Isadora…De cuando Vanesa Redgrave era trotskista
Durante años, fue seguramente la más
briosa y emblemática de los actrices comprometidas con las cusas socialistas y
antiimperialistas, aunque en algunos casos este fuese discutible y discutido
como el que le llevó a presidir tribunas con el jefe libio Gadhafi...Así mismo
fue candidata en diversas legislaturas, todo parte de su ligazón militante con
el sector más dudoso y controvertido del trotskismo (o seudotrotskismo)
británico en una fase en la que, al parecer, resulta muy difícil mantener lo
que Miguel Romero, llamaba
izquierdismo razonable.
izquierdismo razonable.
Dejando de lado toda una montaña de
documentación, el lector se podrá hacer una idea del alcance de esta obsesión
con la imagen de unos muchachos que, durante los años 1976-1979, en plena
crisis social española, aparecían voceando en las puertas de algunos metros,
con el periódico de la
Liga Socialista (el grupo healysta
español germinado en Gran Bretaña), la «noticia» de que se habían encontrado
pruebas de la complicidad de dos de los más reputados representantes de legado
trotskiano norteamericano que fue determinante en nacimiento y en el
mantenimiento de la IVª
Internacional, la última internacional obrera en una época del declive del
internacionalismo.
Los presuntos implicados eran nada menos que Joseph Hansen, el principal
dirigente de la sección después de James P. Cannon, y George Novack, filósofo
(y del que Fontamara editó algunas de sus principales obras, como Democracia
y revolución y Para comprender la historia), ambos envueltos en la
oscura trama de un asesinato que vinculaba a Stalin con el SWP. Una mínima
racionalidad, ajena a la cuestión, podría fácilmente preguntarse, de ser así,
qué pintaba semejante obsesión en un espacio vital de un barrio obrero donde
absolutamente nadie conocía tales nombres, y puestos a razonar, cómo era
posible que durante más de medio siglo estos hombres destacaran como activistas
en un medio tan claramente hostil como el norteamericano y escribieran obras
marxistas traducidas a varios idiomas, para acabar sus días en la misma
modestia económica que les caracterizó.
Sobre este maldito asunto, Pierre Broué
contaba que cuando se abrieron los Archivos de Trotsky en Harvard, un par de
estudiosos pertenecientes a la secta fueron directos a encontrar las «pruebas»
que ya habían ofrecido al mundo como ciertas. Lo que encontraron fueron
documentos que implicaban al mismo Trotsky. Éste había dado su permiso para
«sondear» la posibilidad de una ayuda por parte del FBI, concretamente para
desmontar la trama asesina de algunos de los sicarios de Stalin; el asunto no
pasó de ahí, de un «tanteo», pero pudo concretarse, por ejemplo denunciando a
algún sicario estalinista inmerso en la trama del asesinato. Los estalinista
que después de repetir lo de hitlerotrotskismo, lo ponen también al servicio
del FBI, se basan en toda esta trama.
A pesar de la influencia que llegó a
alcanzar, el healysmo acabó arruinado
por el peso de los delirios del propio Healy, pues el «líder» tenía problemas
psíquicos y sexuales muy graves (y no precisamente inventados), y después de
unas acusaciones terribles la fracción se descompuso y la mayor parte de su
base militante ingresó en la sección británica.
Al menos fuera de Gran Bretaña, la
mayor singularidad del grupo de Healy fue producir el esquema de la sección
madre británica. Así el pequeño grupo español que se hacía llamar Liga Obrera
Comunista, y que tenía como principal objetivo consolidar por ellos mismos un
diario obrero que llamaban Prensa Obrera,
trató de aprovechar su fama, y la trajo a Barcelona allá por 1977-1978. En una
ocasión, Vanesa aterrorizó en el Centro Social de La Florida, que estaba
entonces en su apogeo, y ofreció una charla que naturalmente llamó la atención
del autor de estas líneas que se movía por las proximidades desde mitad de los
años sesenta. Fue una charla extraña ya que, seguramente adivinado presencias de
críticos u hostiles, no hubo lugar para ningún debate. Vanesa repitió
como una autómata estas argumentaciones sin permitir que nadie desde el público
la pudiera interpelar. En estos pasos en el delirio le acompañó su primer
marido Toni Richarson, el director de títulos como Tom Jones y Un sabor a miel,
y uno de los cineastas más talentosos y comprometidos del “free cinema”.
