jueves, 19 de mayo de 2016

Charlton Heston o el Moisés con el Winchester




Charlton Heston o el Moisés con el Winchester
Nos guste o no, sucedido y sucede en la literatura (Balzac podría ser un buen ejemplo, aunque ahora los ejemplos son muchos más abundantes), y en la vida. No hay más que ver el espectáculo que están dando muchos “revolucionarios” de los setenta, y el asunto se complica cuando existe una obra por medio, una obra que no podemos abandonar a manos de los mercaderes. En las épocas reaccionarias no hay mucha gente que mantenga su coherencia, aunque un actor puede trabajar en empeños que tienen poco que ver con lo que realmente piensa, así por ejemplo, James Stewart, el emblemático demócrata e ingenuo de las películas de Frank Capra era un torvo reaccionario, un entusiasta del Ronald Reagan, líder de la “contra”. El caso de Heston no es, en principio, muy diferente. Con tal de mantener la fama y sus privilegios, no dudó en actuar como un verdadero mercenario, sin embargo, éste Mr. Hyde tenía su parte de Dr. Jekyll, alguien que tiene otra parte en su biografía, y no se puede confundir una con la otra so pena de caer en una simplificación sectaria que nada tiene que ver con el pensamiento crítico
Al actor de Evanston (Illinois) cuyo verdadero nombre era John Charles Carter, nadie le podría quitar su lugar en la gran historia del cine, y una parte considerable de su filmografía forma parte de un imaginario popular del que no podemos ni debemos desprendernos. Las dos primeras décadas de su trabajo (1950/1970), fue coincidente con el “canto de cisne del Hollywood industrial, y trabajó con directores de la talla de Wlliam Dieterle (con el que hizo su debut profesional en un policiaco bastante estimable, ciudad en sombra, al lado de la inquietante Lizabet Scout), King Vidor (en Pasión bajo la niebla, un melodrama de primera con un poderoso aliento poético y social, y al lado de una Jennifer Jones en línea Perla Chaves?, Byron Haskin (en la mítica Cuando ruge la marabunta, un título que aterrizó a toda una generación, dejando la expresión “marabunta” como regalo para el idioma, y en la que el duelo entre él y Eleanor Parker nos hace olvidar una selva tropical de estudios y unos FX artesanales de verdad),o William Wyler, que aunque fuese en su decadencia, se manifestó en dos películas de enorme popularidad, The Big Country (Horizontes de grandeza?, y sobre todo Ben Hur, que le reportó un oscar tan injusto como la mayoría de los otorgados en aquel año. Wyler había tratado de convencer antes a Burt Lancaster para el papel del burgués hebreo que triunfa en la Roma imperialista, pero éste le contestó airado: ¨”Pero, William, ,¿cómo te prestas a hacer esa mierda de películas? .
Pero está claro que por más que objetivemos su carrera, Heston no fue ni la mitad e buen actor que Lancaster, ni desde luego tuvo su decencia básica. Por ejemplo, a Lancaster no le habría importado lo más mínimo actuar concientemente en el guiño homosexual que Wyler y el guionista Gore Vidal introdujeron en el primer encuentro centre Ben Hur y Mesala, con el beneplácito de éste último, o sea del infravalorado Stephen Boyd, éste sí digno de un Oscar secundario que se lo dieron finalmente a Hugo Griffith para halagar a los árabes que pudieron interpretar este “colosal” como una nada oculta apología sionista. Por supuesto, todo esto no tiene nada que ver con fragmentos que hacen Ben Hur inolvidable, sobre todo la espectacular carrera de cuadrigas por más que ya Fred Niblo se había lucido mucho más libremente en la versión muda.
Heston seguramente habría sido ni la mitad de lo conocido de lo que llegó a ser sin la prestación que en 1952 lo hizo el más avanzado Cecil B. deMille convirtiéndole en un trasunto de Barnum en la estupenda El mayor espectáculo del mundo, y sobre todo cuando lo contrató para hacer de Moisés (según don Cecil por su parecido con el de Miguel Ángel), papel que lo erigido en uno de los mitos de la época, recordemos que ésta épica versión del Éxodo fue un éxito casi sin parangón en un tiempo en el que la TV ya comenzaba a ser competidora del cine. En las grandes capitales, Los diez mandamientos (1956) sobrepasaron los dos años de colas diarias. Es indiscutible que Heston dio una gran prestancia al mito bíblico, y hasta nos hizo creer que un pueblo que estaba todavía por nacer había sido capaz de liberarse de una esclavitud que en la película era, pues eso, la esclavitud como nos la imaginábamos, y además de vencer con su Dios particular a la mayor civilización, no solo de entonces sino de todos los tiempos. Para colmo, DeMille trató de realizar una parábola sobre la libertad y el “totalitarismo”, y para mayor soberbia, proclamando que se había apoyado en la investigación histórica. El caso es que, dislates aparte, la película sigue marcando el imaginario religioso sobre la Biblia, y sigue anulando todas las versiones ulteriores, todas ellas más rigurosas, pero menos convincentes y espectaculares. Después, Heston todavía trabajó para DeMille en su inacabado “remake” de Corsarios de Florida que con el nombre de Los Bucaneros fue acabada por su yerno, Anthony Quinn, quien tuvo suficiente para aprender que su lugar no estaba detrás de las cámaras.
