1965: un Franco en Yakarta. El
trasfondo de “El año que vivimos peligrosamente”
Estos días he podido revisar “El
año que vivimos peligrosamente” (The Year of Living Dangerou, USA, 1983), una película bastante conocida,
y al tiempo que la veía me han venido al
menos un par de “flash” siniestros a la memoria.
La película trata del golpe de
estado liderado por Suharto en 1965, un capítulo de la historia social y
política del siglo XX apenas conocido en estos lares, aunque a algunos nos
impresionó. Personalmente recuerdo un lejano “Triunfo” de la fecha (cuando este
semanario empezaba a ocupar un lugar en la izquierda cultural antifranquista
después que cerraran “Siglo XX”), con un recuadro que daba la noticia en la que
se
decía que alrededor de 500.000 comunistas habían sido asesinados…El segundo nos lleva al Chile, en el tiempo en el que la derecha golpista estaba preparando la atmósfera turbulenta con la que justificar “otro
Franco”, un tal
Pinochet. En aquellos días, la derecha se manifestaba en la calle gritando
contra Allende, y en uno de sus gritos clamaban “!Yakarta¡”. Era difícil
decirlo con menos palabras: querían que aquel ejército que escritores como
Jorge Edward describía en una obra contra Cuba, “Persona non grata” como
caballeresco y constitucional, hiciera la misma faena… decía que alrededor de 500.000 comunistas habían sido asesinados…El segundo nos lleva al Chile, en el tiempo en el que la derecha golpista estaba preparando la atmósfera turbulenta con la que justificar “otro
Aunque fuese a cuentagotas,
algunos enteramos que en 1965 había otro holocausto en marcha, y que detrás de
todo estaba el “pentagonismo”. No había que ser muy perspicaz para saber que
las víctimas serían los miembros y los partidarios
del PKI (el Partido Comunista de Indonesia)
y de los sindicatos afines. El ambiente que se vivía en sus filas era empero
optimista. Se había difundido la
creencia de que Sukarno, uno de los líderes del “movimiento de Países No
alineados”, estaba de acuerdo en allanar el camino para una victoria del PKI.
Sin embargo, lo que tuvo lugar
fue un misterioso
golpe de Estado liderado por un tipo llamado Untung había intentado en nombre de Sukarno, decapitar al ejército indonesio. Se
decía en la prensa internacional que dos generales, Nasution y Suharto, habían escapado, organizado sus fuerzas y
contraatacado. En unas declaraciones, Sukarno se proclamó ajeno al presunto golpe, por lo que se apuntó una cierta
participación del PKI, No era cierto, el
Partido como tal no había tomado ninguna decisión. Sin más preámbulo, la nueva junta militar ordenó la detención y la
ejecución de D. N. Aidit, secretario general del
PKI, y de otros líderes que habían depositado su confianza en Sukarno. Este fue
el principio del baño sangre generalizado
que siguió. En su momento, el PKI aseguraba contar con tres millones de afiliados,
más de diez millones de simpatizantes
en diversas organizaciones de base. Cifras exageradas, pero que no estaban demasiado
lejos de la realidad.
La prensa internacional
informó que las carreteras estaban sembradas de muertos; que los caudalosos
ríos estaban llenos de
cadáveres y en el campo había fosas recién cavadas llenas de cuerpos a medio quemar. En poco tiempo,
los recuentos más moderados hablaban del exterminio
de un cuarto de millón de personas; en “Triunfo” recuerdo que se
hablaba de medio millón. El Partido Comunista que había tratado
“constructivamente” a Sukarno, que tenía ministros en su gobierno, y que
simpatizaba más con China que con la
URSS, resultó física y políticamente eliminado. Llegaban noticias de que los golpistas eran hombres
del Pentágono. Sus argumentos fueron calcados a los del 18 de julio español:
tuvieron que actuar para evitar una insurrección comunista; no es necesario
decir que de haber alguna verdad en esto, la matanza no habría sido tan
sencilla, la gente del pueblo no habría muerto en el desamparo y la ingenuidad
más absoluta. Por cierto, uno de ellos, Nasution había colaborado anteriormente con el colonialismo holandés. En 1948, después de la independencia, tuvo
un protagonismo en la masacre de comunistas en 1948, pero sobre este episodio
apenas si se había escrito.
Tariq Ali cuenta en su obra de
memorias, “Años de lucha en la calle” (Ed. Foca, Madrid, 2007;135 y ss), que “en el gobierno de Sukarno había miembros del PKI. Se trasladaban
en coches con banderas y los
generales los saludaban en los aeropuertos. La víspera de su ejecución por parte del ejército indonesio, el
vicepresidente del PKI, Nyoto, declaro a dos periodistas japoneses que el partido se
había negado a crear su propio ejército porque tenía una enorme confianza en el
Ejército Indonesio que `no era igual que los ejércitos de los países
imperialistas o que el la India de ahora». Era verdaderamente un «ejército
nacional´…”.
Tariq reflexiona sobre el caso
de Sukarno, que era un hombre con mucho prestigio entonces, y que en la
película de Peter Weir es presentado comiendo en la parte más alta del palacio
y mirando desdeñosamente a los hambrientos. Para Tariq, Sukarno, no le pareció
nunca “un líder político particularmente
inspirador. Tenía una retórica trasnochada, una visión gravemente limitada y pocos logros en su
haber. Nehru había sido el padre del concepto del
no alineamiento, Nasser había nacionalizado el Canal de Suez, Nkrumah había soñado con la unidad africana, Mao Zedorig y Fidel Castro habían liderado con éxito sendas
revoluciones y Ho Chi Minh estaba a
punto de completar otra. ¿Pero qué había alcanzado el degenerado mistagogo de
Yakarta, aparte de un fútil e irreflexivo enfrenta-miento con Malasia que había acabado en desastre?
