domingo, 8 de mayo de 2016

Notas sobre algunos poetas y escritores británicos que vinieron a luchar contra el fascismo a España



Notas sobre algunos poetas y escritores británicos que vinieron a luchar contra el fascismo a España

En el Reino Unido, mientras que los “tories” apoyaban vergonzosamente a Franco, y los laboristas daban discursos a favor de la República, una fracción muy importante de la vanguardia cultural  del país, hacia su guerra de España por la Ciudad Ideal.  
Entre los poetas británicos que conocieron “guerra de España”, seguramente  (Harold) Stephen Spender (1909-1995), fue el más conocido de todos.
Al morir fue considerado como el último representante de la llamada generación de 1930, Ia más brillante constelación de poetas británicos desde los tiempos -no menos radicales- de los románticos (Byron, Shelley Coleridge, Blake, Wordsworth, que se amamantaron en las ideas de William Godwin y que vivieron una profunda crisis con la degeneración bonapartista de los ideales universales de 1789), junto con W. H. Auden, Louis Mac Neice y C. Day Lewis -padre del actor protagonista de Mi pie izquierdo--, todos ellos desencantados del liberalismo tout-court, antifascistas militantes, críticos del conformismo imperante, y comunistas entusiastas por más o menos tiempo. En el caso de Spender, por poco: apenas una semana.
Poeta, crítico literario, animador de revistas, novelista y cuentista, Spender descendía de una familia de estirpe liberal, su padre fue un destacado periodista, mientras que su madre, alemana de origen, le conectó con el romanticismo alemán, en particular con Hölderlin, sin el cual no se puede comprender su poesía. Educado en las más reputadas escuelas de la clase dirigente, Spender sufrió una doble crisis de identidad al principio de los años treinta.
De un lado estaba su condición de homosexual, un factor que contribuyó a sentirse diferente en el mundo que le rodeaba -un factor que, por cierto, resultó decisivo en la conformación del espionaje prosoviético en Gran Bretaña-; de otro, su sensibilidad social que le llevó a replantear se las ideas que había heredado, sobre todo a la luz del espectáculo que ofrecía el liberalismo realmente existente ante el avance de los fascismos. Sus dudas aumentaron en un viaje a Berlín, donde pudo ver en directo cómo los demócratas oficiales preferían a Hitler a una eventual revolución comunista. Una revolución que -suprema paradoja de la historia- Stalin quería menos que nadie. Spender siguió la estela del grupo y se afilió al pequeño pero activo Partido Comunista británico, no sin serias dudas sobre su maniqueísmo -para los comunistas todo el mal se derivaba del sistema capitalista, en tanto que a la revolución no había que criticarla- y, sobre todo, su desprecio a la libertad de expresión individual. Como buena parte de la intelligentzia británica, Spender se enroló entre los voluntarios que llegaron en 1936 a España a luchar contra el compadre de Hitler, pero siguió un curso distinto al de los comunistas, pero también al de George Orwell.
En sus poemas sobre la guerra civil habla más de la gente sencilla, de la tropa que seguía al PCE, y de los horrores y desastres de la guerra. En 1937 publica un volumen del Left Boa -una magnífica colección de libros de izquierdas--, Fonward from Liberation, que algunos han descrito como una «marcha atrás hacia el liberalismo... Esto no puede entenderse como una reconciliación con la gente de su clase, ni mucho menos. Spender se sintió horrorizado por el estalinismo -incluso llegó a describirlo como un peligro similar al del Tercer Reich-, pero no por ello dejó de reconocer el valor de los ideales socialistas ni de criticar el egoísmo nacional. Sus ideas sobre la cuestión las dejó muy bien explicadas en su contribución al libro colectivo (con Arthur Koestler, André Gide, Richard Wright, Louis Fischer, Ignazio Silone, Frank Borkenau), El Dios que cayó, y que es conocido sobre todo por la formidable -y no enteramente justa- crítica de Isaac Deutscher en su magistral ensayo Herejes .v renegados (Ariel, 1972).
