Amistad de Spielberg y el esclavismo en el cine
Cuando se estrenó en los Estados Unidos La lista de Schlinder
(1993), entre los innumerables parabienes recibidos por su autor, Steven
Spielberg, surgieron algunas disonancias como las expresadas por el reverendo
Jesse Jackson, el principal representante de la izquierda posibilista
norteamericana y hombre muy sensible sobre la orientación de Hollywood entorno
a la opresión racial. Jackson planteó abiertamente la siguiente
cuestión: «¿Por qué seguir insistiendo en el holocausto judío, que en todas partes del mundo conocemos por estas fechas con pelos y señales, cuando todavía nadie ha hablado del holocausto negro cometido en los Estados Unidos?, ¿Por qué nos siguen contando lo que ocurrió en la Alemania nazi, y nos ocultan cuando sucedió en nuestra propia casa?» (La Vanguardia, 7-4-97). Por más que podamos discrepar sobre la estimación sobre una saciedad de conocimiento sobre el exterminio nazi (un tema tabú durante décadas, y sobre el que pocas aproximaciones fílmicas serias se han realizado, incluso La lista de Schlinder resulta sumamente polémica por su carácter "digerible"), sería difícil hacerlo en relación al «holocausto negro», cuyas proporciones desbordan en tiempo y amplitud la tentativa de exterminio de los judíos, apenas si se había asomado a la gran pantalla, y normalmente de una manera más bien tangencial o episódica.
cuestión: «¿Por qué seguir insistiendo en el holocausto judío, que en todas partes del mundo conocemos por estas fechas con pelos y señales, cuando todavía nadie ha hablado del holocausto negro cometido en los Estados Unidos?, ¿Por qué nos siguen contando lo que ocurrió en la Alemania nazi, y nos ocultan cuando sucedió en nuestra propia casa?» (La Vanguardia, 7-4-97). Por más que podamos discrepar sobre la estimación sobre una saciedad de conocimiento sobre el exterminio nazi (un tema tabú durante décadas, y sobre el que pocas aproximaciones fílmicas serias se han realizado, incluso La lista de Schlinder resulta sumamente polémica por su carácter "digerible"), sería difícil hacerlo en relación al «holocausto negro», cuyas proporciones desbordan en tiempo y amplitud la tentativa de exterminio de los judíos, apenas si se había asomado a la gran pantalla, y normalmente de una manera más bien tangencial o episódica.
Existen numerosas razones que
pueden «justificar» este déficit. A mi juicio, la más obvia se deriva del
simple hecho de que las nacionales, las clases y estamentos que resultaron
beneficiados del esclavismo --Gran Bretaña, Estados Unidos, o la Corona española, por citar
un ejemplo más próximo- siguen actuando como dominantes, y no aceptan
fácilmente un acta acusatoria de este tipo. En este sentido, no hay más que ver
como el Estado español o la iglesia católica ha encarado el
"encontronazo" del "descubrimiento de América", el hecho
histórico que está en el origen del fenómeno esclavista moderno, y sobre el
cual apenas si se dijeron cuatro cosas durante los fastos del Vº Centenario,
por lo menos por nuestros lares. Este carácter acusatorio se deriva claramente
de su proximidad histórica, todavía viven personas centenarias que fueron
esclavas, o nietos de africanos que fueron secuestrados, todavía las cuentas de
los beneficios logrados son reconocibles en la vida cotidiana de muchas
ciudades americanas, europeas y africanas. Normalmente, lo más propio ha sido
atribuir a las otras naciones las "leyendas negras" como instrumento
de las sucesivas "guerras frías", de manera que a España le ha correspondido
justamente la que evocaba la "evangelización" de América Latina o la Inquisición,
curiosamente en una "leyenda" en la que no se incluía la "trata
de negros" porque se trataba de un holocausto compartido por naciones que
ya eran constitucionales y democráticas como Inglaterra o los Estados Unidos.
Por la misma lógica de la "guerra fría" se
podría acusar a este último país como lo hacía Jesse Jackson. En el caso se da la agravante de ser la
primera potencia en el arte de la cinematografía, y había producido películas
sobre casi todos los horrores y errores de la historia, por lo que su
ocultación de esta inconmensurable página de la historia, de su propia
historia, resulta mucho más grave. Es posible, pero lo cierto es que el cine británico, tan
sensible a sus dramas históricos, también ha mantenido a lo largo de su
historia un espeso silencio sobre la cuestión. No cabía esperar otra cosa de
una cinematografía como la española
durante el franquismo que no fueran cosas del estilo de Fray Escoba, o
sea de negros agradecidos a las misiones. La filmografía latinoamericana
existente (sobre todo la producida por el "Cinema Novo" brasileño) no
ha llegado hasta nosotros más allá de algún pase por las filmotecas, y su
conocimiento resulta meramente libresco, a través de trabajos como efectuados
por Alberto Elena y otros sobre el cine del Tercer Mundo. Ignoro si el cine portugués
cuenta con algún título que no sea el de Manoel de Oliveira Naö ou
vä gloria de mandar (No a la vanagloria de mandar, 1990), que a pesar de
tratarse de una coproducción con España, no se ha llegado a estrenar entre
nosotros, y que me conste, ni tan siquiera a través de un pase nocturno por
alguna cadena de TV. Por otro lado, tampoco podía esperarse aportaciones por
partes de las incipientes cinematografías africanas, entre otras cosas porque
desde la "trata de negros" el continente sufrió un retroceso
histórico abismal del que todavía está muy lejos de haberse recuperado.
Sea como sea, la poca filmografía existente sobre la
cuestión emerge en los Estados Unidos, una nación joven en la que la esclavitud
sería un factor "constituyente", y tan decisivo que acabó convirtiéndose
en un factor primordial para una guerra civil que marcó un antes y un después
en la evolución del país. Además los antiguos esclavos no se
"disolvieron" en el conjunto de la sociedad como ocurrió en Latinoamérica,
sino que continuaron siendo ciudadanos de segunda clase, sobre todo en el profundo
sur. Muchas de las pautas próxima al apartheid
sudafricano funcionaron en este país hasta
los años sesenta, cuando el movimiento de los Derechos Civiles dio otro
paso más en el largo camino por la igualdad. En este trayecto histórico, la
cuestión de las trata siguió siendo pues un elemento social y político de
primera importancia. Durante casi un siglo, Hollywood tuvo muchos problemas
para abordar la humanidad integral de los afronorteamericanos, y mucho más
tendría que tener para tratar una cuestión todavía palpitante que afectaba a
sus propios pilares fundacionales: al proclamar los Derechos del Hombre los
padres de la patria se olvidaron de las mujeres, pero sobre todo de los negros
(y de los indios nativos, dicho sea de paso).
Por todo ello, hacer una película sobre la trata de
negros "de frente", significaba reconsiderar estos orígenes, y así lo
entendió Spielberg que además de un cineasta es también un hombre con sentido
de Estado, aunque, como resulta propio del cine, en una producción cuya alcance
didáctico y crítico iba mucho más allá de lo que los gobiernos del país se
hayan planteado nunca en terrenos tan fundamentales como la educación.
