La Liga encrucijada
Al menos hasta finales de 1975,
Colomar fue el “cerebro” de
“encrucijada”.
Durante ese tiempo lo conocí
bastante de cerca y creo que puedo decir que tenía lo que se dice una cabeza
bien amueblada, una oratoria potente y una ironía punzante, aunque su vida
parecía estar dominada por el mismo
desorden que afectaba a buena parte de una generación que había dejado la casa
de los padres para vivir por libre, por su cuenta o en “comunas”, que anteponía
la militancia por encima de cualquier otra
consideración y que por su
compromiso, muchos y muchas vivían en la precariedad.
Si dependía de la organización, esta
pagaba tarde y mal y eso cuando lo hacía. Los había que tenían una familia a
mano, sobre todo los de procedencia obrera que no nos vimos obligados a enviar
los infiernos a una familia burguesa. Otros contaban con una pareja, por lo
general una simpatizante, que le guardaba las espaldas. Otros funcionaban a
salto de mata, con trabajos esporádicos, cuando no de ayudas de simpatizantes
con mala conciencia.
En el caso de “Carapalo”, todo
indica que se ganaba unos cuartos con algún trabajo concienzudo propio de su
título. Pero en aquel tiempo se trataba de un auténtico profesional de la
revolución, alguien que había asumido
sobre sus hombres la tarea de desarrollar la “teoría revolucionaria” en función
de los grandes trazos de la historia, pero sobre todo en base a lo que
acontecía. Esta era una tarea que “Roberto”, se tomaba muy en serio y sin
ningún vedetismo molesto, más bien al
contrario. En este sentido, me viene a la mente una discusión con Hubert
Krivine en un Central de LC al que vino en representación de la Internacional
posiblemente el más preparado y concienzudo de los famosos hermanos que habían
tenido tanta importancia en la recomposición del trotskismo galo más allá de
las guerras sectarias planteadas especialmente por el grupo francés de Pierre
Lambert, obsesionado en resultar el único trotskismo “auténtico” y en tachar a
los demás de revisionistas y pequeño burgueses y cuya principal obsesión era
crear fracciones “auténticas” allá donde fuese posible.
Hubert había estado trabajando en Cuba a principios de los años
sesenta, sabía castellano, era uno de
mis conocidos en París donde, entre otras cosas, se cuidaba de la formación de
la amplia agrupación de la “Ligue chez Renault”. Aquel día, Hubert se había
propuesto convencerme y habló extensamente de algunos de los “grandes líderes”
que pugnaban por ocupar el lugar de Trotsky ante los cuales compartíamos la
misma animadversión.
Sin embargo a mí, por más que tenía
mis dudas, Colomar no me parecía entonces otro caudillo ni mucho menos. Su
línea argumental era coincidente con las de la minoría de la Internacional, me
parecía que las críticas a la mayoría
sobre los atajos para precipitar la revolución en América Latina fueron luego,
en parte, reconocidas. El grupo lo tenía
como un “primus inter pares”, como un camarada con mayor ascendencia, sobre
todo representativo del núcleo central. La prueba era que allí todo se
discutía, que “Carapalo” quedaba en minoría, aunque eso sí, le costaba
aceptarlo. No era desde luego un líder carismático que exigía subordinación con
su corte de incondicionales, daba mucha importancia al equipo. Más bien
aparecía como el primero entre pares, alguien indispensable, preocupado por una
suprema razón teórica que, en nuestro esquema, nos ayudará a cumplir los
grandes objetivos soñados.
Teníamos dos referentes, uno
victorioso, el de la revolución de Octubre de 1917 en Rusia, cuando las masas
insurrectas reconocen al partido bolchevique como el instrumento para derrocar
al gobierno provisional que se negaba a firmar la paz, dar la tierra a los
campesinos, reconocer las nacionalidades y a aceptar las exigencias obreras,
otro trágicamente derrotado, el español de 1936-1937, donde, a pesar del mayor
nivel de organización obrera, la revolución es sacrificada por el estalinismo
ante la incapacidad de la izquierda revolucionaria…
Juan no era lo que se dice un tipo
corriente. Se contaban muchas cosas de él, por ejemplo, en una de aquellas
–interminables- reuniones, alguien me
contó que “Roberto” no tenía reparos en
escribir sus prolijos textos en un extenso velador del Bar Loreto, pero
no me lo acababa de creer. Alguna que otra tarde fui testigo de la escena, pude
verlo en directo, aparecía perfectamente
distendido con sus tazas de café sin recoger, con un buen número de papeles
obviamente ilegales, más algunos libros y escribiendo sus notas tan campante.
