(Argentina, 1974), UNA DE LAS
MEJORES PELÍCULAS SOBRE EL ANARQUISMO
Seguramente la mejor (y más
completa) evocación que jamás se haya hecho sobre un episodio de la historia
libertaria sea La
Patagonia rebelde de Héctor Oliveras, con guión de
Osvaldo Bayer y Fernando Ayala partiendo de la obra literaria de Bayer, es por
las circunstancias que le rodearon, casi un milagro del cine, una de las
películas más singulares jamás hecha tanto por el tema que evoca, como por las
circunstancias en que fue rodada y estrenada, o sea al borde del abismo. Es una
película que, además, ha inspirado otras, sobre todo de tipo documental. Nada
de ello habría sido posible sin el trabajo de investigación y de la recia
personalidad de Bayer.
Además, es uno de los pocos casos de exaltación
anarquista militante que ha ofrecido el cine a lo largo de su historia. Se
trata de un obra de
reparación histórica cuya honestidad no deja espacio para
ningún otro final que no sea la constatación de una represión que explica
bastante el final del anarquismo en Argentina, uno de los países donde gozó de
mayor arraigo, una irreversibilidad que resultaría por –así decirlo- remachada
por una reedición represiva, esta vez a escala nacional, la misma que cerrará
el proceso de libertades y agitación democracia en el que inserta la propia
producción la película. Su historia es la siguiente: “...Los huelguistas eran
trabajadores de la lana. Exigían cien pesos por mes, que las instrucciones del
botiquín estuvieran en castellano y no en inglés, que se les diera un paquete
de velas por mes para iluminarse de noche, y otras pequeñeces. El año anterior,
el teniente coronel Zavala había venido y firmado el primer convenio rural de la Patagonia, aceptando el
petitorio de la gente de la tierra. Pero el convenio no fue cumplido en nada por
los patrones. Y las peonadas volvieron a dejar el trabajo y a formar
emblemáticas columnas exigiendo justicia; columnas que recorrían el
interminable horizonte de las tierras frías pobladas de animales de blanca
lana.
Es aquí donde se produce el derrumbamiento
de toda moral, de toda irracionalidad, del más mínimo principio de ética.
Zavala vuelve con su Décimo de Caballería y en vez de castigar a los
estancieros que no habían cumplido, fusila concienzudamente a las peonadas, por
huelguistas. No hay escapatoria, todo huelguista sea gaucho, chilote o
anarquista europeo es castigado duramente y luego fusilado. Sin juicio ni acta.
Por orden del comandante. Santa Cruz quedará para siempre con montículos llenos
de muertos. Las llamadas tumbas masivas. Ahí permanecerán para siempre, en el
silencio del desierto y de las cobardías humanas. Nadie hablará. Sólo en voz
baja. Ni los salesianos las marcarán con una cruz de palo ni nunca una mano de
mujer colocará una flor. Los gauchos vuelven al corazón de la tierra. Esta es
tierra de obediencias debidas. De fusilamiento y desaparición. Las ovejas son
para los ingleses y para los señores de las sociedades rurales. Y nada más. Ese
es el orden establecido. A los cuales jamás una jeta de negro vendrá a
imponerles algo. La comunidad británica de Santa Cruz despedirá al comandante
con un emocionado `porque eres un buen camarada. Hay lágrimas en esos hombres
gordos y colorados. El comandante ha cumplido con las órdenes de la Casa Rosada. ¿O no?”.
Aquella fue una huelga épica. Verdaderamente
“fantástica” para quienes desconocemos la amplitud de los espacios patagónicos,
espacios de los que oímos hablar en los “westerns”, los mismos que los gauchos recorrían para
levantar al pueblo. El alcance de la camaradería no lo era menos, los
anarquistas que habían creado teatros y bibliotecas, que iban por las estancias
(por lo general en manos de propietarios británicos) para formar columnas de
peones que recorrían los grandes espacios patagónicos para extender la huelga,
todo por unas exigencias alumbradas por el ideal –el camino hacia otra
sociedad-, pero que hoy asombran por su modestia. Estaban muy influenciados por
el anarquismo italiano y español, de ahí que algunos de sus miembros más
significativos fueron españoles, como el teoricista soñador Grañas,
impertérrito en su buena fe. Como José Font, Alias Falcón (Federico Luppi), o
Antonio Soto, que tiene dedicada una calle en El Ferrol... Fue un momento
especial en la historia de la lucha
social, una gesta sobre la que la gente no quería ni oír hablar, por ignorancia o miedo o porque no había que
“resucitar rencores”.
