lunes, 30 de mayo de 2016

Upton Sinclair y Pozos de ambición


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 Upton Sinclair y Pozos de ambición 
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Upton Sinclair fue -después de Jack London, su gran amigo-, el más famoso y combativo de todos los que ligaron su obra con la clase trabajadora en los tempos del socialismo norteamericano que tan enérgicamente representó Eugene V. Debs. La película Pozos de ambición lo ha  rescatado del olvido.
Upton Sinclair vuelve a estar en el candelero gracias a una de sus obras mayores Oil (Petróleo) (1927), en la que describe hábilmente la corrupción de la era del presidente Harding. ¡Petróleo! (que se puede encontrar en Edhasa) fue publicada apenas dos años antes del "jueves negro" de Wall Street, refiere a una realidad imperante hasta 1929. La nación pasó de la épica al drama  social en apenas un año, y los que como Sinclair habían denunciando el capitalismo, vieron en la Depresión la confirmación de todos sus pronósticos. En este tiempo, Chicago y Nueva York quedaron dominadas por la Mafia, cuyo desarrollo tuvo que ver principalmente con la ley de abstinencia alcohólica impuesta en los años 20, los "años locos". El jueves negro pronto convirtió en realidad la cara oscura del país que Sinclair había querido develar. La frase de Sinclair sobre sus novelas sociales es significativa en este sentido: "Yo apunté al corazón del público y por accidente le dí en el estómago". Se trata de una evocación en color sepia amarillento que entra en las tripas del capitalismo, un discurso que vuelve a tener una rotunda vigencia como se manifiesta en esta soberbia adaptación de algunos de los capítulos de la novela por parte de Paul-Thomas Anderson para Pozos de ambición, un soberbio alegato que cuenta con impresionantes interpretaciones, en particular del ya veterano Cecil Day Lewis, por cierto hijo de uno de los poetas sociales más valorado del Reino Unido.   
Cuatro cosas sobre el escritor: Upton Sinclair 1879-1968) procedía de una empobrecida familia de capitanes mercantes; su padre, tratante de whisky en Baltimore, se arruinó por la  bebida. A los quince años, el muchacho tuvo que ganar el pan para él y su madre; los estudios se los costeó peno­samente mediante esporádicos trabajos literarios; más tarde, vivió de la manera más precaria con mujer e hijo en una tienda de cam­paña. No había cumplido todavía los veinte años cuando ya escribía con una extraordinaria facilidad, y se creó un considerable prestigio con una serie de seudónimos escribiendo literatura para los jóvenes. Con 28 años escribió su obra más clásica La jungla (1906; hay una edición en Noguer, Barcelona, 1977), basada en sus trabajos como periodista “desenterrador de porquerías” o “escarbador en la mierda”, que era como se les llamaba, y cuando ya hacía tiempo que militaba en el partido socialista y escribía en sus diarios y revistas en un tiempo en que éste partido avanzaba en cada consulta electoral. Esta novela, en la que describe con perturbadora crudeza la vida de los trabajadores en los mataderos de Chicago, causó una enorme conmoción, y todavía se edita como un clásico de la narrativa socialista. Su influencia fue tal que obligó a las e impresionó tanto al presidente Theodore Roosevelt que le adscribió a una junta de inspección de industrias cárnicas que introdujo reformas sustanciales en las condiciones de trabajo, y fue entendida como una demostración de la capacidad de las letras de influir en la vida social.
Una obra tan copiosa como la de Sinclair resulta difícil de enca­jar en cualquiera de las categorías habituales. La jungla había sido precedida por varias novelas, de las que la mejor es Manassas (1904); revisada en 1959, primer volumen de una proyectada trilogía sobre la Guerra civil nunca completada, y se insertaba en la tradición inaugurada por Emile Zola con Germinal, un modelo como lo fue también para cierto Jack London (Gente del abismo) y para Frank Norris, especialmente conocido entre nosotros por una obra que sería la base argumental para una de las películas más mayores de la historia del cine, Avaricia(USA, 1923), obra “maldita” de Eric Von Stroheim, y uno de los mayores alegatos contra el egoísmo propietario. Sinclair entregó las ganancias de su novela a la fundación Helicón Hall, un experimento de puesta en pie de una experiencia socialista, en una comunidad de jóvenes entre los que se encontraba Sinclair Lewis, que acabó con un trágico incendio, según algunas hipótesis, en absoluto casual. El caso es que destruyó la empresa y Upton se quedó sin un céntimo.
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En los años veinte, Upton  participó en la fundación del American Civil Liberties Union (Sindicato por las libertades civiles americanas), aunque la verdad es que –como quedaría ampliamente demostrado-, la capacidad narrativa de Sinclair no estaba acompañada por una reflexión teórica equiparable, y se presentó sin éxito como candidato progresista al Senado por California en plena Depresión con el atractivo programa EPIC: “End Poverty in California” (Pongamos fin a la pobreza en California). Animado por un cierto sentimiento de un profeta, nunca consiguió trasladar a la arena política el éxito de sus libros, una obra que supera el centenar de títulos, y de las que se vendieron millones. Su bibliografía ha registrado más de un millar de versiones en un centenar de lenguas. Entre ellas destaca un animado  relato de los primeros treinta y cinco años de su vida en American Outpost(1932), un