lunes, 27 de junio de 2016

Memorias del año 1981

Memorias del año 1981
Resultado de imagen de año 1981Las anotaciones del mes de febrero transcurren bajo el signo de una plena normalidad cotidiana que comenzaba diariamente un poco antes de las 6:30 de la madrugada, con más o menos dificultades. Sin embargo, mi sistema de despertador funcionaba. Raramente esperaba a que el reloj sonara, minutos antes ya me había lavado, tomaba un café doble, y emprendía el camino hacia el trabajo. A Romi, que realizaba la misma rutina casi una hora más tarde le costaba mucho más esfuerzo. Los días en que yo libraba
por algún motivo, desde mis sueños la sentía que entraba y salía una y otra vez de aquí y de allá, cruzaba y volvía a cruzar el extenso  pasillo, encendía y apagaba las luces, y a veces regresaba después de cerrar la puerta por algún olvido, aparte de dejar alguna bombilla encendida.
En tanto que ella cogía el metro para cruzar dos paradas que le dejaban al pie de la cuesta arriba de Ronda la Torratxa, a mi me gustaba caminar a buen paso entre veinte y veinticinco minutos que me servían como un ejercicio necesario para compensar las horas en que permanecía leyendo o escribiendo. Cierto es que en su caso, la diferencia vino también justificada por un incidente muy desagradable sucedido durante unos días en que optó por la caminata. El trayecto nos llevaba por un callejero del barrio de Sants con poco tránsito hasta desembocar en el puente de la Bordeta. Éste comprendía un largo pasillo, y en el que coincidió reiteradamente con un energúmeno que la agredía verbalmente, dejándola inquieta y atribulada. En un primer momento, adaptamos los horarios para hacer el camino junto, pero para mí esto significaba llegar tarde porque no se trataba que ella lo hiciera mucho más temprano con todo lo que le tocaba con los estudios. Fuera por el horario o por mi presencia, el energúmeno no volvió a dar señales de vida. Al final se impuso el metro por el trayecto más largo pero que le ofrecía la compañía segura de los transeúntes.
La mañana transcurría con bastante rapidez. Después de asimilar entre las 8:45 y las 9:30, una verdadera avalancha de usuarios que hacía cola para el laboratorio, pronto llegaba la hora del desayuno que pasaba por un hermoso bocadillo en una granja próxima donde, mientras Romi coincidía con el alboroto de auxiliares y enfermeras que hablaban de los temas más diversos entre risas y bromas, yo repasaba mi Mundo Diario o El País, y a veces hasta La Vanguardia que el establecimiento ponía al servicio de los clientes.
En muchas ocasiones este tiempo de lectura no era posible porque se me convocaba para contar las anécdotas del momento, que les había y muchas, ya que entre los usuarios había una diversidad intempestiva y verborreíca, y por parte del grupo de recepción existía una predisposición natural. En aquel tiempo todavía no se repartían botes precintados para las muestras de orina y demás, de manera que eran los propios usuarios los que improvisaban sus propios recipientes,  innumerables botellas de vidrio, algunas de tamaño cercano a una garrafa. Como aquel señor al que habían pedido una muestra de semen, y al traer su botella, declaró al entregarla en el mostrador como excusándose: “Oiga, me han dicho que traiga un bote, y aquí está, pero yo ya no puedo meter más”.
Claro que las anécdotas no eran únicamente, digamos externas. Entre el propio personal abundaban personajes que ya eran una anécdota en sí ya que, por aquel entonces, todavía resultaba perfectamente visible que la Sanidad Pública había sido una de las vías del régimen franquista para ejercer la práctica del “enchufe” a los niveles más descarado, tanto era así que hasta bien entrada los años setenta, nuestro administrador que era un tipo listo y formalmente estricto, recibía a la gente que preguntaba por las posibilidades de empleo:”¿Pero, Vd., tiene algún enchufe?”. Si la persona en cuestión respondía que no, entonces él se levantaba concluyendo: “Pues oiga, le recomiendo que no pierda el tiempo”. La primera promoción que entró por exámenes fue la mía, pero aún y así continuaron dando empleo a personas que, en más de un caso y dos, necesitaban atenciones psiquiátricas muy serias.
