Jules Dassin, un “Black liste” a recordar
Acusado de comunista
desde 1935 por su antiguo camarada Edward Dmytryk, y por Frank Tuttle en la
primavera de 1951, Jules Dassin (nacido en Middletown, Connecticut, Estados
Unidos en 1911- 2008, Atenas, Grecia), conoció una dilatada trayectoria como
director siempre inquieto, guionista, actor, y militante…Jules Dassin tuvo que
exiliarse a Europa para no tener que arrodillarse ante el Comité de Actividades
Antinortemericanas, con la que el “gran dinero” trató de neutralizar los
avances organizativos y culturales de la izquierda en los tiempos del “New
Deal”, y restringió los límites democráticos inyectando un profundo
anticomunismo en los Estados Unidos. En no pica
medida, aquella tentativa sería
el prólogo de lo que luego se llamaría “revolución conservadora”. Los objetivos
del llamado “maccarthismo” y de la administración Reagan fueron idénticos: se
trataba de poner la democracia al servicio de los poderosos, y tratar de
“comunista” toda oposición social o cultura que se cuestionara mínimamente el
orden establecido.
Jules provenía de una
numerosa familia de un barbero judío, que comenzó su carrera como actor yiddish con el ARTEF (Yiddish
Proletarian Theatre) en Nueva York, actividad que le hizo aparecer a unas pocas
películas como actor. Loco por el cine, pronto se convirtió en cortometrajista,
al ponerse al frente de The Tell-Tale Heart, adaptación del
famoso cuento El corazón delator,
de Poe, en la que demostraba su talento para dirigir con un presupuesto
reducido. Su trabajo llamó la atención de los ejecutivos de MGM, que le
reclutaron para dirigir Nazi Agent (1942), un thriller en el que el
inmenso Conrad Vedit encarnaba a la vez a dos hermanos gemelos, uno que era
oficial nazi, y el otro que se ponía al lado de la resistencia. Luego realizó
una insuficiente adaptación de un conocido título de Oscar Wilde, El fantasma de Canterville (1944), y en la que lo más destacable
era la presencia de Charles Laughton un tanto incontrolado.
Luego vendría su época
dorada, cuando realizó algunas de las películas más notables del “neorrealismo”
norteamericano, con títulos tan destacado como Fuerza Bruta (Brute
Force, 1947), uno de los mayores alegatos contra el sistema
carcelario –que analiza como una incrustación fascista dentro de una
democracia-, escrito por Richard Brooks, y con un grupo de actores memorables:
Burt Lancaster, Charles Bickford y Hume Cronyn…Fue sabiamente prohibida por el
franquismo, pero fue recuperada por la tele en sus buenos años, ahora se
encuentra en DVD. Habría que anotar que su tratamiento de las mujeres (casi
todas ellas “fatales”), es la parte más discutible, también porque suponen unos
flash back que rompen la dinámica urdida en una oscura prisión. La revuelta de
los presos está presentada como una lucha por la liberación contra el fascismo,
perfectamente representado por la policía.
Al año siguiente realizó La ciudad desnuda (The
Naked City, 1948), un soberbio ejemplo de cine de investigación que
escarba en las miserias de la vida cotidiana y sitúa la trama criminal en su
contexto. Aunque la película sigue los pasos de unos policías (el jefe de
patrulla es nada menos que Barry Fitzgerald, uno de los más grandes beodos del
mejor cine de John Ford). La ciudad es la protagonista, todo fluye como una
crónica social repleta de matices, y Dassin vuelve a demostrar que es un gran
director de actores, y aparte de Barry Fitzgerald, señalemos al torvo Ted de
Corsia cuya persecución final puede compararse a la de James Cagney en Al rojo vivo.
