Daniel Cohn-Bendit y la
revolución que seguimos queriendo tanto
Durante dos años, Daniel
Cohn-Bendit -el célebre "Dany el rojo" del Mayo 68-, acompañado de un
equipo de televisión, viajó de Frankfurt a Río de Janeiro, de París a Nueva
York, pasando por Polonia, Recorrió las rutas de Alemania, de Francia, de
Italia y de Holanda. Encontró a los creadores de los movimientos contestatarios
Hermano de Gabriel Cohn-Bendit,
nace en Francia en 1945 de padres alemanes de
origen judío, que se habían refugiado del régimen nazi en1933.
Fue apátrida hasta
la edad de 14 años, cuando tomó la nacionalidad alemana para no hacer su servicio militar. Se define a sí mismo, sin
embargo, como « ciudadano europeo».3
Fue miembro durante un
breve periodo de tiempo de la Fédération Anarchiste,
y del movimiento Negro y Rojo.
Tras terminar el Abitur, en 1965 retorna a Francia donde se matricula en propedéutica para
extranjeros en la Sorbona. Y en 1967 comienza sus estudios de sociología en
la Universidad
de Nanterre cuando
explota el movimiento del 22
de marzo en 1968.
Es inscrito entonces en la lista negra de los estudiantes de la Universidad. Y tras
el desalojo realizado por la policía el 2 de mayo, forma parte del grupo de
estudiantes que ocuparon la
Sorbona al día siguiente. Se constituiría así, junto a Alain
Geismar y Jacques Sauvageot, como uno de los líderes de Mayo del 68. El 21 de mayo, durante un viaje a Berlín, se le prohíbe la entrada en Francia.
Vuelve sin embargo el 28 de mayo con los cabellos teñidos y gafas oscuras para
una reunión en la Sorbona
dónde es aclamado. El eslogan « Todos somos judíos alemanes »
simboliza el apoyo de los jóvenes a aquel que la prensa denomina « Dany el
rojo ». La prohibición se mantendría hasta 1978.
Con el final de los
acontecimientos, se instala en Fráncfort del Meno y abandona su actividad
pública. Allí funda el nuevo partido Lucha
Revolucionaria y comparte
piso con su amigo Joschka Fischer (quién sería ministro de exteriores
alemán en1998). Es
sucesivamente educador en una guardería autogestionada y empleado en la
librería Karl Marx. Progresivamente, abandona su perspectiva contestataria
orientándose hacia una carrera política.
En 1975 publicó un libro
de memorias titulado El gran bazar. En sus páginas reflexiona sobre el trabajo
político, los deberes de un revolucionario y, también, sobre lo que se podía
experimentar en un jardín de infancia alemán a comienzos de los años 70.
Después de ser expulsado
de Francia, Cohn Bendit se instaló en Frankfurt, donde trabajó como monitor en
una guardería alternativa vinculada a la universidad. Su experiencia en ese
centro educativo, revelada en el libro, ha cobrado ahora una peligrosa
actualidad para el político verde. Fue escrita con la meta poco disimulada de
provocar a la conservadora sociedad germana en una época donde florecían las
proclamas antisistema y los jóvenes exigían poner fin a todos los tabúes
sexuales.
“Ocurrió varias veces
que algunos niños me abrieran la bragueta. Reaccioné de diferentes maneras,
según las circunstancias, pero el deseo de aquellos niños me planteaba un
problema. Yo les preguntaba: ¿por qué no jugáis juntos, por qué me elegís a mí
y no a otros niños? Pero si insistían de todos modos, los acariciaba”, relata
Dany le Rouge en su libro. “Podía sentir perfectamente cómo las niñas de cinco
años habían aprendido a excitarme”.
Luego de las
publicaciones acusatorias aparecidas en los periódicos británicos The Observer y The Independent, en el italiano La Repubblica y en el alemán Bild en 2001, Daniel Cohn-Bendit expresa su
remordimiento por haber escrito el libro Le Grand Bazar sabiendo lo que sabe hoy acerca del abuso sexual infantil.
En ese libro Daniel
Cohn-Bendit defendía la liberación sexual de los niños y su capacidad de
otorgar consentimiento para vivir su sexualidad libremente con los adultos.