Una de ellas era un celador catalán, con un aspecto que me recordaba al Alonso Quijano dibujado por Gustavo Doré, y que añadía a sus peculiaridades el fumarse un “canuto” que otro para sobrellevar el día. Solamente este Alonso daría para varias páginas de anécdotas entre las que escojo dos derivadas de un cursillo de que realizó de socorrismo que incluía métodos para reducir enfermos convulsivos. La primera tuvo lugar durante la apretada jornada de los análisis. Desde mi puesto pude ver que una muchacha muy hermosa permanecía reclinada contra la pared, y como en un momento dado comenzó a deslizarse como desmayada, sin embargo antes de caer al suelo apareció el digamos Alonso que la cogió como Errol Flynn a Olivia de Havilland en Robín de los Bosques. Según me explicaron, aquella precisión no fue producto de la casualidad, sino de una vigilancia justificada por sus habilidades y por el conocimiento de que la muchacha era propensa al desmayo.
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La siguiente tuvo como protagonista al único asiduo que se atenía a la imagen de convulsivo peligroso, el Pedrito al que de tanto en tanto le “daba un ataque”. En ese tiempo había que reducirlo con cuidado porque más de uno se llevó sus mordeduras. Un día que Alonso cumplió solo con la faena, resulta que el Pedrito sufrió el ataque entre los coches aparcados, y en medio del ajetreo los demás nos olvidamos del asunto hasta que alrededor de una hora más tarde, mientras cruzaba el patio para desayunar, sentí una voz muy tenue que rogaba, “Por favor, por favor, si ya estoy bien”.  Me acerqué al lugar que estaba un poco apartado del tránsito y me encontré al Alonso manteniendo al Pedrito con una especie de llave de yudo que no le permitía apenas respirar. El hombre me miró  con unos ojos muy tristes, y me rogó que le lo liberara porque hacía rato que le había pasado el “ataque” y el alonso no lo quería salta hasta que viniera el médico. Su médico era una doctora psiquiatra que lo trataba maternalmente, sobre todo cuando le llegaban los ataques, y así fue durante años. Hasta que una mañana el lugar de la doctora estaba ocupado por un joven doctor. Cuando éste apareció en medio de uno de un “ataque” del Pedrito en medio de nuestro asombro le arreó dos sonoras bofetadas, una en cada mejilla, y esta vez el Pedrito despertó como si estuviera en medio de un sueño, y que yo separa nunca más le volvieron a dar más ataques.  
Hay otra que nadie se la cree, y es la aquella en la que el Alonso se equivocó y en vez de echarle la llave al enfermo se la echó al doctor. Sin embargo, yo no olvidaré nunca la expresión de éste cuando aparecí, ni cuando me dijo: “¿Tú encuentras esto normal?”.
Para alguien que había estado en los fregados de primera línea, una actividad tan periférica como la de los jubilados, quedaba bastante lejana, cuando no exótica.   
El ciclo de movilización social que había puesto al franquismo contra las cuerdas se fue atenuando hasta convertirse en lejanas batallas perdidas. La minoría que persistía en la idea de que las libertades solo eran un comienzo, el principio de mejoras y derechos de los que siempre habíamos hablado, estaban siendo catalogados de “resistencialistas”, radicales o extremistas de izquierdas, de idealistas irredentos que no se habían enterado de que ahora tocaba otra cosa, y que, empero, seguían persiguiendo la quimera de un Santo Grial cuyo significado era mucho más incierto. Lentamente se iba imponiendo aquel sentimiento expresado por Pascal en una de sus frases: “Cuando el hombre quiere ser un ángel se convierte en un diablo”. También la expresó un antiguo intelectual del PSUC que declaró algo así, “Menos mal que no hemos ganado”..
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Como tantos otros irredentos, me sentía más bien desubicado.
