Solzhenitsin en cuestión
Me resulta extraño que alguien de la talla de Rafael Argullol describa como “un espléndido documental francés titulado La historia
secreta del Gulag”, una película realzada por Sean Crépu y Nicolas Miletich a la mayor gloria del autor de Pabellón de cancerosos. De
entrada, encuentro curioso que Rafael se refiera a la época en que se editó el
libro (1973 en Francia), y que hable de “la campaña contra Soljenitsin”, que
fue “demoledora por parte de muchos medios izquierdistas”, a los que convierte
en “un eco de la orquestada por Moscú”. Que yo recuerde, esa “campaña” tuvo al
menos dos partes, porque hubo otra por parte de la derecha. Argullol parece
olvidar que Soljenitsin apareció en la
TVE en un programa de máxima audiencia para efectuar un
elogio a la dictadura franquista de la mano del “moderno” José Mª Iñigo.
También olvida que para “campaña” la que orquestó la nueva derecha francesa con
un montaje a gran escala que convirtió el París en el centro de la derecha
intelectual. Esta campaña convirtió esta obra en un “canon” sobre el comunismo,
canon que sería mascaron de proa de la reacción ultracapitalista, o sea de los
neocons.
Cierto que desde Moscú
hubo una campaña, pero en los tiempos que corrían, su desprestigio era ya casi
total. Por ejemplo, se editó un libro titulado La espiral de la traición de
Solzhenitsin, de un tal Tomás Rezác, que servidor compró en el mercado de las
pulgas, y creo que nadie conoce, yo no he pasado del primer capítulo. Parece
escrito por un funcionario que en el fondo trata de desprestigiar al autor de
Pabellón de canceroso, una novela soberbia en la que se describe honestamente a
los prisioneros que siguen firmes en sus ideales revolucionarios, eso a los que
Broué les ha dedicado su obra Comunistas contra Stalin. La “campaña” de la
izquierda que yo conocí se hizo desde Triunfo y desde Cuadernos para el
diálogo, dos revistas en las que la disidencia de izquierda del Este tuvo
siempre un importante crédito. Esto por no hablar de contra Soljenitsin
(Icaria, Barcelona, 1977), firmado por Michael Morozow, Ernest Mandel, Roy
Medvedew y Frank Marek, o sea por varios disidentes y por un marxista
revolucionario…
Argullol argumenta que
Soljenitsin fue tildado de “agente la
CIA”, “pese a haber ganado el Premio Nobel de Literatura en
1970”, pues hombre, lo del Nobel, pues vale, pues pensando que lo tiene uno de
los mayores genocidas de la historia (Kissnger), en cuanto a los de “agente de la CIA”, qué te voy a decir, eso
es una tontería, Soljenitsin no iba por ahí, él se carga toda la modernidad
hasta el Renacimiento, y está en otra dimensión, otra cosa sería hablar de su
obra, del antes y del después del “Gulag”, y hacerlo en dos terrenos, en el de
la literatura y en el de la historia. Pero antes me gustaría hacer un inciso en
lo personal. Argullol dice que en “aquella época”, él “era estudiante”, algo muy
impreciso. Él era militante del PSUC, y trabajaba en la editorial Fontamara,
por ejemplo suyo es el prólogo del libro Arte y vida social, de George
Plejanov, fechado en octubre de 1974, y desde luego, se atiene a la más
pura ortodoxia del momento. Según me contaron cien veces, Argullol abandonó la
editorial porque su director contrató a un líder estudiantil de la LCR, y antes de dar un
portazo, gritó: “La CIA
estará contenta”.
La exaltación de
Argullol no aparece justificada a lo largo del artículo publicado en un diario
que se olvidó de pluralismos anteriores para atenerse al “canon Soljenitsin”
sobre la historia soviética toa ella empaquetada bajo el mismo rótulo: Gulag.
Dicho “canon” no es –por
supuesto- obra y mérito de ningún Soljenitsin, ni tan siquiera de la “campaña”
mediática que ha llevado su libro hasta a las hojas parroquiales. De alguna
manera, todo comenzó a cambiar en los cincuenta-sesenta, aunque todavía hasta
bien entrado los años setenta ya que todavía a finales da la década el maoísmo
seguía rompiendo lanzas en su glorificación. Para muchos militantes formados en
la fe del carretero, el estalinismo siguió siendo parte del "pasado
glorioso" de la URSS
y del movimiento comunista, hasta que la evidencia de los hechos se fue
imponiendo hasta su descomposición toral, un final que ha acabado
comprometiendo la misma historia del comunismo, haciendo verdad aquella
aseveración de Ernest Bloch sobre el cristianismo, a saber que menos mal que
existieron los herejes.