Daniel Cohn-Bendit se justifica diciendo que en la década de los 70 los revolucionarios estaban
obsesionados con la represión en todas sus formas, incluida la represión sexual
y que se creía que una educación anti-autoritaria era permitir a un niño crecer
sin tabúes sexuales. Dice que exageró al describir que tuvo situaciones
sexuales con los niños del jardín de infantes donde trabajaba y que había sido
una manera contestataria de luchar contra la moral burguesa, que lo había
escrito por pura provocación.5
A finales de los años
1970, se aproxima al movimiento verde alemán (Die Grünen) y anima a Joschka Fischer a
presentarse a las elecciones de Hesse.
En 1981,
rompe con el anarquismo militando
por la elección del cómico Coluche a
la presidencia de la
República Francesa. En 1986,
oficializa su abandono de la perspectiva revolucionaria en su libro: Nous l'avons tant aimé, la Révolution (La revolución, y nosotros que la
quisimos tanto). Más tarde y ya integrado en Die Grüne (1989),
Cohn-Bendit sería elegido como teniente de alcalde en Fráncfort del Meno (junto
al alcalde del SPD).
Eurodiputado [editar]
En 2004 Daniel Cohn-Bendit es reelegido eurodiputado para
representar a los verdes;
es el portavoz del Partido Verde Europeo,
partido político creado en febrero de ese año. Reelegido en 2009 es, además de ecologista, partidario del federalismo europeo.
ace unas semanas, Alain
Krivine nos hablaba también de “Dani el rojo” en el curso del homenaje a Daniel
Bensaïd en Barcelona. Para Alain, mayo del 68 no fue un mera vía de
modernización sino la huelga general más extensa y radical de la historia
social francesa. Pero no idealizaba, contaba que la democracia estudiantil era
bastante peculiar. Cierto, las asambleas eran multitudinarias, pero pocos
podían hablar, no había espacio para tantos. Quien mejor lo hacía era “Dani”,
primero porque sabía hacerlo, luego porque era el que tenía el micro. Se
debatía sobre hacia donde tirar, y “Dani” cogía el micro y preguntaba…
El caso es que, pro un
conjunto de circunstancias, Daniel Cohn-Bendit (Montauban, 1945), también
conocido como «Dany el rojo», se convirtió en el principal personaje mediático
durante los acontecimientos, y como tal fue, por citar un ejemplo, entrevistado
por Jean Paul Sartre para Le Nouvel
Observateur, el 20 de mayo 1968, un texto que hemos repescado porque es un
documento importante del momento. La seriedad de los medos no podía ser más
cuestionable, aunque también es cierto que se vieron afectado por las fiebres,
y que incluso en el Estado Español los hubieron que informaron con su punto de
fiebre (en Barcelona TeleExpress,, y claro está, la revista “Triunfo”-, y
muestra de una cosa y otra la tenemos en la célebre anécdota de la mayor
manifestación de los jornadas. Mientras caminaban, unos periodistas le
peguntaron a Dani cuanta gente había, y este, miró hacia un extremo y otro, y
respondió: “Un millón”, y al día siguiente, esta respuesta facilitó los
titulares de los dias. Quizás eran más, quizás menos, pero lo que es seguro es
que no había –exactamente- un millón. La formula tuvo tanto éxito que se
repitió aquí, y de la “Diada” catalana del 11 de septiembre de 1977 se proclamó
que éramos un millón, y así se ha recogido en diversos libros de historia.
Volviendo a Daniel. Para
él aquello fue una fiesta inolvidable, pero ahora la historia es otra, y su
papel es my otro. Cierto que mantiene el toque del vestuario informal, lass
respuestas “provocadoras” –cuando en La Vanguardia
le preguntaron por el “burka” respondió que si las dejas, las muchachas árabes
acabaran adoptando la minifalda, pero si la obligan a renunciar a hora será
peor-, amén de un radicalismo totalmente desteñido, declarando por ejemplo que
contra la crisis habría que tomar una serie de medidas “socializadoras”, pero
no dice nada sobre quien las tendrá que imponer –hace medio siglo que Dani no
habla del movimiento obrero-, y por lo tanto, son propuestas que no tienen nada
que ver con la política cotidiana de buscar un lugar bajo el sol institucional,
codo con coco con el socialiberalismo a la manera que están aplicando entre
nosotros sus “colegas” de IC-EV…
Este “bon vIvant” es un
buen ejemplo de cómo el sistema no desaprovecha los antiguos hijos de la ira, y
Daniel lo fue.