Había sido detenido una vez, pero eso no parecía preocuparle y se tomó mis
advertencias a broma. “Estoy más seguro aquí que en otras partes”, me aseguró.
De todos aquellos papeles tenían que
salir unas “paridas” enormes, textos para hacer funcionar el cuerpo de una
lucha que lo necesitaba. Su tarea era doble, de un lado “empollar” los textos,
de otro debatirlos desde arriba hasta abajo, un espacio desde el cual se
ofrecía un árido contraste entre lo que se proponía y las exigencias de una
lucha radicalizada y casi siempre desde un espacio minoritario.
Para este hombre, la vida cotidiana
parecía carecer de importancia, podía estar casi sin dormir los dos o tres
días que
solían ocupar “un Central”. En más de una ocasión fui víctima o testigo
de cómo, después de dos jornadas de reunión casi sin interrupción, después de
una sobremesa apelmazada debatiendo tal o cual enmienda o detalle, cuando el
adversario ya únicamente pensaba en echar un sueño, Colomar seguía allí al lado
tan fresco como una lechuga, argumentando de manera abrumadora, inagotable.
Mirabas el reloj y podían ser las dos, las tres o las cuatro de la madrugada.
Al día siguiente, después del desayuno, tenía que hacer tal o cual informe. Era
parte de un grupo de gente muy especial. Alguien que vivía las penas y las
alegrías por igual, y sobre cuya entrega militante nadie podía objetar
nada. No creo que hubiera mucha gente
que lo aceptara sin reservas, en alguna ocasión yo mismo hice notar su lejanía
de los eventos, su frialdad, pero también recuerdo la intensa furia que le
causó el asesinato de Puig Antich. Aquel crimen legal le llevó a agitar a la
organización para que intensificáramos el activismo por todos los medios,
incluyendo las fugaces acciones violentas contra entidades “cómplices” con el régimen.
Nunca había visto a Colomar tan airado y concentrado, tan presente en toda
clase de reuniones y acciones, y tan lapidario contra la política del PSUC y de
la Asamblea
de Cataluña.
Pero no obstante, su largo historial, Colomar no era
un líder de masas, ahora ya no tomaba parte ni tan siquiera de espacios como el
de Forum Vergés, se dedicaba única y exclusivamente a elaborar las líneas de
propuestas que luego presentaban enormes dificultades en los pasos concretos en
los movimientos. Nuestra Liga andaba en la primera línea, trataba de estar en
todas las mvilizaciones clamando por la acción unitaria, convocando asambleas
masivas y sacando a la calle manifestaciones autodefendidas, temas y situaciones
que se debatían en periódicos comités centrales, en los que se podían palpar
nuestras acciones. Una de las grandes discusiones fue planteada por nuestro
líder obrero más capacitado, el intempestivo José Borrás que abogaba por utilizar
las vías legales en la CNS
(el sindicato vertical del regimen) cuando
la acción lo requiriera. Sin embargo, llegó un momento en que el propio Colomar
comenzó a mostrarse muy inseguro en este terreno, y no faltó quien, en un
momento dado, se puso a su servicio cuando él dudaba, entre ellos, yo mismo.
A mí el tema sindical me quedaba apartado, mi línea
de intervención se centraba en la barriada, en Pubilla Casas donde la Asociación de Vecinos
comenzó a tener un auge inusitado .A lo largo de 1975, el sector radical de la
entidad compuesto por jóvenes anarquistas, por los consejistas del grupo
“Liberación” de procedencia cristiana y muy ligado a la editorial ZYX, más la
joven célula de la LC
que yo liderada, fue ganando terreno hasta revocar la mayoría ligada al PSUC. Inopinadamente
pasé a ser el portavoz de este sector como vicepresidente de la entidad con el
apoyo de los católicos progresistas... De esta manera, se cumplía un proyecto
estratégico, la izquierda radical desbordaba a los reformistas...Mi sorpresa
fue que en mi ausencia por una gripe bastante virulenta, Colomar impuso una
discusión sobre mi actuación, argumentando que yo ocupaba un cargo en una
institución creada por el régimen y exigía mi dimisión. Entonces fue Borrás el
que actuó como mi abogado dejando la petición de mi dimisión en suspenso.
