lunes, 20 de junio de 2016

La Liga encrucijada

La Liga encrucijada

Al menos hasta finales de 1975, Colomar fue  el “cerebro” de “encrucijada”. 
Resultado de imagen de liga comunistaDurante ese tiempo lo conocí bastante de cerca y creo que puedo decir que tenía lo que se dice una cabeza bien amueblada, una oratoria potente y una ironía punzante, aunque su vida parecía estar dominada  por el mismo desorden que afectaba a buena parte de una generación que había dejado la casa de los padres para vivir por libre, por su cuenta o en “comunas”, que anteponía la militancia por encima de cualquier otra
consideración y que por su compromiso, muchos y muchas vivían en la precariedad.
Si dependía de la organización, esta pagaba tarde y mal y eso cuando lo hacía. Los había que tenían una familia a mano, sobre todo los de procedencia obrera que no nos vimos obligados a enviar los infiernos a una familia burguesa. Otros contaban con una pareja, por lo general una simpatizante, que le guardaba las espaldas. Otros funcionaban a salto de mata, con trabajos esporádicos, cuando no de ayudas de simpatizantes con mala conciencia.
En el caso de “Carapalo”, todo indica que se ganaba unos cuartos con algún trabajo concienzudo propio de su título. Pero en aquel tiempo se trataba de un auténtico profesional de la revolución,  alguien que había asumido sobre sus hombres la tarea de desarrollar la “teoría revolucionaria” en función de los grandes trazos de la historia, pero sobre todo en base a lo que acontecía. Esta era una tarea que “Roberto”, se tomaba muy en serio y sin ningún vedetismo molesto, más bien al contrario. En este sentido, me viene a la mente una discusión con Hubert Krivine en un Central de LC al que vino en representación de la Internacional posiblemente el más preparado y concienzudo de los famosos hermanos que habían tenido tanta importancia en la recomposición del trotskismo galo más allá de las guerras sectarias planteadas especialmente por el grupo francés de Pierre Lambert, obsesionado en resultar el único trotskismo “auténtico” y en tachar a los demás de revisionistas y pequeño burgueses y cuya principal obsesión era crear fracciones “auténticas” allá donde fuese posible.
Hubert había estado  trabajando en Cuba a principios de los años sesenta, sabía castellano,  era uno de mis conocidos en París donde, entre otras cosas, se cuidaba de la formación de la amplia agrupación de la “Ligue chez Renault”. Aquel día, Hubert se había propuesto convencerme y habló extensamente de algunos de los “grandes líderes” que pugnaban por ocupar el lugar de Trotsky ante los cuales compartíamos la misma animadversión.
Sin embargo a mí, por más que tenía mis dudas, Colomar no me parecía entonces otro caudillo ni mucho menos. Su línea argumental era coincidente con las de la minoría de la Internacional, me parecía que las críticas  a la mayoría sobre los atajos para precipitar la revolución en América Latina fueron luego, en parte, reconocidas. El grupo lo  tenía como un “primus inter pares”, como un camarada con mayor ascendencia, sobre todo representativo del núcleo central. La prueba era que allí todo se discutía, que “Carapalo” quedaba en minoría, aunque eso sí, le costaba aceptarlo. No era desde luego un líder carismático que exigía subordinación con su corte de incondicionales, daba mucha importancia al equipo. Más bien aparecía como el primero entre pares, alguien indispensable, preocupado por una suprema razón teórica que, en nuestro esquema, nos ayudará a cumplir los grandes objetivos soñados.
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Teníamos dos referentes, uno victorioso, el de la revolución de Octubre de 1917 en Rusia, cuando las masas insurrectas reconocen al partido bolchevique como el instrumento para derrocar al gobierno provisional que se negaba a firmar la paz, dar la tierra a los campesinos, reconocer las nacionalidades y a aceptar las exigencias obreras, otro trágicamente derrotado, el español de 1936-1937, donde, a pesar del mayor nivel de organización obrera, la revolución es sacrificada por el estalinismo ante la incapacidad de la izquierda revolucionaria…
Juan no era lo que se dice un tipo corriente. Se contaban muchas cosas de él, por ejemplo, en una de aquellas –interminables- reuniones,  alguien me contó que “Roberto” no tenía reparos en  escribir sus prolijos textos en un extenso velador del Bar Loreto, pero no me lo acababa de creer. Alguna que otra tarde fui testigo de la escena, pude verlo en directo,  aparecía perfectamente distendido con sus tazas de café sin recoger, con un buen número de papeles obviamente ilegales, más algunos libros y escribiendo sus notas tan campante. Había sido detenido una vez, pero eso no parecía preocuparle y se tomó mis advertencias a broma. “Estoy más seguro aquí que en otras partes”, me aseguró.
