jueves, 12 de mayo de 2016

La Rosa de fuego en el cine




 La Rosa de fuego en el cine

Resultado de imagen de la ciutat cremada1. La ciutat cremada. La ciudad de Barcelona conoció revueltas en el siglo XIX: 1835, 1843, 1954-856…Huelgas generales y revueltas en el siglo XX: 1902, revolución de julio 1909, huelga general de 1917, proclamación de la República en abril de 1931, huelga general e insurrección en octubre de 1934, jornadas de julio de 1936, jornadas de mayo de 1937, y todavía un epílogo bajo el franquismo con la huelga de tranvías de 1951. Décadas de efervescencia sociale como la de los años treinta y setenta (esta encauzada electoralmente y desactivada), un historial social y militante que  hicieron que se la llamara “La Rosa de Foc”, la Rosa de Fuego.
También se la ha llamado “la capital del anarquismo”, la “Barcelona de las utopías”, todo ello expresión de una “lucha por Barcelona” que se expresa en las agitaciones sociales y en la cultura, singularmente en un ciclo que va desde finales del silo XIX hasta 1937, fecha que cierra todo un tiempo, y sobre la que escribirá uno de sus lúcido: “La revolución ya no era más que un sueño distante, desbancado por la guerra. Esto no evitó que la ciudad fuese castigada por su `herejía´ revolucionaria. De 1937 a 1939, los bombardeos aéreos mataron a 2.428 personas y destruyeron alrededor de 1.500 edificios en la `ciudad del mal´. Los bombardeos sobre la red urbana no fueron totalmente aleatorios o indiscriminados, lo que es muy revelador. Más bien, el terror de los cielos se desplomó sobre los barris especialmente sobre el Raval, la Barceloneta y Poble Sec, sin importar que estas zonas tuviesen o no blancos militares significativos. En comparación los barrios burgueses no sufrieron grandes daños. Esta represión con objetivos específicos alcanzaría su cúspide durante la dictadura de Franco,  la clase obrera soportaría lo más duro de la política estatal y cuando la humillación de la ciudad proletaria se convirtió en estrategia del régimen. Aunque la ciudad de los obreros sobreviviría a la larga noche del franquismo, la cultura sindical que se descubrió a la década de 1970 tenía poco que ver con la que había años antes (Chris Ealham, La Lucha por Barcelona, Alianza, Madrid,  2005, p. 304).
Hay pues un antes y un después de mayo de 1937, preludio de la ocupación militar-fascista, después de la cual el cine apenas si podrá expresar la historia de una resistencia desesperada. El tiempo de la guerra y la revolución merecen un punto y aparte. En cuanto al tiempo anterior,  al que precede la II República, el cine ha producido algunos títulos de interés desigual…
 El anarquista catalán más conocido de esta época será sin duda Francesc Ferrer i Guàrdia, sobre el que Albert Camus diría que “pensaba que nadie era malo voluntariamente y  que todo el mal que hay  en el mundo proviene de la ignorancia. Por eso los ignorantes lo asesinaron y la ignorancia criminal se perpetúa todavía hoy en día a través de nuevas e incansables inquisiciones. Sin embargo, delante de ellas algunas de sus víctimas, como Ferrer, siempre estarán vivas.
Richard Porton vincula a Ferrer con Emma Goldman porque ambos “extendieron la indivisilidad de teoría y práctica a la política sexual, el arte de vanguardia y la pedagogía radical” (2002; 15). Maldecido durante el franquismo –que fue especialmente brutal contra los maestros como detalla un documental tan necesario como La República de loa maestros-, Ferrer siempre fue objeto de la admiración del pueblo trabajador, eso es algo que siempre ha estado en el ambiente, hasta en los años más oscuros. No hace mucho que en Andalucía una anciana prima de mi padre me cantaba una canción sobre Ferrer i Guardia que había aprendido de niña. Nacido en el seno de la una familia campesina, Francecs era el séptimo en una prole de once hijos. Su primera experiencia escolar le causó una impresión imborrable, que le hará decir décadas más tarde: “Educar equivale a domar, adiestrar, domesticar (…) para hacer la bases de la Escuela Moderna no tengo más que tomar lo contrario de lo que viví en mi infancia”. Republicano federal,  se distanció de estos para aproximarse al anarquismo, y tomar buena nota de las propuestas pedagógicas de Paul Robin.