Aunque este «orgullo» racial negroafricano venía de lejos, y había producido ya una
abundante literatura, no será hasta la teleserie Raíces, uno de los fenómenos televisivos más importante de todos
los tiempos, justo con una temática que Hollywood había desdeñado. Con una
duración de 12 horas fue emitida por la
cadena ABC desde enero de 1977
a septiembre de 1978, que se hace visible al gran
público una historia crítica y plural de los Estados Unidos. Escrita por Alex
Haley jr (1), La trama comienza en
1750, en la pequeña aldea mandinga de Juffure, en Gambia, con el nacimiento de
Kunta Kinte (un nombre que hoy se puede encontrar detrás de productos como
pueden ser unas naranjas), Es hijo de Omoro (Moses Gunn) y de Binta Kinte (Maya Angelou), y al cumplir
los quince años se prepara para el gran ritual que marcará su paso a la edad
adulta. Será un hombre libre hasta que a
los 17 años es raptado. Entonces Kunta K (LeVar Burton) descubrirá a los
blancos, concretamente al barco negrero del capitán David (Edward Assner), que
le llevará a Norteamérica, donde comenzará una larga lucha por su libertad, y
en muchos casos, no llegaron a someterse a su opresor blanco. La hija de Kunta
será Kizzy (Cicely Tyson), que pagará como todas las esclavas por una violación
de la cual nacerá su nieto, Gallo George , que vivirá durante 30 años en Gran
Bretaña y volverá a su país cuando éste se prepara para la guerra civil…En
Raíces trabajó toda una generación de actores afronorteamericanos, y prestaron
su colaboración actores blancos de primera.
El impacto de Raíces motivó otras series, aparte de una segunda parte que
empezaba en 1882, y seguía el hilo de la historia hasta el presente. Menos
conocida pero mucho más rigurosa y descriptiva, La lucha contra la esclavitud, un docudrama que combinaba el
documental con la reconstrucción dramática y que se dio en la 2 de TVE a
principios de los ochenta. No obstante, solo unos años después, ya en plena
restauración conservadora, la serie creada por Mitchell Beazley TV y RM Arts
para el Chanel Four británico, Historia
de Africa, dirigida por el especialista Basil Davidson (1992), fue agriamente
contestada en los «medias» conservadores por sus «demagógicas» referencias al
esclavismo. El viento de los diversos mayos del 68 que produjo el fenómeno del
«orgullo negro» de Raíces comenzó
a cambiar de dirección durante hasta la
restauración conservadora consagrada por la presidencia de Reagan, un férreo
adversario de los Derechos Civiles. No
es abusivo pensar que en este ambiente de ascenso reaccionario, que un posible
equivalente de Raíces en el cine no
llegará hasta Amistad. Su director
decía que había realizado La lista de
Schlinder porque «sentido desde muy
joven había sentido y vivido --el «shoah»-- como judío», y en respuesta a
Jackson se había mostrado dispuesto a «contar diferentes historias que sirvan
para destapar errores históricos cometidos contra otras razas y culturas». La
oportunidad se la brindó la productora y actriz Debbie Allen --su papel más recordado fue el profesora de baile en Fama (Alan Parker 1978)--, cuya determinación sería decisiva por realizar una aproximación a la historia del barco negrero
español gracias al descubrimiento casi casual de dos volúmenes de artículos
titulados Amistad y Amistad
1, escritos por historiadores y filósofos afronorteamericanos.
A continuación de
una primera entrevista con Debbie, Spielberg aceptó inmediatamente un proyecto
«comprometido» justo a continuación de El
mundo perdido como parte de un intento de equilibrio que marca una
filmografía en la que se incluye otro esforzado canto a la «negritud», El color púrpura (1985), una adaptación
de la novela homónima de Alice Walker (editada por Plaza&Janés en 1987), y
cuyo eje son unas relaciones femeninas que se enfrenta a la opresión racista
pero también al machismo de sus hombres; en una de las escenas «más líricas» de
la película, la protagonista viaja a África como parte de su propio reconocimiento
y autoestimación. Al justificar su opción, Spielberg declaró que se sintió
«impresionado por las imágenes de los africanos que había plasmado en unos
bocetos un dibujante del tribunal. No se le veían las caras, sólo sus perfiles
silueteados. Pero mirándoles podía sentir quienes habían sido aquellos
hombres...basándome en un ángulo lateral de sus rostros». De esta manera la
historia caía en manos de un director y productor «más importante del siglo»
(Djimon Hounsou) con posibilidades de «hacer cualquier cosa». Spielberg encargó el guión a David Franzoni
que había obtenido numerosos galardones por su trabajo en Citizen Cohn (1992) una película de Frank Pierson sobre un judío reaccionario, Cohn (James
Woods) que trabajó voluntariamente al servicio del senador fascista McCarthy.
Spielberg dejó claro a Franzoni que «era vital contar el drama desde la
perspectiva de los africanos. Lo más interesante que hay que tener en cuenta
respecto a Cinqué es que no era un esclavo ni nunca lo había sido». Con estos criterios,
el director más influyente de Hollywood ponía en marcha una producción lo
suficiente seria y ambiciosa sobre un tema «tabú» de manera que establece
fílmicamente un antes y un después en este ignominioso capítulo de nuestra
historia.
Al margen de su
interés cinematográfico, es la primera vez que en la pantalla (y en una
producción “por todo lo alto”) que se evoca con detalles la historia de los
abolicionistas, de una “minoría profética” situada en el dominio de la moral y de la solidaridad
que realizan una tarea literalmente revolucionaria, y que a los ojos de la
mentalidad de la época vienen a ser unos verdaderos “extremistas” sobre los que
el cine tampoco ha prestado mucha atención.
Amistad es una hermosa palabra castellana que en la historia
de la trata de esclavos adquiere una dolorosa resonancia irónica ya que la
mayoría de ellos ostentaban nombres dulces como el norteamericano “Esperanza”;
un hábito que luego sería reproducido con los bellos nombres de muchos campos
de concentración. El historiador cubano Moreno Fraginals cuenta que, hacia
1820, este barco español embarcó en el Africa occidental a 733 cautivos de los
que, después de una travesía de 54 días, cuando llegó a La Habana únicamente vivían
188. Este resto fue vendido bien por previo acuerdo en lote bien en una «venta
pública» en la que sus rasgos más potentes se valoraban como unos aspectos más
o menos valioso, y a continuación eran enviados como esclavos a trabajar en las
plantaciones. Allí les esperaba una muerte rápida y muy poco piadosa. Los que
se rebelaban o escapaban» --los llamados "cimarrones»- eran perseguidos
como fieras. Los castigos eran terribles, pero uno habitual era el
despellejamiento. Ninguna ley prohibía asesinar a un esclavo; fueron
innumerables los asesinados durante los momentos de capturas, los arrojados por
la borda, y los muertos a golpes o a latigazos, eso cuando no agonizaban en una
atmósfera tan irrespirable que hacía que los barcos de negreros se olieran a
kilómetros de distancia .
La película cuenta una historia
olvidada, pero cuya significación sobrepasa cualquier exageración. Se trata de
un momento excepcional en el desarrollo de la conciencia humana, el momento en
que, por una vez, un cargamento de esclavos logró imponerse a la exigua
tripulación, superar las dificultades de una navegación cuyos secretos desconocían,
de un océano que no podían reconocer, llegar a tierra, provocar una auténtica
crisis nacional en los Estados Unidos, escapar de las presiones legales
animadas desde la mismísima presidencia del país, y por una vez, los que
sobrevivieron, lograr la libertad, o sea volver a sus origines. Esta
extraordinaria y desconocida historia que tuvo lugar años después, entre 1839 y
1841 fue archivada durante décadas, lo
que nos plantea una simple pregunta, ¿cuántas películas se habrían hecho de
haber sido esta una hazaña protagonizada por blancos?. Ahora la trama era
recuperada con dos objetivos, realzar la
lucha de los africanos por escapar de la esclavitud, pero ante todo, exaltar la
democracia norteamericana convirtiendo en símbolo lo que, en definitiva, no fue
más una excepción fruto de, al menos
cuatro factores, a) la existencia de una magnífica rebelión de los
esclavos; b) la existencia de un importante movimiento abolicionista, sin cuya
influencia los libertadores del "Amistad" no habrían tenido ninguna
oportunidad; c) la existencia de un separación de poderes que entonces pocos
países tenían, y finalmente, la decisión de un político liberal capaz de lo
peor, pero también de lo mejor.