De todos aquellos papeles tenían que salir unas “paridas” enormes, textos para hacer funcionar el cuerpo de una lucha que lo necesitaba. Su tarea era doble, de un lado “empollar” los textos, de otro debatirlos desde arriba hasta abajo, un espacio desde el cual se ofrecía un árido contraste entre lo que se proponía y las exigencias de una lucha radicalizada y casi siempre desde un espacio minoritario.
Para este hombre, la vida cotidiana parecía carecer de importancia, podía estar casi sin dormir los dos o tres días  que  solían ocupar “un Central”. En más de una ocasión fui víctima o testigo de cómo, después de dos jornadas de reunión casi sin interrupción, después de una sobremesa apelmazada debatiendo tal o cual enmienda o detalle, cuando el adversario ya únicamente pensaba en echar un sueño, Colomar seguía allí al lado tan fresco como una lechuga, argumentando de manera abrumadora, inagotable. Mirabas el reloj y podían ser las dos, las tres o las cuatro de la madrugada. Al día siguiente, después del desayuno, tenía que hacer tal o cual informe. Era parte de un grupo de gente muy especial. Alguien que vivía las penas y las alegrías por igual, y sobre cuya entrega militante nadie podía objetar nada.  No creo que hubiera mucha gente que lo aceptara sin reservas, en alguna ocasión yo mismo hice notar su lejanía de los eventos, su frialdad, pero también recuerdo la intensa furia que le causó el asesinato de Puig Antich. Aquel crimen legal le llevó a agitar a la organización para que intensificáramos el activismo por todos los medios, incluyendo las fugaces acciones violentas  contra entidades “cómplices” con el régimen. Nunca había visto a Colomar tan airado y concentrado, tan presente en toda clase de reuniones y acciones, y tan lapidario contra la política del PSUC y de la Asamblea de Cataluña.
Resultado de imagen de liga comunistaPero no obstante, su largo historial, Colomar no era un líder de masas, ahora ya no tomaba parte ni tan siquiera de espacios como el de Forum Vergés, se dedicaba única y exclusivamente a elaborar las líneas de propuestas que luego presentaban enormes dificultades en los pasos concretos en los movimientos. Nuestra Liga andaba en la primera línea, trataba de estar en todas las mvilizaciones clamando por la acción unitaria, convocando asambleas masivas y sacando a la calle manifestaciones autodefendidas, temas y situaciones que se debatían en periódicos comités centrales, en los que se podían palpar nuestras acciones. Una de las grandes discusiones fue planteada por nuestro líder obrero más capacitado, el intempestivo José Borrás que abogaba por utilizar las vías legales en la CNS (el  sindicato vertical del regimen) cuando la acción lo requiriera. Sin embargo, llegó un momento en que el propio Colomar comenzó a mostrarse muy inseguro en este terreno, y no faltó quien, en un momento dado, se puso a su servicio cuando él dudaba, entre ellos, yo mismo.
A mí el tema sindical me quedaba apartado, mi línea de intervención se centraba en la barriada, en Pubilla Casas donde la Asociación de Vecinos comenzó a tener un auge inusitado .A lo largo de 1975, el sector radical de la entidad compuesto por jóvenes anarquistas, por los consejistas del grupo “Liberación” de procedencia cristiana y muy ligado a la editorial ZYX, más la joven célula de la LC que yo liderada, fue ganando terreno hasta revocar la mayoría ligada al PSUC. Inopinadamente pasé a ser el portavoz de este sector como vicepresidente de la entidad con el apoyo de los católicos progresistas... De esta manera, se cumplía un proyecto estratégico, la izquierda radical desbordaba a los reformistas...Mi sorpresa fue que en mi ausencia por una gripe bastante virulenta, Colomar impuso una discusión sobre mi actuación, argumentando que yo ocupaba un cargo en una institución creada por el régimen y exigía mi dimisión. Entonces fue Borrás el que actuó como mi abogado dejando la petición de mi dimisión en suspenso.