Spender no pudo ser renegado de una idea que -de hecho- nunca compartió, su historia es -justamente- la de un hereje, -hereje moderado, pero coherente. Por ejemplo, permaneció en el consejo de redacción del Encounter hasta que en 1967 se enteró de que el Congreso para la Libertad de la Cultura era un montaje de la CIA --en la que participaron no pocos de nuestros exiliados más ilustres- y dimitió. Su nombre estuvo ligado al de Bertrand Russell en numerosas campañas pacifistas, lo que nos obliga naturalmente a no tratarlo de mero anticomunista, por más que nos pueda parecer que sus críticas al socialismo realmente existente no son las propias de un revolucionario, entre otras cosas porque -y esto conviene no olvidarlo- Spender fue ante todo un poeta, seguramente el más discontinuo de su generación, ya que su obra es mucho más dispersa.
Obviamente, como poeta, Spender fue muy superior al crítico social, el lector lo podrá comprobar leyendo la antología que publicó Vísor (Madrid, 1981), en traducción de Jorge Ferrer Vidal. Para Spender, ..la poesía reside en la piedad.., por eso ha escrito poemas de un intenso temblor humano, algunos de ellos sobre los trabajadores, sobre los derrotados --en la guerra de España-, los niños, los humildes. Su poesía tiene mucho de interrogante personal, de búsqueda íntima y dolorosa, es una poesía en la que el estilo se confunde con la conciencia. No hace mucho, Muchnik editó su autobiografía Un mundo dentro del mundo- de la que el escritor estadounidense David Leavitt, lejos de sus mejores momentos de El silencioso lenguaje de las grúas, plagió descaradamente-. Los que no le prestaron la debida atención en su día tienen ahora el momento de conocer en detalle una de las conciencias poéticas más relevantes y ricas de nuestro terrible siglo. . 
No menos célebre fue Wystan Hugh Auden  (York, 1907-Viena, 1973), figura predominante del grupo de poetas de Oxford, representante de la segunda generación modernista británica y considerado por diversos especialistas como el mejor poeta y más, importante literato inglés del siglo XX, después de T. S. Eliot. Auden fue un joven con un interés tan manifiesto como precoz por la mecánica y la geología que se educó en Cheshire (donde era el dichoso gato de Carroll) y en Oxford, donde entabló amistad con Stephen Spender, Christopher Isherwood, Louis McNeice y otros, entre quienes era dueño confiado de su  talento y consciente de una situación que trataba de interpretar en clave marxista.
Mantenía opiniones precoces y decididas sobre la literatura, amén de una filosofía de la vida que, si bien  juvenil, le servia para interpretar sus acciones y las de sus contemporáneos. El año de su graduación su padre le regala un viaje por el continente europeo y Auden elige Berlín, la ciudad que en las postrimerías de los locos años veinte se ha convertido en la capital cultural del continente lo cual, a su vez, ha propiciado un relajamiento de la moral social (los cabarets son más frecuentados que las librerías: de uno de ellos sale Marlene Dietrich para protagonizar El ángel azul), un ambiente que tan magistralmente describirá Isherwood en su obra autobiográfica, y que sería más conocida por su versión fílmica, Cabaret. Cuando regresa con su familia en Birmingham a finales de 1928, Auden  aprovecha la ocasión para cancelar su compromiso de matrimonio con una estudiante de enfermería, al parecer de nombre Sheilah Richardson, que le fue presentado por Spender. 
Estos son años especialmente agitado durante los cuales Wystan regresará a Berlín, al ambiente bohemio, aprende alemán (será un ferviente germanófilo), va y viene en un contexto de crisis social en ciernes, en la fase histórica que en no poca medida va a modelar la   recesión económica de Estados Unidos que es también una crisis del modelo liberal, y que resulta coincidente con el auge del nazismo que le llevará, junto con sus amigos, a descubrir el marxismo y el comunismo. Un curso en el que descubre y asume su homosexualidad. Mantiene diversas relaciones afectivas con varios muchachos, pero en especial --la más intensa y atribulada--, con un joven marinero de Hamburgo llamado Gerhart Meyer. Es tal su entusiasmo que contagia a Isherwood y Spender quienes pronto lo alcanzarán en la ciudad germana. Sin embargo, el ambiente bohemio pronto se dará de bruces con el ascenso del nazismo...Pero esta estancia ya ha marcado profundamente su estilo de vida.  Será definitoria en tres aspectos singulares. Sí antes veía su homosexualidad como algo pasajero--más en las ideas freudianas con respecto a las etapas de la sexualidad que a la manera griega como etapa de aprendizaje--, ahora la asumirá completamente. El rechazo del nazismo -y de sus cómplices como el conservadurismo británico-, aumenta su interés por comprometerse con las causas sociales  más avanzadas. En tercer lugar, ese trayecto implicará también vivir en un exilio voluntario permanente.