Resultado de imagen de la ciutat cremadaHabría para una buena película con toda la trama de su vida, del juicio y muerte, y de hecho ya existe una buena literatura. Pero siendo Ferrer todavía una figura “controvertida” para la derecha del país (en su biografía de Cambó, el académico conservador Jesús Pabón, lo describió como “el gran hombre era un nombre a media. Medio Landrú; a medias inteligente e ilustrado; educador a medias y a medias hombre de acción; a medias trabajador material, maestro sin título, y burgués adinerado”), la única vía posible han sido al menos dos documentales de cierta entidad.
Hasta ahora la película más representativa en cuanto a los acontecimientos de 1909 es La ciutat cremada, al tiempo que sigue siendo la más ambiciosa que se haya realizado sobre cualquier capítulo la historia social catalana. Resultó un título emblemático de la primera fase de la Transición, y suscitó las expectativas de una “cine nacional popular catalán” que se verían más tarde brutalmente decepcionadas. Sobre todo porque su director pretende “decirlo todo” y lo hace con una escasez de medios que convierten en irrisoria lo que pretende ser un cine espectacular y de masas.  Su trama concluye con la “revolució del juliol”, también llamada Semana Trágica (“trágica” para los reaccionarios que montaron  sobre ella toda una “leyenda negra” de Iglesias quemadas y monjas violadas; “trágica” para el movimiento obrero porque su fracaso significó una nueva fase de represión y el cadalso para Ferrer i Guardia),  y su éxito animó a su director y guionista con la voluntad de seguir con más episodios,  con un proyecto todavía más ambicioso sobre el papel justamente cuando el signo de la coyuntura política  se había desplazado hacia el  “desencanto”.
Su director, Antonio Ribas  había conseguido un cierto prestigio crítico, sobre con una película “cruda y valiente” para la época, Las salvajes del Puente de San Gil (1967), adaptación de una obra teatral de Martin Recuerda, que en su momento había tenido serios problemas con la censura, sobre todo  porque enfocaba la prostitución desde un punto de vista muy diferente al católico tradicional. Ribas (junto con Miquel Sanz) comenzó a escribir La ciutat...en 1975, o sea cuando el “Caudillo” todavía estaba vivo; su rodaje se inició el mismo año, y fue concluida en 1976, y su estreno suscitó un interés apasionado en Cataluña. Esto tanto por abordar una  fase  histórica muy emblemática y “maldita” para el franquismo, como por estar  en parte hablada en catalán. Comportaba también una apuesta por un “cine popular catalán” a imagen del italiano (se habló abusivamente de El gatopardo y de Novecento), por ello fue financiada en parte mediante un sistema de contribuciones voluntarias. A esta singularidad hay que añadirle el “morbo” de la presencia de conocidos antifranquistas como “actores secundarios”. Su estreno -en catalán- tuvo un carácter eminentemente reivindicativo. Su popularidad fue entonces enorme.
Aunque las cualidades como director de Antoni Ribas (1935-2007) hayan sido más que discutibles, no es menos que cierto que combatió como un Quijote por un cine nacional-popular tan necesario como “inviable” por estos lares, sobre todo después que todo volviera a atarse de nuevo. 
Su siguiente realización fue ¡Victoria!, hoy olvidada. Con ella, Ribas trató de ofrecer otro gran fresco nacional-popular sobre la historia de Cataluña que, empero, no encuentra la resonancia y los apoyos que se creía merecedor, entre otras cosas porque la movilización social que acompañó La ciutat cremada, se había quedado muy reducida...Dividida en tres partes rodadas entre 1982 y 1983 a pesar de gravísimos problemas de financiación y de toda clase de dificultades comenzando con los actores implicados, con los títulos de ¡Victoria! 1.  La gran aventura de un pueblo, ¡Victoria! 2.  El frenesí del 17 y ¡Victoria! 3. La razón y el arrebato, llegará a los cines de mala manera. De hecho, creo que únicamente fueron asequibles en su edición en vídeo. Sentado en el comedor de casa, con todos los intervalos necesarios, el “fresco” histórico también resultaba insoportable.
