Notas
sobre algunos poetas y escritores británicos que vinieron a luchar contra el
fascismo a España
En el
Reino Unido, mientras que los “tories” apoyaban vergonzosamente a Franco, y los
laboristas daban discursos a favor de la República, una fracción muy importante de la
vanguardia cultural del país, hacia su guerra de España por la Ciudad Ideal.
Entre los
poetas británicos que conocieron “guerra de España”, seguramente (Harold)
Stephen Spender (1909-1995), fue el más conocido de todos.
Al morir
fue considerado como el último representante de la llamada generación de 1930,
Ia más brillante constelación de poetas británicos desde los tiempos -no menos
radicales- de los románticos (Byron, Shelley Coleridge, Blake, Wordsworth, que
se amamantaron en las ideas de William Godwin y que vivieron una
profunda crisis con la degeneración bonapartista de los ideales universales de
1789), junto con W. H. Auden, Louis Mac Neice y C. Day Lewis -padre del actor
protagonista de Mi pie izquierdo--, todos ellos desencantados del liberalismo
tout-court, antifascistas militantes, críticos del conformismo imperante, y
comunistas entusiastas por más o menos tiempo. En el caso de Spender, por poco:
apenas una semana.
Poeta,
crítico literario, animador de revistas, novelista y cuentista, Spender
descendía de una familia de estirpe liberal, su padre fue un destacado
periodista, mientras que su madre, alemana de origen, le conectó con el
romanticismo alemán, en particular con Hölderlin, sin el cual no se puede
comprender su poesía. Educado en las más reputadas escuelas de la clase
dirigente, Spender sufrió una doble crisis de identidad al principio de los
años treinta.
De un
lado estaba su condición de homosexual, un factor que contribuyó a sentirse
diferente en el mundo que le rodeaba -un factor que, por cierto, resultó
decisivo en la conformación del espionaje prosoviético en Gran Bretaña-; de
otro, su sensibilidad social que le llevó a replantear se las ideas que había
heredado, sobre todo a la luz del espectáculo que ofrecía el liberalismo
realmente existente ante el avance de los fascismos. Sus dudas aumentaron en un
viaje a Berlín, donde pudo ver en directo cómo los demócratas oficiales
preferían a Hitler a una eventual revolución comunista. Una revolución que
-suprema paradoja de la historia- Stalin quería menos que nadie. Spender siguió
la estela del grupo y se afilió al pequeño pero activo Partido Comunista
británico, no sin serias dudas sobre su maniqueísmo -para los comunistas todo
el mal se derivaba del sistema capitalista, en tanto que a la revolución no
había que criticarla- y, sobre todo, su desprecio a la libertad de expresión
individual. Como buena parte de la intelligentzia británica, Spender se enroló
entre los voluntarios que llegaron en 1936 a España a luchar contra el compadre
de Hitler, pero siguió un curso distinto al de los comunistas, pero también al
de George Orwell.
En sus
poemas sobre la guerra civil habla más de la gente sencilla, de la tropa que
seguía al PCE, y de los horrores y desastres de la guerra. En 1937 publica un
volumen del Left Boa -una magnífica colección de libros de izquierdas--,
Fonward from Liberation, que algunos han descrito como una «marcha atrás hacia
el liberalismo... Esto no puede entenderse como una reconciliación con la gente
de su clase, ni mucho menos. Spender se sintió horrorizado por el estalinismo
-incluso llegó a describirlo como un peligro similar al del Tercer Reich-, pero
no por ello dejó de reconocer el valor de los ideales socialistas ni de
criticar el egoísmo nacional. Sus ideas sobre la cuestión las dejó muy bien
explicadas en su contribución al libro colectivo (con Arthur Koestler, André
Gide, Richard Wright, Louis Fischer, Ignazio Silone, Frank Borkenau), El
Dios que cayó, y que es conocido sobre todo por la formidable -y no
enteramente justa- crítica de Isaac Deutscher en su magistral ensayo Herejes .v
renegados (Ariel, 1972).