En ocasiones, sobre todo después de algún “pique”, Colomar se presentaba en mi “wilaya” (el barrio Pubilla Casas) para beber unas cervezas y, a ser posible, ver un programa de cine de acción. Tales visitas solían tener lugar después de algún áspero debate en el que habíamos cruzado las espadas con él. Recuerdo por ejemoplo, una dscusión intensa sobre el trabajo de agitación entre la gente llana salpicada de bromas distendidas. Aquel día le acompañaba Pau Maragall, alias “Pelos.
Resultado de imagen de liga comunistaQuizás la peculiaridad más chocante de Carapalo era su adicción un tanto surrealista  al cine chino de “karatekas”, gusto que acompañaba con la asistencia a un gimnasio para ejercitarse como tal, entre otras cosas porque no quería envejecer como era propio de los intelectuales que no movían el culo. Esta afición fue el “pitorreo” de muchos, que te decían: “Parece mentira que este tío que sabe tanto luego parezca tan infantil”, sobre todo cuando citaba con desparpajo algunas de sus películas favoritas del género, entre las que incluía no solamente las de Bruce Lee, sino también títulos del tipo El luchador novato que aprendió hasta del gato y otras tantas por el estilo de las que reía a carcajadas cuando eran citadas. Mi estupor en este punto fue descubrir que no se trataba solamente de un “hobby” particular sino también de una cierta moda. Lo pude percibir cuando regresé a París en 1974 y ver que las antiguas salas populares que antes habían ofrecido cine de aventuras ahora ofrecían estos subproductos made in Taiwan. Claro que en el siguiente viaje ya se habían convertido en salas X. En una ocasión muy animada, Colomar acompañçó su defensa del hobby también como una manera de hacer ejercicio, de acabar muriendo de problemas cardiovascuclares, de nefermedades propias de los intelectuales, esa gente que apenas si se mueve de la mesa  y de los libros.
En la LC se citaban cuadros militantes de casi de todos los rincones del Estado, aunque era en Barcelona donde se movían los hilos. Que yo sepa, no hubo ni una sola reunión estatal en otro lugar. No sabría decir el grado de afiliación, pero sí recuerdo reuniones barcelonesas en las que podía haber doscientas personas o más...Pero estas eran cifras muy modestas. En la mitad de los setenta el tren de la historia apretó su marcha de manera que las fórmulas programáticas “correctas” de las que  presumíamos comenzaron a hacer aguas por más que tales o cuales militantes llegaran a tener una incidencia  seria en sectores de primera línea, como sucedía –por citar un ejemplo-  en las asambleas que precederían la matanza de Vitoria. Pero incluso cuando se tenía una cierta incidencia, se hacía patente el desarreglo entre la ambición del programa y su nula capacidad para influir a un cierto nivel. Semejante contraste se hacía todavía más evidente en el curso del proceso electoral de junio de 1977. 
La consigna de la LC en estas fechas fue denunciar la farsa electoral al tiempo que abogaba por una Asamblea Constituyente, pero no tuvo el menor eco. Buena parte de la militancia ni tan siquiera asistió a los actos propios. En la fase en la que, en teoría, debía prevalecer la audace dantoniana, “Carapalo” apareció por el contrario, eclipsado, sin duda superado por los acontecimientos y sin ánimos para reconocer que la realidad había desmentido sus más queridas hipótesis. Sus argumentos contrarios a la participación, se expresaron en  algunos textos, pero ya no convencían a nadie, ni tan siquiera a él mismo.  
Resultado de imagen de liga comunistaEn este momento,  hacía tiempo que había ido perdiendo ascendencia y, después, todo cambió. Colomar no obtuvo ningún reconocimiento, a muchos “les caía fatal”, por otro lado, no parece que haya nada significado que rescatar entre sus escritos, todos ellos circunscritos al momento y que aparecen ahora casi como piezas de arqueología.

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