa y una denuncia al mismo tiempo, la que nos
permitía igualmente reproducir análisis de los partidos comunistas, por arriba
y por abajo, entre cuando estaban instalados en el sistema (oponiéndose como un
programa de reformas parciales de signo socialdemócrata, y utilizando el modelo
soviético como una alternativa socialista globalmente positiva, dos caras que
acabarían provocando tensiones como la eurocomunista que, a diferencia de las
épocas de apogeo estaliniano, enfatizaban más dicho carácter socialdemócrata),
y los que se veían obligados a luchar en la clandestinidad, como era el caso
del PC español o portugués...
Desde estas fechas
claves (1933, la misma que otra analista, Hannah Arendt, certifica el
nacimiento del “totalitarismo”), Trotsky estima que ya no existía ninguna
posibilidad de que el régimen estalinista se pudiera reformar a sí mismo, la
última tentativa en este sentido (la ligada al “caso Kirov”) había dado lugar
al “gran terror”, y por lo mismo, tampoco se podía hablar de una posible
reforma pacífica dentro de la
URSS. Únicamente se podía poner fin a su dominación a través
de un derrocamiento por abajo. Por una revolución “política” que destruyera
toda su maquinaria de privilegios y represión. En lo fundamental, dicha
revolución dejaría intactas las relaciones de propiedad social dominante, no
obstante serían rectificadas por un contexto de democracia proletaria
(pluripartidista), opuesta a los privilegios de cualquier casta. Inmersos en
una fase internacional de agravación de las contradicciones interimperialistas,
Trotsky no olvidó en un solo omento en que el Estado soviético incluso tal como
era tenía que ser defendido contra cualquier tentativa de agresión por parte de
la burguesía mundial. Y precisará en contra de sus propios partidarios que
cambian de opinión, que: "Toda tendencia política que diga adiós sin
esperanza a la Unión
Soviética, bajo el pretexto de su carácter no proletario,
corre el riesgo de convertirse en un instrumento pasivo del imperialismo".
Estas cuatro piedras
angulares de la caracterización del estalinismo de Trotsky se mantuvieron
estables hasta su asesinato. Fue sobre ellas que levantó el gran edificio de su
estudio de la sociedad soviética bajo Stalin, el libro titulado ¿A
dónde va Rusia7 (1936),
engañosamente traducido como La revolución traicionada, un libro que aquí fue
traducido por Juan Andrade (y revisado por el propio Trotsky según consta en la
edición de Fontamara y en las últimas, 1991, 2001, de la Fundación Federico
Engels) que no lo pudo publicar por la guerra. En
contrapartida, el estalinismo había dejado de considerar el “trotskismo” como
una mera desviación “menchevique” para atribuirle el papel de “quinta columna”,
tanto más peligrosa por cuanto se revestía de símbolos y referencias
revolucionarias
En esta obra tan
determinante en su pensamiento, Trotsky presentaba una investigación panorámica
de las estructuras económica, política, social y cultural de la URSS a mitad de los años
treinta, combinando una amplia gama de materiales empíricos con una
fundamentación teórica más profunda de su análisis del estalinismo. Ahora
anclaba el fenómeno de la burocracia obrera represiva en su conjunto en la
categoría de escasez (nuzhda), básica para el mantenimiento histórico desde su
formulación por Marx en La ideología alemana. "La base
de la dominación burocrática es la pobreza de la sociedad en objetos de
consumo, con la resultante lucha de todos contra todos. Cuando hay bienes
suficientes en un almacén, los compradores pueden acudir cuando quieran. Cuando
hay pocos bienes, los compradores están obligados a guardar cola. Cuando las
colas son muy largas, es necesario poner un policía para mantener el orden. Ese
es el punto de arranque del poder de la burocracia soviética. Ella
"sabe" quién va a conseguir algo y quién tiene que esperar" (5todas
las citas se remiten a la edición citada).
