USA: el macartismo contra el movimiento obrero
La descomposición del
llamado “socialismo real” ha dado lugar a una creciente hegemonía del modelo
anti-social norteamericano que amenaza el modelo social europeo, o sea el de un
capitalismo reformado por un conjunto de reformas y derechos sociales que fueron
victorias parciales producto de siglo y medio de luchas obreras y populares.
El modelo anti-social norteamericano, ni tan siquiera reconoce el derecho a una seguridad social, y se apoya en una idea según la cual el “perdedores” un individuo no competitivo que si tiene que ser algo, es luchar por sus propias oportunidades.
Primero, porque
Estados finidos necesitaba un “malo” para configurar su propio papal como
guardián del mundo, según, tenía la ocasión de neutralizar y dejar bajo mínimos
a una izquierda que, más allá de sus errores y aciertos, significa un
adversario potencial tanto en el orden social interno como para sus exigencias
políticas de expansión…
Será en este contexto
–normalmente descuidado por analistas e historiadores del macartismo-, en el
que se desarrollan las actividades de Joe McCarthy, un
personaje siniestro, como tantos otros miserables de la historia, un paradójico
gay homófono, justo lo mismo que su complementario Edgar J Hoover, que dedicó
mucho más atención a la represión del movimiento obrero (o sea de los
“comunistas” o “rojos”), que a los “capos” de la Mafia, no menos interesados
que él en este trabajo, no en vano el gangsterismo tuvo su mejor negocio en el
trabajo sucio contra los trabajadores insumisos. Esta realidad se trasluce en
una película como El FBI contra el imperio del crimen (1959), obra del antiguo izquierdista
Mervin LeRoy…
Pues
bien, Joe MacCarthy, quien personalmente no participó directamente en el Comité
de Actividades Antiamericanas, acabó siendo destituido en 1954, cuando ya había
hecho la faena más desagradable y en sus delirios, empezaba a molestar a la
propia clientela, algo parecido a lo que está sucediendo a Jiménez Losantos. El
propio presidente Eisenhower consideró que había llegado demasiado lejos, y que
ya no era necesario. Se deshizo de aquel mostrenco sudoroso, entre otras cosas
porque la izquierda ya estaba vencida. Al fin y al cabo, McCarthy resultó
también un muñeco roto de la oligarquía yanqui, consumiéndole el cáncer en
1957.
El
escenario más famoso fue la meca del cine, que ya nunca volvió a ser la de
aquellos años, en los que un grupo de locos decidió poner el celuloide al
servicio de las grandes mayorías, y hasta celebrados conservadores como John
Ford o Cecil B. DeMille, pudieron realizar películas con aspectos antiburgueses
y de sentimiento colectivistas. La “caza de brujas” ya había acabado con los
sueños de toda una generación, arruinando el propio futuro de los EEUU.
Seguramente, nadie lo dijo tan claro como el penetrante y comprometido Orson
Welles al declarar en una frase ya célebre: “Lo malo de la izquierda americana
es que traicionó para salvar sus piscinas. Y no hubo unas derechas americanas
en mi generación. No existían intelectualmente. Sólo había izquierdas y estas
se traicionaron. Porque las izquierdas no fueron destruidas por Mac Carthy;
fueron ellas mismas las que se demolieron dando paso a una nueva generación de
nihilistas”.
Welles
pone el énfasis en la integración: para salvar sus privilegios, algunos
renunciaron a sus ideales, a lo mejor de sus vidas, abandonaron su compromiso
con la vida y con los suyos, y lo que es peor, dejaron en la cuneta a amigos y
parientes. Lee J. Cobb respondió a un antiguo camarada que le pedía ayuda: “Que
te ayude la revolución”. Perdió la conciencia, ganó el bolsillo, y se
redituaron como pudieron en el sistema. Nadie podrá negar que algunos
prosiguieron haciendo cosas, el mismo Lee J. Cobb fue un gran actor siempre,
incluso contribuyó a hacer películas muy estimables, pero había perdido su
dignidad, y no podía mirar a la cara a aquellos otros que se mantuvieron
firmes, frente a la ignominia, y salieron adelante como pudieron.
Seguramente
el caso más conocidos y más controvertido sea el de Elia Kazan Bastantes
décadas habían transcurrido desde la delación. Algunos creían que su actitud de
genuflexión ante el Comité de Actividades Antiamericanas había sido olvidada,
entre otras cosas porque, efectivamente, Kazan realizó en los años siguientes a
La ley del silencio, una serie de películas de gran valor, tanto artístico como
crítico. Pero, finalmente, Elia Kazan no pudo disfrutar de su Oscar honorífico en olor de multitudes. Se
le abucheó, una parte del público presente en la ceremonia no se dignó a
aplaudirle. Obviamente, volvieron a resucitar sus víctimas, marginadas y
perseguidas desde su confesión, y hablaron. Corría el año 1999, Kazan tenía 89
años y era uno de los últimos supervivientes de aquella tragedia usamericana:
la caza de brujas, el maldito macartismo,
cegado además por un empecinamiento inadmisible.
