Kronstadt, lecturas
desde España
En aquellos días que
conmovieron el mundo, Trotsky fue reconocido por algunos como el líder
bolchevique más próximo a los anarquistas, un movimiento que en Rusia era
relativamente importante pero muy estaban muy fragmentados. Marc Ferro los
sitúa en la misma estela que los bolcheviques. También estaban por romper con
el gobierno provisional, y en general, se sentían cómodos en los turbulentos
soviets.
Esta afinidad tenía un
antes (la relación con los sindicalistas franceses descrita en el primer
capítulo), y un después, ya que Trotsky siguió manteniendo una estrecha
vinculación con los comunistas de procedencia sindicalista y libertaria como
Monatte, Rosmer, y Víctor Serge, que fue la principal conexión en Moscú para
Andrés Nin y Joaquín Maurín. Monatte fue el contacto escogido por Ángel Pestaña
de camino hacia la Rusia
soviética. En Moscú, Pestaña fue atendido especialmente por Serge, al que
ya conocía de Barcelona, y su llegado coincide con un momento de euforia que
lleva al prudente Lenin a apoyar una incursión contra los “blancos” en Polonia
que pronto se revelerá desastrosa. Discute durante horas con Lenin y Trotsky, y
descubre España les era casi completamente desconocida. Parece que no se le
ocurre pensar que es lo mismo que le sucede al él con Rusia con la salvedad de
que mientras ellos poseían una potente formación teórica, el propio Pestaña
apenas si había esbozado una reflexión sobre la propia situación española. De
ahí que su mejor libro sean sus memorias, en tanto que los que escribió sobre
Rusia fueron los más conocidos.
Su objetivo era dar a
conocer a la joven revolución el apoyo de la CNT a la revolución, su solidaridad contra la
intervención imperialista, al tiempo que, en el caso de su relación con la Internacional Sindical
Roja que se erigía como alternativa a la Internacional
reformista de Ámsterdam, se reserva su derecho a mantener sus propios
principios y finalidades. De entrada, Pestaña no acepta que una revolución
pueda ser “la obra de un partido. Un partido no hace una revolución, un partido
no va más allá de organizar un golpe de Estado, y un golpe de estado no es una
revolución”. Igualmente muestra su repulsa a los procedimientos de discusión
que, desde su punto de vista, estaban hechos para asegurar la hegemonía
bolchevique. En estos debates, Trotsky –escribe- era como una tormenta…
En su réplica, Nin se
muestra lapidario, declarando que lo de Pestaña fueron “Setenta días perdidos”.
Para Nin, las palabras de Pestaña “lo que yo pienso” sobre Rusia, era una
paradoja ya que no le reconocía esa facultad. El caso es que, como la mayor
parte de testimonios anarquistas sobre aquellos tiempos, Pestaña presta mayor
atención al modelo ideal libertario que cualquier vestigio de realidad. El
lector no encontrará en su informe la menor atención a la postguerra. Sus
análisis económicos muestran lo distante que se haya de los problemas, describe
el pueblo ruso como apático, lento e indolente, y muy dado al misticismo,
trazos sumarios como los que le llevan a describir a Lenin como perteneciente a
la “raza mongola” y de “temperamento eslavo”, y ni tan siquiera se planea que a
alguien como él no se le puede conocer en base a una entrevista. Considera a
los líderes bolcheviques por su procedencia “pequeño burguesa”, en tanto que
Lenin y Trotsky valoraron muy altamente su rasgos de abnegado militante obrero,
y apreciaron la capacidad de lucha de la
CNT, aunque, claro está, creyeron que se trataba simplemente
que cambiaran su camisa para convertirse en base del partido comunista de
España, sin imaginar lo lejos que el líder anarcosindicalista se encontraba de
tal proyecto, aunque años más tarde alumbró el Partido Sindicalista.