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A lo largo de unos interminables 385 minutos  Ribas intenta sintetizar las peripecias vividas por el teniente Rodríguez de Haro (Helmuth Berger), el militante obrero Jaime Canals (Xavier Elorriaga) y su mujer María Aliaga (Norma Duval) en la conflictiva Barcelona del verano de 1917, incluyendo la huelga general de agosto. A pesar del esfuerzo de conocidos asesores históricos gracias a los cuales Ribas va introduciendo trozos de lecciones de historia. La película adolece del mismo problema que la anterior solo que esta vez, multiplicado. Con ella, Ribas parece que como si no se hubiera enterado de que existía una cosa llamada sala de montaje. A esto hay que añadirle una tendencia a lo desmesurado. En medio de una notable confusión, Ribas trata de describir la situación de una España neutral durante la Gran Guerra a través del enfrentamiento del ejército con sus reivindicaciones profesionales, las fuerzas anarcosindicalistas con sus tentativas militantes a favor de la huelga general, sin olvidar sus pinceladas sobre una burguesía dividida entre aliadófilos y germanófilos. El fracaso será tal que la carrera del propio cineasta se verá seriamente comprometida hasta el punto de verse llamado a hacer una “sentada” de protesta en la que ostentó su carné cenetista y sus afanes reivindicativos, pero no se cuestionaba sus propias limitaciones.
Con todo, a pesar de su pésima calidad técnica, Ribas ofrecía una visión "demasiado de izquierdas", pese a que su cine era "en català"  para de esta manera poder ser subvencionado por la Generalitat de CiU (Convergencia i Unió) que si precisamente se ha caracterizado en sus largos años de mandato es en financiar bodrios infumables (literarios, artísticos y cinematográficos) de amiguetes con la excusa de la legitima defensa de un idioma subyugado. Tal vez sus películas fueran demasiado largas, pero daban una visión muy diferente de la historia de Catalunña de la que pretendió (y pretende) imponernos la Generalitat glorificando las tradiciones conservadoras y  silenciando los movimientos sociales promovidos por la clase trabajadora del último siglo para mayor gloria de la burguesía catalana. Eso explica que Cambó, que acabó financiando a Franco, tenga un monumento en uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad, y que personalidades como Ferrer (al que Bruselas dedicó uno de sus monumentos) o Seguí, carezcan de referentes urbanísticos.
La película centra la acción en el momento de convulsión revo­lucionaria de 1917, en el que intervienen como protagonistas cuatro sectores representativos de la lucha social: la burguesía industrial que aprovecha la situación de la guerra europea, los anarcosindicalistas de la CNT, los militares que tratan de reconducir los procesos políticos y los nacionalistas que aprovechan el momento para hacer realidad una república catalana...El resultado fue maltratado por la crítica, que considera que el director fracasaba a la hora de amalgamar los diversos elementos, a la ora de articular una síntesis,  así como en la dirección de actores. Y en la parte que aquí nos importa,  su aproximación al ascendente movimiento obrero y al anarcosindicalismo (que impulsó una huelga general), resulta bastante alicaido. Queda reducido a dos variantes, al que aparece detrás de la verborrea anticlerical de Lerroux (descrito meramente como un demagogo un tanto grotesco), y el que trata de encontrar en el esperanto la vía para sus sueños por un mundo mejor.

La Rosa de fuego: 2. La verdad del caso Savolta

Resultado de imagen de la verdad del caso savolta peliculaEditada en 1975, La verdad del caso Savolta es según algunos críticos la mejor novela de Eduardo Mendoza, quien inicialmente la tituló con sorna Los soldados de Cataluña, lo que no hizo la menor gracia a la censura que obligó al editor a cambiarlo.   Aunque en un principio fue un fracaso, en los años siguientes se multiplicaron las ediciones y actualmente sigue siendo la obra más reconocida de un autor de carácter más bien complaciente que cuando  escribió su columna de los lunes en El País nos hace lamentar la ausencia del tono incisivo y la indignación moral de su antecesor Manuel Vázquez Montalbán, su antecesor. Allá por enero de 1976, el productor Andrés Vicente Gómez compró los derechos y encar­gó el guión a Antonio Drove,  uno de los cineastas españoles más desaprovechados cuya película de práctica La caza de brujas (1967) fue prohibida durante varios años. Gutiérrez Aragón dijo  de él que por entonces “no militaba en ningún partido, pero su generosidad vital le llevaba a meterse en cualquier charco, y entonces llovía más que ahora”. Drove tuvo que ganarse las judías y seguir en el oficio  trabajando con José Luís Dibildos en comedietas llamadas de la “tercera vía” (presuntamente equidistante del cine oficialista y del “comprometido”), comenzando con una Tocata y fuga de Lolita (1974), en la que un todavía joven procurador en las Cortes franquistas con cierto parecido con Adolfo Suárez (Arturo Fernández), se ve obligado a modernizarse al enamorarse de la amiga de su hija. .Después de estas miserias, Drove  encontró su mayor oportunidad en esta adaptación.