Por lo tanto, en la
medida en que prevalecía la escasez, resultaba inevitable la contradicción
entre las relaciones socializadas de producción y las normas burguesas de
distribución: era esta contradicción la que fatalmente producía el poder
coercitivo de la burocracia estalinista. Trotsky pasaba entonces a explorar
cada lado de la contradicción, afirmado y enfatizando la grandeza del
desarrollo industrial soviético, por muy bárbaros que fueran los métodos
empleados por la burocracia para conducirlo hacia delante, mientras exponía al
mismo tiempo meticulosamente la vasta gama de desigualdades económicas,
culturales y sociales generadas por el estalinismo y ofrecía estimaciones
estadísticas del tamaño y la distribución del estrato burocrático en la misma
URSS (sobre un 12-15% de la población). Se trata pues de una burocracia
antisocialista que había traicionado la revolución mundial, aunque
subjetivamente se sintiera todavía leal a ella; a pesar de eso, seguiría siendo
un enemigo irreconciliable a los ojos de la burguesía mundial en tanto el
capitalismo no fuese restaurado en Rusia. La: dinámica de su régimen era
igualmente contradictoria: por una parte, el mismo desarrollo que había
promovido a mata caballo dentro de la
URSS estaba aumentando rápidamente el potencial económico y
cultural de la clase obrera soviética, su capacidad de levantarse contra ella;
mIentras, por otra parte, su propio parasitismo era cada vez más un impedimento
para un ulterior progreso industrial. Una realidad que difícilmente podrían
comprender los que no distinguían entre 1917 y el curso ulterior.
Igualmente advertía
que, `por muy espectaculares que fueran los logros de los planes quinquenales,
advertía Trotsky, todavía dejaban la productividad del trabajo muy por detrás
de la del capitalismo occidental, en un desfase que nunca se vería cerrado
hasta que se lograse dar pasos hacia el crecimiento cualitativo, precisamente
lo que bloqueaba la mala gestión burocrática. "El papel progresivo de la
burocracia soviética coincide con el período dedicado a introducir en la Unión Soviética
los elementos más importantes de la técnica capitalista. El trabajo burdo de
tomar prestado, imitar, trasplantar e injertar ha sido llevado a cabo sobre las
bases puestas por la revolución. Hasta ahí, no se planteaba una sola palabra
nueva en la esfera de la técnica, la ciencia o el arte. Es posible construir
factorías gigantescas de acuerdo con un patrón preparado por la dirección
burocrática -aunque, con toda seguridad, al triple del costo normal. Pero
cuanto más lejos se llega, más se adentra la economía en los problemas de la
calidad, que se escurre como una sombra de las manos de la burocracia. Los
productos soviéticos están como marcados con la etiqueta gris de la
indiferencia. Bajo una economía nacionalizada, la calidad exige una democracia
de los productores y los consumidores, libertad de crítica e iniciativa".
Por lo mismo, la
superioridad tecnológica permanecería del lado del imperialismo en tanto
persistiera el estalinismo, le aseguraría la victoria en cualquier guerra
con la URSS, a
menos que estallase una revolución en Occidente, justo lo que el estalinismo
quería evitar. La tarea de los socialistas soviéticos era, en primer lugar,
llevar a cabo una revolución política contra la burocracia atrincherada,
revolución cuya relación con la revolución socio-económica de 1917 sería muy
semejante que la del cambio de poder de 1830 o 1848 con el levantamiento de
1789 en Francia, en el ciclo de las revoluciones burguesas.
Atenazado por una
realidad histórica que evolucionaba hacia la barbarie, ya en los últimos dos
años de su vida, cuando empezaba la Segunda Guerra Mundial, Trotsky reiteró sus
perspectivas básicas en una serie de concluyentes polémica con Rizzi, Burnham,
Schachtman y otros proponentes del concepto de "colectivismo
burocrático". La clase obrera no era en modo alguno congénitamente incapaz
de establecer su propio poder soberano sobre la sociedad. La URSS -"el país más
transitorio en una época de transición" - permanecía entre el capitalismo
y el socialismo, paralizada por un feroz régimen policiaco que, a pesar de
todo, todavía defendía a su manera la dictadura del proletariado.
