jueves, 9 de junio de 2016

SYDNEY POiTIER ENTRE EL RECHAZO Y LA CONCILIACIÓN



SYDNEY POiTIER ENTRE EL RECHAZO Y LA CONCILIACIÓN
Entre los referentes mediáticos más reconocidos del “fenómeno Obama”, se encuentra Sidney Poitier, la primera estrella “de color” de Hollywood. Como no podía ser menos, la carrera cinematográfica de Poitier, tiene muchas caras. Negras y blancas.             

Hollywood, incluyendo el más “liberal”, trató lo suyo en asimilar a un negro como “el bueno de la película”. Todo conocedor de la historia del cine sabe que una de las películas “fundacionales” de lo que se vino a llamar el Séptimo Arte, fue El nacimiento de una nación (1915)…Obra de David Wark Griffith, fue un proyecto en el que colaboraron entre otros Eric Von Stroheim, Raoul Walsh, Jack Comway, John Ford, e influyó de manera decisiva en Serguei Eisenstein...Obra capital que se puede encontrar en cualquier tienda en su versión en DVD, fue una apología sobre el Klu Klux Klan,  y al final de algunas proyecciones, las turbas racistas lincharon y mataron a no pocos ciudadanos negros. Estaba basada en la obra de un conocido autor racista, alguien que en Alemania habría sido considerado como  un rotundo precursor del nazismo. Afortunadamente, Griffith realizó un año más tarde su “expiación”, Intolerancia, que a pesar de ser mucho mejor, fue un fracaso de público.
Siempre me he preguntado sobre sí los tibios reparos que normalmente se hacen desde las revistas y las enciclopedias a la película de Griffith, serían tan tibios si las víctimas hubieran sido, por ejemplo, judíos en uno de los “pogromos” propios de la Rusia zarista. Seguro que sí los críticos hubieran tenido más proximidad con las víctimas no pasarían de puntillas sobre esta terrible historia. Una historia que demuestra que, como diría benjamín, civilización y barbarie han ido muchas veces de la mano.
El nacimiento de una nación fue igualmente, el principal antecedente de la película más famosa de todos los tiempos, Lo que el viento se llevó (1939), la misma que hacía llorar cada vez que la veía al neurótico protagonista de Manhattan, de un tal Woody Allen.  Pues bien, esta superproducción de David O´Selnik, contaba con algunas escenas que recordaban más tibiamente el racismo de su precedente. Hay un momento en el que el ilustre personaje interpretado por Leslie Howard, el gran amor de Escarlata O´Hara, regresa con un herido, y Red Buttler lo salva con la ayuda de una “profesional”. Pues, bien en el original literario, se habla de una “razzia” contra los negros, un menester a lo que estos “caballeros del Sur” se sentían llamados. Sin embargo,  los tiempos habían cambiado, y la academia tuvo a bien otorgarle el Oscar a la Mejor Actriz Secundaria a la oronda e inmensa actriz Hattie MacDaniels. Ésta bordó uno de esos papeles típicos de “mamma” negra que el cine ofrecía normalmente a los norteamericanos de origen esclavista. Un papel que años más tarde bordaría, Juanita Moore, en la Imitación a la vida (1959), versión Douglas Sirk,  por supuesto, con otro significado.   
Es evidente que hay que tener esto muy en cuenta para comprender el significado del estrellato de Sidney Portier (Miami, Florida, Estados Unidos, 1924), hijo de campesinos negros de una pequeña isla de las Bahamas,  donde fue educado…Ejerce diversos oficios menores y sirve en el Ejército antes de unirse al American Negro Theatre, desde donde se hace conocido hasta conseguir debutar en 1946 en Broadway en una versión de Lysistrata (según Aristófanes) completamente interpretada por actores negros.   Igualmente hay que tener en cuenta el destino de otros negros que aspiraron a lo mismo. Paul Robenson acabó exiliado por su militancia comunista y haciendo películas neocolonialistas como Bosambo en Gran Bretaña; Canada Lee, el ciudadano negro de Náufragos, de Hitchcok, desapareció después de ser incluido en las “listas negras” de Joe MacCarthy; en cuanto a Harry Belafonte, quizás más conocido como cantante, pasó a segundo rango después de un espectacular despegue, en parte porque tampoco era un gran actor, y en parte también por su militancia radical, militancia que queda expresada en una película a revisar, Una isla al sol (1957), de Robert Rossen, pero sobre todo en un documental rodado en Cuba y en el que cuenta parte de su vida. Por cierto, Harry y Sidney se juntaron en 1970 para formar una productora orientada hacia la promoción de los actores y directores “de color”.