Spender
no pudo ser renegado de una idea que -de hecho- nunca compartió, su historia es
-justamente- la de un hereje, -hereje moderado, pero coherente. Por ejemplo,
permaneció en el consejo de redacción del Encounter hasta que en 1967 se enteró
de que el Congreso para la
Libertad de la
Cultura era un montaje de la CIA --en la que participaron no pocos de nuestros
exiliados más ilustres- y dimitió. Su nombre estuvo ligado al de Bertrand
Russell en numerosas campañas pacifistas, lo que nos obliga naturalmente a
no tratarlo de mero anticomunista, por más que nos pueda parecer que sus
críticas al socialismo realmente existente no son las propias de un
revolucionario, entre otras cosas porque -y esto conviene no olvidarlo- Spender
fue ante todo un poeta, seguramente el más discontinuo de su generación, ya que
su obra es mucho más dispersa.
Obviamente,
como poeta, Spender fue muy superior al crítico social, el lector lo podrá
comprobar leyendo la antología que publicó Vísor (Madrid, 1981), en traducción
de Jorge Ferrer Vidal. Para Spender, ..la poesía reside en la piedad.., por eso
ha escrito poemas de un intenso temblor humano, algunos de ellos sobre los
trabajadores, sobre los derrotados --en la guerra de España-, los niños, los
humildes. Su poesía tiene mucho de interrogante personal, de búsqueda íntima y
dolorosa, es una poesía en la que el estilo se confunde con la conciencia. No
hace mucho, Muchnik editó su autobiografía Un mundo dentro del mundo- de la que
el escritor estadounidense David Leavitt, lejos de sus mejores momentos de El
silencioso lenguaje de las grúas, plagió descaradamente-. Los que no le
prestaron la debida atención en su día tienen ahora el momento de conocer en
detalle una de las conciencias poéticas más relevantes y ricas de nuestro
terrible siglo. .
No menos
célebre fue Wystan Hugh Auden (York, 1907-Viena, 1973), figura
predominante del grupo de poetas de Oxford, representante de la segunda
generación modernista británica y considerado por diversos especialistas como
el mejor poeta y más, importante literato inglés del siglo XX, después de T. S.
Eliot. Auden fue un joven con un interés tan manifiesto como precoz por la
mecánica y la geología que se educó en Cheshire (donde era el dichoso gato de
Carroll) y en Oxford, donde entabló amistad con Stephen Spender, Christopher
Isherwood, Louis McNeice y otros, entre quienes era dueño confiado de
su talento y consciente de una situación que trataba de interpretar en
clave marxista.
Mantenía
opiniones precoces y decididas sobre la literatura, amén de una filosofía de la
vida que, si bien juvenil, le servia para interpretar sus acciones y las
de sus contemporáneos. El año de su graduación su padre le regala un viaje por
el continente europeo y Auden elige Berlín, la ciudad que en las postrimerías
de los locos años veinte se ha convertido en la capital cultural del continente
lo cual, a su vez, ha propiciado un relajamiento de la moral social (los
cabarets son más frecuentados que las librerías: de uno de ellos sale Marlene
Dietrich para protagonizar El ángel azul), un ambiente que tan magistralmente
describirá Isherwood en su obra autobiográfica, y que sería más conocida por su
versión fílmica, Cabaret.
Cuando regresa con su familia en Birmingham a finales de 1928, Auden
aprovecha la ocasión para cancelar su compromiso de matrimonio con una
estudiante de enfermería, al parecer de nombre Sheilah Richardson, que le fue
presentado por Spender.
Estos son
años especialmente agitado durante los cuales Wystan regresará a Berlín, al
ambiente bohemio, aprende alemán (será un ferviente germanófilo), va y viene en
un contexto de crisis social en ciernes, en la fase histórica que en no poca
medida va a modelar la recesión económica de Estados Unidos que es
también una crisis del modelo liberal, y que resulta coincidente con el auge
del nazismo que le llevará, junto con sus amigos, a descubrir el marxismo y el
comunismo. Un curso en el que descubre y asume su homosexualidad. Mantiene
diversas relaciones afectivas con varios muchachos, pero en especial --la más
intensa y atribulada--, con un joven marinero de Hamburgo llamado Gerhart
Meyer. Es tal su entusiasmo que contagia a Isherwood y Spender quienes pronto
lo alcanzarán en la ciudad germana. Sin embargo, el ambiente bohemio pronto se
dará de bruces con el ascenso del nazismo...Pero esta estancia ya ha marcado
profundamente su estilo de vida. Será definitoria en tres aspectos
singulares. Sí antes veía su homosexualidad como algo pasajero--más en las
ideas freudianas con respecto a las etapas de la sexualidad que a la manera
griega como etapa de aprendizaje--, ahora la asumirá completamente. El rechazo
del nazismo -y de sus cómplices como el conservadurismo británico-, aumenta su
interés por comprometerse con las causas sociales más avanzadas. En
tercer lugar, ese trayecto implicará también vivir en un exilio voluntario
permanente.
