SYDNEY
POiTIER ENTRE EL RECHAZO Y LA
CONCILIACIÓN
Entre los referentes
mediáticos más reconocidos del “fenómeno Obama”, se encuentra Sidney
Poitier, la primera
estrella “de color” de Hollywood. Como no podía ser menos, la carrera
cinematográfica de Poitier, tiene muchas caras. Negras y blancas.
Hollywood, incluyendo el más “liberal”, trató lo suyo en asimilar a un negro como “el bueno de la película”. Todo conocedor de la historia del cine sabe que una de las películas “fundacionales” de lo que se vino a llamar el Séptimo Arte, fue El nacimiento de una nación (1915)…Obra de David Wark Griffith, fue un proyecto en el que colaboraron entre otros Eric Von Stroheim, Raoul Walsh, Jack Comway, John Ford, e influyó de manera decisiva en Serguei Eisenstein...Obra capital que se puede encontrar en cualquier tienda en su versión en DVD, fue una apología sobre el Klu Klux Klan, y al final de algunas proyecciones, las turbas racistas lincharon y mataron a no pocos ciudadanos negros. Estaba basada en la obra de un conocido autor racista, alguien que en Alemania habría sido considerado como un rotundo precursor del nazismo. Afortunadamente, Griffith realizó un año más tarde su “expiación”, Intolerancia, que a pesar de ser mucho mejor, fue un fracaso de público.
Siempre me he preguntado
sobre sí los tibios reparos que normalmente se hacen desde las revistas y las
enciclopedias a la película de Griffith, serían tan tibios si las víctimas
hubieran sido, por ejemplo, judíos en uno de los “pogromos” propios de la Rusia zarista. Seguro que sí
los críticos hubieran tenido más proximidad con las víctimas no pasarían de
puntillas sobre esta terrible historia. Una historia que demuestra que, como
diría benjamín, civilización y barbarie han ido muchas veces de la mano.
El nacimiento de una nación fue igualmente, el principal antecedente de la película más
famosa de todos los tiempos, Lo que
el viento se llevó (1939),
la misma que hacía llorar cada vez que la veía al neurótico protagonista de Manhattan, de un tal Woody Allen. Pues
bien, esta superproducción de David O´Selnik, contaba con algunas escenas que
recordaban más tibiamente el racismo de su precedente. Hay un momento en el que
el ilustre personaje interpretado por Leslie Howard, el gran amor de Escarlata
O´Hara, regresa con un herido, y Red Buttler lo salva con la ayuda de una
“profesional”. Pues, bien en el original literario, se habla de una “razzia”
contra los negros, un menester a lo que estos “caballeros del Sur” se sentían
llamados. Sin embargo, los tiempos habían cambiado, y la academia tuvo a
bien otorgarle el Oscar a la
Mejor Actriz Secundaria a la oronda e inmensa actriz Hattie
MacDaniels. Ésta bordó uno de esos papeles típicos de “mamma” negra que el cine
ofrecía normalmente a los norteamericanos de origen esclavista. Un papel que
años más tarde bordaría, Juanita Moore, en la Imitación a la
vida (1959),
versión Douglas Sirk, por supuesto, con otro significado.
Es evidente que hay que
tener esto muy en cuenta para comprender el significado del estrellato de
Sidney Portier (Miami, Florida, Estados Unidos, 1924), hijo de campesinos
negros de una pequeña isla de las Bahamas, donde fue educado…Ejerce
diversos oficios menores y sirve en el Ejército antes de unirse al American
Negro Theatre, desde donde se hace conocido hasta conseguir debutar en 1946 en
Broadway en una versión de Lysistrata (según Aristófanes) completamente
interpretada por actores negros. Igualmente hay que tener en cuenta el
destino de otros negros que aspiraron a lo mismo. Paul Robenson acabó exiliado
por su militancia comunista y haciendo películas neocolonialistas como Bosambo en Gran Bretaña; Canada
Lee, el ciudadano negro de Náufragos, de Hitchcok, desapareció después de
ser incluido en las “listas negras” de Joe MacCarthy; en cuanto a Harry
Belafonte, quizás más conocido como cantante, pasó a segundo rango después de
un espectacular despegue, en parte porque tampoco era un gran actor, y en parte
también por su militancia radical, militancia que queda expresada en una
película a revisar, Una isla
al sol (1957), de Robert Rossen, pero sobre todo en un
documental rodado en Cuba y en el que cuenta parte de su vida. Por cierto,
Harry y Sidney se juntaron en 1970 para formar una productora orientada hacia
la promoción de los actores y directores “de color”.