Su prólogo es fulgurante. En medio
de una noche oscura y tormentosa, un negro cautivo consigue dolorosamente
deshacer sus cadenas, e inicia una rebelión que, por una vez, concluye con la
muerte de la mayoría de una tripulación de la que sobreviven solo dos marinos
españoles. En este tiempo, el porcentaje de tentativas de este tipo venían a
ser aproximadamente de una por cada diez viajes y transcurrían por lo general a
la hora de las comidas, cuando el «cargamento» era congregado en cubierta. El
caso del «Amistad» fue una de las pocas excepciones, ya que normalmente las
revueltas eran sometidas sin ninguna piedad, y fruto de una suma de
casualidades que convirtieron el caso en una auténtica excepción. De ahí que
fuese tan fácil de olvidar, y que de alguna manera llegará a los herederos
actuales de los antiguos esclavos, tan necesitados de revalorizar su propia
historia. En uno de los numerosos
«flash-back» de la película, se cuenta
como su protagonista, Cinqué, fue secuestrado en un poblado mendi, cerca de lo
que hoy conocemos como Sierra Leona. Se trata
de un acto que tiene algo de cotidianidad. Cinqué tiene una deuda
impagada con unos vecinos, y promete inútilmente pagarla pero será arrastrado
hasta la costa donde será entregado a un mercader de esclavos español. Cinqué
se había convertido en una «persona disponible», castigada de una de las formas
utilizadas en el antigua tráfico de esclavos realizada en África desde tiempos
inmemoriales. Pero aunque el caso de Cinqué fue bastante habitual, en su gran mayoría esclavos fueron secuestrados en
redadas como la que describe Cornel
Wilde en La presa desnuda.
La historia de Cinqué establece claramente la relación
entre la trata de negros y las normas esclavistas presentes en la sociedad
africana, aspecto que durante el juicio es remarcado por el abogado esclavista
Holabird (Pete Postletwaite), quien recuerda además que la esclavitud ha sido
inherente a la historia de la humanidad, un argumento también esgrimido por
Calhoum durante una recepción al embajador español Calderón, en la Casa Blanca. Lo
cierto es que, hasta la
Ilustración, no existía una conciencia de que la esclavitud
era un pecado, o un crimen contra los otros, sino un negocio que se justifica
bien por sí mismo, bien añadiendo dos razones más, que siempre hubo esclavitud,
y que los africanos eran unos paganos salvajes. Unas escenas muestran como Cinqué y los
demás fueron trasladados a bordo del barco portugués «Tecora» a La Habana para ser vendidos, y
describe en una corta escena el mercado de esclavos. Será en este barco donde
tiene lugar algunas de las escenas más terribles de la película, donde los
esclavos son vejados y maltratados por los marineros, y como son lanzados por
la borda simplemente porque no había comida, o más llanamente por el cerco de la Marina británica, una
escena que ocupa unos minutos del metraje de Los asesinos de Kilimanjaro, y durante la cual el «chico» (Robert
Taylor) trata de «hacer algo» sin cambiar de expresión.
Amistad también confiere un papel significativo a la Marina británica que en
esta época estaba comprometida contra dicho comercio aunque no siempre por
motivos tan idealistas como los mostrados por el teniente Charles Fitzgerald en
un inserto de Amistad, quien durante
el juicio establece con claridad la «siniestra aritmética» mediante la cual los
barcos negreros bajaban su peso, En una secuencia retrospectiva se veía como el
enérgico teniente arremetía expeditivamente a cañonazos contra el infame fuerte
de Lomboko, cerca de la colonia británica de Sierra Leona donde los esclavos
eran retenidos en barracones infectos hasta que venían a buscarlos. Este fuerte
que disponía de potentes cañones para defenderse de los competidores europeos,
es destruido por un Charles Fitzgerald pletórico que proclama que,
efectivamente, como presumen los esclavista, Lamboko no existe aunque sea
gracia a los bombardeos.
Sin embargo todo esta riqueza en
los detalles fotografiados en tonos oscuros «goyescos» por el fotógrafo de Schlinder’s list, Janusz Kaminski, no
están al servicio de la prometida «perspectiva de los africanos», sino que se
estaciona, nada menos que en tres procesos judiciales que,
cinematográficamente, carecen de capacidad de engarce con el resto de la
historia que permanece sometida a las controversias entre los abogados. Durante
estos juicios, Cinqué y sus compañeros, aparecen prácticamente como comparsas,
y curiosamente, es únicamente en el momento en que hablan que la película
alcanza su mayor grado de autenticidad. Es
una secuencia --ciertamente
inolvidable- en la que Cinqué, después de observar los presentes, proclama enseñando sus argollas, «!Libres
nosotros¡, !Libre nosotros¡». Tampoco adquieren vida los negros «libertos», ni
siquiera Theodore Joadson (Morgan Freeman más perdido que nunca) el único
personaje inventado de la trama, y el traductor encontrado gracias a la
brillante sugerencia de John Quincy Adams a Joadson para que trate de saber
«quienes son» los cautivos además de «lo que son”. "Son" cuando pueden hablar gracias
a un traductor que les presta la voz, y que además trata de explicarle a Cinqué
la historia de Jesús a través de las láminas de una edición del Nuevo
Testamento podía figurar perfectamente en una de las películas de «estampitas».
De hecho parece que Spielberg se pierde, que no encuentra el nexo entre la
historia, sus personajes y el público, de manera que la película “funciona”
como un ambicioso docudrama para ilustrar una tesis sobre un acontecimiento
histórico, para “plantear” todas las cuestiones del debate, incluyendo
apéndices sobre la destrucción de Lumboko, la guerre civil norteamericana, y el
incierto destino de Cinqué liberado, pero las “tesis” acaban convirtiéndose en
un auténtico lastre que prolonga la película hasta conseguir el cansancio
(incluso entre los espectadores que podían estar interesado en dicho debate).
Como decíamos al principio, Spielberg lleva la
película a otro terreno. Hasta entonces, se da a entender que el comercio de
esclavos era un hecho infame llevado a cabo por latinos despreciables como los
españoles y los portugueses», si bien cuando transcurre el episodio del «Amistad», y prácticamente no existía el
comercio de esclavos con Estados Unidos, si hubieron barcos, capitanes y
marineros estadounidenses implicados en este comercio, por lo general en nombre
de comerciantes brasileños y cubanos. El propio «Amistad» había sido construido en Baltimore con el nombre de «Friendship» y vendido en La Habana, como otros tantos
otros barcos negreros. Es más, siendo este caso parecido al que se cuenta en la
película, la esclavitud siguió siendo perfectamente legal durante varias
décadas más, no obstante, confirma varias cosas, primero la existencia de una
actitud de revuelta entre los propios esclavos, segundo, la existencia de un
movimiento abolicionista, alimentado en muchos casos por personas que antaño
estuvieron implicadas en el comercio de sus semejantes, y tercero, que aunque tenuemente,
todavía brillaban las “luces” que habían iluminado la revolución de 1776, sobre
todo a través de la pasión de los abolicionistas .
Se ha tratado un tanto despectivamente entre nosotros,
el enfoque con que Spielberg subraya la nacionalidad española de los infames Montes y Ruiz, el
carácter infantiloíde y arbitrario de la reina Isabel IIª (Anna Paquin) en cuya
monarquía Cinqué jamás habría gozado de la
cobertura legal facilitada por la joven democracia norteamericana. Por
no hablar del papel maquiavélico del «embajador» (en realidad ministro)
español, Angel Calderón de la
Barca (soberbio como siempre Tomas Milian), cuya esposa según
Hugh Thomas fue «la extraordinaria Fanny
(...) autora de uno de los mejores libros de viajes, en el que relata la misión de ella y su
marido en México unos años después». Serán los «diplomáticos» comentarios de
Calderón con el decidido apoyo del frío y dogmático James Calhoum (que por
cierto, fue vicepresidente con Adams) que adora las leyes del mercado; o sea
que las monarquías absolutistas y los "demócratas" racistas se
entendían a la perfección. Es la "conciencia mercantil sobre todas las
posibles «consecuencias» del fallo favorable a los esclavos, lo que moverá al
presidente Van Buren (Nigel Hawthorne) a recurrir al Tribunal Supremo, y a crear una nueva
dificultad a la libertad. Pero aún sin
negar la voluntad «patriota» de Steven Spielberg orientada claramente a «blanquear»
la bondad de la justicia norteamericana, resulta bastante difícil negar una
diferencia derivada tanto de los márgenes de una acción legal mínimamente
democrática como de la existencia creciente de un movimiento abolicionista,
inexistente entre nosotros más allá de alguna toma de posición personal
honrosa, como por ejemplo la de Blanco White.