Muy en consonancia con su
combatividad, inusual en una star de su calibre, Vanessa fue uno de los
rostros más emblemáticos de los actores movilizados contra la Guerra de Vietnam, y luego
en la defensa del pueblo palestino. Éstas y otras actividades solidarias la
convirtieron muy especialmente en «persona non grata» para el gobierno y la
potente extrema derecha norteamericana, que trató de vetarla en diferentes
proyectos, y por supuesto para los conservadores británicos. Aunque cuando
actuaba como militante healysta,
Vanessa parecía carecer de vida propia, lo cierto es que su trayectoria ha ido
mucho más allá de la estrechez de su partido (un tema sobre el que nunca ha
efectuado la menor declaración), y se ha mantenido coherente con sus
compromisos hasta convertirse en la actriz comprometida más emblemática del
cine moderno, y posiblemente en la trotskista más famosa.
Durante la fase de la perestroika,
Vanessa fue una de las voces que trató de recuperar la historia del
trotskismo en la
URSS. Actualmente es una de las voces críticas más conocidas
contra el corrupto new labour de Tony Blair. Otro trotskista británico
célebre perteneciente al mundo del cine es el realizador Ken Loach, quien
durante su etapa universitaria de los años sesenta militó en un grupo
trotskista al que nunca se ha querido referir (por lo que es posible que fuese
el de Healy), y que abandonó tempranamente, aunque siguió manteniendo su
actitud coherente con un trotskismo en absoluto proclamatorio pero no por ello
menos efectivo, e intensamente reforzado por su colaboración con guionistas
como Jim Allen o Paul Laverty.
La
película más emblemática conocida
de esta Vanesa militante fue Isadora, obra que no en vano, le valió un que le valió de nuevo el
galardón de Cannes a la mejor actriz Vanesa Redgrave hija del formidable actor
Michael Redgrave quien por un tiempo fue entre los años treinta y cuarenta un
militante comunista notorio. y al que el último Orwell colocaba como sospechoso
de comunismo en sus notas paranoicas. Vanesa estudió en la Queensgate School
y en la Central School
of Speech and Drama de Londres. En 1957 dio comienzo a su carrera profesional
como actriz y destacó muy pronto en el repertorio clásico inglés, sobre todo
con Shakespeare. En 1961 recibió los premios Evening Standard y Variety Club a
la mejor actriz y en 1965 se dio a conocer al público cinematográfico con el
filme Morgan, A Suitable Case for Treatment (Morgan, un caso clínico), dirigido por K. Reisz y con el que
ganó el premio de interpretación de Cannes.
La trama se anima con la presencia
del fabricante Singer (Jason Robards, el inolvidable Dashiel Hammet en Julia, de Fred Zinnemann con Vanesa y Jane Fonda en
un momento en que ambas aparecían como el non
plus ultra del activismo entre los artistas contra la guerra imperialista
en el Vietnam), y consigue un tono épico en el curso de sus actuaciones
en la Rusia
soviética donde vivirá una historia de “amour fou” con el célebre de origen
campesino. Serguei Esenin, que no tardará en suicidarse, según algunos
historiadores por discrepancias con el curso que estaba tomando la revolución.
Sin duda, uno de los elementos más emotivos de la película sucede con ocasión
de un recital poético de Esenin para los trabajadores, que cuando se va la luz
mantienen el espectáculo con antorchas y con su entusiasmo. Este tipo de
encuentros entre el pueblo y cultura señalan uno de los aspectos más creativos
de la revolución usa en “los buenos tiempos”, antes del suicidio de Esenin y de
Maikovski. Conviene recordar que lo que vimos los espectadores fue un
“montaje” de la productora, ajeno al su director, el resultado es muy
irregular. La película arranca con un poderoso aliento para desfallecer al
final sin dejar claro el vanguardismo de Isadora, un personaje en el que Vanesa
vuelca lo mejor de sí misma.
Y es que estamos hablando de una de
las mejores actrices de todos los tiempos, de un mujer que se comprometió en
una militancia que tuvo detalles enaltecedores pero también un trasfondo
ultrasectario, inadmisible. Un pasaje que, por cierto, también conoció Ken
Loach, pero mucho más brevemente. Un pase, un capítulo que conforma la parte
mas desastrosa de un corriente política que ha superado la prueba del tiempo
pero que tienen en personajes como Healy –un tipo que se creía lo que decía por
que lo decía él-, de los que, lamentablemente, tenemos más ejemplos de los que
a veces resulta soportable.
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