Apátrida, judío y alemán
de origen, este detalle que dio lugar a un comentario despectivo por parte del
dirigente estalinista George Marchais, y en consecuencia, una hermosa respuesta
por parte de los estudiantes que gritaron por miles: “Todos somos judíos
alemanes”, un grito de los más memorables de entonces, por cierto, claramente
inspirado en el final de la película Espartaco. Universitario en Nanterre,
Daniel protagonizó la primera “chispa” de la rebelión cuando el titular del
Ministerio de Educación visitó la Universidad y el lo puso en ridículo dejando
constancia que ya se podía hablar de sexualidad a las claras.
Desconocido hasta
entonces, emergió en los primeros días de las barricadas de mayo como un líder
político completamente diferente a los tradicionales, muy en consonancia con un
movimiento que se hacía cada día en las barricadas. Se erigió como
representante del “Movimiento 22 de marzo” que agrupaba a dos sectores básicos
del “espíritu del 68”, el vasto componente espontaneísta-anarquista en el que
entraban numerosos grupos o afinidades desde los siuacionistas hasta los
socialbárbaros pasando por los surrealistas, y los trotskistas de la JCR con Alain y Daniel como
portavoces, y otras corrientes menores. Por su desenvoltura y desfachatez,
Daniel fue elegido portavoz de las asambleas multitudinarias así como de las
manifestaciones y de los enfrentamientos que conmovieron el mundo durante cerca
de un mes.
Como había que
“catalogarlo” de alguna manera, Dani apareció como un “anarquista”, aunque él
precisó que le gustaba más que lo llamaran “libertario”, término que considera
más adecuado para definir unas concepciones en las que el anarquismo y el
marxismo se casan con una notable capacidad de improvisación y provocación que
desafió a De Gaulle, al sistema establecido, incluyendo al PCF. Dani supo
hablar en un sentido “contestatario”, opuesto a la izquierda reformista y al
juego electoral, como partidario de la unión entre obreros y estudiantes y de
la acción común apoyada en base de las asambleas en las que se decía que estaba
“prohibido prohibir”, aunque habría que decir que las frases formaban más parte
de la lírica que de las necesidades reales.
Situado en la cima de
los acontecimientos, Dani pudo percatarse de que a la huelga general le
faltaban alternativas gubernamentales y baraja la posibilidad de un frente
popular controlado desde abajo, por aquellas asambleas masivas y caóticas.
Durante los hechos, llevó a cabo una ingente labor por la extensión
internacional del conflicto que veía como una crisis revolucionaria en la que
se arremetía, simultáneamente, contra el capitalismo, contra el imperialismo Y
contra la burocracia soviética…
En el calor de los
acontecimientos se publicó su libro El izquierdismo, remedio a la enfermedad
senil del comunismo, un título en la que, en cierta medida, se le da la vuelta
al clásico de Lenin interpretado como lo habían hecho los estalinistas, en
realidad pues, desenfocado en relación a lo que planteaba Lenin en relación al
curso “izquierdista” de la
Internacional comunista de sus dos primeros congresos. Claro
que esta es una historia muy prolija, pero que conviene matizar ya que el curso
estaliniano acabó desenfocando toda la historia comunistas.
Claro está que Dani se
estaba refiriendo entonces al comunismo estalinista que trata a los estudiantes
de “gauchistes”. Eran los tiempos en los que los servicios de orden del PCF-CGT
gritaban “¡Gauchistes-Marcellín!”, y anotemos que Marcellin era el ministro del
orden público que ordenaba la represión policíaca sin miramientos, y para el
que los revoltosos eran unos meros delincuentes. En este libro, Dani define la
revolución rusa como la última gran revolución burguesa, y el régimen
“soviético” como una forma peculiar de capitalismo de Estado. Critica a los
sindicatos y a los partidos, y apuesta por la espontaneidad y par la
desdogmatización. En su alternativa coinciden influyen los teóricos
consejistas, las diversas corrientes anarquistas, el situacionismo, el
surrealismo, etc. Está contra el comunismo, dice, porque está contra el
capitalismo, pero declara que el que no denuncia la agresión yanqui al Vietnam
no tiene derecho a hablar de la invasión a Checoslovaquia en agosta de 1968.
