Daens o cuando
la Iglesia se
sitúaba con los trabajadores
No hay la
menor duda de que el cristianismo social ha tenido una gran importancia en el
movimiento obrero desde sus orígenes hasta el presente más inmediato. Mientras
que la jerarquía eclesiástica se ha situado –salvo contada excepciones, algunas
tan importantes como en el caso de la brasileña- al lado de las clases
dominantes, e incluso –como ocurrió en la España que se identificó con el franquismo- con
sus sectores más reaccionarios y despiadados, esto no contradice en absoluto la
existencia de personas y sectores identificados con las exigencias proletarias
Alarmada
ante el ascenso de los sindicatos y los partidos socialistas a finales del
siglo XIX y principios del XX, la
Iglesia trató de ofrecer su propia al capitalismo más salvaje
con la encíclica “Rerum Novarum” redactada por el papa León XIII, y en la que
se trata de dar respuesta propia a la
situación, favoreciendo los llamados “sindicatos amarillos”, que trataban de conseguir
mejoras sociales de espaldas a las luchas obreras y apelando al sentido
“social” de la patronal y del Estado. Pero esto no impidió el surgimiento de
cristianos indignados como el laborista británico Keir Hardie, que consideraban
como mucho más verdadera y auténtica una opción socialista que veían en armonía
con el mensaje esencial del cristianismo –el amor al prójimo, sobre todo a los
más desfavorecidos, a los últimos que serán los primeros-, que esa Iglesia
estructurada como una estructura de poder y de privilegio, y que conecta con la
parte “mágica” que habla de Dios en vano, y que se justifica como heredera de
Cristo y de Pedro al margen de sus obras concretas...O mejor dicho, en abierta
contradicción con su actuación concreta, destinada a convencer a los creyentes
de que lo importante es estar en comunión con ella, y no en ser consecuentes
con lo que se entiende el mensaje de Cristo.
Ni que
decir tiene que el cine ha ofrecido una extensa traducción de este conflicto,
empezando por la diferencia existente entre las obras –en particular de autores
cristianos de la talla de Dreyer, Bresson, Fellini, Olmi, etc-, que ha ofrecido
historias en las que su resolución cristiana han causado la admiración de los
no creyentes, tan ajenas al cine de divulgación oficialista, a aquel cine de
estampitas tan descaradamente publicitarias de las presunta bondades de una
Iglesia constantiniana que si ha brillado ha sido gracias a los herejes y a los
que han antepuesto su conciencia a las reglas y los intereses de una jerarquía
que desde el cine se ha descrito tantas veces como inherente a las mayores
manifestaciones del mal social...(2) Sin duda uno de los títulos más
significativo de estos actos de insumisión a favor de los trabajadores se
ofrece en Daens que ha
sido calificada –a mi juicio, abusivamente- en algunos diarios como el Novecento
belga.
El guión,
escrito por François Chevalier y por el propio director, está basado en una de
Louis Paul Boon (Aalst, 1912-1979), uno de los más importantes escritores
flamencos que nunca rompió sus vínculos con la clase obrera y los ideales
socialistas de su juventud. De formación autodidacta, Louis Paul trabajó en los
más diversos oficios, hasta que, gracias al ánimo que le dio su esposa
Jeanneke, escribió su primer libro en 1942, época en la que militó en el partido
comunista; su pluma fue muy habitual en la prensa marxista, y la derecha lo
trató de “ultramarxista”. Consiguió un premio literario que le permitió
escribir el siguiente, Mi pequeña guerra (1946). En toda su obra destila
una profunda indignación social, y un conocimiento muy directo de la
solidaridad entre los de abajo. Su mayor reconocimiento llegó cuando le
otorgaron en 1966 el mayor premio literario de los Países Bajos, luego su
nombre figuró como candidato al Nobel. Su última gran novela fue Pieter Daens (1971), que aunque cuenta
una hecho real, no deja por ello de referirse directamente a las consecuencias
sociales del neoliberalismo. Daens fue dirigida por Stijn Coninx (1957),
que antes había realizado previamente un par de largometrajes: Hector
(1987) y Kok o Fianel (1989), totalmente desconocidos entre nosotros,
como la práctica totalidad de esta cinematografía.
La acción
transcurre en una ciudad belga llamada Aalst a principios del siglo XX, un
marco social que la película reconstruye rigurosamente con las imágenes en blanco y negro del
comienzo. que las que se evoca con un sobrio estilo documental la dureza de
unas condiciones de trabajo sobre las que el cine ha pasado normalmente de
puntillas, pero que en Daens toman las formas concretas del
hambre y la muerte por las calles y los salarios miserables de las fabricas del
textil. donde hay frecuentes accidentes. laborales y donde trabajan niños de
seis años.