Llevar a cabo la empresa de rodar esta
película fue en sí misma una aventura. El producto del extraordinario esfuerzo
de un equipo que creyó en el proyecto, La Patagonia...,
consiguió llegar a los cines el 2 de abril de 1974 desafiando a las
autoridades, y el impacto fue enorme en un momento de efervescencia social,
cuando este tipo de cine gozaba de la predilección del público como mostraría
el alegato documental de Fernando Solanas, La hora de los hornos (1971),
título inspirado en un célebre poema de José Marti citado por el Che”: “Es la
hora de los hornos y solo se ha de ver la luz”. Un vibrante alegato
antiimperialista ahora complementado con otros como Memoria del saqueo o
La dignidad de los nadies...Por su parte, la CGT no quiso hacer ningún comentario, era
demasiado el contraste entre aquel sindicalismo y el que ellos representaban,
también se dio la curiosidad de que la única crítica adversa fue la del diario
Noticias, afín a los montoneros, o sea de la extrema izquierda peronista (Por su lado, el otro grupo armado, el ERP de
Santucho, que se había desplazado desde el trotskismo al castrismo, había
adoptado como “libro de cabecera” la biografía del “anarquista expropiador”
Severino di Giovanni, escrita por el propio Bayer).
Había
sido producida en un momento de efervescencia democrática y social por Aries
Films, animada por el también realizador Fernando Ayala, el irregular director
de obras socialmente incisivas como El jefe (1959), y de El
candidato, una dura crítica al populismo de la burguesía, junto con Héctor
Olivera, un cineasta cuya trayectoria iniciada en 1967, no parecía sin embargo
estar llamada a pasar de estos ejemplos que iban quedando atrás. Con La Patagonia rebelde, Ayala ganó
un Oso de Plata en el Festival de Berlín de 1974, galardón que repetiría una
década más tarde repetiría idéntico premio con la vitriólica No habrá más
penas ni olvido, basada en la una novela de Osvaldo Soriano que describe en
clave de farsa un enloquecido enfrentamiento entre diferentes fracciones
peronistas. El guión de La
Patagonia... corrió a cargo de Bayer y de Olivera. que idearon un comienzo por el final, o sea
dejando claro que, la justicia se cumplía y que el comandante Zavala (Héctor
Alterio), el principal responsable de la masacre de los trabajadores acababa
ajusticiado, escena
que, cabe suponer, pondría los pelos de punta a la jerarquía militar que desde
la sombra trataba de obstaculizar el estreno del film, y que se aprestaba a
matar por la patria tras recibir la debida justificación de las otras
jerarquías, la financiera, y la eclesiástica, por supuesto. No era por
casualidad que el comandante mostraba el mismo código
que los “milicos”: “Podrán decir que fui un militar sanguinario, pero nunca
podrán decir que fui un militar desobediente”.
Desde el principio queda claro que La Patagonia...
asume con toda las consecuencias su significado épico y militante que comienza
significativamente por el final, con la ejecución en la calle, del Teniente
Coronel Zavala. Toda la historia que se cuenta a continuación es un flash-back
que nos explicará las múltiples razones por las que Zavala acaba abatido a
tiros junto al portal de su casa...A continuación, la trama se articula en función
de las dos expediciones que Zavala realiza al lugar de las luchas. En la
primera, con las únicas órdenes de cumplir con su deber, y pese a que los
estancieros y el Gobernador del Estado le consideraban su aliado natural",
Zavala trata de enterarse de la verdadera situación, y fuerza la firma del
convenio que pondrá fin a la huelga declarada por el sindicato anarquista que
agrupa a los trabajadores. El segundo viaje de Zavala es totalmente distinto:
posee órdenes del ministro de acabar con los rebeldes, y como afirma él mismo
"no le temblará la mano” e incluso utilizará el recuerdo de su primer
viaje para poder aniquilar a los huelguistas “manu militari”, a sabiendas que
tiene garantizada la impunidad. Demostraba nuevamente que los poderosos dominaban
los resortes fundamentales del Estado, que controlaban el aparato económico y
jurídico, y que tenían a su servicio “las bandas armadas”, lo mismo que tenían
a la iglesia. El éxito fue enorme y contribuyó todavía más a la difusión de la
obra de Bayer. Ni que decir tiene que la práctica totalidad del equipo tuvo que
exiliarse, y que el golpe militar (con programa neoliberal) acabó drásticamente
con su difusión.