Hacía tiempo que el activismo de la Asociación de Pubilla Casas,  de L´ Hospitalet, se encontraba cada vez más embarrancada. Por otro lado, en nuestra más activa y desbordante huelga sanitaria, con la firma vertical y unilateral de "la Ejecutiva" de Comisiones a través  de un tal José Mª Fidalgo que sesgó fulminantemente la prometedora vida sindical de mi "movido" y asambleario ambulatorio, dejando la afiliación casi a bajo cero amén de un profundo mal gusto de boca porque !quedaban tantas cosas por hacer¡. Gracias a dicho retroceso la burocracia sindical me había cortado la yerba bajo los pies en Comisiones. Sin apenas tiempo para aclarar la situación,  pasé desde la turbulenta categoría de representante de la izquierda sindical que incordiaba en debates y congresos arremetiendo furiosamente contra los Pactos de la Moncloa, a la más sosegada de un mero afiliado crítico, pero sin apenas base social, entre otras cosas porque mucha de la gente luchadora había dejado de confiar en Comisiones.
Si por un momento, conectaba con dicha base en alguna que otra asamblea o conferencia,  la siguiente solía ser mucho más restrictiva, y ya está. A veces me daba la sensación que el responsable de Comisiones de Sanidad, el funcionario eurocomunista, el doctor Jordi Guillot, estaba mucho más preocupado por impedir los desbordamientos combativos que por cualquier otra cosa. Cuando se explicaba teóricamente, decía que ahora se trataba de saber ser moderado, para ir acumulando fuerzas pacientemente. Lástimas que las fuerzas se dilapidaron para siempre con tanta moderación, frustrando de esta manera hasta las expectativas sociales más modestas.
Así es que, aunque con los artículos y el libro seguía apareciendo y jugando un papel, ésta no era la tarea que me correspondía, al menos en opinión de mis camaradas más inmersos en las ingratas tareas de llevar el partido, y no eran poco los que pensaban en voz alta, ¿en dónde me metía?. Mi respuesta no era sencilla, sobre todo cuando me la plateaban con cierto tono acusatorio, extremo en el que José Borrás se expresaba sin ambages, con comentarios taladradores del tipo: “Oye tú ¿dónde te metes?, ¿Porqué no estás haciendo cosas que sabes hacer?, ¿Si los militantes como tú plegais, apaga y vámonos?”, y otras amonestaciones por el estilo. Tal como lo hacía, mirándote de forma severa y desafiante,  me llegaba como un eco de aquel viejo cartel republicano en el que un soldado tumbado y herido, lanzaba la pregunta: ”¿Qué haces tú por la victoria?”. A veces, cuando estaba tranquillo, tenía mi respuesta. Le decía por ejemplo: “Tranquilo, que por mí  seguro que no va a quedar”, pero la verdad es que ya no sentía  lejos de aquel ritmo frenético de antaño, y me convencía que ahora me tocaba otra cosa, justo lo que antes no había podido o sabido hacer. Volver al activismo sin límite me evocaba una forma de vida sin tiempo para mi nueva pasión, e intuía que por ahí corría un peligro que no sabía muy bien definir, pero que asociaba a antiguos momentos depresivos.
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Todo sucedía con cierta vertiginosidad, pero aunque el curso de la cronología parecía no haber dejado huella de ninguna modificación vital especial. Lo cierto es que 1981 marcó en mi caso un momento importante en una inflexión más general. Ahora tenía más tiempo para mis cosas, sin que me presionara una nueva reunión “de aquí a un rato”. Supongo que evolucioné del arquetipo de radical siempre en vilo, situación que quedaba más para los camaradas más implantados que tenían que responder a proyectos muy concretos como dar vida a una opción sindical o de movimiento. Sin caer en la desolación que manifestaban algunos. En este sentido recuerdo haber oído decir a Juan Panadero que para nuestra generación el tren de la historia pasó de largo cuando nos “colaron” los Pactos de la Moncloa. Aquella me parecía una opción coyuntural, una apuesta por el triunfo, mientras que para mí se trataba de una opción vital. La de estar con los perdedores, la de no ser cómplice. Sin embargo, había sentido el reflujo social en las carnes, e intuía que todo iba para largo, y en consecuencia, las reuniones se fueron espaciando
De alguna manera comencé a ser consciente que con el asentamiento de unas gratificantes relaciones de pareja, tenía que reordenar mi manera de vida, desarrollar unos nuevos hábitos. Las ganas de estar con la compañera, y de cultivar otras actividades, sirvieron como un “colchón” para “domesticar” mi carácter de "compulsivo impaciente", propia de alguien que cree que cualquier acción tenía una importancia trascendental, aunque parte de esta compulsión la llevé conmigo tanto en el trato como en las cosas que ahora quería hacer. Pero en líneas generales, aunque hacía bromas con Romi sobre si estaba casado con la causa o con ella, creo que llegó un momento en que se podía hablar cuanto menos de algo compartido. Sobre todo considerando que ella entonces también estaba “casada” con sus estudios, y nadie discutía que estos eran una prioridad.
