Charlton Heston o el
Moisés con el Winchester
Nos guste o no, sucedido
y sucede en la literatura (Balzac podría ser un buen ejemplo, aunque ahora los
ejemplos son muchos más abundantes), y en la vida. No hay más que ver el
espectáculo que están dando muchos “revolucionarios” de los setenta, y el
asunto se complica cuando existe una obra por medio, una obra que no podemos
abandonar a manos de los mercaderes. En las épocas reaccionarias no hay mucha
gente que mantenga su coherencia, aunque un actor puede trabajar en empeños que
tienen poco que ver con lo que realmente piensa, así por ejemplo, James
Stewart, el emblemático demócrata e ingenuo de las películas de Frank Capra era
un torvo reaccionario, un entusiasta del Ronald Reagan, líder de la “contra”. El
caso de Heston no es, en principio, muy diferente. Con tal de mantener la fama
y sus privilegios, no dudó en actuar como un verdadero mercenario, sin embargo,
éste Mr. Hyde tenía su parte de Dr. Jekyll, alguien que tiene otra parte en su
biografía, y no se puede confundir una con la otra so pena de caer en una
simplificación sectaria que nada tiene que ver con el pensamiento crítico
Al actor de Evanston
(Illinois) cuyo verdadero nombre era John Charles Carter, nadie le podría
quitar su lugar en la gran historia del cine, y una parte considerable de su
filmografía forma parte de un imaginario popular del que no podemos ni debemos
desprendernos. Las dos primeras décadas de su trabajo (1950/1970), fue
coincidente con el “canto de cisne del Hollywood industrial, y trabajó con
directores de la talla de Wlliam Dieterle (con el que hizo su debut profesional
en un policiaco bastante estimable, ciudad en sombra, al lado de la inquietante
Lizabet Scout), King Vidor (en Pasión bajo la niebla, un melodrama de primera
con un poderoso aliento poético y social, y al lado de una Jennifer Jones en
línea Perla Chaves?, Byron Haskin (en la mítica Cuando ruge la marabunta, un
título que aterrizó a toda una generación, dejando la expresión “marabunta”
como regalo para el idioma, y en la que el duelo entre él y Eleanor Parker nos
hace olvidar una selva tropical de estudios y unos FX artesanales de verdad),o
William Wyler, que aunque fuese en su decadencia, se manifestó en dos películas
de enorme popularidad, The Big Country
(Horizontes de grandeza?, y sobre todo Ben
Hur, que le reportó un oscar tan injusto como la mayoría de los otorgados
en aquel año. Wyler había tratado de convencer antes a Burt Lancaster para el
papel del burgués hebreo que triunfa en la Roma imperialista, pero éste le contestó airado:
¨”Pero, William, ,¿cómo te prestas a hacer esa mierda de películas? .
Pero está claro que por
más que objetivemos su carrera, Heston no fue ni la mitad e buen actor que
Lancaster, ni desde luego tuvo su decencia básica. Por ejemplo, a Lancaster no
le habría importado lo más mínimo actuar concientemente en el guiño homosexual
que Wyler y el guionista Gore Vidal introdujeron en el primer encuentro centre
Ben Hur y Mesala, con el beneplácito de éste último, o sea del infravalorado
Stephen Boyd, éste sí digno de un Oscar secundario que se lo dieron finalmente
a Hugo Griffith para halagar a los árabes que pudieron interpretar este
“colosal” como una nada oculta apología sionista. Por supuesto, todo esto no
tiene nada que ver con fragmentos que hacen Ben
Hur inolvidable, sobre todo la espectacular carrera de cuadrigas por más
que ya Fred Niblo se había lucido mucho más libremente en la versión muda.
Heston seguramente
habría sido ni la mitad de lo conocido de lo que llegó a ser sin la prestación
que en 1952 lo hizo el más avanzado Cecil B. deMille convirtiéndole en un
trasunto de Barnum en la estupenda El mayor espectáculo del mundo, y sobre todo
cuando lo contrató para hacer de Moisés (según don Cecil por su parecido con el
de Miguel Ángel), papel que lo erigido en uno de los mitos de la época,
recordemos que ésta épica versión del Éxodo fue un éxito casi sin parangón en
un tiempo en el que la TV
ya comenzaba a ser competidora del cine. En las grandes capitales, Los diez
mandamientos (1956) sobrepasaron los dos años de colas diarias. Es indiscutible
que Heston dio una gran prestancia al mito bíblico, y hasta nos hizo creer que
un pueblo que estaba todavía por nacer había sido capaz de liberarse de una
esclavitud que en la película era, pues eso, la esclavitud como nos la
imaginábamos, y además de vencer con su Dios particular a la mayor
civilización, no solo de entonces sino de todos los tiempos. Para colmo,
DeMille trató de realizar una parábola sobre la libertad y el “totalitarismo”,
y para mayor soberbia, proclamando que se había apoyado en la investigación
histórica. El caso es que, dislates aparte, la película sigue marcando el
imaginario religioso sobre la
Biblia, y sigue anulando todas las versiones ulteriores,
todas ellas más rigurosas, pero menos convincentes y espectaculares. Después,
Heston todavía trabajó para DeMille en su inacabado “remake” de Corsarios de
Florida que con el nombre de Los Bucaneros fue acabada por su yerno, Anthony
Quinn, quien tuvo suficiente para aprender que su lugar no estaba detrás de las
cámaras.