Aunque quizás no tan
buena fue Mercado de ladrones (Thieves´Highway, 1949), que sin
embargo supone un alegato sindicalista que según me contó hace mucho Peter
Camejo, correspondía a la casi mítica huelga de los camioneros Minneapolis que
estuvo inscrita en la historia del trotskismo USA, en un sector donde el SWP
era muy influyente. Como era propio, la película, en la que los ladrones eran
los mayoristas, contaba con notables actores característicos: Richard
Conte, Millard Mitchell, el luego renegado Lee J. Cobb, y Valentina Cortese.
Por supuesto, tampoco fue estrenada en España, pero también resulta actualmente
muy asequible. Luego, con un pie ya en Europa , Dassin realizó su obra de
mayor prestigio crítico, Noche en la ciudad (Night and City, 1950), representó la
culminación de esta fase que tuvo que ser rodada en Londres ya que Dassin
comenzaba a tener serios problemas por la caza de “comunistas”.
Interpretada por unos insuperables Richard Widmark y Gene Tierney, es
toda una parábola sobre la sinrazón del capitalismo, y la búsqueda del máximo
beneficio. Incluso fue objeto de un homenaje titulado La noche y la ciudad (1994), dirigida por un aplicado Irwin
Winkler y con Robert de Niro como Dassin, pero no hay color…
Aunque el Dassin que
sigue no subió ya a semejantes cimas, es posible que para las nuevas
generaciones, el nombre dee Dassin suene sobre todo con la película que le dio
mayor prestigio popular: Rififí (Du
Rififi chez les hommes, Francia, 1955). Esta película
sorprendió al público por su desencarnada minuciosidad, tomando como
punto de partida una novela de Auguste Montfort, más conocido como Auguste Le
Breton, llamado en los medios del hampa Le Breton (1913-1999), obrero y
turbulento aventurero en su juventud, luego novelista francés especializado en
el “noir”, comenzó contando su historial de delincuente en La ley en las
calles, pero su fama le llegó con Rififi entre los hombres, titulo genuino
que le fue sugerido por un abogado. La palabra quedó a asociada a la tentativa
de un atraco minucioso, y el autor le sacó un buen partido ya que la mayor
parte de sus novelas incorporan la palabra. También el cine la utilizó con
generosidad: Rififi en Tokio (Jacques Deray, Francia, 1962), Rififi
y las mujeres (Alex Joffé,
Francia, 1959), etc. Su obra conoció numerosas adaptaciones fílmicas que
animaron el muy interesante cine “noir” francés, siendo quizás la más conocida El
clan de los sicilianos (Henri Verneuil, Francia-italia, 1969), un gran
éxito que reunió a tres grandes acores del género: Jean Gabin, Lino Ventura y
Alain Delon…
Dassin escribió un guión
junto con Rene Wheeler para narrar la sórdida trama en la que se cuenta con
detalle cómo un lacónico expresidiario (Jean Servais) prepara y realiza en una
joyería francesa. La secuencia del robo se prologa durante cerca de media hora
en silencio, no hay tan siquiera música, solamente se escuchan el ruido que los
ladrones intentan atenuar. En el tiempo que sigue, Rififi pasará a ser el título de referencia
de toda una variante del cine negro, el del “atraco perfecto”. El número de
secuelas resulta casi interminable. Valgan los siguientes ejemplos: el de Mario
Monicelli, I soliti ignoti (Italia,
1959), que aquí se llamó Rufufu, y que a mi parecer supera al original
para erigirse en un canon satírico alternativo transitado por ejemplo por
el mejor José Mª Forqué con Atraco a las tres (1963), o por Granujas de medio pelo, de Woody Allen… La también española Rififi
en la ciudad (Jesús Franco,
1964), con Fernando Fernán-Gómez, y uno de los mejores policíacos de la época
franquista, Rififi
en la ciudad, y por la propia revisitación de la trama por el
propio Dassin, Topkapi (1964), un inteligente montaje
magníficamente interpretado, un film encantador que se sitúa muy por encima de
otras muchas variaciones.