Semejante dinámica le lleva a viajar por Islandia y China, y en 1937 a marchar a España como camillero de una unidad sanitaria, para regresar al poco tiempo a Inglaterra, escribir un poema sobre el asunto y no, volver a abrir la boca sobre la cuestión. 
Pero quizás sea mejor rebobinar un poco, recordar que W. H. Auden forma parte del mismo grupo de poetas compuesto por Cecil Day Lewis, Louis Mac Niece, Stephen Spender. Todos ellos se sintieron atraídos por el marxismo. que por primera vez estaba logrando una significada audiencia en el Reino Unido, donde hasta entonces había carecido de arraigo. Ninguno de ellos fue lo que se dice un pensador, pero su influencia fue lo suficientemente significativa, y así lo reconoció tres décadas más tarde Perry Anderson al escribir: "Es difícil juzgar desde nuestro punto de vista los años treinta sí se quiere hacer con justicia. Ninguna década en los últimos años se ha visto tan oscurecida por los clichés y los mitos creados por generaciones posteriores. El recuerdo de la época lo han dado sólo los renegados y enemigos. Para restablecer la verdad de aquellos años anteriores a la segunda guerra mundial será necesario llevar a cabo importantes investigaciones históricas. Lo que es claro es que prodigio una radicalización espontánea de la tradicionalmente mortecina intelligentzia inglesa, promovida por la grave situación política del momento. Pero su vida fue corta debido, primero, al pacto germano-soviético, y luego por la guerra mundial. La gran mayoría de aquellos intelectuales que brevemente habían estado con la izquierda. giró bruscamente a la derecha, y así se restauró el orden tradicional de la vida intelectual británica. La fiebre colectiva había sido efímera...
En uno de sus ensayos (Dentro de la ballena), Orwell después de hacer un repaso sobre la literatura inglesa del siglo XX empieza diciendo sobre el grupo: "Pero de pronto. en los años 1930-1935 ocurre algo. Cambia el clima literario. Un nuevo grupo de escritores. Auden Spender y los demás, han hecho su aparición, y aunque técnicamente estos escritores deben algo a sus predecesores su "tendencia" es completamente distinta. De pronto hemos sacado del crepúsculo de los dioses una especie de atmósfera boyscout de rodillas desnudas y canciones comunistas. El típico literato dejó de ser un expatriado culto con tendencia a la Iglesia y se convierte en un inquieto escolar orientado hacia el comunismo. Si la clave de los escritores de los años veinte es "el sentimiento trágico de la vida". lo que mueve a los nuevos escritores es la “seriedad de propósitos "
Orwell añade a los ya citados, los nombres de Christopher Isherwood. John Lehmann, Arthur Calder Marshall, Edward Upward, Alex Brown y Philip Henderson (y habría que añadir -entre otros- a John Confort, poeta y nieto de Charles Darwin. murió en el frente de Córdoba a finales de 1936, al crítico Ralph Fox, el filósofo Christopher Caudwell y el escritor y sobrino de Virginia Woolf, Julian Bell,  así como el brigadista David Marshall, fallecido hace un par de años, y coautor junto con Spender y Lehman de la importante antología Poems for Spain, editada en 1939.