volumen ulteriormente incorpo­rado a su Autobiography (1962), aparecida cuando ya era una vieja gloria con un tono muy lejano a aquellos sueños libertarios que le llevaron a auspiciar con sus propios medios la filmación de ¡Que Viva México¡ (USA, 1932), obra incompleta pero totalmente determinante para todo el cine ulterior sobre México de un Serguei M. Eisenstein que se había permitido despreciar a los magnates de Hollywood  proponiéndoles una adaptación de Una tragedia americana, de Theodor Dreiser indudablemente muy distante de la famosa que haría años más tarde George Stevens con el título de Un lugar en el sol (USA, 1951). Sinclair escribió sobre la industria capitalista -su tema más popular- y lo hizo con métodos industriales: fue un autor de best seller de prosa fácil, pero incisiva en la que un cierto simplismo marxista se conjuga con una tradición jeffersoniana susceptibles de lecturas socialistas, así como de una revalorizaron del libertarismo de Thoreau,  el predicador de la desobediencia civil y de la vida si sumisión.
Cenit publicó en 1930 Un patriota 100 por 100, y en 1937 el Comisariat de Propaganda de la Generalitat publicó ¡No pasarán!. Un relato sobre el sitio de Madrid…Durante el franquismo más crudo sus obras apenas si fueron editadas.
Upton continuó con una larga serie de ataques, toscos desde el punto de vista marxista contra las instituciones y los abusos de la socie­dad capitalista, desde las operaciones de Wall Street en The Mooneychangeers (1908) hasta la industria del automóvil en The Flivver King (1937)… En King Coal (1917) denuncia el  tratamiento de los  huelguistas  de  las minas de Colorado… Boston (1928) es el relato, algo denso, del proceso y ejecución de Sacco y Vanzettí que trata del caso de los anarquistas italianos que fueron asesinados por sus ideas revolucionarias..  Sinclair es a veces un narrador ágil y ameno, pero su constante prejuicios socialistas no permite que sus novelas se eleven del nivel de tratado ideológico. Medio más apto para sus dotes combativas y sus ideas sobre reforma social era la vigorosa serie de polémicas que escribió entre 1918 y 1927... De su famosa colección de once novelas, un inmenso román fleuve obtuvo una inmensa popularidad con frecuencia ingenuo y otras tantas plúmbeo, da vueltas sobre Lanny Budd, un adinerado agente secreto que participa en importantes acontecimientos internacionales, destacan El fin del mundo (1940) y Los dientes del dragón (1942), que trata de la Alemania nazi y fue galardonada con el Premio Pulitzer en 1943. También escribió La autobiografía de Upton Sinclair (1962
Resultado de imagen de Upton Sinclair y Pozos de ambiciónAl igual que John Reed y tantos otros radicales de izquierdas, Upton Sinclair saludó jubilosamente la revolución de octubre, pero esto no significa­ba que sus ideas coincidieran con las de los bolcheviques. Ya en 1915, cuando el americano se alzó con una llamada contra la guerra, Lenin calificó a Upton Sinclair  de “socialista de sentimiento”. “La lla­mada de Sinclair me produce una impresión de candidez...”, precisó Lenin. La carencia de entendimiento para la situación revolucionaria objetiva y para la organización revolucionaria no puede su­plirse con sentimientos. Sinclair trata de apartar “la dura e impla­cable lucha de las poderosas corrientes dentro del socialismo” (esto es, entre los socialistas democráticos y unas tentativas revolucionarias enfrentadas a situaciones no previstas por su escuela) con ayuda de la retórica. Su obra fue propagada en la URSS en ediciones masivas, y Trotskly, la conciencia de la revoluciçón le criticó muy duramente. Sin embargo, dada sus tradiciones socialistas clásicas acabaron enemistándole con las autoridades estalinianas  sin caer pro ello en el anticomunismo de un Dos Passos.  
En una carta a Fadeiev, que lo había alabado como “flor de la cultura mundial” y “amigo de la Unión Soviética”, antepuso una reconsideración de las libertades con la misma simplicidad que por ejemplo, antes había justificado su silencio ante los “procesos de Moscú”, y le precisó: “He dedicado mi vida a la tarea de luchar en pro de la democracia americana por medio de la crí­tica de sus imperfecciones... Poder ejercer este derecho de practicar una crítica abierta, tengo que agradecérselo a mi Creador y a aque­llos grandes revolucionarios americanos que lucharon por nuestra libertad y por la Constitución bajo la cual podemos disfrutar hoy de ese derecho. También al pueblo ruso le fue dada una Consti­tución que anunciaba su libertad, pero esta Constitución sigue sin haber sido llevada a la práctica; sirve únicamente para la propa­ganda. .. Quien se atreviera en la Unión Soviética a criticar los defectos del sistema actual, en forma parecida a como yo he ata­cado las imperfecciones de mi propio país, sería inmediatamente fusilado, como lo han sido miles antes que él”.
Resultado de imagen de Upton Sinclair y Pozos de ambiciónDespués de enviar una carta a Stalin en 1952 con la pregunta de sí quería pasar a la historia como conquistador o como estadista para que en Rusia fuese dada la orden de que los millones de ejemplares de sus libros   desaparecieran de la vida soviética, como si nunca hubiesen existido. Falleció amargado, desconfiado de unos y otros, ajeno a las nuevas realidades, pero sin haber nunca traicionado los hermosos ideales de su juventud. En su obra, no hay ni una sola en la que no haya una denuncia del capitalismo como una vía de sometimiento de las masas y de negación de las libertades…

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