Pedro Costa en el país del crimen
Es lamentable que la muerte del periodista y cineasta
catalán Pedro Costa Musté (Barcelona, 1941-Madrid, 2016), haya pasado poco
menos que desapercibida. Que casi nadie haya contado nada de su período como
periodista “desentierramierda” que es como llamaban en los Estado Unidos a los
que, como Lincoln Steffens, destapaban las miserias sociales establecidas.
También es verdad que Pedro no fue un
artista detrás la cámara, pero su protagonismo como productor y director en la serie “La huella del crimen” se cuenta entre lo más importante que desde el telefilme y el cine se ha hecho por estos
andurriales…artista detrás la cámara, pero su protagonismo como productor y director en la serie “La huella del crimen” se cuenta entre lo más importante que desde el telefilme y el cine se ha hecho por estos
Diplomado en la Escuela Oficial de Cinematografía, y curtido en
el lado más crudo del periodismo de sucesos en el semanario El Caso, sin duda el más emblemático de la historia del
país, un documento involuntario de lo que era el país y el paisanaje en la
época más cruda del franquismo. Había que probarlo, pero creo que leyéndola
boca abajo nos permitiría entrar de plano en la otra historia, en la sucesos
que conmovieron a una opinión pública forjada en el espanto. En El Caso
se contó durante semanas el caso de la mayor de las niñas de una familia
numerosa premiada desde el régimen, y que para poder jugar como los demás niños
descubrió que podía librarse de sus hermanitos recién nacido dosificándole un
poco de un polvo (matarratas), como pasó con célebre “crimen de Mazarrón” sobre
el que Fernando Fernán-Gómez realizó (con la ayuda inapreciable del guionista
Pedro Beltrán), una de suso obras maestras, El extraño viaje (1964), sin
duda uno de los referentes para el proyecto de “La huella del crimen”. El
periodista-estrella del siniestro semanario fue enrique rubio, un fascista
integral sobre el que los historiadores del maquis hablan largo y tendido por
cómo presentaba las andanzas de Sabater o Facerías, dos héroes legendarios del
maquis urbano.
Con una preocupación constante por temas
sociales y políticos, Pedro fue de los primeros periodistas de “El Caso” con
problemas con la censura, concretamente en 1970 por sus crónicas sobre el
“Proceso de Burgos”. Luego los volvió a tener realizando crónicas políticas de actualidad para Cambio 16, Posible pero sobre para el Interviú de la primera época, donde
junto con otros “desentierramierda como Xavier Vinader o nuestro Dionisio
Giménez metieron la nariz allá de donde los límites de la Transición permitían.
Convengo con Dionisio que esta es una historia que está por escribir, una
aventura que Pedro trasladó al medio televisivo primero y al cine después.
Costa había estudiado Económicas mientras
dirigía el grupo teatral de esa Facultad, y tras haber cursado estudios en la Escuela Oficial de
Cinematografía, en la que se diplomo en 1968, optó por abandonar el cine dadas
las dificultades que determinaba la censura que impedía hacer “un cine libre e
independiente de cualquier grupo político o burocrático", como él
pretendía se metió en lo del periodismo siguiendo sus criterios de detective
con pluma. Cuando la censura se abrió, encontró la oportunidad de regresar al
cine. Debutó como
director tomando el camino difícil con: El caso Almería (1983)
con la ayuda cómplice de actores de la talla de Agustín
González, Fernando Guillén y un bisoño Antonio Banderas. Con muy pocos medios,
el film narraba un auténtico caso
de torturas y asesinatos cometido por agentes de la Guardia Civil contra
tres jóvenes acusados (falsamente) de ser miembros de ETA. No hay que decir que la película sufrió
amenazas y atentados por parte de los “galindistas”, ya que se metía en un terreno
de las cloacas del Estado, un territorio comanche todavía como lo demuestra el
vacío que se ha creado alrededor de Lasa
y Zabala (Pedro Malo, 2014), pretextando un diagnóstico de poco calidad que
encuentro cuanto menos discutible. Costa volvió a las andadas dirigiendo Redondela (1986), Fue un trabajo
accidentado (que incluyó la desaparición voluntaria durante días del actor
británico Patrick Newell), abordaba un turbio caso de corrupción y muerte en el
que anduvieron implicados familiares de Francisco Franco. Lástima que en esta la falta
de medios y de oficio sí resultaron evidente como lo era la voluntad del poder
de no menear estas cosas. De ahí el poco interés que nuestro cine ha mostrado
por contar tramas que molestan (¿Cuantas películas dignas se han hecho sobre el
GAL o sobre Roldán?´) que tanto ilustran sobre las verdades ocultas de este
país.