Finalmente, sin apoyo social organizado, el «movimiento 22 de marzo» se
desharía y el espontaneísmo que representó, desapareció. Finalmente, sin apoyo
social organizado, el «movimiento 22 de marzo» se desharía y el espontaneísmo
que representó, desapareció.
Expulsado de Francia en
pleno reflujo de la lucha revolucionaria, viaja par Europa agitando con su
estilo peculiar sin que ningún gobierno quiera admitirle. En Israel encabeza
—junto con los marxistas de la IV
del Mazpen— una manifestación en la que se grita: “¡Todos somos árabes
palestinos!”. En Carrara (Italia), asiste aquel mismo año a un Congreso
anarquista y polemiza con Federica Montseny que lo trata de “gamberro” en una
colisión bastante ilustrativa de un fuerte conflicto intergeneracional en el
seno de un movimiento libertario con referencias históricas diferentes: la que
acabo con la guerra española, y la que comenzó con el 68. El anarquismo de Cohn
Bendit no respetaba el tradicionalismo cenetista, de hecho Federica lo trató de
“niñato” y de “maleducado”..
Convertido en un símbolo
errante de un movimiento que ya no podía ser igualmente “espontáneo” frente a
unas autoridades advertidas, Daniel concede entrevistas y publica sus precoces
“memorias”, El gran bazar (Ed.
Dopesa, Barcelona, 1976), en cuya portada se ve a Daniel con unas maletas de
espalda a la puerta de Brandenburgo, y con un prólogo de un tal Darío Giménez
de Cisneros en la que presenta al autor con trazos de lo que luego se llamará
aquí la “gauche divinne”. A lo largo de casi 250 páginas, Dani repasa su
biografía hasta el momento, criticando abiertamente algunos de sus propios
posicionamientos.
En el tiempo que sigue,
Dani se asienta en el país de sus padres, Alemania, donde milita en el área de
lo que será con el tiempo el Partido Verde, en concreto en una comuna en la que
hace de editor, puericultor, y no desdeña a la larga una carrera parlamentaria
claramente orientada hacia el sector “realo” de los verdes, pactando con los
gobiernos socialdemócratas, e incluso apoyando el «intervencionismo
humanitario» del imperialismo norteamericano en Irak (1991), y Afganistán
(2001).
Un testimonio de esta
evolución posibilista lo ofrecerá en su libro, La revolución, y nosotros que la quisimos tanto (Anagrama,
Barcelona, 1987), escrito con su hermanos mayor Gabriel, su “alter ego” a lo
largo de su vida militante, y que antes de su evolución libertaria había
militado en las filas trotskistas, y con los “activistes” opuestos al
imperialismo francés durante la guerra de Argelia. Pero todo esto quedará
lejos, como los restos arqueológico de un “izquierdismo” que tuvo sus momentos
de gloria, pero que, al quedarse sin respuesta, se aprestó a buscar su lugar al
sol en el “gran bazar” de la política del espectáculo.
En todos sus discursos,
la revolución no fue más que una ilusión. No es nada diferente a lo que nos
decían en los sesenta los que unas décadas antes habían querido mucho la
revolución, y que nos repetían aquello de que quien no es anarquista a los
veinte años es que no tiene corazón, pero quien no es conservador a los
cincuenta, es que no tiene cerebro.
«Dany el rojo», fue el principal personaje mediático
durante los acontecimientos revolucionarios de mayo del 68 en Francia,
(Montauban, 1945), actualmente es reconocido como uno de los animadores
parlamentarios-“realos” del partido verde alemán que gobierna en coalición con
la socialdemocracia de Schroëder. Apátrida, judío y alemán de origen, este
detalle que dio lugar a un comentario despectivo por parte del dirigente
estalinista George Marchais, y en consecuencia, una hermosa respuesta por parte
de los estudiantes que gritaron por miles: «Todos somos judíos alemanes».