Pero la experiencia
soviética era una "refracción excepcional" de las leyes generales de
la transición del capitalismo al socialismo en un país atrasado rodeado por el
imperialismo, y no un tipo modal. El papel contradictorio del estalinismo en el
interior y en el exterior había sido confirmado por los más recientes
episodios: su sabotaje contrarrevolucionario de la revolución española (más
allá de su control contrastada con su abolición revolucionaria de 1a propiedad
privada en las regiones fronterizas de Polonia y Finlandia incorporadas así a la URSS. El deber de los
marxistas de defender a la
Unión Soviética contra el ataque capitalista permanecía
intacto. La desilusión y la fatiga no eran excusas para renunciar a las
perspectivas clásicas del materialismo histórico. "En la escala de la
historia, cuando están en cuestión los más profundos cambios en los sistemas
económico y cultural, veinticinco años pesan menos que una hora en la vida de
un hombre. ¿De qué vale un individuo que, debido a fallos empíricos a lo largo
de una hora o de un día, renuncia al objetivo que se había puesto a sí mismo
sobre la base de la experiencia y el análisis de toda su vida anterior?".
Todas las variadas
caracterizaciones que rechazaron esta clasificación por las nociones de
"capitalismo de Estado" o "colectivismo burocráticos se
encontraron invariablemente con la dificultad de definir una actitud política
hacia la entidad que así habían caracterizado. Porque, si algo era evidente
respecto del capitalismo de Estado o el colectivismo burocrático en Rusia, era
que le faltaba cualquier vestigio de las libertades democráticas que podían
encontrarse en el capitalismo occidental basado en la propiedad privada. La
respuesta obvia que surgía, sobre todo desde la derecha socialdemócrata, pasaba
por considerar que había que apoyar las libertades en la medida en que
era el mal menor en oposición al “totalitarismo” La lógica de estas
interpretaciones, en otras palabras, tendría siempre en última instancia
(aunque con excepciones individuales, menos consistentes) a desplazar a sus
adherentes hacia la derecha. Kautsky, pionero tanto de las teorías sobre el
“capitalismo de Estado" como de las del "colectivismo burocrático” a
principio de los años veinte, es harto representativo de esta trayectoria. Lo
mismo sucedería con diversas rupturas internas del trotskismo, especialmente
por la de Max Schachtman, tutor a su vez de personajes como la diplomática
estadounidense Jeanne Kirpatrick, que en plena “era Reagan” llevaría este
esquema hasta variaciones extremas, diferenciando entre “totalitarismo” y
“autoritarismo” según las exigencias de la política exterior norteamericana. En
esta última senda se encontrarían desde la senda mitad de los años ochenta los
doctores de la llamada “nueva filosofía” francesa, un montaje mediático que
trataba de darle la vuelta al legado de Sastre, por no hablar personajes
tan emblemáticos como Cornelius Castoriadis, Jorge Semprún, Octavio Paz,
Mario Vargas Llosa, Fernando Savater, y una larga lista situada en la
“izquierda” social-liberal que prefería morir en Nueva York que en Moscú. A
pesar de tantas derrotas, la disciplina y el rigor interpretativo
de Trotsky no ha hecho sino adquirir un relieve retrospectivo a partir de los
intentos de repensar el estalinismo como los que se están desarrollando entorno
a la discusión sobre el “socialismo del siglo XXI”.
Como ha ocurrido con
todos los juicios históricos de trascendencia fundamental empezando por los
análisis de Marx sobre la naturaleza del capital, la teorización del
estalinismo por Trotsky iba a revelar ciertos límites después de su muerte,
¿cuáles fueron éstos? Paradójicamente, conciernen menos a su balance interno
que a su hoja de servicios externa. En el ámbito doméstico, el diagnóstico de
Trotsky sobre el motor y el freno del desarrollo económico ruso en tanto que
persistiera el poder burocrático ha demostrado ser extraordinariamente preciso.
En las décadas que siguieron a su muerte, sobre todo después de los desastres
de la Guerra
mundial, la URSS
conocería un enorme progreso material en la Unión Soviética,
pero la productividad del trabajo se ha revelado cada vez más como el talón de
Aquiles de la economía, tal como quedaba prefigurado en sus trabajos. En la
medida en que la época del crecimiento extensivo llegaba a su declive, la
planificación autoritaria supercentralizada se mostraría cada vez más
incapaz de llevar a cabo una transición al crecimiento cualitativo, intensivo:
una desaceleración que, si no es resuelta, amenaza al régimen con una crisis
entrópica.