No era cualquier cosa condensar la obra de Mendoza, por lo que ante las dificultades que surgen condensar semejante material, Drove pidió la colaboración del escritor y guionista profesional, el uruguayo Antonio Larreta, y con permiso de Mendoza adaptaron muy “libremente” la novela. Por lo tanto, desaparecieron diversos personajes y aparecieron otros nuevos. Con todo, el resultado seguirá siendo demasiado disperso, y hace que la trame resulte un tanto farragosa. Drove contará que mientras escribía el guión se encontró con su amigo, el abogado laboralista Sauquillo que conocía la novela y cuando le dio el guión, le dijo con entusiasmo: “! Tienes que hacer esta película como sea¡”. Un año más tarde, “Sauquillo y otros abogados laboralistas fueron asesinados en la calle Atocha. Una escena muy similar estaba en el guión”. Por lo que, explica el propio Drove, tuvieron “que esperar hasta el 78 para rodar”, y después de un largo y conflictivo rodaje, el filme no estuvo hasta 1979, cuando muchas cosas estaban cambiando, y el proyecto no encontró con el ambiente de inquietud crítica y militante que se encontró la novela.
Su formato fue el propio de una de aquellas coproducciones con Francia e Italia, y junto con los actores hispanos como José Luís López Vázquez y Ovidi Montllor, aparecían los italianos Omero Antonutti, Ettore Manni y Stefa­nia Sandrelli engañando al pobre “Pajarito” con el oscuro Javier Miranda (Ovidi Montllor), más el francés Charles Denner, un habitual de Truffaut. Sin embargo Drove solamente pudo controlar la parte española y no la italiana y la francesa, por lo que se supone que en estos casos dichos actores tienen un mayor protagonismo. Con todo, Drove demostró que era bien capaz de afrontar proyectos de altura, y se aplicó a subrayar de una manera muy precisa un canto al anarquismo más idealista, el expresado tanto por el periodista “Pajarito” (un excelente José Luís López Vázquez), como por los militantes obreros que se oponen a los negocios sucios de unos “soldados de Cataluña” cuyo único propósito era extraer el máximo beneficio de la guerra europea, para lo cual no dudan en crear un sistema de represión antiobrera cuya lógica apunta claramente hacia el fascismo en ciernes.
Resultado de imagen de la verdad del caso savolta peliculaEl argumento transcurre en una Barcelona oscura, y durante los años finales de la “Gran Gue­rra”, que fueron años de “vacas gordas” para los empresarios que supieron aprovechar las ventajas de la neutralidad hispana. Es pues una época del enriquecimiento fácil, del ascenso de grandes fortunas amasadas en poco tiempo, y a costa de imponer una brutal explotación a los trabajadores. Enrique Savolta (Omero Antonutti), pero sobre todo su oscuro socio Leprince (Charles Denner), no dudan en utilizar la violencia para neutralizar las acciones reivindicativas, hasta que un día los matones a su servicio se exceden y un obrero muere, otro más. Un periodista habituado a meter la nariz donde la presa convencional no se atreve a mirar, Domingo Pajarito de Soto, descubre, que la fábrica de armas de no sólo vende sus productos al ejército francés, sino también al alemán, una verdad que ni tan siquiera Salvota conoce, y él mismo, tras contactar con la CNT, publica un panfleto clandestino denunciándolo todo y llamando al huelga. El mentor de este gran negocio es el ambicioso francés Jean André Leprince (Charles Denner), que ha conseguido la confianza de Savolta por hacerle los “trabajos sucios” con la ayuda del violento Nicolás Claudedeu (Etto­re Manni). Sus intrigas son de gran alcance, y pasan por un matrimonio con la hija de Savolta, y de esta  manera here­dar su pequeño imperio, eliminando de paso a Salvota, un empresario tradicional que no controla sus empresas, y que muere cuando está a punto de descubrir el doble juego.