Semejante
dinámica le lleva a viajar por Islandia y China, y en 1937 a marchar a España
como camillero de una unidad sanitaria, para regresar al poco tiempo a
Inglaterra, escribir un poema sobre el asunto y no, volver a abrir la boca
sobre la cuestión.
Pero
quizás sea mejor rebobinar un poco, recordar que W. H. Auden forma parte del
mismo grupo de poetas compuesto por Cecil Day Lewis, Louis Mac Niece, Stephen
Spender. Todos ellos se sintieron atraídos por el marxismo. que por primera vez
estaba logrando una significada audiencia en el Reino Unido, donde hasta
entonces había carecido de arraigo. Ninguno de ellos fue lo que se dice un
pensador, pero su influencia fue lo suficientemente significativa, y así lo
reconoció tres décadas más tarde Perry Anderson al escribir: "Es difícil
juzgar desde nuestro punto de vista los años treinta sí se quiere hacer con
justicia. Ninguna década en los últimos años se ha visto tan oscurecida por los
clichés y los mitos creados por generaciones posteriores. El recuerdo de la
época lo han dado sólo los renegados y enemigos. Para restablecer la verdad de
aquellos años anteriores a la segunda guerra mundial será necesario llevar a
cabo importantes investigaciones históricas. Lo que es claro es que prodigio
una radicalización espontánea de la tradicionalmente mortecina intelligentzia
inglesa, promovida por la grave situación política del momento. Pero su vida
fue corta debido, primero, al pacto germano-soviético, y luego por la guerra
mundial. La gran mayoría de aquellos intelectuales que brevemente habían estado
con la izquierda. giró bruscamente a la derecha, y así se restauró el orden
tradicional de la vida intelectual británica. La fiebre colectiva había sido
efímera...
En uno de
sus ensayos (Dentro de la ballena), Orwell después de hacer un repaso
sobre la literatura inglesa del siglo XX empieza diciendo sobre el grupo:
"Pero de pronto. en los años 1930-1935 ocurre algo. Cambia el clima
literario. Un nuevo grupo de escritores. Auden Spender y los demás, han hecho
su aparición, y aunque técnicamente estos escritores deben algo a sus
predecesores su "tendencia" es completamente distinta. De pronto
hemos sacado del crepúsculo de los dioses una especie de atmósfera boyscout de rodillas desnudas y
canciones comunistas. El típico literato dejó de ser un expatriado culto con
tendencia a la Iglesia
y se convierte en un inquieto escolar orientado hacia el comunismo. Si la clave
de los escritores de los años veinte es "el sentimiento trágico de la
vida". lo que mueve a los nuevos escritores es la “seriedad de propósitos
"
Orwell
añade a los ya citados, los nombres de Christopher Isherwood. John Lehmann,
Arthur Calder Marshall, Edward Upward, Alex Brown y Philip Henderson (y habría
que añadir -entre otros- a John Confort, poeta y nieto de Charles Darwin. murió
en el frente de Córdoba a finales de 1936, al crítico Ralph Fox, el filósofo
Christopher Caudwell y el escritor y sobrino de Virginia Woolf, Julian
Bell, así como el brigadista David Marshall, fallecido hace un par de
años, y coautor junto con Spender y Lehman de la importante antología Poems
for Spain, editada en 1939.
