Una
lección de democracia plebeya
persona de Maximiliano y de su esposa Carlota, después de un plebiscito amañado en el que tuvieron mucho que ver los propios sectores reaccionarios mexicanos, la oligarquía.
El proyecto animado para la Warner por Hal B. Wallis,
contaba con un importante presupuesto para la época (alrededor de dos millones
de dólares de la época), con dos meses de rodaje. Encabezado por el estupendo
Paul Muni (un actor implicado en varias de las mejores películas sociales de
los años treinta como Soy un
fugitivo, de Mervyn LeRoy) junto con una Bette Davis en
pleno apogeo, característicos tan notables como Brian Aherne (un impecable
Maximiliano), Claude Rains (un Napoleón III venal y corrupto, un trasunto de
los dictadores más odiados de los años 30, aquí quizás un punto irrisorio) y
Joseph Calleia (como el oportunista Uradi), al que Hollywood le reservaba para
papeles de hispanos, y que fue uno de los “villanos” más comunes del cine hasta
que se retiró poco después de trabajar con Welles en Sed de mal.
Anotemos la presencia de Gale
Sondergard y John Garfield, que año más tarde tendrían problemas muy serios con
aquella “cruzada” a la que dio nombre Joe MacCarhy, y con la que se buscaba no
solo limpiar Hollywood de “rojos”, sino ante y sobre todo dejar a la izquierda
y al movimiento obrero como “comunistas” y “antiamericanos”.
Curiosamente, aquí tanto la uno como el otro encarnan dos personajes
nefastos, ella es Eugenia de Montijo, la consorte española de Napoleón III una
auténtica arpía glorificada por la tradición monárquica hispana (el franquismo
le dedicó una de exaltación patria en 1944), y a la que Hollywood había
dedicado un retrato idealizado un año antes en Suez con el rostro de Loretta
Young, en tanto que a Garfield le toca interpretar el papel de un joven
juarista llamado Victoriano Huerta, o sea del futuro dictador contra el que
tuvo lugar la siguiente fase de la revolución totalmente inolvidable es
el momento en que Huertas aconseja aceptar la propuesta maximiliana de una
monarquía constitucional, y Benito le responde que, por su propia
naturaleza, la libertad no es algo que se otorga sino que se conquista.
Un diálogo que servidor habría hecho copiar medio millón de veces en una
pizarra a nuestros “padres” constitucionalistas.
Detrás de la lucha por la libertad
que evoca la película se encuentran los acontecimientos europeos, la guerra
civil española en primer lugar, y la política expansionista del nazismo en
segundo...El propio guionista W. Reinhardt decía que los diálogos políticos e
ideológicos debían inspirarse en los periódicos del día, y que por lo tanto
detrás de Napoleón III y su aventura colonial, no es difícil reconocer a
Mussolini y a Hitler apoyando la sublevación militar en España. Básicamente, Juárez es la historia de la lucha entre dos
personajes que representan principios opuestos, lo que no excluye que más allá
de dichos principios se respetaran mutuamente. En realidad, sólo les separa una
palabra -democracia-, dado que ambos pretenden el bienestar del pueblo, claro
que Maximiliano pretende conseguir dicho bienestar sin renunciar a los
privilegios, el primero de todo el de conquista. Dieterle, fue un cineasta
capaz de conjugar, la llegada de Juárez a Matamoros para afrontar a Uradi, solo
y armado únicamente de su paraguas, una escena repleta de fuerza y emoción que
retrata a un revolucionario, con otra escena extraordinaria, laque precede al
fusilamiento de Maximiliano, en que los esposos, uno ante el pelotón en Méxíco,
ella en Trieste, unen sus pensamientos a través de La Paloma, la canción favorita
de Carlota. Escenas que hablan por sí misma de la creatividad de un director
que supo estar a la altura de los mejores en un listado de películas muy amplio,
por ejemplo en algunos policíacos que están esperando el reconocimiento a
gritos.
Se percibe que Dieterle está muy
lejos de simpatizar con Maximiliano, pero lo cierto es difícilmente se podrá
encontrar en el cine una encarnación más digna de la monarquía. Otro detalle
muy inteligente es el que hace que sea Carlota, la reina loca (era prima de
Luis II de Baviera y de Sissi, o sea pertenecía a una familia con graves
perturbaciones mentales), la que viaje hasta Paris, y la que visite a Napoleón
y a Eugenia, y la que, al final de cuentas, sea la que diga la verdad, y la que
denuncie el cinismo y la corrupción de la última monarquía francesa. Pero más
allá de estos detalles, lo que cuenta es que, Juárez llegó hasta el final, y
que Dieterle lo asume. Llegó hasta el
fusilamiento del monarca. Un gesto para la historia equivalente a los que
habían conocido la revolución inglesa con Cromwell, la francesa con los
jacobinos, y la revolución rusa con los zares (al principio de la guerra civil,
cuando la familia reinante podía unificar a los “blancos” más allá de sus
diferencias).
Sin llegar a la altura de sus obras
maestras, de su biografía de Zola o de aquella Jennie que tanto entusiasmó a los
surrealistas, Juárez es
una gran película, digna introducción a cualquier forum sobre las libertades,
la revolución mexicana, o sobre la conciencia democrática y social en el
Hollywood clásico.
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