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En medio de estas contradicciones tiene lugar la amenaza de una huelga animada por la CNT, que empero, aparece como algo secundario, de fondo. Los cenetistas amenazan con sus exigencias y su denuncia tanto la dinámica de los beneficios  como el entramado de Leprince, en el que convergen otros intereses de fondo, de manera que con su lucha lo  pueden hundir todo. En un principio, Leprince trata de pactar con Pajarito de Soto a través del  oscuro oficinista Javier Miranda (Ovidi Montllor), pero la situación se le escapa de las manos, Pajarito no se deja corromper y cuenta con la complicidad de los trabajadores. La única salida que le queda a Leprince para mantener su juego pasa por matar a  grupo de anarquistas, amigos de Pajarito de Soto, lo sucede en plenas Navidades. Al mismo tiempo, orienta los hechos para que parezca  el periodista  ha vendido a los trabajadores. También organiza un elaborado móvil y sus pistoleros asesinan al cada vez más desconfiado Savolta en su propia casa, con ocasión de la cele­bración de un baile de fin de año, y con la excusa de la detención de todos los sospechosos, descabeza el movimiento obrero. Tras acabar también con  Pajarito, cierra su maniobra apoderándose de los papeles que le comprometen, todo con la complicidad del testigo Javier Miranda que de esta manera podrá ascender  socialmente. Llegan las noticias de la revolución de Octubre de 1917,  y la emergencia de una nueva fase histórica en la que los empresarios como Leprince apuestan por las dictaduras, y la película se cierra con un detallado informe sobre las consecuencias del pistolerismo patronal. Un detalle que viene a suplir las deficiencias de la trama sobre este punto.
Al decir del propio Drove: “Un mundo turbio de sombras y de dudas, un mundo de máscaras y de mentiras, de grandes palabras y de sangre, un momento crispado de la lucha de clases, un mundo donde los métodos de los viejos patronos “paternalistas” (el despido o una paliza para amedrentar) ya no son eficaces para luchar contra el movimiento obrero y detrás de las conversaciones de negocios empieza a apuntar la historia fascista: Barcelona 1917 a 1923”. Drove afirma que tuvo en cuenta una idea de idea de Buñuel según la cual el cine tiene que romper en el espectador la idea de que vive en el mejor de los mundos. Nosotros no intentamos hacer un panfleto, pero sí una película combativa”.     
Drove cree igualmente que las “películas políticas o históricas reflejan más exactamente el momento en el que han sido concebidas y producidas que el de la época a la que toman de referencia”, y esto vale para otra adaptación de Eduardo Mendoza, La ciudad de los prodigios (1999). También aquí la cuestión anarquista alcanza una intensa significación, aunque lo realmente vigente es la descripción de Barcelona como una ciudad  sometida a los grandes empresarios y a las mafias. Nuevamente tenemos que hablar de un éxito editorial, y de un proyecto largamente acariciado, pensado primero para dos cineastas catalanes (Ventura Pons y Francesc Bertriu), pero que acabó en manos del muy irregular Mario Camus quien, además, introdujo modificaciones a un guión –escrito por Gustau Hernández, Esther Cases y Olivier Ro­llin-  obligada a llevar a cabo una drástica labor de síntesis, un objetivo que, salta a la vista, no se logró. La ciudad... excede los defectos (de querer abarcar demasiado) de  La verdad..., pero ninguna de sus virtudes. Esto comenzando por el grado de identificación con unos ideales alternativos que el novelista  ya presenta de una manera tan alternativa, también es verdad que son otros tiempos...       