De la glorificación se
ha pasado pues a la condenación sin paliativos, de manera que en las ediciones
en que se rememora sus "glorias" del pasado, parece obligatoria la
certificación de una sentencia definitiva. Así aparece misma presentación de un
sesudo e interesante estudio (J. Arch Getty&Oleg V. Naumov, La lógica del
terror, Crítica, BCN, 2001, tr. Santiago Jordán, 536 páginas, 29, 49 euros) en
cuya portada ya se ofrecen dos consideraciones que pueden entenderse como
"propagandísticas".
Una de ellas se encuentra en la presentación de la contraportada, en la que se pueda leer: "De 1932 a 1939 el terror causó millones de víctimas en la Unión Soviética. Hasta hoy teníamos de este proceso una visión esquemática, que lo explicaba todo por la acción personal de un Stalin demoníaco. La apertura de los archivos soviéticos ha permitido acceder a documentos hasta ahora desconocidos, desde las actas secretas de las reuniones del Comité Central hasta las cartas privadas, tanto de las víctimas como de los perseguidores. De ellos surge una visión distinta en el que el terror se nos aparece como el resultado de una locura colectiva en la que la gente denunciaba a sus jefes, a sus subordinados o a sus camaradas, y que condujo finalmente a "una guerra paranoica de todos contra todos", que acabó destruyendo el propio grupo dirigente bolchevique"…La otra está incluida en su subtítulo, Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques, 1932-1939, que se le ha añadido en la traducción castellana, una indicación que ha marcado las pautas de las diversas reseñas aparecidas en la prensa. Un ejemplo podría ser la efectuada en su día por Antonio Elorza en El País.
Una de ellas se encuentra en la presentación de la contraportada, en la que se pueda leer: "De 1932 a 1939 el terror causó millones de víctimas en la Unión Soviética. Hasta hoy teníamos de este proceso una visión esquemática, que lo explicaba todo por la acción personal de un Stalin demoníaco. La apertura de los archivos soviéticos ha permitido acceder a documentos hasta ahora desconocidos, desde las actas secretas de las reuniones del Comité Central hasta las cartas privadas, tanto de las víctimas como de los perseguidores. De ellos surge una visión distinta en el que el terror se nos aparece como el resultado de una locura colectiva en la que la gente denunciaba a sus jefes, a sus subordinados o a sus camaradas, y que condujo finalmente a "una guerra paranoica de todos contra todos", que acabó destruyendo el propio grupo dirigente bolchevique"…La otra está incluida en su subtítulo, Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques, 1932-1939, que se le ha añadido en la traducción castellana, una indicación que ha marcado las pautas de las diversas reseñas aparecidas en la prensa. Un ejemplo podría ser la efectuada en su día por Antonio Elorza en El País.
Se repite pues un lugar
común en la presentación editorial de la mayoría de las recientes aportaciones
de la "sovietología" enmarcadas en el contexto de la muerte de las
ideologías, por ejemplo en los de Robert Service sobre la Rusia del siglo XX, y su
biografía de Lenin; para colmo, también se repite en sus reseñas, así por
ejemplo Antonio Elorza, incluso lo utiliza como arma arrojadiza contra las
interpretaciones más matizadas de Manuel Vázquez Montálban en sus ejercicios de
prologuista...En primer lugar no es cierto que antes se ofreciera esta
interpretación unipersonal, decir esto es sencillamente faltar a la verdad más
elemental, y tratar de hacer tabula rasa de toda la historiografía anterior. Si
acaso fue una interpretación del llamado "revisionismo"
jruscheviano, ya que Jruschev (y con él la historiografía más afín con
los partidos comunistas) denunció el "gran terror" en su célebre
Informe al XX Congreso del PCUS, como una manifestación del "culto a la
personalidad" de Stalin en una visión, "globalmente positiva”.
Esto fue lo que
también lo hizo la derecha durante la guerra fría. No solamente el ministro de
Franco, Arias Salgado pudo asegurar que Stalin se veía directamente con el
demonio a través de un pozo en Bakú, también en una película reciente como El
círculo del poder (The Inner Circus, Andrei Konchalevsky/USA-Rusia, 1991),
aparecía Stalin con patas de demonios, como en una película demoníaca de la Hammer. Para sus
historiadores el comunismo era simplemente "el imperio del mal", y
por tanto su balance, "globalmente negativo". Evidentemente, la
apertura de los archivos está facilitando una visión mucho más amplia y
rigurosa, igual que lo permitirán mañana la mayor ampliación de las fuentes,
con la cuestión se podría repetir en un futuro. Por otro lado, la mayor
documentación no es en sí misma una garantía, ni tiene porque negar otras
interpretaciones, algo que, por lo demás a la hora de establecer evaluaciones
concretas tampoco hacen sus autores que son por lo general muy respetuosos, y
que por ejemplo citan las de Trotsky como un refrendo de lo que a veces están
argumentando, entre otras cosas porque el significado no pasaba por la
reencarnación del Demonio sino por una combinación de factores históricos y
políticos desastrosos, comenzando por el aislamiento de la revolución
rusa.