Empero -detalles históricos aparte-, es evidente que las proclamas de Adams en el segundo juicio viene a ser como la aplicación de la filosofía democrático revolucionaria de 1776 al caso. Adams declara su (nuestra) admiración por el verdadero héroe de la función, Cinqué, un personaje soberbiamente interpretado por Djimou Hounsou que antes de modelo había sido un «sin papeles» en París, y al que recientemente hemos podido volver a ver en Gladiator. Adams subraya que éste debería caer por el peso de las medallas, sobre el que se escribirían libros de historias y cuya hazaña deberíamos contar a nuestros hijos. Sin embargo nadie lo hizo, nadie se acordó de él hasta que Debbie Allen lo descubrió en unos voluminosos libros de historia desconocidos incluso en las Universidades, y a la que, con todos los defectos que se quieran, Spielberg ha hecho una contribución imborrable desde el momento en que ha convertido en una verdad que ya no se puede ocultar; lo que no es poca cosa para tratarse de una película tan irregular. Evidentemente, esta es una valoración más sociológica que cinematográfica, pero incuestionable. Spielberg ha planteado y popularizado una cuestión que necesitaba a gritos una visualización. Ha hecho una película que se ajusta como un «anillo al dedo» para las escuelas o para un cine-forum. Para recuperarla en discusiones en las que la trama puede perfectamente seguir de guía.
Como obra ha sido maltratada por la crítica que no ha tenido por lo
general piedad. Este es el caso, por citar un ejemplo ilustre, de Angel
Fernández Santos (El País, 8-3-98).
En su reseña remarca que mientras que al ocuparse del Holocausto judío,
Spielberg tuvo «la osadía de dar forma a lo informe y de representar lo
irrepresentable, vertebrando el relato del inabarcable crimen genocida nazi
mediante un sencillo, pero sagaz y eficacísimo, esquema de puro melodrama», y
salió airoso. Pero en este caso, ni «la fuerza metafórica de aquel suceso -del
motín en el «Amistad»-, ni las bonitas composiciones con sabor pictórico del
fotógrafo polaco Kaminski (...), ni un reparto encabezado por gente de la talla
de Morgan Freeman y Anthony Hopkins, ni la esmerada producción, nada redime a Spielberg
de su incapacidad para encontrar para este aterrador asunto un enfoque formal
con fuerza de enganche, que atrape y conmueva». Y si bien encuentra a veces
«destellos vigorosos», el conjunto del relato le parece «endeble y tristón,
epidérmico y carente de ritmo», de manera que «convierte el espantoso genocidio
esclavista en un álbum de colegial».
Quizás harto de
los dinosaurios. Spielberg regresaba a los comprometidos territorios que ya
ocuparon el grueso de su genio en La lista de Schindler. El objetivo
vuelve a ser el mismo: acoplar un argumento mayor (esta vez la esclavitud) al
patrón de un género del que él se reconoce heredero y maestro. De hecho, la
historia del holocausto respira inmensa en el esquema desaforado del mejor melodrama.
Ahora, el relato de un motín de esclavos se eleva como modelo para hurgar en
las miserias cotidianas de un sustantivo abstracto: la injusticia. Todo ello,
siguiendo la más rancia tradición de dramas judiciales. Los problemas surgen
cuando la esmerada puesta en escena se pone al servicio de un desarrollo dramático
inerte. El intento de rescatar la tragedia de la esclavitud desde el punto de
vista de los blancos se descubre al final tan arriesgado como retórico. Discute
el blanco, sufre el negro" reducido al papel de testigo de su propio
sufrimiento.
Acotaciones
1. Esclavos negros el cine clásico. Aunque fuera de una manera más o menos indirecta no
faltaron referencias a la historia del esclavismo aquí y allá, y entre las
películas importantes se pueden encontrar algunos títulos significativos como:
Almas en el mar (1937), un auténtico clásico marítimo de Henry Hathaway basado en un argumento
de Ted Lasser. Cuenta como con ocasión de un naufragio de un barco esclavista
de principios del siglo XIX, un inteligente oficial (Gary Cooper) se salva a si
mismo y cumple la misión que tenía encomendada a costo de otras vidas. Esta
aparente contradicción le lleva, una vez en la metrópolis, a ser sometido a un
consejo de guerra, injustamente acusado
de irresponsabilidad y de negrero. Esta trama nos encamina a una incursión en
los ambivalentes anales del tráfico de esclavos, ya que a veces a la hora de destruir los barcos
negreros, se utilizaban los bloqueos, los sobornos y los métodos «policíacos»
como la infiltración. Esta crónica esta realizada por Hathaway con su habitual
pericia --en la casi siempre falta poco
para alcanzar la obra maestra--, y en este caso se la puede acusar de edulcorar
excesivamente unos acontecimientos -los propios de los barcos negreros- que son
narrados pero no representados, ocurriendo incluso que quedan «ocultos» en la
trama, más interesada por lo que les ocurre a los actores que por algo que
queda de trasfondo. Esto hace que muchos espectadores ni siquiera recuerden
este aspecto que, no obstante, resulta impactante cuando se le presta atención.
Redención fechada el mismo año y obra
polémica del inquieto e interesante Tay
Garnett y en cuyo guión participó
Willian Faulkner que siempre mostró una especial sensibilidad ante la opresión
racial. Interpretada por Warner Baxter, Wallace Beery, Elizabeth Allan y Mickey
Rooney, fue estrenada en la
España republicana y muy pocos aquí la han podido ver ya que
se habla de ella muy de pasada. Su principal originalidad radica en que la
historia no es colateral como en Almas en
el mar, sino que transcurre en un barco de esclavos, un escenario dramático
inédito hasta el momento. Aguilar (1995) le atribuye «una atmósfera muy
conseguida (...) Llena de acción, esta poco convencional película merece una revisión».
Por su lado Tavernier y Jean-Pierre Coursodon no la aprecian tanto:
«Curiosamente, Faulkner aparece en los títulos de créditos como responsable de
la idea aunque el film constituya la adaptación de una novela. Más que nunca,
los sempiternos «gags» de repetición vienen a interrumpir y trivializar la
acción. El film aborda el tema de la trata de esclavos como si de un tráfico
cualquiera se tratara, sin sacar a colación nunca, ni siquiera alusiva o
implícitamente, los problemas morales o sociales que implica. Si el principio
es prometedor, el final es decididamente grotesco» (1997). Un buen ejemplo de
la sensibilidad de Faulkner la podemos encontrar reflejada en Intruder in the dust (Han mtado a un
hombre blanco, Clarence Brown, 1949),
una excelente adaptación de su novela homónima, y que resulta uno de los
alegatos cinematográficos antirracistas más valientes de su época. Quizás por
eso aquí solamente ha sido asequible por TV
2. El caso Quincey Adams . Más discutible quizás sea el contraste entre el sudista
Van Buren y el nordista John Quincy Adams (1767-1848), hijo del sucesor de
Washington en la presidencia que fue derrotado por Jefferson (1800), y de
Abigail Smith Adams (1744-1808), que trató de influir porque la Constitución
incluyera los Derechos de la Mujer. Pero a pesar de
tan nobles precedentes, Quincey pasará más la historia por su decisiva
aportación a la abominable «doctrina
Monroe», piedra angular del intervencionismo imperialista norteamericano que
por su pasaje por la presidencia (1824-1828). Spielberg le atribuye, sobre todo en la parte judicial
del film, una coherencia antiesclavista que oscurece su primordial
intencionalidad de utilizar el caso
contra su oponente, Van Buren. A Adams empero pertenece la filosofía que resume
el cartel anunciador de la película, y
que proclama: «La libertad nadie puede dárnosla pues es nuestro derecho de
nacimiento. Pero hay determinados momentos en los que debemos tomarla». Pero
esto no era lo que prevalecía en la Declaración
de Independencia que consagraba la propiedad como inherente (y previa
por la fuerza de las cosas) a la libertad. Y los esclavos negros estaban
sujetos a la propiedad, aunque algunos
de los líderes revolucionarios como
Benjamin Franklin y Thomas Jefferson efectuaron una condena del
esclavismo, el asunto se pospuso por los problemas con la santa
"propiedad".