Le
sorprende lo fácil que es agruparlos, ya que “técnicamente están más juntos”
que los de los años veinte y “políticamente apenas sí se les puede
distinguir”. Todos tenían procedencias muy diversas. Curiosamente “casi
todos los escritores jóvenes encajan fácilmente en el esquema escuela
pública-Universidad-Bloomsbury. Los pocos que son de origen proletario salieron
de la clase obrera muy pronto, primero por medio de becas y luego por el baño
de la ”cultura'. de Londres”. El caso es que todos pertenecían a un mismo
impulso que iba “hacia algo mal definido, llamado comunismo», porque en aquel
momento “se consideraba excéntrico en círculos literarios no estar más o menos
a la izquierda”. El caso era que habían llegado a crear una nueva
ortodoxia que según la aviesa pluma de Orwell era de rigor ser de
izquierda o sí no. escribir mal y “hacerse” del partido, aunque no se
planteaban seriamente qué realmente significaba el “comunismo”. Orwell lo tenía
más claro. Para él: "El movimiento comunista en Europa occidental empezó
proponiéndose derribar violentamente al capitalismo y a los pocos años degeneró
en un instrumento de la política extranjera comunista. Esto era inevitable en
la práctica cuando el fermento revolucionario que siguió a la primera Gran
Guerra se había extinguido...
Orwell
descalifica precipitadamente el izquierdismo del grupo, y en un comentario que
él mismo reconoció como “despectivo”, afirmaría diría que Auden “era una
especie de Kiplyng sin redaños”, para añadír que “al hacerse marxista. no se ha
acercado más la literatura a las masas”. Pero lo cierto es que a la hora de la
verdad, en la “prueba de fuego” de toda una generación, la guerra civil
española, será una auténtica legión poetas británicos que toman partido por la República (lo que
significaba también una horma de rechazo a sus familias, por lo general
vinculadas a la tradición “torie”). Y también es cierto que ninguno describirá
mejor este sentimiento que Auden en su España 1937 en la que se puede leer: "¿Qué
se proponen? ¿Construir la
Ciudad Ideal? Muy bien. Estoy de acuerdo. O me proponen el
pacto suicida. ¿la muerte romántica.? Muy bien. lo acepto. ya que soy vuestra
elección, decisión; sí, soy España!".
Construir
la Ciudad Ideal,
un concepto cristiano lleno de resonancias utópicas, una visión tan romántica
como revolucionaria que en el curso de los acontecimientos será
desmentido por una opción en la que se trata de identificar la República con
“democracias” como la británica, que todos se habían cuestionado en su
idealismo y en su lucidez, a través de sus experiencias en la Alemania pehitleriana o
en las colonias británicas -como serían los casos notorios de Foster en la
india, y del propio Orwell en Birmania-, un cuadro de desencanto que se
complementará con los ecos de los “procesos de Moscú”, sobre cuyo impacto
testimoniará más tarde Spender.
Aparte de
España 1937, Auden escribió también otro poema militante 1
de septiembre de 1939 (el día de la invasión Nazi a Polonia), que se consideran
sus poemas de “compromiso” más importantes. Son dos poemas
políticos bajo circunstancias muy específicas por lo que, al paso de los años,
le molestaban cada vez más y por eso los sacó de la primera edición de sus
Poemas escogidos (versión de Antonio Resines, colección Visor de poesía,
Madrid, 1981). Si antes creía en una revolución social a través de
la poesía, después escribiría en otro poema: "Ninguna palabra escrita por
el hombre puede detener la guerra".
Empero,
esto ne le impidió ser clasificado como "intelectual comunista" por
el MI5, el servicio de inteligencia. Interrogado por dicha sospecha, los
agentes no lograron extraer una confesión de colaboración pese a que informes
de la policía italiana señalaban que el poeta viajó a Ischia tres días después
de la desaparición de Burgess y Maclean. El MI5 Según cuenta El País
(3-2-07), fue un periodista de la agencia Reuters el que levantó tales
sospechas. En su día, la prensa británica: informó de que Burgess había
intentado contactar con el poeta en vísperas de su dramática escapada con
Maclean. Auden estaba esos días en casa del escritor Stephen Spender, quien
declaró que el espía al servicio de los soviéticos parecía "muy
ansioso" por hablar con el presunto colaborador. El FBI presionó a los
británicos, quienes quisieron apretar el cerco: citaron a Auden para otro nuevo
interrogatorio, pero no hubo manera.. En octubre de 1951 regresó a Estados
Unidos, su país de adopción. Tenía residencia estadounidense desde 1939, y fue
en este país donde realizó su obra de madurez, lejos de las ilusiones y los
sueños de la juventud. Falleció convertido a la religión católica, lo
cual no deja de resultar toda una paradoja.