Resultado de imagen de jordi guillotEntre un tiempo y otro, hubo un período de transición que se manifestó por una voluntad de seguir como "participante", eso por más las consecuencias ya no eran las mismas, por no decir que en muchos casos eran bastante frustrantes. Con este espíritu ejercí como "representante" de la Liga en diversas mesas o plataformas, en las que cada vez estaba más claro el peso de los representantes de las instituciones, por ejemplo determinando que lo que hacíamos fuera noticia o no. Encuentro muy significativa la ocasión en que, a principios de febrero, me enviaron a una convocatoria en apoyo a las luchas sindicato polaco "Solidarnocs" sobre las que había escrito algunas notas divulgativas, ofreciendo ciertos detalles sobre la relación entre el socialismo y el nacionalismo polaco. Nuestra opción estaba orientaba primordialmente contra la burocracia, y apostábamos por reforzar el ala izquierda. En la reunión me encontré con cargos socialistas, responsables de la UGT, USOC, más alguna entidad cristiana, de las que se había distinguido contra el franquismo. Aunque al inicio sondeé la situación buscando complicidades, cuando aprecié que si, que si, pero que la cuestión iba por otra parte, actué en plan “mosca cojonera” crispando el ambiente, aunque alguien aseguró que estaba bien que los trotskistas hiciéramos acto de presencia., a lo que el de la UGT ajustó que sí, pero que no éramos imprescindibles.
No abandoné mi lugar e intervine enérgicamente para denunciar la hipocresía de nuestras derechas en un tiempo en que estaba de moda ser anticomunista y fuera de la moda ser antifascista.
Me metí con esos diarios que nunca habían secundado una huelga, pero que ahora lo hacían con las de Polonia. Eso por no hablar de aquellos diputados del partido de Fraga, tal como la señora del excomunista y luego furibundo renegado, “Augusto Assia”, alias de Ernesto Fernández Armesto. La dama se había colocado en su solapa una consigna a favor del sindicato, pero el de USO trató de cambiar de tercio, remarcando que los comunistas habían sido convocados, y no estaban allí.  Algunos, como no habían acabado de “romper totalmente con el estalinismo”,  no podrían estar, claro que a lo mejor no estaban porque se sentían juzgados o simplemente porque no estaban de acuerdo.
Por aquel entonces me contaron una anécdota estrictamente cierta, y protagonizada por una agrupación de acendrados comunistas “prosoviéticos” que no tenían la menor duda que todo lo que contaba la prensa burguesa sobre Polonia eran una sarta de mentiras, como siempre. Tanto era así que organizaron un viaje aprovechando las vacaciones, y marcharon voluntariosos y optimistas a Varsovia, especialmente a los barrios obreros y a las empresas, donde llegaron gracias a sus nociones de inglés y francés. Llegaban pertrechados con sus  banderas rojas, sus hoces con sus martillos y sus retratos del pobre Lenin de la infame iconografía soviética, signos que, ¡estaban seguros¡, reconocerían los “verdaderos” obreros” que encontrarían naturalmente en los barrios obreros. Su sorpresa fue inenarrable en el momento en que comprobaron que lo habían confundido con unos “provocadores” de la burocracia, y tuvieron que escapar literalmente por piernas. 
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Por mi parte insistía, de acuerdo, y decía: “Ya los criticamos”. Luego seguía con lo de la doble banda, para criticar limpiamente al estalinismo y la burocracia no había que conceder respiro a la derecha reaccionaria. Repetía que esta carecía de legitimidad, y eso había que decirlo. Estaba todavía en forma y, claro, la reunión se prolongó. Al final se me dio a entender que mi presencia al fin y al cabo no era importante, y me fui sin firmar la hoja y sin atender que tipo de convocatoria se iba a hacer. Aquella misma noche escribí una carta a los diarios explicitando mi indignación contra la derechona que ahora se vestía de "sindicalista". Pero aunque realicé varias copias, no me consta que apareciera en ninguno de ellos, y pensaba en mi fuero interno ¿qué me había creído?.    