Entre Moisés y Ben Hur
hicieron que Charlton Heston se convirtiera en el actor más apreciado del
género histórico en general, y del “peplum” en particular, sustituyendo al
estólido Víctor Mature. Fue súbdito del imperio romano en varias películas, la
presuntuosa La historia más grande jamás contada, cuyo único acierto quizás
fuese que su director, George Stevens, rechazó a Heston como Jesús para escoger
a Max Von Sydow; la olvidada El asesinato
de Julio César, adaptación shakespeariana eclipsada por la versión de
Joseph L. Mankiewicz;y Marco Antonio y Cleopatra, una fallida coproducción
rodada en España que resultó un fracaso sin paliativos, y que supuso el debut
de Charlton detrás de las cámara, actividad que más tarde otorgaría a su hijo
Fraser, del que nadie ha hablado en estos días, pero al que al menos hay que
reconocerle una atractiva adaptación de La isla del tesoro, con un Charlton muy
adecuado en el papel de John Silver “El Largo”, quien podemos asegurar habría
considerado un deshonor presidir un consorcio tan criminal como la NRA.
No ha habido necrológica
que no haya hecho mención a la dedicación del actor a los grandes personajes
“históricos”, y la lista es larga: general y luego presidente Jackson (Los bucaneros y Una dama marcada, respectivamente); Buffalo Hill (Poney Express, un western menor pero con
cierto encanto y una espléndida Rhonda Fleming); Moisés, El Cid (en realidad un
western con menos rigor histórico que La diligencia, que ya es decir); Miguel
Ángel en El tormento y el extásis,
(el mejor sería en Julio II de Rex Harrison), el general Gordon en Khartoum, un “colosal” con mayor rigor
histórico del habitual…
Paradójicamente, por la
misma época en que el actor daba la espaldas a sus compromisos con los Derechos
Civiles, y se situaba en la extrema derecha más peligrosa del mundo, apoyando
en 1964 al senador Goldwater para el que Nixon era poco menos que un comunista,
fue también la misma época en la que se comprometió para que Sam Pekinpah
pudiera concluir su extraordinaria Mayor
Dundee, que acabó siendo una obra obviamente irregular, el montaje final le
fue arrebatado a su autor, y el mismo sentido de su obra…Fue también gracias al
propio Heston que Franklin Schaffner pudo hacer dos de sus mejores películas, El señor de la guerra (1965?, basado en
un soberbio guión de Leslie Stevens, y que resultó la mejor aproximación que se
recuerda de Hollywood sobre la
Europa medieval, y El planeta de los simios (1967), magnífica
adaptación de la novela de Pierre Boulle, y cuyo contenido político
radicalmente pacifista y antinuclear, se encontraba en las antípodas de las del
gran actor y pésimo individuo. Heston ya había logrado en 1958 que Orson Welles
pudiera realizar Sed de mal, la que, a la postre, sería la mejor de toda su
carrera, a mil leguas de las cuadrigas y de todos los dioses. Sed de mal
quedará como uno de los thrillers más ricos y complejos de la historia del
cine. Su intervención también fue decisiva para la realización de un western
renovador y valiente: Will Penny
(1968), de Tom Gries, un director que habría que reconsiderar, y que aquí se
llamó tontamente El más valiente entre mil.
Desde 1968 apenas si
trabajara en algún que otro título de interés. Se puede hablar de excepciones
como Soyleent Green (Cuando el
destino nos alcance), de contenido eminentemente subversivo sí se sabe
interpretar, y que significó la despedida de Edgard G. Robinson en un papel a
la medida; Hamlet, la ya mencionada
adaptación de Robert Louis Stevenson, y poco más. En su más decrépita
decadencia, Heston se hundió en el lodazal al ejercer entre 1998 y 2003 el
papel de presidente de la
National Rifle Association (Asociación Estadounidense de
Armas de Fuego), desde la que defendió ardientemente el derecho a la libre
posesión de armas de fuego en Estados Unidos. Solamente por el retrato que
sobre Heston ofrece Michael Moore en su documental Bowling for Columbine, éste merecerá un lugar en la historia de la
conciencia humana. A Moisés le importaban los pobres y los débiles un cojón.
Aunque es seguro que no hay cielo, no está tan claro que no haya infierno, hay
mucha gente que lo merece. Allí me imagino a Charlton Heston junto con Ronald
Reagan, y ambos en un cine de sesión interminable, y por el que desfilan
imágenes de víctimas del sistema “democrático” desde el que tanto daño hicieron
a los de abajo.
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