La
Convención Constitucional de 1787 aunque planteó la abolición en todo
el país, se plegó a un consenso que postergaba veinte años más una resolución,
y en 1807, cuando las dos décadas se
cumplieron, sólo se acordó la prohibición de la importación de más africanos,
por lo que los esclavos ya existentes y sus descendientes, siguieron siendo
considerados como tales. Aunque el discurso en Amistad de Adams hijo parece abarcar toda la «asignatura pendiente»
de 1776, en realidad se centró exclusivamente en un caso totalmente
circunstancial y sin continuación. En una de las pocas películas importante
existente sobre los líderes revolucionarios de 1776, Jefferson en París (James Ivory, 1995) se sugiere la contradicción
entre los ideales de Jefferson y su relación con una amante negra a su
servicio, contradicción que, no obstante, no tiene porque empañar el alcance
global de su conducta como tampoco sería justo hacerlo con el padre Bartolomé
de las Casas por su sugerencia al emperador Carlos V en cambiar «los indios que
se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas antillanas» por negros
que sufrirían igual, como indica malévolamente José Luis Borges en El atroz redentor Lazarus Morel incluido
en su imprescindible Historia universal de la infamia, en Obras Completas ( Ed. Emecé, Buenos
Aires, 1974).
3. El testimonio
de Julio Verne. En su
libro Un capitán de quince años,
(sobre la que existe una no desdeñable adaptación cinematográfica realizada con
cierto esmero en 1972 por el incatalogable Jesús Franco, y en la que la
cuestión de la esclavitud aparece tangencialmente), Julio Verne escribió esta
apretada síntesis del fin de la esclavitud:
“Los esclavistas fueron vivamente atacados
al otro lado del Atlántico. La
Francia y la
Inglaterra más particularmente, reclutaron partidarios para
esta justa causa. Perezcan las colonias y sálvense los principios; fue el grito
generoso que resonó en todo el antiguo mundo, grito que a pesar de los grandes
intereses políticos y comerciales empeñados en la cuestión se transmitió
eficazmente en toda la
Europa. Dado el impulso, en 1807 la Inglaterra abolió el
tráfico de negros en sus colonias, y la Francia siguió su ejemplo en 1814 haciéndose un
tratado entre las dos naciones con este motivo, tratado que confirmó Napoleón
durante los cien días (…) Esto, sin
embargo, no era más que una declaración puramente teórica: los negreros no
cesaron de correr los mares y depositar en los puertos coloniales su cargamento
de ébano. Para poner fin a este comercio tuvieron que adoptarse medidas más
prácticas. Los Estados Unidos en 1820, y la Inglaterra en 1824,
declararon la trata acto de piratería y piratas, a los que en ella se ocupaban,
debiendo por consiguiente estar sujetos a la pena de muerte y ser perseguidos a
todo trance. La Francia
se adhirió a este nuevo convenio; pero los Estados del Sur de la América, las colonias españolas
y los portugueses no intervinieron en este acto de abolición, y la exportación
de negros continuó en provecho suyo a pesar del derecho de visita generalmente
reconocido que se limitaba a averiguar el pabellón de los buques sospechosos.
Sin embargo, la nueva ley de abolición no había tenido efecto retroactivo. No
se hacían nuevos esclavos; pero los antiguos no habían recobrado todavía su
libertad. En estas circunstancias la Inglaterra dio el
ejemplo. El 14 de mayo de 1833 se emanciparon todos los negros de las colonias
de la Gran Bretaña
por medio de una declaración general, y en agosto de 1838, seiscientos setenta
mil esclavos fueron declarados libres (…)
Diez años después, en 1848, la república francesa emancipaba a los
esclavos de sus colonias, o sea doscientos sesenta mil negros. En 1859 la lucha
que estalló entre los federales y confederados de los Estados Unidos, acabando
la obra de la emancipación, la extendió a toda la América del Norte. Las tres grandes potencias habían cumplido
por consiguiente esta obra de humanidad. Hoy la trata no se ejerce sino en
provecho de las colonias españolas o portuguesas, y para satisfacer las necesidades
de las poblaciones de Oriente, turcas o árabes. El Brasil si todavía no ha
devuelto la libertad a sus antiguos esclavos, por lo menos no recibe esclavos
nuevos y los hijos de los negros nacen libres. En el interior del Africa a
consecuencia de esas guerras sangrientas que los jefes africanos se hacen en
estas cacerías humanas se reducen a la esclavitud tribus enteras. Las caravanas
de esclavos toman dos direcciones opuestas: las unas al Oeste hacia la colonia
portuguesa de Angola, y las otras al Este sobre Mozambique. De estos
desgraciados, de los cuales sólo una pequeña parte llegan a su destino, los
unos son enviados a Cuba o a Madagascar, los otros a las provincias árabes o
turcas del Asia a La Meca
o Mascate. Los cruceros ingleses y franceses no pueden impedir este tráfico,
sino en una pequeña parte por ser muy difícil ejercer una vigilancia eficaz en
costas tan extensas”
4. La esclavitud moderna. Cuando se trata de justificar la "trata de
negros" como una mera prolongación del sistema de economía esclavista
conviene considerar dos verdades que marcan importantes diferencias, tales
como: 1) aunque se trata de una historia muy extensa, en líneas generales antaño los esclavos no
pasaban a ser meros servidores que no cobraban por sus servicios; 2) la nueva esclavitud se había convertido en
un negocio de explotación de millones de personas; 3) dio lugar al nacimiento del racismo, una
enfermedad social sin precedente convertido en un instrumento imprescindible
para justificar, moral y religiosamente, una explotación tan abyecta.
Ulteriormente se ha querido relativizar este auténtico Holocausto señalando la
complicidad de la sociedad africana en el negocio o el papel activo de los
mercaderes árabes, no obstante, incluso admitiendo esta que complicidad
existiera claramente entre los reyezuelos que, como muestra Cobra Verde, utilizaban a los
esclavistas para sus intereses en los conflictos locales, la norma fue impuesta
por los comerciantes occidentales. Una mayor atención a la historia nos
demuestra que el tráfico fue, antes que cualquier otra cosa, una imposición de
los mercaderes occidentales que se olvidaron de otras mercancías -oro, marfil,
especias-, e impusieron el tráfico cuando este se mostró como una fuente
extraordinaria de beneficios. Como dice Baron, el cínico primer oficial del
«Liverpool Merchant» en la extraordinaria novela de Barry Unsworth, Hambre sagrada (Edhasa), los esclavos son «una mercancías que tiende a
rebelarse», y Spielberg pone en boca del abogado de los negreros españoles las
mismas palabras. La esclavitud era una inversión, y como tal algo sagrado en
las leyes de libre comercio, y en su nombre florecieron fortunas y ciudades
como Liverpool que en 1798 tenía 150 barcos transportando más de 50.000 negros
sin más derechos que el de ser vendidos al mejor postor. Y de hecho, la
victoria legal de los defensores de Cinqué y sus compañeros radica en que
demuestran que los negreros españoles no son sus propietarios, de otra manera
su historia no habría sido diferente. La lucha contra la esclavitud se inscribe
en el proceso de revoluciones populares y democráticas de los siglos XVIII y
XIX; el humanismo protestante, los liberales “radicales” y por supuesto, los
socialistas, son convencidos
antiesclavistas, en tanto que los católicos conservadores, los monárquicos absolutistas y los liberales que
respetan antes el comercio que las personas, son esclavistas o justifican la
esclavitud en los mismos términos que lo hace John Calhoum en Amistad,
o lo harán los Boer, con unas extemporáneas citas bíblicas.