La durabilidad de la
propia burocracia soviética, que ha sobrevivido en mucho a Stalin, pero no su
legado, acabó siendo mayor de lo que Trotsky imaginó en algunos de sus escritos
coyunturales, aunque no se trató de una "longevidad" real en los
términos del tiempo histórico del que hablaba al final de su vida ya que el
imperialismo tomó la iniciativa con el relevo norteamericano. Parte de la razón
de esta persistencia probablemente haya sido clase auténtica promoción social
de sectores de la clase obrera a través de los canales del propio régimen
burocrático. Otra parte, por supuesto, ha residido en la atomización política y
el aturdimiento cultural de la clase obrera enormemente aumentada que surgió
durante los años treinta. Esta clase obrera fue desprovista de conexión
histórica, y por lo tanto no pudo acceder a los niveles de conciencia que Trotsky
soñó, ni a las que Deutscher creyó ver en la época de Kruschev, justo cuando
dicha época estaba a punto de ser enterrada. Durante décadas, cualquier
tentativa de recuperar el hilo de las tradiciones socialistas fue aplastado
tanto en la URSS
como en el Este, no permitieron que creciera ninguna oposición crítica.
En lo referente a la
política exterior, los análisis de Trotsky se mostrarían mucho más
insuficientes. De entrada, creó que erró al calificar el papel exterior de la
burocracia soviética como simple y unilateralmente
"contrarrevolucionario". Su perspectiva es la que va desde la
revolución china a la española, pero la historia revolucionaria ulterior se
desplazó hacia el “Tercer Mundo”. Enfrentada al agresivo imperialismo
norteamericano, la burocracia se iba a mostrar tan profundamente contradictoria
en sus acciones y efectos en el exterior como lo era en el interior. Igualmente
erró al concebir el estalinismo como una refracción "excepcional" o
"aberrante" de las leyes generales de la transición del capitalismo
al socialismo, creyendo que quedaría confinado al suelo ruso. Las estructuras
del poder y la movilización burocráticos estrenadas bajo Stalin acabaría siendo
un fenómeno a la vez más dinámico y más general en el plano internacional de lo
que Trotsky nunca imaginó, y esto obligó a sus seguidores más inquietos y
coherentes se vieran obligados a desarrollar diversas hipótesis que trataban
reencuadrar el legado a la nueva situación, y ahí están los diversos
trabajos de Ernest Mandel, Daniel Bensaïd, etcétera.
Como es sabido,
Trotsky acabó su vida prediciendo que, a menos que estallase la revolución en
occidente, la URSS
sería derrotada en una guerra con el imperialismo. De hecho, a pesar de todos
los criminales errores garrafales de Stalin, el Ejército Rojo rechazó a la Wehrmacht y marchó
victoriosamente sobre Berlín sin ninguna ayuda de la revolución occidental. El
fascismo europeo fue destruido esencialmente por la Unión Soviética...esto
nos trae al principio, a su enorme prestigio entre la clase obrera al acabar la IIª guerra Mundial
El capitalismo fue abolido de la mitad del continente por un golpe de mano
autocrático desde arriba como consecuencia de la correlación de fuerzas entre
los Aliados. A partir de entonces, la amenaza permanente del "campo
socialista" actuó como el acelerador decisivo de la descolonización
burguesa en África y Asia en la época de posguerra. Sin el Segundo Mundo de los
años cuarenta y cincuenta, no habría habido Tercer Mundo en los sesenta. Las dos
grandes formas de progreso histórico dentro del capitalismo mundial en los
últimos cincuenta años -la derrota del fascismo, el final del colonialismo-,
pues, han dependido directamente de la presencia y del papel desempeñado por la URSS en la política
internacional. En este sentido, se podría argumentar que, paradójicamente,
puede que las clases explotadas fuera de la Unión Soviética se
hayan beneficiado más directamente de su existencia que la propia clase obrera
de la Unión Soviética
- esto es: que a escala histórico-mundial, los costes decisivos del estalinismo
hayan sido internos y los beneficios externos.