En concreto, había fortalecido a los elementos más revanchistas del ejército: a
los mismos hombres que, sólo en
Bali, habían presidido las 150.000 muertes… “
Para la gente que comenzábamos
a hacer nuestras primeras reflexiones políticas, el trágico ejemplo de
Indonesia aparecía como una prueba más de los problemas que se daban cuando un
movimiento podía conocer un extraordinario impulso por abajo, pero que por arriba
carecía de una adecuada reflexión analítica. En esta miseria tenía mucho que
ver el padrinazgo del PCUS, y cosas así habían pasado antes, y pasaría después
en otros países como Irán donde el partido destruyó su prestigio al aceptar que
la URSS jugara
la carta del Sha. En el caso de Indonesia era el Partido comunista chino de Mao
el que aparecía en el escenario animado por sus espurios intereses nacionales.
Tariq que por aquella época se había hecho ilusiones, escribe:
“¿Cuál sería la respuesta de Pekín? Esperamos ansiosa y e
impacientemente una aclaración, pero
Pekín guardó silencio. Ninguna explicación. Ningún análisis. Ninguna crítica. La derrota de
Indonesia tenía muchas similitudes
con la purga de comunistas chinos efectuada por Chiang Kai-shek en Shanghai en 1927. Pekín optó por mantenerse en
silencio porque cualquier discusión
real de la debacle habría significado poner de manifiesto su propia actuación. Los dirigentes chinos habían
sido perfectamente conscientes de la
orientación del PKI, y la habían apoyado con entusiasmo. Ya en septiembre de 1963, el líder comunista
indonesio, D. N. Aidit, había presentado sus tesis en la Escuela de Estudios
Avanzados del Comité Central del Partido Comunista Chino en Pekín. No había
intentado ocultar la verdad, pero había explicado que «la burguesía nacional indonesia empieza a ponerse del lado de la revolución…”
“El año que
vivimos peligrosamente”, trata de esta historia tangencialmente. Su punto de
mira no entra a fondo en el significado del gran terror, de otra forma no
habría conocido la distribución que llegó a tener. Esta distancia ha permitido
que algunos repugnantes comentaristas se hayan atrevido a decir que la película
transcurre en el marco de una insurrección comunista. Ofrece un retrato oscuro
y penetrante sobre el contraste entre el abismo y la cima, de una parte el
palacio y la “dolce vita” de los corresponsales de prensa, y de otro el abismo,
la miseria extrema del pueblo; los comunistas que aparecen son resistentes,
están descritos con respeto. El personaje más interesante es sin lugar a duda
el cámara local, Billy Kwan (interpretado por una mujer enana, Linda Hunt, que
ganó un merecido Oscar), que en un primer momento cree que sukarno ha hecho
cosas buenas por el pueblo, pero que después sufrirá una intensa decepción. Su
referente moral es Tolstói, el Tolstói escoge vivir con los campesinos. Aunque
su apariencia es el de una película convencional, Weir sabe ofrecer un contrapunto subterráneo a la
historia amorosa entre los dos protagonistas, que tampoco responden a los
cánones establecidos por Hollywood. Aunque no se trata de una película de
denuncia en el sentido que lo son las de costa-Gravas, “El año que vivimos peligrosamente” permite
explicar y comprender lo que estaba sucediendo en Indonesia en 1965, cuando
Suharto se convirtió en el Franco del país, y acabó siendo agasajado por los
líderes del “mundo libre”, entre ellos Clinton y el capitalista verde Al Gore, como muy bien
denunció Noam Chomski, y por supuesto, nuestro Felipe González que tuvo tiempo
de besarle el culo al dictador antes de morir. Ya lo sabéis, no hay que ser
sectario.
Otra vía para entrar en la trágica historia de
este lejano país es la obra de Pramoedya Ananta Toer, el escritor más importante de su país que ha
podido ser conocido en castellano y en euskera gracias a editorial Txalaparta.
Nació en febrero de 1925 en Blora, una pequeña ciudad de Java central, en
Indonesia. Durante la
Segunda Guerra mundial fue militante del Ejercito
Revolucionario de Liberación Nacional contra la ocupación japonesa. Concluida
la guerra fue detenido por los holandeses, dueños de la colonia, torturado y
encarcelado. Debido a sus escritos anticolonialistas y protestas fue detenido y
enviado a prisión por los dos dictadores que ha padecido Indonesia: Sukarno y
Suharto. Durante años, Pramoedya ha sido el símbolo y la bandera de la lucha
por la libertad en Indonesia. Ya en 1977, Amnesty International le dedicaba una
parte de su informe anual: “Pramoedya Ananta Toer, autor de novelas y ensayos,
es, para muchos, el mejor escritor indonesio de su generación. Algunos párrafos
escogidos de sus libros son, aún, parte de los libros de enseñanza de
Indonesia. En octubre de 1965 fue condenado a cadena perpetua. Dentro de su
arresto, se le ha prohibió el papel y el bolígrafo”. Fue conocido como el
“Nelson Mandela de Indonesia”, y desde 1978 había sido propuesto repetidamente
para el Premio Nobel de Literatura.
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