Le sorprende lo fácil que es agruparlos, ya que “técnicamente están más juntos” que los de los años veinte y “políticamente apenas sí se les puede distinguir”.  Todos tenían procedencias muy diversas. Curiosamente “casi todos los escritores jóvenes encajan fácilmente en el esquema escuela pública-Universidad-Bloomsbury. Los pocos que son de origen proletario salieron de la clase obrera muy pronto, primero por medio de becas y luego por el baño de la ”cultura'. de Londres”. El caso es que todos pertenecían a un mismo impulso que iba “hacia algo mal definido, llamado comunismo», porque en aquel momento “se consideraba excéntrico en círculos literarios no estar más o menos a la izquierda”.  El caso era que habían llegado a crear una nueva ortodoxia  que según la aviesa pluma de Orwell era de rigor ser de izquierda o sí no. escribir mal y “hacerse” del partido, aunque no se planteaban seriamente qué realmente significaba el “comunismo”. Orwell lo tenía más claro. Para él: "El movimiento comunista en Europa occidental empezó proponiéndose derribar violentamente al capitalismo y a los pocos años degeneró en un instrumento de la política extranjera comunista. Esto era inevitable en la práctica cuando el fermento revolucionario que siguió a la primera Gran Guerra se había extinguido...
Orwell descalifica precipitadamente el izquierdismo del grupo, y en un comentario que él mismo reconoció como “despectivo”, afirmaría diría que Auden “era una especie de Kiplyng sin redaños”, para añadír que “al hacerse marxista. no se ha acercado más la literatura a las masas”. Pero lo cierto es que a la hora de la verdad, en la “prueba de fuego” de toda una generación,  la guerra civil española, será una auténtica legión poetas británicos que toman partido por la República (lo que significaba  también una horma de rechazo a sus familias, por lo general vinculadas a la tradición “torie”). Y también es cierto que ninguno describirá mejor este sentimiento que Auden en su España 1937 en la que se puede leer: "¿Qué se proponen? ¿Construir la Ciudad Ideal? Muy bien. Estoy de acuerdo. O me proponen el pacto suicida. ¿la muerte romántica.? Muy bien. lo acepto. ya que soy vuestra elección, decisión; sí,  soy España!".
Construir la Ciudad Ideal, un concepto cristiano lleno de resonancias utópicas, una visión tan romántica como revolucionaria que en el curso de los acontecimientos  será desmentido por una opción en la que se trata de identificar la República con “democracias” como la británica, que todos  se habían cuestionado en su idealismo y en su lucidez, a través de sus experiencias en la Alemania pehitleriana o en las colonias británicas -como serían los casos notorios de Foster en la india, y del propio Orwell en Birmania-, un cuadro de desencanto que se complementará con los ecos de los “procesos de Moscú”, sobre cuyo impacto testimoniará más tarde Spender.
Aparte de España 1937,  Auden escribió también otro poema militante  1 de septiembre de 1939 (el día de la invasión Nazi a Polonia), que se consideran sus poemas de “compromiso”  más importantes.  Son dos poemas políticos bajo circunstancias muy específicas por lo que, al paso de los años, le molestaban cada vez más y por eso los sacó de la primera edición de sus Poemas escogidos (versión de Antonio Resines, colección Visor de poesía, Madrid,  1981).  Si antes creía en una revolución social a través de la poesía, después escribiría en otro poema: "Ninguna palabra escrita por el hombre puede detener la guerra".
Empero, esto ne le impidió ser clasificado como "intelectual comunista" por el MI5, el servicio de inteligencia. Interrogado por dicha sospecha, los agentes no lograron extraer una confesión de colaboración pese a que informes de la policía italiana señalaban que el poeta viajó a Ischia tres días después de la desaparición de Burgess y Maclean. El MI5  Según cuenta El País (3-2-07), fue un periodista de la agencia Reuters el que levantó tales sospechas. En su día,  la prensa británica: informó de que Burgess había intentado contactar con el poeta en vísperas de su dramática escapada con Maclean. Auden estaba esos días en casa del escritor Stephen Spender, quien declaró que el espía al servicio de los soviéticos parecía "muy ansioso" por hablar con el presunto colaborador. El FBI presionó a los británicos, quienes quisieron apretar el cerco: citaron a Auden para otro nuevo interrogatorio, pero no hubo manera.. En octubre de 1951 regresó a Estados Unidos, su país de adopción. Tenía residencia estadounidense desde 1939, y fue en este país donde realizó su obra de madurez, lejos de las ilusiones y los sueños de la juventud. Falleció convertido a  la religión católica, lo cual no deja de resultar toda una paradoja. 