Incluso la nueva
prosperidad consumidora de las clases obreras occidentales, el otro gran avance
del capitalismo de la postguerra, ha debido mucho (no todo) a las economías de
guerra keynesianas creadas para hacer frente al desafío soviético en la Guerra Fría. A pesar
de todo, estos efectos, por supuesto, han sido procesos en gran medida
objetivos e involuntarios, antes que el producto de intenciones conscientes de
la burocracia soviética incluso la destrucción del fascismo, que, ciertamente,
no formaba parte de los planes de Stalin en 1940). Pero testifican, a pesar de
ello, la lógica contradictoria de un "Estado obrero degenerado"
-colosalmente distorsionado, pero a pesar de ello todavía persistentemente
anticapitalista-, que Trotsky dejaba erróneamente en suspenso a los puestos
fronterizos soviéticos. A finales de los años sesenta, la URSS había alcanzado incluso
algo parecido a la paridad estratégica con el imperialismo que él había creyó
imposible bajo la dominación burocrática, y con ello se mostró capaz de una
creciente ayuda económica y militar vital para las revoluciones socialistas y
los movimientos de liberación nacional en el exterior -asegurando la supervivencia
de la revolución cubana, permitiendo la victoria de la revolución vietnamita,
salvaguardando la existencia de la revolución angoleña. Pero semejantes
acciones conscientes y deliberadas -en oposición diametral a las opciones de
Stalin en la guerra española, orientada pro su adhesión a la política de
“apaciguamiento” hacia el ascenso del nazismo-, Yugoslavia o Grecia eran
precisamente las que Trotsky había descartado para la Unión Soviética,
cuando afirmó que; más allá de sus propias fronteras, era una fuerza inequívoca
y públicamente contrarrevolucionaria.
La segunda refutación
de la interpretación de Trotsky fue más radical. Para él, el estalinismo era
esencialmente un aparato burocrático erigido sobre una clase obrera
quebrantada, en nombre del mito "nacional-reformista" del socialismo
en un solo país.
También a partir de
1933, Trotsky juzgó a los partidos extranjeros de la KOMINTERN como simples
instrumentos subordinados del PCUS, incapaces de hacer una revolución
socialista en sus propios países porque hacerlo sería actuar contra las
directrices de Stalin. Lo máximo que estaba dispuesto a conceder era que -en
casos absolutamente excepcionales- las masas insurgentes pudieran forzar a
tales partidos a tomar el poder contra su propia voluntad. Al mismo tiempo,
miraba sobre todo hacia el occidente industrializado como teatro para un avance
socialista exitoso, inspirado por partidos antiestalinistas, en vísperas de la Segunda Guerra
Mundial. De hecho, como sabemos, la historia tomó otra dirección. La revolución
se expandió, pero a las regiones atrasadas de Asia y Los Balcanes. Más aún,
estas revoluciones fueron uniformemente organizadas y dirigidas por partidos
comunistas locales que profesaban una lealtad incondicional a Stalin -el chino,
el vietnamita, el yugoslavo, el aIbanés, y lo mostraron llevando a sus propios
países la “guerra contra el trotskismo”- y estaban modelados en su estructura
interna siguiendo al PCUS.
Lejos de ser
pasivamente empujados por las masas de sus países, estos ardidos movilizaron
activamente y dirigieron verticalmente a las masas en su asalto al poder. Los
estados que crearon iban a ser manifiestamente cognatos (no idénticos, sino
afines) con la URSS
en su sistema político básico. El estalinismo, en otras palabras, mostró no ser
simplemente un aparato, sino un movimiento. Un movimiento no solamente capaz de
mantener el poder en un entorno atrasado dominado por la escasez en Ia URSS,
sino de ganar de hecho el poder en entornos todavía más atrasados e indigentes
como China o Vietnam. Capaz de expropiar a la burguesía y comenzar el lento
trabajo de la construcción socialista, incluso contra la voluntad del mismo
Stalin. Con ello, una de las ecuaciones de la interpretación de Trotsky se
mostró indudablemente errónea. El estalinismo, como fenómeno amplio -a saber,
un Estado obrero dominado por un estrato burocrático autoritario- no
representaba meramente la degeneración de un anterior Estado de relativa gracia
de clase: también podía ser una generación espontánea producida por fuerzas de
clase revolucionarias en sociedades muy atrasadas, y sin ninguna tradición de
democracia ni burguesa ni proletaria. Esta posibilidad, cuya realización iba a
transformar el mapa del mundo después de 1945 nunca fue contemplada por
Trotsky, y sobre la que todavía cabrían nuevas variaciones determinadas por las
necesidades del desarrollismo
En estos dos aspectos
críticos, por consiguiente, encontró sus límites la interpretación del
estalinismo por Trotsky. Pero siguen estando en consonancia con su énfasis temático
central: la naturaleza contradictoria del estalinismo, hostil a la vez a la
propiedad capitalista ya la libertad proletaria. Irónicamente, su error se
redujo a pensar que esta contradicción podía ser confinada a la misma URSS,
cuando el estalinismo en un sólo país iba a mostrar ser una contradicción en
los términos. y señalar las mismas vías por las que el estalinismo ha
continuado actuando como un "factor revolucionario internacional", no
debería ser necesario recordar al mismo tiempo aquellas por las que también ha
continuado actuando como un factor reaccionario internacional. Cada ganancia
impredecible ha tenido un precio incalculable. La multiplicación de los estados
obreros burocratizados, cada uno con su propio y sagrado egoísmo nacional, ha conducido
inexorablemente a conflictos económicos, políticos y ahora incluso armados
entre ellos. El escudo militar que puede extender la URSS a las revoluciones
socialistas o laS fuerzas de liberación nacional en el Tercer Mundo también
incrementa objetivamente el peligro de guerra nuclear global.