Resultado de imagen de la verdad del caso savolta peliculaEstamos ahora en la Barcelona de vísperas de la Exposición Universal de 1888 a la que llega Onofre Bouvila (Olivier Mar­tínez, totalmente inapropiado), un hombre que se debatirá entre dos opciones para acabar escogiendo la peor. Entra en escena huyendo de sus demonios familiares y de su condición campesina, y con el corazón dispuesto a convertir en rea­lidad todas sus ambiciones de promoción social. Dis­puesto a escalar socialmente sin importar de qué modo, Onofre co­menzará empero desde abajo, Onofre co­menzará desde abajo, indignado por las condiciones laborales que se ve obligado a soportar, y repartiendo panfletos anarquistas entre los trabajadores de la Exposición Universal (un antecedente claro de la Barcelona de las Olimpiadas y de los magnos proyectos urbanísticos diseñados por el antiguo alcalde franquista, Porcioles, y ahora continuado por alcaldías soi-disant socialistas). Pero su situación comenzará a cambiar, y su trayecto vital le llevará a conver­tirse en un jefe de una mafia local, iniciando, gracias a la extorsión y el asesinato, una ascensión que le situará entre los hombres más ricos de la ciudad. Pero el recuer­do de Delfina (Emma Suárez que destaca sin dificultades sobre el resto de reparto), que es la actúa con una conciencia propia de la militancia, que sabe quienes son los nuestros y quienes son ellos. Ella es una mujer limpia, íntegra, idealista, honesta, explica, que trata de ser fiel a sus ideales. Una mujer que le ayudó en su llegada –y a la que primero despreció, después violó y siempre amó-, y cuyo recuerdo le persegui­rá durante años, hasta que la des­cubrirá en una pantalla de un nuevo invento, el del cine, convertida en toda una estrella...Aparte del sempiterno problema que conlleva adaptar al cine una tupida trama literaria, hay una diferencia de enfoque importante, en tanto que el libro de Mendoza otorga su principal protagonismo a una Barcelona que se inscribe detalladamente en un período crucial para su posterior desarrollo -el comprendido entre las dos Exposicio­nes Universales de 1888 y 1929-, y utiliza a los perso­najes como meros motores narrativos que arrastran con el relato como parte de los hechos que tienen de fondo, Camus apuesta por hacer recaer todo el peso de la historia sobre unos personajes que no encuentran nunca su equilibrio con lo que se quiere contar, y las dos horas y media que dura el film se hacen interminables. Nuevamente Camus fracasaba en un proyecto de gran producción con escenas de masas, costosos decorados -obra de Gil Parron­do- y un presupuesto de 1.000 millones de antiguas pesetas.  Después de darse de bruces con El Coyote, Camus demostraba por sí hacía alta que su terreno son las películas “pequeñas” y personales como lo demuestran títulos ciertamente valiosos como El paso de las nubes o La playa de los galgos...

La Rosa de fuego: 3. Un hombre llamado Flor de Otoño

Mayor prestigio tiene Un hombre llamado Flor de Otoño (título fílmico inspirado claramente en Un hombre llamado caballo), es una película realizada por Pedro Olea en 1978 para el prolífico productor José Prade que se apoya en la obra de José María Rodríguez Méndez, interesante autor que junto a Lauro Olmo, Martín Recuerda. Alfonso Sastre, y que trata de beber en las fuentes de Valle-Inclán. La suya es una obra, casi siempre condenada a ser representada en pequeños ghettos (Ios estrenos de La Batalla del Verdún, por la Pipironda, Va­gones de Madera, por el TEU de Barce­lona, La Vendimia de Francia -por ejemplo-, Bambalinas, aparte las reducidas estancias en cartel de Los Inocentes de la Moncloa y El Círculo de Tiza de Cartagena) después de sufrir una pertinaz toda en su trayectoria hace algunos años televisión. Mereció una diezmada versión de La Batalla del Ver­dún -que suscitó las iras de su autor, pero aparte una estéril rabieta, el asunto no pasó a mayores entre otras cosas porque televisión parece tener una reconocida práctica en estos menesteres; reciente­mente en Esperando a Godot de Beckett, se comieron al protagonista por .incompa­recencia del director.
Resultado de imagen de un hombre llamado flor de otoñoDedicado a una intensa actividad lite­raria (siete ensayos y un libro de relatos en cuatro años) y periodística, el Rodríguez Méndez autor teatral parece haber optado por un loable mutismo delante las especiales peculiaridades por las que pasa la escena española. Incluso se adivina en la lectura de Flor de Otoño, un proceso de creación en que para nada cuenta la cen­sura ni la posible proyección pública de la obra, como si Rodríguez Méndez supiera de antemano cuál es el lugar dentro de ese nublado entresijo del teatro hispano. Como muchas otras piezas del autor madrileño, agrupadas en una serie de episodios nacionales que cubren distintos periodos de la vida española, Flor de Oto­ño se centra en la Barcelona de los años treinta, análisis que amplia en Historia de unos cuantos a los cuarenta para llegar al fenómeno inmigratorio en La Batalla del Verdún.