Supongo que las nuevas
generaciones difícilmente podrán comprender lo que significó el estrellato de
Sidney Portier para los que nos hicimos como espectadores en los años cincuenta
o sesenta. Hasta entonces, dicho protagonismo venía envuelto en películas en la
que todo el equipo esta formado por negros. Esta modalidad fue creada por King
Vidor en su primera película sonora, Aleluya (1929),
y fue seguido en Los
verdes pastos (1936),
una verdadera curiosidad producida por la Warner basada en una obra de teatro del
comediógrafo Marc Connolly que obtuvo el premio Pulitzer en 1930, y que
codirigió junto con William Keighley con arreglos musicales de Eric Wolgang
Korngold. Para el papel de “El Señó” Dios se pensó primero en Al Jonson (El
cantor de Jazz), luego en Paul Robeson, la primera “star”
negra, pero finalmente recayó sobre Rex Ingram, el memorable “genio” de el
ladrón de Bagdad, de Powell-Pressburguer. Se trata de una versión respetuosa
pero bastante libre de algunos episodios bíblicos vistos por la comunidad
norteamericana de procedencia esclava africana, siguiendo una pauta de
“película de negros” que siguió Vincente Minnelli con Cabin in the key (1943)
en clave musical, con un cierto mensaje religioso igualitario. En la misma
línea se sitúan las dos famosas producciones de Otto Preminguer, Porgy and Bess (1959), y Carmen Jones (1954), con Sidney Poitier y Harry
Belafonte, respectivamente, y con Dorothy Dandridge, una señora impresionante
que merece un artículo aparte.
Con todo lo que se puede
matizar lo que digo, me parece evidente que nosotros, al menos buena parte de
nosotros, no somos tan racistas como nuestros abuelos y nuestros padres, y eso
se lo debemos en buena medida al cine. Mis abuelos hablaban de la guerra de
Marruecos como la guerra “contra los cafres”, y no se cuestionaban nada; mis
padres no habrían soportado un yerno negro, pero eran más comprensivo. Los
descendientes somos todos abiertamente antirracistas, o al menos, así podemos
creerlo. En este último escalón, Sidney Poitier es un actor querido y admirado.
En realidad, Sidney fue el vehiculo de un nuevo discurso liberal y
antirracista que se impuso en Hollywood después de la II Guerra Mundial. En su
momento representó un salto en la conciencia. Aunque ya se habían hecho algunos
alegatos por parte del cine social de la Warner Bros, no fue hasta la segunda mitad de los
años cuarenta que el antirracismo se convierte en parte central del combate
“liberal”.
Esta nueva época está
totalmente ligada a las interpretaciones de Sidney, comenzando por Un rayo de luz (Joseph L. Mankiewicz, 1950),
en la que da la réplica a un tortuoso racista encarnado por Richard Widmark,
quien según cuenta pedía perdón al joven Portier después cada escena. En
ninguna de las revistas y enciclopedia se cita un título especialmente
emblemático de la época Cry the
Beloved Country (Reino
Unido, 1952). Esta fue la primera adaptación de la famosa novela del escritor
liberal sudafricano Alan Paton, todo un alegato contra el “apartheid”. Fue una
película tan adelantada a su tiempo que apenas sí se distribuyó (aquí llegó vía
TVE), y lo que es peor, no tuvo continuidad hasta los años ochenta, con Cry Freedom.
Curiosamente, fue realizada por un antiguo del cine colonialista, Zoltan
Korda (Las cuatro plumas, Bosambo, etc), pero el guión fue escrito por John
Howard Lawson, uno de los guionistas más “rojo” de su tiempo. Sidney trabajó
con Canada Lee, y lo hizo como parte de un compromiso…
Este compromiso se
repetiría en otras películas en la que el negro Portier encarnaba una variante
del “héroe positivo”. Lo hizo junto con liberales de talla como Richard
Brooks (Semilla
de maldad, 1955; Sangre sobre la tierra, 1956), en las que, empero, el
paternalismo resulta demasiado evidente; con el ambivalente Raoul Walsh (La esclava libre,1957), representado un papel muy similar
al que hará Denzel Washington en Tiempos
de gloria…Ya me he referido ampliamente a ambas películas en un
trabajo sobre el cine y la esclavitud de los negros. También trabajó
junto con el auténticamente racista Tony Curtis que hacía de tal (Poitier
comentaba que cuando le decía “Sucio negro”, él respondía: “Negro sí, pero
sucio no, me ducho dos veces al día”) con el entonces muy militante Stanley
Kramer (Fugitivos, 1958)…Seguramente
la culminación de este cine liberal será cuando trabaja con el mismo Kramer en
la mediocre pero celebérrima, Adivina
quien viene esta noche (1967),
que fue además, la despedida cinematográfica de la pareja formada por Spencer
Tracy y Katharine Hepburn, dos liberales a la antigua usanza que aquí se
ven obligados a lidiar con el novio de su hija…que era negro. Aunque su drama
puede parecer un tanto ridículo en su día, entonces no lo era para mucha
gente. A mi santa madre por poco le da soponcio por una broma inspirada en el
tema de la película. Claro que al final, todo quedaba perfecto: con un negro
tan guapo, tan limpio, tan culto y agradable, habría que ser muy cabrón para seguir
siendo racista.