Supongo que las nuevas generaciones difícilmente podrán comprender lo que significó el estrellato de Sidney Portier para los que nos hicimos como espectadores en los años cincuenta o sesenta. Hasta entonces, dicho protagonismo venía envuelto en películas en la que todo el equipo esta formado por negros. Esta modalidad fue creada por King Vidor en su primera película sonora, Aleluya (1929), y fue seguido en Los verdes pastos (1936), una verdadera curiosidad producida por la Warner basada en una obra de teatro del comediógrafo Marc Connolly que obtuvo el premio Pulitzer en 1930, y que codirigió junto con William Keighley con arreglos musicales de Eric Wolgang Korngold. Para el papel de “El Señó” Dios se pensó primero en Al Jonson (El cantor de Jazz), luego en Paul Robeson, la primera “star” negra, pero finalmente recayó sobre Rex Ingram, el memorable “genio” de el ladrón de Bagdad, de Powell-Pressburguer. Se trata de una versión respetuosa pero bastante libre de algunos episodios bíblicos vistos por la comunidad  norteamericana de procedencia esclava africana, siguiendo una pauta de “película de negros” que siguió Vincente Minnelli con Cabin in the key (1943) en clave musical, con un cierto mensaje religioso igualitario. En la misma línea se sitúan  las dos famosas producciones de Otto Preminguer, Porgy and Bess (1959), y Carmen Jones (1954), con Sidney Poitier y Harry Belafonte, respectivamente, y con Dorothy Dandridge, una señora impresionante que merece un artículo aparte.
Con todo lo que se puede matizar lo que digo, me parece evidente que nosotros, al menos buena parte de nosotros, no somos tan racistas como nuestros abuelos y nuestros padres, y eso se lo debemos en buena medida al cine. Mis abuelos hablaban de la guerra de Marruecos como la guerra “contra los cafres”, y no se cuestionaban nada; mis padres no habrían soportado un yerno negro, pero eran más comprensivo. Los descendientes somos todos abiertamente antirracistas, o al menos, así podemos creerlo. En este último escalón, Sidney Poitier es un actor querido y admirado.   En realidad, Sidney fue el vehiculo de un nuevo discurso liberal y antirracista que se impuso en Hollywood después de la II Guerra Mundial. En su momento representó un salto en la conciencia. Aunque ya se habían hecho algunos alegatos por parte del cine social de la Warner Bros, no fue hasta la segunda mitad de los años cuarenta que el antirracismo se convierte en parte central del combate “liberal”.
Esta nueva época está totalmente ligada a las interpretaciones de Sidney, comenzando por Un rayo de luz (Joseph L. Mankiewicz, 1950), en la que da la réplica a un tortuoso racista encarnado por Richard Widmark, quien según cuenta pedía perdón al joven Portier después cada escena. En ninguna de las revistas y enciclopedia se cita un título especialmente emblemático de la época  Cry the Beloved Country (Reino Unido, 1952). Esta fue la primera adaptación de la famosa novela del escritor liberal sudafricano Alan Paton, todo un alegato contra el “apartheid”. Fue una película tan adelantada a su tiempo que apenas sí se distribuyó (aquí llegó vía TVE), y lo que es peor, no tuvo continuidad hasta los años ochenta, con Cry Freedom.   Curiosamente, fue realizada por un antiguo del cine colonialista, Zoltan Korda (Las cuatro plumas, Bosambo, etc), pero el guión fue escrito por John Howard Lawson, uno de los guionistas más “rojo” de su tiempo. Sidney trabajó con Canada Lee, y lo hizo como parte de un compromiso…
Este compromiso se repetiría en otras películas en la que el negro Portier encarnaba una variante del “héroe positivo”.   Lo hizo junto con liberales de talla como Richard Brooks (Semilla de maldad, 1955; Sangre sobre la tierra, 1956), en las que, empero, el paternalismo resulta demasiado evidente; con el ambivalente Raoul Walsh (La esclava libre,1957), representado un papel muy similar al que hará Denzel Washington en Tiempos de gloria…Ya me he referido ampliamente a ambas películas en un trabajo sobre el cine y la esclavitud de los negros.  También trabajó junto con el auténticamente racista Tony Curtis que hacía de tal (Poitier comentaba que cuando le decía “Sucio negro”, él respondía: “Negro sí, pero sucio no, me ducho dos veces al día”) con el entonces muy militante Stanley Kramer (Fugitivos, 1958)…Seguramente la culminación de este cine liberal será cuando trabaja con el mismo Kramer en la mediocre pero celebérrima, Adivina quien viene esta noche (1967), que fue además, la despedida cinematográfica de la pareja formada por Spencer Tracy y Katharine Hepburn,  dos liberales a la antigua usanza que aquí se ven obligados a lidiar con el novio de su hija…que era negro. Aunque su drama puede parecer un tanto ridículo en su día,  entonces no lo era para mucha gente. A mi santa madre por poco le da soponcio por una broma inspirada en el tema de la película. Claro que al final, todo quedaba perfecto: con un negro tan guapo, tan limpio, tan culto y agradable, habría que ser muy cabrón para seguir siendo racista.
