Upton Sinclair y Pozos de ambición
Upton Sinclair fue
-después de Jack London, su gran amigo-, el más famoso y combativo de todos los
que ligaron su obra con la clase trabajadora en los tempos del socialismo
norteamericano que tan enérgicamente representó Eugene V. Debs. La película Pozos de ambición lo
ha rescatado del olvido.
Upton Sinclair vuelve a
estar en el candelero gracias a una de sus obras mayores Oil (Petróleo) (1927),
en la que describe hábilmente la corrupción de la era del presidente Harding. ¡Petróleo! (que
se puede encontrar en Edhasa) fue publicada apenas dos años antes del
"jueves negro" de Wall Street, refiere a una realidad imperante hasta
1929. La nación pasó de la épica al drama social en apenas un año, y los
que como Sinclair habían denunciando el capitalismo, vieron en la Depresión la
confirmación de todos sus pronósticos. En este tiempo, Chicago y Nueva York
quedaron dominadas por la Mafia,
cuyo desarrollo tuvo que ver principalmente con la ley de abstinencia
alcohólica impuesta en los años 20, los "años locos". El jueves negro
pronto convirtió en realidad la cara oscura del país que Sinclair había querido
develar. La frase de Sinclair sobre sus novelas sociales es significativa en
este sentido: "Yo apunté al corazón del público y por accidente le dí en
el estómago". Se trata de una evocación en color sepia amarillento que
entra en las tripas del capitalismo, un discurso que vuelve a tener una rotunda
vigencia como se manifiesta en esta soberbia adaptación de algunos de los
capítulos de la novela por parte de Paul-Thomas Anderson para Pozos de ambición, un soberbio alegato que cuenta con
impresionantes interpretaciones, en particular del ya veterano Cecil Day Lewis,
por cierto hijo de uno de los poetas sociales más valorado del Reino
Unido.
Cuatro cosas sobre el
escritor: Upton Sinclair 1879-1968) procedía de una empobrecida familia de
capitanes mercantes; su padre, tratante de whisky en Baltimore, se arruinó por
la bebida. A los quince años, el muchacho tuvo que ganar el pan para él y
su madre; los estudios se los costeó penosamente mediante esporádicos trabajos
literarios; más tarde, vivió de la manera más precaria con mujer e hijo en una
tienda de campaña. No había cumplido todavía los veinte años cuando ya
escribía con una extraordinaria facilidad, y se creó un considerable prestigio
con una serie de seudónimos escribiendo literatura para los jóvenes. Con 28
años escribió su obra más clásica La jungla (1906; hay una edición en Noguer,
Barcelona, 1977), basada en sus trabajos como periodista “desenterrador de
porquerías” o “escarbador en la mierda”, que era como se les llamaba, y cuando
ya hacía tiempo que militaba en el partido socialista y escribía en sus diarios
y revistas en un tiempo en que éste partido avanzaba en cada consulta
electoral. Esta novela, en la que describe con perturbadora crudeza la vida de
los trabajadores en los mataderos de Chicago, causó una enorme conmoción, y
todavía se edita como un clásico de la narrativa socialista. Su influencia fue
tal que obligó a las e impresionó tanto al presidente Theodore Roosevelt que le
adscribió a una junta de inspección de industrias cárnicas que introdujo
reformas sustanciales en las condiciones de trabajo, y fue entendida como una
demostración de la capacidad de las letras de influir en la vida social.
Una obra tan copiosa
como la de Sinclair resulta difícil de encajar en cualquiera de las categorías
habituales. La
jungla había sido precedida por varias novelas, de las que
la mejor es Manassas (1904);
revisada en 1959, primer volumen de una proyectada trilogía sobre la Guerra civil nunca
completada, y se insertaba en la tradición inaugurada por Emile Zola con Germinal, un modelo como lo fue también para
cierto Jack London (Gente del abismo) y para Frank Norris, especialmente conocido entre nosotros por una obra
que sería la base argumental para una de las películas más mayores de la
historia del cine, Avaricia(USA, 1923), obra
“maldita” de Eric Von Stroheim, y uno de los mayores alegatos contra el egoísmo
propietario. Sinclair entregó las ganancias de su novela a la fundación Helicón
Hall, un experimento de puesta en pie de una experiencia socialista, en una
comunidad de jóvenes entre los que se encontraba Sinclair Lewis, que acabó con
un trágico incendio, según algunas hipótesis, en absoluto casual. El caso es
que destruyó la empresa y Upton se quedó sin un céntimo.
