miércoles, 8 de junio de 2016

MARÍA MONTEZ Y EL CINE DE AVENTURAS ORIENTALES




MARÍA MONTEZ Y EL CINE DE AVENTURAS ORIENTALES
Los años cuarenta y cincuenta fueron un tiempo dorado para el cine de aventuras que transcurría en tiempos remotos y lugares exóticos, con chicos a prueba de balas o de espadas, y con muchachas que quitaban el sueño al
público masculino.
Era un cine que se esperaba cada semana, que se miraba con los ojos encadilados, y que se comentaba con entusiasmo. Con los años, te vuelves más cínico, estas más de vuelta de entusiasmos infantiles, pero a todos nos queda una parte de criatura, y eso es lo que uno le pasa cuando se pone malito con gripe o lumbalgia, y se hace reino de dos cosas que antes no existían: la pantalla pequeña y el sofá. Entonces se hace más sensible a las debilidades, y se emociona con películas de aquellos tiempos, de esas que se pasan por TV o se remeditan una y otra vez.
El repertorio es muy extenso, pero para acotar terreno podríamos decir cuatros cosas sobre lo que llamábamos "películas de moros o de árabes", y esta referencia tenía un carácter claramente positivo, sobre todo en relación a los "moros" traicioneros y enemigos de la cristiandad que aparecían por igual en los libros de historias, en los tebeos de El Guerrero del Antífaz o en las historias rifeñas de los abuelos, que también hablaban de los "cafres" o de "kábilas", dos palabras que tenían connotaciones netamente negativas.
Javier Coma dice que este subgénero, aunque se remiten a los cuentos de la saga de Las mil y una noche (de hecho, el único título islámico que, junto con el Corán, nos podía resultar más o menos familiar en la época), son películas se podían agrupar según la zona, Oriente Medio, pero teniendo en cuenta que también es determinante para la catalogación la época histórica, de carácter medieval, y que además emanan en no pocos de tales filmes elementos fantásticos" No obstante, por sus "argumentos, personajes, escenarios, vestuarios, armas y paisajes", esta singular variación entre la aventura y el fantástico tienen un sesgo muy diferente al que reconocíamos como representativas del Medioevo europeo. En algunas de ellas, la ubicación geográfica puede situarse en Egipto,  en el antiguo norte de África islamizado, pero también Trípoli, o tan próxima como Tánger ("posesión" española hasta los cincuenta), o naciones como Argel o Sudán, "aunque aparezca habitualmente contemplada desde perspectivas antropológica e históricamente frívolas", de manera que el referente geográfico podía ser tan imaginario como el propio contexto histórico. Lo que importaba era la aventura, y sí acaso el exotismo y el deslumbramiento de la arquitectura árabe. Por lo demás, estas eran ciudades de los estudios que hacían una película tras otra.
Como suele ocurrir con tantos otros géneros cinematográficos, su germen hay que encontrarlo en una tradición literaria, en el caso, repetimos, en los cuentos recopilados en El libro de las mil y una noche, dos extensos volúmenes  en el que se recogen leyendas orientales de diferentes épocas y que desde el siglo XVIII pasaría a ser el principal exponente de la literatura árabe en Occidente. Todo el mundo conoce el ingenioso punto de partida de estos cuentos, atribuidos a una mujer, Scheherezade, que cada noche debe tener uno a punto para no morir decapitada como las otras favoritas del príncipe Haroun AI-Rashid, que finalmente, seducido por la inagotable imaginación de la joven, acabaría casándose con ella.
Sobre el extraordinario valor de estas narraciones, del alto concepto que ha alcanzado entre nosotros, valga como simple botón de muestra la opinión del poeta alemán Eric Fried que al ser preguntado por las obras de Michael Ende respondió que no podían compararse ni de lejos con este clásico, tan influyente por otra parte. No obstante, para una infancia para la que los libros eran esas cosas del colegio, este tipo de cine tuvo la incuestionable virtud de aproximarle a un mundo en la que el valor de las películas podía medirse por su capacidad de despegar la mayor imaginación y colorismo posible.   
Aunque la mayor parte de las producciones adscritas a este género no pasaron de la medianía, el número de obras maestras fue bastante elevado, y sirvió varias generaciones de espectadores y espectadoras, para iluminar sus imaginaciones por su desbordante fantasía y su inequívoco toque erótico, muy por encima del que se permitía normalmente en la época.