Curiosamente, después de
esta fase combativa de los años cincuenta-sesenta, ya nada será igual. Salvo
contadas excepciones, las películas ulteriores resultan mucho más
convencionales, la estrella se había comido la reivindicación. Hay mucho menos
trigo en películas como Un lunar
en el sol (A Raisin in the Sun, 1960), del mediocre Daniel
Petrie; Un día volveré (1961),
es de los títulos más mediocre de Martín Ritt con el Portier había trabajado en
la combativa (para su tiempo), Donde la
ciudad termina. Habría que revisar La clave de la cuestión (1962), del interesante Hubert
Cornfield, que dieron en TV3, y que es producción de Kramer que trata de cómo
un médico psiquiatra trata a un enfermo fascista (Bobby Darin)…Los
lirios de! valle (1963),
del irregular Ralph Nelson, que le vale un Oscar, totalmente inmerecido
ya que se trata de una esas películas de tan buenas intenciones como la que
dicen que han empedrado el infierno…En la misma línea humanista blandengue
se inserta Un retazo
de azul (1965),
del muy conservador Guy Green.
La lista se hace
prolija, y en ella alcanzan un cierto fulgor Estado de alarma(1965),
del inclasificable James B. Harris, productor de Kubrick, y en compañía del
estupendo Richard Widmark. Hay también un cierto aliento en La vida vale más,
el primer Sidney Pollack,…Luego trabajó en su primer “western” Duelo en Diablo (Ralph Nelson, 1966), que tiene
cierto brío, y reivindica el papel de los negros en la colonización del Oste,
tema que portier revisitará como actor de TV y como director, empleo en
el que no ha aportado nada digno de destacar; con Ralph Nelson trabajará
también en La
conspiración (The
Wilby conspiracy, 1975), película de aventuras políticas con Michael Caine en
la que Sidney encarna un personaje inspirado en Nelson Mandela, y que supone el
prólogo del cine norteamericano contra el “apartheid”. Años más tarde, Sidney
volverá a encarnar a Mandela en una miniserie en la que un Michael Caine calvo
encarna al presidente de Kerk, y cuyo argumento podía resumirse con un título
shakesperiano: Bien está lo que bien acaba. Lástima que los hechos sociales de
Sudáfrica pongan un punto de duda muy duro a ese “happy end” del “apartheid”.
Se puede hablar de
acartonamiento humanista en Rebelión en las aulas (To Sir, With Love, 1967), película del escritor
James CIavell. Su mayo éxito en esta época sería la muy discutible y efectista En el calor de la noche (1967), con la que inicia una
pequeña serie como Mr. Tibbs, el inspector negro más eficiente que todos los
blancos…Menos conocida es su tentativa como productor desde la que produce un
alegato antirracista duro en la línea “Black Panthers” titulado El hombre perdido (1969),
dirigida sin mucho talento por un tal Robert. A. Arthur. Le acompaña como “la
chica”, una de las mujeres más hermosas de la historia del cine, Johanna
Shimkus, que luego se convertirá en su esposa.
Aunque todavía trabaja
ocasionalmente como actor, en su última época, Sidney Portier ha trabajado
sobre todo en la producción. También realizará algunas películas con no
demasiado éxito. Entre ellas contemos: Buck y el farsante (Buck and the
Preacher, 1972), Un cálido diciembre
(A warm December, 1973), Uptown Saturday Night (1974), Dos tramposos con suerte (Let’s Do it Again, 1975), Apiece of the Action (1977), Locos de remate (Stir Crazy, 1980),
Hanky Panky (íd, 1982), etcétera. Es evidente que se puede hablar de un éxito
personal dada su procedencia, igualmente es justo reconocer que ayudó a
“normalizar“la situación de los norteamericanos de procedencia esclava…Podemos
reconocerle una página muy especial en la historia del cine antirracista aunque
también aquí el sistema ha sabido hacer trampas. Ahora –repito- se le cita como
un precedente del “fenómeno” Obama que tiene todos los números para frustrar
todas las ilusiones que ha concitado. Mark Twain decía de los judíos que pueden
ser tan canallas como nosotros, estaba en lo cierto. Sobre todo sí más allá de
sus intenciones particulares como individuos, se dejan atrapar por un engranaje
corrupto que a veces necesita un cambio de imagen.
Y hay que reconocer que
en cuanto a engranajes se refiere, el estadounidense es de los más refinados y
poderosos.
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