Curiosamente, después de esta fase combativa de los años cincuenta-sesenta, ya nada será igual. Salvo contadas excepciones, las películas ulteriores resultan mucho más convencionales, la estrella se había comido la reivindicación. Hay mucho menos trigo en películas como    Un lunar en el sol (A Raisin in the Sun, 1960), del mediocre Daniel Petrie;   Un día volveré (1961), es de los títulos más mediocre de Martín Ritt con el Portier había trabajado en la combativa (para su tiempo), Donde la ciudad termina. Habría que revisar      La clave de la cuestión (1962), del interesante Hubert Cornfield, que dieron en TV3, y que es producción de Kramer que trata de cómo un  médico psiquiatra trata a un enfermo fascista (Bobby Darin)…Los lirios de! valle (1963), del irregular Ralph Nelson,   que le vale un Oscar, totalmente inmerecido ya que se trata de una esas películas de tan buenas intenciones como la que dicen que han empedrado el infierno…En la misma línea humanista blandengue se  inserta   Un retazo de azul (1965), del muy conservador Guy Green.
La lista se hace prolija, y en ella alcanzan un cierto fulgor    Estado de alarma(1965), del inclasificable James B. Harris, productor de Kubrick, y en compañía del estupendo Richard Widmark. Hay también un cierto aliento en La vida vale más, el primer Sidney Pollack,…Luego trabajó en su primer “western” Duelo en Diablo (Ralph Nelson, 1966), que tiene cierto brío, y reivindica el papel de los negros en la colonización del Oste, tema que portier  revisitará como actor de TV y como director, empleo en el que no ha aportado nada digno de destacar; con Ralph Nelson trabajará también en La conspiración (The Wilby conspiracy, 1975), película de aventuras políticas con Michael Caine en la que Sidney encarna un personaje inspirado en Nelson Mandela, y que supone el prólogo del cine norteamericano contra el “apartheid”. Años más tarde, Sidney volverá a encarnar a Mandela en una miniserie en la que un Michael Caine calvo encarna al presidente de Kerk, y cuyo argumento podía resumirse con un título shakesperiano: Bien está lo que bien acaba. Lástima que los hechos sociales de Sudáfrica pongan un punto de duda muy duro a ese “happy end” del “apartheid”.
Se puede hablar de acartonamiento humanista en Rebelión en las aulas (To Sir, With Love, 1967), película del escritor James CIavell. Su mayo éxito en esta época sería la muy discutible y efectista En el calor de la noche (1967), con la que inicia una pequeña serie como Mr. Tibbs, el inspector negro más eficiente que todos los blancos…Menos conocida es su tentativa como productor desde la que produce un alegato antirracista duro en la línea “Black Panthers” titulado El hombre perdido (1969), dirigida sin mucho talento por un tal Robert. A. Arthur. Le acompaña como “la chica”, una de las mujeres más hermosas de la historia del cine, Johanna Shimkus, que luego se convertirá en su esposa.
Aunque todavía trabaja ocasionalmente como actor, en su última época, Sidney Portier ha trabajado sobre todo en la producción. También realizará algunas películas con no demasiado éxito. Entre ellas contemos: Buck y el farsante (Buck and the Preacher, 1972), Un cálido diciembre (A warm December, 1973), Uptown Saturday Night (1974), Dos tramposos con suerte (Let’s Do it Again, 1975), Apiece of the Action (1977), Locos de remate (Stir Crazy, 1980), Hanky Panky (íd, 1982), etcétera. Es evidente que se puede hablar de un éxito personal dada su procedencia, igualmente es justo reconocer que ayudó a “normalizar“la situación de los norteamericanos de procedencia esclava…Podemos reconocerle una página muy especial en la historia del cine antirracista aunque también aquí el sistema ha sabido hacer trampas. Ahora –repito- se le cita como un precedente del “fenómeno” Obama que tiene todos los números para frustrar todas las ilusiones que ha concitado. Mark Twain decía de los judíos que pueden ser tan canallas como nosotros, estaba en lo cierto. Sobre todo sí más allá de sus intenciones particulares como individuos, se dejan atrapar por un engranaje corrupto que a veces necesita un cambio de imagen.
Y hay que reconocer que en cuanto a engranajes se refiere, el estadounidense es de los más refinados y poderosos.

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