La historia está inspirada en el personaje de Flor de Otoño, un "pistolero" que participó en el ata­que al cuartel de Atarazanas en Barcelona Y. que parece ser, estaba relacionado con la alta burguesía local; Rodríguez Méndez lo convirtió en su obra en un conocido abogado barcelonés con una curiosa doble vida: durante el día defendía la causa li­bertaria y por la noche actuaba de travestido en el Bataclán. Pero aparte la base real que pueda haber en la anécdota, hay en Flor de Otoño un intento de ofrecer una visión coral, directamente influenciado por el sainete y el teatro de Valle Inclán, sobre la Barcelona de los treinta; donde «hampa", pistoleros, burguesía, "anarcos" y propietarios, viven en un continuo trasvase clasista que toma cuerpo en Lluís de Serracant, protagonista de esta tragicomedia documental sobre el Barrio Chino", como gusta Rodríguez Méndez llamar a esta pieza
Resultado de imagen de un hombre llamado flor de otoñoEn las actuales circunstancias que vive el cine español, especialmente interesado en fagocitar cualquier historia anclada en los años anteriores y posteriores a la gue­rra civil, la obra de Rodríguez Méndez contenía especiales alicientes para Olea, que ya contaban con la beneficiosa experiencia de Pim, Pam, Pum, Fuego..., incluso en ambos proyectos repite Azco­na, dejando momentáneamente la aportación de Juan Antonio Porto (unido al di­rector vasco en El Bosque del Lobo, Tor­mento, La Corea). Puestos en antecedentes y teniendo en cuenta la filmografía de Pedro Olea, no resulta nada arriesgado predecir los resultados de Un Hombre llamado Flor de Otoño (el añadido sobre el sexo vino semanas después) que se mueve ­como El Bosque del Lobo o Tormento dentro de ese ambiguo terreno de las buenas intenciones, lo que profesional mente se iguala a un producto correcto. Pocos directores encontraríamos en nuestro cine con menos capacidad para sor­prendernos que Olea, desde el primer plano (donde partiendo de un movimiento de cámara sobre la catedral de Barcelona nos descubre un exterior que hubiera hecho las delicias de cualquier zarzuela televisiva, con cuatro niños de marinerito y al­gunos figurantes perdidos en el encuadre) hasta el último, uno ya sabe de antemano todo lo que la película va a dar de sí. Olea para no ser menos que otros realizadores, parece haberse sumado al distanciamiento “hispánico”; así de los tintes esperpénticos apuntados en la obra de Rodríguez Méndez, pasamos a una estructura hueca, que no aporta ningún tipo de reflexión histórica, donde Lluís de Serracant (José Sa­cristán), Surroca (Paco Algora) y Ricard (Carlos Piñeiro), son un islote aislado que emerge en la sociedad barcelonesa de los veinte.
Para Azcona-Olea el film parece cerrarse sobre el exótico "folklore» de la anécdota que se narra; así la muerte de "La Asturianita" que en el texto se tomaba como mera referencia introductoria, en el film pasa a tomar una absurda importancia (Ios preparativos de la trampa que Lluís le tiende al Armengol, con la torpe secuencia del asalto a la farmacia que rivaliza con el robo de explosivos en la cantera, permite estirar al máximo el "show" de Sacristán). convirtiendo parte del film en un burdo suspense, condimentado con algún atisbo crítico que recuerda algunos instantes de Tormento (la pequeña miniatura que hace de la burguesía catalana en la comida fa­miliar en casa de los Serracant) Aunque básicamente Un Hombre llamado Flor de Otoño no pasa de lo que de atípico puede haber en la historia desdeñando dar cual­quier visión histórica sobre aquellos años (no sé cuál debe ser la razón por la que se ha eliminado en la adaptación cinemato­gráfica el acto de la Cooperativa Obrera del Poble Nou y, en contra, se han aña­dido personajes incomprensibles como el de Carlos Lucena) sino que encima se ha hecho una pobre extrapolación cronológica (el atentado a Primo de Rivera durante su visita a Barcelona)…
El personaje de “Flor de otoño”  tuvo un considerable paralelismo con otro “travesti” llamado Ocaña, que representó una época muy distante, la de la Transición vivida desde la Ramblas barcelonesa y alrededores y sobre el que Ventura Pons realizó un documental memorable… 
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