 
Autodidacta, novelista y ensayista marxista, militante comunista oscuro, el caso de Christopher St John Sprigg, más conocido como Christopher Caudwell, es sin duda uno de los más singulares de aquella brillan te hornada de intelectuales británicos que conocieron la gran experiencia de su vida en la guerra y la revolución española. Completamente desconocido en vida, Caudwell murió defendiendo una trinchera frente a los mercenarios marroquíes en la batalla del Jarama en febrero de 1937. Paradójicamente, poco antes su hermano habría logrado convencer a la dirección del Partido Comunista de la Gran Bretaña (PCGB) para que lo empleara en las tareas de retaguardia que se reservaban para los militantes ilustres. Caudwell tenía entonces solamente treinta años y se convirtió en un famoso póstumamente. Aunque muy controvertida, su obra es considerada como un instrumento muy sugestiva la interacción entre el arte y la sociedad, y su lectura constituye “un estímulo refrescante, una inyección de optimismo ente el derrotismo actual de la cultura" (Vicente Romano). Por eso la edición de una de sus obras más importantes, La agonía de la cultura burguesa (editada por Anthropos en una magnífica edición de Romano) merece, a pesar del tiempo transcurrido, una atención, al menos para los interesados en la relación entre el socialismo y la cultura .
La biografía de Caudwell resulta bastante diferente a la del resto de los intelectuales británicos de izquierda, proveniente básicamente del medio universitario al que Caudwell, como Orwell, no tuvo acceso. Su formación es la de un autodidacta animado por una poderosa energía creadora que le lleva a desplegar un enorme esfuerzo por adquirir una formación permanente y de conjunto, lo que le llevó inmediatamente a estudiar los clásicos marxistas y de ahí, en la mitad de los años treinta a las filas del  en el que vio la encarnación del ideal del comunismo, la única alternativa frente a la decadencia liberal y contra el creciente auge de los fascismos. Su militancia fue igualmente diferente a la de otro intelectuales, mimados por el partido y ajenos a la lucha social. Caudwell se trasladó desde Putney -donde había nacido- al mísero barrio de Poplar, en el famoso East End y allí fue un militante más, un miembro del ejército revolucionario que soñaba el socialismo para Inglaterra.
Pocos meses de afiliarse al Partido Comunista británico viajó a París donde coincidió con las “jornadas de junio” que siguieron a la victoria del Frente popular y volvió a Londres con el entusiasmo renovado. En noviembre su agrupación reunió el capital suficiente para comprar una ambulancia para la República española y Caudwell fue el encargado del traslado. El 11 de diciembre tras hacer el recorrido se alistaba en el Batallón británico de las Brigadas Internacionales en base a dos razones de peso, "sus sentimientos acerca de la importancia de la libertad democrática" y su convicción de que el Ejército Popular necesitaba ayuda para librar una batalla en una "lucha que será nuestra mañana" .
Su pase al frente fue inmediato y en una de sus cartas describe que está empezando a sentirse "como un viejo soldado”. “Soy -añade- delegado del grupo y director adjunto del periódico mural, y desarrollo otras tareas políticas, por lo que puedes ver que mi tiempo libre está bien cubierto". Se mantenía en una posición con una ametralladora frente a la oleada de los mercenarios marroquíes, y cuando el comandante de la compañía ordenó la retirada Caudwell se quedó al final para cubrirla cuando los mercenarios se encontraban no más lejos de treinta metros. Sus compañeros no supieron más de él. Como señala Vicente Romano, para él son válidas estas palabras dicha en memoria del marxista inglés Ralph Fox, otro joven escritor también muerto en España:
"Lamentamos la pérdida de un revolucionario que empezaba a dar lo mejor de sí como escritor. La literatura revolucionaria de Inglaterra, que se halla en sus comienzos, ha perdido una gran esperanza. Pero esta vida truncada tan pronto no fue una vida desperdiciada. Gracias a su estrecha vinculación con las grandes tuerzas revolucionarias de la época se realizó plenamente en cada momento, como ocurre con la vida de todo verdadero revolucionario que está en el foco mismo de la vida"'
Caudwell no tenía duda de que estaba asistiendo a una revolución.
