lunes, 27 de junio de 2016

Rupturas, rupturas, rupturas



          Rupturas, rupturas, rupturas

Resultado de imagen de Memorias de un bolchevique andaluz (El Viejo topo, Barcelona, 2002),         En el curso de las discusiones suscitadas alrededor de mi libro, Memorias de un bolchevique andaluz (El Viejo topo, Barcelona, 2002), algunas amistades han hecho notar la sorpresa entre una línea de rupturas personales, y la existencia de una continuidad política y militante…En el primer caso, todo parece evidente. Dejé mi localidad a los 14 años, a los 16-17 abandoné el cristianismo, estuve exiliado en Paris dos largos años, conocí un cambio traumático de pareja, y también dejé la gran ciudad para  vivir más apartado en un pueblo. No todo el mundo puede contar lo mismo, pero por lo peral, entiendo que fueron rupturas básicamente positivas: me hicieron crecer. Sin
la emigración me habría quedado en una pequeña vida local, sin la crisis de fe no me habría posiblemente abierto a las ideas socialistas, el  exilio me permitió conocer la España republicana, sus formaciones y acceder con la “Ligue” a un grado de formación superior, el cambio de pareja significó el fin de una relación acomodaticia, y dejar la gran ciudad colmó la aspiración de regresar a un lugar pequeño y próximo a la naturaleza. Entre 1960 y 1973, pase por trabajos y oficios muy diversos,  y la aventura militante me ha permitido conocer gente que tengo a la más alta estima como Francecs Pedra o Juan Andrade.
                Sin embargo, en lo que se refiere a la adscripción política no se ha dado ninguna, aunque sí una tentativa constante de adecuación. Las premisas teóricas son un instrumento que valen si lo trabajas y lo amplias. Comencé a tener inquietudes sociales entre 1964-1965, en los dos años siguiente fue un discípulo privilegiado del Pera anarcosindicalista, y en el verano de 1967 ingresé en el grupo Acción Comunista después de un ciclo de lectura y seminarios. Tuve la suerte de conocer por este entonces a gente como Alfons Barceló que me ayudó a complementar el consejo de Pedra de conocer todas las escuelas del movimiento obrero. En septiembre de 1968  fue a mi primera reunión de la “Ligue”, y durante el tiempo que siguió frecuente los veteranos del POUM y de la Cuarta Internacional (Pierre Frank, Livio Maitan, pero sobre todo el extremeño Eduardo Mauricio), y todo ello lo he contado en el citado libro, y el lector de Kaos o podrá encontrar su capítulo parisino en forma de articulo.
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        Desde entonces hasta el presente, he conocido diversas crisis internas en la LCR, su desplome, pero luego he estado entre los que han persistido organizados aunque ya desde una perspectiva diferente, por decirlo de alguna manera, con una militancia más cultural. Con todo, en los dos o tres primeros años de EUiA, dicha implicación fue mucho más activa, después se ha orientado más hacia el trabajo cultural de signo divulgatorio, sobre todo desde que recompusimos la Fundació Andreu Nin. Me enteré con ello de las posibilidades de Internet, y aproveché un largísimo aprendizaje. No tengo que decir que en esta continuidad han tenido mucho que ver la compañía de antiguos camaradas, amigos y amigas, sin los cuales no creo que hubiera hecho lo mismo. Igualmente ha tenido mucha importancia la percepción de que estaba surgiendo una nueva generación, que existía una voluntad de reconstrucción, capítulo en el me gustaría anotar los nombres de Andreu Coll y Josep Mª Antentas.
                 Mentiría si negara que a lo largo de estos años no haya tenido tentaciones múltiples, sobre todo las referidas a la promoción personal, pero para hacerlo tendría que haber pasado por puestas que nunca llegué a atravesar, pensaba que de haberlo hecho no me podría mirar en el espejo cada mañana. Sí hay algún secreto en esto es la conciencia de que lo único henito en sta vida es oponerse al mal social, y sí tengo mala conciencia es porque pienso que tendría que oponerme todavía más. Por otro lado, siendo el mío un “status” muy superior al de mis viejos, nunca he dejado de ganar bastante menos que un obrero especializado. Con esta regla de tres no quise ni un céntimo de mi salario como concejal en Sant Pere de Ribes. En ese tiempo pude apreciar que los riesgos de la política institucional eran cada vez mayores, cada vez nos tenían más cogidos.
Resultado de imagen de Memorias de un bolchevique andaluz (El Viejo topo, Barcelona, 2002),          Sin embargo, al igual que en la primera fase, en esta segunda, nada habría sido lo mismo sin las lecturas, sin la verificación de unos criterios que en los sesenta llevaban los nombres de Trotsky, y por este orden,  Isaac Deutscher, Ernest Mandel, Hugo Blanco, y que ahora serían otros: Daniel Bensaïd, Michael Löwy, Enzo Traverso, Tariq Ali, y en general, casi todo lo publicado en la revista Viento Sur, de la que siempre he sido un colaborador bastante entusiasta, pero también he sido lector asiduo de Materiales, mientras tanto…, El Viejo Topo,  etc. Sin embargo, todo esto requiere sus matizaciones. Nada ha sido fácil, nunca he dejado de tener mis dudas.  Por lo demás, creo que la “contaminación” no tiene porque significar una “contradicción”, sobre todo sí se trata con otras escuelas que han realizado importante aportaciones, por lo demás, el conocimiento requiere un horizonte que sea lo más amplio posible. En cuanto a la práctica, es la acción lo que determina la bondad de una idea, y no el que sea de “uno de los nuestros”…  