5. Un héroe para una próxima película: Telemaque. El eco suscitado por Amistad no es ajeno al creciente eco que en Norteamericana está
teniendo la recuperación de la historia, hasta ahora apenas escrita, de las
diversas tentativas liberadores de los esclavos. Una de ellas tuvo lugar en
1882, y la protagonizó un hombre llamado
Denmark Vesey fraguó una de las mayores rebeliones de esclavos negros de
Estados Unidos. Vesey, cuyo verdadero nombre era Telemaque había planea sublevar a todos los esclavos de
Carolina del Sur, el único Estado de la Unión, en el que la mayoría de la población era
negra. Charleston, la capital, era la
tercera ciudad del país. Telemaque se salvó de los trabajos forzados
cuando tenía 14 años haciéndose intérprete de un capitán de navío y traficante
de esclavos llamado John Vesey, que lo vendió inicialmente al dueño de una
plantación de azúcar de Charleston (Carolina del Sur). Pero Telemaque que
fingió tener epilepsia, por lo que su comprador lo devolvió al capitán de que
lo rebautizó Dennmark Vesey, probablemente porque lo compró en las Antillas
holandesas. Telemaque fue esclavo de John Vesey durante 17 años cuando este se retiró
a vivir en la ciudad de Charleston hasta que, por un golpe de suerte ganó 1.500
dólares en la lotería, compró su libertad y se estableció como carpintero. La conspiración de que iba a diezmar a la población
blanca de la ciudad, fue descubierta por las autoridades en la víspera de la
revuelta y Vesey llevado a juicio y condenado. Un libro titulado Denmark Vesey: Compelling History of America
s Largest Slave Rebellion and the Man
Who Led It (Knopf), escrito por David Robertson, hace un buen recuento
de este Oscuro episodio que sitúa a este personaje en un plano similar a
Marcus Gravey y Malcom X. En castellano se puede encontrar una buena historia
de estos movimientos en la obra de Theodor Draper, El nacionalismo negro en los Estados Unidos (Alianza, Madrid, 1977),
que explica estos movimientos en clave de una “nacionalismo” (concepto ligado a
ideas como el “orgullo negro” o la “conciencia negra”, pero con un problema
irresoluble: el del territorio. Al sentirse rechazados y oprimidos por los
blancos (incluyendo los más pobres), los negros volvían la mirada hacia sus
propios orígenes, pero no podían volver atrás. De alguna manera, no es otra la
historia del Cinqué.
2.2 Algunas
aportaciones europeas.
Posiblemente, la más interesante que el cine europeo
ha realizado sobre la trata de negros sea Peter
Von Scholten (1986-87), una de las producciones más ambiciosas de la historia del cine en
Dinamarca y, de las que han tratado más rigurosamente la cuestión partiendo de
una historia real a principios del siglo XIX, con los ecos de las ideas revolucionarias
y abolicionistas en el fondo. Como si se tratara de una investigación histórica,
describe la acción de Peter Von Scholten (Ole Ernst), el último gobernador de
los dominios coloniales de este país en las Islas Vírgenes y que abordó la
tarea de poner fin a la esclavitud, por lo que se vio inmerso en graves
contradicciones. Recordemos que, ante todo, la esclavitud fue la mano de obra barata
que servía parar cimentar las economías de las grandes potencias de entonces;
si la esclavitud se cuestionaba, la economía se tambaleaba. Esto lo tenía
claro el rey Christian VIIº (1749-1908), que instauró en Dinamarca el
"despotismo ilustrado", y para el que Scholten iba demasiado lejos.
El rey había ordenado la libertad de los esclavos
nonatos, pero se trataba de una solución que anteponía la economía a la
libertad, una medida parcial que no llegó a satisfacer a Peter, muy
sensibilizado sobre una realidad que conocía desde muy cerca, y estaba en contradicción
con los terratenientes y burgueses dueños de las plantaciones pusieron el grito
en el cielo, mientras que los esclavos no llegaron a asumir unas promesas de
libertad que le venían de fuera. Pero el propio monarca ilustrado
la medida era suficiente: «Dinamarca
-declaró- está en las islas por el azúcar. y la emancipación no será nunca más
importante que el azúcar". En otro momento, un consejero real le comenta
al gobernador: «Hay dos instituciones que ayudarían al negro a alcanzar la
civilización: el matrimonio y las cajas de ahorro (...) El matrimonio controla
el alma, como la caja de ahorros la materia, el primer paso a la
civilización". Pero, para Peter los esclavos
debían alcanzar la libertad con dignidad, y peleó porque sus amos aceptaran su
condición de convertirlos en hombres libres, sin condiciones, una idea que,
finalmente, acabó revolucionando a los esclavos. En la película hay una
“izquierda” que va más allá de Peter, concretamente su propio hermano, más joven,
que le reprocha que, al tiempo que
quiere emanciparlos trata de hacerlo asimilándolos a la cultura blanca. Esta
percepción crítica deja clarificada que la se trataba de un primer paso, pero
solo eso. La película sabe combinar el respeto a la historia con una concepción
crítica actual.. Fue dirigida por Palle
Kjärulff-Schmidt, escrita por Sven Holm, y fotografiada en un bello color
marino por Mikael Solomon (posiblemente demasiado bellas para la historia que
se nos cuenta), y la música corrió a cargo de Fabricius Bjerre. Emitida por TVE
–cuando en la cadena pública todavía subsistía cierta inquietud cultural-, se
trata de una película que se ve con interés, y en la que, por una vez, el tono
humanista liberal resulta ajustado a los hechos, y se pierde en discurso que,
como el de Adams, esconden otras motivaciones.
Seguramente la primera producción
europea que abordó abiertamente la cuestión de la "trata de negros"
fue Tamango (Francia, 1954).. Situada igualmente en un barco negrero y con el tema
de una rebelión palpitante en el ambiente, fue realizada muy convencionalmente
por el «black liste» exiliado en Francia John Berry, que solo hizo buenas
películas antes y al regresar del
exilio. «Tamango» fue fracaso tanto
de público como de crítica. Lástima porque sobre el papel se trataba de un
argumento fuerte y subversivo, pero solo
sobre el papel. Es significativo que ni
su temática ni las turbias pasiones
desatadas por la esclava negra (un punto sobre el que los testimonios existentes
hablan de horrores que el mundo volvería conocer con los campos de horror nazis,
pero que aquí todo resulta perfectamente digerible) molestaron a la
impresentable censura franquista. Dorothy Dandridge encarna a una codiciada
esclava que se constituye en un elemento erótico sumamente perturbador de los
negreros (Curd Jurgens, Jean Servais, Roger Hanin), y se convierte en el motor
de una historia que no va al fondo de la
cuestión, que apenas si asoma la nariz sobre lo que ocurre en el vientre del
barco. Cabía esperar otra cosa de John
Berry que, más preocupado por ejercer el oficio que por crear, le dio un
tratamiento tan plano, tan autocensurado, que la película -emitida alguna vez
por TV- aburre soberanamente. Otras variaciones galas sobre la cuestión se
puede encontrar en una ignota adaptación de la novela de Hermann Melville, Benito Cereno (Francia, 1968) efectuada
por Serge Roullet y protagonizada por el realizador brasileño Ruy Guerra.