En su momento, la
abolición del capitalismo en Europa del Este desató las furias del nacionalismo
contra Rusia, quien a su vez ha respondido a las aspiraciones populares en la
región con la más puramente reaccionaria serie de intervenciones exteriores,
represivas y regresivas, de la burocracia soviética en cualquier lugar del
mundo. Sobre todo, sin embargo, mientras el modelo estalinista básico de
transición más allá del capitalismo ha podido propagarse con éxito a través de
las zonas atrasadas de Eurasia, su misma extensión geográfica y prolongación en
el tiempo -completada con la repetición de demencialidades como la Yejovchina en los años
treinta, en la "Revolución Cultural" y la Kampuchea Democrática.-
han empañado y cuestionado profundamente la idea misma del socialismo en el
occidente avanzado.
Lo ha sido de tal
manera que el “comunismo” ha podido ser presentado como la negación absoluta de
la cualquier democracia, y de la democracia proletaria especialmente.
Está por estudiar el alcance de los efectos del estalinismo sobre la
clase obrera cuando presentaba su cara más oscura. Se sabe que en muchos
trabajadores franceses abandonaron el partido cuando los “procesos de Moscú” o
en el curso de los debates sobre los campos de concentración en los años
cuarenta y no digamos con el Octubre húngaro de 1956. Se sabe que estos
abandonos raramente se encauzaron hacia otras alternativas en medio de una
“guerra fría” que no dejaba espacio para las fuerzas minoritarias. Habría que
entrar seriamente en movilizaciones sociales tan potentes como las que se
dieron en Europa en los años sesenta –Francia, Italia-, y setenta –Portugal,
Grecia, España-, el socialismo acabó siendo relegado en aras de las propuestas
socialdemócratas, y porque al final, potentes partidos comunistas acabaran
ocupando un espacio más bien marginal. Pero no hay que ser muy agudo para ver
detrás de todo ello un rechazo hacia los parámetros del “socialismo real” y de
los métodos estalinistas, en particular la de partidos jerarquizados con mandos
únicos como el que presidió Santiago Carrillo, que pudo haber actuado durante la Transición como
amo y señor del PCE. Y como al igual que ocurriría con las disidencias en
los “países socialistas”, los partidos comunistas apenas dejaron crecer
la hierba a su alrededor.
Creo que estas son
pistas fundamentales para entender hasta donde hemos llegado. A una situación
en la que, por más que el éxito del capitalismo compromete el futuro
humano, destruye las economías de los países mayoritarios, y se atreve a
“privatizar” lo que queda del “Welfare state”, y que sin embargo, no exista una
repuesta social capaz de superar el juego bipartidista propio de las potencias
liberales que han desactivado el movimiento obrero. Comprender todo esto es una
condición previa para reconstruir la base social de un proyecto socialista
democrático y participativo. Eso no será posible sin un ajuste de cuentas
radical con lo que fue el estalinismo llegando hasta haya que llegar. Esto
significa recuperar el paradigma perdido, un hilo de explicación equilibrado y
coherente que sin renunciar al ideal sabe situar errores y horrores. Es por eso
que se comienza a hablar de Trotsky en Cuba, y está en las calendas de la Venezuela bolivariana
tanto por arriba como por abajo.
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