Compañeras, ¿todavía
no habéis visto El pago justo?
Quizás lo primero que hay que decir
es que, en el cine no abundan los títulos que tratan de combinar las luchas de
las mujeres trabajadores con reivindicaciones feministas o sea, más allá o en
contra, de sus propios compañeros de clase…Se citan títulos como La sal de tierra, uno de los más
auténticos jamás filmado porque salió de la propia experiencia de la lucha y
contra la policía –“democrática”- amenazando el roja, o la menos auténtica pero
sin duda interesante, Norma Rae, sin
duda mucho más conocida…
Lo tercero nos lleva al comentario
que hice hace unos días sobre Carta a Eva.
De Agustí Villaronga: hay un cine televisivo de primer orden, con aportes sociales
alternativos que raramente se produce y que en países como Gran Bretaña muchas
veces lleva la firma de la BBC. La
película de la que hablamos hoy, Made in
Dagenham (Reino Unido, 2010), que aquí se ha vertido como El pago justo, es
un buen ejemplo de un cine digno que nos habla de una página de la historia, de
aquellos no tan lejanos tiempos en el que el mundo del trabajo todavía era
capaz de protagonizar importantes iniciativas.
Sucedió en el años más emblemático
de la segunda mitad del siglo XX: en 1968, en unas fechas en las que la
juventud obrera y universitaria consiguió desbordar los aparatos burocráticos
existentes. En Gran Bretaña, las movilizaciones contra la guerra del Vietnam,
llegaron a conmocionar la opinión pública…En aquellos días, las 187 mujeres que
trabajaban en la fábrica londinense de la compañía automovilística Ford
organizaron una de las huelgas más largas y sonadas de la historia de Gran
Bretaña…Estas mujeres, que se dedicaban a coser los acabados de los coches en
plena bonanza económica, pedían unas mejoras en su situación. Trabajaban en
unas condiciones precarias, en una nave en la que la lluvia y el calor, se
hacían notar. Apenas si eran visitadas por los delegados sindicales. Su trabajo
era mucho más elaborado que el de la mayor parte de sus compañeros, pero sus
sueldos eran muy inferiores. Lo era porque la empresa sabía que esa diferencia
ya estaba establecida y aceptada, siempre había sido así.
Sin ser una película del otro
jueves, Se trata de una recreación muy cuidada de una historia en la que todos
creen. La puesta en escena está fraguada en el detalle, con uno toque de humor
británico pero sin olvidar los registros que marcan la situación. Así,
asistimos a una descripción detallada de las condiciones de trabajo, al
nacimiento de una conciencia en tanto que clase y que mujeres que tienen sus
propias exigencias. La protagonista, en un principio no tiene capacidad de
respuesta. Lo demuestra cuando se ha de tragar sus quejas ante un profesor que
ha pegado a su hijo, un chico que, al venir de las viviendas de protección
oficial, necesita unos golpes para ser domesticado. El profe le replica con tanta soltura, que ella se ha de tragar sus
palabras.
Se trata de una toma de conciencia, que avanza a través de los detalles, no hay
grandes momentos. Se nos presenta dos
tipos de tradeunionistas de la época, el veterano fajado en la “negociación”
por las alturas que ha probado su fidelidad a la empresa. Es un veterano que
representa esa faceta del sindicalismo a lo Samuel Gompers, en la que el
sindicato consigue mejora en complicidad con la empresa, un verdadero
toxo-méndez, bien instalado en la jerarquía. Pero también nos presenta otro, el
encarnado por el siempre excelente Bo Hokins, no tan paternalista y con unas
raíces de clase que reaparecen ante el conflicto: viuda, su madre alimentó
trabajando como una esclava en una empresa que le pagaba “como a una mujer”, y
lo peor era que la buena mujer se murió creyendo que eso era lo natural. Bastan unos destellos de conciencia para que
la atribulada protagonista, se va forjando como una sindicalista combativa,
como alguien que nadie sospechaba, ni tan siquiera su compañero…
Obviamente, esta es una película de
grandes actrices que se lucen en un género con mucha solera, el de la comedia
dramática. El argumento no se precipita, se toma sus dos horas para avanzar sin
olvidar los detalles, la riqueza de una historia social y sacar a relucir sus encantos y
puntualizaciones, en los momentos mas
oportunos. Llama la atención que siendo una película de grandes actrices, no se
ofrecen grandes momentos para el lucimiento de estas con excepción quizás de
aparición de la ministra encarnada por Miranda Richarson, que aunque era una
ministra laborista procedente de la izquierda del partido, hace una aparición
como una Margaret Thatcher avant la
lettre, que no tiene desperdicio. Ya entonces odiaban las huelgas y se
arrodillaban ante los negocios y la productividad, no fue otra cosa lo que fue
haciendo el laborismo en su decadencia, y la cuestión que la Thatcher era mucho más
consecuente.
Magistral el broche final, junto a
los créditos, vamos viendo en pequeños reportajes a las personas sobre las
cuales se basaron los personajes que llevaron a cabo una conquista que fue
histórica, pero que. En algunos países como el nuestro, nunca se llegó a
imponer. Además, lo que cuenta, ahora parece parte de una prehistoria, parte de
un tiempo en el que el trabajo se había hecho respetar. Nada que ver con los tiempos que estamos viviendo, sobre todo
en esta atrasada Europa, donde reina el capitalismo más infame que se había
quedado sin oposición o mejor dicho, que había coaptado a la izquierda y al
sindicalismo como parte de un engranaje que cada día resulta más insostenible.
El pago justo tiene el rostro de
Sally Hawkins, al que las lectoras quizás recuerden en una película de Mike
Leigh, Happy, un cuento sobre la
felicidad. Rally es una variante de la tradición de muchacha “vulgar” pero
sorprendente que en los años sesenta-setenta representó genialmente Rita
Tushingam. A Rally se la tuvo en cuenta
para los Oscar por este papel de sindicalista para nada convencional, pero
aunque no logró la candidatura (ni falta que le hacía9, lo cierto es que su
interpretación es modélica, está pensada en función de la naturaleza de una
lucha en la que ella es la primera entre iguales. Su director Nigel Cole, es
conocido por algunos títulos como Las chicas del calendario, que inciden con
discreción en la magnífica tradición de la Ealing, de aquellas películas como El hombre del traje blanco, de Alexander Mackendrick, que habría que
revisitar.
Aquí. Cole pone su oficio al
servicio de una la historia de una batalla que merece ser conocida, de una
película que pasará a los anales del cine feminista-proletario sobre el que se
pueden extraer tantas lecciones. De buen cine y de verdad social.
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