Roullet que alcanzó una cierta notoriedad con la adaptación de Le Mur de Jean Paul Sartre, demostró su
escasa pericia técnica en una película «maldita» a pesar de que coincidió con
una época especialmente sensible al cine político y «comprometido». Esta es una
ocasión tan buena como cualquier otra para recordar a Dorothy Dandridge
(1924-1965) ha sido seguramente la más extraordinaria de las actrices negras
norteamericanas, aunque su trayectoria se orientó más hacia el cabaret, y en su
filmografía únicamente destacan dos musicales de Otto Preminguer: Carmen Jones con Harry Belafonte y Porgy and Bess con Sidney Poitier
Escribió una apasionante autobiografía poco antes de morir trágicamente por una
sobredosis de barbitúricos. Reciéntemente Hollywood le ha dedicado su
"biopic" interpretado por Halle Berry.
La más conocida y asequible de las aportaciones
europeas sobre la cuestión es una singular coproducción entre República
Federal Alemana y Ghana, titulada Cobra
verde y rodada en 1987 en la jungla colombiana. Basada en una novela de Bruce Chatwin, cuenta
la desorbitada trayectoria de Cobra Verde, seudónimo que le quedará al
brasileño Francisco Manoel da Silva de su etapa de bandido. Aunque la novela es extensa, barroca, Herzog planifica la película
“sintéticamente”, de manera que apenas dedica un cuarto de hora del metraje para
contar con cuatro pinceladas la apretada historia de un miserable campesino del
Sertäo que sueña con grandes cosechas pero que tiene que abandonar la tierra
porque hace once años que no llueve. Todavía no nos hemos hecho la idea de que
Kinski puede ser un campesino brasileño de origen inequívocamente portugués
cuando se van sumando acontecimientos; trabaja en una minas dantesca como
buscador de oro embarrado hasta parecer un auténtico negro, donde no le pagan
por una deuda, y cuando se revuelve es maltratado, sin que entendamos muy bien
la historia da un vuelco y aparece el bandido “Cobra verde”, alguien del que la
gente huye despavorida; que mantiene una larga conversación con un tabernero
enano que cuenta historia extrañas, y que en un momento decisivo muestra su
capacidad al apabullar a un esclavo que, al contemplar como un compañero suyo
es torturado a latigazos, trataba de huir, y sin embargo se somete al bandido
que se limita a mirarlo con fijación. Poe esta capacidad es adoptado por el
orondo y venal gobernador de Bahía que
goza de una especie de harén con sus esclavas, pero “pierde” a sus hijas que,
al parecer, no tienen otras cosa que flirtea con un capataz que no da golpe, y
las deja a todas embarazadas….
En vez de matarlo, el poderoso gobernador, conviene
por consejo de sus compinches (las “fuerzas vivas” que habían extraído enormes
beneficios del trato de negros, y que ahora se siente frustrados por la
corriente antiesclavista), le encomienda
una misión imposible, reanudar el tráfico de esclavos en Dahomey, donde manda
un monarca que mata a todos los blancos que llegan a su territorio. El bandido
Cobra Verde, consigue contra todo pronóstico triunfar en su misión, ofreciendo,
siguiendo los consejos de un intrigante de la corte, al rey
de Dahomey lo que éste más necesita: armas y dinero para continuar la
guerra que mantiene en su frontera norte. Cobra Verde persuade para que le
pague en esclavos, con lo que el tráfico vuelve a reanudarse, lo que se muestra
en una escena que pretende retratar lo que esto pudo significar en concreto,
sin conseguirlo; es como una escena añadida más. Durante una época, el
esclavista se instala en la zona, en la
fortaleza, en el Fuerte Elmina, una especie de campo de muerte para los
esclavos que permanecían allí antes de ser embarcados, y que Chatwin describe
minuciosamente, hasta hacer insoportable la lectura, pero sus páginas no
consiguen emerger en la pantalla.
Sin embargo, su situación cambiara cuando el rey
cambia de actitud, y a pesar de la resistencia de Cobra Verde, es llevado a su
presencia colgado de un palo y condenado a muerte lenta, junto con sus
compinches más próximos. No obstante, la situación interna de Dahomey se trastorna
y esta vez es el hermano del rey el que lo libera para que le ayude a crear un
ejército en su lucha por el poder. Cobra Verde crea para el nuevo reyezuelo un
singular ejército de mujeres que toman el palacio real, destronan al rey y
repone al anterior. Entonces Cobra Verde es entonces nombrado virrey de
Dahomey, justo cuando la noticia de que Brasil ha abolido el tráfico de
esclavos. Ahora que sus socios se han quedado con su fortuna y los ingleses lo
persiguen como negrero, el nuevo rey decide sacrificarlo. A lo largo de su
trayectoria, el tal Félix Manoel da Silva se fue quedando con las nativas que
consideraba más apetecible, de tal forma que se dice que llegó a tener 62
hijos, de manera que uno no sabe muy bien si lo que importa es la vida desmesurada
de un personaje que, fatalmente, se ve obligado a reanimar el tráfico de
esclavos para sobrevivir, y si lo demás, incluyendo los números musicales de
las amazonas nativas, no es más que una parte del decorado, entre otras cosas
porque, ningún personaje fuera de Cobra Verde adquiere la suficiente entidad,
los patronos son demasiado grotesco, los sacerdotes blancos (entre los que se
reconoce al escritor Peter Berling), mientras que la larga historia del bandido,
acaba sin convencernos.
En
vez de enfocar un apartado de la obra y tratarlo con rigor, Herzog comprime en menos de dos horas una
novela prolija en detalles argumentales sin detenerse en ninguna de sus partes,
por lo que, por más que sobre el papel, Cobra
Verde, pero al final, cabe
preguntarse como hace el comentarista de Dirigido: “¿Qué resta de aquel cineasta que realizaba
unos films tremendamente desesperados, que defendía la fuerza liberadora de la
violencia justa, que clamaba contra una sociedad asesina que martirizaba a los
marginados antes de exterminarlos, que no los Intereses de su personaje.
Kinski, tan descontrolado como siempre, encarna a un hombre utilizado por unos
y otros para seguir manteniendo viva la idea de la esclavitud. Sin dorados que
conquistar, sin barcos que remontar por pesadas laderas, este Cobra Verde tiene, empero, el mismo
sentido último que la mayoría de personajes de Herzog: vivir una aventura más
allá de sus consecuencias, cruzar mares y selvas, realizar lo irrealizable (en
este caso la compra de esclavos que Herzog no critica de forma maniqueísta,
sino dejando que la propia historia destile su toma de conciencia coincidiendo
con el centenario de la abolición de la esclavitud en Brasil). Contradictorio
como sus propios héroes, debatiéndose entre una civilización agónica y unos
rumbos nuevos sin delimitar, Herzog, fiel a sí mismo pero sin duda más cansado,
no se rinde y continúa haciendo que el cine sea para él una aventura…” (158).
Desde
el punto de vista histórico, Cobra verde,
aporta alguna luz sobre la historia de la trata de negros desde la realidad
brasileña, así como de sus tensiones con la orientación antiesclavista
británico, pero sobre todo de su conexión con los conflictos internos entre las
familias dominantes en la costa africana que, al igual que los mercaderes
árabes, resultaron imprescindible para
las incursiones en el interior para secuestrar nativos, a veces pueblos
enteros. Pero la abigarrada riqueza del tema no encuentra su expresión en la
película que no permite mayores inquietudes humanas que las que expresa
planamente el protagonista. Carlos
Aguilar señala acertadamente esta debilidad en su nota sobre ella: "La
decadencia de la colaboración Werner Herzog/Klaus Kinski, en un film que acaba
irritando en su constante e inoportuna debilidad por desdramatizar la totalidad
de las incidencias, sobre el papel apasionante. Con todo, en ocasiones
prevalece el inquietante sentido de la estética de los mejores momentos del
cine de Herzog, y el trabajo de Dirección Artística se revela particularmente
admirable" (1995).