Entre
los que estaban todavía vivos se encontraba Abraham Polonsky. Su carrera quedó
destrozada tras negarse a denunciar a sus compañeros. En este caso, la dignidad
prevaleció sobre el miedo. Polonsky pudo haber sido uno de los grandes maestros
del cine negro, pero la industria le vetó hasta finales de los sesenta,
cortando de raíz una prometedora trayectoria que no consiguió remontar por más
que Robert Redford le brindó una nueva oportunidad en El valle del fugitivo, un
“western” antirracista demasiado esquemático. Abraham vivió lo suficiente para
contemplar, horrorizado, la entrega de la estatuilla a Kazan. No era verdad que
Roma no pagaba traidores. En su juventud, Polansky dirigió una notable crítica
el engranaje del capitalismo, La Fuerza del Destino (1948),
un “clásico” que hoy se puede encontrar en DVD, y que estuvo protagonizado por
John Garfield, astro de la pantalla y hombre de simpatías izquierdistas. Sobre
Garfield ya escribí una breve semblanza: destruido por la maquinaria macartistas, se negó
a delatar, a arrodillarse. Esto le costó incluso la vida. Como ya he contado,
apartado de los rodajes, murió de trombosis el 21 de mayo de 1952, a los 39
años.
La
historiografía sobre el evento deja claro que la irrupción de la “cruzada”
encabezado por el senador Joseph McCarthy en el panorama político de los EEUU
supuso un verdadero cataclismo, para la cultura y la vida artística del
Imperio; pero especialmente para crear un ambiente social en el cualquier
huelga podía aparecer como obra de la “subversión comunista”. Ya antes,
coincidiendo con los últimos compases de la Guerra Mundial, la
paranoia anticomunista se había instalado en la agenda política de las élites
de Washington que tenía claro que Rooselvelt había llegado demasiado lejos en
su “liberalidad”. Esta paranoia fue fomentada especialmente por el denominado
Comité de Actividades Antiamericanas, formado en el seno de la Cámara de Representantes
para combatir el nazismo en 1938, y que acabó siendo utilizado para cercenar
los derechos civiles de miles de ciudadanos, que no tuvo sola. Personajes como
Nixon, JFK, y Reagan, tomaron parte activa en su apoyo.
Lo
que vino después fue un vacío, y luego llegó la “contestación” de los años
sesenta-setenta. En ella tomaron parte restos de las viejas izquierdas,
liberales y radicales de antaño, comunistas democráticos enlazados con lo que
se llamó nueva izquierda, y se trató de un 68 prolongado cuya mayor victoria
fue detener la guerra del Vietnam. Ante estos el sistema tuvo y supo resistir,
pero no consintió el reame organizativo, de ahí los montajes policíacos para
acabar con los camaradas del SWP, y sobre todo la conspiración criminal contra
los “Black Panthers”. Sabían de sobras que esta era la única manera de imponer
una discontinuidad en los movimientos, de dispersar el izquierdismo hacia las
posiciones nihilistas, sin duda molestas, pero ni la mitad de peligrosa que un
movimiento democrático radical organizado para la lucha y la difusión de las
ideas día tras día.
Uno de los problemas que tuvo la
izquierda y que no es particular a los EEUU. fue el nacionalismo y el
patriotismo. Si los marxistas y los anarquistas pretendemos que los proletarios
no tenemos patria, se nota todos los días que los proletarios y las clases
sociales "inferiores" no comparten este punto de vista y el sistema
norteamericano, como todos los sistemas lo hacen, se sirvio de ello. Las
capas sociales inferiores son particularmente sensibles al nacionalismo y al
chovinismo y aprueban fácilmente una política imperialista. Se vio en los
medios obreros norteamericanos, en los cuales por principio la izquierda
debería haber estado mas implantada, una fuerte agitación en favor de la
guerra del Vietnam. Fueron las universidades y no los obreros, y en particular
los estudiantes, es decir los mismos que militaron para los derechos cívicos,
los que se opusieron a la guerra, mientras que el “sistema” encontró sus apoyos
más firmes en los medios obreros, es decir en los grupos disponiendo de las
rentas más pequeñas…
Después de la ”caza de brujas”, los
gobierno norteamericanos trataron a sindicalistas y huelguistas como “comunistas”.
El USAPC fue infiltrado por el FBI hasta extremos increíbles. La lucha pues
tuvo que proseguir pero por otras vías. No ha sido hasta fechas recientes que
el movimiento obrero norteamericano ha comenzado a levntar la cabeza…
No hay comentarios:
Publicar un comentario