En ocasiones, sobre todo después de algún “pique”, Colomar
se presentaba en mi “wilaya” (el barrio Pubilla Casas) para beber unas cervezas
y, a ser posible, ver un programa de cine de acción. Tales visitas solían tener
lugar después de algún áspero debate en el que habíamos cruzado las espadas con
él. Recuerdo por ejemoplo, una dscusión intensa sobre el trabajo de agitación entre
la gente llana salpicada de bromas distendidas. Aquel día le acompañaba Pau
Maragall, alias “Pelos.
Quizás la peculiaridad más chocante de Carapalo era
su adicción un tanto surrealista al cine
chino de “karatekas”, gusto que acompañaba con la asistencia a un gimnasio para
ejercitarse como tal, entre otras cosas porque no quería envejecer como era
propio de los intelectuales que no movían el culo. Esta afición fue el
“pitorreo” de muchos, que te decían: “Parece mentira que este tío que sabe tanto
luego parezca tan infantil”, sobre todo cuando citaba con desparpajo algunas de
sus películas favoritas del género, entre las que incluía no solamente las de
Bruce Lee, sino también títulos del tipo El
luchador novato que aprendió hasta del gato y otras tantas por el estilo de
las que reía a carcajadas cuando eran citadas. Mi estupor en este punto fue
descubrir que no se trataba solamente de un “hobby” particular sino también de
una cierta moda. Lo pude percibir cuando regresé a París en 1974 y ver que las
antiguas salas populares que antes habían ofrecido cine de aventuras ahora
ofrecían estos subproductos made in
Taiwan. Claro que en el siguiente viaje ya se habían convertido en salas X.
En una ocasión muy animada, Colomar acompañçó su defensa del hobby también como
una manera de hacer ejercicio, de acabar muriendo de problemas
cardiovascuclares, de nefermedades propias de los intelectuales, esa gente que apenas
si se mueve de la mesa y de los libros.
En la LC
se citaban cuadros militantes de casi de todos los rincones del Estado, aunque
era en Barcelona donde se movían los hilos. Que yo sepa, no hubo ni una sola
reunión estatal en otro lugar. No sabría decir el grado de afiliación, pero sí
recuerdo reuniones barcelonesas en las que podía haber doscientas personas o
más...Pero estas eran cifras muy modestas. En la mitad de los setenta el tren
de la historia apretó su marcha de manera que las fórmulas programáticas
“correctas” de las que presumíamos comenzaron
a hacer aguas por más que tales o cuales militantes llegaran a tener una
incidencia seria en sectores de primera
línea, como sucedía –por citar un ejemplo-
en las asambleas que precederían la matanza de Vitoria. Pero incluso
cuando se tenía una cierta incidencia, se hacía patente el desarreglo entre la
ambición del programa y su nula capacidad para influir a un cierto nivel.
Semejante contraste se hacía todavía más evidente en el curso del proceso electoral
de junio de 1977.
La consigna de la LC en estas fechas fue denunciar la farsa
electoral al tiempo que abogaba por una Asamblea Constituyente, pero no tuvo el
menor eco. Buena parte de la militancia ni tan siquiera asistió a los actos propios.
En la fase en la que, en teoría, debía prevalecer la audace dantoniana, “Carapalo” apareció por el contrario,
eclipsado, sin duda superado por los acontecimientos y sin ánimos para
reconocer que la realidad había desmentido sus más queridas hipótesis. Sus argumentos
contrarios a la participación, se expresaron en
algunos textos, pero ya no convencían a nadie, ni tan siquiera a él
mismo.
En este momento,
hacía tiempo que había ido perdiendo ascendencia y, después, todo
cambió. Colomar no obtuvo ningún reconocimiento, a muchos “les caía fatal”, por
otro lado, no parece que haya nada significado que rescatar entre sus escritos,
todos ellos circunscritos al momento y que aparecen ahora casi como piezas de
arqueología.
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