Con esta reconstrucción, el cine hacía
llegar al pueblo llano la denuncia de la manipulación de la “memoria histórica”
que hasta entonces habían impuesto las clases dirigentes...En esta película,
Olivera se superó a sí mismo evitando en todo momento que el film cayera en el
panfleto, dando el mayor realce posible a unos personajes que se hacen
inolvidables, y cuyas palabras se han quedado en la memoria de otros
luchadores. La cámara se ha limitado a explicitar los hilos que mueven la
historia, y a desvelar sin necesidad de subrayados las “razones” de los
responsables que se ocultan tras unas decisiones en las que Zavala acaba
siendo el brazo ejecutor. Su carácter “constructivo” se despende de la
actuación verificada de un conjunto de personajes, militantes de cuerpo entero
con sus peculiaridades humanas que convencen por la extrema consecuencia con su
ideal, un ideal anunciado al principio y que –inexorablemente- queda apartado
de la vida por las balas. El final es pues, dolorosamente pesimista, no hay más
espacio para la esperanza que la fuga de Antonio Soto, que consiguió marchar a
Chile, y que se mantuvo consecuente, tanto es así que en 1936 trató de regresar
a España para tomar las armas contra la sublevación militar-fascista, aunque su salud no se lo permitió. Lo único
que se permite es –como ya hemos indicado- comenzar por el final, por la
ejecución del verdugo que resulta una evidente exaltación del "sagrado
derecho de matar al tirano".
Esta gesta “terrorista” -magníficamente filmada-, corrió a
cargo del hermano de uno de los fusilados,
Kurt Gustav Wickens, al que Bayer describe como “el prototipo de
anarquista duro, él espera que se haga justicia y no se hace, entonces habla
del derecho a matar al tirano, que ya era cosa de los estoicos griegos y que
los anarquistas toman a pecho”, esto a pesar de que con anterioridad se había
manifestado como un pacifista. Lo hace sólo, disparándole primero y tirándole
luego una bomba “que expresaba la explosión de ira del pueblo”. Una ira que el
cine nos ha transmitido al cabo de los tiempos, y más allá de las fronteras
gracias a una película que aunque gozó de una cierta leyenda -que se dio a
conocer en el festival de San Sebastián-,
tardó unos cuantos años en estrenarse.
Anexo Making Off
Los distintos gobiernos no tenían interés
en dilucidar un asunto en el que podía establecerse responsabilidades a alto
nivel y conllevar el desprestigio del ejército (“que para eso estaba”, según la
derecha y los grandes propietarios), por su parte los socialistas se atuvieron
a reclamar sus informes propios de una “democracia”, por entonces el partido
comunista acababa de nacer, así es que “obediencia debida”, y ya está, la Justicia no se enteró.
Solamente los anarquistas clamaron por las justicia, pero pasó el tiempo y todo
se fue borrando, ningún juez, ningún historiador. Todavía hoy, tampoco se ha
hecho nada, y eso que el actual presidente de la nación, el dudoso “reformista”
Nestor Kirchner que cuando se rodó la película era un joven peronista
combativo, y tomó parte en el rodaje como extra, portando una bandera roja del
sindicalismo como uno de los componentes en una manifestación obrera. Eso sí, cuanto menos quedan la obra de
Osvaldo Bayer y la película.
Bayer que se considera un “intelectual
independiente” que sigue creyendo “en el anarquismo como socialismo en
libertad”, llevó a cabo un empeño personal de años y de verdadero Sherlock
Holmes, investigando desde 1968 pacientemente entre los supervivientes y sus
familiares (y entre los propios soldados,
hurgando por todas las pistas (algunas ciertamente impresionantes, otras
terribles, como la de algunos sicarios que no se arrepentían de nada), una
fuentes sobre las que el autor desprenderá una minuciosa descripción en cuatro
volúmenes (editados por Planeta en Argentina pero no distribuidos en España) en
los que se reconoce fehacientemente la deuda contraída por el movimiento obrero
argentino con la FORA,
la gran central obrera anarcosindicalista fundada en 1901 que en 1905
estableció (V Congreso) expresamente una declaración de “principios económicos
y filosóficos del comunismo libertario”, aunque diez años más tarde (IX
Congreso), una mayoría sindicalista revolucionaria abogó (como la IWW norteamericana) por la
coexistencia con los socialistas, y luego con los comunistas.