Entre Moisés y Ben Hur hicieron que Charlton Heston se convirtiera en el actor más apreciado del género histórico en general, y del “peplum” en particular, sustituyendo al estólido Víctor Mature. Fue súbdito del imperio romano en varias películas, la presuntuosa La historia más grande jamás contada, cuyo único acierto quizás fuese que su director, George Stevens, rechazó a Heston como Jesús para escoger a Max Von Sydow; la olvidada El asesinato de Julio César, adaptación shakespeariana eclipsada por la versión de Joseph L. Mankiewicz;y Marco Antonio y Cleopatra, una fallida coproducción rodada en España que resultó un fracaso sin paliativos, y que supuso el debut de Charlton detrás de las cámara, actividad que más tarde otorgaría a su hijo Fraser, del que nadie ha hablado en estos días, pero al que al menos hay que reconocerle una atractiva adaptación de La isla del tesoro, con un Charlton muy adecuado en el papel de John Silver “El Largo”, quien podemos asegurar habría considerado un deshonor presidir un consorcio tan criminal como la NRA.
No ha habido necrológica que no haya hecho mención a la dedicación del actor a los grandes personajes “históricos”, y la lista es larga: general y luego presidente Jackson (Los bucaneros y Una dama marcada, respectivamente); Buffalo Hill (Poney Express, un western menor pero con cierto encanto y una espléndida Rhonda Fleming); Moisés, El Cid (en realidad un western con menos rigor histórico que La diligencia, que ya es decir); Miguel Ángel en El tormento y el extásis, (el mejor sería en Julio II de Rex Harrison), el general Gordon en Khartoum, un “colosal” con mayor rigor histórico del habitual…
Paradójicamente, por la misma época en que el actor daba la espaldas a sus compromisos con los Derechos Civiles, y se situaba en la extrema derecha más peligrosa del mundo, apoyando en 1964 al senador Goldwater para el que Nixon era poco menos que un comunista, fue también la misma época en la que se comprometió para que Sam Pekinpah pudiera concluir su extraordinaria Mayor Dundee, que acabó siendo una obra obviamente irregular, el montaje final le fue arrebatado a su autor, y el mismo sentido de su obra…Fue también gracias al propio Heston que Franklin Schaffner pudo hacer dos de sus mejores películas, El señor de la guerra (1965?, basado en un soberbio guión de Leslie Stevens, y que resultó la mejor aproximación que se recuerda de Hollywood sobre la Europa medieval, y El planeta de los simios (1967), magnífica adaptación de la novela de Pierre Boulle, y cuyo contenido político radicalmente pacifista y antinuclear, se encontraba en las antípodas de las del gran actor y pésimo individuo. Heston ya había logrado en 1958 que Orson Welles pudiera realizar Sed de mal, la que, a la postre, sería la mejor de toda su carrera, a mil leguas de las cuadrigas y de todos los dioses. Sed de mal quedará como uno de los thrillers más ricos y complejos de la historia del cine. Su intervención también fue decisiva para la realización de un western renovador y valiente: Will Penny (1968), de Tom Gries, un director que habría que reconsiderar, y que aquí se llamó tontamente El más valiente entre mil.
Desde 1968 apenas si trabajara en algún que otro título de interés. Se puede hablar de excepciones como Soyleent Green (Cuando el destino nos alcance), de contenido eminentemente subversivo sí se sabe interpretar, y que significó la despedida de Edgard G. Robinson en un papel a la medida; Hamlet, la ya mencionada adaptación de Robert Louis Stevenson, y poco más. En su más decrépita decadencia, Heston se hundió en el lodazal al ejercer entre 1998 y 2003 el papel de presidente de la National Rifle Association (Asociación Estadounidense de Armas de Fuego), desde la que defendió ardientemente el derecho a la libre posesión de armas de fuego en Estados Unidos. Solamente por el retrato que sobre Heston ofrece Michael Moore en su documental Bowling for Columbine, éste merecerá un lugar en la historia de la conciencia humana. A Moisés le importaban los pobres y los débiles un cojón. Aunque es seguro que no hay cielo, no está tan claro que no haya infierno, hay mucha gente que lo merece. Allí me imagino a Charlton Heston junto con Ronald Reagan, y ambos en un cine de sesión interminable, y por el que desfilan imágenes de víctimas del sistema “democrático” desde el que tanto daño hicieron a los de abajo.
De tanto en tanto, se pasaría también algunas de las películas buenas que hicieron.


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