No obstante, la mesa no se tuvo que tomar la actividad muy en serio, ya que no me llegó ninguna noticia de ella.

Cada vez estaba más claro que, ahora no se trataba tanto de "galvanizar" los movimientos en los tomaba parte, entre otras cosas porque a los que a mí me tocaban se habían descompuesto con una rapidez vertiginosa. Se trataba de resistir, y en lo posible recomponer.
Resultado de imagen de "desencanto ) película de Jaime ChavarriHabía que hablar de una derrota, pero se utilizó otra menos cruda, "desencanto", tomada de la famosa (y terrible) película de Jaime Chavarri sobre los Paneros para los que la infancia fue algo que yo apenas si tuve noticias. A mi no me parecía la más adecuada. Además gustaba decir que yo no había conocido  ningún "encanto", sí acaso una ilusión. Es más había luchado por la victoria, pero me había educado estudiando las derrotas. Siempre tuve claro que, de no seguir el curso previsto, la revolución podía ser un espejismo, aunque después de la insurrección de los militares socialistas y demócratas en Portugal, no era tan descabellado pensar que la próxima haría trizas los monumentos de Franco. Incluso en los momentos más enaltecedores los sueños permanecieron contrapunteada por un acentuado y viejo pesimismo, no creo haber ignorado nunca el peso de la tradición de la barbarie en este país, como los “ultras” por más ridiculizados que fueran, tenían cuanto menos la virtud de hacer aparecer como razonables a los franquistas “convertidos” a la democracia, sabía que el ejército estaba ahí, y también que las direcciones políticas estalinistas y socialdemócratas tenían una gran experiencia desactivando ascensos revolucionarios. Claro que al margen de la precisión o no del término “desencanto”, lo cierto es que empezó a llover fríamente sobre nuestros ánimos. La desorientación era general. Mucha gente fueron desapareciendo de los escenarios de lucha,  buena parte de ellos para “colocarse” en lo que mejor sabían hacer: maniobrar en política. 
En medio de todo esto comencé a cultivar la actividad de escribiente. Ésta, aparte de ser expresión de una pasión largamente fraguada,  emergió en la coyuntura como una piedra en la que agarrarme, cierto que además tenía la suerte de tener la piedra en casa, mientras Romi estudiaba en la habitación de al lado, y el ambiente era tan agradable que a veces costaba salir de casa. Me la tomaba como una variante  atractiva de la militancia. Un terreno propio en el que podía hacer las cosas por el gusto de hacerlas. Que ocupaba y alumbraba hasta los tiempos muertos. Aquellos en los que disfrutaba repasando u ordenando libros y materiales cada vez más ingentes, quitándole el polvo, forrando, buscando el título extraño o perdido. Disfrutaba viendo como crecían las estanterías hasta comerse la mayor parte de las cuatro habitaciones y del comedor, ordenando una y otra vez los libros que, aún sin quererlo, se habían convertido un poco en la parte más significativa de la vivienda, en lo que al menos yo, más enseñaba a las visitas. Decir por ejemplo, “Toda esta hilera está formada por obras de Kautsky” o “Todo ese rincón se refiere al movimiento libertario”, etc. 
Pero ni la amplia documentación ni la capacidad de evocar lo que quería hacer con vehemencia, servían de mucho a la hora de ponerme delante de una página en blanco. Todavía escribir unas cuartillas me costaba lo mío. Sobre la corrección, baste decir que en las ocasiones que Romi ponía sobre el papel su mirada universitaria, y tenía que rehacerlo todo de nuevo. No solamente desde el punto de vista ortográfico, con los malditos problemas con los tiempos, de una compulsiva precipitación que no sé de donde me venía. A veces, más que escribir parecía que tocaba en el piano una pieza arrebatadora, pero no era por ahí por donde quería transitar ya que, cuando revisaba lo escrito, me sentía fatal. Por lo mismo trataba de no tener que escribir más soflamas, aunque también. Sobre la lucha guerrillera en El Salvador, por ejemplo.