.
Acotaciones.
1. El número de esclavos. No se puede comprender
el curso de la historia africana sin hacer constar la pérdida de población africana
afectó la actividad económica de Africa tanto directa como indirectamente: la
agresión esclavista estaba desarmando a los africanos en su lucha por enfrentar
y dominar la naturaleza, que es un primer requisito del desarrollo. La
violencia significó, paralelamente, inseguridad. Las oportunidades que ofrecía
la presencia de los mercaderes europeos de esclavos llegaron a constituir el
motivo principal de los enfrentamientos que en escala considerable tuvieron
lugar entre distintas comunidades africanas y aun en el interior de éstas. La
violencia adoptó la forma sobre todo de ataques relámpago y secuestros, y no
tuvo propiamente el carácter de una guerra formal, hecho que justamente contribuyó
a alimentar el miedo y la incertidumbre en la vida diaria. En síntesis, puede
establecerse que las consecuencias de la trata para Africa son varias:
demográficamente, supone la despoblación y la disminución del ritmo de
crecimiento de amplias regiones continentales; económicamente, la destrucción
y paralización de actividades y la pérdida de fuerza y capacidad de trabajo
socialmente, la inestabilidad e inseguridad perpetúa. Sobre las consecuencias
de la trata para Africa, la opinión mayoritaria de los autores es que ésta
constituye una de las causas fundamentales de la decadencia y el atraso del
continente negro; trata que se encuentra vinculada a otros factores
igualmente negativos como son la enorme destrucción de sus riquezas naturales,
la esclavitud, las razzias, la barbarie de los negreros y el exterminio de los
negros.
No existe un acuerdo general
sobre el número de personas esclavizadas a lo largo de la “trata de negros”.
Mientras que unos autores consideran que se puede estimar entre 150 y 200 millones, otros lo reducen a 15 y
20 millones. La dificultad en establecer una cifras más homogéneas radica en
los ritmos y la densidad del tráfico. Al
principio se pueden considerar débiles, sobre todo en relación a la época su
más alto nivel, concretamente durante el siglo XVIII. Los datos existentes sobre
la cuestión son fragmentarios. Un
autor de mucha reputación, W. E. B. Du
Bois, ofrece las siguientes cifras: un millón en el siglo XVI, tres en el XVII,
siete en el XVIII y cuatro en el XIX, lo que hacen un total de 15 millones.
Otro como La Ronciere
baja a menos de un millón en el siglo XVI, 15 entre los siglos XVII y XVIII y
cinco en el XIX, que suman algo más de 20 millones en total. A estas cifras hay
que añadir que según la consideración de los autores, por un esclavo llegado a
América, hay que contar además cinco muertos en Africa o durante la travesía,
lo que aumenta la cifra total en torno a los 100 millones. A. Ducasse por su
parte eleva la cantidad a 150 millones. Pero al margen de estas diferencias,
de lo que no existe ninguna duda es que las consecuencias de la trata fueron desastrosas
desde el punto de vista socioeconómico. Entre otras cosas paralizó el
desarrollo de las fuerzas productivas de Africa negra, especialmente por la
enorme pérdida numérica de fuerza de trabajo y, sobre todo, por sus
consecuencias económicas y políticas indirectas; durante todo el tiempo de la
trata el continente negro ha vivido en una situación de inseguridad permanente.
Se acusa al comercio europeo de esclavos como un factor fundamental del
subdesarrollo africano. Fue Europa donde las concentraban los responsables
financieros de los cargamentos de seres humanos fueran luego enviados a
mercados controlados por europeos, y lo que, ni que decir tiene, se realizaba exclusivamente
en interés de la naciente acumulación capitalista europea, a los reyezuelos
negros y a los jefezuelos árabes, los beneficios resultaban irrisorios. Los
cuatro siglos del comercio afroeuropeo influyeron en un sentido determinante
las raíces del subdesarrollo africano. El tráfico de esclavos y sus
consecuencias en Africa dan la imagen general de destrucción que lo
caracterizó, destrucción que fue una consecuencia lógica de la manera en que se
obtenían los cautivos en Africa. La pérdida masiva de la fuerza de trabajo
adquiere contornos de mayor gravedad cuando se considera que ésta estaba
compuesta por los hombres y mujeres jóvenes más hábiles, y su desaparición
conllevaba el empobrecimiento generalizado
y, por supuesto, el terror. Hasta
muy recientemente –conferencia de Duban- no se ha hablado abiertamente de una
“reparación”, y se ha abierto un debate en el cual no han faltado las plumas
irónicas que se atreven a preguntar “de quien”, y “para quién”, como sí esto no
se pudiese precisar.
2. Las razones del abolicionismo.
Entre los historiadores que polemizan sobre este asunto, se oponen dos
teorías: la primera sostiene que la abolición de la trata corresponde al paso,
en el mundo occidental, a una economía con nuevas estructuras, en la que
producción esclavista y producción industrial son incompatibles, sufriendo los
viejos modos de producción tradicionales un declive que debe conducirlos a su
desaparición, de manera que sólo la evolución económica de los países negreros
pusieron término a este tráfico; esta concepción reduce la fuerza del
humanitarismo a sólo vagas manifestaciones de algunos individuos
intelectualmente privilegiados, la abolición se sitúa en el marco del triunfo
del capitalismo liberal y de la libre competencia. el capital comercial. Otra
concepción (mucho más acorde con lo que se plantea en Amistad), rechaza la tesis del declive del sistema esclavista,
para situar en primer plano la toma de
conciencia humanitaria, primero individual y después colectiva, fundándose así
en la adhesión y la participación activa de las clases populares y la opción
pública. Recientes investigaciones diferencian
entre el modelo británico (extensible a los Estados Unidos), señalan la existencia de una potente sensibilización
popular está sólidamente atestiguada por las numerosas peticiones con miles
de firmas recogidas tras los sermones de los domingos; hay un carácter
religioso que se une a la noción de abolición de la trata, el modelo francés en
el que dicha toma de conciencia está fuertemente mediatizada por el proceso
revolucionario del que es coetáneo a un caso prácticamente único es el de la Sociedad de Amigos de los
Negros, cuyos mc delos ideológicos están estrechamente inspirados por el
activismo abolicionista británico y que la oposición esclavista y negrera
acusado de estar a sueldo de Inglaterra, lo que e inexacto. En el siglo XIX,
todos las crisis revolucionarias francesas están impregnadas de una fuerte
conciencia antiesclavista. Sobre la estrecha relación entre ideales
revolucionarios y antiesclavismo resultan contundentes las palabras de Emilio
Castelar: "Yo no disputaré sobre si el cristianismo abolió o no abolió la
esclavitud. Yo diré solamente que llevamos diecinueve siglos de cristianismo,
diecinueve siglos de predicar la libertad, la igualdad y la fraternidad evangélica,
y todavía existen esclavos; y sólo existen, Señores Diputados, en los pueblos
católicos; sólo existen en Brasil y en España. Yo sé más, Señores diputados; yo
sé que apenas llevamos a un siglo de
revolución, y en todos los pueblos revolucionarios, en Francia, en Inglaterra,
en EE. UU., ya no hay esclavos. iDiecinueve siglos de cristianismo y aún hay
esclavos en los pueblos católicos! iUn siglo de revolución, y no hay esclavos
en los pueblos revolucionarios! (Emilio Castelar en las Cortes, 20 de junio de
1870..
(1)
Alex Haley jr
escribió, entre otras cosas, la autobiografía de Malcom X (reeditada en Ed. B.
BCN) Raíces será también un éxito editorial sin
precedentes. Haley le da la vuelta a la concepción vergonzante del origen
esclavo de los afronorteamericanos, y describe su árbol genealógico como el más
digno de admiración. Otra novela suya familiar, Queen, en la que investiga el
árbol genealógico materno fue igualmente una miniserie de éxito.
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