Aalst es
una ciudad que cuenta con una prospera industria textil que se ve obligada a competir con la de Inglaterra y Escocia.
Los empresarios argumentan que mientras
que en Bélgica una mujer maneja una maquina de hilar, en Gran Bretaña tres son
capaces de manejar tres maquinas simultáneamente, cuando resulta además que los
trabajadores de las fábricas, hombres y niños tienen una jornada laboral de más
de trece horas diarias en unas condiciones infrahumanas que cumplen bajo la
vigilancia de encargados sin escrúpulos. Para los amos se trata de imponer en la fabrica el
modelo inglés que resulta más competitivo, pero el resultado es que los
accidentes laborales se incrementan de forma trágica. La vida obrera resulta descrita a
través de un triple ámbito: el espacio
fabril, el hogar, y los espacios destinados a la sociabilidad. En su mayoría
son “comedores de patatas” como los que pintó el primer Van Gogh, cuya historia
inicial por cierto presenta no pocas similitudes con la del Padre
Albert Daens (1839-1907), al que la historia reconoce como un defensor de los
trabajadores, del sufragio universal, promocionó la enseñanza obligatoria y
que incluso se opuso a los grandes gastos militares ya la política del rey en
el antiguo Congo Belga, un punto en el que los socialistas de su tiempo no
fueron ni la mitad de activos de lo que les correspondía.
La
historia comienza cuando el padre Daens es enviado a la zona porque el cardenal
cree que allí escarmentara, pensando además que si le envían al Congo acabará
poniéndose al lado de los nativos, con lo que se establece un parangón entre
ambas situaciones. Nada más llegar a la Aalst, Daens percata de que
la vida de un hijo de un obrero no valía nada en la ciudad, ya había publicado un articulo reformista en
el diario que gestiona su hermano, pero que económicamente depende de la Iglesia católica, sostén del
Partido Católico, estrechamente ligado a su vez con la patronal más
intransigente, habituada a la actitud abiertamente cómplice de la jerarquía
eclesiástica y de su colega en el lugar, un arquetipo de sacerdote falso para
el que el único problema es que los trabajadores no pequen, o sea que “no
codicien los bienes ajenos”, sin pensar que dichos bienes eran ante todo
producto del esfuerzo de aquellos desgraciados para los que la Iglesia ya tiene instalado
el paliativo de la caridad. La clase
obrera está representada especialmente por una extensa familia Scholliers a la cabeza en la que
los padres sufren las consecuencias de la explotación pero al mismo tiempo son
muy creyentes, pero cuentan con una hija
Nette (Antje de Boeck), una joven obrera que será la que finalmente
encabeza una revuelta obrera contra la patronal, enfrentándose incluso a otros
trabajadores. Además, la película ofrece diversos cuadros en la que estos
aparecen más preocupados por “olvidar” sus penas que por enfrentarse a la
patronal que las provoca.
La trama
explica como el incipiente partido socialista trata vanamente de hacer oír su
voz sin resultados concretos. Aunque explotados, los trabajadores carecen de conciencia sindical y siguen
creyendo en la Iglesia,
temen que la desobediencia les haga empeorar la vida. Por otro lado, los
empresarios alimentan a un grupo de tipología fascistoide que de tanto en tanto
aporrean a los socialistas y a los huelguistas, y entre los cuales se encuentra
un hermano de Nette, un renegado que desprecia su propia clase. Por el
contrario, Daens con su palabra
evangélica, consigue hacerse un eco entre los obreros desde el momento en que
sus denuncias dan lugar a la creación de una inspección laboral, un logro que a
pesar que resulta bien recibido por los trabajadores acaba siendo estéril. La
razón se debe a que los inspectores hablan en idioma walon, que no se entienden
con los trabajadores, en particular las mujeres que ahora trabajan por menos
salario, ven defraudada sus expectativas.