                Mirando en perspectiva, creo que estos elementos de convicción se han fundamentado   en unos componentes culturales fuertes, dentro de los cuales pondrían en primer término un cierto sentimiento de sencilla decencia inherente al ámbito familiar más próximo. En lo mejor de dicho ámbito, los valores personales ha sido más preciados que los dineros o los fastos, valores como no explotar a nadie, no deber nada, no depende de favores, la solidaridad elemental, compartir, no mentir, no engañar, etcétera, unos valores simplistas pero que distingue a la gente incluso cuando parezca estar muy por encima. Más tarde, cuando estaba en proceso de formación política, algunos amigos sistematizamos que lo más importante era la fidelidad a los trabajadores, al pueblo, luego las exigencias del compromiso que de ninguna manera podría estar al margen de dicha fidelidad, y finalmente, la necesidad de estudiar y comprender…
           En términos más ideológicos, estos criterios venían avalados por el republicanismo de las diversas personas que me habían ayudado cuando el franquismo comenzó a parecerme algo intolerable, una cierta tradición cristiana, magníficamente representada por personalidades anónimas como Mercè Ridaura, la monja seglar y asistente social de Pubilla Casas, el anarcosindicalismo del Pedra, por no hablar del “liberalismo” aprendido en el cine y la literatura norteamericana, aportes y criterios a los que nunca  quise renunciar, y que coexistieron cuando entré en una espiral militante que se ha mantenido hasta el presente, de manera que puedo responder cuando me preguntan sobre sí milito: “Yo siempre he militado”. Obviamente, hay unas preferencias que permanecen desde las lecturas del Isaac Deutscher, una admiración vehemente hacia la Oposición rusa, hacia aquellos comunistas que se dejaron la piel en la lucha contra la burocracia y el estalinismo, y con ello de las obras y el ejemplo de León Trotsky, lo que no me impide criticar muy duramente algunas de sus actuaciones, como las que mantuvo contra Nin y el POUM, lo que acabo de hacer en un libro que se llamará El fantasma de Trotsky (España, 1916-940), y que no tardará en aparecer en la editorial Renacimiento, la misma que publicó mis Retratos poumistas.
Resultado de imagen de Memorias de un bolchevique andaluz (El Viejo topo, Barcelona, 2002),         No he podido por menos que rememorar estos días el final de la “Ligue” de la que fue militante desde su fundación hasta mi regreso allá por 1971, sin embargo, entiendo que este es un sentimiento  que de ninguna manera puede empañar la voluntad de “transcrecer” para ocupar responsabilidades ante todo lo que viene. Situado en este enfoque, no he podido por menos que sentir estupor cuando he escuchado a algunos jóvenes manifestar presuntos reparos “principistas”, como sí lo fundamental fuese defender la tradición, y no el dar respuestas avanzadas y coherentes a una realidad que tenemos que empezar a transformar obligatoriamente.
           En mi opinión, la única manera de mantener una tradición revolucionaria es poniéndola constantemente al día. Por lo tanto, cuando me llegan ecos sobre “principios” inalterables, recuerdo las palabras de Gramsci sobre el "patrioterismo" de partido o escuela, que tanto daño ha causado. Con ello se tiende a confundir el fin con uno de los medios, y se reproduce el esquema nacionalista estrecho de “con mi patria con razón o sin ella”.  Esto no se corresponde al internacionalismo, ni a un pensamiento desacralizado de los clásicos, y en concreto del “Viejo”. Por su biografía, Trotsky pudo ser un personaje mítico, pero en absoluto providencial. Con un maestro de la escuela libertaria (Francecs Pedra), aprendí que antes que los líderes y que las escuelas, estaban los intereses y las necesidades de los de abajo. Por lo tanto, líderes y escuelas se justifican únicamente en la medida en que contribuyan a dicha causa, y no al contrario, en la medida en que son capaces de asimilar críticas, rectificaciones, e incluso rupturas. Lo que no pueden ser --como dice Luis Eduardo Aute en su canción-- un asiento para sentarse. Una manera paradójica de ser conservador: hacerlo ”sentados”  desde una presunta ortodoxia revolucionaria desde la cual albergarse de los problemas que plantean dar alternativas a las luchas que están surgiendo aquí y allá, de una manera casi imperceptible, como lo hace la yerba cando crece al decir del bisabuelo Karl Marx..
         Claro, al igual que quiero lo mío (mi madre, mi pueblo, mi tierra, mi mundo),  también puedo querer "mi partido", y precisamente, como en los demás casos,  no estoy obligado a negar sus puntos oscuros y errores, y a diferencia de  mi madre, mi pueblo, lo puedo cambiar, y la verdad es que si no lo he hecho, no ha sido por faltas de dudas; y más por sus propios desafueros que por la hostilidad exterior. "Mi partido" nunca llegó a ser tal en el sentido patriótico, si acaso fue una propuesta, y una opción libre.  Para Trotsky el bolchevique lo fue, hasta que dejó de serlo. Entonces trató de reformarlo, hasta que creyó que eso era imposible. Entonces intentó crear otro; todavía se está en ello, ahora cuando la urgencia no es anteponer una rectificación plena al estalinismo sino contribuir a la creación de una alternativa al desastre existente.
                  Se trataba de una apuesta histórica inconmensurable…
                  Pero corto aquí, Y como decían en los “tebeos”, continuará…


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