Universitario en Nanterre protagonizó la primera «chispa» de la rebelión con el
titular del Ministerio de Educación. Desconocido en la víspera, emergió en los
primeros días de las barricadas de mayo como un líder político completamente
diferente a los tradicionales.
Representante del «movimiento 22 de marzo» que agrupaba
a espontaneísta, trotskistas y otras corrientes menores, fue elegido portavoz
de las asambleas multitudinarias así como de las manifestaciones y de los
enfrentamientos que conmovieron el mundo durante cerca de un mes. En este
tiempo, Dani apareció como un «anarquista», aunque él mismo se ha definido como
un «libertario», término que considera más adecuado para definir unas
concepciones en las que el anarquismo y el marxismo se casan con una notable
capacidad de improvisación y provocación que desafió a De Gaulle, al sistema
establecido, incluyendo al PCF. Contrario a la izquierda reformista y a las
elecciones, partidario de la unión entre obreros y estudiantes y de la acción
común apoyada en base de las asambleas en las que se «prohibe prohibir».
Situado en la cima de los acontecimientos, pudo percatarse de que a la huelga
general le faltaban alternativas gubernamentales y baraja la posibilidad de un
frente popular controlado desde abajo. Durante los hechos, llevó a cabo una
ingente labor por la extensión internacional del conflicto que veía como una
crisis revolucionaria en la que se arremetía, simultáneamente, contra el
capitalismo, contra el imperialismo Y contra la burocracia soviética…
En el calor de los acontecimientos se publicó su libro El
izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del comunismo, un título en la
que, en cierta medida, se le da la vuelta al clásico de Lenin. No obstante,
conviene ajustar que Dani se estaba refiriendo al comunismo estalinista que trata
a los estudiantes de «gauchistes» (los servicios de orden del PCF-CGT gritaban
«¡Gauchistes-Marcellín!» (Marcellin era el ministro de orden público que
ordenaba la represión policíaca). Dani define la revolución rusa como la última
gran revolución burguesa, y el régimen «soviético» como una forma peculiar de
capitalismo de Estado. Critica a los sindicatos y a los partidos, y apuesta por
la espontaneidad y par la desdogmatización.
En su alternativa coinciden influyen los teóricos
consejistas, las diversas corrientes anarquistas, el situacionismo, el
surrealismo, etc. Está contra el comunismo, dice, porque está contra el
capitalismo, pero declara que el que no denuncia la agresión yanqui al Vietnam
no tiene derecho a hablar de la invasión a Checoslovaquia en agosta de 1968.
Expulsado de Francia en pleno reflujo de la lucha revolucionaria, viaja par
Europa agitando con su estilo peculiar sin que ningún gobierno quiera
admitirle. En Israel encabeza —junto con los trotskystas del Mazpen— una
manifestación en la que se grita: «¡Todos somos árabes palestinos!». En Carrara
(Italia), asiste a un Congreso anarquista y polemiza con Federica Montseny que
lo trata de «gamberro».
Su anarquismo no respeta el tradicionalismo cenetista.
Presionado por diversas editoriales, escribe «su historia», El gran bazar
(Ed. Dopesa, Barcelona, 1976), en la que repasa su biografía hasta el momento,
criticando abiertamente algunos de sus propios posicionamientos. Finalmente,
sin apoyo social organizado, el «movimiento 22 de marzo» se deshacería y el
espontaneísmo que representó, desapareció. En el tiempo que sigue, Dani se
asienta en el país de sus padres, Alemania, donde milita en el área de lo que
será con el tiempo el Partido Verde, en concreto en una comuna en la que hace
de editor, puericultor, y no desdeña a la larga una carrera parlamentaria
claramente orientada hacia el sector «realo» de los verdes, pactando con los
gobiernos socialdemócratas, e incluso apoyando el «intervencionismo
humanitario» del imperialismo norteamericano en Irak (1991), y Afganistán
(2001). Un testimonio de esta evolución posibilista lo ofrecerá en su libro, La
revolución, y nosotros que la quisimos tanto (Anagrama, Barcelona, 1987),
escrito con su hermanos mayor Gabriel, su «alter ego» a lo largo de su vida
militante, y que antes de su evolución libertaria había militado en las filas
trotskistas, y con los «activistes» opuestos al imperialismo francés durante la
guerra de Argelia.
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