Sin embargo, aunque los
informes de Pestaña contribuyeron a el distanciamiento de la CNT del entusiasmo inicial, lo
que realmente motivó la ruptura radical con la Rusia soviética, y por lo mismo con la Internacional Comunista,
fueron las noticias sobre el destino de Macknó en Ucrania, pero sobre todo la
represión bolchevique de la insurrección de Kronstadt en marzo de 1921,
episodio sobre el que - en síntesis- el anarquismo ofrece el siguiente
dictamen: "Durante tres semanas la democracia obrera y el poder de los
soviets se hace realidad en Kronstadt. Pero Kronstadt está aislado del resto de
Rusia y no llega a conectar con los obreros del país. Así se impone la mentira
del Estado comunista que trata a los insurrectos de Kronstadt de
contrarrevolucionarios. Los insurrectos resistirán a las mentiras y las armas
del gobierno bolchevique, hasta que el ejército rojo, a las órdenes de Trotsky,
los masacrará".
Hemos escogido esta
exposición por cuanto resumen bastante verazmente lo que se escribió (y
se escribe) desde el punto de vista anarquista sobre la cuestión.
Un punto de vista que
mantendrá una intensa resonancia tuvo en la CNT desde principios de los años veinte, y que
sucintamente viene
a afirmar: a) Kronstadt
es “la primera denuncia de la gran mentira bolchevique”;
b) a la vez que
(es) la demostración de que una organización social a través de los
soviets es posible";
c) “Kronstadt -como la
macknovichitna- fue la expresión de la voluntad insurreccional de obreros y
campesinos que han aprendido que "la existencia del Estado y la existencia
de la esclavitud" son inseparables;
d) “los insurrectos eran
los marineros de Kronstadt, tenían un ideario anarquista, y por lo tanto nada
que ver con los contrarrevolucionarios;
e) corresponde a
Trotsky, como jefe del Ejército Rojo, la principal responsabilidad en la
represión de la revuelta. Desde entonces, decir Trotsky ha sido decir
Kronstadt, y por lo mismo, una lectura que convierte a éste en un mero
antecesor…de Stalin, ambos representativos del mismo pecado original: las
normas centralistas” .
Sin embargo, la lectura
atenta de una obra sobre Kronstadt, como la de Paul Avrich, que aunque
está escrita desde una simpatía reconocida por el anarquismo, no concuerda con
este esquema convertido en un auténtico canon sobre el que no parece haber
posibilidad de discusión. A lo largo de sus investigaciones, Avrich tiene
buen cuidado en no situar el hecho como concluyente.
Su visión del anarquismo
ruso no es tan idealista como el que luego mostrará la escuela. Esta ha
desarrollado unas estampas rusas tan idealizadas que ni tan siquiera
llega a distinguir entre el Kropotkin de antes de la “Gran Guerra” y el
que opta por los Aliados, más o menos lo que sucedió con el “padre” del
marxismo ruso, George Plejanov. La historia de la corriente no es un largo río
encauzado por el idealismo anarquismo ruso, sino una realidad compleja y
cubierta de agudas contradicciones, en primer lugar porque nunca queda clara la
distinción con los socialistas revolucionarios o eseristas. En segundo lugar,
porque la brutal represión zarista obliga a extremar las normas clandestinas, y
por lo tanto no permite la libre discusión. Se da un fuerte conflicto entre los
sectores más sindicalistas y los más espontaneístas, también con los más
proclives a la actividad armada y/o terrorista. La consecuencia general es que
cuando llegan las libertades en febrero de 1917, el estado organizativo resulta
muy atrasado en relación mencheviques y bolcheviques con los que, por lo
general, coinciden en sus propuestas en los soviets como remarcado con especial
interés Marc Ferro. .
La fructífera relación
de los “buenos tiempos”, o sea hasta Brest-Litovsk o incluso hasta principios
de la guerra civil, se rompió, aunque también se rompió entre los propios
bolcheviques, de ahí que en algunos trabajos algunas corrientes internas del
bolchevismo hayan sido catalogadas como anarquistas o anarcosindicalistas,
consideración que, por citar un ejemplo, tuvieron que escuchar muchas veces los
miembros de la
Oposición Obrera, grupo liderado por la famosa Alejandra
Kollontaï, y por el menos famoso, pero muchísimo más consecuente, A.G.
Chliapnikov (1984-1943), representante bolchevique en Petrogrado en 1917, y una
de las figuras más poderosas de la revolución rusa.