Pedro fue el “alma Mater” en los 80 de La
huella del crimen, una
serie que partía de la premisa volteriana según la cual la historia de la
humanidad era la historia de sus crímenes. A pesar de la nueva censura (la
económica, la del ninguneo), Pedro produjo seis episodios de esta
serie para RTVE, alcanzando un enorme éxito. Emitida en tres tandas entre los
años 1985 y 2010, incluye varios telefilmes largos entre los que cabe destacar
los de Vicente Aranda (El
crimen del capitán Sánchez, amantes e Intruso, ana obra
infravalorada cuya revisión reportaría sorpresas); permitió
que Bardem hiciera su película sobre el Jarabo (1987 ), uno de los asesino en serie más
incardinado con la moral del régimen; Fons (El
crimen de la calle Fuencarral), Olea (El caso de las envenenadas de Valencia), Ricardo Franco (El caso del cadáver descuartizado, aunque
la mejor de Ricardo fue El
crimen de las estanqueras, en la que retrata la sórdida Sevilla
del cardenal Segura de principios de los cincuenta, todo un ejemplo fehaciente
de cómo la policía, el obispado y la prensa crean un culpable, “El Tarta”, un
perdedor), y el propio
Costa (El caso del procurador enamorado),
compusieron la primera entrega de la serie. En la segunda, Costa se reservó el
guión y dirección de El caso de Carmen Broto
(una buen testimonio de un caso de la posguerra barcelonesa con mujeres
convertidas en Fulanas” por el hambre y con conexiones con el maquis y El crimen de los marqueses de Urquijo,
destacando por su sobriedad narrativa y economía de medios. Con un talento que
se aprecia en sus mejores películas, en Una casa en las afueras (1995) y
en El crimen del cine Oriente (1996), dos
títulos a tener muy en cuenta por cuanto ofrecen buenos retratos de entonos y
situaciones sociales desde los detalles de
“casos” policíacos.
Me parece que en el documental Los que quisieron matar a Franco (documental) (2006), Costa - junto con
José Ramón da Cruz- desaprovechó una ocasión de ofrecer un cuadro de una suma
de casos por los que se pierde, no dedicando el tiempo que merecían las
tentativas más “ejemplares” y con un epílogo tomado de Max Aub que desentono
del resto. Entre sus último trabajos como productor vale la pena señalar la
simpática y combativa Pídele cuentas al
rey (José Antonio Quirós, 1999) y Las
trece rosas (Emilio Martínez Lázaro, 2007), al menos por su interés
didáctico. Su última trabajo antes de fallecer después de una larga lucha
contra el cáncer, está la revisión de Los últimos de Filipinas, que se está
rodando entre Guinea y Canarias, con los gallegos Luis Tosar y Javier Gutiérrez
en el reparto y que a buen seguro permitirá destapar las mentiras de la famosa
versión de exaltación patriotera realizada bajo el franquismo.
No tardará en llegar un
día en el que desde las filmotecas de barrio o de pueblo, se puedan ordenar
jornadas sobre autores que dejaron huella como Pedro Costa que lo hizo como
periodista, productor, guionista y director creando un cuadro biográfico que se
sitúa entre los más combativos y creativos del último cine español, por lo
general más bien alelado.
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