Autodidacta,
novelista y ensayista marxista, militante comunista oscuro, el caso de
Christopher St John Sprigg, más conocido como Christopher Caudwell, es
sin duda uno de los más singulares de aquella brillan te hornada de
intelectuales británicos que conocieron la gran experiencia de su vida en la
guerra y la revolución española. Completamente desconocido en vida, Caudwell
murió defendiendo una trinchera frente a los mercenarios marroquíes en la
batalla del Jarama en febrero de 1937. Paradójicamente, poco antes su hermano
habría logrado convencer a la dirección del Partido Comunista de la Gran Bretaña (PCGB)
para que lo empleara en las tareas de retaguardia que se reservaban para los
militantes ilustres. Caudwell tenía entonces solamente treinta años y se
convirtió en un famoso póstumamente. Aunque muy controvertida, su obra es
considerada como un instrumento muy sugestiva la interacción entre el arte y la
sociedad, y su lectura constituye “un estímulo refrescante, una inyección de
optimismo ente el derrotismo actual de la cultura" (Vicente Romano). Por
eso la edición de una de sus obras más importantes, La agonía de la cultura burguesa
(editada por Anthropos en una magnífica edición de Romano) merece, a pesar del
tiempo transcurrido, una atención, al menos para los interesados en la relación
entre el socialismo y la cultura .
La
biografía de Caudwell resulta bastante diferente a la del resto de los
intelectuales británicos de izquierda, proveniente básicamente del medio
universitario al que Caudwell, como Orwell, no tuvo acceso. Su formación es la
de un autodidacta animado por una poderosa energía creadora que le lleva a
desplegar un enorme esfuerzo por adquirir una formación permanente y de
conjunto, lo que le llevó inmediatamente a estudiar los clásicos marxistas y de
ahí, en la mitad de los años treinta a las filas del en el que vio la
encarnación del ideal del comunismo, la única alternativa frente a la
decadencia liberal y contra el creciente auge de los fascismos. Su militancia
fue igualmente diferente a la de otro intelectuales, mimados por el partido y ajenos
a la lucha social. Caudwell se trasladó desde Putney -donde había nacido- al
mísero barrio de Poplar, en el famoso East End y allí fue un militante más, un
miembro del ejército revolucionario que soñaba el socialismo para Inglaterra.
Pocos meses
de afiliarse al Partido Comunista británico viajó a París donde coincidió con
las “jornadas de junio” que siguieron a la victoria del Frente popular y volvió
a Londres con el entusiasmo renovado. En noviembre su agrupación reunió el
capital suficiente para comprar una ambulancia para la República española y
Caudwell fue el encargado del traslado. El 11 de diciembre tras hacer el
recorrido se alistaba en el Batallón británico de las Brigadas Internacionales
en base a dos razones de peso, "sus sentimientos acerca de la importancia
de la libertad democrática" y su convicción de que el Ejército Popular
necesitaba ayuda para librar una batalla en una "lucha que será nuestra
mañana" .
Su pase
al frente fue inmediato y en una de sus cartas describe que está empezando a
sentirse "como un viejo soldado”. “Soy -añade- delegado del grupo y
director adjunto del periódico mural, y desarrollo otras tareas políticas, por
lo que puedes ver que mi tiempo libre está bien cubierto". Se mantenía en
una posición con una ametralladora frente a la oleada de los mercenarios
marroquíes, y cuando el comandante de la compañía ordenó la retirada Caudwell
se quedó al final para cubrirla cuando los mercenarios se encontraban no más
lejos de treinta metros. Sus compañeros no supieron más de él. Como señala
Vicente Romano, para él son válidas estas palabras dicha en memoria del
marxista inglés Ralph Fox, otro joven escritor también muerto en España:
"Lamentamos
la pérdida de un revolucionario que empezaba a dar lo mejor de sí como
escritor. La literatura revolucionaria de Inglaterra, que se halla en sus
comienzos, ha perdido una gran esperanza. Pero esta vida truncada tan pronto no
fue una vida desperdiciada. Gracias a su estrecha vinculación con las grandes
tuerzas revolucionarias de la época se realizó plenamente en cada momento, como
ocurre con la vida de todo verdadero revolucionario que está en el foco mismo
de la vida"'
Caudwell
no tenía duda de que estaba asistiendo a una revolución.