Con todo, Daens persiste en su actuación denunciando las condiciones de vida y de
trabajo existentes, provocando de esta manera que sus denuncias lleguen hasta
el Parlamento gracias a una coalición entre liberales (que denuncian como
excesiva las pretensiones patronales, pero que no muestran interés por hacerse
oír en a las fábricas), socialistas y los católicos que apoyan a Daens. Pero
Daens no se echa atrás y la muerte de un niño somnoliento fábrica le impulsa a
apoyar la huelga espontánea que tiene lugar. Muchos obreros católicos se
sienten defraudados por el partido confesional y no aceptan a los socialistas,
aunque estén a favor de sus apuestas de justicia social. Daens crea un partido
democristiano es apoyado por los liberales y que sufre el boicot del partido
católico. El principal
adversario de Daens, y el más enérgico representante de los intereses
empresariales o es otro que Woeste (encarnado con sobriedad
por Gerard Desarthe, un prestigioso actor hemos podido verle en films de
Bertrand Tavernier, Andrzej Wajda o Claude Berri, y que borda el personaje que,
por cierto, habla como un conservador
moderno). Woerste, utiliza
la religión como parapeto ideológico
para mantenerse en el poder frente a los “sin Dios". amparado por sus influencias que
llegan hasta la más alta jerarquía de la Iglesia.
Daens denuncia esta manipulación cuando declara: “Desde
hace años, el partido católico no ha hecho más que agravar la miseria de los
obreros de forma alarmante, sin escuchar sus gritos de desesperación (...) El
primer debe de cada trabajador es colaborar solidariamente para mejorar y
conservar los puestos de trabajo y para ganar la batalla por una existencia
digna”.
Hay una escena en la que los “santos padres” hablan poco más
o menos como los propios empresarios, y otra en la que es interpelado por el
mismo monarca, Leopoldo II, que se muestra vivamente interesado por acallar a
Daens, organiza una campaña con la
intención de desacreditar a Daens.
En otra
que recuerda bastante La audiencia, la obra maestra de Marco Ferreri, la
película muestra como el sacerdote es llamado al Vaticano, y como cuando trata
de ver al papa, su buena fe del sacerdote es manipulada por una burocracia vaticana perfectamente educada en la tarea de
domesticar rebeldes. Finalmente el sacerdote resulta repudiado por el Vaticano,
la jerarquía asume que ha llegado demasiado lejos, y el hombre se ve obligado a
escoger entre el sacerdocio que no se ha cuestionado y sus convicciones morales
y políticas, claramente extraídas del Evangelio y que confronta en actos
concretos a las propias de una Iglesia que forma parte del mismo entramado de
los poderosos. Nette, la inquieta y vivaracha muchacha que siempre se ha
mantenido a su lado, y que se ha hecho novia de un joven socialista que
desconfía de los métodos de Daens, será también su conexión con los socialistas
quienes, finalmente, conseguirán imponer el sufragio universal mediante una
huelga general, una victoria que les permitirá llegar también al Parlamento
como una minoría importante y luchar por una serie de reformas...
Al final,
el padre Daens ofrece su propia lección de la historia al proclamar: “El
enemigo es aquel que explota y el amigo el que sufre con nosotros y cerca de
nosotros”. Después, antes de los títulos
de créditos, unas notas nos informan que Daens siguió fiel a sus convicciones
hasta el final de su vida, contradiciendo la nota aparecida en una webb
eclesiástica en la que se nos dice que se limitó a aplicar la Encíclica papal, y que
después de algunas desavenencias con la jerarquía, acabó excusándose ante esta.
Daens pues ofrece un trozo de historia
social auténtica, un recital sobre como la lucha de clases alcanzó una
extraordinaria virulencia en una época en la que la patronal se creía dueña del
destino del pueblo en complicidad con la jerarquía eclesiástica y de un monarca
cuya extrema crueldad le ha llevado a ser comparado con Hitler y Stalin. Se trata de un abierto homenaje a Adolf
Daens, y con él a la Iglesia
de los pobres. Se trata de una obra valiente y necesaria, cuyos méritos han
sido reconocidos ampliamente, ya que fue Nominada al Oscar como Mejor Película
Extranjera y galardonada con la
Espiga de Plata y el Premio del Público en el Festival de
Valladolid de 1992. E insistimos: aunque se trata de una reconstrucción de la época
del capitalismo salvaje, el de antes del “Estado del Bienestar”, no por ello
deja de resultar una historia presente, entre otras cosas porque los patronos
hablan como capitalistas “modernos”, que hablan como esos representantes de la
patronal catalana que dicen que los derechos laborales en el Vietnam (un país
hundido por décadas de guerra) caben en un papel.
En un hipotético ciclo de películas sobre la relación entre
el cristianismo y el movimiento obrero, los animadores podrían ofrecer otros
títulos como ¡Qué verde era mi valle¡, de John Ford, El árbol de los
zuecos, Ermano Olmi, Matewan,
de John Sayles, Ya no basta con rezar, Romero o Salvador,
de Oliver Stone... Por otro lado, no fue hasta los años sesenta que aquí
hubieron sacerdotes que se pusieron al lado de los trabajadores y en contra de
los patronos que habían comprado a la Iglesia
me la suda
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