En los años veinte,
Upton participó en la fundación del American Civil Liberties Union
(Sindicato por las libertades civiles americanas), aunque la verdad es que
–como quedaría ampliamente demostrado-, la capacidad narrativa de Sinclair no
estaba acompañada por una reflexión teórica equiparable, y se presentó sin
éxito como candidato progresista al Senado por California en plena Depresión
con el atractivo programa EPIC: “End Poverty in California” (Pongamos fin a la
pobreza en California). Animado por un cierto sentimiento de un profeta, nunca
consiguió trasladar a la arena política el éxito de sus libros, una obra que
supera el centenar de títulos, y de las que se vendieron millones. Su
bibliografía ha registrado más de un millar de versiones en un centenar de
lenguas. Entre ellas destaca un animado relato de los primeros treinta y
cinco años de su vida en American
Outpost(1932), un volumen ulteriormente incorporado a su Autobiography (1962), aparecida cuando
ya era una vieja gloria con un tono muy lejano a aquellos sueños libertarios
que le llevaron a auspiciar con sus propios medios la filmación de ¡Que Viva México¡ (USA,
1932), obra incompleta pero totalmente determinante para todo el cine ulterior
sobre México de un Serguei M. Eisenstein que se había permitido despreciar a
los magnates de Hollywood proponiéndoles una adaptación de Una tragedia americana, de Theodor Dreiser indudablemente muy
distante de la famosa que haría años más tarde George Stevens con el título de Un lugar en el sol (USA,
1951). Sinclair escribió sobre la industria capitalista -su tema más popular- y
lo hizo con métodos industriales: fue un autor de best seller de prosa fácil,
pero incisiva en la que un cierto simplismo marxista se conjuga con una
tradición jeffersoniana susceptibles de lecturas socialistas, así como de una
revalorizaron del libertarismo de Thoreau, el predicador de la
desobediencia civil y de la vida si sumisión.
Cenit publicó en 1930 Un patriota 100 por 100, y en 1937 el Comisariat de Propaganda
de la Generalitat
publicó ¡No pasarán!. Un relato sobre el sitio de Madrid…Durante
el franquismo más crudo sus obras apenas si fueron editadas.
Upton continuó con una
larga serie de ataques, toscos desde el punto de vista marxista contra las
instituciones y los abusos de la sociedad capitalista, desde las operaciones
de Wall Street en The
Mooneychangeers (1908)
hasta la industria del automóvil en The Flivver King (1937)… En King Coal (1917) denuncia el tratamiento
de los huelguistas de las minas de Colorado… Boston (1928) es el relato, algo denso, del
proceso y ejecución de Sacco y Vanzettí que trata del caso de los anarquistas
italianos que fueron asesinados por sus ideas revolucionarias..
Sinclair es a veces un narrador ágil y ameno, pero su constante prejuicios
socialistas no permite que sus novelas se eleven del nivel de tratado
ideológico. Medio más apto para sus dotes combativas y sus ideas sobre reforma
social era la vigorosa serie de polémicas que escribió entre 1918 y 1927... De
su famosa colección de once novelas, un inmenso román fleuve obtuvo una inmensa popularidad con frecuencia ingenuo
y otras tantas plúmbeo, da vueltas sobre Lanny Budd, un adinerado agente
secreto que participa en importantes acontecimientos internacionales, destacan El fin del mundo (1940) y Los dientes del dragón (1942), que trata de la Alemania nazi y fue
galardonada con el Premio Pulitzer en 1943. También escribió La autobiografía de Upton
Sinclair (1962
Al igual que John Reed y
tantos otros radicales de izquierdas, Upton Sinclair saludó jubilosamente la
revolución de octubre, pero esto no significaba que sus ideas coincidieran con
las de los bolcheviques. Ya en 1915, cuando el americano se alzó con una
llamada contra la guerra, Lenin calificó a Upton Sinclair de “socialista
de sentimiento”. “La llamada de Sinclair me produce una impresión de
candidez...”, precisó Lenin. La carencia de entendimiento para la situación
revolucionaria objetiva y para la organización revolucionaria no puede suplirse
con sentimientos. Sinclair trata de apartar “la dura e implacable lucha de las
poderosas corrientes dentro del socialismo” (esto es, entre los socialistas
democráticos y unas tentativas revolucionarias enfrentadas a situaciones no
previstas por su escuela) con ayuda de la retórica. Su obra fue propagada en la URSS en ediciones masivas, y
Trotskly, la conciencia de la revoluciçón le criticó muy duramente. Sin
embargo, dada sus tradiciones socialistas clásicas acabaron enemistándole con
las autoridades estalinianas sin caer
pro ello en el anticomunismo de un Dos Passos.
En una carta a Fadeiev,
que lo había alabado como “flor de la cultura mundial” y “amigo de la Unión Soviética”,
antepuso una reconsideración de las libertades con la misma simplicidad que por
ejemplo, antes había justificado su silencio ante los “procesos de Moscú”, y le
precisó: “He dedicado mi vida a la tarea de luchar en pro de la democracia
americana por medio de la crítica de sus imperfecciones... Poder ejercer este
derecho de practicar una crítica abierta, tengo que agradecérselo a mi Creador
y a aquellos grandes revolucionarios americanos que lucharon por nuestra
libertad y por la
Constitución bajo la cual podemos disfrutar hoy de ese
derecho. También al pueblo ruso le fue dada una Constitución que anunciaba su
libertad, pero esta Constitución sigue sin haber sido llevada a la práctica;
sirve únicamente para la propaganda. .. Quien se atreviera en la Unión Soviética a
criticar los defectos del sistema actual, en forma parecida a como yo he atacado
las imperfecciones de mi propio país, sería inmediatamente fusilado, como lo
han sido miles antes que él”.
Después de enviar una
carta a Stalin en 1952 con la pregunta de sí quería pasar a la historia como
conquistador o como estadista para que en Rusia fuese dada la orden de que los
millones de ejemplares de sus libros desaparecieran de la vida
soviética, como si nunca hubiesen existido. Falleció amargado, desconfiado de
unos y otros, ajeno a las nuevas realidades, pero sin haber nunca traicionado
los hermosos ideales de su juventud. En su obra, no hay ni una sola en la que
no haya una denuncia del capitalismo como una vía de sometimiento de las masas
y de negación de las libertades…
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