Pensaba que había llegado mi momento, y que el reposo no era tal. Estaba aprendiendo a ser un ensayista, y con un horizonte muy estricto, el de divulgador. Ese era el objetivo, pero el oficio estaba todavía por aprender. No obstante, con el verbo podía llegar mucho más alto. Hablaba ante quien quisiera oírme, de una aportación muy específica. Escribir con todo el calor posible vulgatas de todo tipo para un sector de lectores que lo esperaban.
Resultado de imagen de "desencanto ) película de Jaime ChavarriQue aún siendo personas destacadas, por ejemplo en el ámbito sindical, sudaban para leer los grandes textos, incluso lo más didácticos y atractivos, como los que firmaba Don León (Trotsky), que servidor más que leerlo me los bebía en mis años jóvenes, a veces sin apenas interrupción, disfrutando como un camello en un oasis. Mi gran obsesión era hacerles llegar las grandes obras, y así por ejemplo desarrollé una minuciosa, prolija e inacaba adaptación al castellano de la edición francesa de Que lire?, un trabajo de bibliografía sobre el socialismo que publicó en Masperó, Jean-Marie Brohm, y en la que se agrupaba la bibliografía existente en francés sobre la historia social hasta el presente. Se trataba de ofrecer las pistas de acercamiento de sus grandes capítulos, sus protagonistas, sus múltiples disidencias, y su culminación en el combate contra el estalinismo que había distorsionado y vuelto del revés el sentido de dicha historia.

Con el tiempo, estas aportaciones, desarrolladas parte a parte, adquirieron un cierto relieve entre parta de la militancia. Llegaron a tener sus lectores, en una coyuntura en la que buena parte de los intelectuales que se habían destacado en nuestra zona crítica, y se habían cambiado en su mayor parte de barricada. Eran aquellos que abundaban por ejemplo en los catálogos de editoriales tan significativas del antes y el después del fin de la dictadura como ZYX-Zero que llegaron a tantas partes. Su proceso de reconversión fue acelerado por la muerte súbita de los en otra hora poderosos grupos maoístas así como por las sucesivas crisis del PCE, que ya las empezó a tener al calor del mayo del 68 y de la ocupación soviética de Checoslovaquia, dos momentos sobre los que no conocí ningún comunista orgulloso. Esta fractura atravesó también el estrecho campo de nuestra frágil inteligentzia trotskiana, y en poco, algunas de las plumas afines a la LCR se desmoronaron o se cambiaron de barricada. En este ámbito, en poco tiempo el número de arrepentidos superó netamente el de los que persistíamos. El reguero de deserciones comenzó a acentuarse, y entre los intelectuales, pocos resistieron los cantos de sirenas que les ofrecía el PSOE con el sueñuelo de la promoción personal con piscina incluida. En la llamada “casa común” no había problemas para publicar y figurar.
Los que dieron el paso sabían que la militancia izquierdista era un obstáculo. Sus  compromisos de antaño era una rémora para escalar, para "salir en la foto" según la muy estaliniana expresión de Alfonso Guerra, aunque de entrar en el juego, podía convertirse en un buen “curriculum”, los que estaban en la primera línea del “gauchisme” no formaban parte del pelotón de los torpes, más bien al contrario. Una vez dado el primer paso –por algo como un trabajo cuando el repliegue radical dejó a mucha gente sin empleo ni expectativas-, las coartadas fueron múltiples. Recuerdo que en un episodio del “Informe Semanal” escrito por el mismísimo Ludolfo Paramio, se ofrecía una imagen muy positiva de aquellos del mayo del 68 que ahora servían eficazmente en la democracia, como si se tratara de haber aprendido un oficio un poco locamente, para finalmente sentar la cabeza con un empleo en consonancia. Muchos que siguieron siendo unos idealistas aunque ya atemperados, y se mantuvieron en las proximidades, en tal o cual ONG, editorial o movimiento, etcétera.