Luego, con buena parte
del equipo de actores de Rififi, Dassin haría la ya citada El que debe
morir que, entre otras cosas, supuso su primera colaboración con su compañera y
musa, Melina Mercouri, con la que conocería un gran éxito con Nunca en domingo (1960), una comedia alrededor de una
prostituta portuaria que supuso un canto a la libertad sexual y una cierta
crítica social, todo trufado con una magnífica música, sobre todo con la
canción Los chicos del Pireo. El propio Dassin interpretó el papel principal
masculino. Era un inocente americano, mientras que Melina daba vida a una
prostituta del Pireo llena de picaresca y alegremente desvergonzada. Por este
título fue nominado para el Oscar al mejor director y por el mejor guión.
Asimismo, creó la adaptación de la película al teatro, Ylya Darling, que fue un éxito en Broadway en 1967.
Pero, las cosas habían cambiado, sobre todo la posibilidad de abordar temas
sociales y políticos candentes, y de hacerlo con un extenso equipo de
concienzudos profesionales. Algo posible en un Hollywood ya desaparecido,
acabado entre la caza de brujas y el imperio de la caja tonta.
Así, pues, lo que viene
a continuación resulta por lo general más discutible, en parte porque se trata
de películas al servicio de la estrella y de su presunto talento como
“trágica”, algo que viendo Fedra (1962) no parece demasiado convincente
por su ampulosidad y grandilocuencia. Siempre con Melina, su
protagonista favorita, Dassin siguió rodando títulos como Promesas al amanecer (1970) o Gritos de pasión (1978), de las que no guardo especial
recuerdo aunque he leído alguna apología. Dassin acompañó y apoyó con
entusiasmo a Melina en sus actividades políticas contra la Junta de los Coroneles y en
su exilio. Estamos hablando de la dictadura militar griega que transcurrió
entre 1967 y 1974, y que hay que analizar como un capítulo más de la
“guerra fría” y del “fascismo exterior” norteamericano. El golpe militar se
desarrolló con la complicidad abierta del rey Constantino, hermano de la reina
Sofía, e hijo de la reina Federica, en su juventud, miembro de las juventudes
hitlerianas.
Entonces, Dassin y su
compañera Melina Mercouri se convirtieron en unos de los portavoces de las
denuncias de la dictadura desde el exilio, y una película, Z (Costa-Gravas, Francia, 1968),
adaptación de Jorge Semprún de la novela de Vassili Vassilikos, se erigió como
una denuncia contundente de la trama derechista que llevó al golpe, así como
una en la película más emblemática de las acontecimientos de mayo del 68 en
Francia, y por extensión, en el buque-insignia de lo que se llamaría “cine
político”, un concepto equívoco (¿Qué película no lo es de alguna forma?, sin
embargo se llama así cuando se trata de un compromiso con los de abajo, cuando
es con lo de arriba se llama aventura o de acción), con el que se denominó al
cine de denuncias hecho desde la izquierda, y del que el cineasta griego
Costa-Gravas sería su realizador más representativo.
Cuando se restauraron
las libertades en Grecia, ambos volvieron a Atenas. Entonces Melina fue
ministra de Cultura con los distintos gobiernos socialistas (desde 1981 hasta
1989, y de nuevo desde 1993 hasta su fallecimiento), supongo que algo así como
Pilar Miró aquí ya que el socialista Papandreu que se había mostrado como un
socialista de izquierda en el exilio, en el poder no lo fue ni en un décima
parte.
Desde la muerte de
Melina, Dassin se dedicó a luchar por el proyecto que había apasionado a
Melina, conseguir el regreso de los denominados Mármoles de Elgin, las
esculturas y frisos esculpidos del Partenón que se encuentran en el Museo
Británico. De hecho, cedió hace años los derechos de sus películas a la Fundación Melina
Mercouri para apoyar la labor por la que tanto luchó su mujer. Para acabar,
anotemos que el lector interesado tiene a la mano un buen libro: Jules Dassin,
violencia y justicia, escrito por tres reconocidos crítico y prologado por Juan
Antonio Bardem para la T&B
Editorial.
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