En este subgénero hubo una reina: la dominicana de origen español y nacionalizada norteamericana María Theresa Gracia de Santos Silas, conocida como María Montez (1918-1951), y de la cual los varones jóvenes y adultos de entonces no podían hablar sin un brillo en los ojos, fue en los años cuarenta la reina indiscutible del subgénero, gracias a los títulos mencionados Aunque el subgénero contaba con precedentes míticos de los que cualquiera que hubiera tenido un poco oídos podía haber sentido hablar, la mayor irrupción de títulos coinciden con el apogeo del technicolor en las producciones de serie B, y más concretamente con la Universal que, aunque más reputada por sus brillantes melodramas, también explotó a fondo este filón después del éxito de Las mil y una noche (Arabian Nigths, 1942), del escasamente valorado John Rawlins, tituló que significó la revelación de la bella e inexpresiva María Montez, la "reina del technicolor" (y habría que añadir: del "camp").
Reestrenada en el cine en los años setenta cuando el kitsch se volvió a poner de moda, se trata de un espectáculo vistoso y sugestivo, que se apoya en una trama bastante pueril, pero que combina la aventura y el buen humor con unos decorados decididamente tan "camps" como efectivos, y que sin ser ninguna obra redonda sedujo a toda una generación de espectadores, y a cuya educación sentimental contribuyó más de lo que pueda parecer a primera vista. Junto a María Montez trabajaron Jon Hall, Sabu, Turham Bey --habituales también en las siguientes- y Leif Erickson. Rawlins (1920) antes de ser director, ejerció numerosos menesteres  (doble, actor en seriales, escenarista, gag-man, montador), y ésta es su título más famoso, y a continuación repitió con María Montez y con el mismo equipo en Sudán (Soudan, 1945), el antiguo Egipto es el área de que sin embargo consiguió subir el listón de calidad media de la serie gracias a una inteligente e ingeniosa factura cinéfila, y a un mejor desarrollo de las premisas del género que incluía siempre un toque de autoironía, como sí sus responsables no se creyeran mucho lo que estaban haciendo.
María Montez fue igualmente la estrella de Alí Baba y los cuarenta ladrones (Ali Baba and the Forty Thieves/ USA, 1944), dirigida por el prolífico Arthur Lubin, con el mismo equipo y con el mismo diseño de producción aunque mucho más plana; La reina de Cobra(1944), obra alimenticia de Robert Siodmack que partió de un guión de encargo de Richard Brooks y que no escapa a los condicionantes de la serie, aunque se trata de una película con cierto prestigio, mayor que otros de la serie pero en absoluto superior; Tánger (Tangier/ USA, 1946), de George Wagner, un cineasta en absoluto despreciable que trabajó muy menudo con John Wayne, así como otras incursiones en otros subgénero "tropicales" del cine de aventuras, a veces con su marido, el eficiente actor francés Jean-Pierre Aumont, con el que tuvo una hija, la hoy olvidada Tina Aumont que los años setenta trabajó en Italia en películas de todo orden, y fallecida no hace muchos. 
Lo que no se conoce tanto es que María interpretó (y bastante bien) una serie de películas de aventuras rodadas en Europa que, lamentablemente, fueron vista y no vistas por aquí, y que yo sepa, no han gozado ni de pases televisivos ni de edición en DVD. Mencionemos algunas de ellas: La conquista de un reino ()1947), del inmenso Max Ophuls, que resolvió con gusto y elegancia una trillada aventura de capa y espada en la que María estuvo acompañada por Douglas Fairbanks jr y el retorcido Henry Daniell, un “malo” de los buenos”; El ladrón de Venecia (1950), de John Brahm, que trata si no recuerdo mal de una revuelta contra el Dux de Venecia en el tiempo de los Borgias, y la estupenda La venganza del corsario (Primo Zeglio,1951), una animada  adaptación de Emilio Salgari que  fue su despedida.
La trágica y prematura muerte de María Montez la convirtieron en uno de los mitos de una generación anterior a la mía, de los que eran niños en los años cuarenta y descubrían el cine en color technicolor, un verdadero lujo que hacía perdonar la endebles argumental que no debía parecer tanto a unos voraces lectores de tebeos, y unas familias que iban al cine como a la más grande y más intensa de las fiestas 

No hay comentarios:

Publicar un comentario