Entre los “nuestros” que desde entonces me fueron llegando noticias formaron una pequeña ristra, que sin duda resultaba mucho mayor desde la perspectiva de la gente que había ocupado responsabilidades más altas. En mi lista aparecían cuanto menos, los autores de Asaltar los cielos, Pantxo Unzueta el “vasquista” experto en El País, el sociólogo y ensayista Julio Rodríguez Arramberri, el quien sabe donde Paco Lobatón, el diplomático y escritor José Mª Mendiluce, posiblemente el más popular de todo y el más Liga, no en vano llegó a ocupar el cargo de secretario general el poco tiempo en que este funcionó, el filósofo universitario Felipe Martínez Marzoa. Seguramente el que a mí me resultaba más familiar o más leído fue Luis Ramírez, alias de Luciano Rincón, al que conocía muy vivamente desde que era una de las plumas de Ruedo Ibérico, y que hasta mediados los años ochenta por lo menos años fue un fustigador de las componendas de la “Transición” desde Combate o El Viejo Topo. Cuando  falleció años después, Jon Juaristi le dedicó una necrología en El País en la que su trayectoria "saltaba" las etapas, y pasaba por las bravas del antifranquismo de los tiempos en que Luciano era una de las primeras espadas en Ruedo Ibérico hasta su última etapa, de oposición radical al nacionalismo vasco por la vía del rechazo a ETA. En esta etapa se distinguió por la proximidad al área felipista, una experiencia que, por lo visto, convertía la fase que le había antecedido en una página en blanco.
Resultado de imagen de El Viejo Topo.
      
 Las anotaciones a lo largo del mes de febrero no dejan constancia de nada significativo, exceptuando quizás una intervención muy trabajada por las lecturas en otro acto de solidaridad con El Salvador, o la preparación de un largo artículo sobre el significado del XX Congreso del PCUS, un momento clave durante el cual se dio a conocer el célebre Informe Jruschev con destino a Historia y Vida, y que de manera fragmentaria sirvieron para montar un "collage" en el "Brusi", donde llamé alrededor de las 17h., del día 23 para preguntar que pasaba con ellos. Tenía que ocurrir alguna cosa en la redacción ya que me tuvieron un buen rato en el aparato, hasta que, Jaume,  mi contacto en Internacional, cogió el auricular y sin esperar mi pregunta, me gritó: "Oye, ¿no sabes lo que está pasando?. !La Guardia Civil ha ocupado las Cortes…¡".
No tuvo que decirme más, antes de colgar ya tenía en la mano un viejo transistor de papá, y la caja tonta a punto. Pendientes de ambos aparatos permanecí durante varias horas, intentado descifrar que era lo que aquellos energúmenos, militares por supuesto, tenían detrás para atreverse a tratar a los diputados como si fuesen delincuentes comunes. Aquello no podía formar parte de un único escenario, y la cábala era hasta donde llegaban sus apoyos. Indudablemente tenía que formar parte de un plan mucho más amplio, no en vano, las noticias y los rumores sobre movimientos golpistas nos venían acompañando desde antes de la legalización del PCE, que desde entonces se convirtió en la prudencia hecha partido, y entre otras cosas, como ultimo argumento para justificar pactos tan injustificables como los llamado de la Moncloa, un obús contra la línea de flotación el movimiento obrero.
Durante horas, nadie dijo nada sobre que papel jugaba en todo aquello su majestad, el "chico" de la película ahora ya que a nadie se le ocurría que el ejército cumpliera por sí mismo con su deber constitucional. Con todo lo que tenía archivado en la memoria, hubo un momento para recordar lo ocurrido cuando el golpe de los coroneles, un episodio que le costó las mieles de la corona a su cuñado Constantino. También hubo una instantánea para la mamá de éste, Federica,  en una foto en la que la vestía la camisa parda con un cierto aire a lo Pilar Primo de Rivera. El hecho de que a Constantino le hubiera salido el tiro por la culata permitía pensar que Juan Carlos I no tropezaría en la primera piedra. A lo largo de las conversaciones a lo largo de toda la noche también existieron momentos para pensar en el silencioso "amigo americano", sobre todo porque aún chorreaba sangre del golpe militar en Turquía, el último en la flamante Europa sobre el que aquí casi nadie dijo nada. En estas tertulias improvisadas, nadie dudaba que Reagan era un fascista posibilista, alguien que trataba de aplicar el "talón de hierro" en nombre de la democracia…

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