Una suma de obstáculos que acabó
provocando una decadencia que, a finales de los años 20, comenzara a
acelerarse. También hay sectores como los autodenominados “Comandos Rojos” que
la película describe como provocadores que no se diferencian de los pistoleros,
menospreciando los consejos militantes (dicen que los anarquistas “aparecen
curas”). Bayer llegará a atribuir dicha decadencia “en primer lugar” a la
influencia negativa de “los anarquistas expropiadotes. La gente se asustó”.
También sucedía en su opinión que los anarquistas “hacían huelgas y triunfaban,
pero los convenios los firmaban los socialistas porque los anarquistas no
trataban con el gobierno (...) los denominados sindicalistas libres que no
querían hacer política en el sindicato”. “Finalmente, está el peronismo. Es la
nueva clase. Los nuevos obreros industriales ya no venían de Europa, sino del
interior”. Al final persiste un sector “que recoge el legado anarquista”, que se mantendrá hasta el presente como
sección argentina de la AIT.
Nadie hasta que el escritor argentino de
origen germano, Osvaldo Bayer (Santa Fe, 1927), rebuscando entre los
supervivientes y sus familiares (y entre los propios soldados, hurgando por
todas las pistas (algunas ciertamente impresionantes) realizó una minuciosa
investigación de los hechos medio siglo después escribió entre 1972 y 1974 su
ensayo exhaustivo y conmovedor La
Patagonia rebelde, cuatro volúmenes en los que
reconoce la deuda del movimiento obrero argentino con la FORA, la gran central obrera
anarcosindicalista fundada en 1901 que en 1905 estableció (V Congreso)
expresamente una declaración de “principios económicos y filosóficos del
comunismo libertario”, aunque diez años más tarde (IX Congreso), una mayoría
sindicalista revolucionaria abogó (como la IWW norteamericana) por la coexistencia con los
socialistas, y luego con los comunistas, dando lugar a una dinámica que, a
finales de los años 20, comenzara una
acelerada decadencia que Bayer atribuye, en primer lugar a la
influencia negativa de “los anarquistas expropiadotes. La gente se asustó”.
Luego sucedía que los anarquistas “hacían huelgas y triunfaban, pero los
convenios los firmaban los socialistas porque los anarquistas no trataban con
el gobierno (...) los denominados sindicalistas libres que no querían hacer
política en el sindicato”. “Finalmente, está el peronismo. Es la nueva clase.
Los nuevos obreros industriales ya no venían de Europa, sino del interior”.
Aunque persiste un sector “que recoge el legado anarquista”, que se mantendrá hasta el presente como
sección argentina de la AIT.
Desde su edición, la obra que el propio
Bayer describió como una “historia época que parece salida del realismo
mágico”, un fresco ocupado por “grandes luchadores anarquistas, (por) sus
sueños y sus logros”, y que sirvió para “terminar con la leyenda negra y
empezar con la difusión histórica”. Aunque la edición sufrió toda clase de obstáculos oficiales
(por ejemplo, fue prohibida su “exportación”, o sea censurada de cara al
exterior, en un intento de arruinar la editora), lo que empero no impidió que
solamente el primer año se vendieran 200.000 ejemplares. Sus problemas fueron
paralelos a los la película, rodada en el ambiente enrarecido que precede al
golpe militar de 1976. Así, si bien en un principio, su rodaje fue facilitado
por el gobierno del reformista Héctor Campora y en concreto por el veterano
“talentoso y bonachón” Mario Soffice, (que en 1939 ya había realizado un
vibrante alegato social, Prisioneros de la tierra, adaptación de varios
relatos de Horacio Quiroga), que había sido nombrado director del Instituto
Nacional de Cinematografía que adelantó parte de la financiación, luego todo se
torció cuando Campora fue sustituido por el propio Nerón, y el cargo del
departamento fue a parar a manos del yerno de López Rega, al que se atribuye la
creación de la triple A, grupo parapolicial de extrema derecha de asesinos que
trataba de crear el ambiente propicio para justificar un golpe de estado. En
pleno rodaje, el equipo todavía conoció obstáculos de todo tipo, desde un
levantamiento “milico” en la zona llamado el “navarrazo” hasta el envío de
telegramas gubernamentales con los que trataban de detener su rodaje. Sin
embargo, el gobierno sufría todavía diversas presiones a favor, y por su parte,
el equipo había hecho suyo el proyecto de manera que respondió como únicamente
podía, acelerando el rodaje. No en vano, la película podía interpretarse tanto
como una vindicación como una premonición, una evidencia sobre hasta donde
podía llegar el ejército.
No hay comentarios:
Publicar un comentario