La obra
literaria de Caudwell es, a pesar de su juventud, muy variada. En sus comienzos
abundan los trabajos sobre cuestiones técnicas como la mecánica y el
automovilismo. Se ganó la vida produciendo con gran rapidez novelas policíacas
hoy olvidadas, y también escribió poemas sinceros e imperfectos que apuntan a
una promesa en gestación. Pero será recordado sobre todo por sus dos obras de
crítica marxista, La agonía de la cultura burguesa e Illusion and
Reality. Estudy of the Sources of Poetry, publicadas después de su muerte y
revalorizados a partir de 1951 tras un sondeo debate sobre su obra en la
revista The Modern Cuarterly en la que intervinieron algunos de los críticos
más notables de la época y de la hicieron un veredicto dispar. Para unos se
trataba del primer ensayista marxista anglosajón de los años treinta, para
otros de un romántico idealista que no alcanza a dominar el marxismo, pero
todos coincidieron en que había en sus dos obras "una cantera de
ideas" sobre las que ha pasado el tiempo pero que siguen teniendo su interés.
Es
evidente que Caudwell no sobrepasa el estado de postración en que se encuentra
el marxismo británico de su tiempo, de hecho apenas existente. La adopción de
poetas y de escritores del ideario marxista no significa de que operen una
profundización real de sus materiales teóricos, tarea en la que el PCGB
estaba muy poco interesado. Caudwell desconoce aportaciones en este terreno
como las de Gramsci o Trotsky y se encuadra sin problemas en los esquemas
del estalinismo vigente, que situado en una orientación todavía con un pie en
el “tercer periodo”, se mantendrá en un maniqueísmo insostenible y por una
vulgar reducción de lo que el marxismo vivo nunca estableció como una
orientación cerrada. No obstante, como se puede ver en esta obra que Vicente
Romano ha puesto a nuestro alcance, la escritura de Caudwell tiene una
atractiva vehemencia y está llena de intuición. Sus limitaciones son más de su
tiempo y la de su contexto, y partiendo de aquí cabe descubrir un primer
intento en adoptar una visión totalmente social y marxista del arte y en
descubrir la función del arte y la poesía en la vida del hombre. Caudwell es un
antecedente notorio del marxismo abierto y crítico de la New
Left Review.
La
edición de esta obra de Caudwell corrió a cargo en su día de Vicente Romano que
dirige la colección "Conciencia y Libertad" de la Editorial Anthropos,
ampliando lo que ya antaño lo hizo de la colección 70 de Grijalbo. Romano,
después de haber dejado bien sentada las limitaciones del marxista británico orienta
su introducción hacia un ajuste de cuentas con el derrotismo cultural de una
generación que, al decir del último Eugene Ionesco, se está comprometiendo
contra el compromiso a favor de los ideales emancipadores.
El
argumento corriente de esta gente viene a decir "puesto que todos estamos
destinados a ser víctimas (hoy, nucleares) , y como el destino no es producto
de la conciencia ni de los esfuerzos del hombre, no vale la pena integrarse en
una lucha revolucionaria". Algunos dan un paso más allá y afirman que, de
ocurrir, esta lucha sería peor (recuérdese a Vargas Llosa lamentando el peligro
de un "Gulag"...en Sudáfrica). De ahí a firmar manifiestos a favor de
la "contra" nicaragüense o cubana, no hay muchos más pasos.
Caudwell
subestimó la capacidad del capitalismo, (hoy un muerto viviente) de sobrevivir
y de desarrollar, desde su centro USA, un intento masivo de racionalizar el
sistema de producción intelectual a través de sus medios de mercado y de
comunicación con los que puede segregar a los que se atreven a ir más allá de
la crítica y vinculan, como Caudwell, el pensamiento con la acción. El
capitalismo no teme a los críticos pasivos pero si le da pánico la unión del
movimiento con la verdad. Una verdad no tan sencilla como la de Caudwell, pero
a la que hay que buscar con una pasión tan exigente como la suya.
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