La obra literaria de Caudwell es, a pesar de su juventud, muy variada. En sus comienzos abundan los trabajos sobre cuestiones técnicas como la mecánica y el automovilismo. Se ganó la vida produciendo con gran rapidez novelas policíacas hoy olvidadas, y también escribió poemas sinceros e imperfectos que apuntan a una promesa en gestación. Pero será recordado sobre todo por sus dos obras de crítica marxista, La  agonía de la cultura burguesa e Illusion and Reality. Estudy of the Sources of Poetry, publicadas después de su muerte y revalorizados a partir de 1951 tras un sondeo debate sobre su obra en la revista The Modern Cuarterly en la que intervinieron algunos de los críticos más notables de la época y de la hicieron un veredicto dispar. Para unos se trataba del primer ensayista marxista anglosajón de los años treinta, para otros de un romántico idealista que no alcanza a dominar el marxismo, pero todos coincidieron en que había en sus dos obras "una cantera de ideas" sobre las que ha pasado el tiempo pero que siguen teniendo su interés.
Es evidente que Caudwell no sobrepasa el estado de postración en que se encuentra el marxismo británico de su tiempo, de hecho apenas existente. La adopción de poetas y de escritores del ideario marxista no significa de que operen una profundización real de sus materiales teóricos, tarea en la que el PCGB  estaba muy poco interesado. Caudwell desconoce aportaciones en este terreno como las de Gramsci  o Trotsky y se encuadra sin problemas en los esquemas del estalinismo vigente, que situado en una orientación todavía con un pie en el “tercer periodo”, se mantendrá en un maniqueísmo insostenible y por una vulgar reducción de lo que el marxismo vivo nunca estableció como una orientación cerrada. No obstante, como se puede ver en esta obra que Vicente Romano ha puesto a nuestro alcance, la escritura de Caudwell tiene una atractiva vehemencia y está llena de intuición. Sus limitaciones son más de su tiempo y la de su contexto, y partiendo de aquí cabe descubrir un primer intento en adoptar una visión totalmente social y marxista del arte y en descubrir la función del arte y la poesía en la vida del hombre. Caudwell es un antecedente notorio del marxismo abierto y crítico de la New Left Review.
La edición de esta obra de Caudwell corrió a cargo en su día de Vicente Romano que dirige la colección "Conciencia y Libertad" de la Editorial Anthropos, ampliando lo que ya antaño lo hizo de la colección 70 de Grijalbo. Romano, después de haber dejado bien sentada las limitaciones del marxista británico orienta su introducción hacia un ajuste de cuentas con el derrotismo cultural de una generación que, al decir del último Eugene Ionesco, se está comprometiendo contra el compromiso a favor de los ideales emancipadores.
El argumento corriente de esta gente viene a decir "puesto que todos estamos destinados a ser víctimas (hoy, nucleares) , y como el destino no es producto de la conciencia ni de los esfuerzos del hombre, no vale la pena integrarse en una lucha revolucionaria". Algunos dan un paso más allá y afirman que, de ocurrir, esta lucha sería peor (recuérdese a Vargas Llosa lamentando el peligro de un "Gulag"...en Sudáfrica). De ahí a firmar manifiestos a favor de la "contra" nicaragüense o cubana, no hay muchos más pasos.
Caudwell subestimó la capacidad del capitalismo, (hoy un muerto viviente) de sobrevivir y de desarrollar, desde su centro USA, un intento masivo de racionalizar el sistema de producción intelectual a través de sus medios de mercado y de comunicación con los que puede segregar a los que se atreven a ir más allá de la crítica y vinculan, como Caudwell, el pensamiento con la acción. El capitalismo no teme a los críticos pasivos pero si le da pánico la unión del movimiento con la verdad. Una verdad no tan sencilla como la de Caudwell, pero a la que hay que buscar con una pasión tan exigente como la suya.


No hay comentarios:

Publicar un comentario