Otra consideración,
igualmente aceptada y subrayada por las reseñas en los medias, se reincide
abiertamente en el axioma de que, al final, la revolución devora a sus propios
hijos, y efectúa simultáneamente una amalgama entre víctimas y verdugos.
Largamente utilizado desde la revolución francesa (la mejor ilustración
literaria sería La muerte de Danton, de Georg Büchner, un comunista alemán
antecesor de Marx). Es muy curioso que el axioma solamente sirva para las
revoluciones digamos con mala prensa, y no para las bendecidas. En el caso de la URSS, la obra por ejemplo
delimita detalladamente el tipo de víctima, y esta era sobre todo un viejo
bolchevique al que se le podía culpar, simplemente por haber tenido una actitud
comprometida con alguna de las oposiciones o más sencillamente por haber
formado parte del equipo dirigente opuesto a Stalin en cualquier momento desde
1917. Hasta llegar a desencadenar el terror, Stalin y su base social --cuyos
privilegios se establecen en el libro como el factor principal de
explicación--, tuvo que pasar por tramos muy diversos.
En la época en que se
inicia el "gran terror", existieron varios factores que explican al
menos en parte, el desencadenante. El primero fue el fracaso del Plan
quinquenal, de la superindustrialización. El segundo fue el ascenso de los
fascismos, con el consiguiente aumento de la amenaza de intervención exterior,
presente en la política británica hasta 1929. El tercero fue la existencia de
una ruptura en el interior del equipo dirigente, cuando dos de sus líderes más
respetados, Kirov y Lodminaze, trataron de buscar un acuerdo alternativo con
las oposiciones. Todo esto se sabía ampliamente, sobre todo después de la
apertura de los Archivos de Trotsky depositados en Harvard. Lo que facilita el
libro es un análisis más minucioso de sus aspectos concretos, pero cuando llega
a la hora de las interpretaciones, estas no son cualitativamente diferentes a
las que desde la izquierda se habían ofrecido. Si matiza más documentalmente el
alcance de las cifras, desorbitadas por los "libros negros", o en las
"vulgatas" documentales que se repiten en los programas culturales de
las televisiones, y en las que, inexorablemente, se cuelga a Lenin tras un
juicio sumarísimo. .
No obstante, estas
acusaciones no se fundamentan en ninguna documentación ni argumento que permita
justificar semejante título, entre otras cosas porque Lenin solamente fue el
líder del partido bolchevique y este creció, hizo la revolución, ganó la
guerra, todo gracias a un apoyo social que sobrepasó no solamente el de la
contrarrevolución, sino también el apoyo de 21 naciones que querían aplastar la
revolución. Entre 1922 y 1924, Lenin estuvo muy enfermo (a consecuencia de las
heridas de un atentado terrorista de los populistas), y por lo tanto,
concederle toda la responsabilidad del "dios que cayó", resulta
históricamente descabellado. Sin embargo, lo han escogido como reo principal en
una acusación, y ahora toda la derecha, y todos los arrepentidos repiten la
misma lección lo que les permite mirar hacia otro lado cuando se trata de los
innumerables "Gulags" del capitalismo. Este tono fiscal se reproduce
hasta en las portadas de obras que, justamente, pretenden otra cosa, y la de
Getty&Naumov, lo dejan bien claro: lo suyo es una investigación, no un
veredicto. En cuanto a este se muestran conforme con el propuesto por Stephen
Cohen su célebre biografía de Bujarin, en el que repetía un aserto de Victor
Serge: de acuerdo, el estalinismo fue también una opción derivada de 1917, pero
pudieron haber muchas otras, y que incluso reconociendo que 1917, como diría
Rosa Luxemburgo, "planteó" la cuestión del socialismo, y desde luego,
no contribuyó a resolverla, se puede aceptar lo que escribió Karl Kraus:
"El comunismo no
es, en realidad, sino la antítesis de una ideología particular que es
completamente dañina y corrosiva. Gracias a Dios por el hecho de que el
comunismo nace de un ideal limpio y claro que preserva su propósito idealista
aun cuando, como antídoto, se incline a ser algo severo. Al demonio con su
importancia práctica, pero presérvelo Dios cuando menos para nosotros como una
amenaza sin fin para aquellos que poseen grandes propiedades y que, con tal de
aferrarse a ellas, están dispuestos a lanzar a la humanidad a la guerra, a
abandonarla al hambre en nombre del honor patriótico. Guarde Dios al comunismo
para que el perverso linaje de sus enemigos no pueda descararse más aún, para
que la pandilla de explotadores... vea su sueño perturbado cuando menos por
unas cuantas punzadas de desasosiego. Si han de predicar moralidad a sus
víctimas y divertirse con el sufrimiento de éstas, que se les amargue cuando
menos una parte de su placer" (en Die Fackel, noviembre de 1920;
reproducido por Peter Nettl, en Rosa Luxemburgo (ERA, México, 1969).
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