No obstante, a la hora
de verdad, en marzo de 1921, sus componentes ocuparon sus puestos entre las
fuerzas que querían ocupar la fortaleza en medio de una batalla a vida o
muerte. En un artículo escrito poco antes de morir, Víctor Serge acusó a los
bolcheviques de no haber sabido negociar, pero el propio Avrich reconoce que la
inmediatez del deshilo habría hecho la fortaleza inexpugnable en un tiempo muy
delicado. O sea en un tiempo en el que la guerra civil ya ha terminado,
pero en el que la coalición blanca está probando nuevas tácticas aprovechando
el creciente malestar campesino y de los obreros. Su consigna es “vivan los
soviets sin bolcheviques”. Otra cuestión que está por considerar
seriamente es el de la propia lógica del aparato represivo creado durante la
guerra, una lógica que desborda a los propios bolcheviques que todavía no son
conscientes de lo que se está incuban bajo el amparo del “Estado obrero”.
Si nos atenemos a las
lecturas que tradicionalmente se ofrece en la prensa de afiliación anarquista,
los juicios que se ofrecen sobre ella inciden muy en primer plano en el “pecado
original” del centralismo marxista y/o leninista como desencadenante de un
proceso represivo que se inicia ante todo con los anarquistas, para seguir
luego su curso en coherencia. Todo lo demás, la suma de “circunstancias”, las
ya heredadas del atraso secular, de una guerra mundial que será especialmente
terrible en las tropas rusas (de hecho, este fue el factor más influyente para
desencadenar el proceso revolucionario), pero sobre todo una guerra civil que
deja al país al borde del abismo, apenas si merece consideración. La guerra
había destruido la vanguardia obrera, incluyendo por supuesto a la de filiación
anarquista que estuvo en primera línea. Así pues, de los militantes de
Kronstadt de 1917 no quedaba casi nadie en 1921, incluso su líder más
reconocido, Yarchuck, permanecía encarcelado, y por lo tanto, lejos de los
acontecimientos.
De hecho ninguna
corriente política podía decir que los representara. Los mencheviques eran
importantes en las fábricas de Petrogrado, los socialistas revolucionarios de
izquierda tenían una presencia, el propio Petritchenko podía ser calificado
como tal, algo nada extraño ya que, como demuestra el propio Paul Avrich en su
otro libro, el anarquismo y el populismo tuvieron una historia muy paralela en
Rusia. No era cierto que los insurrectos tuvieran que ver con los
"blancos", pero sí lo es que éstos "resucitaron" con las
expectativas de que se abriera un frente contra los bolcheviques con el
deshielo, e hicieron propia la consigna "soviets sin bolcheviques".
Es cierto que las
huelgas estaban al orden del día, lo mismo que las revueltas agrarias (sobre
todo una vez se derrotó a los "blancos"), pero fueron revueltas
contra el llamado "comunismo de guerra", y de hecho, tal como diría
Lenin, Kronstadt fue como "un relámpago en la noche", iluminó el
malestar generalizado de la base social de la revolución, de manera que su
consecuencia básica fue la instauración de la Nueva Política
Económica (NEP), que abrió un período "liberal" en la revolución
hasta finales de los años veinte, cuando Stalin impuso las colectivizaciones
forzosas.
No es cierto que los
bolcheviques trataran a los insurrectos de "contrarrevolucionarios",
a la manera estaliniana para entendernos. Su punto de vista está contenido en
dos matizados trabajos de Eugene Preobrazhenski y Nikolai Bujarin que insisten
en planear un debate entre escuelas, y dan lugar a textos en los que prima las
propuestas de debate sobre la mera denigración. El mismo Avrich reconoce que si
los bolcheviques cedían, la fortaleza podría convertirse en el principio
de un nuevo conflicto, y sí bien los insurrectos eran "camaradas", su
"tercera revolución" apuntaba hacia una reanudación de la guerra
civil. Por otro lado, Avrich no se hace cábalas sobre sí era posible una
experiencia anarquista, y las experiencias --como la española-- que hemos conocido
ulteriormente se sitúan en un paréntesis. O sea en medio de un proceso
revolucionario inconcluso en el que desde el poder de
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